Al igual que en Los Simpson, cuando Springfield se ve afectado por una ola de calor extremo desencadenando caos, incluido un apagón masivo, México experimentó el 7 de mayo una situación similar debido a una ola de calor que provocó cortes de energía en todo el país.
Como era de esperarse, los memes del calor en México inundaron las redes sociales y nos dieron un respiro humorístico ante la situación.
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Así que si estás buscando una buena dosis de risas, saca tu abanico y échale un ojito a esta recopilación que hemos preparado con las mejores imágenes graciosas del calorón.
En estos momentos es muy poco probable que alguien continúe siendo team calor, porque así hemos estado:
Y si las cosas siguen así, el aire acondicionado podría convertirse en una nueva forma de ligar.
Pero bueno, de poco o nada sirvió el aire acondicionado porque la de calor fue tan extrema que en varias partes de México experimentaron apagones.
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El asunto de los apagones se dio en gran medida por problemas en la capacidad de producción.
En resumen, hubo un desequilibrio en el sistema por lo que a las 17:04 horas, el sistema interconectado nacional fue declarado en estado de emergencia. En ese instante, el CENACE inició cortes en el suministro con el fin de balancear la oferta y la demanda de energía.
Se cree que el apagón masivo del martes 7 de mayo fue causado por la ola de calor más intensa registrada en el país, por ejemplo en regiones como Guerrero, Oaxaca y Veracruz, según reportes de la Comisión Nacional del Agua las temperaturas alcanzaron hasta 46 grados celsius.
Muchos economistas creen que el libre comercio es lo más beneficioso para la economía global, aunque el proteccionismo tiene algunos partidarios.
Pocas ideas suscitan un acuerdo tan generalizado entre los economistas como que los aranceles son una mala idea.
Pese a que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dice estar convencido de que los que anunció la semana pasada provocarán “históricos resultados” que harán a su país “rico de nuevo”, la mayoría de los economistas consideran estos aranceles un obstáculo para el progreso.
Trump ha establecido aranceles masivos y los ha convertido en una de las banderas de su segundo mandato.
Pero la mayoría de expertos señalan que resultarán perjudiciales y que los principales damnificados serán probablemente los consumidores y compañías estadounidenses.
¿Cómo ha llegado la ciencia económica a esta conclusión negativa sobre los aranceles?
Los aranceles son impuestos a las importaciones que se pagan en la aduana por los importadores.
Por ejemplo, si una empresa estadounidense quiere importar madera por un valor de US$100 y el gobierno estadounidense ha impuesto un arancel del 10% al país de procedencia, tendrá que pagar US$110.
Durante décadas, los aranceles fueron el instrumento principal de la política económica proteccionista, aplicada en diferentes países por gobiernos que buscaban proteger a la industria local de la competencia exterior.
Los partidarios del proteccionismo creían que la imposición de aranceles favorecería el desarrollo de la industria local, a la que consideraban clave para el desarrollo y veían ahogada por la afluencia de mercaderías extranjeras.
Fue la tesis esgrimida, entre otros, por Alexander Hamilton, uno de los “padres fundadores” de Estados Unidos, que abogó por los aranceles para frenar las importaciones de Gran Bretaña y permitir que la industria de la joven república estadounidense levantara el vuelo.
La teoría proteccionista sostenía que las restricciones a la competencia extranjera ayudarían a la industria nacional, que con menos competidores foráneos podría aumentar sus beneficios y emplear a más trabajadores locales. También compensaría la balanza de pagos y contribuiría a la capitalización del país.
Es la misma visión aparentemente abrazada más de dos siglos después por Trump, que aboga por que los autos de Estados Unidos se fabriquen en factorías en el país y cree que los ingresos por los aranceles compensarán los costes de la gran rebaja de impuestos que ha prometido.
Pero desde hace décadas impera el criterio de que los aranceles hacen más mal que bien.
En palabras de Erika York, analista de la Tax Foundation, un centro de análisis de Estados Unidos, “barreras al comercio como los aranceles han demostrado causar más daño económico que beneficio”.
“Elevan los previos, reducen la disponibilidad de bienes y servicios, lo que resulta en suma en menores ingresos, reducción del empleo y una menor producción”.
La principal preocupación en el contexto actual es que los aranceles tengan como primer efecto un aumento de los precios, precisamente cuando Estados Unidos y el mundo comenzaban a superar la ola inflacionista de los últimos años.
Los aranceles impactan en los márgenes de beneficio de fabricantes e importadores, lo que en muchos casos repercutirá en el precio final, contribuyendo a una potencial caída del consumo y, en consecuencia, del crecimiento económico.
“Cuando un producto es más caro para una compañía, se lo venderá más caro al consumidor, así que el consumidor va a tener que o pagar más o decidir no comprarlo, lo que resultará en una ralentización de la economía”, explica Şebnem Kalemli-Özcan, profesora de economía de la Universidad de Brown.
Por eso, el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, advirtió que los aranceles de Trump implican “riesgos elevados de un mayor desempleo y una mayor inflación”.
Los expertos también cuestionan la obsesión de ver la balanza de pagos como indicador de prosperidad de un país.
Trump insiste en que el déficit comercial que muestra la estadounidense es la prueba de que el resto del mundo lleva años abusando de su país.
Pero en realidad la balanza de pagos no es más que un indicador que mide el flujo de bienes y servicios, y el capital, lo que refleja los flujos financieros pero no necesariamente la salud del comercio y la economía.
Un ejemplo sencillo usado por York ilustra bien porque fijarse solo en la balanza de pagos puede llevar a engaño.
Imaginemos que una compañía estadounidense envía un flete valorado en US$100 millones a Francia. Al partir, se registraría esa cantidad como déficit para Estados Unidos. Si tras vender todas sus mercancías allí, ese mismo buque regresa de Francia con productos valorados en US$30 millones para vender en Estados Unidos, la balanza de pagos seguiría registrando un déficit de US$70 millones, pero a la postre esa compañía estadounidense habría vendido US$130 millones en ambos países, con lo que habría ganado US$30 millones como resultado.
El proteccionismo ha sido también abandonado por la constatación de que, aunque pueda resultar beneficioso a corto plazo para un determinado sector industrial, a la larga acaba siendo perjudicial para la economía en general.
Los agricultores locales, por ejemplo, pueden ampliar sus ventas y su cuota de mercado si no tienen que enfrentar la competencia extranjera, pero a la larga la falta de competencia llevará a un encarecimiento de los precios de los productos y potencialmente a un descenso de su calidad que acabará afectando a todos los consumidores.
“A medida que los consumidores gastan más en los bienes a los que se ha impuesto el arancel, tienen menos para gastar en otros, de manera que se apuntala a una industria en detrimento de todas las demás”, según explicó York.
Los aranceles son además un impuesto no progresivo. Se imponen sobre los artículos importados sin importar el nivel de renta de los consumidores, por lo que si derivan en un aumento de los precios, como suele suceder, acaban siendo un lastre mayor para las personas con menos recursos.
Por poner un ejemplo, si los aguacates suben un 15% como resultado de los aranceles, el impacto será mayor para las familias que tienen menos o ningún margen para afrontar esa subida.
Pero, según explicó un grupo de economistas en la revista Journal of Purchasing and Supply Management, los aranceles suelen acabar siendo dañinos incluso para los sectores a los que se supone que quieren proteger.
“Aunque los aranceles pueden ofrecer cierta protección a algunas industrias, también pueden crear ineficiencias” para estas y para sus socios y clientes en las cadenas de suministro, afirma el estudio.
En realidad, la idea de que el libre comercio es una fuente de prosperidad está presente en economistas clásicos desde hace siglos.
Adam Smith, considerado el padre de la ciencia económica moderna, ya abogaba por él en su libro “La riqueza de las naciones” de 1776.
Smith explicó que el libre comercio permitía a cada país especializarse en los productos que le resultaran más convenientes y con los que obtenía mayores beneficios, en lugar de tener que producir todo aquello que se demandara en su mercado.
Varias experiencias del pasado han llevado a los economistas a la conclusión actualmente vigente sobre los aranceles y el proteccionismo.
Rober Gulotty, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Chicago, recuerda el precedente de la Ley de Embargo de 1807, aprobada en Estados Unidos para castigar el comercio con Gran Bretaña y Francia. “Tuvo como efecto una pronunciada reducción de las importaciones y exportaciones de Estados Unidos, y la expansión del comercio británico en Sudamérica y culminó en la guerra de 1812” entre Estados Unidos y su antigua metrópoli.
El premio Nobel de Economía Joseph S. Stiglitz dijo en una conferencia reciente que el programa proteccionista implantado en Estados Unidos en la década de 1930, cuando el país sufría la grave crisis económica provocada por el crack bursátil de 1929, fue “un factor importante que contribuyó a la Gran Depresión”.
“No fue un programa de creación de empleo. Fue uno de destrucción de empleo”, dijo Stiglitz, que alertó además que la imposición de aranceles en un país suele desencadenar medidas de represalia en otros, justo lo que lleva años ocurriendo entre Estados Unidos y China, las dos mayores economías del mundo.
“Sabemos que este tipo de guerras comerciales conduce a un descenso de las condiciones de vida”, indicó Stiglitz.
Escarmentados por experiencias como la de 1930, los líderes mundiales apostaron tras el final de la Segunda Guerra Mundial por la supresión de las barreras comerciales en todo el mundo, un proceso impulsado decididamente por Estados Unidos.
La firma en 1948 del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) llevó a un sistema de mayor apertura y una supresión generalizada de aranceles que se tradujo en la creación de la Organización Mundial de Comercio en 1995, un legado que es valorado positivamente por la mayoría de economistas.
Fue la era de la Globalización, en la que, según Erika York, “el mundo abandonó las políticas comerciales proteccionistas y se desplazó hacia un sistema de comercio abierto basado en reglas”, lo que” ha llevado a beneficios generalizados, incluido un aumento de los ingresos, precios más bajos y más opciones para los consumidores”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, se inició también el proceso de integración que desembocó en la creación de un mercado común europeo, clave para la reconstrucción del viejo continente tras el desastre de la guerra y el desarrollo que ha experimentado Europa desde entonces.
Los estudios disponibles sobre episodios más recientes, como los aranceles impuestos a los productos de China durante la primera presidencia de Trump, también han revelado más perjuicios que beneficios y apuntan a que quienes acabaron pagándolos en mayor medida fueron los consumidores estadounidenses.
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