El Crédito Ganadero a la Palabra, programa prioritario del gobierno del expresidente Andrés Manuel López Obrador, buscaba lograr la autosuficiencia en la producción de carne y leche en el país; sin embargo, la política también conocida como “vaquitas del Bienestar” no sólo fracasó en su objetivo, sino que provocó un daño al erario por 958 millones de pesos, pues el gobierno nunca recuperó el ganado adquirido, como se había planteado.
En 2019, y frente a “las insuficiencias de producción que México tiene para satisfacer sus requerimientos de alimentos proteínicos de origen animal, como son la carne y la leche”, -lo que llevó al país a ser dependientes de las importaciones-, el gobierno de López Obrador dispuso implementar este programa a fin de conseguir “el repoblamiento de un millón de novillonas y 50 mil sementales, o en su caso el equivalente en otras especies”, de acuerdo con los lineamientos de operación de la política pública.
“Vamos a atender todas las demandas que tienen que ver con el impulso a las actividades productivas y a crear empleos, eso es muy importante. El que tiene su parcela, que es ejidatario, que es pequeño propietario y que necesite un crédito para sembrar, para tener unas novillonas, unas vacas, van a tener ese apoyo, ese productor va a tener el respaldo del gobierno democrático que represento”, afirmó López Obrador en Macuspana, Tabasco, el 22 de febrero de 2019 cuando anunció el programa.
Sin embargo, a seis años de haberse puesto en marcha, no hay un solo resultado. Al contrario, el presupuesto público destinado al programa se perdió porque se compró ganado viejo, de mala calidad e incluso enfermo.
“¡Qué repoblación ni qué nada!, al contrario, el que agarró (ganado) qué a todo dar (…) pero hasta ahí quedó, el gobierno ya no respondió”, lamenta Víctor Hugo Ricoy, presidente de la Ganadera de San Pedro Tapanatepec, Oaxaca.
“El presidente de la República (López Obrador) pensó bien, pero (los funcionarios de) las Secretarías ya sabían de la malicia, por eso no funcionó (…) el programa estaba rebien, todos lo entendimos que era para repoblar y que a los 3 o 4 años devolver (el ganado), pero nunca se hizo porque todo lo venían agarrando en ventaja para los de gobierno”, agrega el ganadero.
La falta de resultados del programa Crédito Ganadero a la Palabra se vislumbró desde su implementación, pues la política pública se puso en marcha sin contar con un diagnóstico que justificara su implementación, reveló la Auditoria Superior de la Federación (ASF).
“La Secretaría de Agricultura implementó la operación del Programa ‘Crédito Ganadero a la Palabra’ sin haber acreditado contar con el ‘Diagnóstico’ que justificara su creación”, informó el ente fiscalizador en la auditoría de cumplimiento 2019-0-08100-19-0275-2020.
Esto y otras deficiencias en la planeación, seguimiento y evaluación del programa llevaron a que la política pública sólo operara en 2019 y que incluso ese primer año se recortara el presupuesto asignado originalmente, de 4 mil millones a mil millones de pesos.
Finalmente, informó la Secretaría de Agricultura en respuesta a una solicitud de información pública, se entregaron 812 millones de pesos en ganado, y el resto del presupuesto se ocupó en la compra de alimento y gastos de operación.
Aunque el programa era nacional, se priorizó apoyar a productores de Campeche, Chiapas, Guerrero, Jalisco, Nayarit, Michoacán, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán y Zacatecas.
Originalmente se dispuso que, para lograr el repoblamiento bovino, ovino y porcino, el gobierno compraría novillonas, sementales y triponas que entregaría a los beneficiarios para ellos se encargaran de la reproducción.
No se trataba de un regalo; al contrario, una vez reproducidas, el beneficiario tenía la responsabilidad de devolver al gobierno -en especie- una cría bovino semejante a la que le fue entregada por el programa, así como dos crías hembras por cada semental.
“Les vamos a entregar vacas, novillonas y sementales a pagar a tres o cuatro años con las crías, sin intereses y sin papeleo, a la palabra, porque los tabasqueños, los chiapanecos, los mexicanos tienen palabra y ¿saben cuál es la mayor riqueza de México? la honestidad de su pueblo”, sostuvo López Obrador durante la presentación del programa en Tabasco.
Sin embargo, a seis años de puesto en marcha el programa, nada de lo comprado y entregado por el gobierno fue recuperado y tampoco se logró el repoblamiento con el que se buscaba transitar a la autosuficiencia de carne.
“Hicimos todo lo que teníamos que hacer, pero resulta que el programa venía muy maleado (…) ellos querían una buena tajada, quedarse con un recurso que no debió haber sido así”, explica Víctor Hugo Ricoy.
De hecho, en julio de 2022 el Gobierno de México, a través de la Secretaría de Agricultura, publicó modificaciones a los lineamientos de operación del programa en las que derogó la obligación de los beneficiarios de devolver en especie crías de los animales que se les entregaron, con lo que dio por perdida la inversión hecha con recursos públicos.
El fracaso en la política pública fue tal que beneficiarios denunciaron ante la Secretaría de la Función Pública (SFP) que el gobierno les había entregado ganado malo que enfermó a sus animales, por lo que perdieron su fuente de ingresos.
En octubre de 2020, ganaderos de Oaxaca interpusieron la denuncia en contra de quien o quienes resultaran responsables por haber sido defraudados en el Programa Crédito Ganadero a la Palabra.
Jorge López Guerra, presidente de la Unión Ganadera del Istmo de Tehuantepec, quien en nombre de decenas de ganaderos interpuso la denuncia, explica a Animal Político que, aunque el programa era muy bondadoso y necesario, en el camino se pervirtió y los funcionarios involucrados, entre ellos David Monreal, actual gobernador de Zacatecas y entonces encargado del programa, buscaron la manera de aprovecharse de los ganaderos del sur del país.
López Guerra acusa que, en lugar de privilegiar la compra de ganado saludable e idóneo para el repoblamiento, se apostó por la compra de ganado de desecho a coyotes.
“La norma no habla de coyote, habla de criadores que tienen ganado de cría con registro, que tiene pedigrí y el que trae su acta de nacimiento (…) entonces el beneficio iba a ser entre ganaderos y cuál fue nuestra sorpresa que dieron el dinero a los coyotes para que compraran baratillo”, asegura el ganadero.
“El ganado que le compraron a los coyotes no reunía ningún requisito, ni el precio, ni en la calidad, ni el aspecto de sanidad y ese fue el malestar que nos generó por la cual hicimos la denuncia ante la Función Pública”, detalla.
En aquel entonces, la titular de la SFP, Irma Eréndira Sandoval, los recibió en su oficina. Le explicaron su inconformidad, y aunque se mostró abierta a dar seguimiento a su denuncia, no pasó nada.
Sandoval los remitió a la abogada de la Secretaría de Agricultura, y aunque también recibió sus papeles, nunca se volvió a reportar con ellos.
“(Los ganaderos) no hemos sido beneficiados directamente como se hacía anteriormente. No pedimos dádivas ni migajas, pedimos un trato digno, queremos un trato digno porque es un sector productivo (…) nosotros los ganaderos nos autoempleamos en el rancho”, subraya López Guerra.
Al hacer una auditoría de cumplimiento del programa la ASF detectó -entre otras inconsistencias- que no se contaban con padrones fehacientes, pues identificó a 154 bovinos que fueron entregados a más de un beneficiario.
Por la entrega de ganado duplicado, entrega de apoyo a personas que no cumplieron con los requisitos o que estaban fallecidas, la ASF determinó un daño al erario por 32 millones 444 mil 120 pesos que al cierre de la Cuenta Pública 2019 tenía pendientes por aclarar la Secretaría de Agricultura.
Cuando el ganadero Carlos Ayora, de Matías Romero, Oaxaca, se enteró que el expresidente Andrés Manuel López Obrador había puesto en marcha el programa Crédito Ganadero a la Palabra, él decidió anotarse.
A los días le informaron que había calificado para ser beneficiario de la política pública, por lo que clasificó su ganado y tomó la decisión de vender 12 novillonas, aquellas que ya estaban viejas, pues él recibiría ganado joven y listo para reproducirse.
“En su tiempo fueron muy buenas vacas, pero ya eran prácticamente de desecho, por lo que se las vendí al comprador que tenemos en la colonia (…) me las pagaron a 8 mil pesos y cuál es mi sorpresa que un día voy a Donají (comunidad de Matías Romero) y ahí estaban entregando una de las vacas que yo había vendido, una de las vacas de desecho”, denuncia Ayora.
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Para garantizar la calidad de los sementales y vientres bovinos que se entregarían a los beneficiarios, éstos debían estar registrados en el Sistema Nacional de Identificación Individual de Ganado (SINIIGA), considerado por el Centro Operativo Nacional como una herramienta confiable para establecer un sistema de rastreabilidad que permita la inmediata identificación del origen de los semovientes.
Sin embargo, reveló la ASF, “de 174 bovinos, con un valor de 2 millones 822 mil pesos, no se acreditó que contaran con el ‘arete’ (dispositivo de identificación de ganado registrado en el SINIIGA).
Y así como en otras comunidades se entregó ganado sin arete o de desecho, también se entregaron animales a personas que no calificaban paras ser beneficiarias. “Tenían una vaca, no eran ganaderos”, lamentó.
“No quisieron que la ganadera fuera responsable de comprar el ganado (…) ahí se pudo comprar ganado de buena calidad y no se hizo porque hubo un contubernio entre David Monreal y la Sagarpa”, reprocha el ganadero.
“Son detalles que molestan, el programa no era malo, pero las personas que pusieron al frente fueron los que lo echaron a perder”, agrega.
Pero el desencanto no quedó ahí. Después de haber calificado como beneficiario del programa, a Ayora nunca le llegó el ganado prometido.
“Únicamente dijeron que el programa se terminaba y nada más”, recuerda.
El ganadero explica que, después del fracaso del programa y de que a él no le dieron el ganado prometido, tuvo que sacar un crédito bancario para comprar más ganado por su cuenta y salir adelante.
“Sacamos un crédito para comprar nuevamente ganado y poder seguir adelante… pero nos estancamos porque fueron dos años de pérdida (…) nos fue mal con ese programa todo porque las personas se dicen que son de la Cuarta Transformación y pues no vimos una transformación buena, vimos la transformación mala”, asegura el ganadero.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, lanzó una campaña para promover temas diferentes al narco en la música mexicana, hoy dominada por los corridos norteños. Te explicamos qué hay detrás y qué puede pasar.
“Soy el dueño del Palenque, cuatro letras van al frente”, dice la canción. “Soy el señor de los gallos, el del cartel jalisciense”, entona.
Los autores son Los Alegres del Barranco, un grupo mexicano originario de Sinaloa. El señor del palenque es Nemesio Oseguera Cervantes, “el Mencho”, máximo jefe del Cartel Jalisco Nueva Generación. Y las cuatro letras que menciona el verso son las iniciales de una de las organizaciones criminales más poderosas de México.
El mes pasado, en un concierto en Jalisco, la banda cantó la canción, que data de 2021, y puso imágenes del Mencho en las pantallas, cuando las fibras en México estaban aún sensibles tras el descubrimiento de un centro de reclutamiento, tortura y cremación del mismo cartel en ese estado.
Con eso resurgió el viejo debate sobre si este tipo de manifestaciones culturales deben ser censuradas bajo el pretexto de que son apologías del delito.
Un total de diez estados han prohibido contenidos semejantes.
Y aunque dice que “no se trata de censurar”, la presidenta del país, Claudia Sheinbaum, ha lanzado una campaña llamada “México canta y encanta” para promover otras temáticas en la música popular mexicana.
La controversia vuelve en un momento particular: el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quiere presionar a México a través de aranceles comerciales para que luche en contra del crimen organizado, ha declarado a los carteles organizaciones terroristas y sostiene que “el gobierno está en manos del narcotráfico”.
Sheinbaum, una progresista de enorme popularidad, rechaza las acusaciones, pero, obligada a entenderse con el republicano, ha escogido emprender esta campaña para dejar claro que en México no hay tolerancia hacia el narco.
¿Qué son, pues, los corridos, de dónde vienen y por qué su relación con el crimen organizado? Estas son algunas claves para entender el debate.
Los corridos son un género musical del norte de México. Es primo lejano de la ranchera, también del norte, y primo hermano de la banda sinaloense, un género alegre con vientos estruendosos.
El corrido usa instrumentos traídos de España durante la colonia, como guitarras en varios formatos, el bandolón y el bajo quinto.
Se inspira en géneros como la polka alemana y el vals checo, que llegaron a México, acordeón en mano, en el siglo XIX.
Y su elemento distintivo —además de una guitarra alta y tensionada y un contrabajo con cuerdas de nylon— son las letras, que no solo narran la realidad en una región fronteriza turbulenta, sino que sirven de manifiesto rebelde en una sociedad ávida de llevar la contraria.
El corrido tiene varios subgéneros contemporáneos: el tumbado, de corte urbano y con adopciones del rap y el trap; el verde, en alusión al consumo de marihuana; el alterado, directamente asociado al crimen, el lujo, el ocio.
De este último surge la expresión narcocorrido, que en realidad es una manera más explícita de decir “alterado”.
Pero antes de todo esto hubo otros corridos, como los “villistas”, en referencia a Pancho Villa, el líder bandolero del norte en la Revolución Mexicana, o los “zapatistas”, en alusión al líder campesino revolucionario.
Los corridos existen al menos desde el siglo XIX, cuando las baladas románticas traídas de España durante la Colonia fueron reinterpretadas bajo los parámetros de una sociedad que buscaba la independencia y estaba estrechamente conectada con el sur de Estados Unidos, otro caldero de géneros musicales de relevancia.
Sus primeras temáticas giran en torno a la Independencia, a principios de siglo; pero su gran auge se da durante la Revolución Mexicana, entre 1910 y 1917, cuando la información en un país con altas tasas de analfabetismo se daba a conocer a través de la música y las historias de los revolucionarios eran admiradas por el público.
Luego, en las décadas de 1920 y 1930, el corrido empezó a contar las historias del contrabando en medio de la prohibición del alcohol decretada en Estados Unidos. Así nació el “corrido tequilero”, una forma de narcocorrido.
El primer narcocorrido en México documentado es “El Pablote”, de 1931, sobre un narcotraficante conocido como “El rey de la morfina”.
En los 40 y 50, cuando la marca mexicana se popularizó en un mundo afligido por la Segunda Guerra Mundial, el mariachi y la ranchera sobrepasaron al corrido en las emergentes estaciones de radio.
Los públicos no estaban interesados en historias de violencia, por lo que el corrido existente acentuó su connotación de prohibido y trasgresor.
Luego, en los años 70, surgen Los Tigres del Norte, unos de los padres de este fenómeno, que vuelven a las historias de la frontera, del contrabando, de la guerra contra las drogas, del intervencionismo estadounidense a través de la Operación Cóndor.
De los años 70 en adelante, es decir, desde que nació el narcotráfico contemporáneo, la historia de los corridos cambió, no solo porque en ellos se narra lo que pasa en la vida criminal, sino porque parte de su financiación vino de esa economía.
Algunos cantantes de corridos, como el famoso Gerardo Ortiz, han admitido ante las autoridades que lavaron dinero de los narcos a través de sus conciertos.
Algunas disqueras, como DEL Records, han sido investigadas por lavar dinero a través de proyectos discográficos.
Y casi todos los famosos capos han encargado a los músicos que escriban corridos en su nombre, no solo para legitimarse ante la sociedad, sino para contribuir en los procesos de reclutamiento de jóvenes.
La relación entre corrido y narcotráfico tiene muchos hitos históricos, pero uno de los más recordados es el asesinato de Chalino Sánchez, conocido como el “rey del corrido”: se salvó de un atentado, lo amenazaron varias veces y al final lo mataron en 1992. Aunque no se sabe el motivo, está claro que tenía que ver con su vínculo con el narcotráfico.
Los ajustes de cuentas, las riñas entre carteles, los símbolos del mundo del narco suelen ser la razón por las que los músicos de corridos son amenazados. A Peso Pluma, el más famoso hoy, lo amenazaron públicamente si cantaba en Tijuana. A Valentín Elizalde, otro importante del género, lo mataron en 2006 por cantar un narcocorrido con mensajes entre carteles.
“Nosotros contamos historias populares que existen en nuestra cultura”, declararon los miembros de los Alegres del Barranco, a quienes les quitaron la visa estadounidense, luego de disculparse por “causar ofensa”.
El grupo existe desde 2005 y en realidad, como todos los exponentes de los corridos, sus temas van mucho más allá del narco: hablan de la separación familiar, la cárcel y la migración.
Relatos de la frontera a ambos lados de esta. Porque hoy muchos de los grandes del rubro nacieron en Estados Unidos. El fenómeno es binacional.
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Más que defenderlos, hay un puñado de mexicanos que entienden los narcocorridos como una manifestación natural de una sociedad en un tiempo histórico determinado.
Durante las últimas décadas, con el aumento de la desigualdad y la persecución policial suscitada por el anticomunismo y la guerra contra las drogas, “el narcomundo apareció como opción disponible, conformada por personajes que lograron transitar los senderos disponibles de movilidad social desde los ámbitos de la ilegalidad y paralegalidad”, escribe el sociólogo José Manual Valenzuela.
“Así surgieron —añade— nuevos héroes o antihéroes, en un mundo que no corresponde a la lógica del dinero fácil, pues el camino es sinuoso, violento, sangriento, pero para algunos puede llegar a ser rápido o transitable”.
El sociólogo, que tiene tres libros sobre el tema, celebra las iniciativas de pedagogía para promover otras temáticas en la música mexicana, pero sostiene que, mientras exista la violencia, los corridos van a narrarla y hacerla parte de su codificación cultural y emocional.
“La conformación de nuevos héroes y referentes de vida exitosos para las y los jóvenes —escribió en 2023— requiere canales solventes, creíbles y disponibles que garanticen la conformación de proyectos de vida viables y vivibles. Desmontar el culto a los narcos solo se logrará cuando desaparezca la profunda desigualdad social”.
No es la primera vez que se intenta censurar los narcocorridos en México: desde los años 50 ha habido voces oficiales que alertan sobre su celebración del crimen. Cuando no sonaban en la radio mexicana, incluso, los norteños sintonizaban emisoras estadounidenses.
En varios estados mexicanos, en especial en Sinaloa, la prohibición ha ido y venido varias veces.
Pero los corridos no solo se mantienen, sino que, tras la introducción de sonidos urbanos como el rap y el trap, están en auge: Peso Pluma, su mayor exponente actual, ha sido varias veces número uno de listas internacionales; el 77% de la música que se escucha en México es un corrido, según Spotify, y 8 de cada 10 canciones mexicanas escuchadas en la plataforma son un corrido.
Bad Bunny, Becky G y Shakira han escrito corridos. Esta última, de hecho, lo hizo narrando otra historia de la compleja realidad latinoamericana: aquella de los trabajadores migrantes en países desarrollados.
No todo corrido, pues, es un narcocorrido. Y todo corrido, en todo caso, cuenta una historia basada en la realidad.
Mientras haya narcos, entonces habrá narcocorridos.
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