En México habita una planta milenaria capaz de sobrevivir en la tierra y en el mar. Esta plantita es conocida como mangle rojo o manglar rojo.
Su maravilloso nivel de supervivencia le permite controlar altos niveles de salinidad del suelo, ser un filtro natural y absorber altos niveles de CO2 como un aporte importante ante el cambio climático.
Pero como es el caso de muchas otras plantas, la deforestación y actividades humanas la ponen en riesgo de desaparecer.
Para preservarla, la bióloga marina Erika Olimpia Rodríguez impulsó entre sus alumnos la creación de un invernadero dentro del Colegio de Bachilleres de Chiapas 255.
Y aunque este invernadero de mangle rojo inició como un proyecto de ciencias en la escuela, poco a poco ha crecido y llegado a más personas de la comunidad de Puerto Madero, Chiapas.
“Este proyecto inició hace 6 años, aproximadamente, con una vinculación que tuvimos con la Universidad Autónoma de Chiapas. Al ver el impacto y beneficio que tuvimos con los chicos decidí que tenía que seguir”, cuenta en entrevista para Animal MX la bióloga marina y profesora.
El proyecto de conservación de esta especie en el COBACH 255 se denomina “Vivero escolar de mangle rojo”, pero no es el único esfuerzo para fomentar la educación ambiental en el colegio.
Erika revela que además de proteger el manglar rojo -cuyo nombre científico es Rhizophora mangle-, en el colegio desarrollan varios proyectos ambientales y campañas de limpieza de playas.
“Ha sido maravillosa la respuesta tanto de los jóvenes y padres de familia que se llegaron a involucrar. Tiene un gran impacto para los estudiantes en las asignaturas y la parte académica, pero también en la parte de conocer los recursos y cuidarlos”, añadió.
El mangle rojo es una especie vegetal que se encuentra en la zona costera de Chiapas y es considerada milenaria por sus características únicas.
Esta plata crece cerca del mar y tiene la capacidad de tolerar altos niveles de salinidad, pero cuando llueve, el nivel de salinidad también desciende, haciéndola toda una superviviente ante diferentes condiciones.
“El mangle rojo tiene una estrategia de supervivencia increíble, porque se trata de una planta que al estar en el límite entre el mar y la tierra puede tener aporte de agua salada y de agua dulce. Es tan tolerante a esos cambios que puede haber una tormenta de gran acopio de agua y tiene la capacidad de aguantar esas variaciones en salinidad”, explica Erika.
De acuerdo con la Comisión Nacional Forestal (Conafor), el ecosistema manglar se ubica en las regiones tropicales o templadas del país, en las desembocaduras de ríos y arroyos.
La vegetación en la que habitan los manglares incluye plantas leñosas que crecen en condiciones de alta salinidad, suelos fangosos pobres en oxígeno, altas temperaturas, mareas extremas y vientos fuertes.
En el planeta existen poco más de 50 especies conocidas como mangle. Dentro de ese registro, México es uno de los 5 países con mayor extensión de manglares, los cuales están distribuidos en los 17 estados costeros del país. ¡Esto representa el 5 % de la cobertura total mundial!
“Esta planta puede medir hasta 15 o 20 metros de altura. Sus raíces son aéreas, es decir, están expuestas fuera de la tierra y eso tiene que ver también con el cambio intermareal que puede haber en la zona costera. Esto le permite ser refugio de especies como peces, crustáceos, moluscos y vertebrados como serpientes, reptiles, aves, mamíferos”, menciona la experta.
De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), los manglares constituyen un tipo de humedal junto con las turberas, pantanos y marismas. Esta clasificación se determina por las características topográficas y grado de humedad en esos sitios.
Los humedales costeros son terrenos de transición entre los sistemas acuáticos y terrestres. Estos se caracterizan por albergar una gran diversidad biológica.
Sin embargo, de acuerdo con la Norma Oficial Mexicana NOM-059-SEMARNAT-2010 tanto la Rhizophora mangle como las demás especies de manglar en el país se encuentran clasificadas como especies Amenazadas (A) y necesitan acciones efectivas de protección y conservación.
Erika Rodríguez detalla que la reproducción del mangle ocurre cuando se forma una semilla que tiene una forma parecida al de una vela alargada.
Par reproducirse naturalmente, la semilla debe caer al sustrato (la superficie donde vive la planta) en forma vertical para que su probabilidad de supervivencia sea mayor porque “ya va germinada”.
Así, si es alcanzada por la marea va a ser fácil llegar al sustrato porque de esa forma la semilla flotará.
“Si cae la semilla cuando hay marea alta, entonces queda flotando. También es una estrategia de reproducción porque al quedar flotando porque va a llegar a otro sitio, aunque no necesariamente aseguras que sobreviva”, explicó la bióloga.
Ante las complejidades en la reproducción del mangle rojo de forma natural y para rescatar la supervivencia de esta especie, Rodríguez y sus estudiantes logran aumentar el nivel de supervivencia de la planta de un 60% en el medio natural a un 80% con los cuidados necesarios.
“Eso es bastante benéfico y sobre todo para hacer conciencia entre los jóvenes, porque cuidar nuestros recursos depende de también la supervivencia del ser humano”.
El trabajo en el vivero del Colegio de Bachilleres comienza al inicio del semestre en la clase de biología impartida por Erika Rodriguez. Este proyecto se realiza a pequeña escala como un trabajo dentro del aula.
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Todo comienza con la recolección de 30 propágulos (que es la parte de la planta capaz de originar vegetativamente otro individuo) visibles por estudiante, los cuales deben tener ciertas características en tamaño y color que cumplan con los requisitos para el trabajo dentro del vivero.
Tras recolectar los propágulos, después toca obtener el sustrato que tiene una consistencia parecida al fango.
Pero ojo, porque no es cualquier sustrato, sino que debe ser de la zona en que recolectaron los propágulos. Aunque han intentado recrearlo con otro tipo de fertilizante o de fibras orgánicas, los resultados no han sido igual de buenos.
Este proceso le lleva a los estudiantes una semana aproximadamente. Una vez que tienen sus propágulos proceden a preparar el sustrato y los maceteros donde van a colocarlos. Normalmente utilizan materiales reciclados como envases PET, que sirven como estructura para mantener estos elementos.
Cada recipiente contiene 2 propágulos y deben ser colocados en una zona sombreada. Esta parte del proceso es crucial porque corre el riesgo que durante el primer mes tengan la visita de hormigas o reptiles (como iguanas) que, cuando el propágulo comienza a germinar, salen unas hojas tiernas que estos animales ramonean hasta destruir el crecimiento de la planta.
Para controlar la visita de animales, los estudiantes colocan una valla de cal y, cuando les es posible, enmallan el sitio con un espacio de sombra. En cuanto al riego de las plantas, este debe ocurrir cada tercer día y si se atraviesa un fin de semana o algún puente vacacional, se crea una comisión de jóvenes para regarlas.
El proceso para que el propágulo alcance una altura de 15 centímetros dura de 3 a 4 meses. En ocasiones llegan a tener plantas de poco más de un metro debido a que crece rápidamente.
Una vez que alcanzaron una buena altura, llega el proceso de reforestación. Junto con el apoyo de una cooperativa de cien pescadores de la zona, Erika prepara equipos de 2 o 3 jóvenes con quienes trasplantan y reforestan un área de manglar cercano a la costa.
“Esta área es un cerco de unas 30 hectáreas. Es muy grande y tiene islas. Ahí es donde hemos pedido que nos dejen entrar para la reforestación. Hemos logrado ese vínculo con la comunidad donde, el beneficio es para las futuras generaciones”, explica Erika Rodriguez.
Además de ser profesora, Erika utiliza sus conocimientos en biología marina para aprovecharlos en la educación ambiental y desde la academia ha desarrollado estrategias de Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), el aula de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés) y el Club de Ciencias.
Gracias a estas actividades y tras establecer diferentes estrategias de educación ambiental, ella ha logrado alianzas con diversas instancias educativas y de gobierno.
Para la experta, la gran respuesta de sus alumnos durante estos 6 años no solo se debe por su interés de conservar una especie, sino que la comunidad también está muy involucrada en cuidar el ecosistema que la rodea.
“Lo que más me ha emocionado es que los cooperativistas, al ver que nosotros recolectamos y luego les llevábamos las plantitas para sembrarlas, se dieron cuenta de que hay un beneficio. Entonces, ya no sólo es mi escuela, ya no solo es mi aula, ya no solo es un alumno del grupo, sino que ya también es toda la comunidad y eso es algo que no tiene precio”, finaliza.
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Su éxito es un giro inesperado para quien de niña era blanco de burlas por su condición social y nunca se sentía lo suficientemente bien en la piscina.
“Me acuerdo que me sacaron del agua los buzos de rescate, y luego, cuando me suben en la en la camilla al buque, veo la bandera de Chile gigante, toda la dotación esperándome y escucho de ‘The Eye of the Tiger’, la canción de (la película) Rocky.
“Me acuerdo de haber estado muriéndome, literal, y también con mucha risa, una emoción muy difícil de describir”.
La mujer a quien le dio ese ataque de risa cuando estaba al borde de la muerte es Bárbara Hernández.
Acababa de ser sacada de aguas antárticas. Su temperatura corporal había descendido a unos peligrosos 25°C. Estaba en las garras de una hipotermia severa.
“Sentir que tiritaba, el estómago frío, la espalda, las piernas, los brazos, es súper incómodo.
“Soy una persona muy controladora. Controlo mucho mis pensamientos, mi cuerpo, mi equipo, lo que hay que hacer, el propósito, qué sé yo.
“Pero esa etapa es la más vulnerable porque no tengo nada que hacer. Tengo que entregarme a esa sensación incómoda y, con fe, creer que va a pasar”.
No solo pasó la sensación sino que ese día, el 5 de febrero de 2023, batió un récord mundial por nadar la distancia más larga de la historia en esas aguas heladas: 2,5 kilómetros.
El año anterior había establecido otro récord Guiness en Cabo de Hornos, en el temido Paso Drake, el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida. La primera milla náutica la nadó en 15 minutos, 03 segundos, con lo cual obtuvo un Récord Guinness por velocidad, y siguió nadando, hasta completar 3 millas (5,5 km), la máxima distancia jamás nadada en ese lugar.
Súmale a eso muchas medallas y copas en campeonatos mundiales en aguas gélidas, además de logros por ser “la primera” en varios retos; por si fuera poco, tiene un magíster en Psicología.
La suya es una experiencia única… ¿qué se siente?
En su país natal, Chile, Bárbara Hernández es conocida cariñosamente como la Sirena de Hielo.
Se especializa en aguas extremadamente frías. Nada, a menudo, rodeada de glaciares, y siempre sin un traje de neopreno o grasa para aislar su cuerpo.
La temperatura del agua puede ser tan baja como 2°C, e, increíblemente, ella puede permanecer ahí durante 45 minutos.
La gente suele suponer que Bárbara creció junto al mar, pero no. Su comienzo fue muy urbano.
Cuando era niña su familia no podía darse el lujo de ir a menudo a la playa.
“Íbamos una o dos veces al año con mucho esfuerzo, tal vez dos días.
“Me acuerdo estar todo el día metida en el agua, y sentir que de verdad era la sirenita de Disney, pero en una versión mucho más latina y morena”.
Sus padres notaron su pasión por el agua, así que la sirenita latina comenzó a tomar clases de natación a los 6 años, de las que no siempre salía feliz.
“Chile sigue siendo un país súper clasista. Y 30 años atrás, se notaban mucho las diferencias socioeconómicas”.
Llegar a los clubes privados en el taxi que su padre conducía y usar trajes de baño de segunda mano “hacía que te miraran feo”.
“Es súper triste saludar y que nadie te conteste.
“Y fue un momento difícil también porque nunca fui lo suficientemente rápida en las competiciones para ser seleccionada para el equipo nacional”.
Puede que no haya sido material para la selección nacional, pero Bárbara tiene una determinación férrea: no iba a dejar la natación.
Desde los 9 años empezó a entrenar con Gabriel Torres.
Entre los dos pensaron que tal vez se estaba enfrentando a retos desatinados, y consideraron otros tipos de competencias.
“Empecé a hacer aguas abiertas los 17 años.
“Fue la primera vez que tuve la oportunidad de ir al sur de Chile, a Valdivia, y la primera vez que vi ríos limpios, pues la única imagen que tenía era la del río Mapocho (que cruza por Santiago de Chile), que en ese tiempo traía mucha basura y era muy café.
“Pensar que podía nadar en un río en el que había cisnes, lobos de mar, y árboles y pasto en las orillas era una locura”.
De hecho, toda la idea era un poco loca.
“No teníamos referentes femeninos de la natación de aguas abiertas”.
“Hubo un nadador que en los 80s nadó el English Channel que era el Tiburón Contreras, pero no había niñas nadando en el mar o mujeres haciendo grandes cruces.
“De hecho, no sabíamos siquiera si era posible, o si me iba a morir ahí en medio del río”.
El intento fue toda una revelación.
“Me di cuenta de que no necesitaba necesariamente ser la más rápida, sino la más perseverante, la que mejor se adaptara a las condiciones a la lluvia, el viento, el oleaje.
“Ahí empezó una semilla. Me pregunté si efectivamente yo podría llegar a ser esa primera chilena, si podría llegar a inspirar a más niñas o mujeres a entrar al mar, a conectar, a aprender”.
La natación en aguas abiertas era una posibilidad atractiva, pero desafiante, pues puede ser peligrosa y necesita una preparación rigurosa.
La hipotermia es una amenaza muy real, y puede ser fatal.
Tanto Bárbara como su entrenador buscaron información en países donde tenían más experiencia con la cultura de agua fría, para prepararse.
Y en 2014 fue invitada a nadar en Argentina, en un lago cerca del glaciar Perito Moreno.
“Fue la primera vez que vi nevar, y estaba al lado de ese tremendo glaciar.
“Era como un festival de natación de invierno. Conocí nadadores de todas partes del mundo, y yo era la más anónima de todo el grupo.
“Pensar nadar ahí y con ellos, me daban mucho miedo. No sabía si era posible, si mi cuerpo se iba a adaptar”.
Pero cuando entró al agua…
“Me di cuenta de que era muy fuerte y que me adaptaba, y pude terminar primera ese circuito”.
Primera de todos, hombres y mujeres, en su primer nado en un glaciar.
“Cuando terminé, miré el glaciar… asombroso, la nieve, las piedras, el no sentir los pies, las manos…”.
Bárbara tenía poco más de 20 años y, a diferencia de muchos en ese deporte, no tenía respaldo financiero. Y es una actividad muy costosa.
Pero a esas alturas no había vuelta atrás: la había invadido la pasión.
Empezó a tocar todas las puertas y, aunque le costó, al final encontró un patrocinador.
“Al principio nadie me conocía, entonces le escribí a muchas de las marcas que ahora me auspician. Les contaba que había un mundial en Siberia en 2016, que tal vez podía traerme un podio.
“Y tuve la fortuna de conocer un gran y querido empresario en Chile, en la Patagonia, y él financió mi primer viaje”.
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Entre el montón de sueños que siempre ha tenido Bárbara Hernández, uno era completar el reto de los Siete Mares.
Es natación de maratón, sin ayuda durante horas y horas, a lo largo de siete de los tramos de agua más difíciles del mundo, en los que enfrentas fuertes corrientes, mares agitados, medusas y tiburones.
Hay muchas reglas, entre ellas que los nadadores sólo pueden usar traje de baño estándar, gorro, gafas protectoras y tapones para los oídos, y está prohibido el contacto físico con el bote de apoyo, aunque su tripulación puede arrojar al agua comida y bebidas.
Solo 34 personas en todo el mundo lo han logrado hasta ahora, pero ninguno de esos detalles la iban a desanimar.
En 2018 superó el primer desafío cuando cruzó a nado el Estrecho de Gibraltar; un año después, cruzó el Canal de Catalina y el Canal de la Mancha, donde cumplió su sueño de convertirse en la primera chilena en hacerlo.
En 2021, tras la pandemia, el reto fue el canal de Molokai, un tramo de agua que separa las islas hawaianas Molokai y O’Ahu.
Son 42 kilómetros a través de un canal en medio del Océano Pacífico, de aguas profundas (701 metros), con corrientes extraordinariamente fuertes y abundante vida marina.
La travesía es larga, usualmente de más de 15 horas, por lo que a menudo se nada en la oscuridad.
“Amo nadar de noche. Me voy muy hacia dentro, a mis pensamientos, a reconocer qué es lo que me da miedo. Aprendí a ponerle nombre al miedo.
“Cuando estoy en el mar creo que lo que me da miedo es fallarle a la gente que ha creído en mí. Eso me angustiaba mucho y tuve que trabajarlo”.
También hay profunda belleza al nadar de noche.
“Hemos nadado con bioluminiscencias con las noctilucas (Noctiluca scintillans, chispa de mar).
“Es muy especial porque te da la sensación de estar soñando. Al mover los brazos, se ven luces alrededor tuyo…
“Y nadar con delfines, escucharlos, verlos, saber que están ahí, es algo realmente muy, muy especial.
“Se acercan mucho -pueden estar a menos de un metro tuyo-, y lo más difícil es seguir nadando pues te dan ganas de quedarte con ellos jugando”.
Suena idílico… nadar de noche, en agua luminosa, con delfines… y de pronto…
“Toqué algo que asumí que era una medusa porque me ardía, pero demasiado: un dolor que llega al hueso. Me acuerdo de haberme dicho: ‘Bárbara, ¿qué te pasa? No es tu primera medusa”.
Pero sí era su primera carabela portuguesa, una criatura particularmente venenosa.
“Me dolió tanto que me puse como a llorar.
“En la siguiente hidratación, pedí un antialérgico y ibuprofeno, pero me seguía ardiendo. Después me asusté porque no podía mover la pierna.
“Seguí, nadando más lento; para mí no era una opción salirme del agua. Y pudimos terminar el cruce.
“Fue muy impresionante poder terminar, muy bonito. Tengo los mejores recuerdos de Hawái. Nadar en un agua tibia turquesa maravillosa -en general estoy acostumbrada a salir con hipotermia-. Era como un sueño”.
No obstante, la carabela portuguesa había hecho estragos.
Tardó seis meses eliminar la toxina de su cuerpo, su pierna siguió entumecida y sufría espasmos por la noche.
Pero Bárbara Hernández insistió en continuar con el desafío, así que en julio de 2022 completó el Canal del Norte, el quinto del reto.
Y luego, se les ocurrió un nuevo plan: ir a Antártida a intentar batir un récord mundial.
Bárbara Hernández no sólo ama la Antártida sino que además quiere crear conciencia sobre el impacto del cambio climático, por ello el intento de récord.
El anterior, establecido en 2015, era de 2,25 kilómetros.
Para batirlo, tenía que nadar 2,5 kilómetros en temperaturas del agua de alrededor de 2°C.
Se dice fácil pero el riesgo de hipotermia es grave.
Tu cuerpo pierde calor más rápido de lo que puede ganarlo. A medida que las extremidades se enfrían, el cuerpo comienza a apagarse lentamente.
Pierdes la capacidad de pensar con claridad. La siguiente etapa puede ser respiratoria. Y, por último, la insuficiencia cardíaca.
Puede haber signos reveladores, por eso, cuando Bárbara está nadando, hay alguien en el bote encargado de tomar la decisión de sacarla: su ahora esposo Jorge Villalobos.
La Armada de Chile se involucró en el proceso de planificación porque tiene mucha experiencia de trabajar en la Antártida.
Tras años de investigación y ensoñación, en febrero de 2023 partieron.
Navegaron 20 días hasta llegar a su destino y, una vez ahí, tuvieron que esperar a que hubiera las condiciones adecuadas para realizar la proeza.
“Eso era crucial. No queríamos mucho viento, ni ballenas, ni focas leopardo, y tampoco pingüinos, porque eso significaba que las focas podían estar cazando”.
Esas focas, de hecho, habían sido sujeto de la planeación previa.
“Hubo hasta reuniones con biólogos marinos para definir el color de mi traje de baño, pues por ejemplo el naranja podía llamarles mucho la atención.
“Las focas leopardo son peligrosas, por eso es tan importante monitorearlas.
“No es que se alimenten de humanos pero identifican sus presas a través del gusto, entonces como que te prueban un poquito y cuando se dan cuenta de que es sangre humana, no les gusta y te dejan ahí.
“Pero, claro, para entonces, uno ya perdió una mano, un brazo o un pie”.
Bárbara cuenta que cuando la tripulación y su equipo discutían lo que podría pasarle, ella se iba a otra parte.
“Hablaban de muchas cosas que te ponen nerviosa”.
“Mi mamá tiene una frase muy linda: no hay que tenerle miedo al miedo, y durante toda mi vida ha significado cosas distintas; a veces significa saber que tu miedo existe, pero que no puede condicionar tu vida”.
Finalmente, se abrió una ventana de oportunidad.
Bárbara se montó a un bote con Jorge, una de sus mejores amigas y el equipo médico, y de ahí saltó al agua.
En algún momento, cuenta, se preocupó pues sentía “el corazón y el estómago frío”, pero se concentró en “nadar, y también tuve momentos muy conectada con el lugar donde estaba, el color del agua, tan transparente y tan salada”.
“Me acuerdo que pensé en el pan calentito con mantequilla que nos daban en el buque, en mis papás, mucho en mis perros… en que era una oportunidad de mostrar Antártica, entonces tenía que hacerlo bien y pelear hasta el final”.
De repente, “escuché los gritos y me asusté”, pero eran gritos de júbilo pues había batido el récord.
Fue entonces que la llevaron al buque donde escuchó la canción del film “Rocky” y le dio ataque de risa.
Pero “la temperatura de mi cuerpo bajó a menos de 25°. La mayoría de las personas se desmayan cuando su temperatura baja a 30°”.
Estaba en riesgo de sufrir un paro cardíaco.
El proceso de recuperación es largo: los médicos tienen que subir la temperatura lentamente, 1° por hora.
“Creo que esa parte fue la más dolorosa para mí”, pero luego estaba feliz: “¡súper emocionante!”… hasta que se dio cuenta de cuán afectada estaba su pareja.
“Jorge terminó muy mal. Estaba muy asustado porque nunca me había visto con tanta hipotermia. Y, ahí me di cuenta de que en verdad me podría haber muerto”.
A estas alturas, quizás te estarás preguntando, ¿por qué lo hace?
“Es una forma distinta de abrazar la vida.
“No es que ande buscando la muerte, ni desafiarla, ni nada de esas cosas raras.
“Creo que es un propósito muy bonito, y que siendo mujer, chilena y latina es un orgullo mostrar con ejemplos que realmente estamos preparadas para grandes cosas”.
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Uno pensaría que tras batir ese récord mundial y ganar numerosas medallas, Bárbara Hernández se tomaría un descanso, pero estaría equivocado.
¿Recuerdas el reto de los Siete Mares?
Le faltaban dos, y tenía fuertes motivos para querer terminarlo: le había prometido a Jorge que se casarían cuando lo completara.
Así que en marzo de 2023, cruzó el Estrecho de Cook, en Nueva Zelanda, y en junio de 2024, el Estrecho de Tsugaru, en Japón, y se convirtió en la primera sudamericana de la historia en lograr tal hazaña.
En septiembre de ese año, se casó en la Laguna del Inca, “en plena cordillera de Los Andes, en las aguas más turquesas y más frías que se puedan imaginar… es un lugar hermoso”.
“Mi vestido fue hecho por Ximena Olavarría, una diseñadora chilena. Tenía más de 3.000 cristales, bordado a mano, y yo parecía una sirena: la sirena de hielo”.
Como habían hecho en otras aguas gélidas, se metieron a la laguna: “Fue súper emocionante”.
Bárbara continúa soñando.
“Quiero volver a la Antártica. Echo de menos los pingüinos. No sé si quiero ir a ver a las focas leopardo tan de cerca, pero sí a las ballenas.
“Cuando pasa mucho tiempo sin ir a los glaciares, sueño con ellos. Es como un llamado, como que una parte mía se queda allá, entonces tengo que volver”.
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