
Mientras la música mexicana celebra récords de reproducciones, giras internacionales y una presencia cada vez más fuerte en el mercado global, quienes trabajan detrás de los escenarios enfrentan una realidad muy distinta.
La Encuesta Nacional de Salud Mental en la Industria Musical México 2025 pone sobre la mesa una crisis silenciosa: precariedad laboral, inestabilidad económica y un impacto directo en la salud mental de artistas, técnicos y creativos que sostienen a una industria en auge.
Hablamos con Christian Alanís, creadora de múPSIca, la organización a cargo de esta encuesta quien nos contó a mayor profundidad cómo está el panorama de salud mental dentro de la industria.
En México la industria musical independiente es una de las que más padece en temas de salud mental y también económica. La resistencia es una de las herramientas que proyectos aplican para poder sobrevivir con su arte, ejemplo de ello es la banda Budaya quien tiene poco más de 10 años lanzando tracks.
“A Budaya le tocó el inicio de la hiper digitalización y el streaming, Budaya empezó en eso y hemos ido en el camino desde cero. Antes de nuestra llegada la televisión todavía dictaba quien escuchaba, eso era más importante. Nosotros estábamos fuera de la CDMX, no teníamos idea de cómo funcionaba la música.
“Ahora que estamos recorriendo el mundo del streaming y las redes sociales, hemos pasado por muchas emociones, lugares oscuros y lugares iluminados”, mencionó Maya Piña, integrante del proyecto en entrevista con Animal MX.
En medio de la preparación de su próximo material, Budaya que también cuenta con Tulio Almaraz en su alineación, narra cómo ha sido su experiencia en la música:
“Estamos creando contracorriente y es una resistencia porque la industria en México está muy manoseada. Es muy cansado y existe un agotamiento con los artistas independientes.
Aunque llevan 10 años en la escena y quieren seguir en el proyecto, Maya también menciona que para poder seguir adelante deben trabajar en otros sectores:
“Es un privilegio poder hacer arte, sobre todo en un país como México en el que a veces tenemos tres trabajos para solventar nuestro arte. Hacer música es un aferre muy bonito la verdad pero con todas las cosas por detrás pues nos da un norte de lo que se quiere hacer como artista”.
Basados en su experiencia, Budaya destaca la importancia de tener apoyo y en el proyecto agradecen su disquera Art & Crafts. Adicional a esto también destacan que si no fuera por el streaming la historia sería otra.
“Tenemos un sello, una sociedad que cree en nosotros. Siempre es importante tener a alguien que cree en ti. Budaya sí genera, sin embargo podría generar más si no fuera por el sistema como está hoy en día. Estamos viendo a artistas gigantes que dicen que no pueden sostenerse, ejemplo de ello fue Garbage en el que Shirley Manson dejó un mensaje algo desesperanzador (referente al tema de girar como banda y lo redituable de esto)”
“De verdad tenemos que empujar a que esto cambie, tiene que cambiar. Los boicots sí funcionan, siento que sí se está hablando más de esto. A nosotros nos queda seguir creando y no podemos simplemente dejar de crear y volvernos esclavos del sistema”, concluyó.
La experiencia de Budaya no es una excepción. De acuerdo con el análisis de la Encuesta Nacional de Salud Mental en la Industria Musical México 2025, existe una profunda contradicción entre el crecimiento económico del sector y la realidad cotidiana de quienes trabajan en él.
El estudio, basado en las respuestas de 347 profesionales, muestra que:
Ante esto, las consecuencias emocionales son claras: ansiedad, depresión, insomnio y burnout aparecen como los padecimientos más frecuentes. A esto se suma la presión por la visibilidad digital y la obligación de “estar activo” en redes sociales para no desaparecer del radar de la industria.
Pese a ello, solo 34 % de las personas encuestadas tiene acceso a terapia psicológica, evidenciando una brecha profunda entre la conciencia del problema y el acceso a herramientas de cuidado.
Esta investigación es impulsada por múPSIca, Salud Mental en la Música, una iniciativa liderada por Christian Alanís, psicóloga, psicoterapeuta y especialista en Music Business.
“MúPSIca surgió como respuesta a la necesidad de atención especializada para artistas, creadores y profesionales en las diferentes ramas del negocio de industrias creativas de México y Latinoamérica y buscamos mejorar el bienestar emocional y la salud mental y psicológica”, comenta Christian Alanís.
A ello se suma, señala, un vacío ético estructural, reflejado en abusos de poder y en la falta de transparencia en los procesos, con consecuencias directas en la inequidad de recursos, oportunidades y riquezas.
“Definitivamente y a partir de los resultados de la encuesta, la precarización laboral crónica, la falta de contratos estables, ausencia de seguridad social, pagos inconsistentes, explotación… y bueno, esto tiene que ver con el modelo de negocio que no tiene una distribución equitativa de ganancias”

“Ha habido personas que expresan la importancia de esta información y su difusión, pero por otro lado también se ha visto la resistencia por el hecho de aceptar una realidad que es difícil de ver.”
Christian sostiene que esta resistencia puede surgir de la idea de que transformar las condiciones implica desafiar lo que ha sido impuesto, no quedarse con el “así se hacen las cosas” o el “siempre ha sido de esta manera”. Se trata, dice, de evaluar qué prácticas ya están obsoletas.
“Es urgente hablar de esto porque en este momento la industria esta en una etapa historia que requiere ponerse a la altura de nuestro trabajo y que eso no sea a costa de nosotros mismos, sino como parte de un trabajo comunitario, saludable y que proteja en todo sentido a quienes formamos parte de esto”
Durante años, hablar de salud mental en la música en México implicaba recurrir a estudios extranjeros. La encuesta surge precisamente de esa carencia.
“Necesitábamos dejar de asumir y empezar a medir”, explica.
No se trata solo de identificar cuántas personas viven con ansiedad o burnout, sino de comprender cómo estas condiciones están directamente correlacionadas a los ingresos, los tipos de contrato, la discriminación y la falta de seguridad laboral.
“Para que la música deje de ser sinónimo de sacrificio necesitamos dejar de idealizar o romantizar la precarización, dejar de creer que el artista que no duerme por amor al arte es el modelo de éxito o que tengas que estar en espacios donde no te sientes tranquilo, seguro… vale la pena pensar si estamos asociándonos con las personas y entidades correctas para nuestros proyectos”.
En entrevista, subraya que el objetivo no es solo diagnosticar, sino abrir el camino hacia cambios estructurales reales: una transformación ética de la industria que incluya dignificación del trabajo, pagos justos y espacios libres de violencia.
“Tu cansancio es real, válido y es consecuencia. No eres tú el que está roto, es el sistema y muchas veces opera de forma insostenible, no debemos normalizar el sufrimiento, tu valor como persona no depende de las views, ni de cuántos conciertos aguantas sin dormir o cuántos me gusta tienes en redes… es importante descansar como parte de la creatividad, no aislarte”.
El enfoque del estudio es sistémico: la salud mental no como una falla individual del artista, sino como el resultado de un ecosistema que ha normalizado la precariedad como “el precio a pagar” por dedicarse al arte. El informe completo puedes leerlo aquí.
Porque, como concluye la investigación, la verdadera “edad de oro” de la música mexicana no se medirá por sus cifras, sino por la dignidad, la seguridad y la salud de quienes la sostienen.

Un experto en historia del arte analiza algunas de las fotografías más llamativas del año.
La conmovedora imagen de una pagoda parcialmente destruida en Mandalay, Myanmar, que sufrió un devastador terremoto de magnitud 7,7 el 28 de marzo, muestra la cabeza caída de una enorme estatua budista. El terremoto, que causó la muerte de más de 3.000 personas, se sintió incluso en China, India, Vietnam y Tailandia.
El impactante contraste de escala entre la arquitectura tambaleante que atrae nuestra mirada y la colosal estatua derrumbada –que bloquea las vías de escape en la parte de atrás– resulta particularmente impactante. La destrucción causada por el sismo no será olvidada fácilmente por quienes sobrevivieron a ella.
Aunque el pintor portugués,João Glama Ströberle, logró escapar de la iglesia donde asistía a misa cuando ocurrió el terremoto de Lisboa de 1755, nunca se libró de la devastación. Pasaría las siguientes tres décadas (1756-1792) planificando y pintando un elaborado cuadro que representaba el sufrimiento y los daños causados por el terremoto.
Ni completamente dentro del mar ni fuera de él, el casco oxidado del crucero abandonado MS Mediterranean Sky –que volcó en el golfo de Elefsina, al oeste de Atenas, en 2003– fue fotografiado en agosto en su estado perpetuo semisumergido. Durante más de 20 años, el buque ha permanecido medio hundido, deteriorándose lentamente, hasta caer en el olvido.
Capturado de perfil, contra un lienzo ondulante de cobalto líquido, el barco parece tambalearse entre los elementos, o incluso entre diferentes estados de existencia. Su estado inmóvil evoca el viaje petrificado de una antigua talla fenicia de un barco que adornaba un sarcófago del siglo II, transportando pasajeros eternamente entre mundos.
La foto de los monjes orando bajo la inmensa cúpula dorada de Wat Phra Dhammakaya, durante la ceremonia anual de Makha Bucha en febrero pasado, es impresionante por su brillo etéreo. Son decenas de monjes y devotos, muchos de ellos con faroles a sus costados, reunidos para conmemorar la primera gran enseñanza de Buda.
Su resplandor irreal evoca los contornos de un manuscrito birmano del siglo XIX, que representa el primer sermón de Buda en el Parque de los Ciervos, donde monjes y animales se congregan alrededor de su figura resplandeciente. Ambas imágenes capturan la devoción de comunidades decididas a honrarlo y a ser transformadas por su enseñanza.
La imagen de una rata gigante de papel maché que estalla en papeles de colores, flotando por el Gran Canal de Venecia, durante el desfile acuático que tradicionalmente inaugura el carnaval de febrero, es una explosión de color vibrante.
El roedor convertido en espectáculo, la “Pantegana” (rata) flotante, emerge de manera imaginativa de las cloacas de la ciudad como un emblema del costado cómico de Venecia.
Desprendiendo estallidos de color, la rata ofrece un contraste grotescamente brillante con el velo elegantemente luminoso que envuelve Venecia en innumerables pinturas, como la “Entrada al Gran Canal” de Paul Signac, de 1905, un representante del neoimpresionismo.
En ambas imágenes, Venecia se disuelve en un mosaico de luz pixelada.
La imagen de una refugiada congoleña, sentada en un columpio en un centro de tránsito cerca de Buganda en mayo, irradia una alegría que trasciende las incomodidades materiales que la rodean: la lluvia incesante, la estructura de acero oxidada de los juegos infantiles abandonados y el asiento roto que cuelga a su lado.
Esta mujer es una de las más de 70.000 personas que han cruzado a Burundi desde enero y demuestra una fortaleza de espíritu que desafía sus difíciles circunstancias. Si se coloca la fotografía junto a la famosa pintura “El Columpio” (1767), del artista rococó francés Jean-Honoré Fragonard, se despoja a la obra de su frivolidad cortesana, recuperando el columpio como un símbolo atemporal de alegría y paz interior, suspendido fuera del espacio y del tiempo.
Con la cara cubierta una sustancia aceitosa, una activista del grupo de acción directa Fossil Free London se ubicó frente a las oficinas de la compañía energética Shell en mayo pasado.
La venta por parte de Shell de sus activos petroleros terrestres en Nigeria —una medida que, según los manifestantes, permite a la empresa eludir su responsabilidad por los accidentes en el delta del Níger— fue el motivo de la protesta, mientras que la compañía niega haber actuado de forma incorrecta.
La pose con los ojos vendados recuerda a la pintura “Esperanza”, de George Frederic Watts, de 1886, en la que una mujer con los ojos cubiertos se sienta sobre un globo terráqueo oscuro mientras toca una lira melancólica.
La imagen de dos alumnas de ballet de 5 años, Philasande Ngcobo y Yamihle Gwababa, posando en julio en la academia de danza en Tembisa, Sudáfrica, es conmovedora e impactante.
El marcado contraste entre la tierra reseca, las sombras definidas y los delicados vestidos evoca las rigurosas y angulares estéticas de las innumerables escenas de bailarinas ensayando pintadas por Degas.
Manteniendo la mirada fija en la expresividad gestual de sus bailarinas, Degas a menudo abstraía los estudios de danza en amplias zonas de color uniforme, dotando a sus pinturas, al igual que la fotografía tomada a las afueras de Johannesburgo, de una dimensión atemporal.
Una serie de imágenes desgarradoras de niños demacrados en los brazos de sus madres en la Ciudad de Gaza en julio, conmocionaron al mundo. BBC News informó que, según la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), uno de cada cinco niños en la Ciudad de Gaza padecía desnutrición.
La publicación de esta imagen desató la controversia debido a que el niño retratado en la fotografía también sufría problemas de salud preexistentes.
Si bien existen innumerables imágenes en la historia del arte de madres consolando a sus hijos enfermos, desde “El niño enfermo” de Gabriël Metsu, de 1665, hasta “Los desamparados”, un dibujo a pastel y carboncillo de Pablo Picasso de 1903, fotografías como las capturadas en Gaza no tienen punto de comparación con la pintura ni la escultura.
Ninguna representación visual del sufrimiento o la compasión, por muy talentoso o aclamado que sea el artista, puede capturar adecuadamente la magnitud de la angustia que documentan estas recientes fotografías.
Una imagen extraordinaria capturada por el astrofotógrafo Andrew McCarthy, en la que se ve a su amigo practicando paracaidismo —silueteado contra una fotografía de gran detalle del Sol matutino en Arizona el 8 de noviembre—, cautivó la imaginación del mundo.
No había margen de error, ya que cada aspecto de la cuidadosamente planificada acrobacia tenía que salir a la perfección: una sincronización precisa de la elevación solar, el momento exacto y la caída libre. Rápidamente bautizada como “La caída de Ícaro”, en referencia al mito griego del joven cuyas alas se derritieron al volar demasiado cerca del Sol, la fotografía reaviva una larga tradición en la historia del arte, desde Pieter Bruegel el Viejo en el siglo XVI hasta Henri Matisse en el siglo XX, de representar la trágica caída del joven que se atrevió a ir demasiado lejos.
La imagen de un manifestante en Estambul, ataviado con la vestimenta tradicional de los derviches —asociada habitualmente con el misticismo sufí—, enfrentándose a un batallón de policías fuertemente equipados que utilizaban gas pimienta, se hizo viral en marzo.
Los disturbios políticos generalizados, los más intensos en más de una década en Turquía, se desencadenaron por el arresto y encarcelamiento del alcalde de Estambul, una figura considerada por muchos como rival del presidente Erdogan.
La yuxtaposición visual de un individuo aparentemente estoico e inmóvil, vinculado a la práctica espiritual no violenta de la danza de los derviches, y las fuerzas del orden armadas resulta impactante. El distintivo sombrero alto de los derviches y las túnicas largas y superpuestas, ambas ricas en simbolismo de muerte y renacimiento, elevaron la imagen de una protesta callejera común a algo mítico.
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