“¡Miiiauuuu!”, respondió Lil Nas X cuando le preguntaron cuánto tiempo le había llevado ataviarse de brillantes todo el cuerpo. “¡Miiiiauuuu!”, dijo Doja Cat vestida de Oscar de la Renta en la Met Gala 2023. “¡Miiiiaaauuu!”, maulló Jared Leto en una botarga enorme y peluda de gato cuando llegó a la alfombra roja del Metropolitan Museum de Nueva York. Las tres artistas rindieron homenaje a Karl Lagerfeld de una forma muy peculiar.
Como sabes, este año, Anna Wintour hizo que esta edición de la Met Gala se tratara de uno de los diseñadores más icónicos de los últimos 50 años: Karl Lagerfeld.
El diseñador alemán, siempre ataviado de lentes oscuros, una coleta que recogía su cabello canoso, camisa blanca, traje negro impecable y -a veces- guantes de piel, también tenía una acompañante inseparable: Choupette.
Lagerfeld fue director creativo de Fendi, Chanel y, al final, de su propia firma. Tuvo de musas a Diane Kruger, Julianne Moore, Tilda Swinton y Kristen Stewart, entre muchas más, sin embargo, a quien más amó fue, sin duda, a Choupette.
Pero a ver ¿quién es Choupette? Pues nada más y nada menos que su gata de raza birmana que se convirtió en su animal de compañía inseparable.
Esta gatita, tan importante para el diseñador, fue la heredera de Lagerfeld, sí, como si la película de los Aristogatos se hiciera realidad.
Hasta Anna Wintour le hizo llegar una invitación personal para la Met Gala 2023, a la cual la peludita de 12 años declinó amablemente.
Mira qué linda es:
La gatita tiene más de 187 mil seguidoras en su cuenta de Instagram y es parte de la agencia My pet agency, a través de la que distintas empresas la contratan.
En realidad, Choupette no era la gatita de compañía de Lagerfeld, sino Baptise Giabiconi, quien fue pareja del diseñador por más de 10 años.
En una ocasión en 2011, Giabiconi le pidió al alemán que cuidara de la gatita, casi recién adoptada, durante dos semanas mientras visitaba a su familia. La llamó Choupette cuyo significado es más bien “un apodo común en Francia para referirse a chicas lindas”, dijo el modelo hace unos años.
Pues bien, al regresar de su viaje, el diseñador se negó a devolvérsela, “nunca pensé que podría enamorarme de un animal como ese”, dijo en distintas entrevistas.
Desde ese momento, y hasta la muerte de Lagerfeld, Choupette fue su compañía inseparable.
Hoy, la peluda vive en París con su cuidadora Françoise Caçote y ha colaborado en distintas campañas publicitarias.
Como comentábamos al inicio, la Met Gala 2023 fue en honor a Karl Lagerfeld: muchas optaron por usar Chanel, Fendi o una reinvención del traje negro y camisa blanca, pero hubo tres personas que hicieron referencia a Choupette.
Así es: hablamos de Doja Cat, con un vestido Oscar de la Renta y prostéticos en la cara que le dieron forma de gatito; Lil Nas X, completamente cubierto de brillantes por toooodo el cuerpo; y Jared Leto, quien llevó una botarga de la gatita y después, a media escalinata, se la quitó para quedarse en una capa negra.
La corresponsal de BBC Mundo en Los Ángeles narra cómo se están viviendo los históricos incendios que afectan a la ciudad californiana.
“Sube a la terraza. Dicen que el fuego es ya visible desde Santa Mónica”.
Al mediodía del martes, recibí la llamada de mi marido con incredulidad.
A pesar de que las condiciones climatológicas auguraban ya desde el domingo una receta para el desastre —los “vientos endemoniados” de Santa Ana con rachas de hasta 160km/h y una sequedad extrema por meses sin lluvias—, parecía una alerta más en una ciudad acostumbrada a ellas.
Poco podía imaginar que estaba a punto de presenciar la primera de una serie de escenas apocalípticas; una de las muchas que desde entonces siguen dejando los que ya son los peores incendios de la historia de Los Ángeles.
Subida al techo de mi bloque de apartamentos, avisté en las montañas de Santa Mónica una tímida llama.
A los cinco minutos, era ya una mancha naranja que se expandía a toda velocidad desde las colinas boscosas hacia Pacific Palisades, un área residencial de clase alta densamente poblada y salpicada de mansiones de famosos.
Una espesa y negra columna de humo se inclinaba hacia el Pacífico, borrando de la vista viviendas, palmeras, arena, el icónico muelle de Santa Mónica y su parque de atracciones que, con 10 millones de visitantes anuales, es uno de los grandes focos del turismo de Los Ángeles.
En menos de 24 horas los incendios serían ya cuatro, unos monstruos llamados Palisades, Woodley, Eaton y Hurst que acorralaban la ciudad por distintos frentes, avanzando sin precedentes en zonas urbanas y dejando a su paso escenas dignas del peor infierno imaginado por Hollywood.
Y para la tarde del miércoles otro, bautizado Sunset, empezaría a arder en las colinas de Hollywood, cerca de donde se ubica el famoso cartel.
“Es un momento trágico en nuestra historia, algo nunca antes visto”, le dijo a los periodistas el jefe del Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD), Jim McDonnell, el martes por la noche.
Mientras, los medios locales repetían las imágenes caóticas de las primeras horas de evacuación en Pacific Palisades: un cuello de botella de cinco kilómetros en la principal vía de entrada y salida a la zona, por vecinos que huían despavoridos y bomberos que trataban de acceder.
Maquinaria pesada empujando, amontonando y dejando para el desguace los vehículos que otros residentes habían dejado atrás, obstaculizando el paso a los camiones cisterna.
Gente huyendo a pie, cargando niños y mascotas, y arrastrando maletas, con álbumes de fotos bajo el brazo.
También estaba la resistencia, aquellos que, a pesar de la orden de las autoridades, se negaban a abandonar sus hogares y los defendían —ilusos e imprudentes— de Goliat con sus mangueras desde el jardín.
“Por favor, prioricen su seguridad y el bienestar de quienes les rodean”, tuvo que repetir en una rueda de prensa el jefe de bomberos del condado de Los Ángeles, Anthony Marrone, un mensaje en el que ya habían insistido otros funcionarios, incluido el gobernador Gavin Newsom.
Empezaron a reportar muertos, heridos por quemaduras, más de 1.000 edificaciones destruidas. Los evacuados se contaban ya por decenas de miles.
Algunos, como los residentes de un centro para la tercera edad de Altadena, fueron sacados en sus sillas de ruedas, muchos de ellos confundidos y asustados, para ser reubicados en un lugar seguro.
Mis redes sociales y mi WhatsApp se llenaron de videos con el fuego avanzando por la Autopista de la Costa Pacífica (PCH), la carretera estatal que bordea California a lo largo de cientos de kilómetros.
Por ella regresé el sábado de surfear la icónica ola de Malibú, una de las mejores del mundo cuando las condiciones acompañan.
Observando desde el auto las mansiones suspendidas sobre el océano, volvimos a uno de nuestros comentarios más recurrentes: “Con el cambio climático, en 50 años esas casas no estarán ahí”.
Muchas ya no están. Pero no fue el mar el que se las llevó por delante. Vivienda tras vivienda quedaron reducidas a cenizas, el esqueleto a la vista.
La misma suerte corrió el Reel Inn, restaurante especializado en pescado a pie de carretera y que ocupa un lugar en el corazón de muchos angelinos.
“Tuve varias citas preciosas en el Reel Inn tras un día de playa. Terrible que ya no exista”, escribió en Instagram una antigua compañera.
Y las llamas llegaron a amenazar la Villa Getty, situada también sobre la PCH, réplica de una casa de campo sepultada en el año 79 d.C. por una erupción del Vesubio que el multimillonario petrolero y mecenas J. Paul Getty mandó a construir en los setenta.
Museo y centro de arte, es también conocido por acoger veladas de Hollywood y reuniones políticas de alto nivel.
En contraste a ese glamour, pensé en las autocaravanas aparcadas a la orilla de la carretera que sirven de vivienda a aquellos que no tienen techo y que he visto multiplicarse desde que llegué a Los Ángeles en marzo de 2022.
“Hablé con Jose (el tipo que vive en una RV con su familia) y están bien, lejos de la zona (de Palisades)”, escribió en un story de Instagram un fotógrafo e instructor de surf que recorre cada mañana las playas desde Malibú a Sunset.
“Randy decidió quedarse, pero uno de los centros de comando (de los bomberos) está en el cruce de PCH con Sunset (Boulevard) y espero que lo hagan evacuar”, añadió.
Sin embargo, con varios frentes abiertos, los servicios de emergencia no dan abasto. “Lo estamos haciendo lo mejor posible pero no tenemos suficiente personal”, le reconoció a Los Angeles Times el jefe de bomberos del condado, Anthony Marrone.
El condado de Los Ángeles cuenta con 9.000 efectivos, entre el departamento de bomberos y otras agencias.
Pero apenas pudieron descansar desde mediados de diciembre, cuando un incendio llamado Franklin devoró durante nueve días las colinas de Malibú. Noviembre fue otro mes de apagar fuegos.
Y es que Los Ángeles es particularmente vulnerable a los incendios,ya que los barrios ricos y suburbios se encuentran con la naturaleza y se extienden cual laberinto entre cañones y cadenas montañosas.
Para asistirlos esta vez, departamentos de bomberos de condados vecinos mandaron refuerzos, y Marrone pidió ayuda más allá del estado, llamado al que ya respondieron Nevada, Oregón y Washington.
Mientras, decenas de voluntarios se lanzaron a colaborar.
Iniciaron colectas para aquellos que tuvieron que correr a albergues, para los que se quedaron sin nada, los que sacaron de residencias de ancianos o centros para menores.
Yo seguí revisando cada 10 minutos la página del gobierno estatal que refleja el avance de los incendios a tiempo real en California, especificando daños y marcando zonas de evacuación: en amarillo cuando es sugerida, en rojo cuando es ya obligatoria.
Y viendo la línea de desalojo acercarse a la calle en la que vivo con mi familia, empacamos los enseres básicos en el coche.
Precavidos y para evitar atascos, el miércoles al mediodía dejamos atrás Santa Mónica.
De camino al hotel leí que ya habían empezado el desalojo obligatorio de mi barrio.
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