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Migrar a los 71 años: “Si no hubiera escapado de madrugada, la pandilla ya me hubiera asesinado”
Migrar a los 71 años: “Si no hubiera escapado de madrugada, la pandilla ya me hubiera asesinado”
9 minutos de lectura

Migrar a los 71 años: “Si no hubiera escapado de madrugada, la pandilla ya me hubiera asesinado”

Desde un albergue en la frontera sur de México, Walter, un hombre originario de Honduras, cuenta que las extorsiones y amenazas de las pandillas lo hicieron decidirse a dejar su país a pesar de los riesgos y su edad.
11 de octubre, 2022
Por: Manu Ureste

Aquella mañana, el hondureño Walter se percató rápidamente de que el muchacho que entró a su negocio no era un joven cualquiera.

“Enciéndelo, te van a llamar”. 

Sobre el mostrador, el adolescente parco en palabras dejó un teléfono sencillo, de color negro, y salió por la puerta caminando con la misma tranquilidad con la que entró al local. 

A los minutos, el celular comenzó a sonar rompiendo el silencio en el que se había quedado congelado Walter.

“¿Aló?”, preguntó, con las pulsaciones a mil y la boca seca.

“Mirá, perro —cuenta el hombre que le respondió otra voz juvenil, agresiva—. Ya sabemos todo de vos y de tu familia. Nos tenés que pagar la mitad de la plata que sacás, ¿okey? O si no, ya sabés lo que te va a pasar”.

Con las piernas aún temblorosas, Walter dejó perplejo el celular sobre la mesa. 

Al otro lado, ya solo se escuchaba un ruido sucio.

El pandillero había cortado la llamada. 

***

La tarde del día siguiente, Walter vio entrar de nuevo al adolescente de rostro aún lampiño con la misma sonrisa arrogante. Venía a cobrar el “impuesto” para la Mara, le anunció con la cotidianidad de quien dice que va a pasar a recoger el pan o las tortillas.

El hombre de 71 años abrió la caja registradora y entregó la mitad de sus ingresos del día. 

No tenía otra salida. 

—En Honduras, da igual que sea la Mara Salvatrucha 13 o el Barrio 18; ellos no respetan nada, las edades tampoco —dice mesándose una barba de chivo plateada que le nace de la barbilla y se extiende por el bigote y las mejillas—. Les da igual que seas un niño, un muchacho o un viejo como yo. Solo te respetan la vida si les das su buena plata. 

Ahora, a unas semanas de distancia, apoyado en la pared de una pequeña clínica al interior de un albergue localizado en algún punto de la frontera sur —del que se pide no revelar su ubicación, así como tampoco la identidad real de los migrantes—, Walter explica que estuvo pagando el “impuesto” durante tres meses. Tiempo en el que, todos los días, trabajó prácticamente para sostener a la Mara que lo amenazaba, igual que muchas otras personas en su colonia que sufrían en silencio la misma suerte.

—El problema empezó cuando el negocio bajó mucho. A diario me fui quedando sin existencias y los ingresos eran cada vez menores. Y, claro, el extorsionador no perdona —dibuja una sonrisa trémula en los labios, al tiempo que se ajusta sobre la nariz unos lentes de aumento que le dan un aire de profesor veterano—. Y si vos no les pagás… pues te dan cuello, como dicen acá los mexicanos. Te dan piso, pues.

A continuación, tras ajustarse sobre la frente una gorra del Real Madrid, equipo de futbol español del que repite cada vez que tiene oportunidad que es “aficionado a morir” desde los tiempos del goleador mexicano Hugo Sánchez, Walter asegura que recuerda con nitidez que tomó la decisión de huir el pasado 30 de agosto, exactamente al 10 para las 3:00 de la madrugada.

A esa hora se despertó. 

—Esa noche yo me fui para la cama sin pensar en venir para acá, ni nada —cuenta alzando ambas manos al aire, como si estuviera contando a su nieto una ocurrencia de lo más divertida. 

Pero el insomnio lo desveló y empezó a darle vueltas a la cabeza. Acto seguido, se levantó producto de un impulso. Se vistió. Buscó una vieja “valija” que puso sobre la cama para llenarla con un par de mudas, unas playeras y algo más de ropa. Luego tomó un taxi y, aprovechando el amparo de la noche, se dispuso a huir a escondidas de la Mara, con el consabido riesgo de que lo descubrieran y castigaran por ello, pues en Honduras nadie puede escapar de la colonia sin su permiso. Y mucho menos, sin haber pagado antes por ese derecho

Lee: Pesadilla en el oasis: migrantes esperan refugio en México atrapados entre los cárteles, las pandillas y las autoridades

A la mañana siguiente, a eso del mediodía, otro mensaje de texto entró a su celular. 

“Papi, ahí le dejé el desayuno en el micro”. 

Era su hija, que se llevó el susto de su vida cuando, en la noche, fue a visitar a Walter y no lo encontró en la casa. 

—Yo no le conté a nadie que iba a migrar, ni a mi hija siquiera. Por eso hasta denuncia por desaparición puso —dice ahora rascándose los pelos que le sobresalen de la nuca, como quien ofrece tímidamente disculpas por una travesura grave—. Y como yo era patrocinador de un equipo de futbol femenino y tengo muchos amigos periodistas, pues esa noticia se reprodujo hasta en los Estados Unidos. Allí, muchas de mis jugadoras que emigraron para allá la vieron y dos de ellas me llamaron por teléfono estando yo acá, en el albergue en México. 

Y en ese momento, su hija se llevó el otro gran susto de su vida al enterarse de que su padre, con 71 años, había decidido escapar en silencio de la Mara para tratar de migrar sin documentos por Centroamérica y México. 

Cuando su familia al fin supo de él, Walter ya había vivido un maratón de caminatas, noches a la intemperie, buses de tercera y pagos de extorsiones por goteo que lo fueron desangrando con cada kilómetro tan solo para llegar a la frontera sur, cuando la distancia hasta el Río Bravo en el norte es todavía de más de 2 mil kilómetros. Unos kilómetros, además, que están minados por el crimen organizado, especialmente en estados como Tabasco, Veracruz o Tamaulipas, en la ruta migratoria del golfo, la más corta, y por retenes de migración, soldados y policías de todos los colores: tan solo desde la frontera sur hasta el albergue, este medio contabilizó para esta crónica al menos cuatro de esos retenes, incluyendo uno de la fiscalía estatal que, a pesar de que por ley está impedida para solicitar a ningún ciudadano documentos migratorios, también hace labores de contención.  

—En Guatemala, cada retén, mínimo, son 100 quetzales para la policía (unos 250 pesos mexicanos). Y eso que yo iba legalmente en ese país. Le decía al policía: “Oye, hermano, pero yo pasé legalmente por la garita de Corinto. ¿Por qué me estás pidiendo dinero?” —cuenta Walter, se encoge de hombros y cruza enojado los brazos—. Pero ellos solo me decían: “Mirá, abuelo, acá ese papel no sirve de nada. Tenés que pagar si querés pasar”. 

Walter continúa.

—Yo nunca había emigrado antes. Ahí me di cuenta de que este camino es así y que tenés que venir pagando mochadas a cada rato—. Y pues yo traía mi dinerito acá guardado para este camino —agrega llevándose la mano a la bolsa del pantalón, con la inocencia y la vulnerabilidad del niño que se queja porque le robaron las golosinas—. Pero… así como lo traía, así me lo quitaron entre los policías y los maleantes

***

Walter no aparenta sus más de 70 años. Es de estatura media y complexión robusta. Camina erguido y con paso firme. Viste gorra, una playera roja deportiva, unos pants y unos tenis en buen estado. Viendo a la distancia cómo gesticula con las manos cuando platica con otros migrantes del albergue, parece el director técnico de un equipo de futbol dando instrucciones a su delantero. 

—Yo aún me siento fuerte y con mucha energía —responde con ambos brazos puestos en jarra en la cintura, de la que sobresale una discreta barriga, cuando se le pregunta cómo se le ocurrió migrar a esa edad—. Además, no me quedaba de otra —añade llevándose la mano a la nuca por donde le sobresalen mechones grises de pelo encrespado—. Me tuve que escapar de madrugada, porque si no lo hubiera hecho… la Mara ya me hubiera dado muerte por no pagarles la cuota. No estaría ahora mismo acá platicando con vos. 

En el cuello, Walter luce una llamativa cadena de oro y en la muñeca derecha lleva un reloj que también parece de oro. En un contexto de violencia como en el que se encuentra —con migrantes como Kevin, de 25 años, quien denuncia que en la misma puerta del albergue hay un “halcón” de un cártel de la droga que le exige 3 mil dólares para llevarlo traficado a la fuerza a la frontera norte— tales lucimientos parecerían una temeridad, incluso dentro del refugio. 

Pero Walter, tal vez fruto del desconocimiento —es la primera vez que migra— o de la candidez —admite que no sabe mentir cuando le piden dinero en los retenes—, o quizá por el aplomo que dan los años, asegura no tener miedo al camino. 

Tras atravesar Guatemala como parte del largo trayecto hacia el norte, el hondureño llegó a bordo de “un busito” a la porosa frontera mexicana. Ahí mismo, en un punto sin vigilancia en mitad de la nada, el chofer de la combi le indicó que lo estaría esperando “un muchacho” arriba de una moto. 

Nada más verlo, el joven le pidió 4 mil 200 pesos para llevarlo hasta la puerta del albergue, a unos 50 kilómetros de distancia —por un trayecto de más de 200 kilómetros, un autobús ordinario cobra menos de 200 pesos— . Walter trató de regatear para bajar el costo a 3 mil, pero obtuvo una negativa tajante como respuesta.

—Me dijo que no, porque tenía que pagar a la maña y también al banderante. 

El “banderante” es otro muchacho que va en otra moto vigilando que en el trayecto no se topen con los muchos retenes del Instituto Nacional de Migración, la policía o la Guardia Nacional. 

Finalmente, el muchacho colocó la maleta en la parte delantera de la moto para iniciar la marcha hacia el albergue, hasta que, a los pocos minutos, el “banderante” alertó de la presencia de uniformados. 

“¡Que viene la migra!”, gritó. 

Entonces, la moto se desvió rápidamente y se metió por un camino de terracería para despistarlos. 

Poco después, llegaron al pueblo, a la entrada solitaria donde un taxi estaba con el motor prendido. 

“Órale, bájate, bájate”, lo apuró el joven, para luego tirarle la maleta al suelo de mala forma y exigirle la mitad del pago pendiente. 

“¡Apúrate, abuelo, chingada madre, que va a venir la migra!”. 

Con el temor y los nervios aflojándole las piernas, como cuando aquel día le marcó un marero para exigirle el “impuesto”, Walter no alcanzó a reclamar por qué lo estaba dejando en un punto que no era el albergue. 

A continuación, subió al taxi, cuyo chofer, nada más cerrar las puertas, ya le estaba exigiendo otro pago de 200 pesos por un trayecto de apenas 25.

El hombre le entregó el dinero. De 10 mil lempiras con las que salió de su casa en Honduras, poco más de 8 mil pesos mexicanos, solo le restaban en el bolsillo 100 pesos. Y apenas estaba muy al inicio de la frontera sur.

—Le dije al taxista: “Mirá, hermano, ya el de la moto te dio tu parte. Y la carrera que vas a hacer es ahí no más. ¡Está bien cerca, míralo! —exclama con los ojos bien abiertos atrás de los lentes recordando el momento—. Y pues el señor se apiadó de mí, gracias a Dios —concluye Walter aliviado, con la sonrisa de quien cree que logró un gran deal—. En lugar de 200, solo me cobró 100 pesos y luego me dejó en la puerta del albergue. 

Esa noche, al menos, pudo dormir de nuevo bajo un techo antes de continuar con la odisea de migrar a los 71 años. 

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Imagen BBC
El sorprendente aumento de las tiendas sin empleados que dependen de la honestidad de sus clientes en Corea del Sur
6 minutos de lectura

La automatización y un alto salario mínimo están haciendo que los dueños de ciertos comercios en Corea del Sur decidan prescindir de los empleados.

15 de mayo, 2025
Por: BBC News Mundo
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Es pasada la medianoche en las afueras de Seúl, Corea del Sur, y tengo ganas de comer algunos bocadillos. Pero eso no es un problema, porque justo al otro lado de la calle de mi apartamento, no hay una, sino tres tiendas de snacks que están abiertas las 24 horas del día.

La tienda en la que he entrado es una heladería. Hay filas de congeladores con variedad de helados, pero no hay guardias de seguridad ni dependientes, solo productos en exposición completa y un kiosco automatizado donde pagas por lo que quieres. Todo lo que tengo que hacer es tomar lo que deseo y pagar antes de irme.

En la misma cuadra de la heladería hay tiendas que venden papelería, comida para mascotas y hasta sushi. Todos están desatendidos y no hay un solo miembro del personal a la vista.

En las zonas más concurridas del centro de la ciudad hay hasta bares sin atender.

“Para operar un bar de esta escala y obtener ganancias, necesitaría entre 12 y 15 empleados, pero solo uso dos personas”, dice Kim Sung-rae, el fundador y creador de un bar sin empleados: Sool 24, que simplemente significa “alcohol las 24 horas”. Dice que le da tiempo para centrarse en otros negocios.

Antes, manejaba un bar cerca, pero cuando los ingresos no cumplieron con las expectativas, se cambió al sistema sin empleados, y ahora las ganancias han aumentado.

Menos bebés

Las madres surcoreanas practican el masaje de sus bebés durante un programa de capacitación en un centro de salud pública en Seúl.
Getty Images
Corea del Sur tiene una de las tasas de natalidad más bajas del mundo

Las décadas de bajas tasas de natalidad, sumado al aumento de los salarios, están impulsando la automatización.

Corea del Sur tiene la tasa de fertilidad más baja registrada en el mundo (el número promedio de hijos que una mujer tendrá a lo largo de su vida), que cayó a 0,72 en 2023 antes de recuperarse ligeramente a 0,75 el año pasado.

Para mantener una población estable, la tasa de fertilidad de reemplazo debe ser de un mínimo de 2,1, cifra superada por última vez en Corea del Sur en 1982.

Esto significa que el número de personas que entran al mercado laboral ha ido disminuyendo, mientras que desde el año 2000 el salario mínimo ha ido aumentando de forma constante.

Los dueños de negocios como Kim ahora tienen que pagar a sus empleados aproximadamente 7 dólares la hora.

“La principal razón por la que dejé de pagar salarios fue el aumento del salario mínimo. Hay dos maneras de afrontar este desafío: la robótica o la automatización, y luego está no tener empleados”, dice Kim.

La implementación de robots requiere más dinero y espacio, por lo que optó por tiendas sin personal.

La pandemia de Covid inclinó la balanza hacia la automatización. Ayudó a ahorrar dinero en salarios y también ayudó a eludir las estrictas reglas de distanciamiento social que existían.

“No a los trabajos 3D”

Un empleado de una cafetería coloca tazas de café en un robot de reparto de Robotis Co.
Getty Images
Algunos propietarios optan por robots más caros como este, diseñado para entregar comida.

Algunos dicen que la nueva generación de trabajadores no quiere realizar los llamados “trabajos 3D” (por “dirty, dangerous and demeaning”), considerados sucios, peligrosos, difíciles o degradantes.

Se refieren al trabajo manual en las industrias manufactureras, la agricultura y ahora también en el comercio minorista, que se perciben como indeseables.

“La generación joven trata de quedarse en las áreas metropolitanas… y también les gusta fundar sus propias empresas, invertir en capital de riesgo y buscar empleos bien remunerados en el sector de la alta tecnología”, afirma Cho Jung-hun.

Cho es miembro del partido gobernante Poder Popular en la Asamblea Nacional y miembro del Comité Permanente de Educación.

“A diferencia de otros responsables políticos, no culpo a nuestra generación joven por tener esa preferencia. Las estadísticas muestran que tendremos que lidiar con una fuerza laboral baja en los próximos años, y lo mejor es asignar nuestra limitada fuerza laboral a sectores” de máximo valor, añade.

El Instituto de Investigación Económica de Corea, un grupo de expertos financiado con fondos privados, espera que el 43% de los empleos en Corea corran el riesgo de ser reemplazados por la automatización en los próximos 20 años.

También significa nuevas oportunidades para personas como Kwon Min-jae, CEO de Brownie, una empresa que administra tiendas sin personal a nombre de sus propietarios. Comenzó su negocio al final de la crisis del Covid en 2022.

“Administramos lavanderías, heladerías, tiendas de conveniencia, cafeterías y tiendas de vapeo sin empleados”, explicó a la BBC.

Incluso si la tienda no tiene personal, es necesario reabastecerla, limpiarla y mantenerla, afirma. Al principio ese trabajo lo hacían los dueños de las tiendas. La empresa de Kwon ahora está proporcionando trabajadores que puedan mantener las tiendas.

“Contamos con un equipo de personal local que puede visitar varias de estas tiendas por un día. La mayor prioridad para los dueños es no descuidar la gestión de las tiendas ni descuidar su bienestar. Incluso nos pagan entre $100 y $200 adicionales al mes para que administremos las tiendas.”

Kwon dice que comenzó con sólo dos tiendas, pero ahora tiene más de 100.

Pocos robos

Corea del Sur también tiene una tasa de robos muy baja, lo que contribuye al éxito de las tiendas sin personal.

“Incluso ha habido casos de personas que olvidaron pagar, pero me llamaron después para pagar sus cuentas. No sé qué pasa en otras tiendas, pero aquí los jóvenes se sienten lo suficientemente seguros como para dejar la billetera y el teléfono en la mesa para guardarla”, dice el Sr. Kim.

Él admite que puede haber algunas pérdidas debido a los hurtos en tiendas, pero no son lo suficientemente grandes como para paralizar su negocio.

“Nunca hago cálculos sobre lo que se gana. En general, no pierdo dinero, así que no es para tanto. Y pagar seguridad va a costar más de lo que se ahorraría”.

Los avances tecnológicos implican que más trabajos, como el de conducir, se volverán redundantes una vez que los autos autónomos inunden el mercado.

Se estima que para 2032, Corea del Sur necesitará más de 890.000 trabajadores adicionales para mantener el objetivo de crecimiento económico a largo plazo del país del 2%.

Algunos, como el Sindicato de Trabajadores del Mercado de Corea, se preocupan por el futuro del mercado laboral, pero otros, como el propietario del bar sin personal, el señor Kim, son muy optimistas sobre las próximas oportunidades económicas.

Este texto está basado en un episodio del programa de BBC World Service, Business Daily que encuentras en inglés aquí.

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