El oficial de vigilancia acudió al llamado del portón, ¿Quién es? preguntó y no obtuvo respuesta, al abrir, encontró a una anciana de unos ochenta años.
La mujer, como si se tratara de un bebé recién nacido, fue abandonada a las puertas de “Villa Mujeres”, un albergue del Gobierno del Distrito Federal, que atiende a mujeres en situación de vulnerabilidad.
“Cuando salimos de la casa me dijeron que me iban a llevar de vacaciones, luego me dejaron frente al portón y me dijeron que tocara”.
Luego regresamos por ti, le prometieron. Pasaron las horas, los días, los meses, que ya casi acumulan un año y la anciana sigue ahí, es una de las 270 abuelitas que no tienen otro mundo más que del portón blanco hacia adentro del albergue.
Ella, al igual que las otras adultas mayores tienen mucho en común: comparten un dormitorio comunitario, alimentos y además fueron abandonadas por sus familiares en la calle, en un hospital o a las puertas del albergue.
Aunque este fenómeno ya es menos frecuente, explicó Fabiola Aldeco Paz, directora de Villa Mujeres, debido al apoyo económico que otorga el gobierno capitalino a los adultos mayores y que los convierte en proveedores de sus familias, lo cierto es que en el albergue son comunes, incluso, las historias que por terribles resultan paradójicas.
Víctima del olvido
Padecía de sus facultades mentales. Llegó al albergue sin recordar nada. Sin nombre y sin esperanza.
Después de 5 años, un día se despertó y dijo: “yo vivo en tal parte”.
De la nada, recordó la dirección de su casa. El personal del albergue hizo un trabajo de investigación, visitaron el lugar y aunque la primera vez no encontraron a la familia, “llevamos a la usuaria, abrieron la puerta y se quedaron pasmados, la daban por muerta”, narra la funcionaria.
Su hijo, cuando ella salió de su casa, tenía 14 años de edad y cuando tuvo a su mamá enfrente, ya era un joven de 19 que está estudiando la universidad.
“Cuando la vio se impresionó, la recibió, la abrazó, todos se pusieron a llorar y le dieron la bienvenida. Es terrible, porque la daban por muerta.
En Villa Mujeres hay un dormitorio especial
Ahí se encuentran 60 ancianas enfermas. Son mujeres que viven “postradas”, que ya no pueden valerse por sí mismas: algunas son ciegas, sordas, unas más padecen de sus facultades mentales o por los padecimientos propios de su edad han perdido lucidez: por eso son abandonadas.
Otras, pasan el tiempo tejiendo, remendando ropa, deambulando por el centro, aunque también tienen terapias ocupacionales y a veces ven películas, en la mayoría de los casos se refugian en rezar.
Algunas han vivido mucho tiempo en la calle y han sufrido desnutrición, llegan con infecciones muy fuertes y solamente a morir.
Los funcionarios encargados del centro detallan que al mes mueren, en promedio, cuatro ancianas.
“Nada se puede hacer”, comentan, pues la mayoría son mujeres enfermas, pero no mueren por algún padecimiento, quienes las conocieron aseguran que las mata la tristeza, el dolor de haber sido abandonadas por sus familiares más queridos y cercanos.
En ese ambiente, la muerte se vuelve un trámite.
El albergue tiene un convenio con la Universidad Nacional Autónoma de México y con el Politécnico Nacional. Tan sólo unas horas después de confirmarse una muerte, el personal de las instituciones académicas acude por los cuerpos, los resguardan por 6 meses por si alguien los reclama y si no, se utilizan para estudiarlos.
Pero en la hipótesis del absurdo, no faltan los familiares que se presentan cuando la anciana murió a reclamar el cuerpo.
“Es paradójico porque saben el momento en que mueren y entonces vienen a reclamar el cuerpo, comprueban el parentesco y se los tenemos que entregar. Es como por arte de magia, aparecen el hijo o el hermano y dice: quiero el cuerpo. No se les niega pero sí se les cuestiona… ¿por qué el abandono? y no hay una respuesta, simplemente dicen: porque así es la vida”.
El peso de la ingratitud
Las historias de soledad y desamor en este lugar se cuentan por cientos.
Es una mujer de 97 años. Muy bonita, muy lúcida.
Durante 50 años trabajó en una casa. Se hacía cargo de todo: barrer, lavar trastes, cuidar a los niños, bañarlos, llevarlos a la escuela. Cuando el tiempo pasó, se dedicó a atender a su patrona que ya mostraba síntomas de vejez.
Un día, después de tantos años de servicio a la familia, la dueña de la casa murió.
Los niños que ella consideraba “su familia”, le agradecieron sacándola de sus vidas.
Una madrugada la echaron, la pusieron en una silla y la fueron a dejar afuera de una casa donde supuestamente vivían familiares de ella, pero resultó que no era cierto, ella se asustó mucho.
La dejaron en la calle.
“Es una abuelita que todo el tiempo se cuestiona, ¿qué hice mal?, si yo di mi vida, yo estuve apoyando, yo lavaba los trastes, yo los cambiaba, los cuidaba, los llevaba a la escuela.
“Seguramente fue porque ya no veía y ya no podía trabajar”, se repite. Se sienten como inútiles y eso hace que caigan en depresión
Ella está sana, como muchas otras, pero como vienen con esta herida en el corazón, la verdad es que no duran mucho, dice la directora del centro. “Aunque les demos los cuidados asistenciales, la verdad es que se nos mueren de depresión, se nos mueren de tristeza”.
Final ¿feliz?
Paula, fue remitida desde un hospital.
El diagnóstico: “cáncer en fase terminal”.
Llegó sola al hospital y permaneció ahí hasta que los médicos decidieron que ya no había nada qué hacer.
La trasladaron al albergue y ahí sumó 6 meses.
“Es una mujer que cada vez que caminaba se desangraba, tenía que mantenerse acostada todo el tiempo, estaba muy mal. Le preguntábamos si tenía hijos y cuando estaba de buenas, (por lo general estaba muy irritable y por su enfermedad, algo lógico por los dolores), nos decía que sí tenía hijos y algunas veces nos decía que sí sabía dónde estaban, pero otras veces decía que no.
Una prestadora de servicio social del centro, se metió a facebook y encontró el nombre de su hijo y lo contactó.
Y es que el desconocimiento de la gente, es un factor que impide a quienes extravían un familiar, puedan dar con ellos.
En el albergue se hace un reporte al Centro de Apoyo para Personas Ausente y Extraviadas de la Procuraduría Capitalina (CAPEA) y a Locatel, pero son pocos, sólo son un 20% quienes buscan recuperar a su familiar, el 80% restante o un poco más, los abandonan a propósito, por enfermedad, porque son un estorbo, porque son alcohólicas, drogadictas, o simplemente porque no las quieren más.
Los hijos de Paula, dijeron que durante estos meses no supieron cómo encontrar a su mamá. La buscaron, pensaron que la habían secuestrado o la habían matado y aunque ella sabía dónde encontrarlos, por su enfermedad no quiso regresar.
El miércoles por la mañana, sus tres hijos se la llevaron de vuelta a casa.