Teresa, de 41 años, lleva consigo la foto de Víctor, “el flaco”, entre un montón de papeles que ha tenido que recabar en la Fiscalía de la Ciudad de México para tramitar la recuperación de su cuerpo.
Nerviosa, comenta que nunca había entrado en una agencia del Ministerio Público ni al Instituto de Ciencias Forenses (INCIFO), pero tras la muerte de Víctor, un joven en situación de calle que consideraba parte de su familia, tuvo que acudir ante estas instituciones para que le permitieran darle sepultura y que no terminara en la fosa común.
“Con mi familia tenemos un puesto de desayunos en Pino Suárez, trabajamos de las 5 de la mañana al medio día, y ahí lo conocimos. Él se fue acercando poco a poco, y de repente le ofrecíamos un café. Así fue como surgió la amistad y a él le nació decirme “mami”, porque nos teníamos mucho cariño”, cuenta Teresa.
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Por casi seis años, Teresa convivió con él y llegaron a tener tanta confianza que le pidió que lo apoyara a tramitar su acta de nacimiento y CURP, y una vez que obtuvo los documentos, éstos quedaron bajo el resguardo de su “mami”. Esta situación fue la que, tras el fallecimiento de Víctor, permitió que pudieran reclamar su cuerpo aún cuando no eran familia consanguínea.
Debido a que en los primeros días después de su fallecimiento Víctor no fue reclamado por familiares, su cuerpo fue enviado a un hospital del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), para ser usado en prácticas médicas. Sin embargo, gracias a Teresa, fue rescatado de terminar en la fosa común y ahora se encuentra sepultado en el panteón de San Lorenzo Tezonco.
Víctor llegó a la zona de Pino Suárez cuando tenía 18 años. De acuerdo con lo que le contó a Teresa, antes de dedicarse a hacer mandados para los comerciantes de ese tianguis era “vagonero”, como se conoce a los vendedores del metro.
De su infancia, el “flaco”, como se hacía llamar por sus conocidos, sólo llegó a mencionar que era huérfano y que venía de una familia en la que sufrió violencia, y fue por eso que decidió salir de su casa. Para el momento en el que falleció, a los 25 años, ya no se encontraba viviendo en las calles, pues había conseguido pagar un cuarto para quedarse en las noches.
“Él se hacía cargo de guardar las cosas en la bodega, o si en las mañanas me hacía falta algo para los desayunos me ayudaba a conseguirlo, y así con otros puestos, era como ganaba algo de dinero. Le teníamos mucho cariño porque convivimos como familia, siempre trataba de hacerme la vida fácil y me cuidaba. Me duele mucho su partida, porque era parte de mi vida, era mi hijo”, recuerda.
Es por eso que, cuando se enteró que Víctor había fallecido, hizo todo lo posible por recuperar su cuerpo, aunque de inicio se lo habían negado debido a que no son familiares. Con apoyo de la asociación civil El Caracol, que trabaja a favor de las poblaciones callejeras de la Ciudad de México, consiguieron realizar los trámites necesarios para que pudieran darle un final digno.
“De repente dejamos de verlo y empecé a preguntar en los otros puestos si habían visto a mi chamaco, porque a veces sólo nos decían que andaba de un lado para otro, hasta que un día mientras estaba acomodando ropa en mi casa me marcaron para avisarme que había fallecido, que se había sentido mal y pidió que lo llevaran al hospital, pero sólo estuvo dos días”, lamenta Teresa.
Una vez que tuvo conocimiento del fallecimiento, Teresa se presentó al área de trabajo social del hospital y ahí le informaron que el cuerpo de Víctor había sido trasladado al Ministerio Público, en donde le pidieron meter escritos para poder solicitar la entrega del finado. Para entonces, por autorización del INCIFO, ya había sido enviado a un hospital para su uso en prácticas de estudiantes de medicina.
“Me sentí atada de manos, pero estaba convencida de que no lo iba a dejar ahí, porque iba a terminar en la fosa común, y él tenía que estar conmigo, porque al final de cuentas es mi hijo… y ahí empezamos la lucha”.
“Una compañera me dijo que si conocía a la asociación del Caracol, pero para ser honesta yo no creí que alguien quisiera ayudarme sin pedirme algo a cambio, y sí, hubo personas que nos apoyaron, porque nosotros no teníamos idea de lo que necesitábamos hacer, el nombre de los trámites o a dónde acudir, y ellos fueron nuestra guía. Gracias a los documentos de identidad que nos dejó Víctor tuvimos la autorización de que nos dieran el cuerpo”, relata.
Debido a que la mayoría de las veces las personas en situación de calle no tienen relación con su familia y no cuentan con documentos de identidad, al fallecer son catalogados como no reconocidos y sus cuerpos son enviados a hospitales y escuelas de medicina para ser usados en prácticas, o van directo a la fosa común.
En los últimos meses, El Caracol ha apoyado en la recuperación de dos cuerpos de personas en situación de calle, entre ellos el de Víctor. Otras no han tenido la misma suerte, y aunque han sido reclamadas por personas que les conocían, o por la asociación, sus restos están en la fosa común del Panteón Civil de Dolores, como es el caso de Hermelinda, Eleuterio y Belén.
Desde hace veintiún años, El Caracol realiza una campaña anual para documentar las muertes de personas integrantes de poblaciones callejeras en la Ciudad de México. Luis Enrique Hernández, director de la asociación, explica que este ejercicio se realiza porque implica “la posibilidad de no dejar morir la memoria de las personas que vivieron en la calle y que fallecieron en calidad de desconocidos, quienes generalmente terminan en una fosa común“.
“Además de ser un acto de memoria, la campaña “Chiras Pelas” es una forma de visibilizar que el que estas personas estuvieran en la calle y murieran en esa condición es una responsabilidad de las distintas autoridades que tienen que ver con atención a las personas que quedan en una completa vulnerabilidad de sus derechos por encontrarse en esta situación”, agrega Hernández.
Entre noviembre de 2022 y septiembre de 2023, 962 personas en situación de calle murieron en el país, la mayoría de ellas (158) en la Ciudad de México, según la información registrada por El Caracol.
En la capital del país, las principales causas de fallecimientos de personas en situación de calle fueron las agresiones por parte de particulares (20), los incidentes de tránsito (19), consumo de sustancias (17), riñas entre personas de poblaciones callejeras (13), hipotermia (10) y suicidios (10).
El tanatólogo Oswaldo Loera explica que, en el caso de las poblaciones callejeras, es necesario que se reconozca el tema de la muerte social, “un concepto que alude no a la muerte biológica, sino en términos de identidad, de pertenencia a la colectividad o la comunidad”.
“Para muchas personas, las poblaciones callejeras no existen, pareciera que no se les cuenta como vidas humanas, y el trabajo que realiza El Caracol va en el sentido inverso, en poder dignificar sus vidas y recobrar su condición humana. Por ello -explica Loera-, este año la campaña de Chiras Pelas tiene como eje el poder recordar a todas ellas, historizar sus vidas y permitirse hacer el duelo, algo que no siempre pasa porque los cuerpos son llevados a la fosa común, lo que complica la posibilidad de asimilar e integrar la pérdida”, puntualiza.
Además de realizar el registro de las muertes en calle de este año y llevar a la gente en situación de calle información sobre riesgos y autocuidado, la campaña Chiras Pelas 2024 incluyó una actividad llamada “Un cafecito para recordar bonito”, que consiste en invitar a las personas de poblaciones callejeras a sentarse en una mesa donde se sirve café y pan de muerto, y mientras comen, hablan de quienes han fallecido.
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En otros espacios, donde hubo alguna muerte reciente de una persona en situación de calle, El Caracol llevó atención psicológica para brindar contención.
“Este año el eje de la campaña fue el duelo, y hemos visto que la banda sí requiere de este tipo de espacios, porque independientemente de que cada quien tiene sus creencias espirituales, todos tienen en la memoria al menos a un compa de calle o a alguien de su familia que falleció, y tienen la necesidad de dialogar sobre este tema”, destaca Luis Enrique.
Además de las actividades de la campaña Chiras Pelas, por segundo año este Día de Muertos la asociación participó en la ofrenda para las personas fallecidas en calidad de desconocidas que terminaron en la fosa común del Panteón Civil de Dolores.
“La fosa común es un lugar inhóspito al que nadie quiere llegar, todo mundo quiere ser bien recordado, y en estos casos, cuando terminan en un lugar así, sin nombre, es algo muy triste. Por eso participamos en este acto para aportar elementos de dignidad de estas personas, muchas de ellas todavía en calidad de desconocidas, pero que en algunos casos ya se están identificando sus cuerpos a través de la Comisión Nacional de Búsqueda”, explica el director del Caracol.
Para todas ellas, se instaló la ofrenda, así como un memorial que quedó en la entrada de la fosa común de manera permanente, en el que se menciona a las personas que vivían en la calle y que se encuentran en este panteón, “como un recordatorio a todas las autoridades de que tienen un gran pendiente con las personas que mueren en calidad de desconocidas”.
“Es importante visibilizar a estas personas, lo que significaron en nuestras vidas, porque el gran aprendizaje que nos deja la población de calle es que no tenemos que dejar de luchar por el derecho a la vida digna“, subraya Hernández.
Tras varios años de búsqueda, Yanette Bautista logró hallar los restos de su hermana. Sin embargo, hasta ahora no ha logrado que la Justicia actúe contra los responsables.
El primer recuerdo que Yanette Bautista tiene de su hermana, Nydia Erika, es de aquella vez cuando en un lugar apartado y campestre fueron sorprendidas por su padre, a quien no veían desde hacía meses.
“Tendría unos 5 años y ella 7. La alegría compartida de ver a mi padre, quien vivía en Venezuela y pasaba mucho tiempo del año fuera de la casa, es algo que recuerdo siempre”, cuenta Yanette.
Ella también recuerda exactamente la última vez que vio a su hermana: fue casi tres décadas después, en el cementerio de Guayabetal, una población ubicada unos 50 kilómetros al oriente de Bogotá, la capital de Colombia.
“Eran pedazos de huesos, pero entre ellos estaba el crucifijo que le había dado mi mamá. Así supe que era ella”, señala Yanette.
Tres años antes, el 30 de agosto de 1987 su hermana había sido desaparecida por el ejército colombiano. Entonces Yanette dejó su vida de secretaria ejecutiva para dedicarse por completo a buscar a Nydia Erika.
“Las mujeres somos las únicas que buscamos a los desaparecidos. Si no lo hacemos nosotras, nadie los busca”, señala.
Y añade: “Son las mujeres las que buscan con valentía. Desafiamos las reglas de silencio y opresión impuestas por quienes hicieron desaparecer a nuestros seres queridos, y terminamos defendiendo los derechos de todas las personas. Por eso me quité los tacones y me los cambié por zapatos de trabajo para comenzar a buscar a mi hermana”.
Y en un país en el que se estima hay 80.000 personas desaparecidas por el conflicto interno, que se extendió durante cinco décadas, la labor de Yanette y de otras decenas de mujeres resulta casi indispensable.
“Desde que desapareció Nydia Erika me la pasé gritando: ‘Vivos se los llevaron, Vivos los queremos’”, relata la hermana.
“Pero no sabía que nos la pasamos buscando muertos”.
A pesar de los esfuerzos de Yanette y de las confesiones hechas por militares involucrados en el caso, la desaparición de Nydia Erika Bautista permanece impune.
La historia de Yanette y Nydia Érica tiene su origen en la violencia. Y en el amor.
El padre de ambas era un militante a ultranza del Partido Liberal, que durante gran parte del siglo XX tuvo una feroz disputa con el Partido Conservador por el control del poder en Colombia.
Los años de mayor fragor se conocieron como los de “La Violencia”, que se estima dejó cerca de 100.000 muertos.
“Mi padre era liberal. Y un día fueron por él y le metieron varios balazos que lo dejaron malherido”, señala Yanette.
Se lo llevaron de urgencia a un hospital cercano. “Ahí trabajaba mi mamá como enfermera. Lo comenzó a cuidar y se enamoraron”.
Pronto, la suya se convirtió en una familia de seis hermanos que vivían en un barrio de clase media en Bogotá.
“Al poco tiempo nos dimos cuenta que Erika era la favorita de mi papá”, relata Yanette.
Cuenta que su papá se ponía junto a ella a escuchar la legendaria emisora Radio Cubana, en los inicios del régimen castrista en la isla.
“Creo que era su favorita porque leía mucho. Ella en una fiesta prefería sentarse a hablar de política que bailar”, dice.
La influencia política de su padre, los libros que leía y el ambiente de los años 60 modelaron el carácter militante de Nydia Erika.
“Estudió sociología en la Universidad Nacional. Allí fundó ‘El Aquelarre’, un periódico donde se discutían los temas sociales que aquejaban al país en la década del 70”, relata.
Fue en ese entonces que se unió a la guerrilla del M-19, un movimiento subversivo urbano que había nacido en los años 70. Ella operaba entre Bogotá y Cali.
“Ni a mis padres ni a mí nos gustó que lo hiciera. El ambiente del país no estaba propicio para pertenecer a un movimiento guerrillero, aunque su papel era más político que militar”, anota Yanette.
El temor familiar se volvió realidad: en 1986, fue detenida por miembros de la II Brigada, con sede en Cali, la tercera ciudad del país.
Fue torturada durante varios días hasta que un colectivo de defensores de los Derechos Humanos se acercó a las instalaciones del batallón y exigió su liberación.
Yanette y Nydia Erika se mudaron juntas a un apartamento en el centro de Bogotá con sus hijos.
“Ella, a pesar de lo que le había pasado, siguió en la militancia. Recuerdo que al apartamento donde vivíamos juntas venían a visitarla muchos dirigentes del M-19”, dice Yanette.
A pesar de no tener convicciones religiosas, uno de los hijos de Nydia Erika decidió hacer la primera comunión. La fecha elegida fue el domingo 30 de agosto de 1987.
“Ese día fue acompañar a una amiga a coger el bus y nunca más volví a saber de ella”, recuerda Yanette.
Durante horas, tanto su Yanette como los otros miembros de la familia comenzaron una búsqueda frenética para poder hallar a Nydia Erika.
Pasaron las horas. Los días. Las semanas.
“No aparecía. Nadie sabía qué había pasado con ella. Nosotros suponíamos que tenía que ver con su militancia, y les preguntamos a los dirigentes y comandantes si sabían algo. Tampoco sabían nada”, recuerda.
Fue entonces el momento en que Yanette dejó su trabajo y se dedicó a buscar a su hermana por todo el país.
“Nadie nos daba una respuesta. Fuimos a todas las entidades del gobierno, pero ni una sola pista. Nosotros teníamos claro que esto había sido una acción del ejército, pero no teníamos ninguna prueba”, señala.
Comenzaron a llamarla, a amenazarla. “Que no buscara más, me decían”.
Lo que sí ocurrió, detalla Yanette, es que se generó un movimiento de personas, de distintas organizaciones sociales colombianas, que comenzaron a seguir a Yanette en su empeño de buscar a su hermana.
En 1991, casi cuatro años después de la desaparición, alguien habló: el sargento Bernardo Alfonso Garzón, quien pertenecía al batallón número 20 de Inteligencia y conocía el destino de decenas de personas que fueron desaparecidas por el ejército nacional.
“Él nunca nos dijo nada de frente. Pero en una confesión, señaló que a Nydia la habían dejado tirada en la vía a Guayabetal”, dice.
Entonces comenzó la búsqueda en el terreno. Y efectivamente, uno de los administradores del cementerio de Guayabetal recordaba que tres años antes habían traído el cuerpo de una mujer que coincidía con la descripción de Nydia Erika.
“Hicimos la exhumación y ahí vi el crucifijo que le había dado mi mamá. También tenía la ropa que sabíamos que era suya”, recuerda.
Un examen confirmaría más tarde que ese era el cuerpo de Nydia Erika Bautista. Y 13 años después, debido a denuncias de que esos restos no pertenecían a Nydia Erika, la Fiscalía Colombiana confirmó su identidad medianteuna prueba de ADN.
Tras varias investigaciones, tanto Yanette como la familia pudieron saber lo que había pasado con ella.
Esa noche del 30 de agosto de 1987, miembros del ejército tomaron a la fuerza a Nydia Erika y, tras someterla a torturas, la asesinaron.
Posteriormente su cuerpo fue dejado en la carretera a Guayabetal, a la intemperie durante nueve días, hasta que fue hallado por dos personas que pasaban por el lugar.
“La enterraron como una NN. Nosotros por supuesto no sabíamos nada”, dice Yanette.
“Desde ese día dejé de gritar que nos devuelvan vivos a los desaparecidos. No tiene sentido. Los que hacemos esto, buscar a nuestros desaparecidos, solo buscamos personas muertas”, reclama.
Sin embargo, su lucha no terminó allí.
“A Nydia Erika la mataron personas del ejército nacional de Colombia. El Estado mató a mi hermana. Pero a pesar de que eso está claro, nadie ha pagado por su crimen”, dice.
En este sentido, la justicia colombiana ha dado varias vueltas. En 1995 un general y varios suboficiales fueron destituidos por el crimen de desaparición y asesinato.
Pero en distintas instancias judiciales y más por fallas en el proceso que por pruebas que exoneren a los militares, hasta el momento no se ha emitido ninguna condena en contra de las personas involucradas en la desaparición forzada de Nydia Erika.
Entonces, con la idea de continuar con su lucha, decidió crear la Fundación Nydia Erika Bautista, no solo para seguir el reclamo de justicia para su hermana sino también para ayudar a otras mujeres que buscan a sus desaparecidos.
“Somos las mujeres las que hacemos esta tarea. Sin las mujeres, Colombia no encontraría a sus desaparecidos. Por eso nos tenemos que apoyar entre nosotras”, anota.
Pero eso ha tenido un costo. Tras arrancar con la fundación, debió exiliarse durante siete años a Alemania debido a las amenazas que recibía por su trabajo de denuncia en Colombia.
Ahora, tras tres décadas de lucha, dice que es imposible no recordar a su hermana todos los días.
“Nosotros éramos padre y madre de nuestros hijos. Ellos no tenían papá y a sus hijos los considero mis hijos y ella trataba a los míos como suyos. Ese es un vínculo muy fuerte”, concluye.
Hasta el momento, a pesar de distintas condenas de la justicia local, ningún militar ha sido condenado por la muerte de Nydia Erika.
“Vamos a seguir luchando. Hasta el final”, promete Yanette.
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