Teresita tenía 15 años cuando ingresó al Instituto Tecnológico Yalbi en el estado de Tlaxcala. Era 1993, su hermana ya estaba dentro y ella aceptó seguir sus pasos en búsqueda de oportunidades para continuar sus estudios. Mercedes también tenía 15 cuando entró en la escuela Montefalco, en Morelos, pensando que podría estudiar el bachillerato. La invitó una vecina y ella aceptó porque, aunque soñaba ser contadora, le quedaba cerca de su familia a diferencia de otras opciones académicas. A Ofelia, que era trabajadora doméstica, su patrona la llevó a un centro de formación profesional en Ciudad de México cuando tenía 19 años. Las tres terminaron viviendo en casas del Opus Dei, trabajando sin descanso y sin pago como servicio doméstico de los miembros de élite de la organización más secreta de la Iglesia Católica.
Teresita, Mercedes y Ofelia son las tres primeras mexicanas que denuncian la explotación de mujeres pobres a manos de la “Obra de Dios”. A ellas las formaron para dar servicio doméstico profesional y después limpiaron y cocinaron durante años en sus residencias cerradas como “numerarias auxiliares” -así se las llama internamente-. Además, les hicieron comprometerse a una vida de castidad, pobreza y obediencia con la promesa de que así podrían “santificarse ante Dios”.
Estas primeras denuncias en México resultan iguales a los hechos que en Argentina se investigan como trata de personas para explotación laboral: la justicia formalizó una acusación tras demostrar que durante al menos 40 años existió un sistema de reclutamiento de mujeres de escasos recursos para educarlas y convertirlas en “sirvientas profesionales” y hacerlas trabajar sin recibir ninguna remuneración.
Para Teresita esa fue su vida durante 15 años, para Ofelia fueron 25 y para Mercedes fueron 30. Todas vivieron en distintas ciudades y residencias del Opus Dei en la República Mexicana.
Este reportaje muestra que en México existen, al menos, seis escuelas de internado para niñas a partir de los 14 años de la Prelatura del Opus Dei, que comenzaron a funcionar en el país a finales de los años 50s.
El Colegio Montefalco, en el estado de Morelos, se inauguró dentro de la primera hacienda que la organización católica de origen español consiguió para su obra. Posteriormente, se multiplicaron las llamadas “escuelas de hotelería” en distintas ciudades del país, con distintas modalidades. Las principales son, además de Montefalco, el Centro de Formación Profesional Yaxkin; el Centro Educativo Jaltepec en Jalisco; el Instituto Cultural Toshi, en el Estado de México -actualmente llamado Ondare-, el Instituto Yalbi en Tlaxcala y El Pinar, en Coahuila.
Además, existen centros de formación en labores en una decena de ciudades donde es común que las mujeres de la Obra envíen a sus “criadas” y donde también se han captado a jovencitas. De acuerdo con la académica e investigadora de la UNAM, Virginia Ávila García, quien hizo un extenso trabajo de investigación sobre el papel de las mujeres en el Opus Dei en México, la institución ha establecido otras unidades de formación en hospitalidad y hotelería exclusivas para mujeres, como: el Centro Escolar Yaocalli y Centro Escolar el Paseo en la Ciudad de México, al igual que Alhucema y Escuela Oxtopulco, que fue cerrada en 2019. La Escuela Palmares, exclusiva para mujeres en Guadalajara, y la Escuela Técnica Jazlim, forman parte de las iniciativas de obras sociales de miembros del Opus Dei.
Respecto a las primeras denuncias públicas de exnumerarias auxiliares en México, las autoras solicitaron información y una postura oficial a la Oficina de Comunicación del Opus Dei en el país, que niega la existencia de condiciones de explotación, pero reconoce la existencia de distintas iniciativas educativas que “con el propósito de fomentar el desarrollo de las personas en diversos contextos y realidades del país, algunas se enfocaron, en sus inicios, en comunidades rurales” y “ofrecieron prácticas profesionales en el ámbito de la hospitalidad”. Algo similar respondió en Argentina, donde negó “categóricamente” los relatos de 43 mujeres denunciantes, a pesar de que la justicia federal de ese país presentó una acusación formal que da cuenta de que los hechos ocurrieron.
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Teresita Avelar ahora tiene 47 años, pero recuerda muy bien su decisión de los 15 de entrar como internada en el Instituto Yalbi (Apan), cerca de la casa de su padres en Calpulalpan, Tlaxcala, donde además ya había ingresado su hermana mayor. “La escuela tenía fama de tener buena educación, además de interesantes convenios con empresas para hacer, supuestamente, prácticas profesionales en hoteles distinguidos”, dice la mujer, que confiesa que cuando decidió ir fue porque le parecía una buena oportunidad.
Pero una vez adentro, muy pronto se dio cuenta de que la escuela no era lo que prometía: “En vez de tener las clases normales, nos enseñaban técnicas de lavado, planchado, técnicas de costura, panadería, repostería, así como recursos para llevar la administración de un hogar”. Además, como en teoría no pagaban la cuota completa, les decían que tenían que trabajar para cubrir el resto. “Nos decían que era una práctica, pero nos exigían perfección en todo y teníamos que trabajar bajo presión todo el tiempo, era una preparación a lo que, supuestamente, nos íbamos a dedicar”.
Fue en el medio de las clases y el trabajo, ya cargado además de rutinas religiosas que incluían oración diaria y confesión semanal rigurosa, que le dijeron que Dios veía en ella “vocación para ser numeraria auxiliar”, una categoría que es la más baja de la organización y que se dedica única y específicamente a mantener los “centros”, que es como se llaman las residencias donde conviven los miembros célibes del Opus Dei -numerarios y numerarias-, separados por género. Teresita dice que ella no creía tener esa vocación, pero se sintió atraída por lo que le ofrecían.
Una vez que aceptó, y la aceptaron, su vida cambió: una de las primeras cosas fue que empezó a tener una rutina mucho más estricta de vida religiosa que incluía vigilancia espiritual, usar elementos de autoflagelación y trabajar más duro. Además fue enviada a una formación doctrinal exigente, tras la cual le asignaron atender casas de retiro donde miembros de la Obra y estudiantes de la Universidad Panamericana participaban de actividades espirituales.
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“El sueldo era contado, pero de cuentito: no recibíamos nada. Ni siquiera nos decían un monto específico”, afirma y asegura que la excusa de la institución era que con el sueldo por su trabajo pagaban su estancia en las casas de la Obra.
La rutina diaria de Teresita y del resto de las auxiliares era siempre igual: antes de las 6 de la mañana sonaba el despertador y no era hasta las 10 de la noche que iban a dormir. Las tareas las asignaban las directoras (numerarias) y el trabajo incluía la atención integral de las casas: limpieza diaria, cocina de cuatro comidas, lavandería, tintorería, costura, portería, etc. Entre unas y otras tareas hacían ejercicios espirituales y oración, incluso mientras trabajaban, para reducir al mínimo el diálogo. No tenían permitido escuchar música o ver la tele, sino que sólo podían hacerlo durante el fin de semana o con autorización de las numerarias encargadas de supervisar su trabajo.
“Demasiado rezar, demasiado obedecer, demasiada sumisión, mucha ingenuidad, eso no me gustaba”, describe Teresita, que explica en qué consistían los “castigos corporales” que se les exigía: uso de una liga metálica con puntas (cilicio) ajustada a la pierna durante dos horas diarias mientras trabajaban, dormir sobre una tabla o en el suelo, ducharse con agua fría al menos una vez a la semana y autolatigarse con una soga de varias puntas anudadas (disciplina) “para evitar las pasiones carnales” y cumplir su compromiso de castidad obligatoria por ser miembro del Opus Dei. “Los castigos personales debían ser discretos, nadie se tiene que dar cuenta”. Al usar el cilicio debían hacerlo en lugares que no fueran notorios como las piernas. “A mí la disciplina nunca me gustó usarla, no le encontré un sentido. Me shockeaba psicolgóciamente tener que latigarme sola, eso me ponía mal y no lo hacía, pero no hacerlo me metía en un conflicto de fidelidad, porque así lo manejan”.
Se alejó de su familia desde que ingresó a la escuela y estuvo incomunicada también durante su estancia laboral; sólo podía salir un día a la semana a la comunidad para hacer acciones de “proselitismo”: “Debíamos alistarnos en cursos para conocer a otras jóvenes e invitarlas a ir al Opus Dei y a formar parte de las escuelas”.
Tras más de 10 años de labores domésticas, la falta de descanso, las imposiciones de disciplina y no tener decisión sobre su vida comenzaron a agotarla. Empezó a cuestionarse si debía pasar toda su vida en aquel lugar. “Veía gente mayor que, aún con su edad y enfermedades, no dejaban de trabajar. El trabajo de las numerarias auxiliares es muy pesado, físico siempre. Vi tantos ejemplos que yo no quise llegar a envejecer ahí de esa manera”. Sin embargo, le llevó varios años más conseguir irse: sentía miedo y culpa de fallarle a Dios.
“Lo que el Opus Dei enseña es que se puede alcanzar la santidad a través del trabajo. Entonces, si abandonas el trabajo abandonas tu santidad”. Dejó el Opus Dei en 2007, después de huir del centro Frontera -así llamado por la calle sobre la que se ubicaba-, en la colonia San Ángel, en Ciudad de México. Había pasado 14 años dentro. Nunca cobró por su trabajo ni estuvo feliz, dice. “Me costó muchos años animarme a hablar de esto. Recién después de muchos años de vivir en la Argentina, hoy puedo dar testimonio”.
A Mercedes Teteltitla el Opus Dei no logró arrebatarle su fe. Desde que salió, hace 12 años, el centro de su vida lo ocupa su tarea como catequista de niños en su natal Morelos. La acompaña a diario el dolor constante de la fibromialgia que padece, que comenzó cuando apenas pasaba los 30 años pero ya tenía la mitad de su vida trabajando sin descanso ni atención médica en residencias del Opus Dei en distintas ciudades de México. Fue esa enfermedad la que la hizo salir: “Yo ya no les servía más”, dice. Salió sin dinero ni cobertura médica. Sin nada. Tenía 46 años.
Era una adolescente que soñaba con convertirse en contadora cuando una amiga le insistió en que se inscribiera en el Colegio Montefalco. Mercedes ya había conseguido un cupo en una escuela en Cuernavaca, pero quedaba más lejos de su casa y de su familia.
“Ella me dijo que ya estaba estudiando en Montefalco para ser educadora y estaba a punto de salir, en el último año. Me dijo ‘vamos está muy bonita la escuela, está cerca de tu casa, así no te alejas de tus papás y nos vamos a seguir viendo’. Así fue como yo conocí el Opus Dei”, recuerda Mercedes.
Al poco tiempo de su ingreso, las instructoras de Montefalco le comunicaron a Mercedes que tenía “vocación” para formar parte del Opus Dei como numeraria auxiliar. Así podría “santificarse sirviendo a Dios”. Tenía 17 años. “Rápidamente me dieron clases como de hotelería: cómo hacer una cama, cómo fregar pisos, cómo lavar todos los trastes, vajillas, el cuidado y mantenimiento de distintas prendas y tipos de telas, tapices, etc”, comenta la mujer que ahora tiene 60 años.
También le dieron clases de cocina y pronto la encomendaron al área de alimentos, principalmente en repostería y panadería de una de las casas de retiros y convivencias del Opus Dei en la Hacienda Montefalco, Casa Grande. “Es una casona a la que van personas a recibir formación o ‘curso anual’ -equivalente a las vacaciones- de miembros de la Obra, varones y mujeres”, cuenta. Y recuerda que iban grupos de unas 50 personas, nunca mujeres y varones mezclados, a quienes se daba servicio 24 horas: limpieza de habitaciones, baños y áreas comunes, lavandería de las cosas de la casa y de la ropa personal, servicio de cuatro comidas de categoría y todo elaborado allí. Al mismo tiempo que trabajaba, a Mercedes le encomendaron instruir en labores de limpieza a las jóvenes nuevas.
Mercedes era muy buena en su tarea y trabajaba sin descanso. Tanto que a los 5 años de entrar en la Obra, la enviaron de Montefalco como encargada de la cocina de la Comisión Regional, donde habita el Consiliario, que es la máxima autoridad del Opus Dei en México y la más importante de Latinoamérica.
Al igual que Teresita, Mercedes también se alejó de su familia una vez que ingresó al Opus Dei. Su primer reencuentro con su familia fue 10 años después de “pitar” en la Obra: así se dice al acto de pedir la admisión a través de una carta manuscrita que se envía al prelado, la autoridad máxima del Opus Dei, que reside en Roma. “Una vez que entras, te dicen que tu familia ya no es tu madre, tu padre y tus hermanos, sino la Obra”, afirma Mercedes, a quien incluso le prohibieron salir para atender a sus padres enfermos.
“A mi me engañaron y me sacaron la oportunidad de estudiar y mi sueño de ir a la Universidad”, dice la mujer, que sólo pudo concluir hasta el primer año de bachillerato, a través de guías y exámenes que hacía en el internado, pero no a través de clases regulares. No podía por falta de tiempo, porque toda la presión estaba en el trabajo, en capacitar a otras jóvenes y seguir rutinas diarias de disciplina religiosas: misa, oración, lecturas, meditaciones, confesión, etc. “No tenía tiempo ni de respirar. Ya no podía estudiar, sólo estaba dedicada a los trabajos del hogar en la Obra”, dice.
Tanto trabajo ni siquiera le dio la posibilidad de ayudar a sus padres, porque jamás le pagaron por ninguna de sus tareas. “Nunca jamás vi ningún cheque, ni sobre con dinero, ni sabía cuánto ganaba aunque nos decían que las personas que atendíamos pagaban todos los servicios”. Lo que les decían, cuenta Mercedes, es que todo el dinero por su labor pasaba a “la caja” para pagar sus estancias y aprendizaje en las escuelas.
Con más de 20 años de servicios, la salud de Mercedes comenzó a tener complicaciones. Se sentía agotada, le dolían los huesos, tenía dificultad para subir escaleras, empezó a perder el apetito y dejó de dormir. Su malestar físico se incrementó al grado de no poder cumplir de manera completa con su trabajo de auxiliar, lo cual empeoró con sentimiento de culpa y depresión, incluso pensó en quitarse la vida.
“Yo todos los días pedía: Dios mío yo me quiero morir, yo ya no quiero vivir aquí y así. Si yo no puedo trabajar, qué hago aquí”, cuenta Mercedes, a quien pese a que le dieron atención médica no podía cumplir con el reposo recomendado por la exigencia de sus superioras. “Sufría tanto los dolores que pedí que al menos no me hicieran subir escaleras, pero en cambio la directora me exigió limpiar el tercer piso de la residencia”. La razón: el sufrimiento es una ofrenda a Dios.
Pese a que inició con malestares físicos cuando cumplió 30 años, no fue hasta años después que le diagnosticaron fibromialgia, una enfermedad crónica y degenerativa que afecta los músculos. Si bien su causa se desconoce, hay estudios que la relacionan con el estrés y el trabajo físico extremo.
En el Opus Dei no se hicieron responsables de su estado físico y le recomendaron dejar la Obra. “Aquí no puedes estar sin hacer nada”, le dijeron. Salió en 2010 sin un centavo.
A Ofelia Almazán todavía se le quiebra la voz al hablar sobre los más de 25 años que estuvo trabajando encerrada en distintas propiedades del Opus Dei: tres años estuvo en Morelos, cinco en Monterrey y 17 en un sólo centro de la Ciudad de México, entre otros.
En su caso, no era menor cuando ingresó. Fue a través de una mujer para la que hacía trabajo doméstico, quien era supernumeraria de la Obra, la categoría de miembros de clases medias y altas que forman familia.
Su empleadora la llevó al centro Zirahuén, en Ciudad de México. Allí, en dos meses, la convencieron de que tenía “vocación” para santificarse en el Opus Dei. “A mí me hicieron muy rápido el lavado de cerebro y entré sin saber casi nada de lo que iba a ser mi vida”.
Tenía muy poco tiempo dentro cuando supo que su voz no tenía ningún lugar ahí: estaba en “el planchero” trabajando y propuso una técnica para hacer la tarea. De inmediato, una superiora la hizo callar y le dijo: “Aquí se viene a obedecer, no a mandar”.
La rutina de trabajo fue muy exigente desde el primer día. Además, apenas llegó la mandaron a hacer el “centro de estudios”, que son dos años de formación intensiva en la doctrina del Opus Dei -es obligatorio para todos los miembros célibes, que el contenido depende de la categoría-. Desde allí la enviaron al internado de Toshi para instruir a las niñas que llevaban desde los pueblos de los alrededores. Las numerarias -superioras- las iban a buscar, relata Ofelia sobre la manera en que las reclutaban. Y agradece no haber hecho caso nunca al deber de llevar nuevas “vocaciones”: “Te decían que si no llevabas gente no hacías apostolado, no servías a la Obra… Gracias a Dios yo nunca llevé a nadie, porque les prometían algo que no era”.
Para Ofelia, el engaño principal era que decían que se vivía como en una familia “numerosa y pobre”, pero eso no era cierto. “Siempre había un trato diferencial con nosotras, en el trato y en cómo vivíamos, mientras las numerarias y numerarios y sacerdotes vivían con lujos”. Para las auxiliares no era igual la casa ni las sábanas ni la ropa ni la comida ni la vida diaria. Tampoco las llevaban a control médico, sólo cuando tenían alguna enfermedad fuera de lo común o un accidente.
“Yo sí siento que me explotaron, en especial en los 17 años que viví en Ciudad de México: empezábamos muy temprano, como a las 6 de la mañana. Y hasta las 9 de la noche yo a veces seguía planchando porque tenía que entregar la ropa. Éramos como unas 25 auxiliares ahí”.
Además de planchar y lavar, Ofelia limpió y atendió residencias de hombres. Mucho tiempo fue cocinera y también ”doncella”, que son las auxiliares que pasan a servir la mesa. “No podíamos tener ningún contacto con los numerarios, nunca. Todo era por el telefonillo, pero cuando eras doncella tenías muchas reglas para evitar el contacto. Ellos también: cuando pasábamos no levantaban la vista. El único que nos llegaba a ver era el sacerdote”.
En los más de 25 años en los que estuvo dentro del Opus Dei trabajó sin descanso. Tanto que una vez su familia viajó a verla a la residencia en la que trabajaba,apenas llegaron la directora del lugar los echó: “Se van a tener que ir porque ‘Ofe’ tiene mucho trabajo acá’, les dijo. “Mi familia se fue muy sentida y desde esa vez nunca volvió a visitarme. Mi mamá estaba muy enojada con que yo estuviera ahí”.
Además de limitar las visitas, tampoco la dejaban ir a ver a sus padres: “Hice caso, pero cuando mi madre estaba grave me fui a la fuerza a verla y no sé cómo, pero llegaron hasta ahí a buscarme. Yo no me quise ir, pero otra vez vinieron y al final me llevaron. Te dicen que el Opus Dei es tu familia y que no debes abandonarla por nada”.
Al repasar su vida, Ofelia dice que nunca se sintió realmente contenta dentro de la institución. Sin embargo, no se iba por miedo: “Me decían que traicionaba a Dios y que mi familia se iría al infierno. Además, te dicen que qué vas a hacer afuera, que la vida es difícil para una mujer sola”.
Eso la llevó a quedarse hasta que no pudo más. “Cuando ya llevaba muchos años, me deprimí. Estuve cada vez peor y llegué al extremo de que no quería vivir más. Porque aunque vivía con mucha gente, me sentía muy sola y no me sentía cuidada ni querida por la Obra”. Eso la llevó a tomarse un cóctel de pastillas. “Al día siguiente me desperté con los brazos amarrados. No era exactamente un psiquiátrico. Me dejaron ahí dos meses y las numerarias me iban a ver cada 8 días. Mi familia no sabía nada de lo que me había pasado y nunca lo supo”.
Una vez afuera, empezó una consulta con un psiquiatra y, como no era de la Obra, siempre entraba con ella a la sesión una numeraria que escuchaba. Así fue hasta que un día el médico pidió que lo dejaran a solas con Ofelia y le dijo: “Tú te tienes que ir del Opus Dei, porque si no van a acabar contigo”. Salió de allí decidida a irse pero no fue inmediato. “El día final fue porque una de las numerarias me dio una bofetada y yo dije ya está. Y salí y me fui a vivir con una hermana durante un año, y después con un hermano otro año. Hasta que después pude irme sola”.
A diferencia de Mercedes, que conserva su fe, Ofelia dice que salió muy enojada de la Obra. “Cuando salí ya no creía en Dios, porque me preguntaba cómo podía ser que si Dios existe a nosotras nos hacían eso. Yo salí muy sentida de la Obra, porque lo se vivía ahí adentro era una mentira total”.
En los ocho años que lleva fuera consiguió pagar su casa con su trabajo en servicio doméstico. Ahora es empleada doméstica de lunes a sábados y vuelve a su casa sólo los fines de semana.
La respuesta oficial del Opus Dei a Animal Político señala que “actualmente hay 450 numerarias auxiliares en México, todas ellas mexicanas, y que “en los últimos años, aproximadamente un 4 % de las numerarias auxiliares han preferido seguir otro camino”. Sin embargo, según las denunciantes, serían muchas más las que han salido, en la mayoría de los casos a escondidas o escapando.
Respecto de la tarea de estas mujeres, dice la institución que su trabajo “es remunerado con un sueldo acorde al mercado. Cada numeraria auxiliar recibe un ingreso del que dispone libremente para cubrir sus gastos personales y de manutención”, aunque no aclara cómo fue en el pasado. Agrega que “desde hace varios años se han ido registrando todas al IMSS. Actualmente prácticamente todas están dadas de alta” y que “desde 2014, cuentan con un seguro de gastos médicos mayores con cobertura amplia”. Tampoco describe qué ocurría antes de ese año.
Por último, aclaran que “el Opus Dei siempre ha respetado la normativa jurídica en materia laboral. En más de 40 años no se ha registrado ninguna reclamación judicial de tipo laboral en nuestro país ni tenemos noticia de alguna denuncia ni ante las autoridades civiles ni ante la Prelatura”.
A punto de cumplir su primer centenario, que celebrarán en 2028, el Opus Dei tiene en México su territorio más vasto fuera de España desde mediados del siglo pasado. Así lo relata en su página web, donde cuenta que “a partir de 1949, el novedoso mensaje del Opus Dei prende en todo tipo de ambientes en México, país que tiene la primogenitura en América” y resalta la figura del arquitecto y sacerdote Pedro Casciaro como el primer enviado a estas tierras de José María Escrivá de Balaguer, el cura español fundador de la “Obra de Dios”.
El 18 de febrero de 1949 abrió el primer “centro” del Opus Dei en la Ciudad de México, en un departamento de la calle Londres y un mes después el arzobispo Luis María Martínez celebró allí la primera misa. “Bajo la protección de la Virgen de Guadalupe (…) pronto la labor apostólica se extiende a Culiacán, Monterrey y Guadalajara”, relata la institución.
El Opus Dei había nacido en 1928, pero el primer aval oficial lo obtuvo en la década del 40 en España y llegó a México y a toda América Latina mucho antes de su constitución jurídica como prelatura personal, que le otorgó Juan Pablo II en 1982. Esta figura, única en la Iglesia Católica, es una estructura jerárquica y piramidal que funciona con autonomía de las diócesis y los obispados, y responde a sus propias autoridades en Roma. Por encima del prelado del Opus Dei sólo está el papa.
Según declara el Opus Dei, su presencia alcanza 68 países, entre los que suma unos 90,000 miembros y casi un 10 % de ellos están en México. Esta cifra se sostiene desde hace dos décadas, aunque hoy se estima que son muchos menos.
Con una estructura jerárquica, el Opus Dei es una pirámide que tiene en la cumbre a religiosos -curas- que apenas representan el 2 % del total de los miembros. El otro 98 % son laicos. Si bien todos son considerados iguales en su santidad y compromiso, hay distintas formas de pertenecer. Luego de los sacerdotes están los numerarios, que son los miembros célibes que viven con compromisos de castidad, pobreza y obediencia en residencias de la Obra. Los numerarios son hombres profesionales o en camino a serlo que trabajan en su profesión -en el ámbito privado o público-, pero entregan sus ingresos a la institución y conviven en casas propia de la Obra. Otra categoría es la de agregados, que también hacen compromisos de castidad, pobreza y obediencia, pero pueden vivir en sus casas. Luego están los supernumerarios, que pueden formar familia y tienen el mandato de que sean numerosas. Representan el 70 % de los miembros y su aporte es con dinero, bienes, trabajo y vínculos.
La misma estructura se replica en la rama femenina, a la que además se agrega la de las numerarias auxiliares, que son las que llevan adelante el servicio doméstico de los centros, las residencias, las casas de retiro y las administraciones. Esa vocación no puede cambiar: no hay posibilidad de que una numeraria auxiliar se convierta en numeraria, por lo que toda su vida se desarrolla en tareas de cocina, limpieza, atención y mantenimiento.
En septiembre de 2021, 43 mujeres exnumerarias auxiliares denunciaron ante el Tribunal para la Doctrina de la Fe del Vaticano que habían sido víctimas de trata y reducción a la servidumbre en la Argentina. Entre ellas, había también mujeres reclutadas en Paraguay y Bolivia que habían sido llevadas con el mismo fin a Buenos Aires. La representación relató cómo las mujeres habían sido captadas siendo niñas y adolescentes en lugares pobres y rurales, luego alejadas de sus familias y manipuladas espiritualmente para comprometerse a una vida de trabajo y compromiso religioso.
Sin respuesta formal del Vaticano, las denuncias públicas de las mujeres fueron tomadas por la Procuraduría contra la Trata de Personas para Explotación de la Argentina (PROTEX), que en septiembre de 2022 inició una investigación secreta y elevó una denuncia a la justicia federal que culminó en septiembre de 2024 con una acusación contra las máximas autoridades del Opus Dei en la región Río de la Plata y un pedido de indagatoria que debería concretarse en los próximos meses.
“Este proceso judicial es muy importante ya que es la primera vez que se investiga seriamente al Opus Dei y se imputa penalmente a sus máximas autoridades”, dijo a Animal Político el abogado Sebastián Sal, defensor de las 43 mujeres y querellante en la causa.
PROTEX y la Fiscalía describieron la existencia de un sistema de captación engañoso, planificado y deliberado, dirigido a proveer a los miembros varones de un servicio doméstico equiparable al de una servidumbre, ya que no contemplaba ningún pago por la tarea ni derechos laborales básicos. La acusación describe el modus operandi del Opus Dei para someter a las mujeres como un plan de varias etapas: captación de niñas y adolescentes de entre 12 y 16 años mediante una selección engañosa, que “consistía en presentar una propuesta falsa relacionada con la posibilidad de continuar y completar sus estudios primarios y secundarios, así como recibir formación profesional para obtener oportunidades laborales, todo ello en un contexto de enseñanza religiosa”.
Además de la dinámica de ingreso al Opus Dei, la investigación enumera y describe la situación de las víctimas dentro de los “centros” de la organización, las prácticas de manipulación psicológica, el sistema de creencias, el “control disciplinario mediante elementos de castigo” y una serie de “normas de vida” que debían llevar las mujeres y que implicaban un sistema de charlas, confesiones y oraciones, además de la obligación de la castidad, el aislamiento de los vínculos familiares, la restricción de sus comunicaciones y cualquier contacto con el mundo exterior, el control psicológico y condicionamiento conductual, como también el control de la salud física y mental mediante visitas médicas supervisadas y suministro de pastillas psiquiátricas.
Tras la difusión de la acusación formal en Argentina, a través de un comunicado el Opus Dei negó “categóricamente” los hechos investigados y explicó que las mujeres ”libremente eligieron una vocación espiritual dentro de la Iglesia Católica como numerarias auxiliares”, es decir, mujeres del Opus Dei que, “como todos los demás miembros, aspiran a amar a Dios y a los demás y lo demuestran a través de su trabajo y de su vida cotidiana, dedicándose al cuidado de las personas y las casas, dentro de un ambiente familiar que el Opus Dei pretende proporcionar”. Además, aseguraron que recibían un salario, algo que las denunciantes desmienten por completo.
A partir del impacto internacional de esta noticia, que es la primera acusación formal contra una institución de la iglesia católica por trata de mujeres para servidumbre, en al menos 20 de los 68 países en los que funciona el Opus Dei empezaron a aparecer testimonios muy similares a los de Argentina que dan cuenta de que este sistema de captación y explotación de mujeres se replicó en todas las latitudes de manera prácticamente exacta. Estos primeros testimonios en México lo confirman.
En virtud del acuerdo de cese al fuego en Gaza, entre Hamás y el gobierno de Israel, cuatro soldados israelíes fueron liberadas por Hamás.
Israel dejó a libertad a 200 prisioneros palestinos luego de que cuatro soldados israelíes fueron liberadas por Hamás en el marco de lo establecido en el acuerdo de cese al fuego en Gaza.
Las mujeres fueron entregadas, este sábado, a un equipo de la Cruz Roja en el corazón de la ciudad de Gaza.
El ejército israelí confirmó que la organización de ayuda humanitaria les entregó las soldados: Daniela Gilboa, Liri Elbag, Naama Levy y Karina Ariev.
Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) informaron que las cuatro mujeres ya se reencontraron con sus padres en territorio israelí.
En el acto de liberación, se les vio sonriendo, tomándose de la mano y saludando.
A cambio, el Servicio de Prisiones de Israel ha informado que liberó a 200 prisioneros palestinos. Se espera que 70 de ellos sean deportados.
Las soldados habían sido capturadas en una base del ejército en la frontera con Gaza cuando Hamás atacó a Israel en octubre de 2023.
Poco antes de la liberación, integrantes armados de Hamás y una multitud de civiles se reunieron en la Plaza Palestina en la ciudad de Gaza.
Se trata del segundo grupo de rehenes liberados por el grupo desde que se acordó un alto el fuego, la semana pasada.
Se espera que Hamás proporcione más información sobre los 26 rehenes restantes que está planeado sean liberados en las próximas semanas.
También está previsto que los soldados israelíes se retiren de posiciones clave de Gaza, lo que permitirá que más palestinos desplazados regresen a los territorios del norte.
En Tel Aviv, en la Plaza de los Rehenes, una multitud se reunió para seguir el acto de liberación. Algunas personas lloraban y aplaudían mientras veían los acontecimientos en una pantallas gigante.
El portavoz de las FDI, Daniel Hagari, indicó que la misión desde el 7 de octubre de 2023 ha sido regresar a los secuestrados a sus hogares.
Tras hacer referencia a las soldados liberadas, indicó que Israel “no puede olvidar y no olvidará” a “los 90 rehenes” que siguen en Gaza.
“Son heroínas en todos los sentidos de la palabra”, señaló Avichay Adraee, vocero en idioma árabe del ejército israelí.
“Se plantaron con valentía frente a un grupo de terroristas, con la cabeza en alto y orgullo”.
“A pesar de todas las tragedias y circunstancias difíciles por las que pasaron, se mantuvieron fuertes, firmes y no se derrumbaron.
“Estas mujeres son un símbolo de determinación y fuerza, que afrontan los desafíos con orgullo”.
Las FDI han difundido imágenes de los emotivos encuentros de las soldados con sus familias.
“El sentimiento de alivio y felicidad nos envuelve después de 477 largos e insoportables días de angustiosa espera”, señaló, en la red social X, la familia de Liri Elbag.
“Después de 477 largos y angustiosos días de dolor, preocupación y ansiedad sin fin, finalmente pudimos abrazar a nuestra querida Karina, escuchar su voz y ver su sonrisa que nos llena de luz nuevamente”, escribieron, también en X, los parientes de Karina Ariev.
“Estamos felices y emocionados de ver a Naama de pie y junto a nosotros”, señaló la familia de Naama Levy.
Los parientes de Daniela Gilboa también usaron la red social X para expresar su alegría: “Cuánto anhelábamos este momento”.
Rushdi Abualouf, periodista de la BBC que ha reportado sobre Gaza desde hace décadas y que se encuentra en Egipto, indicó que para Hamás, los rehenes israelíes son su principal ventaja estratégica y parece estar usándola lo mejor que puede.
“La escena de entrega (de rehenes) de hoy parece más disciplinada, organizada y menos caótica que las anteriores, en gran medida porque Hamás ha pasado la semana pasada –desde el comienzo del alto el fuego– preparándose para esta exhibición militar”.
Con ella, explica, Hamás pretende transmitir un mensaje claro: “Estamos aquí y somos nosotros los que decidimos lo que sucederá el día después de la guerra”.
Sin embargo, indica el periodista, estos momentos fugaces chocan rápidamente con la cruda realidad que la guerra ha dejado atrás, el sufrimiento de 2,3 millones de palestinos.
“Como es habitual, los palestinos están divididos por la entrega de rehenes en la Plaza Palestina. Quienes apoyan a Hamás sienten una sensación de victoria, mientras que quienes se oponen a ella lo ven como una forma de menospreciar el dolor de las familias en duelo”.
La mayoría de los 200 prisioneros palestinos dejados en libertad por Israel llegaron en autobuses con el símbolo de la Cruz Roja a Ramala, en Cisjordania, el resto será deportado a través de Egipto a otros países y algunos serán enviados a Gaza.
Jon Donnison, periodista de la BBC en Ramala, vio como los prisioneros fueron recibidos con gran alegría por una multitud de civiles, entre los que había familias, adolescentes y niños.
“A diferencia de la liberación de la semana pasada, en la que se trataba principalmente de personas que cumplían condenas relativamente menores, 121 de los presos liberados hoy han estado cumpliendo cadena perpetua; algunos fueron condenados por múltiples asesinatos, incluidos de civiles israelíes”, indicó Donnison.
“Hay una amplia gama de edades entre los liberados. El preso palestino más joven que se espera que sea liberado tiene sólo 16 años, mientras que el mayor tiene 69. Un preso ha pasado 39 años en una prisión israelí, habiendo sido arrestado por primera vez en 1986”.
Los prisioneros habían estado en los centros de detención de Ofer y Ktziot.
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