En su libro sobre cómo romper el ciclo del estrés, Burnout, Emily Nagoski habla de un experimento: tienen a dos ratitas, cada una en una caja.

La primera está tranquila en su caja, cuando de repente, pequeños toques eléctricos aparecen en el piso. Los toques no duelen, pero incomodan, y la ratita comienza a moverse de lugar para escapar de ellos.

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Por más que nada, por más que se mueve, nada ocurre. Ninguna puerta se abre, ninguna salida se vislumbra. Poco a poco, sus niveles de dopamina bajan. La ratita se deja de mover, sólo flota, en un intento de conservar su energía esperando a que una rata ex machina la salve, o algo.

El punto es que aprendió su lección: no vale la pena esforzarse para superar la adversidad.

Pero eso no es todo: si tomas a la segunda ratita, la secas y la pones en la primera caja (la de los toques eléctricos), no intentará hacer nada.

A pesar de los toques eléctricos y de ver la puerta abierta, no se moverá. Su cerebro aprendió que no vale la pena intentar escapar y, por lo tanto, perdió la habilidad de hacerlo. Está indefensa.  

Bienvenidos a la…indefensión aprendida

Este efecto se conoce como indefensión aprendida y se refiere a cuando las circunstancias de nuestro entorno nos enseñan que es mejor actuar con sumisión o de manera pasiva porque reaccionar de otra manera a la adversidad posiblemente nos traiga más fatiga o dolor que resultados positivos.

Como consecuencia, nuestro cuerpo se llena de estrés, experimentamos una baja en dopamina (la hormona de la motivación), lo que dificulta desaprender la indefensión y recuperar la capacidad para actuar. 

Ahora imagina una tercera rata. Sólo que la rata no es una rata, sino es una persona. Y la persona no está en una caja, sino está en una ciudad. Y por la ciudad corre una pandemia potencialmente mortal.

Y durante varios meses, todos los días recibe mensajes contradictorios por parte de medios y de gobierno: que si la pandemia iba a durar pocas semanas y luego no, que si habrá pocos muertos y luego no, que si el cubrebocas sirve pero tampoco tanto, que si este siempre sí ya es el pico de la pandemia versión_final_no_borrar_.docx.

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Y como la segunda ratita, esta es una situación de la que no puede escapar. Nada de lo que haga puede cambiar esta situación.

Peor aún: hacer, que en su caso significa salir de casa, puede ser contraproducente. La persona tiene una sola opción: flotar. Resistir. Y tiene sentido que esa persona, que digamos, no es cualquier persona, sino eres tú o quizás soy yo, entre en una posición de indefensión aprendida. 

¿Qué hacer? “Aceptar que no vamos a ganar”

Se ha repetido muchas veces y se necesita repetir más: el estrés aumentado durante la pandemia y las distintas afecciones a la salud mental que de ahí se derivan son fenómenos completamente normales.

Es un efecto que los profesionales de la salud mental advertimos desde el inicio de la pandemia y que durará durante un tiempo más.

Y poco a poco tendremos que aprender a recuperar nuestra capacidad de respuesta y de acción.

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La pregunta inmediata que sigue después de esto es: ¿qué hacer mientras?

Además de todas las técnicas de manejo de estrés cotidianas e inmediatas que se pueden encontrar en distintos lados, Emily Nagoski sugiere otra, un marco de pensamiento: aceptar que no vamos a ganar.

No hay salida de esta cajita. No hay forma de ganarle a esta pandemia. Podemos afrontarla de distintas formas, claro, y tenemos que apostarle al trabajo colectivo para frenar sus efectos, pero no está en nuestras manos terminarla.

Los beneficios de aceptar que la pandemia terminará cuando tenga que terminar

Contrario a lo que suena, esto es muy liberador. Porque entonces uno ya no sólo flota en la cajita como señal de resignación y reacción automática a la baja de motivación.

Uno decide activamente dejar de luchar contra lo que no va a vencer y se adapta a eso.

Se miden energías, se trazan estrategias de resistencia, se entiende que este juego no está hecho para ganarse y que la mente no está preparada para esta situación.

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El cambio de percepción puede tener tanto impacto en la mente, que Nagoski sugiere que incluso es capaz de aliviar síntomas de estrés. 

Tan obvio como suena: la pandemia terminará cuando termine y, si los pronósticos son acertados, puede que no sea dentro de poco.

Hasta que llegue ese momento nos tocará encontrar formas para vivir el día con día, cobijarnos en los refugios que creamos para sobrellevarla y soportar las nuevas angustias que traerá.

Y como Albert Camus escribió en “La Peste”, el día con día es la única certeza que tenemos:  

En especial, todos nuestros conciudadanos se privaron pronto, incluso en público, de la costumbre que habían adquirido de hacer suposiciones sobre la duración del aislamiento. ¿Por qué? Porque cuando los más pesimistas le habían asignado, por ejemplo, unos seis meses, y cuando habían conseguido agotar de antemano toda la amargura de aquellos seis meses por venir, cuando habían elevado con gran esfuerzo su valor hasta el nivel de esta prueba; puesto en tensión sus últimas fuerzas para no desfallecer en este sufrimiento a través de una larga serie de días, entonces, a lo mejor, un amigo que se encontraba, una noticia dada por un periódico, una sospecha fugitiva o una brusca clarividencia les daba una idea de que, después de todo, no había ninguna razón para que la enfermedad no durase más de seis meses o acaso un año o más todavía.