Durante décadas nos hemos preguntado si hay vida en el resto del universo y hemos imaginado distintos escenarios sobre un posible encuentro alienígena.
¿Vendrían en paz o con ganas de invadir? ¿Tendrían forma humanoide o serían unas figuras amorfas? El cine nos ha dado respuestas a estas y otras preguntas y estas películas de contacto extraterrestre lo demuestran.
¿Qué pasaría si aliens quisieran darnos un mensaje importante, pero no pudiéramos entenderles? Pues más o menos es lo que pone sobre la mesa esta película protagonizada por Amy Adams y Jeremy Renner.
Misteriosas naves aterrizan en todo el mundo y ahí es cuando la lingüista Louise Banks (Amy Adams) intentará descifrar el motivo de su visita. Louise y su equipo luchan contra el tiempo ante el sentimiento de una inminente guerra.
La película está en Paramount+, o disponible a la renta en Cinépolis Klic, Google Play, Apple TV+, y Microsoft.
Steven Spielberg nos ha dado dos películas de contacto extreterrestre. La más familiar (y quizás famosa) es la de E.T., el extraterrestre que muestra cómo se desarrolla un gran vínculo entre un niño y un ser de otro planeta.
Pero en los 70 también nos dio este drama donde algunas personas son testigo de la aparición de extraños y luminosos objetos en el cielo. Obsesionadas con encontrar respuestas, comienzan una búsqueda mientras al mismo tiempo el gobierno también intenta explicarse la presencia de estos Ovnis.
Esta película la puedes ver en HBO Max o rentarla Microsoft, Claro Video, Apple TV, Prime Video, Cinépolis Klic.
Recuerda que en 2005, Spielberg también lanzó una adaptación de La guerra de los mundos, protagonizada por Tom Cruise y Dakota Fanning y donde vemos el primer ataque alienígena contra la Tierra.
Las películas de extraterrestres también han tenido grandes comedias como esta película de Tim Burton que es una parodia al cine sci fi de serie B de los 50.
Platillos voladores comienzan a aparecer en distintas ciudades del mundo y la pregunta es la misma: ¿vienen en son de paz o a invadirnos? Muchas personas creen que son pacíficos y ansían su llegada, pero otras más están seguras de que quieren aniquilarnos.
Además, cuenta con un gran elenco conformado por: Jack Nicholson, Glenn Close, Pierce Brosnan, Annette Bening, Danny DeVito, Sarah Jessica Parker, Natalie Portman, Michael J. Fox, Jim Brown, Jack Black, entre otros.
La película está fija en HBO Max, pero puedes rentarla en YouTube, Prime Video, Apple TV.
Esta es de las películas de aliens que imagina un escenario más allá del primer contacto extraterrestre y que aprovecha el scifi para hablar de la humanidad, segregación y xenofobia.
A modo de falso documental, se nos cuenta que en 1982 apareció una nave alienígena Johannesburg, South Africa llena de extraterrestres enfermos y malnutridos. El gobierno intenta confinarlos en el Sector 9 como “refugiados”, pero han pasado 20 años en esa situación y ahora parece un campo de concentración.
Puedes verla en Star+, HBO Max, Paramount+ o Claro Video. También está a la renta en Cinépolis Klic, Prime Video, Google Play y Apple TV.
¿Qué pasaría si el primer contacto extraterrestre fueran las instrucciones para que solo una persona pudiera visitarlos? ¿Iríamos a ciegas? ¿Quién iría como representante de la Tierra? Esas son las cuestiones que nacen de esta película de extraterrestres de Robert Zemeckis.
La doctora Ellie Arroway (Jodie Foster) trabaja con un grupo de científicos buscando ondas de radio procedentes del espacio exterior en busca de señales de inteligencias extraterrestres.
Un día reciben una señal desconocida que resulta tener las instrucciones de fabricación de una máquina para reunirse con los creadores del mensaje. Una comisión formada por militares, políticos, científicos y líderes religiosos decidirán el destino de la máquina y de la persona que vaya en ella.
Mírala en HBO Max o réntala en Apple TV, Microsoft, Cinépolis Klic, Prime Video y Google Play.
El llamado “dolor de helado” es una expresión de procesos neurológicos complejos. Lejos de ser banal, podría ayudar a entender mejor los umbrales de dolor y la predisposición a trastornos neurosensoriales más amplios.
Según la Clasificación Internacional de Trastornos de Cefalea, se trata de una “cefalea por estímulo frío”, también conocida con el nombre de dolor de cabeza por helado (en inglés brain freeze). Y aunque parezca trivial, revela una sorprendente complejidad neurológica y médica.
En los últimos años, varias investigaciones han revelado que este pequeño “dolor de verano” podría enseñarnos sobre el tratamiento de las migrañas, las reacciones cerebrales al frío e, increíblemente, cómo proteger al cerebro en situaciones críticas.
El brain freeze es el dolor frontal o temporal de corta duración, que puede ser intenso, inducido en personas susceptibles por el paso de material frío (sólido, líquido o gaseoso) sobre el paladar y/o la pared faríngea posterior.
Este cambio de temperatura tan brusco provoca una vasoconstricción, seguida de vasodilatación en los vasos sanguíneos de la zona. El nervio trigémino, que conecta el rostro con el cerebro, interpreta este cambio como una amenaza térmica, y lanza una señal de “dolor” al cerebro.
Lo curioso del caso es que ese dolor no lo sentimos en la boca, sino en la frente o las sienes. Es lo que se llama dolor referido: el cerebro malinterpreta la fuente del estímulo, algo muy común en otros tipos de dolor visceral.
Un artículo publicado en Critical Care Medicine en 2010 –con el provocador título “Can an Ice Cream Headache Save Your Life?” (¿Puede un dolor de cabeza por helado salvarle la vida?)– sugirió que los mecanismos detrás del brain freeze podrían inspirar estrategias clínicas para proteger el cerebro después de un paro cardíaco, usando hipotermia terapéutica.
Este tipo de reacciones neurovasculares rápidas ayudarían a regular la presión intracraneal, el flujo sanguíneo cerebral y los reflejos autonómicos.
En otras palabras, un helado puede activar rutas que los médicos intentan replicar de forma controlada en cuidados intensivos.
Un artículo de revisión publicado en 2023 examinó la involucración en este fenómeno de estructuras profundas del cráneo como el nervio trigémino y el ganglio esfenopalatino, ambos conocidos por estar implicados en migrañas, cefaleas en racimo y neuralgias faciales.
Además, múltiples trabajos han mostrado que la respuesta dolorosa al frío podría revelar una hipersensibilidad del sistema trigémino, especialmente en personas predispuestas.
La prevalencia de este fenómeno varía en un rango del 15 al 37 % en la población general, pero es significativamente mayor en niños y adolescentes, alcanzando cifras entre el 40,6 % y el 79 %, según datos recopilados en la literatura científica.
Un estudio clave alemán realizado con estudiantes de 10 a 14 años, padres y profesores, mostró una prevalencia del 62 % en los menores y del 31 % en los adultos. Esta diferencia podría deberse a una combinación de factores: el aprendizaje conductual para evitar desencadenantes dolorosos, una mayor estabilidad neuronal frente al frío con la edad y diferencias anatómicas que hacen que los niños sean más susceptibles a una rápida estimulación de los receptores del frío.
Por otro lado, el dolor por estímulo frío tiene una fuerte relación con antecedentes de migraña. Las personas aquejadas por este tipo de dolor presentan prevalencias de entre el 55,2 % y el 73,7 %, muy por encima de quienes sufren cefaleas tensionales (23-45,5 %).
Un estudio incluso reveló una sorprendente prevalencia del 94 % en personas con antecedentes de cefalea punzante. Esto sugiere que el brain freeze podría servir como marcador clínico indirecto de una sensibilidad trigeminal aumentada, compartida con otras cefaleas más incapacitantes.
Otros factores de riesgo identificados incluyen antecedentes de traumatismo craneal y, especialmente, historia familiar: los hijos de padres con cefalea por estímulo de frío tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollarla. Si la madre la ha sufrido, el riesgo se multiplica por 10,7 y si es el padre, por 8,4.
Todos estos datos revelan que lo que muchas veces se percibe como un simple “dolor de helado” es, en realidad, una expresión de procesos neurológicos complejos.
Lejos de ser banal, podría ayudar a entender mejor los umbrales de dolor y la predisposición a trastornos neurosensoriales más amplios.
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En general, no. Se trata de un fenómeno benigno, autolimitado y sin consecuencias médicas. Sin embargo, existe un caso clínico extraordinario, publicado en 1999 en el American Journal of Forensic Medicine and Pathology, donde un hombre joven colapsó tras beber agua muy fría.
Los forenses sospecharon un reflejo vagal extremo como causa de muerte, no un brain freeze clásico, sino una respuesta autonómica descontrolada en un contexto de calor extremo y predisposición fisiológica.
Este suceso aislado sirve más para mostrar la capacidad del cuerpo para reaccionar drásticamente ante estímulos extremos que para generar alarma sobre los helados o las bebidas frías.
La buena noticia es que esta peculiar cefalea se puede evitar con algunas estrategias simples.
La más eficaz es comer o beber lentamente. Cuando ingerimos alimentos fríos a gran velocidad, el estímulo térmico en el paladar es demasiado brusco para que el cuerpo lo compense a tiempo, activando la respuesta dolorosa.
También es importante evitar que la materia a baja temperatura toque directamente el paladar superior, ya que esta zona está altamente vascularizada y cercana al trayecto del nervio trigémino. Usar una pajita, mantener el líquido en la lengua antes de tragar o no dejar que el helado se derrita demasiado rápido en la boca pueden ayudar.
Y si el dolor ya comenzó, hay un truco sencillo: presiona la lengua contra el techo de la boca. Este contacto ayuda a restaurar la temperatura y aliviar la molestia en segundos.
Así que la próxima vez que una cucharada de helado te congele la frente, recuerda: no estás exagerando. Tu sistema nervioso está ensayando una respuesta que los científicos aún están tratando de descifrar… y quizás de aprovechar.
*José Miguel Soriano del Castillo es catedrático de Nutrición y Bromatología del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universidad de Valencia, España.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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