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Tortura y muerte en un anexo en el Edomex
Tortura y muerte en un anexo en el Edomex
Luis Ángel Manzo falleció al interior de la Clínica de Rehabilitación "Grupo Generación Nezahualcóyotl", ubicada en el Estado de México.
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Tortura y muerte en un anexo en el Edomex
Luis Ángel Manzo falleció al interior de la Clínica de Rehabilitación "Grupo Generación Nezahualcóyotl", ubicada en el Estado de México, a consecuencia de una neumonía tras ser sometido a una práctica común dentro de estos anexos: mojar con agua fría a los recién ingresados y dejarlos a la intemperie.
09 de noviembre, 2023
Por: Por Erick Baena Crespo
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La distancia entre la Ciudad de México y Nueva York es de 4 mil 321 kilómetros. A lo largo de dos décadas, José Luis Manzo, de 50 años, originario de Los Reyes, La Paz, Estado de México, recorrió esa distancia una veintena de veces, lo que equivale a dos vueltas al mundo.

José Luis, carpintero que trabaja en la industria de la construcción, emigró a Nueva York en julio de 1998, unos meses después del nacimiento de Luis Ángel Manzo Irineo, su segundo hijo. El plan, como el de millones de migrantes mexicanos, era sencillo: irse a “al otro lado”, trabajar, ahorrar, enviar dinero y volver a su país.

En el 2000 regresó a México, pero sólo para confirmar que la distancia, el tiempo y su ausencia habían erosionado la relación con Ángela, la madre de sus hijos. Se separó de ella y volvió a los Estados Unidos. Allí conoció a su actual esposa y obtuvo la nacionalidad.

Desde entonces, una vez al año, visitaba a sus hijos, “sus muchachos”, como él los llama, para pasar las vacaciones decembrinas con ellos. Llegaba con cuatro maletas a cuestas y muchos obsequios bajo el brazo.

A lo largo de dos décadas, José Luis tomó una treintena de vuelos. Ante sus ojos, en los últimos años, el espejo verde del Lago de Texcoco fue desapareciendo para mostrar la silueta en forma de “X” del fallido Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAIM).

Nunca había atravesado el cielo de su país en días nublados. Hasta aquella mañana trágica, cuando recibió una noticia devastadora.

El 30 de julio de 2018, a las 7:00 a.m., le avisaron que Luis Ángel, su hijo de apenas 20 años, “su muchacho”, había fallecido al interior del anexo “Grupo Generación Nezahualcóyotl”, ubicado en la cerrada 2 de abril, colonia los Reyes Acaquilpan, a unas cuadras del domicilio de la familia. La causa: una neumonía bilateral, según la versión oficial.

Una bolsa de aire se instaló en su estómago, acompañada de náuseas y una furia seca que le escocía los labios.

Compró el primer asiento disponible que encontró en un vuelo sin escalas y viajó apenas con 40 dólares en su cuenta bancaria.

Esta vez no había itinerario ni cuatro maletas.

Esta vez sólo había desconcierto, rabia y una profunda tristeza.

Antes de aterrizar, ante sus ojos húmedos, enrojecidos, desfiló un cielo nublado, con visos de tormenta.

Acumulaba veinte años de desplazamientos entre un país y otro, entre un idioma y otro, entre una familia y otra.

En 1998, José Luis se despidió de Luis Ángel, en su primer viaje de ida a los Estados Unidos. A ese bebé de nueve meses de edad le prometió que, a pesar de la distancia, velaría por él.

En 2018, José Luis se despidió de Luis Ángel, en su inesperado viaje de vuelta a México. A ese joven, cuyo semblante apacible lo interpelaba detrás del cristal de un ataúd, le prometió que, a pesar de la distancia, buscaría justicia. 

El dolor de una partida y una promesa inconclusa.

Cinco años después, José Luis ha cruzado la frontera, con el propósito de exigir justicia por la muerte de su hijo, en tantas ocasiones que ha completado, una vez más, otra vuelta al mundo.

***

 

José Luis llegó a Los Reyes, La Paz, en el momento en que velaban el cuerpo de su hijo en la casa de su madre, fallecida hace algunos años, ubicada en la colonia Carlos Hank González.

En el aire flotaba el olor a flores frescas y café quemado. En el centro de la sala, bajo luces mortecinas, descansaba el ataúd con el cuerpo de Luis Ángel. José Luis se acercó al féretro, como si se asomara a un abismo, y encontró detrás del cristal el rostro inmutable de su “muchacho”. En torno a él, además de sus familiares, se congregaron ancianas, mujeres y hombres; una multitud de personas desconocidas. Los niños, ajenos a la muerte, cansados y aburridos, gritaban; las madres los silenciaban con amenazas.

Ese contraste entre la vida y la muerte, esas imágenes que le parecían absurdas, hizo estallar a José Luis: “Los padres no deberían enterrar a sus hijos”, pensó.

La rabia lo invadió hasta secarle la boca.

José Luis, impulsado por una ira que se transformó en desesperación, se acercó a su hermano Alejandro.

–Préstame las llaves de tu camioneta, por favor.

Alejandro, un hombre enjuto, de voz apagada, respondió:

–¿Ahorita?

–¡Sí! No puedo quedarme así, tengo que averiguar lo que pasó, entrar al anexo.

–Te acompaño, mano, cómo crees que vas a ir solo.

  A la camioneta subieron José Luis, Alejandro, Alicia, su hermana mayor, y Concepción, su cuñada. José Luis ocupó el asiento del copiloto y observó cómo el cerro que se dibujaba en el horizonte había sido devorado por la mancha urbana. En su infancia ese lugar fue un lote baldío hostil, lleno de jaurías de perros, además de basurero clandestino.

Llegaron al anexo, ubicado en una cerrada, tras conducir sobre una ruta laberíntica que parecía conducirlos al final de un túnel. Era una vivienda de dos plantas, habilitada como centro de rehabilitación.

  José Luis tocó la puerta y, ante él, apareció un joven malencarado:

  –Hola. Soy el papá del joven que falleció aquí. ¿Puedo pasar? –se presentó José Luis.

  –Déjame hablarle al encargado –le respondió y entrecerró la puerta.

  José Luis, de todas formas, se abrió paso. Un grupo de personas, trabajadores del anexo, se acercó a él y trató de intimidarlo, diciéndole que estaban amparados, que las autoridades no podían hacerles nada. 

 Entonces apareció Daniel Sánchez Martínez, quien se presentó como el encargado del anexo. José Luis le solicitó que le mostrara el lugar exacto en el que había muerto su “muchacho”. Daniel le respondió que Luis Ángel había fallecido en uno de los cuartos de arriba. José Luis subió, custodiado por Daniel y dos hombres más. Alejandro, Concepción y Alicia lo esperaron en la planta baja.

Mientras subían las escaleras, otro hombre, que en ese momento descendía, lo empujó con el hombro.

 –Oye, ¿qué te pasa? Me vuelves a aventar y yo sí te voy a reventar, compa –le advirtió José Luis.

Sánchez Martínez calmó a sus hombres y, nervioso, le explicó a José Luis que ayudaron a Luis Ángel a bañarse. Y agregó que, incluso, horas antes de morir les pidió un vaso de refresco y se lo tomó.

  En la segunda planta, los ambientes estaban en penumbras. José Luis le cuestionó:

  –¿Muéstrame en dónde lo bañaste?

  Sánchez Martínez señaló un cuarto pequeño, sucio y mohoso, en el que había una regadera y una taza de baño. José Luis abrió una llave de la regadera, luego otra, y le dijo:

  –¡Está fría! 

  –Es que apagamos el boiler –se excusó Daniel.

  Una voz, que subió por las escaleras y llegó a oídos de José Luis, repetía: “¡Se la van a pelar, jefe! Estamos amparados”.

 La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. José Luis bajó las escaleras y le dijo a sus familiares: “Vámonos”.

 Una vez afuera se percató que, en la fachada, debajo del nombre y el logo amarillo de Alcohólicos Anónimos se leía: “Servicios gratuitos. Estancia voluntaria. Respeto a la integridad humana”.

  El colmo de la ironía, pensó.

 Y se fue como llegó: en medio de un silencio tan estruendoso que inundó la cabina de la camioneta, pero con la certeza de que su hijo no había fallecido de causas naturales.

 

***

 

En ese momento empezó la travesía de José Luis, quien retrasó dos semanas su regreso a los Estados Unidos. El 31 de julio enterró a su hijo y, al día siguiente, a las 8:00 a.m. se presentó en las instalaciones del Centro de Justicia La Paz, perteneciente a la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM).

Ahí exigió una copia de la carpeta de investigación (NEZ/NEZ/REY/053/156662/1807) –signada por Arturo Benavides Mejía, agente del Ministerio Público de Los Reyes, La Paz–, que se abrió por el probable delito de homicidio. Al principio, los funcionarios se negaron a entregársela y lo responsabilizaron de la muerte de su hijo, “por abandonarlo para cumplir el sueño americano”. Lo refirieron con el comandante Alarcón, policía ministerial, quien le preguntó si tenía copias de los envíos de dinero que realizó a su familia durante los últimos años, para comprobar que, en efecto, se hacía cargo de la manutención de sus hijos.

José Luis les respondió que sí, que eso lo podía comprobar sin problemas. Al final, tras una férrea insistencia, le facilitaron una copia de la averiguación.

 Alarcón le dijo: “Vi cosas extrañas en el anexo, así que vamos a ir mañana, para continuar con las diligencias, si quieres ahí te veo”. Citó a José Luis a las 2:00 p.m. y le pasó su número de celular. José Luis supuso que Alarcón quería extorsionarlo para “acelerar” la investigación, así que alcanzó a decirle: “No tengo dinero”. Alarcón no respondió nada y sólo agregó: “¡Allá te veo!”.

Al otro día, José Luis acudió a las instalaciones del anexo, esperó afuera y Alarcón nunca llegó. Entonces aprovechó para tocar la puerta y exigirles, a los encargados, las cosas de Luis Ángel.

Un joven le entregó una bolsa abultada con una camiseta, pantalones, ropa interior, calcetines y un par de tenis. José Luis, que no quería permanecer más tiempo ahí, arrojó la bolsa en el asiento del copiloto de la camioneta y se fue a la casa de su mamá. 

Al llegar, le pidió a Javier, otro de sus hermanos, quien trabajó en la policía municipal de Ciudad Nezahualcóyotl, que revisara las cosas.

–Ahorita no tengo cabeza para nada –se justificó José Luis.

Javier se colocó unos guantes y abrió la bolsa. Alarmado, le dijo:

–¡No manches! La ropa está mojada.

Daniel Manzo, hijo mayor de José Luis, y Alejandro se acercaron a examinar las prendas y le confirmaron a José Luis que ésa era la ropa que Luis Ángel traía el día de su ingreso.

Daniel recordó que, el día que falleció su hermano, una persona se acercó a la familia Manzo [misma que les pidió resguardar su nombre, por temor a represalias] y les informó que Luis Ángel, al ser internado, fue sometido a una práctica generalizada en este tipo de centros, que consiste en bañar a las personas con agua fría y luego dejarlos a la intemperie. 

José Luis supo, entonces, que su hijo fue sometido a tortura y maltrato por parte de los “padrinos” del anexo: Daniel Sánchez Martínez y Bulmaro Meza Girón. 

  José Luis se preguntó por qué los peritos no habían resguardado la ropa como elemento de prueba. El hecho de que las prendas mojadas de Luis Ángel estuviesen en el anexo confirmaba un error en la cadena de custodia.

  De acuerdo con el numeral 227 del Código Nacional de Procedimientos Penales y el artículo 25, fracción XX, de la Ley General del Sistema de Seguridad Pública, todo servidor público (fiscal, policía y peritos) deben de tener el cuidado necesario en todo momento, en cuanto al resguardo de la cadena de custodia, debido a que cualquier “contaminación” de los indicios de la escena del crimen altera de forma significativa el resultado de un proceso penal y, de ese modo, condenar o absolver al presunto responsable.

  José Luis se presentó en el Centro de Justicia y les explicó que el personal del anexo le acababa de entregar la ropa húmeda de su hijo. Con cinismo, un funcionario le indicó que la entregara al comandante Alarcón, para que la pusiera en custodia.

  Alarcón lo recibió. José Luis le reclamó por dejarlo plantado afuera del anexo, Alarcón se excusó, alegando que tuvo que ir a comer. José Luis cambió de tema y le mostró la ropa de Luis Ángel.

  –Mira lo que me entregaron… Y está toda mojada, ¿no se te hace raro?

  Alarcón, impaciente, sin responder a su pregunta, le dijo:

  –¡Dámela, pues! O dime… ¿Qué quieres dejar?

  José Luis, sorprendido, le espetó:

  –¡Todo! Es evidencia. ¡Tú te tienes que encargar de esto, es tu trabajo!

  Alarcón le pidió a otro funcionario que recibiera la ropa, hiciera una relación y la resguardara. Y luego, molesto, le soltó a José Luis:

  –¿Ya viste los resultados de la autopsia? A tu hijo no lo mataron ni lo asfixiaron con una almohada…

–Sí, ya sé, le dio una neumonía, pero ahí está la ropa mojada, ahí tienes otra línea de investigación, ¿no?

Alarcón no supo qué responder. Y así concluyó el trámite, entre incomodidad y silencio.

Antes de salir del Centro de Justicia, José Luis se acercó al agente del ministerio público, Benavides Mejía, a quien le dijo: “No te preocupes, tú no te mandas sólo. Hay uno arriba de ti, luego otro, después el gobernador y, más allá, el presidente. Y si aún así nadie me atiende, están las instancias internacionales”.

Con ello dio inició su periplo burocrático transfronterizo: en ambos países, desde entonces, ha buscado la justicia a través de oficios, cartas y peticiones oficiales a diversas instancias.

Ha solicitado el apoyo de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado de México (CEAVEM), la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México (CODHEM), el Consulado General de México en Nueva York, el Gobierno federal y hasta la Casa Blanca.

Entre 2018 y 2022, la CEAVEM le asignó tres asesores jurídicos que, a juicio de José Luis, no han hecho nada por su caso.

En respuesta ha obtenido acuses de recibo e intercambios de oficios entre las dependencias que suman una decena de archivos PDF.

José Luis tiene la certeza de que, los propietarios del anexo, no han sido investigados porque gozan de protección desde el poder.

Y las pruebas de sus dichos las encontró en el “lugar” menos esperado: Facebook.

 

***

 

El 2 de agosto de 2018 la carpeta de investigación (NEZ/NEZ/REY/053/156662/1807) fue remitida al agente del ministerio público adscrito a la Mesa Dos, Germán Luna Barrón. El 7 de septiembre, a través del oficio 308618, Luna Barrón le solicitó a la Coordinación General de la Policía de Investigación de Los Reyes, La Paz, que designara personal para continuar con las indagatorias.

  El 20 de agosto de 2018, el policía de investigación, José Salomón García Estrada, en un reporte policial, en respuesta a la petición de Luna Barrón, señaló que el responsable del anexo era Bulmaro Meza Girón. García Estrada, como parte de las indagatorias, realizó una “inspección” en el anexo y se entrevistó con Meza Girón, quien le dijo que, al momento del ingreso de Luis Ángel, él le recomendó a la familia Manzo llevarlo mejor a un hospital, debido a su grado de desnutrición. Esa afirmación se contradice con los testimonios de la madre y el hermano de Luis Ángel, contenidos en la carpeta de investigación. De acuerdo con ellos, el sábado 28 de julio, un día después de su ingreso, Ángela y Daniel Manzo se presentaron en el anexo, para llevarle artículos de higiene personal a Luis Ángel. 

Daniel Sánchez Martínez los recibió en la puerta.

–¿Cómo está mi hijo? –preguntó Ángela.

–Anda medio inquieto. Se quiere ir –respondió Sánchez Martínez.

Ángela y Daniel Manzo se miraron extrañados. Ángela le dijo: 

–Mejor me lo llevo. 

En ese momento, Meza Girón, al escucharlos, se asomó y les dijo, tajante: 

–No, señora, su hijo tiene que estar aquí mínimo un mes y medio. Regresen en 15 días.

  Esa y otras inconsistencias son patentes a lo largo de las más de 500 fojas que componen el expediente, a cuya copia tuve acceso como reportero.

  Por ejemplo:

  El 1 de octubre de 2018, Meza Girón recibió un oficio, firmado por Luna Barrón, para que “proporcione la documentación actual que acredite su legal funcionamiento”, así como una hoja de registro de las personas que se encontraban en el anexo entre el 29 y el 30 de julio de 2018. 

Meza Girón no atendió la petición del ministerio público, por lo que el 3 de enero de 2019, Luna Barrón emitió un recordatorio solicitando la misma información. En esta ocasión, el mismo Meza Girón acusó de recibido el 5 de enero, como lo constata su firma al calce. 

Daniel y Alejandro Manzo, en el proceso de la investigación, se encontraron con Meza Girón más de una vez a las afueras del Centro de Justicia. Daniel, incluso, cuenta que un día Meza Girón se acercó a él para intimidarlo. Le dijo, con cinismo: “Ya no hagan nada. De todas formas, tarde o temprano, tu hermano se iba a morir”.

  La familia Manzo Irineo desconocía, al momento de la muerte de Luis Ángel, la faceta política de Meza Girón, que lo liga a un grupo de poder. 

  De acuerdo con las planillas de candidatos a integrantes de Ayuntamientos del Estado de México, para el Periodo Constitucional 2019–2021, en las elecciones de 2018 Meza Girón fue candidato a la regiduría 7, del ayuntamiento de Los Reyes, La Paz, por el partido Nueva Alianza (NA).

  Meza Girón perdió frente a los candidatos de la coalición formada por Morena, Partido del Trabajo (PT) y Partido Encuentro Social (PES). No obstante, a pesar de la derrota –que José Luis interpreta como un inobjetable cálculo político–, obtuvo un puesto en la Comisión de Salud de la tercera regiduría.

  Un conflicto político desnudó los supuestos nexos entre Meza Girón y la senadora con licencia, Martha Guerrero Sánchez, actual presidenta del Comité Ejecutivo Estatal de Morena en el Estado de México.

  El 15 de agosto de 2019, la entonces alcaldesa morenista de Los Reyes, La Paz, Olga Medina Serrano, suspendió el pago de salarios a 18 empleados municipales de la primera y tercera regiduría, entre ellos Meza Girón.

Después de que el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) se negara a resolver el conflicto, Juana Oropeza García, primera regidora, y Alma Janeth Ramírez Hernández, recurrieron al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), en demanda de la protección de sus derechos político–electorales.

El TEPJF, a través del juicio ST/JDC/170/2019, ordenó a la alcaldesa resolver la situación jurídica de los empleados con pagos suspendidos. En dicha sentencia se lee el nombre de Meza Girón, al que se enlista entre los funcionarios adscritos a la tercera regiduría.

  El reportero Juan Lazaro, en una nota publicada al respecto en el portal La Silla Rota, refiere que la raíz del conflicto se debe a que los 18 empleados municipales, entre ellos Meza Girón, son “simpatizantes de la senadora Martha Guerrero Sánchez, del grupo de Acción Política (GAP), mientras que la alcaldesa [Medina Serrano] es parte del grupo político interno de Morena, conocidas como ‘Los Puros’”. 

  Meza Girón, no obstante esas pruebas, falseó datos en su declaración, como consta en la carpeta. El 11 de julio de 2019 se presentó a testificar por el caso de Luis Ángel. Le tomaron su declaración en calidad de “testigo de los hechos”, a pesar de que en su declaración sostuvo que fungía como “Coordinador” del Grupo Generación Nezahualcóyotl. En el apartado de ocupación se nombró como “gestor” y no proporcionó lugar de trabajo, a pesar de que, para esas fechas, trabajaba en el ayuntamiento.

  José Luis encontró en Facebook un video en el que Guerrero Sánchez, en su calidad de senadora, acompañada de Meza Girón, inaugura unas oficinas de Morena en Los Reyes, La Paz. En la grabación se aprecia a ambos cortando un listón rojo. También encontró una fotografía, de ese mismo día [se infiere por la vestimenta], en la que Guerrero Sánchez se retrató con un grupo de personas, entre ellas Meza Girón, quien aparece a espaldas de la legisladora.

  La familia Manzo Irineo sostiene que Meza Girón y los empleados del anexo gozan de impunidad porque son operadores políticos de Morena en la zona.

 

***

 

En un giro extraño de las indagatorias, el agente del ministerio público integró a la carpeta de investigación notas de evolución médica sobre Luis Ángel, elaboradas por el personal sanitario del Hospital General Regional La Perla, que datan de agosto de 2012, cuando él tenía 14 años de edad. En esa ocasión, Luis Ángel fue internado por desnutrición crónica y consumo de solventes.

  Integrar ese documento a la indagatoria fue una forma de instaurar una narrativa que estigmatiza a Luis Ángel como usuario de drogas y culpa a la familia de su muerte. Los documentos –confiesa José Luis– los filtró una de sus hermanas, con quien la familia está enemistada.

  Luis Ángel vivió con ella unos meses, así que esa información estaba en su poder y ella la proporcionó a los encargados del anexo –acusa José Luis–, para tratar de eximirlos de responsabilidad. 

En el documento “Recomendaciones para entrevistar a personas usuarias de drogas privadas de la libertad”, elaborado y difundido por Documenta, organización civil que trabaja en la consolidación de un sistema de prevención de la tortura en México, explican que existe un fuerte estigma asociado al consumo de drogas, que provoca que las personas usuarias sean rechazadas por la sociedad, al percibirlos como criminales, asociales o moralmente débiles, lo que justifica el castigo o sometimiento. De estos estigmas se alimenta el proceder y narrativa de los anexos. “Esta concepción suele estar tan arraigada en el imaginario social que las y los propios usuarios normalizan los actos de violencia que les son infligidos, al asumir que los merecen como consecuencia de su conducta”, se lee en la referida publicación.

El caso de Luis Ángel ilustra el fracaso de la política de prevención y tratamiento del abuso de sustancias. La prohibición, señalan diversos especialistas, ha fracasado, lo que derivó en el fortalecimiento del crimen organizado y en la proliferación de cientos de miles de centros de rehabilitación, o anexos, que operan al margen, o en el limbo, de la ley.

Los datos sustentan dichas afirmaciones:

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Adicciones (ENA, 2011) y la Encuesta Nacional del Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT, 2016), el porcentaje del consumo “alguna vez en la vida” se incrementó 3% en la población general a nivel nacional (48% y 51% respectivamente). 

En ocasiones, el usuario de drogas es el eslabón más débil de la cadena de producción, distribución y consumo de drogas. La industria alrededor del consumidor, incluido los centros de rehabilitación, lucran con un problema que tratan de abordar a nivel individual, cuando en realidad se trata de un problema de salud pública.

Sus derechos son vulnerados a partir de los estigmas que se construyen alrededor de ellos. Los familiares –como José Luis– se encuentran en una posición vulnerable, debido a la falta de información sobre tratamientos eficaces.

Esa narrativa es fruto de una política punitivista contra las drogas que data de los años sesenta, señala Ángel Salvador Ferrer, coordinador del Programa de Prevención de la Tortura de Documenta.

“Eso alimentó la idea de que el usuario de drogas es una persona sin control de sus impulsos, por lo que el Estado y la sociedad, acompañaron la demanda de que al adicto se le rehabilitara de cualquier forma o se le apartara socialmente”, sostiene.

A eso hay que agregar que el tema de las adicciones en México se ha abordado desde dos ópticas predominantes: la sanitaria y la jurídica.

“A partir de la primera y lejos de considerarlas como un problema de salud pública, se les aborda como una enfermedad y se ejecutan para su resolución estrategias asistenciales basadas en dos intervenciones fundamentales: tratamiento y rehabilitación”, escribieron Félix Aranday Cortés y Enrique Mendoza Cabrera, en su artículo “Adicciones: fenómeno paradigmático en salud y transgresión a los derechos humanos”, publicado en la revista Dfensor, en diciembre de 2012, de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

Esa visión sanitaria de las adicciones alimentó la cultura de los anexos; es decir, la concepción de la persona con consumo problemático como un “enfermo” al que hay que “curar”.

En dicho artículo, Aranday Cortés y Mendoza Cabrera refieren que antes de la era de la microbiología a los enfermos se les clasificaba con base en la “corporalidad del mal”, lo que originó tratamientos crueles e inhumanos, como los baños con orina de burro.

“El fracaso de estas intervenciones favoreció el desarrollo de leyes severísimas, con alto contenido moral, que propiciaron el aislamiento, posteriormente la segregación de los leprosos de la vida social y, finalmente, la conversión en sujetos de repudio y discriminación”, detallan.

Los leprosarios, antecedentes directos de los “anexos”, se convirtieron en métodos de control sanitario y social.

El canal de Youtube, “Cayaco Anexo al Extremo AA”, que cuenta con más 29 mil 300 seguidores y 203 videos publicados, es un ejemplo de la naturalización de prácticas violentas y vejatorias, incluida la privación de la libertad, a personas con problemas de consumo de sustancias, quienes –además– son vulnerados en su derecho a la imagen.

Los anexos segregan y apartan a las personas de su núcleo familiar. Ese es su modus operandi. De ahí que los centros de rehabilitación deshumanicen al sujeto y lo ilegal se torna legal: privación de la libertad, sometimiento, tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes.

Salvador Ferrer agrega que la privación de la libertad que practican en estos centros, a través de la figura de tratamientos residenciales obligatorios, se sustenta en un vacío legal que retrata la negligencia de las autoridades. Sin mandato legal, argumenta, ningún ciudadano puede ser privado de su libertad.

En ese sentido, la Norma Oficial Mexicana NOM–028–SSA2–2009, para la prevención, tratamiento y control de las adicciones, de observancia obligatoria, contiene los lineamientos bajo los que –en teoría– debe de operar una clínica de tratamiento de adicciones, sea ambulatoria o residencial. La NOM028 denomina a los anexos como grupos de ayuda mutua. El numeral 5.2, del apartado de “Generalidades”, estipula que los establecimientos especializados en adicciones que cuenten con atención residencial deben de establecer una relación con el usuario basada en el respeto a sus derechos civiles y humanos.

En el caso de Luis Ángel, el anexo “Grupo Generación Nezahualcóyotl” incumplió con el numeral 5.2.4.12, que señala que toda la información proporcionada por el usuario o sus familiares debe de manejarse con normas de confidencialidad y secreto profesional. Eso no ocurrió en el caso del video que difundieron en Facebook, para deslindarse de la muerte de Luis Ángel, a quien revictimizan, criminalizan y responsabilizan por su propia muerte.

El anexo también incumplió otras disposiciones, como el numeral 9.2.2.3.3 que señala que, en caso de una severa intoxicación, se debe de referir al usuario a los servicios de atención profesional, y el 9.2.2.3.5 que, a la letra, estipula: “Todo usuario que ingrese al establecimiento debe de ser valorado por un médico en un periodo no mayor a 24 horas”. 

No obstante, existen contradicciones patentes –señala Salvador Ferrer– entre la NOM028 y las recientes reformas a la Ley General de Salud aprobadas el 5 de abril de 2022.

Dicha reforma, que Documenta califica de vanguardista y transformadora, establece la salud mental y la prevención de adicciones como ejes de carácter prioritario dentro de las políticas públicas de nuestro país. Garantiza, por ley, que el internamiento para la atención de las adicciones y la salud mental debe de ser voluntario, previo consentimiento informado y con la participación de la persona en la toma de cualquier decisión médica. Por el contrario, la NOM028 señala –en el numeral 5.3.2– que el ingreso de forma involuntaria se presenta en el caso de los usuarios que “requieren atención urgente o representan un peligro grave e inmediato para sí mismos o para los demás. Requiere la indicación de un médico y la solicitud de un familiar responsable, tutor o representante legal, ambas por escrito. En caso de extrema urgencia, el usuario puede ingresar por indicación escrita del médico a cargo del establecimiento. Todo internamiento involuntario deberá ser notificado por el responsable del establecimiento al Ministerio Público de la adscripción, en un plazo no mayor de 24 horas posteriores a la admisión”.

Las graves discrepancias entre ambas disposiciones plantean dudas urgentes de atender.

“En el plazo que establecen los artículos transitorios de la Ley General de Salud se tienen que hacer los ajustes y modificaciones, por lo que supongo que la NOM028 se va a suprimir, pero no hay certeza de ello. Estamos en un escenario de incertidumbre legal y política y, en ese escenario, los anexos seguirán operando como si nada”, señala Salvador Ferrer.

En la última década, en los medios de comunicación, han sido frecuentes las historias que denuncian maltratos, abusos, golpes, castigos crueles, humillaciones e, incluso, abuso sexual al interior de los anexos.

  El Estado y sus instituciones de salud pública no abordan el tema de las adicciones desde una perspectiva humanista ni integral. Basta escuchar los anuncios de la campaña de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic), órgano de la Secretaría de Salud (SSA), que parecen reciclar la añeja y estéril campaña “Vive sin drogas”, lanzada por TV Azteca en los años noventa, en los que impera una narrativa punitivista que pretende disuadir el consumo de drogas, en vez de avanzar hacia una discusión sobre el consumo responsable y la despenalización. Ejemplo de ello son algunos spots de la campaña “Línea de la Vida”, como aquel en el que un joven, a ritmo de música hip hop, canta: “Eso siempre acaba mal, carnal”.

Los especialistas coinciden en que los anexos son un obstáculo –debido a su naturaleza coercitiva– para aplicar una perspectiva de Derechos Humanos al tratamiento de las adicciones.

***

 

La tortura física es todo aquel método, técnica y entorno creado para causar, de forma intencionada, dolores o sufrimientos sobre el físico de una persona. Golpear fuerte, no dar agua por largo tiempo, dar toques eléctricos, inmovilizar por largos periodos en posiciones formzadas, quemar o ahogar son algunos de los ejemplos de tortura física.

El delito de tortura tiene una pena mínima de cuatro años y puede llegar hasta treinta años. Los años que determine el juez dependerá de 1) si la persona que la comete colabora y aporta información puede reducirse la pena; 2) si la tortura es cometida contra grupos vulnerables, la pena se incrementa.

En el caso de Luis Ángel, esta última era su condición: un joven usuario de drogas –solventes–, con un consumo problemático, desnutrición y debilidad generalizada. 

La Ley General para Prevenir, Investigar y Sancionar la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes estipula que la tortura puede producirse en cualquier lugar del que la víctima no pueda irse libremente. “Puede producirse en una residencia para personas adultas mayores, en un hospital psiquiátrico, en una clínica contra las adicciones, etc”, señala el documento “Preguntas y respuestas para victimas de tortura”, elaborado por Documenta.

  Como aclara la organización, cualquier persona particular puede estar involucrada en la comisión de los delitos de tortura y malos tratos, cuando hay un servidor público que lo permite, lo tolera u obliga a alguien.

En este caso, Alejandro recuerda que, al momento de presentar la denuncia ante el ministerio público, las autoridades se mostraron condescendientes, con los propietarios del anexo. La familia Manzo declara que, al interior del Centro de Justicia, hubo presiones, por parte de Sánchez Martínez y Meza Girón, para que la autopsia no se realizara. 

Cuando alguien sufre tortura –según el referido informe de Documenta–, se le coloca en una situación de indefensión y vulnerabilidad total: esto hace que sea sencillo manipular sus acciones.

Cuando Luis Ángel recayó en el consumo de solventes, que derivó en un cuadro de anemia, Ángela y Daniel, su hermano mayor, hicieron lo que muchas familias hacen en su lugar: internarlo en un anexo.

Luis Ángel empezó a consumir drogas, inhalar solventes, fumar mariguana y bebidas alcohólicas a los 13 años. Ángela le avisó a José Luis que su hijo estaba consumiendo sustancias y que había abandonado la secundaria. 

José Luis atribuyó el problema a la “edad”, convencido de que la personalidad y el carácter de su hijo se estaba forjando, con la esperanza de que esos problemas los superara con el tiempo.

“A mí parecer no era necesario que se le anexara. ¿Por qué? Cuando uno va dejando la niñez y se convierte en adulto hay muchos cambios hormonales y desestabilidad emocional. Y más si uno no está mentalmente apto. Su consumo era intermitente”, me explica José Luis en una videollamada de Zoom.

Con todos los indicios en la mano, José Luis está convencido de que Luis Ángel, “su muchacho”, fue torturado al interior del anexo. Daniel Sánchez Martínez, junto a otra persona, confesó que lo metió a bañar. Ante la ausencia de una bitácora de entradas y salidas, no hay certeza de quiénes estaban al interior del anexo en el momento de la muerte de Luis Ángel, lo que ha impedido que la autoridad cite a declarar a más testigos. 

José Luis especula sobre lo que le ocurrió a su hijo: “¿bañaron a mi hijo con todo y ropa?, ¿con agua fría?, ¿cuántas veces?, ¿cuántos días?”.

  Hay dos indicios que, para él, son la confirmación de sus sospechas: la ropa húmeda de Luis Ángel que le entregaron a las puertas del anexo y que Daniel Sánchez Martínez se encuentre prófugo.

El 30 de julio de 2018, Sánchez Martínez acudió al Centro de Justicia sin identificación oficial, por lo que el domicilio que proporcionó no contaba con un aval probatorio. Entre 2018 y 2019 fue citado en tres distintas ocasiones y las autoridades no lo han localizado en la dirección que les proporcionó. 

De acuerdo con la información, consignada en la averiguación previa, Luis Ángel falleció a las 4:00 de la madrugada; no obstante, los elementos de la policía municipal de La Paz arribaron al lugar a las 7:00 de la mañana. Durante tres horas, Luis Ángel no recibió, siquiera, primeros auxilios. Nunca llegó una ambulancia al lugar. 

José Luis lanza otra batería de cuestionamientos: “¿Por qué someter a ese castigo a un joven que llegó en un estado tan frágil? ¿Por qué nadie intentó reanimarlo? ¿Quién más protege a los culpables?”.

Las preguntas, cinco años después, siguen sin respuesta.

 

***

 

Una escena simbólica, que me narró José Luis, resume la doble tragedia de las víctimas de homicidio y de sus familiares en este país. Un día, a las afueras del Centro de Justicia de Los Reyes, José Luis vio que la bandera de México, que ondeaba en el aire, estaba desgarrada, sucia, hecha jirones.

  Sin afán patriótico, pero ofendido por lo que la imagen significaba (indiferencia y desinterés), se acercó a un funcionario del ministerio público:

–¿Sabes lo que significa la bandera mexicana?

El funcionario, hundido en una silla maltrecha, con el haz de luz de la computadora iluminando su rostro, lo volteó a ver:

–No… ¿Por qué?

–¿Ya viste cómo está la bandera allá afuera? –señaló a través del vidrio opaco de una ventana–: Ni siquiera eres capaz de bajarla y pedir otra.

–¡Achis! Como si fuera mi culpa… –respondió el empleado del ayuntamiento.

–No se trata de eso –refutó José Luis–. Es algo más simple: si no respetas un símbolo patrio, lleno de significados, cómo quieres que confiemos en ti, en tu justicia.

–¿Confías en que habrá justicia por la muerte de tu hijo? –le pregunto a José Luis en una videollamada de Zoom. Su rostro, al otro lado de la pantalla, refleja un profundo cansancio.

–Puede tardar toda una vida, pero confío en que habrá justicia.

Una vida, miles de kilómetros recorridos entre Nueva York y la Ciudad de México, vuelos entre un país y otro, con el único fin de exigir verdad, justicia y reparación por la muerte de “su muchacho”.

Otra vuelta al mundo. 

“Esta investigación fue realizada en el marco del proyecto ‘Periodistas contra la Tortura’ con el acompañamiento de Documenta. Para más información contactar a: comunica[email protected]”. Puedes consultar la nota original aquí: Muerte en el anexo

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“Se volvieron momias por el calor”: testimonios de voluntarios que recogen cuerpos de los migrantes en el desierto de Sonora
19 minutos de lectura
“Se volvieron momias por el calor”: testimonios de voluntarios que recogen cuerpos de los migrantes en el desierto de Sonora
Luis Ángel Manzo falleció al interior de la Clínica de Rehabilitación "Grupo Generación Nezahualcóyotl", ubicada en el Estado de México, a consecuencia de una neumonía tras ser sometido a una práctica común dentro de estos anexos: mojar con agua fría a los recién ingresados y dejarlos a la intemperie.
28 de noviembre, 2023
Por: BBC News Mundo
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Raúl no podía dar un paso más. Las ampollas le quemaban los pies y las piernas no le respondían.

Sus compañeros de viaje decidieron dejarlo atrás después de esperarlo durante tres horas en un peñasco del Cerro Picudo, en el desierto de Sonora en Arizona.

El grupo de cinco migrantes y un coyote llevaba cinco días caminando por el desierto, tras cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.

Raúl Sánchez Sánchez tenía dos celulares: uno de línea mexicana y otro de línea estadounidense. El coyote le sugirió que usara el número de Estados Unidos para llamar al 911 y pedir que lo rescataran, aunque la patrulla fronteriza finalmente lo deportara a México.

Le dijo que si caminaba un poco más, captaría señal en alguna loma del Cerro Picudo, una montaña inhóspita que sobresale como una cabeza en las explanadas del desierto, en la ruta de 190 kilómetros desde Altar Sonora, en México, hasta el pueblo de Tres Puntos, en Arizona.

Vestido con una camiseta roja y unos tenis negros, el mexicano de 36 años se recostó en la roca que marcaba la intersección entre dos caminos, como una Y, en una colina del Cerro Picudo. Llevaba sus pertenencias en una mochila.

El desierto de Sonora ocupa 86.100 kilómetros cuadrados, un territorio tres veces más grande que el de Haití. Del lado mexicano se extiende por las provincias de Baja California y Sonora. Del lado estadounidense, por los estados de Arizona y California.

Desierto de Sonora
BBC

Raúl le dijo al coyote que respiraba con dificultad y no podía moverse. Prefería retomar el camino cuando se sintiera mejor. Aún le quedaba agua y comida. Si se topaba con otros migrantes, se uniría a ellos para salir del desierto.

El coyote y los migrantes vieron a Raúl por última vez entre las 4:00 y 4:30 de la tarde del martes 22 de agosto de 2023.

Durante una semana su hermana Inmaculada lo llamó a la línea mexicana y a la de Estados Unidos, pero nadie respondió. Agobiada por el silencio, reportó la desaparición de Raúl a las Águilas del Desierto, un grupo de voluntarios que busca migrantes en el desierto de Sonora, entre Arizona y California.

Tras evaluar el caso, los voluntarios decidieron hacer un operativo para buscarlo el sábado 7 de octubre, casi siete semanas después de su desaparición.

Cerro Picudo
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
El Cerro Picudo se encuentra en la ruta entre Altar Sonora, en México, y Tres Puntos, en Arizona.

Una cruz para la sepultura

Octavio Soria, conocido entre los voluntarios como Chaparrito, carga en su mochila una cruz que sembrará en la tierra si encuentra los restos de Raúl en el desierto.

La cruz de madera pintada de blanco fue donada por la congregación de las hermanas felicianas de América del Norte, para honrar la memoria de los migrantes que fallecen en el intento por llegar a Estados Unidos.

La frontera entre México y Estados Unidos es el paso migratorio terrestre más peligroso del mundo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

En esta frontera ocurrieron casi la mitad de las 1.457 muertes y desapariciones de migrantes documentadas en el continente americano en 2022, aunque la OIM advierte que la cifra está subestimada por falta de datos oficiales de los gobiernos de México y Estados Unidos.

La noche anterior a la búsqueda, Chaparrito condujo siete horas hasta el campamento de las Águilas del Desierto en Ajo, un pueblo en el sur de Arizona ubicado a menos de 90 kilómetros de la frontera con México.

Dado que el campamento todavía no dispone de instalaciones formales, Chaparrito durmió aquella noche dentro de una carpa después de rociar repelente para ahuyentar a las serpientes, ratones, alacranes y hormigas.

A las 4:00 de la mañana, los 15 voluntarios que participan en la búsqueda se alumbran con linternas mientras cargan las camionetas con radiotransmisores, frutas, botellas de agua y suplementos de electrolitos, para reponer los minerales que perderán a través del sudor.

La deshidratación es la principal causa de muerte entre los migrantes que atraviesan el desierto de Sonora, el más cálido de América del Norte, con temperaturas que se aproximan a los 50ºC.

Aunque el calor y la falta de acceso a ríos y arroyos amenazan la vida de los migrantes, muchos escogen atravesar el desierto de Sonora porque hay menos vigilancia que en otros puntos fronterizos como California, Nuevo México o Texas, donde el paso está bloqueado por muros, boyas y alambres de púas.

Después de decenas de búsquedas, los voluntarios han comprobado que deben llevar al menos 13 botellas de agua cada uno: diez para consumo propio y otras tres para entregarlas a algún migrante vivo que encuentren en plena travesía.

La clave es beber el agua a sorbos durante la caminata, para evitar síntomas como fatiga, dolores de cabeza o mareos.

Octavio Soria
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
Octavio Soria, conocido como Chaparrito, lleva una cruz en la mochila en caso de que encuentren un cuerpo.

Al igual que otros voluntarios, Chaparrito viste una camiseta amarilla fosforescente para distinguirse del marrón y verde que dominan el paisaje, botas para pisar las vigorosas espinas de los arbustos y coberturas hasta las rodillas para evitar las mordeduras de serpientes.

También lleva lentes y sombrero para protegerse del sol que a esa hora aún no despunta.

Un amuleto cuelga de su mochila: el zapato de un niño que recogió en un operativo por el desierto de California, entre San Diego y Tijuana. Le gusta pensar que aquel “zapatito” quedó atrás cuando los padres del niño partieron de madrugada, después de haber descansado bajo el árbol donde lo encontró.

“Este zapatito me ha acompañado durante los tres años que he sido voluntario con las Águilas del Desierto”, cuenta mientras verifica que lleva agua suficiente para la jornada.

Hace 34 años, cuando Chaparrito tenía 14, su madre lo envió a Estados Unidos con un tío desde Querétaro a través del desierto de California. Cada vez que participa en una búsqueda, piensa en el sacrificio que significó para ella separarse de él.

Octavio Soria
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
A modo de amuleto, Chaparrito lleva colgado en su mochila el zapato de un niño que encontró en el desierto de California.

¿Quién es Raúl?

Cuando Inmaculada reportó la desaparición de su hermano a las Águilas del Desierto, dijo que tenía un tatuaje de la Virgen de Guadalupe en el brazo derecho y usaba un implante para reemplazar dos dientes superiores.

Raúl es el menor de seis hermanos. La familia Sánchez es oriunda de San Antonio Acatepec, un pequeño pueblo de la sierra en el municipio Zoquitlán, en el estado de Puebla, en el centro de México.

Los Sánchez pertenecen al pueblo nativo de los nahuas y su lengua es el anáhuac.

Inmaculada no sabe leer ni escribir en español. Cuando los voluntarios de las Águilas del Desierto le dijeron que llamara al consulado mexicano en Arizona para denunciar la desaparición de Raúl, sintió que sería incapaz de encarar las gestiones para su búsqueda.

“Eso era lo peor que me podía pasar, verme obligada a pedir ayuda en un idioma que no hablo bien”, cuenta en entrevista telefónica desde San Antonio Acatepec.

Asegura que en el consulado le dijeron que debía recabar pruebas de dónde había desaparecido Raúl y cómo iba vestido.

“¿Cómo lo van a encontrar si ya tiene mes y medio perdido?”, se preguntaba Inmaculada. “¿Quién lo va a rescatar en ese desierto tan grande y peligroso?”.

Envuelta en la incertidumbre, contactó a un compadre de Raúl para que la ayudara a localizar al coyote.

Raúl perdió su empleo en un autolavado durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus. En vista de que no encontraba un trabajo estable, decidió marcharse a Estados Unidos. En la sierra quedaron sus dos hijos adolescentes y su pareja mientras él emprendía la ruta.

Él nunca me dijo que tenía pensado irse por el desierto de Sonora. Si me lo hubiese dicho, jamás se lo habría permitido”, dice Inmaculada.

Raúl Sánchez Sánchez
Cortesía de Inmaculada Sánchez
Raúl Sánchez fue visto con vida por última vez en el desierto de Sonora, el 22 de agosto de 2023.

El plan de búsqueda

Las Águilas del Desierto reciben alrededor de 450 peticiones de búsqueda mensualmente a través de sus números telefónicos y sus cuentas en redes sociales.

Con un centenar de voluntarios que rotan en cada operativo, ejecutan dos o tres búsquedas cada mes. Descartan la mayoría de los casos por falta de información que permita identificar en qué lugar del desierto deben buscar.

Sin embargo, el compadre de Raúl proporcionó coordenadas precisas después de conversar con el coyote que orientó al migrante en su tránsito hacia Estados Unidos.

Según el coyote, Raúl y los demás migrantes pasaron frente a un rancho y caminaron más de una hora por un arroyo seco ubicado en la cara este del Cerro Picudo. Subieron por la montaña y dejaron a Raúl junto a la roca. Luego tomaron el camino hacia la derecha en la Y.

“No se ha conectado por Whatsapp. Eso es lo raro”, dice el compadre en una reunión por Zoom con los rescatistas, como si no comprendiera el significado de aquella ausencia.

El compadre vive en Estados Unidos pero es indocumentado, por lo que pide mantenerse en el anonimato.

Frente a un mapa del desierto marcado por las coordenadas, Ely Ortiz, director de las Águilas del Desierto, pone en duda que los compañeros de Raúl le hubieran dejado agua y comida, los recursos más valiosos para los migrantes que cruzan el desierto.

“¡Qué rara ruta lleva esta gente!”, dice Ely. Le parece más lógico seguir las faldas del cerro en lugar de subirlo.

Los voluntarios se preguntan qué camino pudo haber seguido Raúl si tenía dificultades para caminar, y concluyen que hay dos posibilidades: encontrarlo cerca de la roca donde lo vieron por última vez o en la ruta del arroyo hacia las faldas de la montaña.

“Él no aguantó subir esto”, supone Ely mientras rasca las pendientes del Cerro Picudo con el cursor sobre el mapa, en una pantalla compartida con los voluntarios.

“Está feo este lugar”.

Voluntario de las Águilas del Desierto
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
Los voluntarios de las Águilas del Desierto recorren el desierto de Sonora en Arizona para buscar migrantes desaparecidos.

Cree que pueden abarcar seis kilómetros si dividen a los voluntarios en dos grupos: uno subirá el Cerro Picudo hasta la roca que marca la Y y el otro seguirá el curso del arroyo en la base de la colina.

“Se les agradece de todo corazón”, dice el compadre de Raúl antes de despedirse. “Dios me los bendiga a todos”.

El sábado 7 de octubre, a las 8:30 de la mañana, el videógrafo José María Rodero y yo llegamos junto con los voluntarios a la entrada del desierto de Sonora más próxima al costado oriental del Cerro Picudo.

Decidimos acompañar a Chaparrito en el grupo que caminará por el arroyo.

Los voluntarios del otro grupo informarán por las radios, sintonizadas en la frecuencia 2, si encuentran a Raúl en la montaña.

Saguaro
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
El saguaro es una especie de cactus que solo crece en el desierto de Sonora.

El recuerdo de un hermano

Ely Ortiz buscó a su hermano y a su primo por el desierto de Sonora durante cuatro meses en 2009. Pidió asistencia a la patrulla fronteriza de Arizona y a los Ángeles del Desierto, la única organización que en aquel entonces buscaba a los migrantes desaparecidos.

Sin embargo, no obtuvo ayuda porque los migrantes fueron abandonados por el coyote dentro de una base militar abandonada. Cuando finalmente logró el permiso de acceso, no se imaginó cuánto le afectaría recuperar los restos.

Se hicieron momias por el calor, todavía despedían un olor terrible. Mi hermano se quitó los zapatos y los puso a su lado, supongo que ya tenía los pies muy lastimados por las ampollas”.

Ely asegura que aquella experiencia le ocasionó “un trauma muy grande”.

“La primera noche no pude dormir. Me agarró un miedo que no me dejaba hacer nada, lo veía en todas partes”, cuenta el rescatista. “Por eso decidí dedicarme a buscar migrantes en el desierto de Sonora”.

Ely Ortiz
José María Rodero / BBC News Mundo
Ely Ortiz perdió a su hermano y a su primo en el desierto de Sonora.

Junto a su esposa Marisela, Ely comenzó a organizar búsquedas los fines de semana, mientras su hija mayor de 12 años se quedaba en casa a cargo de sus hermanas menores.

“Fue una decisión familiar muy importante. Mi hija tuvo resentimiento contra nosotros porque sentía que la habíamos abandonado”, explica Marisela. “Y yo tenía culpa por delegarle la responsabilidad de cuidar a sus hermanas”.

Durante los primeros operativos, Ely salía del desierto con ampollas sangrantes. En una ocasión sintió que iba a desmayarse por un golpe de calor y pidió a otros voluntarios que llamaran al 911 para que lo evacuaran de emergencia.

“En ese momento entendí por qué muchos mueren de sed y calor”, afirma. “Los migrantes se meten debajo de un arbusto para dormir y no vuelven a despertar”.

Cuando conoce la última ubicación de un migrante desaparecido, Ely reporta el caso a la patrulla fronteriza y al consulado competente. Gracias a esas gestiones se han encontrado al menos 500 migrantes con vida durante los 14 años que ha funcionado la organización.

La desaparición de Raúl también fue notificada a la patrulla fronteriza de Arizona.

Cuando los voluntarios encuentran el cuerpo del migrante que buscan, Ely llama a los parientes para darles la noticia. “Los familiares suelen pedir fotos de los restos. Siempre les pregunto si están preparados para ver eso”.

Después de tantos años, los operativos todavía le afectan. “Cada vez que encontramos un cuerpo, vuelvo a recordar a mi hermano”.

Al menos 3.600 migrantes indocumentados han fallecido en el desierto de Sonora desde 1990, según las autoridades estadounidenses.

Este sábado, Ely y Marisela se quedan en las camionetas para coordinar a los voluntarios por radio y socorrerlos en los vehículos de ser necesario. Reparten naranjas y agua de coco antes de que los rescatistas se internen en el desierto para buscar a Raúl.

Marisela Ortiz
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
Marisela Ortiz ayuda a su esposo Ely a coordinar las actividades de las Águilas del Desierto.

“¡Traemos agua y comida!”

Al igual que en otros operativos, los voluntarios se reúnen en círculo y elevan juntos una plegaria a Dios para que los proteja de las amenazas del desierto y los ayude a encontrar al migrante que están buscando.

Los voluntarios se encomiendan a Dios antes de entrar al desierto de Sonora.
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
Los voluntarios se encomiendan a Dios antes de entrar en el desierto de Sonora.

Iniciamos el recorrido junto a Chaparrito y nos topamos con “evidencias”, como llaman los voluntarios a los rastros que dejan los migrantes: mochilas de camuflaje para disimular su paso por el desierto y “zapatos alfombra”, calzados felpudos que no dejan huellas en la tierra para evitar que la patrulla fronteriza los detecte.

En algunos lugares se acumulan botellas de plástico, encendedores, cobijas, ropa y juguetes. Antes de tocar las mochilas con las manos, los voluntarios las voltean con palos para comprobar que no haya un escorpión o una serpiente dentro.

Los migrantes se despojan de sus pertenencias a medida que caminan por el desierto de Sonora.
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
Los migrantes se despojan de sus pertenencias a medida que caminan por el desierto de Sonora.

El voluntario Alberto Ortega descubre la huella de un puma de montaña en la tierra. Cuando sube la mirada, avista un zopilote negro, un ave de rapiña que sobrevuela y come la carne en descomposición que detecta en tierra.

La presencia de los zopilotes ayuda a los voluntarios a localizar cuerpos a distancia. “El olor es insoportable si el cuerpo está fresco. Sencillamente te corta la respiración”, dice Alberto mientras se abre paso por un matorral tupido.

De pronto, encontramos huesos desperdigados entre los arbustos.

Alberto se agacha, pone una cinta métrica junto al hueso más grande y le toma una foto con su celular. Repite el procedimiento con cada hueso visible. Cuando recupere señal, enviará las imágenes a médicos forenses del condado de Pima, para que confirmen si se trata de huesos humanos o de animales.

Luego toma las coordenadas y amarra cintas amarillas fosforescentes a piedras que coloca junto a los huesos, para facilitar a las autoridades la tarea de encontrarlos.

Alberto Ortega
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
Alberto Ortega deja cintas fosforescentes en los lugares donde encuentra huesos para facilitar que las autoridades los encuentren.

Descendemos por el camino de piedras que alguna vez fue el fondo del arroyo. A medida que avanzamos, Chaparrito grita: “¡Somos Águilas del Desierto! ¡Traemos agua y comida!”.

Aquella alerta no solo busca ayudar a los migrantes que puedan estar perdidos y sedientos por la zona. También advierte sobre la presencia de los voluntarios a miembros del crimen organizado que circulan por aquella frontera porosa para el tráfico de drogas.

Recibimos un aviso por las radios: un migrante vivo que escuchó a Chaparrito se acercó para pedir ayuda y entregarse a la patrulla fronteriza.

“¡Necesito agua, necesito comida!”, le dijo en llanto a Marisela, que esperaba en el auto junto a Ely.

Cuando regresamos a los vehículos, encontramos al hombre sentado, con la mirada perdida. Me acerco para preguntarle cómo se siente y tarda varios segundos en responder, como si no entendiera lo que estoy diciendo.

Accede a que Ely llame a la patrulla fronteriza para que lo auxilien y lo envíen de vuelta a México.

Dice que tiene 42 años. Su esposa y sus dos hijas lo esperan en México. “Es horrible. Si hubiese sabido que corría el riesgo de morir, jamás habría entrado al desierto”.

Lleva tres días perdido, sin agua ni comida. Cuando escuchó el grito de Chaparrito, se escondió y nos observó. “Tuve mucho miedo, me costó entender que podían ayudarme”.

“Ahora lo único que quiero es volver con mi familia”.

Desierto de Sonora
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
Alrededor de 3.600 migrantes indocumentados han fallecido en el desierto de Sonora desde 1990.

“Encontramos un cuerpo”

Mientras seguimos el curso del arroyo, el otro grupo escala el Cerro Picudo durante más de cuatro horas y llega al lugar donde Raúl fue visto por última vez con vida.

Sin embargo, los voluntarios no encuentran rastros del migrante.

Hay tantas rocas grandes y maleza crecida que les resulta difícil estar seguros de que llegaron al peñasco donde el camino se divide en una Y. Dos de los voluntarios se adelantan y avistan huesos.

“Esperen, compañeros, encontramos un cuerpo”, escuchamos por la radio.

Son huesos de costillas y pies. En el lugar donde debería estar la cabeza, había un arito de metal, como un piercing.

A varios metros de distancia encuentran un cráneo y una cartera con la identificación de una mujer llamada Soledad Elizabeth Alvarado Castillo. En el carnet figura una dirección de domicilio en el estado de San Luis Potosí, en el centro de México.

A todos les sorprende haberse topado con un cuerpo que no estaban buscando en un área tan remota del desierto.

Días después, los voluntarios encontraron la ficha de Soledad en el portal de la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas de San Luis Potosí.

Medía 1,55, tenía 28 años, los ojos cafés claros y el cabello largo y lacio. Fue vista por última vez un año y siete meses antes, el 28 de enero de 2022. Tenía tres tatuajes, un piercing en la lengua y otro en la nariz.

Soledad Alvarado
Alerta de búsqueda de Soledad Alvarado
Los restos de Soledad Alvarado fueron hallados por casualidad.

Pies sobre una piedra

Mientras sus compañeros cercan el primer cuerpo, el voluntario Roberto Martínez saca fuerzas para treparse por las rocas y buscar más pertenencias del cadáver.

“Varios metros más adelante, veo unos pies sobre una piedra y empiezo a ponerme nervioso”, recuerda Roberto.

Se acerca y descubre otro cuerpo que tiene una camiseta roja, unos tenis negros y un implante dental. Como Raúl.

“Les dije a los compañeros que había localizado al muchacho que estábamos buscando”.

Durante su voluntariado en las Águilas del Desierto, Roberto ha encontrado varios cuerpos. “Siempre me pregunto cómo es posible que nos hagamos esto de un ser humano a otro, cómo las fronteras y la política nos llevan a perder la vida”.

Ninguno de los voluntarios que había subido el Cerro Picudo llevaba una cruz de madera pintada de blanco para ponerla junto a los cuerpos.

Solo las llevan Chaparrito y Alberto en el grupo del arroyo.

“Ahora viene la peor parte”

Cuando nos enteramos de los hallazgos por las radios, le pido a Ely que nos ayuden a llegar al lugar donde al parecer han encontrado a Raúl. Advierte que es peligroso y no quiere ponernos en riesgo.

Sin embargo, Chaparrito y otro voluntario se ofrecen a acompañarnos.

No nos queda mucha agua después de haber caminado durante cinco horas.

Desde la base de la montaña, Chaparrito apunta al peñasco donde se quedó Raúl para mostrar un pequeño punto amarillo, la camiseta de otro voluntario.

A medida que avanzamos, las cuestas se hacen más empinadas y los matorrales se transforman en túneles de espinas que se enganchan a la ropa y desgarran la piel.

Después de subir durante un par de horas, aparecen dos voluntarios que bajan agotados. “Ahora les viene la peor parte”, alerta uno de ellos.

Aquella advertencia me hace entender que si sigo subiendo, quizás no tenga fuerzas para volver por mis propios medios. Sedienta y mareada, decido regresar con los voluntarios que bajan.

Le pregunto a mi compañero José si puede seguir adelante y responde que sí. Chaparrito se despide diciendo que cuidará bien de él.

Les toma otras dos horas alcanzar el lugar donde está el cuerpo de Raúl. Cuando están cerca de llegar, un calambre en las piernas asalta a Chaparrito y José se tuerce una rodilla.

“Sigamos subiendo que sí podemos”, le dice Chaparrito a José.

El videógrafo José María Rodero subió el Cerro Picudo acompañado por Chaparrito.
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
El videógrafo José María Rodero subió el Cerro Picudo acompañado por Chaparrito.

“¿Sí sabes a lo que te vas a exponer?”

Empieza a tronar. Uno de los voluntarios dice que no me preocupe. No ha llovido durante los últimos tres meses en el desierto, así que seguramente las pendientes estarán secas cuando Chaparrito y José bajen de la montaña.

Cuando avistan la cinta roja que marca el perímetro del cuerpo de Raúl, Chaparrito se da la vuelta y le pregunta a José: “¿Estás preparado mentalmente? ¿Sí sabes a lo que te vas a exponer?”

Chaparrito avanza entre las grandes rocas grises con la cruz blanca colgada de la mochila.

Cuentan que un olor a carne descompuesta se abalanza sobre ellos. A medida que se aproximan a la cinta roja, escuchan el zumbido de moscas.

José se atreve a mirar el cuerpo. Está acostado boca arriba, con la cabeza girada hacia un lado, junto a una mochila y un galón negro de agua.

Los restos están bajo el sol, como si Raúl se hubiese quedado sin fuerzas para buscar una sombra y resguardarse de las inclemencias del desierto.

Chaparrito retira la cruz blanca que carga en la mochila y saca un crucifijo y un frasco de agua bendita. Deja el bolso a un lado y se quita el sombrero que lo ha resguardado del sol durante toda la jornada.

Clava la cruz en la tierra cerca del cuerpo y pone varias piedras entorno a la base, para garantizar que se mantenga erguida a pesar de los embates del viento.

Chaparrito coloca el crucifijo en la cruz y se arrodilla. Extenuado, pide que le recuerden el nombre del muchacho que buscaban.

“¡Raúl!”, grita Roberto, el voluntario que encontró el cuerpo.

Chaparrito se persigna e inicia una oración:

“Ave María purísima…

Padre santo, en tus manos ponemos a Raúl.

Lamentablemente no fue la dicha que le esperaba.

Te rogamos, padre santo, que lo recibas en tu santo reino.

Tal vez, Señor, él fue pecador.

Tal vez, Señor, él vino con la idea de sacar a su familia adelante.

Sin embargo, no lo pudo lograr”.

“Con esta agua bendita resplandezco”, dice antes de tomar el frasco y rociar gotas sobre la cruz y el cuerpo. “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén”.

De rodillas, Chaparrito se persigna y permanece en silencio para ahogar el llanto, pero no puede contenerlo. Con la cabeza reclinada hacia adelante, se cubre la cara un instante, luego abre los ojos y se seca las lágrimas.

Después de una inhalación profunda, dirige la mirada hacia un lugar vacío, como si evitara observar el cuerpo.

Un rescate en helicóptero

Agentes del condado de Pima recogieron los cuerpos a bordo de un helicóptero.
Valentina Oropeza / BBC News Mundo
Agentes del condado de Pima recogieron los cuerpos a bordo de un helicóptero.

Un agente de los equipos de búsqueda y rescate del condado de Pima aterriza en la montaña, a bordo de un helicóptero, para retirar los cuerpos.

“Muchas gracias, hicieron un gran trabajo”, dice a los voluntarios.

Comienza a llover.

Mientras espero que Chaparrito y José bajen de la montaña, después de nueve horas de caminata, veo la llegada de los cuerpos en el helicóptero y su traslado en una camioneta.

Un funcionario del equipo de búsqueda y rescate del condado de Pima me explica que aquella montaña es un lugar remoto por donde pasan los migrantes que se extravían en la ruta hacia Estados Unidos.

Estamos ante una ocasión excepcional. En promedio localizan un cuerpo al mes. Sólo aquel día lograron rescatar dos, gracias a las Águilas del Desierto.

Ely dice que es inusual que se movilicen tan rápido para recuperar restos. Aclara que muchos migrantes han aparecido en el Cerro Picudo, pero del otro lado, en el oeste de la montaña.

Al final del operativo, antes de despedirse satisfecho por los hallazgos, Chaparrito revela que se mudará a Texas para fundar un nuevo capítulo de las Águilas del Desierto.

En la sierra de San Antonio Acatepec, la familia de Raúl espera que el consulado mexicano en Arizona cumpla con la repatriación de sus restos.

“Estamos agradecidos con los voluntarios por buscar a mi hermano y permitirnos tener un cierre”, dice Inmaculada entre sollozos.

“Lo más importante es que mi mamá entierre a su hijo”.

Línea Divisoria
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