Los memes, contenidos propagados por internet a menudo con un fin humorístico, acaban generando desinformación entre usuarios que no saben interpretarlos como una broma, debido a la enorme cantidad de información y la falta de educación en redes, según expertos.
El médico César Carballo, urgenciólogo del hospital madrileño Ramón y Cajal y muy popular en España por sus numerosas intervenciones en medios durante la pandemia de covid-19, se ha convertido en blanco habitual de estas burlas.
Con cada acontecimiento en el país, surgen montajes en redes que lo presentan como experto en la materia, así sea vulcanólogo, girasólogo o arenólogo. A pesar de lo evidente de la chanza, hay quien lo ve como una manipulación mediática, en la que un solo hombre es usado para opinar de cualquier cosa.
Pese al tono satírico inicial, el meme es uno de los vehículos “más potentes y eficaces de la desinformación y de los discursos de odio” y “puede acabar degenerando en emociones que nada tienen que ver con el humor”, explicó Carmela Ríos, periodista y profesora de redes sociales en distintos másteres de verificación en España.
“El humor, la sexualidad y la violencia” son las temáticas con las que se logra mayor alcance, según Ricard Castellet, licenciado en sociología y ciencias políticas y jefe de transformación digital en la empresa Gebro Pharma.
Otro meme habitual en el mundo hispano es el que presenta al actor porno conocido como Jordi ENP como un científico que realizó un importante descubrimiento o un médico que murió luchando contra el covid y del que, injustamente, nadie habla.
La historia llegó a una política española que, en un pleno regional en 2020, trasladó su pésame a los familiares del falso sanitario fallecido.
El mismo fenómeno se repite en otros países. En Brasil, el exministro de Medio Ambiente Ricardo Salles publicó un montaje según el cual el canal CNN habría informado que el presidente Jair Bolsonaro convenció a su par ruso, Vladimir Putin, para no lanzar una guerra contra Ucrania.
Salles tuvo que señalar en sus redes que se trataba de un “meme irónico” después de que parte de sus seguidores dieran la información por cierta y verificadores independientes la analizaran.
El montaje del cómico Sam Hyde representado como el “Fantasma de Kiev”, un piloto que habría derribado varios aviones rusos, no fue entendido como una broma en Nigeria, lejos del Estados Unidos natal del actor.
Otro meme recurrente es el que usa el vídeo de una celebración de aficionados ingleses de un gol durante la Eurocopa de 2016, alterando la imagen proyectada en la pantalla del bar con otra del tropiezo de Biden en las escaleras de un avión.
En Alemania, montajes de una supuesta conversación entre Ricarda Lang, representante de Los Verdes, junto al presentador Markus Lanz también siguen pasando como verídicos. Los usuarios añaden globos de diálogo para inventarse una conversación falsa supuestamente emitida en televisión.
Los especialistas concuerdan en que hace falta una labor de pedagogía para que la sociedad sepa gestionar el enorme volumen de información al que se enfrenta diariamente a través de internet.
Carmela Ríos alertó de que “a menudo, no somos conscientes como ciudadanos de la forma en la que pasan ante nosotros cargamentos diarios de memes que ridiculizan a una persona. Al final, este fenómeno acaba alterando la percepción de algunas personas”.
“Existe una especie de analfabetismo: todo el mundo usa las redes, pero nadie nos ha enseñado a utilizarlas. Por eso, es tan fácil que circule desinformación”, argumentó Xavier Ribes, profesor de comunicación audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Hay gente que cree que un contenido publicado en internet ya “ha sido validado previamente” y “no entiende la era de la desinformación en la que vivimos”, agregó Castellet, quien considera que las plataformas “tienen que establecer más controles de verificación”.
A eso se suma, en su opinión, que al contenido enviado por privado se les da una “credibilidad ciega”.
Antes de que te vayas: Un estudiante se volvió millonario tras vender sus selfies en NFTs como “broma”
Alegres, intensos, perdurables… y siempre hermosos: estos son los brochazos de color que México ha dado al planeta.
El torneo fue el primero que se transmitió a color en todo el mundo, permitiéndole a los televidentes ver los tonos de los uniformes de los equipos nacionales.
Pero esa no era la primera vez que México coloreaba el planeta.
Unas décadas atrás había dado un brochazo con un rosa brillante basado en los colores naturales del árbol de bugambilia.
La historia del color en Mesoamérica era muy antigua, pero el diseñador, fotógrafo y pintor Ramón Valdiosera lo había puesto en la escena internacional en un desfile realizado el 6 de mayo de 1949 en el famoso Hotel Waldorf-Astoria en Nueva York.
El artista había adoptado ese rosa tras realizar un viaje de investigación por México, en el que coleccionó trajes y vestidos característicos de diversas regiones para luego adaptar la indumentaria tradicional a la moda contemporánea.
Cuando le preguntaron por el origen del vibrante tono, Valdiosera contestó que formaba parte de la cultura mexicana, lo que inspiró el nombre “Mexican Pink” o rosa mexicano.
Con ese apelativo entró al sistema de definición cromática de Pantone.
Otro color que resonó en la escena internacional a mediados del siglo XX fue un azul resistente y brillante que los mayas inventaron siglos antes de que sus tierras fueran colonizadas.
Esta vez debido a que los arqueólogos lo “redescubrieron” y sus características los intrigaron.
Tiempo atrás, en la Europa del siglo XVII, solo los pintores más ilustres se podían permitir el lujo de usar el pigmento azul ultramarino, pues era hecho de lapislázuli, una piedra semipreciosa proveniente de las lejanas minas en Afganistán.
Costaba su peso en oro, así que los artistas menores tenían que conformarse con colores más apagados que se desvanecían con la luz del Sol.
Entre tanto, al otro lado del océano Atlántico, artistas como José Juárez, Baltasar de Echave y Cristóbal de Villapando en México, Nueva España, usaban sin vacilación en sus obras barrocas coloniales un hermoso color azul.
Estaba hecho de una arcilla rara llamada atapulgita mezclada con el tinte de la planta añil.
Esa receta lo hacía tan resistente que sobrevivió el paso del tiempo fijado en las ruinas prehispánicas de Mesoamérica, en los murales azules de la Riviera Maya, lo que hoy es México y Guatemala, que datan del año 300 d.C.
El color tenía un significado ceremonial especial para los mayas.
Cubrían a las víctimas de los sacrificios y los altares en los que se ofrecían con una pintura azul brillante, escribió Diego de Landa Calderón, obispo del México colonial durante el siglo XVI, en su relato de primera mano.
Durante la colonización, los materiales nativos como el azul maya se explotaron junto con todos los demás recursos de la tierra y su gente en el Nuevo Mundo.
Y hubo otro pigmento, uno de los más antiguos utilizados en América, que tras la invasión española se comercializó en todo el mundo.
A pesar de que su producción se convirtió en una industria que dependía por completo de los conocimientos, la experiencia y el trabajo de los indígenas mexicanos, nunca se les reconoció.
Puedes leer: “El arte ha sido mi salvación”: Dani Hoyos nos cuenta sobre su carrera como creadora de contenido
Para la élite del mundo antiguo, el escarlata era símbolo de riqueza y estatus.
Gastaban sumas fantásticas en busca de tonos cada vez más vibrantes, pero un rojo verdaderamente potente era esquivo.
Lo mejor que tenían la realeza y la élite europea hasta el siglo XVI era la Sangre de San Juan y el rojo armenio, que datan del siglo VIII a.C.
Pero, al estar hechos de diferentes variedades de parásitos de la raíz de Porphyrophora, su producción era laboriosa y la disponibilidad era escasa, incluso a los precios más altos.
En el Nuevo Mundo, sin embargo, los pueblos mesoamericanos habían desarrollado un pigmento hecho a partir del insecto cochinilla.
El pequeño parásito, que se alimenta del cactus tuna, se cultivaba en México y Perú en tiempos prehispánicos.
La hembra se secaba y trituraba para extraer el ácido carmínico rojo, y los aditivos de diferente acidez producían tonos que iban del rosa claro al morado oscuro.
Y el rojo era más brillante y más saturado que cualquiera del Viejo Mundo.
Los pueblos americanos tenían sistemas para criar y manipular genéticamente la cochinilla para obtener características ideales, y el pigmento se utilizaba para crear pinturas para códices y murales, para teñir telas y plumas, e incluso como medicina.
Cuando los conquistadores llegaron a Ciudad de México, sede del imperio azteca, el color rojo estaba en todas partes.
Los pueblos de las afueras pagaban tributos a sus gobernantes aztecas en kilos de cochinilla y rollos de tela de color rojo sangre.
No obstante, Hernán Cortés, quien reconoció inmediatamente las riquezas de México y se las describió en cartas al rey Carlos V, no consideró que el pigmento fuera un tesoro comparable con el oro y la plata que quería saquear.
Pero cuando en 1523 el tinte llegó a España, el rey vio en la cochinilla una oportunidad para engrosar las arcas de la corona.
Los tintoreros europeos se lo confirmaron.
Tras experimentar con el color, quedaron encantados: era 10 veces más potente que la Sangre de San Juan y producía 30 veces más tinte por onza que el rojo armenio.
A mediados del siglo XVI se utilizaba en toda Europa y para la década de 1570 se había convertido en uno de los negocios más rentables de Europa y uno de los principales productos de exportación del Nuevo Mundo.
La demanda explosiva condujo a un rápido crecimiento de la producción, que se realizaba casi exclusivamente en Oaxaca por productores indígenas.
Se convirtió en el segundo producto de exportación más valioso de México después de la plata y, en el siglo XVII, se comercializaba en lugares tan lejanos como India.
Los pedidos como tinte para suntuosas sedas, terciopelos y tapices europeos se dispararon.
Luis XIV ordenó que la tapicería de las sillas y las cortinas de la cama real en Versalles se tiñeran con cochinilla, mientras que los británicos vistieron de ese carmín a los oficiales de su ejército.
Los pintores adoptaron rápidamente la cochinilla, desde Tintoretto, en la década de 1550, hasta Van Gogh, siglos después, pasando por muchos y grandes artistas.
Los españoles controlaban exclusivamente el acceso al rojo cochinilla, manteniendo la verdadera fuente del pigmento como un secreto celosamente guardado.
“El intento de controlar el comercio revela cuán importante fue como producto global”, anota Gabriela Soto Laveaga, profesora de Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard.
“Era uno de los más codiciados porque creaba una sensación de lujo: no cualquiera podía usarlo, solo la élite”.
Pero, como subraya, era un secreto robado.
“Los franciscanos y los dominicanos se acreditaron haberle, supuestamente, enseñado a los nativos cómo plantar los cactus, producir y cosechar los insectos”, explica.
“No era cierto: los indígenas no sólo habían sabido cómo hacer todo eso durante cientos de años, sino también cómo usar los diferentes tintes rojos”.
En el siglo XVIII, los biólogos europeos finalmente lograron descifrar que el origen del valioso pigmento era un insecto.
Para cuando México se independizó, España ya había perdido su monopolio.
En el siglo XIX, la cochinilla fue reemplazada en gran medida por tintes sintéticos, aunque todavía se usa hoy en día en muchos alimentos, bebidas, ropa y cosméticos.
Y eso siempre será gracias a los conocimientos de las culturas que habitaron esas tierras.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
También puedes seguirnos en YouTube, Instagram, TikTok, X, Facebook y en nuestro canal de WhatsApp, donde encontrarás noticias de última hora y nuestro mejor contenido.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.