
Durante la pandemia de Covid-19, Carmen y Julio, una pareja de migrantes centroamericanos sordos, viajaron a México con la falsa promesa de un empleo en un reconocido parque de diversiones en Estados Unidos. Sin embargo, fueron detenidos en territorio mexicano bajo la acusación de trata de personas.
La persona que les ofreció el supuesto empleo les convenció de viajar junto con otros migrantes sordos hacia México, bajo la promesa de conseguir trabajo para todos. Una vez en el país, fueron víctimas de violencia física y sexual por parte de su captor, quien incluso les forzó a mendigar para él.
Las autoridades mexicanas detuvieron a Carmen y Julio, cuyos nombres han sido modificados para resguardar su identidad, acusándolos de tráfico de personas y asociación delictuosa, delitos graves que ameritan la medida de prisión automática. En el procedimiento ni siquiera se les permitió tener acceso a una intérprete certificada en lenguaje de señas de su país natal.
Ahora, desde los penales federales a los que fueron enviados, Carmen y Julio se enfrentan también a la falta de atención médica y la negativa de las autoridades a hacer los ajustes necesarios para que sus familiares y abogados puedan comunicarse con ellos. Lo anterior constituye actos de tortura y condiciones de internamiento violatorias de sus derechos humanos, de acuerdo con su defensa.

En noviembre de 2020, Carmen y Julio fueron contactados a través de redes sociales por una persona oyente mexicana que, mediante un deficiente lenguaje de señas, les prometió llevarlos a trabajar como botargas en un famoso parque de diversiones estadounidense, de acuerdo con el expediente del caso.
La persona les aseguró que los llevaría a través de México y cruzarían la frontera hacia Estados Unidos, donde supuestamente tenía contactos que les ofrecerían el empleo. Les explicó que trabajar como botarga no requería habilidades de escucha ni habla y que recibirían su pago en dólares.
Como única condición para cerrar el trato, esta persona les pidió agrupar a más personas sordas para que se unieran al viaje y al trabajo prometido. Carmen y Julio aceptaron, pensando en que sería una oportunidad para brindarle a otras personas en su condición la posibilidad de acceder a un trabajo y recursos.
Entusiasmados por la idea de ofrecerle a sus hijos un futuro mejor y ante la incertidumbre de la crisis sanitaria mundial, que cobró la vida de casi 15 millones de personas en el mundo entre 2020 y 2021, Carmen y Julio emprendieron su travesía cruzando la frontera sur de México a finales de 2020.
Lo hicieron en medio de las fuertes restricciones de movilidad, cierre de fronteras, endurecimiento de políticas migratorias y la pérdida de fuentes de empleos provocada por el coronavirus.
Pese a lo anterior, Carmen y Julio lograron llegar a México, donde durante varios meses la persona oyente mexicana que les prometió trabajo los trasladó por varias entidades del país, manteniéndolas en condiciones muy adversas: bajo situaciones de violencia física, sexual y mendicidad forzada, pues les obligó a trabajar vendiendo abecedarios de lenguaje de señas. Además, les quitó celulares, dinero e identificaciones.
Sin embargo, debido a que Julio no se contactó con nadie durante este periodo es que uno de sus familiares se dio cuenta de que algo no estaba bien y se contactó con su embajada para informarles de toda la situación. El familiar denunció los hechos ante la Fiscalía General de la República (FGR) y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
En tanto, ante los abusos a los que eran sometidos, Carmen y Julio lograron escapar y comenzaron a vivir en una ciudad de México, con una persona que conocieron durante su viaje por el país. Creyeron, erróneamente, que su pesadilla había terminado.

A pesar de que Carmen y Julio fueron víctimas de diversos delitos y violaciones graves a sus derechos humanos, y pese a que sus familiares denunciaron los hechos, a principios de 2022 un juez de distrito en Coahuila libró una orden de aprehensión en contra ellos por los delitos de tráfico de personas, trata de personas y asociación delictuosa.
La orden de aprehensión fue librada a petición de la FGR que les imputó a Carmen y Julio los hechos como si ellos hubieran encabezado al grupo que los violentó y que se benefició de esta situación.
Sorpresivamente, la orden de aprehensión fue cumplida apenas unos días después de ser autorizada, por lo que la audiencia inicial del caso fue realizada con personas defensoras públicas, pero sin la asistencia de un intérprete de lenguaje de señas. Ahí, Carmen y Julio fueron vinculados a proceso y se les impuso la medida cautelar de prisión preventiva.
En octubre de 2021, Animal Político en alianza con la organización Intersecta publicaron la investigación Prisión preventiva: el arma que encarcela pobres e inocentes, donde se dio cuenta que el 70 % de las personas a las que se les aplica la medida de prisión preventiva oficiosa o automática son personas de escasos recursos.
“La verdad es que los datos muestran que está muy basado en el tema económico. O sea, en que uno tenga dinero para defenderse. A personas indígenas, personas sin recursos, migrantes, con baja escolaridad, les afecta más”, señaló el abogado Luis Tapia, especialista en derechos humanos y derecho penal, al ser consultado sobre las consecuencias de incrementar los delitos de prisión preventiva oficiosa.
Carmen fue enviada al Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) número 16 de Morelos, el único penal federal construido exclusivamente para mujeres, y Julio fue enviado al Cefereso 18 en Coahuila. Lo que les ha complicado el contacto con sus redes de apoyo y defensa legales.
Luego de la vinculación a proceso, la Unidad de Litigio Estratégico en Derechos Humanos del Instituto Federal de Defensoría Pública (IFDP), mediante sus delegaciones en Morelos y Coahuila, intervino en el caso, en colaboración con la defensa original de Carmen y Julio.
Primero, interpusieron una demanda de amparo en contra del auto de vinculación a proceso, debido a que se evidenció la vulneración de la “tutela judicial efectiva”, que permite a las personas exigir sus derechos ante los órganos jurisdiccionales, y por la discriminación de las que Carmen y Julio fueron víctimas por parte de las autoridades, que les impidieron conocer la imputación en su contra por ser personas en condición de discapacidad.
También incluyeron la omisión que cometieron las autoridades penitenciarias del Cefereso 16 de Morelos y Cefereso 18 de Coahuila, a los que fueron trasladados, pues estas autoridades también debían garantizarles la comprensión de sus derechos, en lenguaje de señas, como personas privadas de la libertad.
Tanto Carmen y Julio, como su defensa legal, han enfrentado distintos retos durante el procedimiento de ambos migrantes, principalmente en el sistema de apoyo y los ajustes al procedimiento para personas con discapacidad en una lengua extranjera, porque hay más de 300 lenguas de señas en el mundo.
“Sobre todo porque tenemos que comprender que contextualmente las personas sordas no siempre se encuentran en situaciones en que puedan tener acceso a la información, a las herramientas para tener esta alfabetización y consecuentemente un dominio incluso de este lenguaje y que hay barreras importantes para entender algunas situaciones que se presentan en el mundo oyente, incluidas, entre otras cosas, que las personas asumen y presumen que alguien sordo puede leer y escribir cuando no necesariamente va a ser el caso”, explica Ruth Zenteno, directora de Investigación y Acceso a la Información de la Unidad de Litigio Estratégico en Derechos Humanos del IFDP, en entrevista con Animal Político.
A mediados de este año se llevó a cabo la audiencia intermedia del caso, en la cual se identificaron diversas violaciones procesales. Por esta razón, se interpuso una apelación y actualmente se espera la resolución correspondiente. El caso aún no cuenta con una sentencia definitiva, por lo que el destino de Carmen y Julio sigue siendo incierto.
Por su parte, la CNDH documentó diversas violaciones a los derechos humanos de ambos migrantes, pero no continuaron con las diligencias necesarias al “no contar con una persona intérprete en el lenguaje de señas del país natal”.
A partir de diversas visitas y comunicaciones con Carmen dentro del Cefereso 16 de Morelos, su defensa legal identificó que también presentaba diversos problemas de salud como consecuencia de los delitos de los que fue víctima, así como ataques dentro del propio penal.
“Estas barreras que enfrentan implica que no pueden dar a conocer de manera directa cuando tienen alguna situación médica, que fue un tema que vimos de manera continua con ella, que sí era necesario que se le valorara, que necesitaba lentes, que en los casos de las personas con discapacidad auditiva es muy importante el aspecto visual y que ella está perdiendo también la agudeza de la vista y era una preocupación que se tenía para que pudiera superar estas barreras de comunicación”, señala la abogada Ruth Zenteno.
Además, su defensa legal identificó que las autoridades penitenciarias no le habían proporcionado atención médica o medicamentos ni había realizado los ajustes necesarios para que sus familiares y abogadas pudieran comunicarse con ella.
Por este motivo, el IFDP activó los mecanismos previstos en la Ley Nacional de Ejecución Penal al promover peticiones administrativas ante la directora del penal, así como peticiones urgentes ante jueces de ejecución en las que, en términos generales, se reclamó que la omisión de brindarle atención médica y medicamentos adecuados para los padecimientos sufridos por Carmen constituían actos de tortura y condiciones de internamiento violatorias de derechos humanos.
Esto llevó a que se celebraran diversas audiencias respecto de dos peticiones y que una jueza de control, en funciones de jueza de ejecución del Centro de Justicia Federal en Morelos, las declarara como fundadas y ordenara que se le proporcionara atención médica adecuada (inclusive en el exterior, de ser necesario) y un intérprete de señas de su país natal.
En octubre de 2023, Animal Político en alianza con la organización CEA Justicia Social publicó el reportaje El cementerio de las vivas: el turbio negocio del Cefereso 16 de Morelos en el que se documentó cómo una intoxicación masiva de 404 mujeres privadas de la libertad en este penal exhibió graves violaciones a los derechos humanos de las internas.
La intoxicación ocurrió apenas dos días después de que el Gobierno Federal decidió trasladar, sin previo aviso y de manera irregular, a un grupo de mujeres que estaban en diversos centros penitenciarios estatales de Sonora para llevarlas al “CPS Femenil de Morelos”, separándolas más de dos mil kilómetros de sus hermanas, madres, hijas e hijos, abuelas, familiares y abogados.
“Eso y el aislamiento al que se enfrentan por el hecho de no tener cómo ni con quién comunicarse y que incluso, para pensar en cambios de medida (cautelar), el hecho de que son personas migrantes implica también retos importantes porque se tiene que acreditar el arraigo y pensar dónde podrían encontrar un espacio donde pudieran continuar el proceso”, agrega Ruth Zenteno.
Debido a la negativa del centro penitenciario para permitir el acceso de la defensa para entrevistarse con Carmen, a mediados de 2024 se inició una controversia judicial para que se llevara a cabo una audiencia inicial, pero debido a que no se presentó la asistencia consular ni las personas intérpretes del consulado la audiencia se pospuso, luego se volvió a posponer por la suspensión de labores del Poder Judicial de la Federación.
A finales de 2024 se identificó que las autoridades penitenciarias hicieron firmar a Carmen, que no sabe leer ni escribir, una solicitud para ser trasladada al penal de Escobedo, en Nuevo León. Con apoyo de una persona intérprete le hicieron creer que estaba firmando su traslado a la Ciudad de México. Estos hechos ya fueron notificados al juzgado de ejecución para que dicte las medidas necesarias.

Según expertos, el Clan del Golfo es la organización criminal más poderosa de Colombia y dominan rentas ilegales como la extorsión, el narcotráfico, la migración y la minería ilegal.
Nuevo capítulo en la campaña de Estados Unidos contra el narcotráfico y el crimen organizado en América Latina.
El Ejército Gaitanista de Colombia (EGC), más conocido como Clan del Golfo, fue designado como organización terrorista extranjera por el Departamento de Estado estadounidense.
“Es una organización violenta y poderosa con miles de miembros. Su principal fuente de ingresos es el tráfico de cocaína, que utiliza para financiar sus actividades violentas”, según un comunicado de la oficina liderada por Marco Rubio.
Surgido de remanentes del paramilitarismo de los años 90, el EGC, que defiende tener motivos políticos, es considerado el grupo criminal más poderoso de Colombia.
Es la cuarta agrupación armada colombiana que EE.UU. incluye en su lista de organizaciones terroristas extranjeras, uniéndose así al Ejército de Liberación Nacional (ELN), las FARC-EP y la Segunda Marquetalia, disidencias de las FARC que se desmovilizaron tras el acuerdo de paz de 2016.
La decisión de Washington ocurre en un momento de alta tensión en América Latina.
Desde septiembre, militares estadounidenses han atacado a decenas de supuestas embarcaciones narco en el Caribe y Pacífico sudamericanos donde han muerto al menos 95 personas.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha reiterado que la campaña contra el narcotráfico pronto incluirá acciones terrestres en Venezuela.
Trump acusa a su homólogo venezolano, Nicolás Maduro, de liderar una organización criminal llamada Cartel de los Soles, algo que Maduro niega.
El estadounidense tampoco ha descartado que los ataques se extiendan a territorio colombiano, donde más cocaína se produce en el mundo, generando fuertes críticas del presidente Gustavo Petro, al que EE.UU. sancionó recientemente por presuntos vínculos con el narcotráfico.
El Clan del Golfo, por su parte, se encuentra en negociaciones con el gobierno de Petro como parte de la estrategia de “paz total”.
La designación del grupo como organización terrorista por parte de EE.UU. parece poner todo este contexto en vilo.
La extensa región del Urabá, fronteriza con Panamá y alrededor de un golfo con salida al Caribe, fue dominada en los 90 por las guerrillas del Ejército Popular de Liberación (EPL) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Luego entraron las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el ejército paramilitar que enfrentaba a la insurgencia.
El EPL y las AUC marcaron el origen de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, o Clan del Golfo, puesto que exmiembros de ambos bandos, en teoría opuestos y desmovilizados, se articularon en una nueva agrupación que, bajo la mirada de analistas y el Estado, adquirió un corte más criminal que político.
Las AGC, hoy llamadas EGC, crecieron en poder y control territorial.
Una investigación de la Fundación Pares en Colombia estima que el grupo está presente en 302 de los alrededor de 1.100 municipios del país.
Según expertos, es esa la clave por la cual hoy dominan rentas ilegales como la extorsión, el narcotráfico, la migración y la minería ilegal.
Víctor Barrera, investigador del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) en Bogotá, señaló que el grupo “tiene una gran capacidad de movilidad en el territorio, porque operan a través de la subcontratación de servicios específicos según lo demande la situación”.
Este sistema, similar al de franquicias empresariales y con integrantes asalariados, dificulta saber su extensión y les facilita encontrar reemplazo rápido a los líderes que son capturados o dados de baja.
“Hoy se estima que el EGC tiene alrededor de 9.000 miembros, según cifras oficiales, aunque se está llevando a cabo un nuevo conteo en que seguramente aumentará el dato”, le dice a BBC Mundo Gerson Arias, investigador asociado en la Fundación Ideas para la Paz (FIP).
Arias señala que una tercera parte del grupo actúa como ejército, mientras que el resto son redes de apoyo, “milicias y redes de inteligencia”, que en el interior de la organización como “puntos urbanos, rurales o militares”.
Los tentáculos del Clan también han sido detectados en países como Brasil, Argentina, Perú, España y Honduras, donde algunos de sus miembros han sido capturados.
Durante 15 años, desde comienzos de los 2000, la organización fue controlada por los hermanos Dairo Antonio (Otoniel) y Juan de Dios Úsuga.
Al grupo también se le solía llamar Clan Úsuga.
Otoniel se convirtió en líder máximo cuando su hermano murió a manos de la Policía Nacional durante un asalto a una “narcofiesta” de fin de año, el 1 de enero de 2012.
Otoniel fue el criminal más buscado de Colombia hasta su captura y extradición a EE.UU. en 2021. Hoy cumple 45 años de condena en una prisión estadounidense.
Tras su caída, los nombres de sus sucesores aparecieron rápido en medios colombianos.
Uno de ellos, Wílmer Giraldo, alias Siopas, fue asesinado en 2023 presuntamente por miembros de su propia organización.
Otro, Jesús Ávila, conocido como “Chiquito Malo”, comanda al EGC y es uno de los hombres más buscados del país sudamericano.
Los analistas de Pares indican que el modelo de operación del EGC, flexible y basado en acuerdos con estructuras locales legales e ilegales, les permite crecer sin necesidad de confrontaciones abiertas.
En los últimos años, los también conocidos como “Urabeños” ampliaron su presencia en otros territorios como el Bajo Cauca, Córdoba, norte del Chocó y parte del Magdalena Medio.
“Este crecimiento se apoyó en la capacidad de absorber bandas locales, presionar a autoridades municipales y ocupar espacios donde la Fuerza Pública no logró mantener una presencia suficiente y permanente”, dice un informe de Pares.
El grupo también ha destacado por su flexibilidad y diversificación económicas.
Durante los cierres de la pandemia en 2020 y 2021 ofrecían bienes y servicios y cuando explotó el éxodo migratorio por el Darién se aliaron con comunidades locales para sacar cuantiosas rentas del fenómeno.
Al igual que otros grupos armados en Colombia, el EGC aprovechó con éxito los espacios dejados por la desmovilización de las Farc.
Entre 2022 y 2025, Pares señala que los gaitanistas crecieron a menor ritmo, aunque reportes de su expansión a zonas mineras en el sur del departamento de Bolívar muestran una búsqueda de incrementar más su presencia territorial.
Cuando Petro llegó al gobierno en agosto de 2022, prometió negociar con varios grupos armados en su búsqueda de la paz total.
Su iniciativa de también conversar con el EGC generó críticas en el país, ya que expertos y opositores políticos dudan sobre cómo una organización, considerada como criminal por el Estado colombiano, renunciará a las armas y las rentas millonarias que deja su control territorial.
El EGC se considera a sí mismo como grupo político y reclama recibir un trato similar al de las guerrillas y los paramilitares en las negociaciones de paz.
Recientemente, en una reunión en Doha, Qatar, representantes del EGC y el gobierno colombiano firmaron un acuerdo para trabajar progresivamente hacia un posible desarme y la pacificación de territorios.
El tiempo corre en contra de Petro, quien terminará su mandato en agosto de este año.
Las acciones de EE.UU., que no parece cedar en su ofensiva contra el narcotráfico en América Latina, añaden más incertidumbre si cabe a unas negociaciones de paz en Colombia que no dan los resultados esperados.
Y, a la vez, alimentan el temor de que se produzcan ataques en territorio colombiano, como ha advertido Trump.
Ya lo dijo el Departamento de Estado en su anuncio: “EE.UU. seguirá usando todas las herramientas disponibles para proteger nuestra nación y detener las campañas de violencia y terror cometidas por carteles internacionales y organizaciones criminales transnacionales”.
Petro consideraría cualquier amenaza contra la soberanía colombiana como una “declaración de guerra”, según ha expresado.
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