Si eres amante del terror, entonces seguro lo consumes en todas sus formas. Sal de las típicas películas y series y mejor adéntrate en nuevos miedos, monstruos y pesadillas con estos anime de terror.
Y que no te engañen, pues recuerda que la animación no es cosa de niños; sino una forma más de contar historias. Así que adéntrate a estos fabulosos mundos.
Si te gustan las historias cortas, pero poderosas, entonces éntrale a este anime antológico cuyas historias de terror se inspiran en mitos, leyendas y el folclore japonés.
Como dato curioso: la animación intenta replicar el kamishibai, una forma tradicional japonesa de contar historias a través de ilustraciones en papel en un pequeño escenario.
Este anime de terror cuenta con nueve temporadas de 13 episodios cada una. Las ocho primeras están disponibles en Crunchyroll.
No podríamos hablar de anime de terror sin mencionar esta historia protagonizada por un vampiro.
Aunque hay más presencia de eventos y criaturas paranormales y un montón de sangre, es de los anime de terror que debes ver.
La historia sigue a la Orden de Caballeros Protestantes, mejor conocidos como la Organización Hellsing, la cual se encarga de proteger al reino de toda amenaza sobrenatural.
Su mayor arma es Alucard, un poderosos vampiro capturado hace cien años y a quien se le une la policía Seras Victoria.
Existen dos versiones de la misma historia. La primera salió en 2001 y solo adapta parte de la historia original del manga. Esta puedes verla en Funimation.
Hellsing Ultimate es una adaptación más fiel y violenta del manga; se lanzó en 2006 y está disponible en Netflix.
Además de ser un gran anime de terror, es de esos thriller que te mantendrá en suspenso y con sorpresa todo el tiempo.
La historia se basa en una novela del mismo nombre de Yukito Ayatsuki que sigue a Kōichi Sasakibara, quien es transferido a una clase donde conoce a Mei Misaki. Pero este encuentro es solo el primero de una serie de casos extraños y asesinatos.
Son solo 12 episodios y puedes verla en Crunchyroll.
Para apasionarte más por el manga y anime de terror, necesitas sí o sí conocer al autor Junji Ito. Afortunadamente, varios de sus trabajos son adaptados al anime en esta serie.
Aunque no le hace cien por ciento justicia al autor, puede ser un acercamiento interesante a su obra. La serie funciona como antología con algunas de sus historias.
Disponible en: Crunchyroll.
Otro anime de terror que debes ver es este que se desarrolla en el verano de 1983, cuando Maebara Keiichi se muda al tranquilo poblado de Hinamizawa.
Ahí rápidamente hace amigos y amigas y pasan los días jugando toda clase de cosas hasta que se encuentra con una oscura historia del pueblo. Mientras más investiga, se da cuenta que hasta quienes le rodean podrían no ser lo que dicen ser.
El primer anime lo encuentras completo en Netflix.
Ya viste que varios anime de terror se conforman de antología y este es otro caso de esos. De hecho, es de los creadores de Yamishibai (que está más arriba en esta lista).
En este caso, el hilo conductor de las historias es el científico Sōsuke Banba y los encuentros que tiene con monstruos misteriosos llamados UMA (por sus siglas en inglés) y que atacan a las personas.
Hay dos temporadas con 13 episodios cada una y están disponibles en Crunchyroll.
El anime de terror también tiene grandes combinaciones con otros géneros y una de ellas es esta historia con tintes de comedia.
La historia sigue a Miko, una adolescente que de un día para otro comienza a ver seres paranormales. En lugar de salir corriendo o de intentar hacer contacto con ellos decide ingornarlos.
Aunque intenta seguir con su vida normal como si estos seres no estuvieran ahí, comienza a meterse en un montón de problemas y situaciones graciosas por culpa de estos entes.
La serie apenas se estrenó el pasado 03 de octubre y semana a semana hay un nuevo episodio en Funimation.
https://www.youtube.com/watch?v=eLPgTbqzLDA
Este es tan solo uno de los anime que estrenan esta temporada de otoño 2021. En esta nota te dejamos otras recomendaciones.
En un país con crisis en la salud y con cientos de migrantes a la deriva, clínicas particulares y residenciales dan algo más que un tratamiento médico.
La Unidad Médica Bassuary, al oriente de Ciudad de México, en el inmenso municipio de Nezahualcóyotl, no es una clínica usual: está en una casa residencial, tiene altares en cada rinconcito y en el consultorio de la doctora jefe, Sarahí Hernández, más que diplomas hay fotos: de ella cuando joven, de Pedro Infante, de sus pacientes.
“A mí me gusta ver a la gente a la cara, tocarlos, darles el apapacho que tanto nos hace falta”, dice la doctora, de 58 años. “Me ha llegado gente con el pie podrido, literalmente, oliendo feo, y yo no puedo hacer otra cosa que conmoverme, tratarlos y ayudarles. Porque imagínate tú si los doctores solo atendiéramos a la gente guapa”.
La Bassuary -cuyo nombre es una reunión de las iniciales de su padre, madre y hermano; todos médicos- es, en sus términos, una “clínica particular”. Y familiar.
No está en un edificio construido para ser hospital, pero presta muchos de sus servicios: urgencias, cirugía, consulta.
En México se les suele llamar “clínicas patito”, un término peyorativo que connota informalidad, ilegalidad, mala praxis médica. Pero la Bassuary, así como muchas de estas clínicas particulares, no solo cumplen con la regulación, sino que a veces dan un servicio que los hospitales tradicionales quizá no.
Servicios como el apapacho: palabra náhuatl para el cariño, el consuelo, el abrazo, la palmadita.
Y sobre todo a quienes más lo necesitan: por ejemplo, la población migrante, que por estos días, dice Hernández, “parecen haberse ido, pero ahí están, ya van a volver, porque su situación es muy difícil y acá estamos para ayudarlos”.
Hoy los migrantes son el 10% de los pacientes de Hernández, pero hace unos meses eran más de la mitad.
Tras la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el flujo migrante en México parece haberse reducido o cambiado de rumbo, con lo que espacios de atención como este, o los albergues, están medio vacíos.
Igual, dice la doctora, “tenemos más de 300 pacientes, porque necesidad es lo que hay y hospitales es lo que casi no hay”, asegura con ironía.
En prácticamente todos los estados mexicanos es común, sobre todo en las periferias de las ciudades, que la demanda por salud sea parcialmente abastecida por espacios como este.
Algunos son exclusivos para adultos mayores, otros para tratamientos ambulatorios: el portafolio de especialidades y niveles de cobertura es grande.
La Bassuary presta un poco de todo, pero su existencia, admite Hernández, tiene mucho que ver con las falencias del sistema de salud pública.
“Neza tiene solo dos hospitales y muy pocas camas censables; sin nuestro apoyo es imposible dar abasto”, asegura.
El sistema de salud público mexicano está en crisis hace décadas: hay desigualdad en el acceso, desabastecimiento de medicamentos, escándalos de corrupción, entre otros factores.
“Solo en pandemia -señala Hernández- yo atendí 14 mil pacientes, por teléfono, por chat, en persona. Un hospital tiene 70 camas, el otro 300. Y quedaron colapsados”.
A la crisis del sector se añade que la población mexicana sufre altas tasas de obesidad, hipertensión, diabetes e infecciones gastrointestinales.
Pero para la población migrante la situación es incluso más difícil, porque vienen de un viaje tortuoso por varios países y se enfrentan a la complejidad bacteriana y alimenticia de México.
“Para casi todos (los migrantes), el primer problema es intestinal. No solo porque acá la comida es irritante y grasosa, sino porque el agua tiene otras bacterias”, señala Hernández.
Pero otros casos son aún más graves. Ella recuerda a una migrante que llegó con fractura de clavícula porque los coyotes la habían lanzado de un puente.
Una migrante que visitó la clínica es Vanessa Alejo, una venezolana de 29 años que conoció a Sarahí hace unos meses cuando su hija, de 7 años, sufrió una infección.
“Fuimos al hospital y no sirvieron los tratamientos y cada vez que íbamos era muy difícil porque, si bien yo tengo permiso de residencia, piensan que uno está acá de paso y que está indocumentado”, asegura Alejo, que trabaja en una jarcería y en un restaurante.
Entonces le recomendaron a Hernández. “Ella me dio el mismo tratamiento, pero con una gran diferencia, me dio su número de teléfono, entonces yo pude darle cada detalle de su estado, ella nos mandó más exámenes y encontramos que tenía tifoidea”.
Y concluye: “La doctora me levantó a mi hija, si no hubiese sido por ella, esa bacteria me la mata”.
Nezahualcóyotl es un enorme municipio pegado a Ciudad de México en el que viven casi 2 millones de personas. Está construido, de manera informal, sobre lo que fue un lago. Ha sido durante décadas un destino para quienes migran a la zona en busca de un trabajo en la capital.
La clínica Bussary está, hace 15 años, en una casa de dos pisos de fachada verde viche en una calle residencial del municipio.
Al frente, en una casa rosada, hace dos años Sarahí empezó a ver que a la azotea se subían personas con un perfil muy distinto al que se frecuenta por acá: afrodescendientes.
Con el francés que aprendió en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se graduó y da clases hace 30 años, Hernández entabló una relación con un grupo de 22 haitianos que iban camino a Estados Unidos huyendo de la violencia y la pobreza que azota a su país.
“Nos volvimos amigos, los niños de la clínica empezaron a jugar con sus niños en la calle, les dábamos comida, no les gustaba el arroz a la mexicana, ni la tortilla, solo los panes y los plátanos”, recuera la doctora.
Con el tiempo se corrió la voz de que acá prestaban, a veces gratis, a veces por el costo habitual de 200 pesos (unos US$10), servicios médicos sin necesidad de ser parte del sistema oficial.
“Empezaron a llegar brasileños, venezolanos, colombianos, cubanos, todos muy afectados y sin dinero porque la ruta migrante es muy dura”, explica Hernández. “En todos lados había abusos y sigue habiendo”.
Fanática de Patch Adams, el doctor estadunidense que revolucionó la medicina con tratamientos entretenidos, Hernández alguna vez quiso ser actriz. Pero, al ver a sus padres ejercer, entendió que la humanidad que le fascinaba del arte se podía traducir en medicina.
“Te puedo quitar un tumor, pero me importa más poderte acompañar en el proceso”, asegura.
A diferencia de la “medicina tradicional”, dice, “nosotros te vemos como iguales, sin soberbia”.
“No solo te quitamos el dolor físico, sino el emocional; no solo vemos el cuerpo, sino también el espíritu, la mente y el alma”.
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