Las culturas indígenas y lo urbano tienen maneras muy distintas de ver el mundo aunque convivan en el mismo país.
Y a pesar de que los procesos de modernización y el avance de la tecnología han excluido las manifestaciones culturales indígenas, estas aún viven en muchos lugares: en el cine, la ropa tradicional, la artesanía, la danza, las radios indígenas, entre otros.
El cine es uno de los medios por el que se expresa la riqueza cultural de los pueblos indígenas y, por fortuna, tenemos plataformas donde podemos ver películas que hablan sobre ello.
Este cine da visibilidad a las creaciones y la vida de los pueblos originarios de México y Latinoamérica e impide que las lenguas nativas mueran.
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Por eso y porque te queremos te vamos a recomendar estas 10 películas sobre culturas indígenas, algunas de ellas están disponibles de manera gratuita en la plataforma de streaming Filmin Latino, la cual cuenta con un canal llamado Colección Cultura Indígena.
En este documental, Netflix explora la historia de Lorena Ramírez, quien lleva una vida tradicional dentro de la comunidad rarámuri. Menos cuando se pone las sandalias y la rompe en los ultramaratones.
El sueño de Mara’akame cuenta la historia de un joven llamado Nieri, quien es un adolescente wixárika (huichol) que sueña con tocar con su banda de música grupera en la Ciudad de México.
Pero su papá, quien es un Mara’akame (en la cultura Wixárika o Huichol, un Mara’akame es un chamán), tiene otros planes para él y le está enseñando el camino para que también se convierta en Mara’akame.
Así, la película plantea un conflicto entre el padre y el hijo, entre lo tradicional y lo moderno. Dirige Federico Cecchetti.
El mexicano Ernesto Contreras dirige esta película que cuenta la historia de Martín, un joven lingüista que viaja a un pueblo en Veracruz, México, para entrevistar a los últimos hablantes de una lengua indígena: el zikril.
Sin embargo, Isauro y Evaristo, las únicas dos personas que hablan la lengua, son dos viejos amigos que están peleados por algo que pasó hace 50 años. Martín y Lluvia, la nieta de Evaristo, harán todo lo posible por la preservación del zikril, incluso hacer que Evaristo e Isauro se reconcilien.
Esta película está disponible en Amazon Prime Video.
A través del testimonio de pequeños, medianos y grandes productores de maíz en México, Sunú presenta un mosaico de historias que evidencian la actual amenaza a la que se enfrenta el mundo rural.
La película se adentra en el corazón de un país donde los pueblos alientan su determinación a seguir siendo libres, a trabajar la tierra y cultivar sus semillas; a vivir su cultura y su espiritualidad en una sociedad que no los valora pero sí los necesita.
El documental revela los peligros que acechan al maíz y los conocimientos que están en riesgo de perderse para siempre. Dirige Teresa Camou Guerrero.
Durante 30 años, un pueblo luchó para llevar a la justicia a un exdictador por crímenes de lesa humanidad.
Pamela Yates cuenta la historia de cómo Efraín Ríos Montt fue acusado por un tribunal guatemalteco de crímenes de lesa humanidad.
Décadas después de los acontecimientos, Ríos Montt fue acusado de cometer genocidio contra los mayas de Guatemala en la década de 1980, convirtiéndose en el primer exjefe de Estado en ser juzgado en su propio país por genocidio.
Valentín, el último campesino de una familia mexicana, ha muerto y con él toda la sabiduría para trabajar la tierra.
Sin experiencia agrícola, su hija y su nieta intentarán una última siembra para convencer a la abuela de quedarse con el terreno familiar. Dirige Tania Hernández Velasco, nieta de don Valentín.
En los años 90, los corredores rarámuris Victoriano Churo y Cirildo Chacarito rompieron todos los récords de atletismo ataviados con su vestimenta tradicional.
Este documental cuenta como Churo y Chacarito siguen corriendo, pero en el olvido y fuera de los reflectores. Dirige Juan Carlos Núñez.
Es un cortometraje animado en el que colaboraron niños tzoltziles de Zinacantán, donde describen el mundo tradicional y místico de este pueblo de los Altos de Chiapas.
Es un documental que explora la importancia de las ruinas del pasado en el presente.
En 1964, un enorme monolito prehispánico (Tláloc) fue trasladado desde el pueblo de Coatlinchán, Texcoco, hasta el Museo Nacional de Antropología.
Esta extracción detonó una rebelión entre los habitantes del pueblo y la consecuente intervención del ejército. Dirigen Sandra Rozental y Jesse Lerner.
Ciro Guerra, ganador de un premio Oscar por su trabajo en El Abrazo de la Serpiente, dirige ahora Pájaros de Verano.
En el contexto de la Bonanza Marimbera -periodo entre 1975 y 1985 donde entraron grandes cantidades de dinero a Colombia luego del florecimiento del narcotráfico hacia Estados Unidos-, una familia wayuu en la Guajira vivirá las consecuencias de la guerra por el control de uno de los negocios ilícitos más lucrativos del mundo.
Su cultura, sus tradiciones y sus propias vidas se verán atentadas por un conflicto entre hermanos como consecuencia de la avaricia y sed de poder.
El documentalista mexicano Eugenio Polgovsky dirigió este documental que retrata la vida de los niños trabajadores y campesinos en México.
Durante tres años en ocho zonas agrícolas y montañosas del país, Polgovsky interpreta a través de su mirada las actividades de estos niños y el lugar que heredaron en el mundo.
Herlinda, una indígena purépecha, es de las pocas alfareras que utiliza esmaltes alternativos libres de plomo.
Ahora que ha obtenido la salud para su familia se enfrenta a la difícil tarea de encontrar mercado para sus impresionantes piezas. Dirigen José Luis Figueroa Lewis y Sebastián Díaz Aguirre.
Despuntó como destino turístico internacional de primer nivel por más de una década hasta que el conflicto entre Grecia y Turquía la cambió para siempre.
De un lujoso destino turístico a una ciudad con un futuro incierto tras cinco décadas de abandono.
Varosha, suburbio de la localidad de Famagusta en el noreste de Chipre, tuvo su auge en la década de 1960 y la primera mitad de los años 1970.
Con sus hoteles de cinco estrellas, discotecas de primer nivel y más de dos kilómetros de playa bañada por el Mediterráneo, atraía a turistas y celebridades de todo el mundo, desde Elizabeth Taylor hasta Brigitte Bardot o Richard Burton.
Pero su destino cambió drásticamente en 1974, cuando la invasión turca de Chipre forzó a sus habitantes griegos-chipriotas a huir, dejando este territorio desierto y enjaulado en vallas militares.
Varosha quedó bajo el control del ejército turco como parte de un conflicto más amplio que dividió la isla en dos: al sur, la República de Chipre, reconocida internacionalmente y habitada en su mayoría por griegos-chipriotas; al norte, la República Turca del Norte de Chipre, un estado autoproclamado que solo reconoce Turquía.
Desde entonces, este enclave ha sido utilizado por ambas partes como una moneda de cambio en las complejas negociaciones que han intentado, sin éxito, reunificar el país.
La invasión de Chipre por las tropas turcas en julio de 1974 obligó a sus 39.000 residentes, la amplia mayoría mayoría griegos-chipriotas, a huir en cuestión de horas.
Cuando esto ocurrió, Avghi Frangopoulou tenía 15 años y sus padres acababan de comprar dos apartamentos en la playa de Varosha, pero la guerra lo cambió todo de la noche a la mañana.
“Recuerdo que corría porque veía los aviones justo encima de mí”, comenta sobre los bombardeos turcos en una entrevista para el programa de radio Assignment, de la BBC.
Su familia, como otras miles, tuvo que dejar atrás todas sus pertenencias y huir para salvar sus vidas.
Tras tomar el control, el ejército turco cercó Varosha con una valla y la convirtió en una zona militar restringida, vacía e inaccesible para civiles, es decir, una “ciudad fantasma”.
Durante décadas, el destino de Varosha fue un asunto de negociación clave en los fallidos intentos de reunificar Chipre.
En 1984, la ONU adoptó la resolución 550, que declaraba que debía ser devuelta a sus legítimos propietarios, pero el gobierno turco-chipriota de facto no aceptó y la ciudad permaneció intacta, con sus casas, hoteles y tiendas vacías.
“No somos fantasmas, y nuestra ciudad no es una ciudad fantasma”, protesta Frangopoulou, quien, como muchos otros exresidentes, ha visitado Varosha en los últimos años tras su reapertura parcial en 2020.
El estado de abandono del lugar hace aún más dolorosos sus recuerdos. “No me gusta ver esto”, afirma sobre el deterioro de su barrio natal y el “turismo oscuro” que ha surgido en torno de él.
En 2020 Turquía decidió reabrir parcialmente al público este espacio.
El anuncio de su presidente, Recep Tayyip Erdogan, atrajo de inmediato a visitantes curiosos, convirtiendo al otrora destino de lujo en uno del llamado “turismo oscuro” que invita a lugares marcados por la tragedia, el abandono o el conflicto.
Los turistas que llegan a Varosha se enfrentan a una extraña combinación de belleza y decadencia.
La playa está de nuevo abierta al público y en ella se observan bañistas disfrutando del mar y el sol rodeados de apartamentos en ruinas y hoteles destruidos, con ventanas rotas y fachadas corroídas por el paso del tiempo.
Muchos de los antiguos residentes no ven con buenos ojos esta transformación de su barrio en una especie de atracción turística.
“Conozco a la gente que vivió aquí. No pueden vender esto como un producto, como un pueblo fantasma”, comenta Avghi Frangopoulou, quien considera la reapertura como una forma de trivializar la tragedia de la invasión.
Parte de la comunidad internacional también ha condenado la decisión de Turquía de abrir Varosha sin un acuerdo previo con los grecochipriotas, lo que supone un paso más en la violación de la resolución 550 de la ONU.
Pero el barrio sigue recibiendo turistas y las autoridades turcochipriotas no parecen dispuestas a cambiar su postura.
Para los antiguos residentes de Varosha, regresar a la ciudad tras casi 50 años de exilio es un intenso golpe emocional, ya que sus edificios ahora en ruinas les evocan recuerdos de una vida interrumpida de forma abrupta en 1974.
Avghi Frangopoulou ha vuelto varias veces desde que se abrió parcialmente en 2020.
“Mi casa está aquí”, dice, señalando la calle donde vivía, ahora cubierta de escombros.
Pese a la autorización de visitas turísticas, el barrio sigue bajo estricto control militar y muchas zonas permanecen inaccesibles para los antiguos residentes.
“Solo quieres pasar por esa puerta y subir las escaleras, pero hay policías que te detienen, así que no te arriesgas”, asegura Frangopoulou.
El caso de Andreas Lordos es similar. Su familia construyó uno de los primeros hoteles en Varosha, el Golden Marianna, aún en pie aunque abandonado y cubierto de enredaderas.
“Mi padre construyó este hotel en 1967 cuando tenía 27 años. Era un hotel con piscina, algo nuevo en esa época. Estaba frente a mi colegio, así que durante el recreo íbamos a curiosear qué hacían los turistas”, relata, mientras observa lo que queda del edificio.
Confiesa que su sueño es restaurarlo y abrirlo de nuevo algún día.
Sin embargo, es difícil que los antiguos propietarios huidos hace 50 años puedan recuperar sus inmuebles.
Las autoridades turcochipriotas han instado a los antiguos dueños a que reclamen sus tierras, pero estos aseguran que en la práctica es casi imposible debido a que el proceso legal está plagado de obstáculos.
El gobierno chipriota, además, ve con desconfianza esta oferta al temer que ayude a legitimar la ocupación turca.
El futuro de Varosha está en el aire.
Muchos locales tienen la esperanza de que el barrio pueda ser restaurado y convertirse en un símbolo de la futura reunificación de Chipre, donde griegos y turcos chipriotas coexistan en paz.
“Nos volvimos como familias con algunos de los grecochipriotas, porque pensamos y actuamos de la misma manera: que todos somos los perdedores en este conflicto”, afirma Serdar Atai, un activista turcochipriota comprometido con la preservación del patrimonio cultural de la zona.
Sin embargo, las tensiones políticas siguen siendo un gran obstáculo.
Atai lamenta que tanto las autoridades turcochipriotas como las grecochipriotas han torpedeado continuamente los intentos de un acuerdo de paz.
“Siempre acuerdan estar en desacuerdo desde el principio”, ironiza, en referencia a las últimas cinco décadas plagadas de intentos fallidos.
Por otro lado, figuras políticas como Oguzhan Hasipoglu, miembro del parlamento turcochipriota, ven en Varosha un modo de reclamar la soberanía del norte de Chipre que la comunidad internacional rechaza.
“Perdimos la confianza en los grecochipriotas (…) Sus palabras son amables pero, a la hora de la verdad, no están dispuestos a compartir el gobierno ni la riqueza de esta isla con nosotros. Nos ven como una minoría”, sentencia.
Hasipoglu, quien cree inevitable la división de la isla en dos Estados, ansía ver renacer Varosha como un destino turístico de lujo bajo control turco.
Así, la incertidumbre sobre el futuro de Varosha persiste: ¿seguirá siendo un destino de “turismo oscuro” en ruinas, se convertirá en un nuevo y lujoso balneario del no reconocido Estado de Chipre del Norte, o será un puente hacia la reconciliación de una isla dividida?
Lo que es seguro es que el tiempo se agota poco a poco para los antiguos residentes que sueñan con regresar al barrio donde crecieron.
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