“Todos los migrantes estamos muy nerviosos y con mucha incertidumbre de lo que puede pasar”. Andrea, migrante poblana que busca refugio en Estados Unidos por las amenazas del crimen organizado, pronuncia las palabras protegiendo su identidad con un cubrebocas. La joven de 17 años está a unos pasos del muro fronterizo que se levanta en ‘Playas de Tijuana’, en la llamada ‘esquina de Latinoamérica’. Ahí tuvo lugar este domingo una protesta de migrantes contra las amenazas constantes del nuevo presidente Donald Trump de realizar deportaciones masivas y de eliminar la ‘CBP One’, la app con la que miles de personas han logrado asilo en Estados Unidos en los últimos años.
En Tijuana como en otras ciudades fronterizas la tensión crece a unas horas de que tome protesta Donald Trump como presidente de Estados Unidos, para un segundo mandato al que llega con mayor respaldo electoral y más fuerza del Partido Republicano en el Congreso, tras una campaña en la que prometió a sus simpatizantes aplicar un duro programa de deportaciones masivas. Según cálculos de El Colegio de la Frontera Norte (Colef), el número de mexicanos en riesgo de ser deportados por la administración Trump asciende a 4.9 millones.
“Hay mucha preocupación. Estamos esperando nuestra cita para la CBP One, pero parece que ahora la quieren quitar, y no sabemos qué va a pasar con los que estamos pidiendo refugio”, comenta en un murmullo la joven, que asegura que la gran mayoría de migrantes, tanto mexicanos como de otras nacionalidades, no hablan de otra cosa en las horas previas a la vuelta a la Casa Blanca de Donald Trump, que este domingo en un mitin en Washington DC le echó más gasolina a la hoguera reiterando la promesa de “frenar la invasión” en la frontera con México “para cuando el sol se ponga mañana por la tarde”.
“Quiero trabajar en Estados Unidos. Los de la maña me quemaron la casa, el carro, el rancho, las vacas, hasta los perros. Tengo que llegar allá como sea. Espero que a Trump se le ablande el corazón y nos dejen entrar”, dice Javier, migrante michoacano, que asegura estar ya “desesperado” porque lleva más de medio año esperando que le aprueben la cita por la CBP One.
En la ciudad de Tijuana, aunque acostumbrada a la presencia constante de migrantes en uno de los puntos fronterizos más transitados del planeta, el ambiente entre la ciudadanía de a pie también es de tensión ante las constantes notas y declaraciones que llegan desde Estados Unidos, como la entrevista que el viernes pasado dio a Fox News el nuevo ‘zar de la frontera’, Tom Hamm, quien aseguró que desde el martes iniciarían las redadas masivas en Chicago, aunque un día después matizó asegurando que el nuevo gobierno de Trump “aún no ha tomado una decisión”. Dichos y desdichos que abonan aún más a la confusión y la angustia entre los migrantes que esperan una oportunidad en ciudades como Tijuana.
La incertidumbre, apuntan varios activistas entrevistados, se debe principalmente a las dudas, no solo de si habrá espacio y capacidad suficiente ante una oleada de deportaciones en los cinco albergues que las autoridades estatales y locales instalarán en Tijuana y Mexicali, más los de la sociedad civil, sino por la falta de políticas públicas en los tres niveles de gobierno, y de presupuesto, para dar una atención integral a los mexicanos que sean deportados en los próximos días, meses y en los cuatro años que durará la administración ‘Trump 2.0’.
“Hay varios problemas a tener en cuenta. Por ejemplo, muchos mexicanos van a ser deportados sin INE, sin identificación. Y sin eso, no pueden acceder a un trabajo formal, y sin eso, tampoco tendrán seguro social, ni acceso a salud ni a una cuenta de banco, ni a los apoyos gubernamentales de Bienestar”, expone en entrevista Albert Rivera, director del albergue Agape, de Tijuana.
“Las autoridades no están listas”, advierte a colación el activista, que dice que “los migrantes están temerosos y confundidos” ante la falta de información confiable que llegue de Estados Unidos o del propio gobierno de México, y la amenaza constante de la ‘guillotina’ de la deportación.
“Cuando llega un nuevo gobierno en Estados Unidos siempre sucede que hay un nuevo método, unas nuevas formas, un nuevo protocolo para solicitar asilo y regularizarse. Y por eso necesitamos saber cuáles serán los nuevos protocolos, para, a partir de ahí, adaptarnos a los nuevos lineamientos. Pero mientras eso no sucede, pues hay mucha confusión y tensión entre la población migrante, que sufre mucho por esta falta de certeza”.
José María García, director del albergue ‘Juventud 2000’, plantea otro problema que abona a la zozobra y la incertidumbre, y es qué va a pasar con los mexicanos que sean separados de sus familias.
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“Muchos mexicanos deportados van a querer quedarse aquí, en Tijuana, porque están dejando toda su vida del otro lado de la frontera, a sus familias. Muchos van a decir, ‘bueno, al menos puedo ver a mis hijos a través de la barda’, y por eso van a preferir quedarse aquí, o muchos van a intentar cruzarse de nuevo, que ese es otro problema: las deportaciones masivas van a generar que muchos mexicanos y migrantes recurran a los cruces ilegales, con todo lo que eso supone de riesgo para las personas”.
Incluso, García plantea que nadie se está preocupando por la salud mental de miles de personas que van a ver interrumpidas sus vidas de un día para otro.
“Son personas que pueden estar esperando el autobús, o saliendo del trabajo, y ¡pum!, son detenidos y ese mismo día deportados aquí a Tijuana, a pesar de estar viviendo allá cinco, 10, 20 o 30 años”.
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“Muchas familias se van a ver desarticuladas”, agrega el activista. “Y claro que esas personas van a venir a México con un daño psicológico y con la autoestima muy baja”.
Ángel Valencia, un tijuanense de unos 50 años, rubio de ojos azules, cuenta durante la protesta del domingo en Playas de Tijuana que a él le pasó precisamente eso: después de vivir toda su vida del lado de San Ysidro, en San Diego, un día fue detenido por la policía y deportado a las pocas horas a Tijuana, donde trata de adaptar su nueva vida.
“A mí me llevaron a Estados Unidos cuando era un bebé. Amo a Estados Unidos, pero si te detienen allá, te avientan para acá así, sin nada. Es algo muy duro. Yo digo que debe de haber un proceso más amplio para echarte de allá. Después de vivir tanto tiempo allá, tiene que haber más oportunidades para regularizarte, no nada más expulsarte de una patada”, comenta.
Ante esta situación de incertidumbre, una de las palabras más repetidas en este lado de la frontera de Tijuana –aunque la vida continúa de manera aparentemente normal en la ciudad, con su concurrida vida nocturna en la avenida Revolución y sus miles de cruces vía terrestre hacia San Diego, donde muchos mexicanos trabajan a diario o van de compras–, los albergues de la sociedad civil convocaron protestas para exigir un trato digno al nuevo Ejecutivo de Trump.
Una de esas protestas es la que se vivió ayer domingo en Playas de Tijuana, donde activistas y migrantes mexicanos, como de otras nacionalidades, rompieron una piñata con el rostro del nuevo presidente estadounidense, que llega a la Casa Blanca por segunda vez.
“¡Ahí te van unas nalgadas, Donald Trump!”, gritaba el veterano activista Sergio Tamay, que tras hincar una rodilla en la arena de la playa y colocar sobre su regazo la piñata, con todo y el característico pelo rubio casi platino de Trump, comenzó a azotar violentamente con la palma de la mano el trasero de la figura de cartón.
“¡Toma tus nalgadas, como el niño malcriado y caprichudo que eres!”, volvió a gritar el defensor de derechos de los migrantes, que se quitó el cinturón y siguió azotando con fuerza la piñata, al tiempo que lo jaleaban la centena de manifestantes que lo acompañaban, todos vestidos con chalecos amarillos, empuñando banderas mexicanas, y todos portando lonas y letreros que rezaban lemas como ‘Ya basta, mexicano ponte en pie’ o ‘No queremos seguir siendo el patio trasero de EU’.
“No entendemos por qué Trump la ha tomado con la comunidad mexicana, pero de este lado le gritamos ‘No a las deportaciones masivas’”, arengó por su parte José María García, coordinador de la Alianza Migrante de Tijuana y director del albergue ‘Juventud 2000’, al tiempo que los protestantes alzaron más pancartas que rezaban: ‘‘Trump, los migrantes somos trabajadores, no criminales’.
Por su parte, Hugo Castro, activista de la Coalición SOS Migrantes, tomó el megáfono y propuso que para este 20 de enero se lleve a cabo un “boicot económico” a las compras de productos estadounidenses.
“Y no solo a las compras”, levantó el brazo derecho para enfatizar, “también proponemos que este 20 de enero, mientras Trump hace su circo, los mexicanos no crucemos la frontera. ¡Que Trump vea la fuerza migrante y lo que representamos para su economía! –gritó el activista, a cuya espalda alguien colgó un letrero que pide ‘un día sin mexicanos’ en Estados Unidos.
A casi mil 200 kilómetros de Tijuana, en la también fronteriza Ciudad Juárez, la incertidumbre por lo que sucederá a partir de este día 20 de enero también se ha apoderado de la población migrante, que observa la valla fronteriza con más inquietud que nunca, pues el próximo gobierno de Trump se está encargando de reiterar las amenazas hasta en el último minuto y múltiples informaciones contradictorias.
–Tenemos zozobra, intriga, no sabemos si va a quitar la aplicación CBP One, o si va a continuar, o si le van a poner otras cosas un poquito más complicadas para nosotros, o si habrá otra manera de entrar legalmente”, expresó Joci Beth, una migrante venezolana que espera su cita del CBP One en Ciudad Juárez.
El coordinador de la Red de Albergues Uno por Juárez, Francisco González, reportó que los 12 espacios humanitarios, todos operados por organizaciones religiosas y civiles, que conforman este grupo se encuentran, en conjunto, casi al 40 % de su capacidad y básicamente todas las personas están a la espera de obtener una cita a través de CBP One. Todos ellos comparten la incertidumbre y el temor por su futuro.
Asimismo, el diario La Verdad de Juárez entrevistó a Enrique Serrano, coordinador del Consejo Estatal de Población, instancia encargada del Centro de Atención al Migrante, quien dijo que aún no se conoce cuál será el mecanismo de atención a los deportados, ni hay un estimado de cuántas personas serán expulsadas de Estados Unidos, ni cuándo, a través de la frontera entre El Paso, Texas, y Ciudad Juárez.
Mientras tanto, en Chihuahua la tensión escaló la noche del sábado. El Diario reportó que a las 1.30 horas de la noche, un grupo de migrantes se enfrentó a unos 150 elementos de distintas corporaciones policiacas en un predio de la colonia El Ejido, en la capital chihuahuense, donde unas 200 personas extranjeras habían improvisado campamentos en espera de poder cruzar a Estados Unidos.
Al parecer, las personas extranjeras respondieron a un operativo del Instituto Nacional de Migración mexicano que pretendía retirarlos del lugar, e incendiaron el campamento.
En la otra ‘esquina’ de la frontera, en Matamoros, en Tamaulipas, los albergues de migrantes están llenos, y medios locales dan cuenta de que existe un riesgo de que miles de personas traten de cruzar de manera irregular la frontera, ante la incertidumbre y la desesperación de no conseguir una cita a través de la CBP One con la llegada del presidente Trump.
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Estados Unidos enviaba helicópteros para recoger soldados heridos o varados, quienes tenían que pedir ayuda a través de radios.
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De hecho, ni el piloto ni los pasajeros en los helicópteros se podían comunicar verbalmente entre ellos, pues el ruido lo hacía imposible, como comprobó el ingeniero Lawrence J. Fogel, quien hizo varios viajes en ellos en busca de una solución.
La teoría sobre cómo las ondas sonoras se cancelan entre ellas había sido descubierta hacía más de 150 años, pero Fogel fue el primero en darle un uso práctico en la década de 1950.
Creó los primeros auriculares con cancelación de sonido, y al hacerlo, transformó completamente las comunicaciones en los vuelos.
Los pasaportes con chip incorporado de hoy en día pueden parecer de alta tecnología… pero los orígenes de los pasaportes biométricos se encuentran en realidad en la frustración de un empleado de policía del siglo XIX: el francés Alphonse Bertillon.
Mientras trabajaba en una comisaría de policía de París en la década de 1880, se dio cuenta de que, como no había una forma consistente de registrar los datos de los delincuentes, los reincidentes se libraban de la responsabilidad simplemente haciéndose pasar por otra persona.
Pero Bertillon sabía que la estructura del cuerpo adulto no cambia con el tiempo, y por eso ideó un sistema de medidas corporales combinado con una fotografía policial, que se convirtió en la forma perfecta de registrar los detalles de los criminales y detectar a los que reincidían.
Sus innovaciones ayudaron incluso a identificar al famoso asesino en serie francés Joseph Vacher.
El sistema de Bertillon fue reemplazado posteriormente por las huellas dactilares, pero renació en la década de 1960 como el comienzo de los sistemas de reconocimiento facial y biométricos actuales.
Cada tres días, los ascensores del mundo transportan el equivalente de toda la población mundial.
Y, a pesar de que son esencialmente una caja colgando en un abismo, hay pocos accidentes. De hecho, son el modo de transporte más seguro que existe.
Una de las principales razones son los increíblemente fuertes cables que los sostienen.
El secreto de su fuerza reside en el hecho de que son trenzados: la fricción entre las fibras retorcidas, por su áspera textura, les da agarre.
Fueron la solución a un problema mortal en las minas de carbón del siglo XIX que impulsaron la Revolución Industrial.
Los mineros tenían que bajar a las profundidades y los ascensores colgaban de cuerdas de cáñamo o cadenas de hierro, que se rompían con el uso.
Pero cada opción tiene sus virtudes, reflexionó el administrador de minas alemán Wilhelm Albert, y empezó a retorcer hilos de hierro a la manera de las sogas.
Para 1834 había creado el cable de acero trenzado, más robusto que las cuerdas de cáñamo, y más barato y liviano que las cadenas de hierro.
Ese invento de hace 190 años hizo que los ascensores se hicieran más seguros.
Pero la tecnología que ayuda a impulsar los ascensores hacia arriba es aún más antigua: se utilizó en un arma de guerra en asedios del siglo XII.
El trabuquete de contrapeso era un dispositivo gigante parecido a una catapulta, que se usaba para lanzar proyectiles enormes a grandes distancias, lo que le permitía a los invasores aplastar las defensas enemigas muy rápidamente.
Es el mismo mecanismo que facilita que los ascensores de hoy eleven el peso de la cabina hacia arriba.
Las aspiradoras de hoy están llenas de una serie de artefactos electrónicos de alta tecnología.
El Gen5, por ejemplo, es el pequeño motor del modelo más poderoso de las de Dyson, y puede girar a 135.000 revoluciones por minuto, 9 veces más rápido que el de un auto de Formula 1.
Eso hace que el aire pase a 75% de la velocidad del sonido, lo que implica una poderosa succión, vital para recoger las más tercas partículas indeseadas del entorno.
Curiosamente, aquello de que la succión fuera la solución, no siempre fue obvio: las primeras máquinas no aspiraban, sino que soplaban aire para intentar levantar el polvo de las alfombras y depositarlo en una bolsa recolectora.
Fue al ingeniero Hubert Cecil Booth a quien se le ocurrió que funcionaría mejor succionar la suciedad a través de un filtro, y en 1901 inventó la primera aspiradora.
El aparato, sin embargo, era costosísimo y enorme.
Pero apenas seis años más tarde llegaron aspiradoras portátiles y más baratas, de la mano de James Spangler un inventor poco exitoso que no había logrado dar en el clavo con ninguna de sus ideas.
Falto de dinero, Spangler tuvo que emplearse en una tienda de departamentos de Ohio, EE.UU.
Su trabajo consistía en limpiar, pero como sufría de asma, le hacía mucho daño.
Decidió idear un aparato electrónico que succionara el polvo, valiéndose del motor de una máquina de coser, un palo de escoba, una funda de almohada y una caja con llantas.
Aunque creó la primera aspiradora portátil, el nombre que pervivió asociado a su invento fue el del empresario local que invirtió en la innovación: William Hoover.
Spangler murió antes de ver cuán exitosa fue su creación, cuya popularidad explotó en la década de 1920, acompañada de constantes mejoras.
La patallas táctiles son cada vez más populares, y las damos por sentadas.
El iPhone las llevó a las masas en 2007, pero esa tecnología ya se venía usando en las torres de control del tráfico aéreo desde la década de 1960.
La misión de los controladores de tráfico aéreo en tierra es proteger las vidas en los cielos.
Cada vuelo se identifica con un distintivo y, en esa época, tenían que escribir ese código único para que las computadoras procesaran la información de vuelo.
Con tanto tráfico aéreo, se requería precisión y había mucho en juego: cada uno de los vuelos tenía un código de 5 a 7 caracteres de largo, y si los estás escribiendo bajo presión, es muy fácil cometer errores.
Al ingeniero británico Eric Arthur Johnson se le ocurrió una ingeniosa idea para deshacerse del teclado: una pantalla sensible a los dedos.
Él sabía todo acerca de la idea de que las cargas eléctricas se almacenan en nuestros cuerpos, y cuando dos campos eléctricos se acercan, se perturban entre sí…
¿Qué tal si estiras un trozo de cable de cobre y luego lo conectas a una computadora?
Esa fue la base de su revolucionaria innovación.
Si en los centros de control de tráfico aéreo había pantallas con una serie de cables de cobre, y cada uno de ellos se podía detectar y etiquetar con los códigos de vuelo por separado, el controlador sólo tendría que tocar el indicado, en lugar de escribirlo.
Johnson creó un sistema que era flexible, mucho más rápido que cualquier cosa que hubiera existido antes, pero además, lo que es más importante, mucho menos propenso a errores.
Fue la primera pantalla táctil del mundo, y permitió ajustar rápidamente los planes de vuelo de los aviones, para evitar tragedias.
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