Como cada 13 de septiembre, en México se conmemora la Batalla de Chapultepec y se recuerda a los Niños Héroes, de quienes nos hicieron aprendernos sus nombres en la primaria.
Estos personajes se han visto rodeados de mitos y hay hasta quienes cuestionan su existencia. Por eso, aquí te dejamos algunos datos curiosos.
Si no te acuerdas de tus clases de historia: de 1846 a 1848 se realizó la Guerra México-Estados Unidos (o intervención estadounidense) en la que se perdió más de la mitad del territorio nacional.
En agosto de 1847 se realizaron varias batallas en la capital mexicana con la finalidad de tomar la ciudad; específicamente en Padierna, Churubusco y Molino del Rey (los días 19 y 20 de agosto y 8 de septiembre, respectivamente).
Uno de los últimos bastiones que defendía el ejército mexicano era el Castillo de Chapultepec, donde en ese entonces había otra sede del Colegio Militar. Ahí se realizaron ataques desde el 12 de septiembre causando estragos en las fuerzas mexicanas.
Se les conoce como Niños Héroes a un grupo de cadetes mexicanos que murieron durante la Batalla de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847.
Con los años, este acontecimiento se iría tergiversando, a veces, con fines nacionalistas y generando un mito histórico con hechos difíciles de comprobar.
A pesar de que en la escuela solo nos enseñan a recordar el nombre de seis Niños Héroes (Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez, Juan de la Barrera, Juan Escutia y Vicente Suárez), la verdad es que eran alrededor de 47 cadetes quienes lucharon ese día.
Estos cadetes habían recibido la orden de Nicolás Bravo de abandonar el Castillo de Chapultepec, pero por decidieron quedarse y defender el lugar.
Y no lo hicieron solos, pues la Secretaría de la Defensa Nacional señala que había alrededor de 800 soldados pertenecientes a diferentes batallones.
Además, llegó el Batallón de San Blas bajo las órdenes del teniente coronel Felipe Santiago Xicoténcatl como apoyo.
Estrategas, valientes y echadas pa’lante: Mujeres de la Independencia que debemos recordar
Aceptamos que “Niños Héroes” suena mejor que “Jóvenes Héroes”, pero entre los datos curiosos es que estos personajes ya no estaban precisamente en su infancia.
A través de un boletín de la UNAM, la doctora Berta Salinas, del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, recuerda que la edad de los seis “niños” era entre los 13 y 20 años.
Francisco Márquez, nacido en Guadalajara, era el más joven con 13 años; Vicente Suárez, de Puebla, tenía 14 años; Agustín Melgar, nativo de Chihuahua, contaba con 18, lo mismo que Fernando Montes de Oca, procedente de la Ciudad de México. Juan de la Barrera y Juan Escutia, de 19 y 20 años, procedían de la capital y de Tepic, respectivamente.
Berta Flores y Carmen Vázquez, del Instituto de Investigaciones Históricas, mencionan que sería Miguel Miramón uno de los primeros personajes en nombrar a esos seis jóvenes que trascendieron a la historia.
Ambas investigadoras señalan que durante un mensaje patriótico con motivo del aniversario de la Independencia, el 16 de septiembre de 1851, Miguel Miramón mencionó a seis de sus compañeros caídos en la Batalla de Chapultepec.
Sin embargo, no sería hasta 1871 cuando esos nombres comenzaron a resonar como héroes nacionales.
Antes y después: Mira cómo se veía Teotihuacan en sus primeras exploraciones
Este dato curiosos de los Niños Héroes va un poco relacionado al anterior. Repetimos que en realidad había alrededor de 47 cadetes en la Batalla de Chapultepec del 13 de septiembre, pero solamente seis murieron y esos fueron los que pasaron a la historia.
Pero la realidad es que todos son “héroes” en el sentido que no era su obligación estar en el Castillo (se les ordenó retirarse) y aún así se quedaron por cuenta propia a defender el lugar.
Entre ellos estaba el cadete Miguel Miramón, quien sobrevivió a la batalla y más tarde se convirtió en uno de los líderes conservadores en la Guerra de Reforma.
En 1859 fue nombrado Presidente de México por el Partido Conservador y en oposición al Presidente liberal Benito Juárez. En ese sentido, es el presidente más joven que ha tenido México.
Sin embargo, más tarde sería considerado traidor al ponerse al servicio de Maximiliano de Habsburgo. Moriría fusilado junto a Maximiliano y Tomás Mejía en el Cerro de las Campanas en Querétaro el 19 de junio de 1867.
En todo lo que se ha dicho de los Niños Héroes, el mito más famoso es la hazaña de Juan Escutia, quien supuestamente se envolvió con la bandera mexicana y se lanzó con ella al vacío para impedir que los estadounidenses se adueñaran de ella como símbolo de su victoria.
Sin embargo, este evento no se puede verificar; no hay evidencia que compruebe que en realidad sucedió. Incluso a través de los años cambió el Niño Héroe protagonista de esta gran proeza.
La UNAM describe que para 1871 la defensa de la bandera estaba asociada a Agustín Melgar. Una década después se decía que quien se había lanzado era Fernando Montes de Oca.
También se ha discutido que Juan Escutia (del que tampoco hay documentos que aseguren que era cadete del Colegio Militar) murió en batalla abatido a tiros.
Lo que sí es un hecho, es que en esa guerra sí hubo figuras que protegieron la bandera mexicana y cuyos casos sí están documentados.
Cecilia Vargas Ramírez, historiadora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), le dijo a BBC Mundo que hay documentos y testimonios que señalan al coronel Santiago Xicoténcatl o al capitán Margarito Zuazo como protagonistas de una hazaña parecida.
“(Xicoténcatl) era teniente coronel del batallón de San Blas y fue de los últimos que quedó defendiendo el castillo frente a compañeros que desertaron para salvar sus vidas”, explica la experta.
Salvador Rueda Smithers, director del Museo Nacional de Historia, explicó durante el webinar “¿Conquistadores en Chapultepec? De guerras y batallas en la historia de nuestro Bosque” lo que pasó con Margarito Zuazo.
Era el 08 de septiembre de 1847 y Margarito Zuazo participaba en la Batalla de Molino del Rey. “(Margarito) toma la bandera del regimiento, se la amarra y se arroja al enemigo. Lo matan pero le hacen el honor por la valentía”, explica.
“Ese es el origen de la leyenda histórica que después se atribuye a uno de los cadetes del Colegio Militar”, finaliza.
Como señala Relatos e historias en México, publicación especializada de Arqueología Mexicana, fue el litógrafo Santiago Hernández quien le dio forma a la leyenda de los Niños Héroes.
Fue en 1871 cuando realizó los primeros retratos de los seis jóvenes que murieron en la Batalla de Chapultepec y que serían replicados en todo el país.
También hizo imágenes muy famosas de Miguel Hidalgo y Josefa Ortiz de Domínguez, entre otros.
Como otro dato más curioso: el mismo Santiago Hernández fue de los cadetes del Colegio Militar que peleó y sobrevivió a la Batalla de Chapultepec.
La hazaña de los Niños Héroes se conmemora oficialmente desde 1881. Sin embargo, su leyenda cobró más fuerza en 1947 cuando presuntamente descubrieron los restos óseos de los Niños Héroes.
Y lo decimos así porque este evento fue y sigue siendo cuestionado por expertos.
Resulta y resalta que ese año el presidente estadounidense Harry Truman visitó México para depositar una ofrenda a los caídos en aquella batalla. Durante el evento, soltó una frase que para nada fue del agrado de México: “Un siglo de rencores se borra con un minuto de silencio”.
Casualmente ese malestar popular se apagó cuando se dio a conocer que se habían encontrado seis osamentas en la ladera del cerro de Chapultepec y fueron atribuidas a los Niños Héroes.
Carmen Vázquez Mantecón, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, dice que en realidad no se sabe qué fue de los llamados “Niños Héroes” tras la batalla y que “seguramente muchos cuerpos fueron a dar a la fosa común”.
El historiador mexicano Ricardo Rivas le dijo a BBC Mundo que para él esto “fue una farsa de Miguel Alemán (presidente mexicano en aquella época) para dar mayor relevancia a los hechos”.
El chiste es que tras ese gran descubrimiento se ordenó la construcción del imponente Altar a la Patria que fue inaugurado el el 27 de septiembre de 1952. Se conforma por seis columnas de mármol que representan a los Niños Héroes.
El monumento es también un mausoleo pues ahí supuestamente se encuentran los restos de los Niños Héroes junto con los del general Felipe Santiago Xicoténcatl.
Justo en el Altar a la Patria en el Bosque de Chapultepec es donde prácticamente cada año se realiza una ceremonia conmemorativa de la Gesta Heroica de los Niños Héroes de Chapultepec. En ella participan el presidente o presidenta de la República, así como integrantes de la Secretario de la Defensa Nacional y la Secretaría de Marina.
La verdad es que ya se habían tardado con llevar esta (presunta) tremenda hazaña a la pantalla grande. Fue apenas en 2023 cuando se lanzó la película Héroes, dirigida por Ricardo Arnaiz, más conocido por toda su franquicia de películas animadas de Las Leyendas.
Tal cual sigue la historia de un grupo de estudiantes del Colegio Militar de Chapultepec que en 1847 tratan de sobrevivir una noche en la que, después de ser bombardeados sin piedad, son invadidos por el ejército de los Estados Unidos.
Aunque la película salió en cines en 2023, actualmente no se encuentra en ningún servicio de streaming.
Shanklin habló con BBC Mundo sobre la historia de perseverancia detrás del histórico hallazgo, los secretos del éxito del Protocolo de Montreal y qué debemos aprender de ese acuerdo para enfrentar el cambio climático.
Hace 40 años tres científicos británicos hicieron un anuncio que causó alarma a nivel mundial.
Habían detectado un agujero en la capa de ozono, el manto que protege a la Tierra de la radiación más dañina del sol y sin el cual no sería posible la vida tal como la conocemos en nuestro planeta.
El estudio se publicó el 1 de mayo de 1985 en la revista Nature y sus autores fueron Jonathan Shanklin, Joe Farman y Brian Gardiner, investigadores del Instituto Antártico Británico (BAS, por su nombre en inglés).
Años antes, en la década del 70, dos químicos y luego Premios Nobel, Mario Molina, de México, y Sherwood Rowland, de Estados Unidos, habían advertido del impacto dañino sobre el ozono de compuestos llamados clorofluorocarbonos o CFC, usados entonces ampliamente en refrigeradores, aires acondicionados y aerosoles, entre otros productos cotidianos.
Pero fue el hallazgo del agujero en la capa de ozono lo que dio impulso a los gobiernos a actuar. Y lo hicieron muy rápido.
En 1987 se prohibió el uso de los CFC en el que muchos consideran el tratado ambiental más exitoso, el Protocolo de Montreal, el primer acuerdo en la historia de la ONU ratificado por todos los países miembros.
Jonathan Shanklin estaba entonces en los inicios de su carrera. Cuatro décadas tras su descubrimiento, habló con BBC Mundo sobre la historia de perseverancia detrás del hallazgo, los secretos del éxito del Protocolo de Montreal y qué debemos aprender de ese acuerdo para enfrentar el cambio climático.
Mira: ¿Qué es la ‘ecoansiedad’ y cómo podemos manejarla? Recomendaciones para promover la acción climática
Antes de ir atrás en la historia y a efectos de comprender el enorme impacto de su descubrimiento, ¿qué es la capa de ozono y por qué este gas es tan crucial?
La capa de ozono es una capa alta en la atmósfera, entre 12 y 30 a 40 km por encima de nosotros. Su función es actuar como una especie de manta protectora: impide que las longitudes de onda más cortas de luz ultravioleta del sol lleguen a la superficie.
Si empezáramos a destruir la capa de ozono en todo el planeta causaríamos un gran daño a la vida en la superficie. Los microorganismos podrían tener graves daños genéticos. En algunas plantas se podría blanquear la clorofila, perjudicando su crecimiento. Los seres humanos podríamos sufrir ceguera de la nieve, donde la mera intensidad de la luz daña la vista. Y en la piel se puede provocar cáncer.
Si sufres una quemadura solar grave cuando eres joven puedes recuperarte con bastante rapidez. Pero eso puede predisponerte a padecer cáncer de piel más adelante en la vida, por lo que siempre es bueno proteger a los niños.
Volvamos a 1977. Usted tenía 23 años y acababa de graduarse en física de la Universidad de Cambridge cuando vio un anuncio del Instituto Antártico Británico que decía: “Se busca físico con interés en meteorología y conocimientos de programación”. ¿Cuál era su trabajo en el BAS?
Cuando vi este anuncio tenía un interés de aficionado en meteorología, ya que hacía mediciones de precipitaciones y temperaturas en casa. Y en la universidad hice un curso de programación.
Mi trabajo tenía tres componentes. Uno era analizar los datos de radiación solar que medíamos en nuestras estaciones antárticas y detectar errores.
Otro era verificar la consistencia de las observaciones meteorológicas realizadas en la Antártida.
Y el tercer componente tenía que ver con los datos de ozono registrados en la Antártida con un instrumento llamado espectrofotómetro de ozono Dobson, que es prácticamente manual: todo se anotaba a mano en hojas de papel que se enviaban a Cambridge una vez al año.
Mi trabajo inicial fue comprobar que todo se registrara correctamente en la computadora y luego crear programas que hicieran todos los cálculos para convertir los datos del instrumento Dobson en mediciones de ozono, además de calibrar los instrumentos.
¿Qué expectativas tenía cuando comenzó a examinar los datos de ozono y compararlos con los de la década anterior?
En aquel entonces había mucha preocupación por la posibilidad de que los gases de escape de los aviones supersónicos Concorde o los gases de los aerosoles destruyeran la capa de ozono.
Y yo, siendo un científico joven e ingenuo pensaba: “¡Qué tontería! Tengo un montón de registros de ozono para comprobar lo contrario”.
Por esos días teníamos una jornada de puertas abiertas en el BAS para mostrar al púbico nuestro trabajo y pensé: “Voy a hacer un gráfico con los datos de este año y los que había registrado mi jefe, Joe Farman, hacía 10 años. Los valores serán los mismos y no tendremos que preocuparnos por nada”.
El problema, por supuesto, fue que los datos no eran los mismos.
¿Qué significaban los datos? ¿Qué descubrió?
Lo primero que vi al compilar estos gráficos fue que los valores de ozono en primavera en la Antártida eran mucho más bajos que 10 años antes.
Pero Joe señaló: “Como dice un proverbio inglés: una golondrina no hace verano”. Y dijo que necesitábamos más registros, que el año que viene sería completamente diferente.
Pero al año siguiente no fue completamente diferente. Mientras tanto yo revisé todos los datos y pude demostrar que se trataba de una tendencia sistemática a la baja desde que Joe completó sus registros hasta ese entonces, en 1984.
Una vez que tuvimos evidencia clara de que era algo sistemático, era improbable que se tratara de un error instrumental o en mis cálculos. Debía ser algo que estaba sucediendo en la atmósfera.
Y lo que estaba sucediendo en la atmósfera era que había cada vez más clorofluorocarbonos procedentes de aerosoles, de sistemas de refrigeración, del relleno de espuma de los tapizados, etc., y estaban alcanzando en grandes cantidades la atmósfera.
¿Por qué el agujero en la capa de ozono fue detectado sobre la Antártida?
Los clorofluorocarbonos se producían sobre todo en el hemisferio norte. Sin embargo, la difusión de gases a través de la atmósfera es bastante rápida por lo que en pocos años lo que se libera a nivel del suelo en el hemisferio norte llega a la atmósfera superior de la Antártida. Y el problema era, en particular, el cloro de estos clorofluorocarbonos.
La razón por la que veíamos el agujero en la Antártida era que durante el invierno antártico el centro de la capa de ozono se enfría mucho, lo suficiente como para que se formen nubes en el medio.
Y es en la superficie de esas nubes donde se producen las reacciones químicas que convierten el cloro de los clorofluorocarbonos en una forma activa. De esta manera, cuando el sol regresa en la primavera antártica, las reacciones fotocatalíticas (reacciones que involucran la luz solar) destruyen el ozono muy rápidamente, a una tasa de aproximadamente un 1% al día.
Usted ha señalado que en 1984 la capa de ozono sobre la estación británica antártica Halley tenía solo dos tercios del espesor de la década anterior…
Así es. Parecía asombroso que pudiéramos cambiar nuestra atmósfera tan rápidamente. Es una de las lecciones que deberíamos haber aprendido del descubrimiento, pero me temo que probablemente no se haya aprendido: que la acción humana puede generar muy rápido una diferencia en la habitabilidad de nuestro planeta.
El Protocolo de Montreal adoptó el principio de la precaución y se prohibió la liberación a la atmósfera de gases que pudieran dañar la capa de ozono.
Hoy debemos adoptar ese mismo principio con el dióxido de carbono y el metano para asegurarnos de no dañar demasiado nuestro clima, porque vamos camino a tener un clima muy dañino que hará mucho más difícil que la gente viva en la superficie de la Tierra.
¿Por qué fue tan exitoso el Protocolo de Montreal y se adoptó tan rápido?
Una combinación de circunstancias afortunadas permitió que se actuara con rapidez.
La primera fue que a alguien se le ocurrió usar el término “agujero”. No creo que se haya demostrado históricamente quién fue, pero los agujeros, por supuesto, son malas noticias. Si hay uno en la calle hay que repararlo. Si existe un agujero en la capa de ozono hay que hacer algo.
Otro factor fue que con el aumento de la radiación ultravioleta que llega a la superficie aumenta el riesgo de cáncer de piel. Es un grave problema de salud pública y la población exigía que se resolviera.
Además, los fabricantes de clorofluorocarbonos estaban encantados de cambiar a un producto alternativo porque podían obtener más ganancias.
Y finalmente, otro factor que marcó una gran diferencia fue que la primera ministra británica, Margaret Thatcher, era una líder mundial muy respetada. Ella se había graduado en química en la universidad y comprendía la ciencia detrás del descubrimiento. Pudo explicarla a otros líderes mundiales y lograr que coincidieran en que era necesario actuar de inmediato.
Una vez que se alcanzó una masa crítica, prácticamente todos los gobiernos del mundo se vieron obligados a firmar el Protocolo. Y eso lo ha convertido en el tratado más exitoso de la ONU: todos sus estados miembros lo firmaron.
El Protocolo también estipuló una revisión cada cuatro años; la próxima será en 2026. ¿Por qué esto resultó visionario?
El Protocolo de Montreal estaba muy bien diseñado. Existe un ciclo regular de revisión de lo que la ciencia nos dice.
Y, por ejemplo, uno de los posibles cambios en la próxima revisión podría ser el análisis de los lanzamientos de satélites y su reingreso a la atmósfera. Porque se produce una lluvia de óxido de aluminio y esto podría proporcionar un nuevo sustrato para reacciones con el cloro.
La ciencia aún es ambigua al respecto, pero es claramente algo que debe analizarse en la próxima revisión.
Si se demuestra que estos satélites debido a su combustión en la atmósfera están destruyendo la capa de ozono, esa será una decisión muy difícil para los políticos, ya que hay mucho dinero en la industria de los satélites. Sin embargo, si destruyen la capa de ozono esto será un gran problema.
Usted ha insistido en la importancia del monitoreo continuo de la capa de ozono, que según la NASA podría recuperarse totalmente recién en 2066…
Hoy enfrentamos tantos problemas ambientales. Sigue existiendo la cuestión de la capa de ozono. Existe el cambio climático, existe la pérdida de biodiversidad en todo el planeta. Existe el plástico en nuestros océanos, la degradación del suelo.
En realidad, dondequiera que miremos estamos dañando aspectos de nuestro medio ambiente. Y aun así, seguimos adelante. Necesitamos contar con un sistema de monitoreo.
Además, debido a la estabilidad de los clorofluorocarbonos, es probable que los tengamos en cantidad suficiente en la atmósfera durante unos 50 años más, lo que les permitirá seguir causando agujeros en la capa de ozono sobre la Antártida.
En un artículo que escribió para la revista Nature cuando se cumplieron 25 años de su descubrimiento, usted decía: “Mi verdadera contribución fue mi perseverancia en analizar los datos”. Quería preguntarle sobre ese compromiso personal, su persistencia.
Soy de esas personas que, una vez que le hinco el diente a algo, no lo largo. Como el perro con el hueso. Una vez que creo haber descubierto algo, aunque los expertos digan “no te preocupes por eso”, yo sigo adelante.
Además, nuestro grupo científico era bastante pequeño y estaba aislado. No interactuábamos mucho con la comunidad internacional del ozono y eso fue una ventaja. Es más probable descubrir algo si se aborda el tema con una mente abierta.
Cuando hicimos el descubrimiento, el consenso era que si el cloro de los CFC iba a afectar la capa de ozono, esto se vería primero a gran altitud sobre los trópicos. Así que la Antártida no era un lugar donde se suponía que debíamos buscar.
Pero yo no sabía eso. Y estaba absolutamente convencido de haber hecho mis cálculos correctamente. Así que no iba a aceptar un “no” por respuesta.
Seguí insistiendo con Joe y Brian, y cuando les puse sobre la mesa un gráfico que demostraba que la reducción en el ozono era algo sistemático -un gráfico que dibujé a mano sin ordenador, solo con papel, lápiz y un poco de tinta-, y pude trazar una línea recta a través de todos los puntos de datos, en ese momento se dieron cuenta.
También ha hablado del azar en la ciencia.
Creo que si yo no hubiera insistido, otros grupos habrían hecho el descubrimiento.
Yo les había escrito a dos de los grupos en Estados Unidos que realizaban mediciones de ozono para ver si sus registros obtenidos con globos o satélites concordaban con nuestros datos.
Afortunadamente la gente de los globos me dijo: “Dejamos de hacer eso por el momento”, y la gente de los satélites ni siquiera se molestó en responder.
Sin lugar a dudas, si hubieran mirado los datos, habrían hecho el descubrimiento. Así que fue un ejemplo de azar en la ciencia: una combinación de circunstancias que permite que un grupo haga un descubrimiento que podría haberse hecho antes.
Su hallazgo no solo tuvo un gran impacto en la capa de ozono sino en la temperatura del planeta. El Protocolo ayudó a evitar entre un 0,5 y 1°C de calentamiento adicional para fin de siglo, según estima un reciente estudio ¿Podría explicar la relación entre los CFC y el cambio climático?
Los clorofluorocarbonos son gases de efecto invernadero que pueden absorber la energía solar en ciertas longitudes de onda, lo que provoca un calentamiento de la superficie y un enfriamiento en capas superiores.
Los sustitutos de los CFC también son gases de efecto invernadero, pero su permanencia en la atmósfera es menor. Esa es una gran diferencia.
Los gobiernos actuaron rápidamente con el Protocolo de Montreal. Pero en el caso del cambio climático, a pesar de todas las cumbres anuales, las emisiones de CO2 siguen creciendo. Y en EE. UU., por ejemplo, el gobierno busca acelerar la explotación de combustibles fósiles. ¿Cuál sería su mensaje a los tomadores de decisión?
Creo que deben ser más altruistas. Deben pensar en los demás, no en sí mismos. Uno de los problemas actuales es que, en muchos países los líderes solo se interesan por su círculo cercano de colaboradores; si algo es bueno para ese grupo, lo harán. Si es malo, no.
La extracción de petróleo en Estados Unidos se considera beneficiosa para muchos de los colaboradores del presidente Trump. Pero para los más pobres del mundo no es tan buena.
Debemos considerar tanto a los pobres como a los ricos, y en muchos casos son los ricos los que tienen voz, pero actúan para sí mismos.
El Protocolo de Montreal habrá evitado hasta 2030 dos millones de casos de cáncer de piel por año, según estima un estudio. ¿Qué siente hoy, 40 años después, al pensar en su enorme contribución al planeta y a la humanidad?
Debo confesar que en el momento del descubrimiento pensé que se trataba solo de una faceta desconocida de la ciencia antártica que probablemente no interesaría a mucha gente.
Por eso me sorprende que sea uno de los momentos clave de la ciencia ambiental, con un impacto tan abrumador que prácticamente todo el mundo en el planeta ha oído hablar del agujero en la capa de ozono.
Y mi tristeza radica en que no se está adoptando el mismo enfoque con respecto a los demás temas ambientales.
Todos están comprometidos con el crecimiento económico, o lo que ellos describen como crecimiento económico, y ese crecimiento es exponencial. Cada año debe haber un 2% más de PIB que el año anterior y eso solo se puede lograr si hay recursos ilimitados. Pero tenemos un solo planeta: los recursos son muy limitados y los estamos agotando a un ritmo insostenible.
Necesitamos realmente cambiar ese modelo económico para que sea sostenible.
Veo el futuro bastante sombrío en este momento porque no miramos a largo plazo. Solo miramos al mañana en lugar de a una, cinco o diez décadas más adelante.
Necesitamos adoptar esa perspectiva a largo plazo. De lo contrario, no habrá un planeta que gestionar.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.
Utilizamos cookies propias y de terceros para personalizar y mejorar el uso y la experiencia de nuestros usuarios en nuestro sitio web.