Un amigo me cuenta que era domingo y que se iba a bañar con su pareja. Para este punto, llevaban algunos meses sin tener sexo. Nada que les preocupe, pero tampoco que les encante. No es que les falte tiempo de estar juntos, porque eso se les da con facilidad: rara es la noche que pasan sin ver una serie abrazados en su sillón, raro es el fin de semana que no salen juntos a algún restaurante o fiesta. No, el tiempo que no encuentran es el tiempo específico para el sexo y por eso decidieron hacer ese pequeño ritual. Empiezan, se desnudan, se relajan, se masajean el cuerpo, se calientan, se besan, se prenden. Todo va bien. Deciden salir de la regadera y secarse el cuerpo apenas lo suficiente como para no empapar la cama. Por fin, después de un buen rato, va a suceder.
Y en eso, en el momento que se acuestan en la cama, un golpe de cansancio atravesó sus cuerpos. Antes de darse cuenta se quedaron dormidos. Abrazados, sí; desnudos, sí. Pero dormidos.
La vida cotidiana, con todas sus virtudes, tiene una cualidad un poco complicada: una vez que te acomodas en ella, es difícil hacerle cancha a las cosas extraordinarias.
Cuando inicia una relación, la emoción que viene de la novedad nos ayuda a estirar nuestros límites con tal de compartir nuestro tiempo con la otra persona: sí, vayamos al cine aunque esté cansadísimo; sí, salgamos de viaje aunque no tenga tanta energía; sí, tengamos sexo toda la noche aunque me desvele mañana para el trabajo.
Conforme pasa el tiempo y la cotidianidad va tomando su lugar, esa emoción inicial se desvanece y, con ella, la gasolina que nos daba.
Esto, además, incrementa en ciertas circunstancias. Cuando era un adolescente caliente 24/7, soñaba con ser adulto y tener mi propio departamento para hacer lo que quisiera. En mi ingenuidad incluso pensaba que vivir con una pareja sería increíble porque podríamos tener sexo a cualquier hora del día, todos los días.
Nada más lejos de la realidad. Lo que en ese momento no sabía y ahora voy descubriendo es que no es así: para tener ese departamento hay que trabajar gran parte del día (muchas veces más horas de las que a uno le gustaría). Y hay que administrar ese hogar. Y hay que cuidar el cuerpo para que no se enferme y gastar tiempo cocinando, lavando trastes, haciendo ejercicio, durmiendo bien.
También hay que cuidar la vida social, porque mantener amistades en la adultez es su propio reto. Y en medio, quizás unas chispitas de depresión, un aderezo de gastritis, un postrecito de alergia, un tecito de efectos secundarios de las pastillas para la ansiedad. Yo no tengo hijos, pero quien los tenga sabrá todo lo que viene si además le sumamos eso.
No sólo hace naturalmente difícil que el deseo espontáneo surja, en medida de que la novedad suele ser el alimento más grande de la calentura, sino además, también hace difícil encontrar momentos o espacios para hacer nacer ese deseo de una manera más planeada.
Quiero creer que no he sido el único que ha estado en esta situación: estoy caliente y se me presentan dos opciones, a) tener sexo con mi pareja, b) ver una serie en el sillón y dormir temprano. Mi cuerpo pide una. Mi cansancio elige otra. A veces elijo la del cuerpo, pero casi siempre me voy por la del cansancio.
¿Qué hacer con este dilema? ¿Qué podemos hacer con la cotidianidad y sus cansancios y encontrar formas de darle espacio al sexo (si así lo queremos)?
No es lo mismo tener sexo a los 20 años que a los 30 que a los 50. No es lo mismo hacerlo antes de tener hijos que después. No es lo mismo la facilidad para excitarse del enamoramiento a la imposición del sexo en la rutina de la vida cotidiana. Las relaciones cambian conforme pasa el tiempo y uno de esos movimientos suele ser en el sexo.
Quizás la parte más difícil de lidiar con la falta de sexo en una relación de largo plazo tenga que ver con ajustar esa expectativa y resistir la tentación de compararse con las glorias del pasado.
Sí: quizás cuando iniciaban no podían quitarse las manos de encima y quizás uno sería capaz de darlo todo por regresar a ese momento en vez de preguntarse pero qué nos pasó. Muchas veces, lo que pasó es, simplemente, la cotidianidad y hay que entenderlo de esa manera.
Quizás, realistamente, lo que pueden esperar de su relación es tener sexo una vez a la semana, una cada dos, una cada mes o una cada más tiempo. O quizás no va a ser algo tan fijo y habrán periodos de sequía y de abundancia, dependiendo de circunstancias ajenas a ustedes.
O quizás se trata de mover la mirada y dejar de pensar en frecuencia y enfocarse más en calidad. Sea lo que sea, hay que ajustar lo que esperamos para que esa idea que sólo existe en nuestra cabeza no pinte de un color injusto lo que tenemos enfrente.
Que no todas las personas tengamos el mismo nivel de deseo ya es algo que se comienza a saber más y más, pero a eso falta agregarle otra cosa: no todas las personas respondemos de la misma manera al estrés, al cansancio, a la enfermedad, a la tristeza.
Para algunas personas, la respuesta que van a tener ante esas circunstancias será querer relajarse, calmarse o consolarse con sexo. Para otras, las experiencias negativas sólo les van a causar ganas de alejarse. Entender cuál eres tú, puede servir mucho para saber qué hacer.
Una manera de entender esto es a través del “Modelo de control dual de la respuesta sexual humana”. Puedes leer más sobre esto por aquí.
Hace tiempo, un conocido me dijo que estaba muy frustrado porque llevaba mucho tiempo sin tener sexo con su pareja. Ella también quería. Hablaron de ir al sexólogo, de ir a moteles, de comprar juguetes, de probar una experiencia swinger. Nada pasó, porque no había energía para nada más que una conversación.
Luego, un día, varios meses después y aparentemente de la nada, su novia llegó muy caliente. Después de tener sexo, mi conocido le preguntó, ¿qué pasó? Lo pensaron un poco y llegaron a una conclusión: la madre de ella había estado en un proceso de enfermedad fuerte y pocos días atrás, la habían dado de alta. La angustia que le provocaba esa enfermedad le había bajado el deseo sin notarlo. Una vez que desapareció ese “freno”, el deseo regresó.
Una vez que entiendes cuáles son las circunstancias que te prenden y que te apagan, lo que sigue es intentar quitar los frenos.
No siempre es sencillo porque muchas veces los frenos pueden ser estreses que no puedan ser removidos fácilmente, pero se pueden buscar experiencias o circunstancias en las cuales no estén tan presentes. Lo cual me lleva al siguiente punto…
Hay un motivo por el cual los moteles persisten: son espacios en donde TODO invita al sexo.
Incluso si su estética particular no te encanta, todo está ahí: la cama enorme, los muebles ergonómicos, los espejos, las regaderas. No se puede hacer mucho en un motel aparte de coger, platicar y comer.
En cambio, nuestras habitaciones son espacios multiusos: ahí se duerme, se trabaja, se llora, se piensa, se cuida, se pasa la enfermedad, se pasa el tiempo. Y sí, a veces, ahí también se coge, pero la rutina, arrolladora como es, nos arrastra a hacer cualquier otra cosa antes que dedicarle un tiempo profundo y atento al placer (¿cuántas veces no estamos acostades en nuestra cama, buscando relajarnos, para descubrirnos pensando en todas las cosas que podríamos estar haciendo mejor en ese momento?).
Uso al motel y a las habitaciones como ejemplos, pero en realidad, esto aplica para cualquier contexto que fomente o frene el erotismo. Si el contexto es así de importante, algo que podemos hacer es buscar cambiarlo de alguna manera para que invite al deseo.
Una pregunta útil es: ¿En qué momentos te sueles sentir sexy, deseable, deseante? ¿Es durante una cena romántica? ¿Es después de hacer ejercicio intenso? ¿Es bailando? ¿Es durante un masaje? Y, sobre todo, ¿es posible hacerte un espacio de tiempo en el que puedas, primero, acercarte a una circunstancia que te haga sentir bien y, después, buscar un encuentro sexual en vez de intentar forzar el segundo sin lo primero?
Existirán ocasiones en las que la falta de deseo (o la falta de iniciativa para buscar espacios para el deseo) no se deberá necesariamente a falta de oportunidades, tiempo o energía sino a algún tipo de “bloqueo emocional”, como podría ser algún rencor guardado que “quita” las ganas de conexión.
Habrá otras ocasiones en que la falta de deseo podría venir por una desmotivación general con la relación, una que no puede ser expresada por otros lados por miedo a reconocerla, pero que se acabará filtrando ahí donde no se puede fingir.
En otras ocasiones, la falta de deseo no tendrá nada que ver con nuestra relación sino con algún otro aspecto de nuestra vida, pero se manifestará en la relación debido a cómo la pensamos.
Pongamos a una persona en una situación de estrés muy alto. ¿Su relación es un lugar seguro para relajarse? Puede que no experimente mucho deseo ahí donde encuentra un espacio seguro para relajarse. ¿Su relación es un lugar inseguro e inestable? Puede que no experimente mucho deseo porque no puede relajarse lo suficiente. Ambas opciones pueden ser posibles porque las emociones son así de flexibles y se trata de ver, caso por caso, qué es lo que podría estar sucediendo.
El punto es: lo que esté sucediendo en la relación impactará en el deseo y, en ocasiones, el deseo es el lugar donde se suelen expresar las tensiones que se viven en otros lados de la vida.
El deseo (en personas alosexuales), como todas las cosas de la vida, es cíclico.
Tiene picos, tiene valles, y en medio de eso están todas nuestras experiencias de vida: nuestros hábitos, nuestros duelos, nuestras metas cumplidas, nuestros sueños frustrados, nuestros traumas, nuestras alegrías, nuestros amores.
Lo más importante para volver a darle lugar al deseo sexual en nuestras vidas, cuando se ha ido, es tener paciencia para poder reencontrarnos con aquello que necesitamos para que regrese. No es algo que podemos imponer, pero sí incentivar a su aparición. Y como los frutos dulces de un árbol, el deseo sólo puede florecer con el tiempo.
Imagina que se libra una batalla en la sala de juntas de una empresa multimillonaria que desarrolla una tecnología futurista potencialmente capaz de salvar o destruir el mundo.
Su director ejecutivo, que cuenta con el apoyo de los líderes mundiales, es derrocado por directivos de alto nivel que se vuelven contra él, provocando una reacción del resto de la empresa que exige despedirlos a ellos.
No es el guion de una serie de Netflix, sino los últimos días en OpenAI.
Periodistas, inversores y aficionados a la tecnología han estado observando los acontecimientos como si de una producción de ficción se tratara, aunque las opiniones difieren sobre si sería un thriller o una comedia.
La batalla en la cúspide de OpenAI, la empresa creadora del chatbot de inteligencia artificial ChatGPT, comenzó repentinamente el pasado viernes, cuando la junta directiva anunció el despido del cofundador y director ejecutivo Sam Altman.
En una publicación en un blog, la junta acusó a Altman de no ser “consistentemente sincero en sus comunicaciones” y alegó que, como resultado, había “perdido confianza” en su liderazgo.
Sólo hay seis personas en esa junta y dos de ellos eran Sam Altman y otro cofundador, Greg Brockman, quien renunció después de que el primero fuera despedido.
Cuatro figuras muy cercanas a Altman y la empresa entraron de inmediato en acción, tomando por sorpresa a toda la comunidad tecnológica, incluidos –supuestamente– sus propios inversores.
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Elon Musk, también cofundador de OpenAI, escribió en X (antes Twitter) que estaba “muy preocupado”.
Ilya Sutskever, el científico jefe de la empresa, era miembro de esa junta y escribió que “no tomaría medidas tan drásticas a menos que lo considerara absolutamente necesario”.
Ahora Sutskever ha expresado su pesar por la decisión y es uno de los muchos firmantes de una explosiva carta dirigida a la junta directiva, en la que piden el regreso de Altman y Brockman y amenazan con abandonar OpenAI si esto no sucede.
Entonces, ¿qué fue lo que desató esta rápida bola de nieve? En realidad aún no lo sabemos, pero se barajan algunas opciones.
Hay informes de que Altman consideraba algunos proyectos de hardware, como la financiación y el desarrollo de un chip de IA, lo que supondría una dirección bastante diferente en OpenAI. ¿Había asumido algunos compromisos de los que la junta no estaba al tanto?
¿O podría reducirse a una fuente de conflicto muy antigua y muy humana, como el dinero?
En una nota interna cuyo contenido se difundió ampliamente, la junta dejó claro que no acusaba a Altman de “malversación financiera”.
Pero sabemos que OpenAI se fundó como una organización sin fines de lucro; es decir, una empresa que no pretende ganar dinero. Recibe suficientes ingresos para cubrir sus propios costos de funcionamiento y cualquier exceso se reinvierte en el negocio. La mayoría de las organizaciones benéficas son sin fines de lucro.
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En 2019 se estableció una nueva rama de la compañía que sí buscaba obtener beneficios. La firma expuso cómo coexistirían las dos. La parte sin fines de lucro lideraría a la que obtuviera ganancias y se impondría un límite a los rendimientos que los inversores pudieran obtener.
No todo el mundo estaba contento con esto y se dijo que fue una razón fundamental tras la decisión de Elon Musk de abandonar la corporación.
OpenAI, sin embargo, se encuentra ahora en la circunstancia favorable de valer una enorme cantidad de dinero.
Según informes, una venta de acciones de empleados que no se llegó a materializar esta semana fue valorada en $86 mil millones de dólares.
¿Podría haber presiones para dar más poder a la parte lucrativa del negocio?
OpenAI está detrás de la inteligencia artificial general (AGI por sus siglas en inglés). Todavía no existe y es fuente de preocupación y asombro.
Es básicamente la idea de que algún día habrá herramientas de inteligencia artificial que puedan realizar una serie de tareas tan bien o mejor que los humanos (es decir, nosotros) en la actualidad.
La AGI tiene el potencial de cambiar toda la forma en que hacemos las cosas. Empleos, dinero, educación… todo eso queda en el aire cuando las máquinas pueden hacer cosas. Es, o será, un fenómeno increíblemente poderoso.
¿Está OpenAI más cerca de eso de lo que creemos? ¿Lo sabe Altman? En un discurso muy reciente, afirmó que lo que vendría el próximo año haría que el actual bot ChatGPT pareciera como “un familiar extravagante”.
Creo que eso es menos probable. Emmett Shear, el nuevo director ejecutivo interino de OpenAI, publicó en X que “la junta no destituyó a Sam por un desacuerdo específico sobre seguridad“.
También anunció que habrá una investigación sobre lo sucedido.
Pero Microsoft, el mayor inversor de OpenAI, ha decidido no arriesgarse a que Altman se lleve esta tecnología a otra parte.
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Anunció que el emprendedor se unirá al gigante tecnológico con sede en Seattle para liderar un equipo de investigación de IA aún por conformar. Su cofundador Greg Brockman lo acompañará y, a juzgar por la cantidad de empleados que publicaban hoy en X, parece que también se llevará a algunos de los mejores talentos de OpenAI.
Al parecer, Microsoft está dispuesto a igualar el salario de cualquier empleado de OpenAI que desee dejar la empresa.
Muchos miembros del personal de OpenAI compartían la misma publicación en X, que dice: “OpenAI no es nada sin su gente”.
¿Es eso una advertencia para Shear de que va a tener que contratar personal nuevo? Un compañero de la BBC que estaba frente a la sede de OpenAI me dijo el lunes que a las 09:30 en San Francisco no se veía llegar gente a trabajar.
O, ¿quizá es simplemente un recordatorio de que, a pesar de que esta corporación trabaja en una forma de tecnología que está reconfigurando el mundo, se trata en el fondo de un drama muy humano?
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