María viajaba desde Venezuela a Estados Unidos, a donde quería llegar con su hijo de cinco años, pero antes de que obtuviera una cita de CBP One, el presidente estadounidense Donald Trump canceló el programa bajo el argumento de que era utilizado por “delincuentes”.
Ahora, sólo le queda esperar en Naucalpan, Estado de México, en las filas interminables de migrantes que, como ella, buscan solicitar asilo en las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) para no ser deportados a su país de origen.
“Andamos buscando por lo menos una alternativa, para estar tranquilos, mientras decidimos qué vamos a hacer”, comparte en entrevista. Ella se anotó hace una semana en la lista para obtener el pre-registro ante la Comar, misma que autogestionan migrantes para organizarse y poder ingresar a las instalaciones gubernamentales.
Aún así, tuvo que llegar un día antes a las 10 de la noche y dormir en la banqueta con su niño, todo para asegurar su lugar en la fila.
“Hay mucha demanda, hay muchas personas asistiendo, entonces ya nos habíamos anotado y nos tocó hoy”, explica María. “Dormimos aquí porque nos decían que teníamos que estar temprano, pero bueno, hoy cuando ya acomodaron las listas nos dimos cuenta que por lo menos le dan prioridad a los niños”.
A la venezolana le es urgente tramitar su condición de refugiada y regularizar su situación migratoria en México porque su hijo es autista, y quiere que pueda retomar las terapias que necesita lo antes posible.
“Lo primero es, por lo menos circular, y estar tranquilos acá sin ningún peligro de que nos vayan a llevar al sur del país o algo, porque allá hay menos oportunidades que acá. Por eso estamos tomando lo de la Comar, como una opción de por lo menos estar tranquilos y circular sin ningún problema dentro del estado para podernos mover y buscar lo que necesitamos, buscar opciones para la atención del niño, es lo que para nosotros es prioridad”.
En diciembre de 2024, la Comar procesó 5 mil 706 solicitudes de refugio, según cifras oficiales, para un promedio de 190 solicitudes diarias, las cuales se tramitaron en las nueve oficinas y representaciones que tiene en todo el país.
Después del 20 de enero, día en que Donald Trump rindió protesta como presidente de Estados Unidos, el número de solicitudes pasó a ser de entre 250 a 300 diarias sólo en las oficinas de Naucalpan.
El número aproximado lo da Víctor Sifón, un venezolano que se organizó con sus connacionales para dar orden a las filas interminables de extranjeros que esperaban afuera de la Comar.
“Nos pidieron [los trabajadores de gobierno] que nosotros nos organizáramos”, explica mientras muestra las listas de quienes buscan iniciar el proceso de quedarse en México.
Lee también | Gobierno de Sheinbaum prevé recortes para desaparecidos, refugiados y la protección de periodistas y mujeres
Los funcionarios de la Comar les pidieron que consideraran primero 300 personas para ser atendidas diario, dice Sifón, pero después cambiaron la cifra a 250.
Entonces los migrantes llegan, se anotan en las listas que tienen en cuadernos, y esperan fecha para que les entreguen un “ticket”, con el cual afianzan —al menos entre ellos— que al día siguiente tendrán oportunidad de entrar a las instalaciones gubernamentales.
Al último día de enero, las listas ya contemplan a solicitantes para entrar a las oficinas de la Comar el 5 de marzo.
De 2024 a 2025, el Gobierno federal redujo el presupuesto para la Comar en un 6.5%, al asignarle sólo 47 millones 866 mil 822 pesos.
De ese presupuesto, el 59% está etiquetado para el pago de nómina, que a la vez se compone sólo de 48 trabajadores que se distribuyen en las distintas oficinas y representaciones de la Comisión.
A esto se suman las plazas con las que la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) apoya al Gobierno federal, que en 2022 fueron para 230 trabajadores.
Desde septiembre de 2024, la Comisión no tiene a un titular oficialmente designado, aunque trabajadores aseguraron a este medio que a finales de enero, Xadeni Méndez, extrabajadora del Instituto Nacional de Migración (INM), fue presentada como la nueva coordinadora general de Comar.
Te puede interesar | Desmantelamiento del sistema de refugio en México: un horizonte complejo para las personas forzadas a huir
A pesar de que existen las listas hechas por los migrantes, no siempre alcanzan a pasar todas las personas que se anotaron para un día. Entre la compra de lugares, denuncian migrantes, y la falta de funcionarios para atender a todos los solicitantes, las citas se recorren y recorren.
Es por esto que Yarisleydi y Becky llevan cuatro días llegando con sus hijos a las oficinas de Naucalpan a las cuatro de la mañana, con la esperanza de ser atendidas. A ellas, a diferencia de María, no les han dado la prioridad para ingresar a la Comar a pesar de ir acompañadas de los niños.
Las dos mujeres cubanas llegaron a México en situaciones distintas: la primera, con su hija de cinco años y su madre; y la segunda viajó sólo con su hijo de ocho años.
“Fue muy riesgoso, todos los países que atravesamos hubo mucho peligro”, comparte Becky sobre su viaje. “Y aún así todavía me siento en peligro aquí en México, porque no tenemos papeles, porque hay mucha policía corrupta, entre otras cosas”.
Ella buscaba llegar con su hijo a Estados Unidos, donde se iban a reunir con su pareja, pero no logró obtener una cita de CBP One antes de que Trump cancelara el programa.
“Sólo quiero que me den asilo para mí y para mi niño porque no queremos regresar a nuestro país”, dice. “Tenemos miedo. Yo pertenezco a la religión yoruba, y allá nos discriminan, sobre todo al niño, en la escuela”.
“Quisiera situarme aquí, en este país. Tratar de hacer una vida y darle un mejor futuro a mi hijo aquí”.
Como Becky, Giovanna viajó desde Venezuela con su hija para buscar mejores oportunidades. A mediados de julio, cuando llegó a México, ella todavía quería llegar a Estados Unidos, pero una vez que Trump fue electo presidente en noviembre comenzó a ver la posibilidad de quedarse en territorio mexicano.
La decisión la tomó hasta el 25 de enero, fecha en que se anotó en las listas de los migrantes para solicitar asilo ante la Comar.
La hija de Giovanna tiene tres años, señala, y quiere que ella pueda entrar a la escuela en cuanto abran las inscripciones para preescolar en México, por lo cual decidió realizar el trámite para regularizar su situación migratoria.
“Yo en mi país, en Venezuela, tuve la oportunidad de estudiar, pero no tuve la oportunidad de como tal ejercerlo por el problema político y económico”, lamenta. “Es algo que a mí me preocupa, quiero que mi niña tenga también una formación académica y pueda trabajar, que pueda tener las oportunidades que yo ya no tuve”.
“Entonces, si aquí [en México] me están dando la oportunidad, me gustaría tomarla, y formar a mi niña”.
A propósito del 80 aniversario de la liberación del infame campo de concentración, en BBC Mundo recuperamos este reportaje sobre un grupo no muy conocido.
ADVERTENCIA: Este artículo contiene imágenes extremadamente gráficas que incluyen cadáveres y descripciones de asesinatos en masa.
“Yo trabajé en los crematorios. Llevaba personas de las cámaras de gas a los hornos”, recordó Dario Gabbai.
El exprisionero del campo de concentración de Auschwitz (situado en la Polonia ocupada por los nazis) se refería a la tarea de retirar los cadáveres de las víctimas judías para llevarlos a ser incinerados.
Gabbai, con quien la BBC conversó antes de su fallecimiento en 2020, era uno de los últimos testigos oculares de la Solución Final: el plan nazi para eliminar a los judíos de Europa que acabó con el asesinato de seis millones de judíos.
En el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau, recuperamos de nuestros archivos la historia de los Sonderkommandos, los prisioneros judíos que eran obligados a cooperar en el Holocausto.
Para acelerar el ritmo de los asesinatos, los nazis establecieron campos de exterminio como Auschwitz-Birkenau y crearon una unidad especial llamada Sonderkommando (comandos especiales).
Estaba formada por prisioneros judíos deportados a Auschwitz desde 16 países, cuyo trabajo alimentó la máquina de matar.
“Es algo que nunca olvidaré. Yo tuve la suerte de sobrevivir”, declaró Gabbai.
Después de la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945 por las fuerzas soviéticas, muchos sobrevivientes expresaron en libros sus experiencias.
Pero se escuchó muy poco de los pocos Sonderkommandos que lograron salir.
En la década de 1980, Gideon Greif, un historiador experto en el Holocausto establecido en Israel, comenzó la larga tarea de descubrir el misterio de aquellos miembros de los comandos especiales.
“Uno de mis objetivos era mejorar su imagen. Cuando comencé la investigación, se les consideraba colaboradores y asesinos. Pero ellos eran las víctimas, no los perpetradores”, le dijo Greif a la BBC.
El reconocido sobreviviente de Auschwitz Primo Levi escribió en el libro “Los hundidos y los salvados” que la creación de Sonderkommando fue el crimen más satánico del nazismo. Y Greif está de acuerdo.
“Fue la decisión deliberada de los alemanes de utilizarlos. También querían que los judíos compartieran la culpa. Esta es una idea muy cruel. Querían borrar la diferencia entre criminal y víctima”, agregó el investigador.
Greif documentó la experiencia de 31 Sonderkommandos en su primer libro sobre ellos, “Lloramos sin lágrimas”.
Los miembros de los comandos especiales se vieron obligados a ayudar en los procesos de asesinato. Las SS cometieron realmente la matanza.
Este grupo de prisioneros tenía que buscar implantes como dientes de oro y objetos de valor ocultos en los cuerpos antes de deshacerse de los cadáveres.
Existen muy pocas imágenes de Sonderkommandos trabajando en Auschwitz, pero después de la liberación del campo, los soviéticos escenificaron varias imágenes que recreaban los horrores por los que pasaron.
Gabbai tenía la tarea específica de cortar y recoger el cabello de las mujeres asesinadas.
Décadas después, recordó cómo se sintió entonces conversando con una organización estadounidense dedicada a entrevistar a los sobrevivientes del Holocausto, la USC Shoah Foundation.
“Me dije a mí mismo: ‘¿cómo puedo sobrevivir? ¿Dónde está Dios?'”, se preguntó Gabbai.
Un hombre polaco le dijo entonces que se mantuviera fuerte, y él decidió seguir ese consejo.
“Me dije a mí mismo: ‘soy un robot… cierra los ojos y haz lo que sea que tengas que hacer sin preguntar demasiado'”, comentó.
Gabbai no podía darse el lujo de desobedecer órdenes. Cuando alguien era un poco lento o ineficiente, era castigado brutalmente.
A veces, los guardias de las SS inspeccionaban los cadáveres de camino a las incineradoras. Si veían un implante de oro que los miembros de los comandos habían pasado por alto, la persona responsable podía ser arrojada viva a las llamas.
Otros castigos incluían ser disparado, torturado, golpeado o rodar desnudo sobre la grava.
Estos castigos se realizaban en presencia de otros Sonderkommandos para intimidar a todo el grupo.
El trabajo ofrecía poca protección. Los nazis solían matar a los miembros de los comandos especiales cada seis meses y traían nuevos reclutas.
“Estaban en un estado de shock constante. Vieron a miles de judíos ser asesinados cada día. Era un gran desafío permanecer con vida”, dijo Greif.
Sin embargo, muchos como Gabbai no solo sobrevivieron sino que ofrecieron información sobre el funcionamiento real de aquella fábrica de la muerte.
“Cerraban las puertas. Luego, las SS lanzaban el Zyklon B desde las aberturas de arriba. Tardaban unos cuatro-cinco minutos en morir, excepto las personas en el lado de donde venía el gas. Allí tomaba un par de minutos”, agregó.
El Zyklon B llegaba a los campamentos en forma de bolitas de cristal. Tan pronto como los gránulos estaban expuestos al aire, se convertían en gas venenoso y comenzaban a matar personas.
Uno de los Sonderkommandos documentado por Greif fue Ya’akov, el hermano de Dario Gabbai.
Ya’akov vio a dos de sus primos aparecer en la cámara de gas. Les indicó que se sentaran cerca de donde salía el gas para tener una muerte rápida e indolora. Le dijo a Greif: “¿Por qué deberían sufrir tanto?”.
Greif señaló que muchos de los que trabajaban en los comandos cambiaron para siempre.
“Para dar servicio a una fábrica de la muerte como aquella se convirtieron en personas sin emociones. Eso no significa que no fueran buenas o malas personas. Algunos de ellos me contaron lo que hicieron para ayudar a mantener la dignidad de las víctimas judías”, añadió.
Josef Sackar fue el primer Sonderkommando que Grief conoció en 1986.
El hombre a menudo trabajaba en el lugar donde se pedía a las mujeres que se desnudaran.
“Movía mi cabeza hacia otra dirección y me aseguraba de que no se avergonzaran mucho”, le relató a Grief.
Shaul Chasan tenía que sacar los cuerpos de los muertos de la cámara de gas y colocarlos en los ascensores que los llevarían a los crematorios.
Él le contó a Grief que siempre se esforzaba por asegurarse de que los cuerpos no fueran arrastrados sobre la tierra y los escombros del suelo de las cámaras de gas.
La mayoría de los miembros de estos comandos eran judíos ortodoxos. Greif aseveró que muchos días lograban rezar tres veces al día, como lo estipula el judaísmo.
Sorprendentemente, podían orar juntos cada vez que obtenían el número mínimo de diez que requieren las leyes religiosas.
Cuando los guardias del campo no estaban cerca, algunos incluso recitaban el kadish -una oración tradicionalmente dedicada en memoria de los muertos- durante el proceso de cremación.
Menos de 100 Sonderkommandos, reclutados durante la deportación de judíos húngaros a Auschwitz, lograron sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial.
En Yad Vashem, el Museo de la Historia del Holocausto de Israel, se señala cómo aumentaron los asesinatos después de que comenzara la deportación de judíos húngaros en mayo de 1944.
“En solo ocho semanas, unos 424.000 judíos fueron deportados a Auschwitz-Birkenau”.
La tasa de asesinatos superó por mucho la capacidad de los crematorios. Pero el militar alemán a cargo, Otto Moll, fue implacable y ordenó a los Sonderkommandos que desenterraran algunas fosas crematorias.
Una foto tomada de manera clandestina por un Sonderkommando muestra claramente cuerpos incinerados en una fosa al aire libre, lo cual supondría años más tarde una valiosa evidencia.
Shlomo Dragon fue testigo de inusuales actos de desafío y habló a Greif sobre uno de ellos.
“Una mujer se negó a desnudarse por completo, y cuando un hombre de las SS, Schillinger, le apuntó con su arma y le exigió que se quitara la ropa interior, se quitó el sostén, se lo pasó por la cara y le golpeó con él, consiguiendo que soltara su arma. La mujer rápidamente la agarró, apuntó y disparó, matando a Schillinger”, contó.
La mujer, identificada como la bailarina polaca Franceska Mann, logró una reputación legendaria después de su muerte.
Otro miembro de los comandos vio cómo un grupo de niños polacos desnudos comenzó a cantar Shema Yisrael, una oración judía, y entró a la cámara de gas con perfecta disciplina.
A quienes formaban parte de estos comandos se les daba normalmente más comida y mejores condiciones de vida que al resto de los prisioneros, a quienes se les daba sopa aguada.
También podían quedarse con la ropa de las víctimas. Greif dijo que se trataba de “incentivos marginales”.
También tenían alojamientos separados y eran monitoreados todo el tiempo. Sin embargo, lograron protagonizar una lucha que se conoce como “la rebelión del Sonderkommando”.
“Dos hermanos estuvieron involucrados en la planificación del levantamiento del sábado 7 de octubre de 1944. Fue una revuelta judía. Fue una historia de coraje. Debería estar escrita en letras de oro”, sostuvo Greif.
Ese día, algunos miembros de los comandos atacaron a sus guardias de las SS con piedras y prendieron fuego a un crematorio. Fue rápidamente sellado y 451 Sonderkommandos fueron asesinados a tiros.
Otros prisioneros como Marcel Nadjari registraron su ira en pedazos de papel.
“No estoy triste porque voy a morir, estoy triste porque no podré vengarme como quisiera”, escribió en noviembre de 1944.
Las cenizas de cada víctima adulta pesaban unos 640 gramos, según sus notas.
Este judío griego escondió luego su manuscrito de 13 páginas en un termo, que selló con una tapa de plástico. Luego colocó el termo en una bolsa de cuero y lo enterró.
Las notas dejadas por Nadjari y otras personas fueron recuperadas años después y descifradas minuciosamente.
Estos documentos son conocidos como “los rollos de Auschwitz” y proporcionan una valiosa información sobre la escala del crimen.
Tras la guerra, algunos miembros del Sonderkommando se enfrentaron a sus antiguos guardias en los tribunales.
Henryk Tauber testificó contra el comandante de las SS Otto Moll.
“En varias ocasiones, Moll arrojaba a personas vivas a las fosas crematorias”, recordó durante el juicio ante un tribunal militar estadounidense.
Moll fue finalmente condenado y ahorcado por su papel en una “marcha de la muerte”.
Temiendo la derrota, las SS comenzaron a evacuar el campamento desde mediados de enero de 1945. Cerca de 60.000 reclusos hambrientos y semidesnudos se vieron obligados a caminar a través de la nieve a temperaturas de -20 °C hasta ciudades a más de 50 kilómetros de distancia.
Los que no podían seguir el ritmo fueron asesinados a tiros.
Sin embargo, muchos criminales nunca fueron castigados. De aproximadamente 7.000 empleados en Auschwitz, solo alrededor de 800 respondieron ante la ley, según “Auschwitz”, una serie documental de la BBC/PBS.
El complejo Auschwitz-Birkenau es el sitio que albergó la mayor masacre en masa de la historia humana: se calcula que 1,1 millones de personas fueron asesinadas, de las cuales más del 90% eran judíos.
Esto es más que las pérdidas humanas sufridas por Reino Unido y Estados Unidos durante toda la guerra.
Greif estimó que el número de personas asesinadas supera los 1,3 millones. Insistió en que la búsqueda de la justicia no debe acabar.
“Ningún criminal nazi alemán merece morir en su cama”.
En varias ocasiones ha comparecido ante tribunales europeos para testificar contra presuntos criminales nazis.
“Los intentos alemanes de destruir todas las pruebas de sus crímenes llevaron a un vacío documental que solo puede ser llenado por los recuerdos de los sobrevivientes”, dijo Greif.
El historiador aseguró que su mayor logro es cambiar esa percepción sobre los Sonderkommandos.
“Nadie se atreverá a llamarlos colaboradores ahora”, zanjó.
El único sobreviviente del Sonderkommando, Gabbai, vivió en Los Ángeles hasta su muerte. Hace diez años, durante su visita para conmemorar el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz, habló con la BBC.
“Me dije: ‘esta guerra va a terminar algún día y cuando termine puedo sobrevivir y contarle la historia al mundo'”.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.