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Las mucamas de Dios: tres mexicanas narran cómo fueron sometidas a explotación laboral por el Opus Dei
Las mucamas de Dios: tres mexicanas narran cómo fueron sometidas a explotación laboral por el Opus Dei
Tres mujeres mexicanas denuncian la explotación a manos del Opus Dei. Ilustración: Andrea Paredes @driu.paredes
23 minutos de lectura

Las mucamas de Dios: tres mexicanas narran cómo fueron sometidas a explotación laboral por el Opus Dei

Las captaron cuando eran adolescentes en pueblos rurales con la promesa de una educación en hotelería, pero terminaron sirviendo a la élite de la “Obra de Dios”. Estos son los primeros testimonios en México.
28 de enero, 2025
Por: Paula Bistagnino y Gloria Piña

Teresita tenía 15 años cuando ingresó al Instituto Tecnológico Yalbi en el estado de Tlaxcala. Era 1993, su hermana ya estaba dentro y ella aceptó seguir sus pasos en búsqueda de oportunidades para continuar sus estudios. Mercedes también tenía 15 cuando entró en la escuela Montefalco, en Morelos, pensando que podría estudiar el bachillerato. La invitó una vecina y ella aceptó porque, aunque soñaba ser contadora, le quedaba cerca de su familia a diferencia de otras opciones académicas. A Ofelia, que era trabajadora doméstica, su patrona la llevó a un centro de formación profesional en Ciudad de México cuando tenía 19 años. Las tres terminaron viviendo en casas del Opus Dei, trabajando sin descanso y sin pago como servicio doméstico de los miembros de élite de la organización más secreta de la Iglesia Católica.

Teresita, Mercedes y Ofelia son las tres primeras mexicanas que denuncian la explotación de mujeres pobres a manos de la “Obra de Dios”. A ellas las formaron para dar servicio doméstico profesional y después limpiaron y cocinaron durante años en sus residencias cerradas como “numerarias auxiliares” -así se las llama internamente-. Además, les hicieron comprometerse a una vida de castidad, pobreza y obediencia con la promesa de que así podrían “santificarse ante Dios”.

Estas primeras denuncias en México resultan iguales a los hechos que en Argentina se investigan como trata de personas para explotación laboral: la justicia formalizó una acusación tras demostrar que durante al menos 40 años existió un sistema de reclutamiento de mujeres de escasos recursos para educarlas y convertirlas en “sirvientas profesionales” y hacerlas trabajar sin recibir ninguna remuneración. 

Para Teresita esa fue su vida durante 15 años, para Ofelia fueron 25 y para Mercedes fueron 30. Todas vivieron en distintas ciudades y residencias del Opus Dei en la República Mexicana.

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Este reportaje muestra que en México existen, al menos, seis escuelas de internado para niñas a partir de los 14 años de la Prelatura del Opus Dei, que comenzaron a funcionar en el país a finales de los años 50s. 

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Ilustración: Andrea Paredes @driu.paredes

 

El Colegio Montefalco, en el estado de Morelos, se inauguró dentro de la primera hacienda que la organización católica de origen español consiguió para su obra. Posteriormente, se multiplicaron las llamadas “escuelas de hotelería” en distintas ciudades del país, con distintas modalidades. Las principales son, además de Montefalco, el Centro de Formación Profesional Yaxkin; el Centro Educativo Jaltepec en Jalisco; el Instituto Cultural Toshi, en el Estado de México -actualmente llamado Ondare-, el Instituto Yalbi en Tlaxcala y El Pinar, en Coahuila.

Además, existen centros de formación en labores en una decena de ciudades donde es común que las mujeres de la Obra envíen a sus “criadas” y donde también se han captado a jovencitas. De acuerdo con la académica e investigadora de la UNAM, Virginia Ávila García, quien hizo un extenso trabajo de investigación sobre el papel de las mujeres en el Opus Dei en México, la institución ha establecido otras unidades de formación en hospitalidad y hotelería exclusivas para mujeres, como: el Centro Escolar Yaocalli y Centro Escolar el Paseo en la Ciudad de México, al igual que Alhucema y Escuela Oxtopulco, que fue cerrada en 2019.  La Escuela Palmares, exclusiva para mujeres en Guadalajara, y la Escuela Técnica Jazlim, forman parte de las iniciativas de obras sociales de miembros del Opus Dei.

Respecto a las primeras denuncias públicas de exnumerarias auxiliares en México, las autoras solicitaron información y una postura oficial a la Oficina de Comunicación del Opus Dei en el país, que niega la existencia de condiciones de explotación, pero reconoce la existencia de distintas iniciativas educativas que “con el propósito de fomentar el desarrollo de las personas en diversos contextos y realidades del país, algunas se enfocaron, en sus inicios, en comunidades rurales” y “ofrecieron prácticas profesionales en el ámbito de la hospitalidad”. Algo similar respondió en Argentina, donde negó “categóricamente” los relatos de 43 mujeres denunciantes, a pesar de que la justicia federal de ese país presentó una acusación formal que da cuenta de que los hechos ocurrieron. 

Captación religiosa: “La escuela no era lo que prometían”

Teresita Avelar ahora tiene 47 años, pero recuerda muy bien su decisión de los 15 de entrar como internada en el Instituto Yalbi (Apan), cerca de la casa de su padres en Calpulalpan, Tlaxcala, donde además ya había ingresado su hermana mayor. “La escuela tenía fama de tener buena educación, además de interesantes convenios con empresas para hacer, supuestamente, prácticas profesionales en hoteles distinguidos”, dice la mujer, que confiesa que cuando decidió ir fue porque le parecía una buena oportunidad.

Pero una vez adentro, muy pronto se dio cuenta de que la escuela no era lo que prometía: “En vez de tener las clases normales, nos enseñaban técnicas de lavado, planchado, técnicas de costura, panadería, repostería, así como recursos para llevar la administración de un hogar”. Además, como en teoría no pagaban la cuota completa, les decían que tenían que trabajar para cubrir el resto. “Nos decían que era una práctica, pero nos exigían perfección en todo y teníamos que trabajar bajo presión todo el tiempo, era una preparación a lo que, supuestamente, nos íbamos a dedicar”. 

Fue en el medio de las clases y el trabajo, ya cargado además de rutinas religiosas que incluían oración diaria y confesión semanal rigurosa, que le dijeron que Dios veía en ella “vocación para ser numeraria auxiliar”, una categoría que es la más baja de la organización y que se dedica única y específicamente a mantener los “centros”, que es como se llaman las residencias donde conviven los miembros célibes del Opus Dei -numerarios y numerarias-, separados por género. Teresita dice que ella no creía tener esa vocación, pero se sintió atraída por lo que le ofrecían.

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Teresita Avelar. Ilustración: Andrea Paredes @driu.paredes

 

Una vez que aceptó, y la aceptaron, su vida cambió: una de las primeras cosas fue que empezó a tener una rutina mucho más estricta de vida religiosa que incluía vigilancia espiritual, usar elementos de autoflagelación y trabajar más duro. Además fue enviada a una formación doctrinal exigente, tras la cual le asignaron atender casas de retiro donde miembros de la Obra y estudiantes de la Universidad Panamericana participaban de actividades espirituales. 

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El sueldo era contado, pero de cuentito: no recibíamos nada. Ni siquiera nos decían un monto específico”, afirma y asegura que la excusa de la institución era que con el sueldo por su trabajo pagaban su estancia en las casas de la Obra.

La rutina diaria de Teresita y del resto de las auxiliares era siempre igual: antes de las 6 de la mañana sonaba el despertador y no era hasta las 10 de la noche que iban a dormir. Las tareas las asignaban las directoras (numerarias) y el trabajo incluía la atención integral de las casas: limpieza diaria, cocina de cuatro comidas, lavandería, tintorería, costura, portería, etc. Entre unas y otras tareas hacían ejercicios espirituales y oración, incluso mientras trabajaban, para reducir al mínimo el diálogo. No tenían permitido escuchar música o ver la tele, sino que sólo podían hacerlo durante el fin de semana o con autorización de las numerarias encargadas de supervisar su trabajo. 

“Demasiado rezar, demasiado obedecer, demasiada sumisión, mucha ingenuidad, eso no me gustaba”, describe Teresita, que explica en qué consistían los “castigos corporales” que se les exigía: uso de una liga metálica con puntas (cilicio) ajustada a la pierna durante dos horas diarias mientras trabajaban, dormir sobre una tabla o en el suelo,  ducharse con agua fría al menos una vez a la semana y autolatigarse con una soga de varias puntas anudadas (disciplina) “para evitar las pasiones carnales” y cumplir su compromiso de castidad obligatoria por ser miembro del Opus Dei.  “Los castigos personales debían ser discretos, nadie se tiene que dar cuenta”. Al usar el cilicio debían hacerlo en lugares que no fueran notorios como las piernas. “A mí la disciplina nunca me gustó usarla, no le encontré un sentido. Me shockeaba psicolgóciamente tener que latigarme sola, eso me ponía mal y no lo hacía, pero no hacerlo me metía en un conflicto de fidelidad, porque así lo manejan”.

Se alejó de su familia desde que ingresó a la escuela y estuvo incomunicada también durante su estancia laboral; sólo podía salir un día a la semana a la comunidad para hacer acciones de “proselitismo”: “Debíamos alistarnos en cursos para conocer a otras jóvenes e invitarlas a ir al Opus Dei y a formar parte de las escuelas”.

Tras más de 10 años de labores domésticas, la falta de descanso, las imposiciones de disciplina y no tener decisión sobre su vida comenzaron a agotarla. Empezó a cuestionarse si debía pasar toda su vida en aquel lugar. “Veía gente mayor que, aún con su edad y enfermedades, no dejaban de trabajar. El trabajo de las numerarias auxiliares es muy pesado, físico siempre. Vi tantos ejemplos que yo no quise llegar a envejecer ahí de esa manera”. Sin embargo, le llevó varios años más conseguir irse: sentía miedo y culpa de fallarle a Dios.

“Lo que el Opus Dei enseña es que se puede alcanzar la santidad a través del trabajo. Entonces, si abandonas el trabajo abandonas tu santidad”. Dejó el Opus Dei en 2007, después de huir del centro Frontera -así llamado por la calle sobre la que se ubicaba-, en la colonia San Ángel, en Ciudad de México. Había pasado 14 años dentro. Nunca cobró por su trabajo ni estuvo feliz, dice. “Me costó muchos años animarme a hablar de esto. Recién después de muchos años de vivir en la Argentina, hoy puedo dar testimonio”.

Servidumbre y encierro: “Me explotaron por 30 años, incluso cuando enfermé”

A Mercedes Teteltitla el Opus Dei no logró arrebatarle su fe. Desde que salió, hace 12 años, el centro de su vida lo ocupa su tarea como catequista de niños en su natal Morelos. La acompaña a diario el dolor constante de la fibromialgia que padece, que comenzó cuando apenas pasaba los 30 años pero ya tenía la mitad de su vida trabajando sin descanso ni atención médica en residencias del Opus Dei en distintas ciudades de México. Fue esa enfermedad la que la hizo salir: “Yo ya no les servía más”, dice. Salió sin dinero ni cobertura médica. Sin nada. Tenía 46 años.

Era una adolescente que soñaba con convertirse en contadora cuando una amiga le insistió en que se inscribiera en el Colegio Montefalco. Mercedes ya había conseguido un cupo en una escuela en Cuernavaca, pero quedaba más lejos de su casa y de su familia. 

“Ella me dijo que ya estaba estudiando en Montefalco para ser educadora y estaba a punto de salir, en el último año. Me dijo ‘vamos está muy bonita la escuela, está cerca de tu casa, así no te alejas de tus papás y nos vamos a seguir viendo’. Así fue como yo conocí el Opus Dei”, recuerda Mercedes

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Mercedes Teteltitla. Ilustración: Andrea Paredes @driu.paredes

 

Al poco tiempo de su ingreso, las instructoras de Montefalco le comunicaron a Mercedes que tenía “vocación” para formar parte del Opus Dei como numeraria auxiliar. Así podría “santificarse sirviendo a Dios”.  Tenía 17 años. “Rápidamente me dieron clases como de hotelería: cómo hacer una cama, cómo fregar pisos, cómo lavar todos los trastes, vajillas, el cuidado y mantenimiento de distintas prendas y tipos de telas, tapices, etc”, comenta la mujer que ahora tiene 60 años.

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También le dieron clases de cocina y pronto la encomendaron al área de alimentos, principalmente en repostería y panadería de una de las casas de retiros y convivencias del Opus Dei en la Hacienda Montefalco, Casa Grande. “Es una casona a la que van personas a recibir formación o ‘curso anual’ -equivalente a las vacaciones- de miembros de la Obra, varones y mujeres”, cuenta. Y recuerda que iban grupos de unas 50 personas, nunca mujeres y varones mezclados, a quienes se daba servicio 24 horas: limpieza de habitaciones, baños y áreas comunes, lavandería de las cosas de la casa y de la ropa personal, servicio de cuatro comidas de categoría y todo elaborado allí. Al mismo tiempo que trabajaba, a Mercedes le encomendaron instruir en labores de limpieza a las jóvenes nuevas. 

Mercedes era muy buena en su tarea y trabajaba sin descanso. Tanto que a los 5 años de entrar en la Obra, la enviaron de Montefalco como encargada de la cocina de la Comisión Regional, donde habita el Consiliario, que es la máxima autoridad del Opus Dei en México y la más importante de Latinoamérica.

Al igual que Teresita, Mercedes también se alejó de su familia una vez que ingresó al Opus Dei. Su primer reencuentro con su familia fue 10 años después de “pitar” en la Obra: así se dice al acto de pedir la admisión a través de una carta manuscrita que se envía al prelado, la autoridad máxima del Opus Dei, que reside en Roma. “Una vez que entras, te dicen que tu familia ya no es tu madre, tu padre y tus hermanos, sino la Obra”, afirma Mercedes, a quien incluso le prohibieron salir para atender a sus padres enfermos. 

“A mi me engañaron y me sacaron la oportunidad de estudiar y mi sueño de ir a la Universidad”, dice la mujer, que sólo pudo concluir hasta el primer año de bachillerato, a través de guías y exámenes que hacía en el internado, pero no a través de clases regulares. No podía por falta de tiempo, porque toda la presión estaba en el trabajo, en capacitar a otras jóvenes y seguir rutinas diarias de disciplina religiosas: misa, oración, lecturas, meditaciones, confesión, etc. “No tenía tiempo ni de respirar. Ya no podía estudiar, sólo estaba dedicada a los trabajos del hogar en la Obra”, dice.

Tanto trabajo ni siquiera le dio la posibilidad de ayudar a sus padres, porque jamás le pagaron por ninguna de sus tareas. “Nunca jamás vi ningún cheque, ni sobre con dinero, ni sabía cuánto ganaba aunque nos decían que las personas que atendíamos pagaban todos los servicios”. Lo que les decían, cuenta Mercedes, es que todo el dinero por su labor pasaba a “la caja” para pagar sus estancias y aprendizaje en las escuelas.

Con más de 20 años de servicios, la salud de Mercedes comenzó a tener complicaciones. Se sentía agotada, le dolían los huesos, tenía dificultad para subir escaleras, empezó a perder el apetito y dejó de dormir. Su malestar físico se incrementó al grado de no poder cumplir de manera completa con su trabajo de auxiliar, lo cual empeoró con sentimiento de culpa y depresión, incluso pensó en quitarse la vida. 

“Yo todos los días pedía: Dios mío yo me quiero morir, yo ya no quiero vivir aquí y así. Si yo no puedo trabajar, qué hago aquí”, cuenta Mercedes, a quien pese a que le dieron atención médica no podía cumplir con el reposo recomendado por la exigencia de sus superioras. “Sufría tanto los dolores que pedí que al menos no me hicieran subir escaleras, pero en cambio la directora me exigió limpiar el tercer piso de la residencia”. La razón: el sufrimiento es una ofrenda a Dios.

Pese a que inició con malestares físicos cuando cumplió 30 años, no fue hasta años después que le diagnosticaron fibromialgia, una enfermedad crónica y degenerativa que afecta los músculos. Si bien su causa se desconoce, hay estudios que la relacionan con el estrés y el trabajo físico extremo. 

En el Opus Dei no se hicieron responsables de su estado físico y le recomendaron dejar la Obra. “Aquí no puedes estar sin hacer nada”, le dijeron. Salió en 2010 sin un centavo.

“Yo salí del Opus Dei y me alejé de Dios: me preguntaba cómo es que si existía permitía que nos hicieran esto”

A Ofelia Almazán todavía se le quiebra la voz al hablar sobre los más de 25 años que estuvo trabajando encerrada en distintas propiedades del Opus Dei: tres años estuvo en Morelos, cinco en Monterrey y 17 en un sólo centro de la Ciudad de México, entre otros. 

En su caso, no era menor cuando ingresó. Fue a través de una mujer para la que hacía trabajo doméstico, quien era supernumeraria de la Obra, la categoría de miembros de clases medias y altas que forman familia.

Su empleadora la llevó al centro Zirahuén, en Ciudad de México. Allí, en dos meses, la convencieron de que tenía “vocación” para santificarse en el Opus Dei. “A mí me hicieron muy rápido el lavado de cerebro y entré sin saber casi nada de lo que iba a ser mi vida”. 

Tenía muy poco tiempo dentro cuando supo que su voz no tenía ningún lugar ahí: estaba en “el planchero” trabajando y propuso una técnica para hacer la tarea. De inmediato, una superiora la hizo callar y le dijo: “Aquí se viene a obedecer, no a mandar”.

La rutina de trabajo fue muy exigente desde el primer día. Además, apenas llegó la mandaron a hacer el “centro de estudios”, que son dos años de formación intensiva en la doctrina del Opus Dei -es obligatorio para todos los miembros célibes, que el contenido depende de la categoría-. Desde allí la enviaron al internado de Toshi para instruir a las niñas que llevaban desde los pueblos de los alrededores. Las numerarias -superioras- las iban a buscar, relata Ofelia sobre la manera en que las reclutaban. Y agradece no haber hecho caso nunca al deber de llevar nuevas “vocaciones”: “Te decían que si no llevabas gente no hacías apostolado, no servías a la Obra… Gracias a Dios yo nunca llevé a nadie, porque les prometían algo que no era”. 

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Ofelia Almazán. Ilustración: Andrea Paredes @driu.paredes

 

Para Ofelia, el engaño principal era que decían que se vivía como en una familia “numerosa y pobre”, pero eso no era cierto. “Siempre había un trato diferencial con nosotras, en el trato y en cómo vivíamos, mientras las numerarias y numerarios y sacerdotes vivían con lujos”. Para las auxiliares no era igual la casa ni las sábanas ni la ropa ni la comida ni la vida diaria. Tampoco las llevaban a control médico, sólo cuando tenían alguna enfermedad fuera de lo común o un accidente. 

Yo sí siento que me explotaron, en especial en los 17 años que viví en Ciudad de México: empezábamos muy temprano, como a las 6 de la mañana. Y hasta las 9 de la noche yo a veces seguía planchando porque tenía que entregar la ropa. Éramos como unas 25 auxiliares ahí”.

Además de planchar y lavar, Ofelia limpió y atendió residencias de hombres. Mucho tiempo fue cocinera y también ”doncella”, que son las auxiliares que pasan a servir la mesa. “No podíamos tener ningún contacto con los numerarios, nunca. Todo era por el telefonillo, pero cuando eras doncella tenías muchas reglas para evitar el contacto. Ellos también: cuando pasábamos no levantaban la vista. El único que nos llegaba a ver era el sacerdote”.

En los más de 25 años en los que estuvo dentro del Opus Dei trabajó sin descanso. Tanto que una vez su familia viajó a verla a la residencia en la que trabajaba,apenas llegaron la directora del lugar los echó: “Se van a tener que ir porque ‘Ofe’ tiene mucho trabajo acá’, les dijo. “Mi familia se fue muy sentida y desde esa vez nunca volvió a visitarme. Mi mamá estaba muy enojada con que yo estuviera ahí”.

Además de limitar las visitas, tampoco la dejaban ir a ver a sus padres: “Hice caso, pero cuando mi madre estaba grave me fui a la fuerza a verla y no sé cómo, pero llegaron hasta ahí a buscarme. Yo no me quise ir, pero otra vez vinieron y al final me llevaron. Te dicen que el Opus Dei es tu familia y que no debes abandonarla por nada”.

Al repasar su vida, Ofelia dice que nunca se sintió realmente contenta dentro de la institución. Sin embargo, no se iba por miedo: “Me decían que traicionaba a Dios y que mi familia se iría al infierno. Además, te dicen que qué vas a hacer afuera, que la vida es difícil para una mujer sola”.

Eso la llevó a quedarse hasta que no pudo más. “Cuando ya llevaba muchos años, me deprimí. Estuve cada vez peor y llegué al extremo de que no quería vivir más. Porque aunque vivía con mucha gente, me sentía muy sola y no me sentía cuidada ni querida por la Obra”. Eso la llevó a tomarse un cóctel de pastillas. “Al día siguiente me desperté con los brazos amarrados. No era exactamente un psiquiátrico. Me dejaron ahí dos meses y las numerarias me iban a ver cada 8 días. Mi familia no sabía nada de lo que me había pasado y nunca lo supo”.

Una vez afuera, empezó una consulta con un psiquiatra y, como no era de la Obra, siempre entraba con ella a la sesión una numeraria que escuchaba. Así fue hasta que un día el médico pidió que lo dejaran a solas con Ofelia y le dijo: “Tú te tienes que ir del Opus Dei, porque si no van a acabar contigo”.  Salió de allí decidida a irse pero no fue inmediato. “El día final fue porque una de las numerarias me dio una bofetada y yo dije ya está. Y salí y me fui a vivir con una hermana durante un año, y después con un hermano otro año. Hasta que después pude irme sola”. 

A diferencia de Mercedes, que conserva su fe, Ofelia dice que salió muy enojada de la Obra. “Cuando salí ya no creía en Dios, porque me preguntaba cómo podía ser que si Dios existe a nosotras nos hacían eso. Yo salí muy sentida de la Obra, porque lo se vivía ahí adentro era una mentira total”. 

En los ocho años que lleva fuera consiguió pagar su casa con su trabajo en servicio doméstico. Ahora es empleada doméstica de lunes a sábados y vuelve a su casa sólo los fines de semana. 

La respuesta del Opus Dei: “Siempre (hemos) respetado la normativa jurídica en materia laboral”

La respuesta oficial del Opus Dei a Animal Político señala que “actualmente hay 450 numerarias auxiliares en México, todas ellas mexicanas, y que “en los últimos años, aproximadamente un 4 % de las numerarias auxiliares han preferido seguir otro camino”. Sin embargo, según las denunciantes, serían muchas más las que han salido, en la mayoría de los casos a escondidas o escapando.

Respecto de la tarea de estas mujeres, dice la institución que su trabajo “es remunerado con un sueldo acorde al mercado. Cada numeraria auxiliar recibe un ingreso del que dispone libremente para cubrir sus gastos personales y de manutención”, aunque no aclara cómo fue en el pasado. Agrega que “desde hace varios años se han ido registrando todas al IMSS. Actualmente prácticamente todas están dadas de alta” y que “desde 2014, cuentan con un seguro de gastos médicos mayores con cobertura amplia”. Tampoco describe qué ocurría antes de ese año. 

Por último, aclaran que “el Opus Dei siempre ha respetado la normativa jurídica en materia laboral. En más de 40 años no se ha registrado ninguna reclamación judicial de tipo laboral en nuestro país ni tenemos noticia de alguna denuncia ni ante las autoridades civiles ni ante la Prelatura”.

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Ilustración: Andrea Paredes @driu.paredes

 

A punto de cumplir su primer centenario, que celebrarán en 2028, el Opus Dei tiene en México su territorio más vasto fuera de España desde mediados del siglo pasado. Así lo relata en su página web, donde cuenta que “a partir de 1949, el novedoso mensaje del Opus Dei prende en todo tipo de ambientes en México, país que tiene la primogenitura en América” y resalta la figura del arquitecto y sacerdote Pedro Casciaro como el primer enviado a estas tierras de José María Escrivá de Balaguer, el cura español fundador de la “Obra de Dios”.

El 18 de febrero de 1949 abrió el primer “centro” del Opus Dei en la Ciudad de México, en un departamento de la calle Londres y un mes después el arzobispo Luis María Martínez celebró allí la primera misa. “Bajo la protección de la Virgen de Guadalupe (…) pronto la labor apostólica se extiende a Culiacán, Monterrey y Guadalajara”, relata la institución.

El Opus Dei había nacido en 1928, pero el primer aval oficial lo obtuvo en la década del 40 en España y llegó a México y a toda América Latina mucho antes de su constitución jurídica como prelatura personal, que le otorgó Juan Pablo II en 1982. Esta figura, única en la Iglesia Católica, es una estructura jerárquica y piramidal que funciona con autonomía de las diócesis y los obispados, y responde a sus propias autoridades en Roma. Por encima del prelado del Opus Dei sólo está el papa.

Según declara el Opus Dei, su presencia alcanza 68 países, entre los que suma unos 90,000 miembros y casi un 10 % de ellos están en México. Esta cifra se sostiene desde hace dos décadas, aunque hoy se estima que son muchos menos. 

Con una estructura jerárquica, el Opus Dei es una pirámide que tiene en la cumbre a religiosos -curas- que apenas representan el 2 % del total de los miembros. El otro 98 % son laicos. Si bien todos son considerados iguales en su santidad y compromiso, hay distintas formas de pertenecer. Luego de los sacerdotes están los numerarios, que son los miembros célibes que viven con compromisos de castidad, pobreza y obediencia en residencias de la Obra. Los numerarios son hombres profesionales o en camino a serlo que trabajan en su profesión -en el ámbito privado o público-, pero entregan sus ingresos a la institución y conviven en casas propia de la Obra. Otra categoría es la de agregados, que también hacen compromisos de castidad, pobreza y obediencia, pero pueden vivir en sus casas. Luego están los supernumerarios, que pueden formar familia y tienen el mandato de que sean numerosas. Representan el 70 % de los miembros y su aporte es con dinero, bienes, trabajo y vínculos.

La misma estructura se replica en la rama femenina, a la que además se agrega la de las numerarias auxiliares, que son las que llevan adelante el servicio doméstico de los centros, las residencias, las casas de retiro y las administraciones. Esa vocación no puede cambiar: no hay posibilidad de que una numeraria auxiliar se convierta en numeraria, por lo que toda su vida se desarrolla en tareas de cocina, limpieza, atención y mantenimiento.

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Ilustración: Andrea Paredes @driu.paredes

 

Un sistema igual al que en Argentina ya se investiga como trata

En septiembre de 2021, 43 mujeres exnumerarias auxiliares denunciaron ante el Tribunal para la Doctrina de la Fe del Vaticano que habían sido víctimas de trata y reducción a la servidumbre en la Argentina. Entre ellas, había también mujeres reclutadas en Paraguay y Bolivia que habían sido llevadas con el mismo fin a Buenos Aires. La representación relató cómo las mujeres habían sido captadas siendo niñas y adolescentes en lugares pobres y rurales, luego alejadas de sus familias y manipuladas espiritualmente para comprometerse a una vida de trabajo y compromiso religioso.

Sin respuesta formal del Vaticano, las denuncias públicas de las mujeres fueron tomadas por la Procuraduría contra la Trata de Personas para Explotación de la Argentina (PROTEX), que en septiembre de 2022 inició una investigación secreta y elevó una denuncia a la justicia federal que culminó en septiembre de 2024 con una acusación contra las máximas autoridades del Opus Dei en la región Río de la Plata y un pedido de indagatoria que debería concretarse en los próximos meses.

“Este proceso judicial es muy importante ya que es la primera vez que se investiga seriamente al Opus Dei y se imputa penalmente a sus máximas autoridades”, dijo a Animal Político el abogado Sebastián Sal, defensor de las 43 mujeres y querellante en la causa. 

PROTEX y la Fiscalía describieron la existencia de un sistema de captación engañoso, planificado y deliberado, dirigido a proveer a los miembros varones de un servicio doméstico equiparable al de una servidumbre, ya que no contemplaba ningún pago por la tarea ni derechos laborales básicos. La acusación describe el modus operandi del Opus Dei para someter a las mujeres como un plan de varias etapas: captación de niñas y adolescentes de entre 12 y 16 años mediante una selección engañosa, que “consistía en presentar una propuesta falsa relacionada con la posibilidad de continuar y completar sus estudios primarios y secundarios, así como recibir formación profesional para obtener oportunidades laborales, todo ello en un contexto de enseñanza religiosa”.

Además de la dinámica de ingreso al Opus Dei, la investigación enumera y describe la situación de las víctimas dentro de los “centros” de la organización, las prácticas de manipulación psicológica, el sistema de creencias, el “control disciplinario mediante elementos de castigo” y una serie de “normas de vida” que debían llevar las mujeres y que implicaban un sistema de charlas, confesiones y oraciones, además de la obligación de la castidad, el aislamiento de los vínculos familiares, la restricción de sus comunicaciones y cualquier contacto con el mundo exterior, el control psicológico y condicionamiento conductual, como también el control de la salud física y mental mediante visitas médicas supervisadas y suministro de pastillas psiquiátricas. 

Tras la difusión de la acusación formal en Argentina, a través de un comunicado el Opus Dei negó “categóricamente” los hechos investigados y explicó que las mujeres ”libremente eligieron una vocación espiritual dentro de la Iglesia Católica como numerarias auxiliares”, es decir, mujeres del Opus Dei que, “como todos los demás miembros, aspiran a amar a Dios y a los demás y lo demuestran a través de su trabajo y de su vida cotidiana, dedicándose al cuidado de las personas y las casas, dentro de un ambiente familiar que el Opus Dei pretende proporcionar”. Además, aseguraron que recibían un salario, algo que las denunciantes desmienten por completo.

A partir del impacto internacional de esta noticia, que es la primera acusación formal contra una institución de la iglesia católica por trata de mujeres para servidumbre, en al menos 20 de los 68 países en los que funciona el Opus Dei empezaron a aparecer testimonios muy similares a los de Argentina que dan cuenta de que este sistema de captación y explotación de mujeres se replicó en todas las latitudes de manera prácticamente exacta. Estos primeros testimonios en México lo confirman.

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Expresidenta de Argentina, Cristina Kirchner, a prisión domiciliaria; ratifican la condena a 6 años por corrupción
6 minutos de lectura

La Corte Suprema de Justicia argentina confirmó las dos condenas previas que recibió la exmandataria por el delito de administración fraudulenta durante sus gobiernos.

10 de junio, 2025
Por: BBC News Mundo
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La Corte Suprema de Justicia de Argentina confirmó la condena a 6 años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, por el delito de administración fraudulenta en perjuicio del Estado.

Kirchner, quien podrá acceder al beneficio de la prisión domiciliaria debido a su edad (72 años), fue acusada de haber otorgado obras viales millonarias a un socio y presunto testaferro durante sus dos gobiernos, entre 2007 y 2015.

El máximo tribunal rechazó el pedido de la Fiscalía de duplicar la pena a 12 años de prisión y agregar el delito de asociación ilícita.

La exmandataria, quien también ofició de vicepresidenta durante el mandato de Alberto Fernández (2019-2023), anunció días atrás que se presentaría como candidata a diputada en los próximos comicios legislativos en la provincia de Buenos Aires, en septiembre.

Sin embargo, la confirmación de su condena por la máxima instancia judicial del país significa que ya no podrá presentarse a elecciones.

Kirchner, una figura muy polémica y divisiva en Argentina, es actualmente la presidenta del Partido Justicialista (PJ), nombre oficial del peronismo, la principal fuerza opositora al gobierno del economista libertario Javier Milei.

La exmandataria escuchó el anuncio de la Corte desde la sede del PJ, acompañada por legisladores y dirigentes de su espacio.

Militantes peronistas cortaron los principales accesos a la ciudad de Buenos Aires en la antesala del anuncio.

La expresidenta, quien niega los cargos en su contra, ha denunciado que es víctima del lawfare, una persecución política, mediática y judicial orquestada por sus rivales políticos.

También se ha comparado con sus pares Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil, y Rafael Correa, en Ecuador, quienes fueron condenados por las cortes de sus países por casos de corrupción (la condena de Lula fue anulada luego de que el brasileño pasara un año y medio en prisión, y en 2023 volvió a la presidencia; Correa está prófugo de la justicia desde 2018).

Por qué fue condenada

La expresidenta fue condenada por la llamada “causa Vialidad”, en la que se la acusó de haber direccionado obras públicas en la provincia patagónica de Santa Cruz, el bastión de los Kirchner, donde su difunto marido, Néstor Kirchner, gobernó durante más de una década antes de llegar a la presidencia y donde ella aún mantiene su residencia.

Según la Fiscalía, días antes de que él asumiera como jefe de Estado, en 2003, los Kirchner crearon una empresa constructora llamada Austral Construcciones, a la que luego le adjudicaron la mayoría de las obras viales que se realizaron en Santa Cruz.

Durante los 12 años en los que los Kirchner gobernaron el país, Austral Construcciones recibió licitaciones para construir 51 obras, el 79% de las obras de esa provincia patagónica.

Cristina y Néstor Kirchner celebrando la victoria electoral de ella
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La Justicia argentina determinó que Cristina y Néstor Kirchner organizaron una “cartelización” de la obra pública en su bastión de Santa Cruz.

Solo dos fueron finalizadas a tiempo y la mitad nunca se terminaron. Además, los fiscales señalaron que la empresa fue favorecida con sobreprecios millonarios, estimando que la “cartelización organizada” desde el gobierno perjudicó al Estado por más de US$1.000 millones.

De acuerdo con la causa, los Kirchner pusieron al frente de la constructora a un socio comercial y amigo de la familia, quien actuó como testaferro: Lázaro Báez, un exgerente del Banco de Santa Cruz que, según el Ministerio Público, no tenía experiencia en el rubro de la construcción.

Báez también fue condenado por esta causa, junto con otros siete exfuncionarios kirchneristas, incluyendo al exsecretario de Obras Públicas, José López, quien ya estaba detenido por otras causas de corrupción luego de que se lo descubriera arrojando bolsos llenos de dólares a un convento, en 2016.

Qué dice la expresidenta

La principal base de la defensa de la exmandataria fue que la Fiscalía no produjo evidencias -ni un solo documento o mensaje- que vincularan directa y personalmente a Cristina Kirchner con el otorgamiento de obras a Lázaro Báez.

“Entre la Presidencia de la Nación y las obras denunciadas existen doce instancias administrativas de carácter nacional y provincial”, detalló la propia expresidenta en su cuenta de X (entonces Twitter) cuando fue condenada en primera instancia, en diciembre de 2022.

Kirchner señaló que no se puede responsabilizar a un jefe de Estado por cómo se manejan las licitaciones públicas.

“El que ejecuta el presupuesto es el jefe de Gabinete, no el presidente o presidenta de la nación”, observó, agregando con ironía que en todo caso el Tribunal tendría que haber juzgado a quien fue el primer jefe de Gabinete del kirchnerismo entre 2003 y 2008: Alberto Fernández, con quien mantuvo una áspera relación cuando gobernaron juntos, antes de la llegada de Milei.

La expresidenta incluso remarcó que otro poder del Estado, el Congreso, aprobó esas inversiones en obra pública cuando sancionó la ley de presupuesto, incluso con algunos votos de la oposición.

Y su defensa también sostuvo que la Justicia no tiene potestad para juzgar cómo un gobierno, elegido democráticamente, distribuye la inversión pública.

Lázaro Báez (en primer plano) y Cristina Kirchner durante el primer día del juicio por la
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Lázaro Báez (en primer plano) y Cristina Kirchner durante el primer día del juicio por la “causa Vialidad” en mayo de 2019.

No obstante, en noviembre de 2024, la Cámara Federal de Casación Penal confirmó la condena contra Kirchner.

Sentencia que, con la ratificación de la Corte Suprema -la última instancia judicial a la que podía apelar-, ahora queda firme, por lo que la líder política será detenida y no podrá participar en elecciones u ocupar cargos públicos de aquí en adelante.

“Presa o muerta”

El pasado domingo, durante un acto electoral y en medio de fuertes versiones en la prensa de que la Corte estaba por anunciar su decisión, Kirchner reiteró su denuncia de que sufre persecución política.

“Me quieren presa o muerta, pero lo que nunca van a poder evitar es que vuelva el pueblo”, afirmó.

En sus palabras, Kirchner estaba haciendo alusión al 1 de septiembre de 2022 cuando, tres meses antes de recibir la primera condena en la “causa Vialidad”, fue víctima de un intento de magnicidio.

Aunque un hombre disparó un arma a centímetros de su rostro, la entonces vicepresidenta no resultó herida porque la pistola, que estaba cargada, “no funcionó”, según revelaron las autoridades.

El agresor, Fernando Sabag Montiel, está imputado por homicidio agravado en grado de tentativa, con una pena prevista de 8 a 17 años.

Un arma es apuntada a centímetros de la cara de Cristina Kirchner
Reuters
El momento en el que intentaron disparar contra la entonces vicepresidenta, en 2022.

Kirchner, quien la semana última anunció durante una entrevista que se presentaría como candidata a diputada para la Legislatura de la provincia de Buenos Aires -el bastión electoral del peronismo- en los próximos comicios legislativos de septiembre, también se mostró desafiante.

“Todo esto con editoriales que dicen ‘está acabada, acorralada’. Si estoy tan así, ¿por qué no me dejan competir y me derrotan políticamente?”, arengó.

“Dale, mirá cómo tiemblo”.

El lunes, en un encuentro político del peronismo, la exmandataria se refirió a sí misma como una “una fusilada que vive”.

También denunció una serie de actos de presunta corrupción durante el gobierno de Mauricio Macri, y dijo que dado que nadie había sido detenido por estos casos, ni tampoco por endeudar al país con el Fondo Monetario Internacional, para ella “estar presa es un certificado de dignidad”.

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