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“¡No huya, presidente!”: el reclamo de los migrantes a AMLO en Ciudad Juárez
“¡No huya, presidente!”: el reclamo de los migrantes a AMLO en Ciudad Juárez
FOTOS: Manu Ureste
5 minutos de lectura

“¡No huya, presidente!”: el reclamo de los migrantes a AMLO en Ciudad Juárez

Ayer, en su visita a la ciudad fronteriza, donde el lunes el incendio de una estación migratoria causó la muerte de 39 personas, el presidente López Obrador se encontró con una manifestación que le exigía justicia por lo sucedido.
01 de abril, 2023
Por: Manu Ureste
@ManuVPC 

“Señor presidente, ¡no huya!”.

Era mediodía del viernes 31 de marzo, cuatro días después de que 39 migrantes murieran en un incendio en la Estancia Provisional del Instituto Nacional de Migración (INM) en Ciudad Juárez, Chihuahua, luego de que los custodios no les abrieran las celdas y los dejaran asfixiarse con el humo y el calor de las llamas.

“¡No corra!”, insistía una voz rota por la rabia que emergía de entre el griterío. 

“No dé la espalda a los emigrantes”, suplicaba otra voz de mujer.

En las inmediaciones del gimnasio del Colegio de Bachilleres de Juárez el ambiente estaba crispado. Una hora antes, a eso de las 11:00, un grupo integrado por unos 40 migrantes había llegado a las instalaciones con la firme intención de hablar cara a cara con el presidente Andrés Manuel López Obrador. “Queremos que nos atienda, que nos escuche”, demandaban los manifestantes portando entre las manos fotografías de las víctimas y lonas con emblemas como “Ningún ser humano es ilegal”

Horas antes, en su habitual conferencia mañanera en Palacio Nacional, el mandatario había lanzado desde la Ciudad de México un mensaje de solidaridad con las víctimas —a las que primero culpó de la tragedia por presuntamente quemar un colchón—, asegurando que lo sucedido en la noche del lunes fue algo que “le dolió mucho” a nivel personal. Incluso, admitió que la muerte de los 39 migrantes ha sido de las peores tragedias vividas en su gobierno, después de la de Tlahuelilpan, en Hidalgo, donde 132 personas murieron calcinadas tras la explosión de un ducto de combustible en enero de 2019, al inicio del entonces nuevo sexenio.

Sus palabras pronto llegaron a Ciudad Juárez, a cientos de kilómetros de la capital, donde las expectativas se dispararon también por la visita que el presidente anunció que haría a la veintena de migrantes heridos tras el incendio. “Solo queremos pedirle que se haga justicia”, repetían los migrantes ante la mirada lejana de soldados que, arriba de dos camionetas, vigilaban en silencio el arribo de los manifestantes al Colegio de Bachilleres. Ahí, en la entrada del recinto, manifestantes y medios de comunicación habían hecho guardia bajo un sol corrosivo que, sin embargo, no calentaba el aire gélido que corría con furia por la zona. 

“Queremos que se nos respete el derecho a la vida y el derecho a la libertad y al trabajo. Venezuela vive la peor crisis económica de su historia”, demandaba en entrevista Richard Franco, de 37 años, antes de la llegada del mandatario.

“A las autoridades les fastidia que estemos en los semáforos pidiendo y nosotros tampoco queremos eso. ¿Pero cómo hacemos si tenemos que comer para vivir? Si este gobierno nos diera un permiso provisional para trabajar, no pediríamos en las calles”, agregaba el venezolano, que, como otros migrantes, decía que el motivo que originó la tragedia del lunes fue una redada del INM para sacar a los migrantes de los cruceros de la ciudad y detenerlos en la estancia migratoria.

A las 12:00, luego de que se leyeran en voz alta los nombres de todas las víctimas del incendio, una camioneta blanca tipo van comenzaba a emerger lentamente del estacionamiento del Colegio de Bachilleres. En su interior, del lado del copiloto, iba sentado el presidente. 

De inmediato, la locura estalló: fotógrafos, camarógrafos, reporteros y decenas de migrantes se agolpaban contra las vallas metálicas que custodian la entrada de las instalaciones educativas. Junto a ellos, otro grupo de personas con chalecos de “Servidores de la Nación” salía al paso del vehículo y comenzaba un intercambio de consignas a grito desgarrado. 

“¡No estás solo, no estás solo!”, gritaban de un lado los del chaleco. 

“¡Justicia, justicia!”, clamaban los migrantes del otro lado.  

“¡Es un honor estar con Obrador!”, reviraban los del chaleco. 

“¡Justicia para los migrantes asesinados!”, respondían del otro lado. 

En mitad del griterío, la camioneta blanca comenzaba a abrirse paso. López Obrador bajaba la ventanilla del copiloto y señalaba con el dedo para que se acercara un señor que llevaba una lona con el rostro y el nombre de Esmeralda Castillo Rincón, su hija desaparecida hace más de una década. El hombre, un señor mayor de rostro moreno y agrietado, corrió presto al encuentro del mandatario y le entregó un sobre amarillo. Tras él, decenas de migrantes trataron de hacer lo mismo. Algunos le gritaron que se bajara y le rogaron por unos minutos para que los escuchara. Otros le aventaron papeles dentro de la camioneta con demandas como que México decrete un día nacional de luto por los 39 migrantes “caídos”. 

López Obrador saludaba, pedía calma y hacía gestos con ambas manos para que permitieran el paso de la van. “No se va a parar”, se comentaban los migrantes que veían cómo la camioneta comenzaba a tomar el rumbo de la salida. La frustración crecía. 

“¡No huya, presidente!”, le espetaba enojado un migrante con un megáfono. “Queremos hablar de la situación de los 39 migrantes que murieron quemados aquí”. 

Ya con la camioneta casi enfilando la retirada, una mujer de pelo gris trenzado y lentes oscuros había conseguido colarse entre la multitud y el personal de seguridad hasta la ventanilla donde estaba el presidente López Obrador, al que le reclamaba airadamente por no detenerse a platicar con los migrantes. 

Él, con sonrisa sarcástica, la miraba y le respondía con una pregunta. 

“¿Te mandó Maru?”, le inquirió, sin dejar de perder la sonrisa de medio lado, en referencia a la gobernadora panista de Chihuahua, Maru Campos. 

“No, señor, esa señora tampoco me representa”, contestó la mujer. 

Finalmente, luego de cinco minutos de tensión, el mandatario logró salir de la zona custodiado por las camionetas de la Guardia Nacional. 

Tras él, algunos migrantes aún corrían y le lanzaban consignas que los simpatizantes del chaleco de “Servidores de la Nación” trataban de opacar con más vítores. 

“Solo queríamos pedirle justicia, no estamos aquí por nada más”, comentaba frustrado el señor Pavón, otro migrante venezolano.

“Queremos que se esclarezcan las cosas, que no estén culpando a los migrantes de que somos los culpables del incendio. Este gobierno solo quiere lavarse las manos”, agregaba el hombre mientras, ya a la distancia, el presidente se alejaba de los migrantes sin haberse bajado a escucharlos. 

Lee: Cierran estación de Ciudad Juárez donde murieron en incendio 39 migrantes

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Imagen BBC
Conversaciones de paz ocurren en un universo paralelo, dicen soldados en el frente de combate en Ucrania
5 minutos de lectura

Los soldados ucranianos en el campo de batalla no creen que la guerra contra Rusia vaya a terminar pronto.

14 de marzo, 2025
Por: BBC News Mundo
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Soldados ucranianos
Matthew Goddard
Los soldados ucranianos en el campo de batalla dicen que no creen que la guerra vaya a terminar pronto.

Mientras Moscú considera un alto el fuego temporal, su maquinaria militar sigue presionando en el frente. Las negociaciones diplomáticas pueden ser lentas y difíciles, pero en el campo de batalla, se pueden medir en vidas perdidas.

A un hospital militar en el este de Ucrania, los heridos llegan en oleadas en ambulancia. Aquí, hay una desconexión obvia entre la diplomacia que tiene lugar lejos de los combates y la brutalidad de la batalla, en la que los cuerpos humanos todavía están siendo destrozados, despedazados y marcados por las bombas y las balas.

Vemos a otras dos docenas de soldados ucranianos heridos que se suben a un autobús para ser llevados a un hospital en Dnipro; algunos están heridos pero caminan, otros son llevados en camillas. El autobús está provisto de equipos médicos para monitorear a los heridos mientras son trasladados a toda velocidad por carreteras llenas de baches.

Los hombres a bordo son los menos gravemente heridos. La mayoría fueron alcanzados por metralla. La causante es a la ahora más prolífica y temida arma en el frente: los drones.

Ninguno de los soldados que entrevistamos cree que esta guerra vaya a terminar pronto. Maksym, de 30 años, está en una camilla conectado a un medicamento intravenoso para aliviar algo del dolor de las múltiples heridas de metralla que tiene en todo el cuerpo. Dice que ha oído hablar de un alto al fuego temporal de 30 días, pero añade:

“Considero a Putin un asesino y los asesinos no se ponen de acuerdo tan fácilmente”.

Maksym, un soldado ucraniano con varias heridas de metralla, recibe analgésicos por vía intravenosa.
Matthew Goddard
Maksym, un soldado ucraniano con varias heridas de metralla, recibe analgésicos por vía intravenosa.

“No se puede confiar en Rusia”

Vova, quien está sentado cerca, dice refiriéndose a la posibilidad de un alto al fuego: “No me lo creo”. Señala que cerca de la ciudad de Pokrovsk, que se encuentra bajo asedio, se estaban enfrentando a ataques rusos todos los días. “Dudo que haya una tregua”, me dice.

Otro soldado llamado Maksym dice que esta es la segunda vez que resulta herido. “No creo que haya un alto al fuego”, afirma. “Tenía muchos amigos que ya no están con nosotros”.

“Me gustaría creer que todo va a estar bien, pero no se puede confiar en Rusia. Nunca”.

El autobús médico es operado por el Batallón Médico del Ejército de Voluntarios de Ucrania, conocido como los Hospitalarios. Transportan a decenas de soldados heridos todos los días.

Sofiia, una estudiante de medicina de 22 años, ha estado trabajando con ese equipo durante los últimos 18 meses. Ella también es escéptica sobre las posibilidades de un alto al fuego: “No puedo creérmelo, pero realmente desearía que sucediera”, dice.

Me cuenta que cuando se enteró de que Estados Unidos y Ucrania habían acordado presionar para lograr un alto al fuego, los drones rusos sobrevolaban su base y eran interceptados por las fuerzas de defensa aérea ucranianas. Para ella, hablar de paz es como hablar de un universo paralelo.

Sofiia dice que “al menos es bueno que Ucrania y Estados Unidos vuelvan a hablar”. Pero en cuanto a las esperanzas de un alto al fuego, se remite al pasado reciente.

“Si nos fijamos en todos los intentos de alto al fuego que hemos tenido en el pasado, no funcionaron. ¿Cómo va a funcionar este?”, pregunta.

Su colega médico, Daniel, se unió a los Hospitalarios desde Suecia. Dice que entiende lo que se siente cuando una nación más pequeña es atacada por su vecino gigante. Su abuelo luchó por Finlandia contra Rusia durante la Segunda Guerra Mundial.

Cuando Daniel llegó a Ucrania, solía preguntarles a los soldados heridos qué querían hacer después de la guerra. Ya no lo hace. “Nadie quiere responder eso”, dice, “porque no quieren decepcionarse. No se atreven a tener esperanzas”.

Daniel no descarta un alto al fuego. Pero añade: “No se puede confiar en que Putin vaya a hacer algo que no le beneficie”.

Ucrania tiene mucha experiencia negociando con Rusia.

Francia y Alemania mediaron en los altos al fuego de 2014 y 2015, cuando las fuerzas respaldadas por Moscú tomaron por primera vez partes del este de Ucrania y Crimea.

Esa negociación no funcionó. Tampoco impidieron que Rusia llevara a cabo su invasión a gran escala de Ucrania ocho años después.

Ivan
Matthew Goddard
Ivan lleva una bandera de EE.UU. en su uniforme.

Reveses en el campo de batalla

Puede que haya conversaciones de paz, pero los hombres de la 68ª Brigada Jaeger de Ucrania siguen preparándose para la guerra. Miramos cómo ensayan sus maniobras para evacuar a un soldado herido bajo fuego enemigo. La mayoría ya ha tenido que hacerlo en la vida real.

A lo lejos, oímos los estruendos de la artillería. Estamos a solo 16 kilómetros de la línea del frente, adonde pronto regresarán.

Han recibido pocas noticias positivas en los últimos días. Las fuerzas ucranianas están siendo superadas en Kursk. En agosto del año pasado, esa ofensiva sorpresa en territorio ruso parecía una jugada de brillantez táctica, que elevaba la moral. Ahora corre el peligro de convertirse en un importante revés estratégico.

Es posible que Kursk deje de ser pronto una moneda de cambio para futuras negociaciones, y se convierta en una pesada carga, por la pérdida de valioso equipamiento y vidas ucranianas.

Uno de los pocos aspectos positivos es que Estados Unidos ha reanudado su apoyo militar. Eso es importante para la 67ª Brigada, que opera con equipos fabricados en Estados Unidos. Realizan sus entrenamientos con un vehículo blindado MaxxPro suministrado por Washington.

Ivan, el conductor que lleva una pequeña bandera estadounidense en su uniforme, dice que le alivia que la administración Trump haya accedido a revertir el bloqueo. Su vehículo necesita reparaciones con regularidad. “Me gustaría que siguieran ayudando”, dice.

Pero Ivan aún no está seguro de si se puede confiar en el presidente Trump.

“Tengo dudas”, dice. En cuanto a confiar en el presidente Putin, responde: “No. Nunca”.

Aquí, incluso un alto al fuego temporal parece estar muy lejos.

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BBC

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