Los Oscar 2024 están a la vuelta de la esquina. Las mejores producciones -junto con sus intérpretes y equipos- buscarán llevarse la preciada estatuilla dorada en una de las ceremonias más glamorosas del mundo, pero la cual ha estado rodeada de momentos polémicos.
A lo largo de sus 96 años de historia, los Premios Oscar (conocidos como “Óscares” por algunas personas), han tenido de todo: protestas, malas bromas, ganadores que rechazan sus premios y hasta golpes.
Y para celebrar la edición 2024, en Animal MX te recopilamos 6 de los momentos más polémicos en la historia de los Oscar para que te prepares para la premiación este fin de semana, la cual será el domingo 10 de marzo a las 20:00 horas.
En 1940, Hattie McDaniel fue la primera mujer negra en ganar un Premio de la Academia, al llevarse la estatuilla como Mejor Actriz de Reparto por su papel en Lo que el viento se llevó.
Sin embargo, McDaniel sufrió de discriminación durante la ceremonia. En esa época, la segregación racial en Estados Unidos permitía que negocios y demás servicios pudieran rechazar a las personas por sus creencias y color de piel, tal y como el Hotel Ambassador de Los Ángeles, donde se realizó la entrega de los premios.
El hotel solo permitía la entrada a personas blancas, pero por tratarse de los Oscar, McDaniel pudo ingresar, aunque fue recluida en una mesa al fondo de la sala, donde se sentó sola, lejos del resto del elenco de su película.
Después de su victoria, pasarían 15 años para que otra mujer negra fuera nominada a un Oscar.
Uno de los momentos más recordados en la historia de esta premiación fue cuando en marzo de 1973, Marlon Brando se llevó la estatuilla a Mejor Actor por su papel en El Padrino.
Sin embargo, el legendario intérprete no atendió a la ceremonia y en su lugar la actriz nativo estadounidense y activista, Sacheen Littlefeather, subió al escenario en lugar de Brando y rechazó el premio del actor.
En un breve discurso, Littlefeather dijo que Brando “muy arrepentido no puede aceptar este generoso premio”, ya que quería protestar contra la industria cinematográfica por el trato que le dan a los nativos estadounidenses.
Hace no tanto tiempo, en 2017 para ser precisos, Warren Beatty y Faye Dunaway anunciaron que La La Land había ganado el premio a la Mejor Película de 2017.
Sin embargo, luego de que todo el elenco y equipo de La La Land subieran al escenario para recibir el premio, se dieron cuenta que realmente el premio no era para ellos, sin dijeron que era para Moonlight.
El error se debió a que la pareja de presentadores recibió un sobre incorrecto, el cual era un duplicado que incluía el nombre de Emma Stone, quien ganó el Oscar ese año a la Mejor Actriz.
En 2003, el director Michael Moore ganó el Oscar por su documental Bowling for Columbine, en el cual exploraba la violencia de armas en Estados Unidos.
Sin embargo, al recibir su premio, Moore aprovechó su momento en el escenario para criticar al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, por invadir Iraq.
“Vivimos en una época en la que tenemos a un hombre que nos envía a la guerra por razones ficticias. Estamos en contra de esta guerra. Le debería dar vergüenza, señor Bush”.
Moore no pudo terminar su discurso y lo retiraron -gentilmente- del escenario.
Durante la alfombra roja de los Oscar 2000, Angelina Jolie aprovechó los reflectores para darle un beso apasionado en la boca a su hermano, James Haven.
El momento dejó a todo el mundo confundido y más después del discurso de la actriz, quien ganó el Oscar por su papel en Inocencia Interrumpida. Ahí dijo que “estoy enamorada de mi hermano en este momento”.
Y el momento polémico más famoso en la historia de los Oscar lo tiene Will Smith, quien durante la edición 2022 saltó al escenario para abofetear a Chris Rock, quien era el presentador en ese año.
La razón del incidente fue porque Rock hizo una broma relacionada al aspecto de Jada Pinkett Smith, esposa de Will, quien padece de alopecia.
Las cámaras después enfocaron a Will Smith quien subió al escenario y golpeó a Chris Rock y luego, muy enojado, le decía a Rock que no mencionara el nombre de su esposa.
Vivimos en una época en la que todo tipo de sistemas de control limitan nuestras libertades de expresión, identidad y religión. Combinar la visión de Orwell con la de Huxley ofrece un análisis más profundo.
¿Existe alguna obra de ficción del pasado que pueda ayudarnos a comprender las preocupantes tendencias actuales?
Considerando la proliferación de referencias a la “neolengua” ofuscadora, líderes al estilo del Gran Hermano y sistemas de vigilancia ineludibles en artículos periodísticos, esta pregunta tiene una respuesta simple: “Sí, y esa obra es ‘1984’ de George Orwell”.
Tanto la izquierda como la derecha política consideran la novela que Orwell escribió en 1949 como el libro del siglo pasado que mejor se relaciona con el presente.
Pero hay otros que consideran la cultura del consumo y la obsesión por las redes sociales como las principales preocupaciones actuales. Entonces la respuesta es diferente: “Sí, y esa obra es ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley”.
Nosotros, sin embargo, pensamos que la respuesta es “ambas”.
En el largo debate sobre quién fue el escritor más profético de su época, Orwell, que fue alumno de Huxley en Eton, es generalmente el favorito.
Una razón de esto es que las alianzas internacionales que durante mucho tiempo parecieron estables ahora están en constante cambio. En 1984, su última novela, Orwell imaginó un futuro mundo tripolar dividido en bloques rivales con alianzas cambiantes.
En el breve periodo transcurrido desde que el presidente estadounidense Donald Trump inició su segundo mandato, sus políticas y declaraciones han provocado sorprendentes realineamientos.
Estados Unidos y Canadá, socios cercanos durante más de un siglo, están ahora enfrentados. Y en abril, un funcionario de Pekín se unió a sus homólogos de Corea del Sur y Japón para oponerse, formando un trío improbable, a los nuevos aranceles de Trump.
Quizás por eso existe un campo floreciente de “estudios orwellianos”, con su propia revista académica, pero no de “estudios huxleyanos”.
Probablemente también explica por qué “1984”, pero no “Un mundo feliz”, sigue figurando en las listas de los más vendidos, a veces junto con “El cuento de la criada” (1985) de Margaret Atwood.
“Orwelliano” (a diferencia del raramente conocido “huxleyano”) tiene pocos competidores aparte de “kafkiano” como adjetivo inmediatamente reconocible vinculado a un autor del siglo XX.
Por maravillosos que sean Atwood y Kafka, estamos convencidos de que combinar la visión de Orwell con la de Huxley ofrece un análisis más profundo. Esto se debe en parte a, y no a pesar de, la frecuencia con la que se ha contrastado la autocracia que describen Orwell y Huxley.
Vivimos en una época en la que todo tipo de sistemas de control limitan nuestras libertades de expresión, identidad y religión. Muchos no encajan del todo en el modelo que Orwell o Huxley imaginaron, sino que combinan elementos.
Sin duda, hay lugares, como Myanmar, donde quienes ostentan el poder recurren a técnicas que evocan inmediatamente a Orwell, con su enfoque en el miedo y la vigilancia. Hay otros, como Dubái, que evocan con mayor facilidad a Huxley, con su enfoque en el placer y la distracción. Sin embargo, en muchos casos encontramos una mezcla.
Esto es especialmente evidente desde una perspectiva global. Es algo en lo que nos especializamos como investigadores internacionales e interdisciplinarios: un académico literario turco radicado en el Reino Unido y un historiador cultural californiano de China, que también ha publicado sobre el Sudeste Asiático.
Al igual que Orwell, Huxley escribió muchos libros que no eran ficción distópica, pero su incursión en ese género se convirtió en su obra más influyente. “Un mundo feliz” fue muy conocido durante la Guerra Fría.
En cursos y comentarios, se solía comparar con “1984” como una narrativa que ilustraba una sociedad superficial basada en la indulgencia y el consumismo, en contraposición al mundo orwelliano, más sombrío, de supresión del deseo y control estricto.
Si bien es habitual abordar los dos libros a través de sus contrastes, también pueden tratarse como obras interconectadas y entrelazadas.
Durante la Guerra Fría, algunos comentaristas consideraron que “Un Mundo feliz” mostraba adónde podía llevar el consumismo capitalista en la era de la televisión.
Occidente, según esta interpretación, podría convertirse en un mundo donde autócratas como los de la novela se mantuvieran en el poder. Lo lograrían manteniendo a la gente ocupada y dividida, felizmente distraída por el entretenimiento y la droga “soma”.
Orwell, por el contrario, parecía proporcionar una clave para desbloquear el modo más duro de control en los países no capitalistas controlados por el Partido Comunista, especialmente los del bloque soviético.
El propio Huxley en “Un mundo feliz” revisitado, un libro de no ficción que publicó en la década de 1950, consideró importante reflexionar sobre cómo combinar, abordar y analizar las técnicas de poder e ingeniería social presentes en ambas novelas.
Y resulta aún más valioso combinar estos enfoques ahora, cuando el capitalismo se ha globalizado y la ola autocrática sigue alcanzando nuevas fronteras en la llamada era de la posverdad.
Los enfoques orwellianos, de corte duro, y huxleyanos, de corte suave, para el control y la ingeniería social pueden combinarse, y a menudo lo hacen.
Vemos esto en países como China, donde se emplean los crudos métodos represivos de un Estado del Gran Hermano contra la población uigur, mientras que ciudades como Shenzhen evocan un mundo feliz.
Vemos esta mezcla de elementos distópicos en muchos países: variaciones en la forma en que el escritor de ciencia ficción William Gibson, autor de novelas como “Neuromancer”, escribió sobre Singapur con una frase que tenía una primera mitad suave y una segunda dura: “Disneylandia con la pena de muerte”.
Este puede ser un primer paso útil para comprender mejor y quizás empezar a buscar una manera de mejorar el problemático mundo de mediados de la década de 2020. Un mundo en el que el teléfono inteligente en el bolsillo registra tus acciones y te ofrece un sinfín de atractivas distracciones.
*Emrah Atasoy es investigador asociado de Estudios Literarios Comparados e Inglés e Investigador Honorario del IAS de la Universidad de Warwick.
*Jeffrey Wasserstrom es profesor de Historia China y Universal, Universidad de California, Irvine.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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