Prepara el gel, el glitter y las coreografías porque ya llegan los 90s junto a Technoboys, la nueva película de Luis Gerardo Méndez sobre el gran regreso de una boyband mexicana.
Para ahondar más en este esperado estreno platicamos con Daniela Vega, que en esta comedia ácida interpreta a Charlize.
Sororidad y abuso laboral: Así es ‘Chica de fábrica’, el corto con Yalitza Aparicio nominado al Ariel
Siendo una mezcla como de Magneto y Moenia, esta banda de cinco integrantes mexicana fue un éxito en su momento. Sin embargo, se separaron, el mundo cambió y las tendencias tambié.
Pero nada de eso detendrá a Alan, el ex vocalista, de reunir a la banda para un regreso y un desesperado intento de reconquistar a Melena, la reina del pop latino.
Luego de pasar por papeles más serios y dramáticos como en Una mujer fantástica (que ganó el Oscar) o La Jauría, podría parecer extraño ver a Daniela Vega en una comedia ácida como esta.
Sin embargo, la actriz chilena comentó a Animal MX que una de las razones para unirse al reparto de Technoboys fue que quería hacer una comedia, pero no cualquiera, sino que “estaba buscando que tuviese un contenido interesante y que propusiera pensar la risa“.
Ah caray, ¿y eso cómo es? Te damos un poco de contexto: Technoboys es una banda que ha estado lejos de los escenarios por alrededor de dos décadas.
Cuando regresan, se enfrentan con la “compleja” tarea de sobrevivir al mundo actual que ahora habla libremente de género y sexualidad, donde la inclusión intenta estar en todos lados y donde la “cultura de la cancelación” está en todos lados.
Sin darte spoilers, Alan es el clásico chavorruco que nada más no entiende por qué no se le debe llamar “inválido” a una persona que está en silla de ruedas. O que no tiene ni idea de por qué es necesario usar el lenguaje incluyente.
Daniela Vega reconoce que hasta para ella misma había varios momentos donde se reía de algún diálogo o situación, pero inmediatamente le caía la pregunta de “¿me estoy riendo DE esto o me estoy riendo CON esto?”.
“Siento que el humor ahora ha evolucionado muy favorablemente”, comenta Daniela Vega a Animal MX.
“Ahí hay un cambio interesante porque antes el humor era como una especie de dardo que apuntaba hacia alguien y era reírse de ese alguien”, apunta.
Daniela Vega se siente mucho más cercana a su personaje por la enorme relación que tiene con la música. “Es un ejercicio nostálgico, claramente, pero al mismo tiempo podría contar que la música para mí es un hilo conductor“, explica en entrevista.
A lo largo de su vida, la actriz también tuvo una formación como cantante lírica, entonces la música siempre ha estado con ella. “Es como una especie de libro que se va acumulando, que se va llenando en un espacio y puedo yo recurrir a toda esa música en algún momento”.
Además, menciona que en la actualidad todavía es muy recurrente que escuche música de los 90s e inicios de los 2000s. Haciendo esta película reafirmó que es interesante que muchas de las raíces de la música actual o en tendencia tiene sus raíces en la música de décadas pasadas.
Como dato curioso: el soundtrack de Technoboys trae rolas de Fey, OV7, Kabah y más. La música original fue realizada por Pablo Chemor y las canciones originales por Ulises “El Licenciado” Lozano y Amanda Escalante “Amandititita”.
En esas dos décadas de ausencia, los integrantes de Technoboys cambiaron muchísimo. Simplemente, Charlize, el personaje de Daniela Vega, dio el paso a cambiar de género.
Como actriz trans ese fue un gran interés al tomar el papel y unirse al reparto. “Había un interés mío también por visitar esos lugares que yo viví de chica”, platica.
Te interesa: Caracterización vs caricaturización: por qué importa la representación LGBT+ digna en cine y series
Además, eso se hizo más fuerte al reflexionar que la música también ha tenido personajes y momentos marcados por cantantes queer.
“En esa época le decíamos andrógino, pero estaban Boy George, Annie Lenox, Grace Jones, David Bowie, Locomía, que tenían también ese ese ímpetu de poner el género y la sexualidad dentro de estos estos brillos que entregaban las lentejuelas de esa época”, reflexiona la actriz.
Tal y como la película, Daniela Vega platica que ser parte del reparto de Technoboys fue vivir “ataques de risa” que había que controlar entre toma y toma.
Y es que justo trabajar con todo el equipo (directores y elenco) fue también algo que le atrajo desde un inicio para unirse al proyecto.
Technoboys marca el debut como director de Luis Gerardo Méndez, quien también interpreta a Alan. Pero el actor no estuvo solo en la silla del director, pues también contó con Gerardo Gatica como co director.
“Tengo una gran admiración por ambos y fue un gran honor trabajar con ellos”, declaró Daniela Vega.
Igualmente, aplaudió el rol del resto del elenco de Technoboys que se conforma por Karla Souza, Gabriel Nuncio, Fernando Bonilla, Joaquín Ferreira, Luis Rodríguez “El Guana”, Ari Brickman, Vin Ramos, Mónica del Carmen, German Bracco, y la participación especial de Fernanda Castillo.
No te pierdas Technoboys desde este 11 de septiembre en Netflix.
Alegres, intensos, perdurables… y siempre hermosos: estos son los brochazos de color que México ha dado al planeta.
El torneo fue el primero que se transmitió a color en todo el mundo, permitiéndole a los televidentes ver los tonos de los uniformes de los equipos nacionales.
Pero esa no era la primera vez que México coloreaba el planeta.
Unas décadas atrás había dado un brochazo con un rosa brillante basado en los colores naturales del árbol de bugambilia.
La historia del color en Mesoamérica era muy antigua, pero el diseñador, fotógrafo y pintor Ramón Valdiosera lo había puesto en la escena internacional en un desfile realizado el 6 de mayo de 1949 en el famoso Hotel Waldorf-Astoria en Nueva York.
El artista había adoptado ese rosa tras realizar un viaje de investigación por México, en el que coleccionó trajes y vestidos característicos de diversas regiones para luego adaptar la indumentaria tradicional a la moda contemporánea.
Cuando le preguntaron por el origen del vibrante tono, Valdiosera contestó que formaba parte de la cultura mexicana, lo que inspiró el nombre “Mexican Pink” o rosa mexicano.
Con ese apelativo entró al sistema de definición cromática de Pantone.
Otro color que resonó en la escena internacional a mediados del siglo XX fue un azul resistente y brillante que los mayas inventaron siglos antes de que sus tierras fueran colonizadas.
Esta vez debido a que los arqueólogos lo “redescubrieron” y sus características los intrigaron.
Tiempo atrás, en la Europa del siglo XVII, solo los pintores más ilustres se podían permitir el lujo de usar el pigmento azul ultramarino, pues era hecho de lapislázuli, una piedra semipreciosa proveniente de las lejanas minas en Afganistán.
Costaba su peso en oro, así que los artistas menores tenían que conformarse con colores más apagados que se desvanecían con la luz del Sol.
Entre tanto, al otro lado del océano Atlántico, artistas como José Juárez, Baltasar de Echave y Cristóbal de Villapando en México, Nueva España, usaban sin vacilación en sus obras barrocas coloniales un hermoso color azul.
Estaba hecho de una arcilla rara llamada atapulgita mezclada con el tinte de la planta añil.
Esa receta lo hacía tan resistente que sobrevivió el paso del tiempo fijado en las ruinas prehispánicas de Mesoamérica, en los murales azules de la Riviera Maya, lo que hoy es México y Guatemala, que datan del año 300 d.C.
El color tenía un significado ceremonial especial para los mayas.
Cubrían a las víctimas de los sacrificios y los altares en los que se ofrecían con una pintura azul brillante, escribió Diego de Landa Calderón, obispo del México colonial durante el siglo XVI, en su relato de primera mano.
Durante la colonización, los materiales nativos como el azul maya se explotaron junto con todos los demás recursos de la tierra y su gente en el Nuevo Mundo.
Y hubo otro pigmento, uno de los más antiguos utilizados en América, que tras la invasión española se comercializó en todo el mundo.
A pesar de que su producción se convirtió en una industria que dependía por completo de los conocimientos, la experiencia y el trabajo de los indígenas mexicanos, nunca se les reconoció.
Puedes leer: “El arte ha sido mi salvación”: Dani Hoyos nos cuenta sobre su carrera como creadora de contenido
Para la élite del mundo antiguo, el escarlata era símbolo de riqueza y estatus.
Gastaban sumas fantásticas en busca de tonos cada vez más vibrantes, pero un rojo verdaderamente potente era esquivo.
Lo mejor que tenían la realeza y la élite europea hasta el siglo XVI era la Sangre de San Juan y el rojo armenio, que datan del siglo VIII a.C.
Pero, al estar hechos de diferentes variedades de parásitos de la raíz de Porphyrophora, su producción era laboriosa y la disponibilidad era escasa, incluso a los precios más altos.
En el Nuevo Mundo, sin embargo, los pueblos mesoamericanos habían desarrollado un pigmento hecho a partir del insecto cochinilla.
El pequeño parásito, que se alimenta del cactus tuna, se cultivaba en México y Perú en tiempos prehispánicos.
La hembra se secaba y trituraba para extraer el ácido carmínico rojo, y los aditivos de diferente acidez producían tonos que iban del rosa claro al morado oscuro.
Y el rojo era más brillante y más saturado que cualquiera del Viejo Mundo.
Los pueblos americanos tenían sistemas para criar y manipular genéticamente la cochinilla para obtener características ideales, y el pigmento se utilizaba para crear pinturas para códices y murales, para teñir telas y plumas, e incluso como medicina.
Cuando los conquistadores llegaron a Ciudad de México, sede del imperio azteca, el color rojo estaba en todas partes.
Los pueblos de las afueras pagaban tributos a sus gobernantes aztecas en kilos de cochinilla y rollos de tela de color rojo sangre.
No obstante, Hernán Cortés, quien reconoció inmediatamente las riquezas de México y se las describió en cartas al rey Carlos V, no consideró que el pigmento fuera un tesoro comparable con el oro y la plata que quería saquear.
Pero cuando en 1523 el tinte llegó a España, el rey vio en la cochinilla una oportunidad para engrosar las arcas de la corona.
Los tintoreros europeos se lo confirmaron.
Tras experimentar con el color, quedaron encantados: era 10 veces más potente que la Sangre de San Juan y producía 30 veces más tinte por onza que el rojo armenio.
A mediados del siglo XVI se utilizaba en toda Europa y para la década de 1570 se había convertido en uno de los negocios más rentables de Europa y uno de los principales productos de exportación del Nuevo Mundo.
La demanda explosiva condujo a un rápido crecimiento de la producción, que se realizaba casi exclusivamente en Oaxaca por productores indígenas.
Se convirtió en el segundo producto de exportación más valioso de México después de la plata y, en el siglo XVII, se comercializaba en lugares tan lejanos como India.
Los pedidos como tinte para suntuosas sedas, terciopelos y tapices europeos se dispararon.
Luis XIV ordenó que la tapicería de las sillas y las cortinas de la cama real en Versalles se tiñeran con cochinilla, mientras que los británicos vistieron de ese carmín a los oficiales de su ejército.
Los pintores adoptaron rápidamente la cochinilla, desde Tintoretto, en la década de 1550, hasta Van Gogh, siglos después, pasando por muchos y grandes artistas.
Los españoles controlaban exclusivamente el acceso al rojo cochinilla, manteniendo la verdadera fuente del pigmento como un secreto celosamente guardado.
“El intento de controlar el comercio revela cuán importante fue como producto global”, anota Gabriela Soto Laveaga, profesora de Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard.
“Era uno de los más codiciados porque creaba una sensación de lujo: no cualquiera podía usarlo, solo la élite”.
Pero, como subraya, era un secreto robado.
“Los franciscanos y los dominicanos se acreditaron haberle, supuestamente, enseñado a los nativos cómo plantar los cactus, producir y cosechar los insectos”, explica.
“No era cierto: los indígenas no sólo habían sabido cómo hacer todo eso durante cientos de años, sino también cómo usar los diferentes tintes rojos”.
En el siglo XVIII, los biólogos europeos finalmente lograron descifrar que el origen del valioso pigmento era un insecto.
Para cuando México se independizó, España ya había perdido su monopolio.
En el siglo XIX, la cochinilla fue reemplazada en gran medida por tintes sintéticos, aunque todavía se usa hoy en día en muchos alimentos, bebidas, ropa y cosméticos.
Y eso siempre será gracias a los conocimientos de las culturas que habitaron esas tierras.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
También puedes seguirnos en YouTube, Instagram, TikTok, X, Facebook y en nuestro canal de WhatsApp, donde encontrarás noticias de última hora y nuestro mejor contenido.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.