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Lobas del Manglar: las mujeres asumen el liderazgo para defender la pesca artesanal de bivalvos en Sinaloa
Lobas del Manglar: las mujeres asumen el liderazgo para defender la pesca artesanal de bivalvos en Sinaloa
Lobas del Manglar recolectando semilla de ostión para llevar a su proyecto de cultivo de ostión silvestre. Foto: cortesía Yorjana Pérez
9 minutos de lectura

Lobas del Manglar: las mujeres asumen el liderazgo para defender la pesca artesanal de bivalvos en Sinaloa

Su trabajo como recolectoras artesanales de almejas, ostiones y pata de mula sostiene la economía de sus familias en el Sistema Lagunar Altata-Ensenada del Pabellón en Sinaloa.
06 de julio, 2025
Por: Astrid Arellano / Mongabay

Ser pescador es casi un destino heredado en la sangre. “Uno nace en el charco”, dice entre risas Vanesa Inzunza, hija de una familia que ha vivido del mar por generaciones. Se recuerda a los cinco años, a bordo de una panga movida a remo, junto a su padre y sus hermanos, rumbo a alguna playa solitaria de Altata, en Sinaloa, al noroeste de México. Pasaban varios días allí, recolectando almejas hasta llenar sus cubetas y sacos. Eran otros tiempos. Hoy, con los bivalvos cada vez más escasos, un solo día basta para ir y volver en una panga con motor.

“Seguimos la tradición porque de ahí venimos”, dice la pescadora. “A veces uno ya no va por trabajo, sino por puro gusto”. De adulta, Inzunza continúa recorriendo los manglares al amanecer, en búsqueda de ostiones, almejas negras y pata de mula, pero ahora con una compañía distinta: las mujeres de su familia y su comunidad. Juntas crearon Lobas del Manglar, la primera cooperativa organizada y liderada por mujeres en el campo pesquero Las Aguamitas. Son 12 pescadoras de bivalvos que se abrieron espacio en un oficio usualmente dominado por los hombres.

Aunque las mujeres han estado históricamente presentes en la pesca, lo han hecho mayormente trabajando en la comercialización de los recursos pesqueros —limpiando, empaquetando, vendiendo o preparando comida del mar—, en roles invisibilizados y acompañando las actividades de sus esposos, padres u otros familiares varones.

Las Lobas del Manglar es una cooperativa integrada por 12 mujeres pescadoras y recolectoras de bivalbos en el campo pesquero Las Aguamitas, Sinaloa. Foto: cortesía Yorjana Pérez
Las Lobas del Manglar es una cooperativa integrada por 12 mujeres pescadoras y recolectoras de bivalbos en el campo pesquero Las Aguamitas, Sinaloa. Foto: cortesía Yorjana Pérez

 

“En las cooperativas, desafortunadamente, a las mujeres las encontrábamos registradas solo para alcanzar los números necesarios para obtener subsidios”, explica Martha Rosales, coordinadora de proyecto en el Sistema Lagunar Alta-Ensenada del Pabellón para Environmental Defense Fund (EDF), organización que trabaja en Sinaloa desde hace más de 15 años, y que ha acompañado a las Lobas del Manglar desde su proceso de constitución.

“Su papel era únicamente ser un nombre en una lista, porque no necesariamente participaban en la toma de decisiones de las asambleas. Eso era algo que había que cambiar”, asegura Rosales.

Leer: Una cooperativa busca repoblar el callo de hacha y restaurar el Mar de Cortés desde Bahía de Kino

Tanto en las cooperativas como frente a las autoridades ambientales y de pesca, las mujeres organizadas se encontraron con un camino agreste y cuesta arriba.

Yorjana Pérez, integrante de Lobas del Manglar, una cooperativa de mujeres pescadoras de bivalvos en Sinaloa, México. Foto: cortesía Carlos Aguilera / EDF México
Yorjana Pérez, integrante de Lobas del Manglar, una cooperativa de mujeres pescadoras de bivalvos en Sinaloa, México. Foto: cortesía Carlos Aguilera / EDF México

 

“Nos enfrentamos al machismo. No teníamos voz ni voto, no nos daban permisos de pesca, y no podíamos decir nada porque nunca se había visto que las mujeres se organizaran en cooperativas pesqueras”, dice Yorjana Pérez, sobrina de Inzunza e integrante de Lobas del Manglar, encargada de temas medioambientales. “Era algo nuevo y a veces, cuando las personas no están acostumbradas, hay un poco de miedo. Decían: ‘Estas vienen a quitarnos el lugar’, o ‘quieren andar de metiches aquí con uno’. También decían que éramos ‘una bola de mujeres alboroteras’ y que ‘no teníamos negocio’ en nuestras casas”, cuenta la pescadora.

Pero estar en sus casas ya no era una opción. “Lo que queríamos era trabajar y sacar adelante a la familia, apoyar en lo económico y hacer algo propio”, agrega Pérez. “También queríamos visibilizarnos porque, como dice mi tía, desde que tiene uso de razón está metida en el mar y ya era hora de que las mujeres tuvieran ese reconocimiento”.

Yorjana Pérez y Vanesa Inzunza, integrantes de Lobas del Manglar; Yanett Castro, representante de Almejeras de Santa Cruz. Foto: cortesía Vladimir Pelcastre
Yorjana Pérez y Vanesa Inzunza, integrantes de Lobas del Manglar; Yanett Castro, representante de Almejeras de Santa Cruz. Foto: cortesía Vladimir Pelcastre

Un sistema lagunar esencial

En la costa central de Sinaloa, el Sistema Lagunar Altata-Ensenada del Pabellón se despliega como un vasto humedal biodiverso y productivo, crucial tanto para la conservación ecológica como para la subsistencia de las comunidades pesqueras que dependen de él. A lo largo de 55 kilómetros —27 pertenecientes a la laguna Altata y 28 a la Ensenada del Pabellón— este ecosistema ubicado en los municipios de Navolato y Culiacán, alberga una sorprendente diversidad biológica que sostiene una de las pesquerías más importantes del estado.

Según su plan de manejo, publicado en 2019, en sus aguas se reproducen más de 34 especies de moluscos bivalvos, base de la economía local, junto con camarones, jaibas, tiburones, rayas y peces de escama como la curvina y el róbalo. Pero su riqueza no se limita a los recursos marinos: el estuario también representa un refugio para 376 especies de aves residentes y migratorias —29 de ellas bajo protección oficial— que llegan en parvadas de hasta 100 000 individuos. Debido a su ubicación en el Corredor Migratorio del Pacífico, incluso está clasificado como Humedal Prioritario en México por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y Sitios Ramsar.

Altata desde el aire. Foto: cortesía Pronatura Noroeste
Altata desde el aire. Foto: cortesía Pronatura Noroeste

En sus playas y canales anidan tortugas golfinas (Lepidochelys olivacea) y cocodrilos de río (Crocodylus acutus), mientras que los delfines nariz de botella (Tursiops truncatus), habitantes frecuentes de sus aguas, le dan nombre a su boca principal: la Boca de La Tonina. A pesar de su valor biológico, económico y cultural, el sistema enfrenta amenazas crecientes. Las descargas de aguas residuales provenientes de la ciudad de Culiacán, junto con la contaminación por agroquímicos utilizados en la agricultura intensiva —fertilizantes, pesticidas y sedimentos—, están deteriorando la calidad del agua y poniendo en riesgo los manglares y hábitats costeros.

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En este contexto se encuentra el campo pesquero Las Aguamitas. Es vecina de otras seis comunidades pesqueras que en su conjunto suman unos 1900 pescadores y sus familias, que igualmente dependen del sistema lagunar.

Lobas del Manglar cortando ostión de mangle. Foto: cortesía Yorjana Pérez
Lobas del Manglar cortando ostión de mangle. Foto: cortesía Yorjana Pérez

“El campo Las Aguamitas es un lugar grande y bonito. Desde que entras, empiezas a ver árboles y mucho color. Miras su paisaje y respiras un aire fresco”, describe Griselda Quintana, monitora de recursos pesqueros y habitante de esta comunidad. “También tiene su parte desértica junto al mar y en sus manglares tiene muchas brechas, muchas salidas, como si fueran calles para llegar a la bahía. Todos esos componentes lo hacen único”.

Quintana se sumó a los esfuerzos de EDF y Pronatura Noroeste para impulsar una pesca sustentable en la región. Desde hace unos siete años, tras participar en una serie de capacitaciones, se dedica a construir las bases de datos de los monitoreos en el sistema lagunar. Para ello, visita regularmente a las y los pescadores de la zona, y al finalizar sus jornadas en el mar, registra la información de sus capturas.

Bivalvos del Sistema Lagunar Altata – Ensenada de Pabellón. Infografía: cortesía EDF
Bivalvos del Sistema Lagunar Altata – Ensenada de Pabellón. Infografía: cortesía EDF

Su trabajo no solo consiste en medir, contar y pesar bivalvos. También le ha permitido entender cómo cambian los ciclos naturales de las especies a lo largo del año. “El monitoreo te da cuenta de lo que realmente hay”, dice. Gracias a esta labor, ha observado cómo varía el tamaño de la almeja negra o la pata de mula según la temporada, y cómo hay meses de abundancia y otros en los que apenas se llena una cubeta.

Además, ha identificado diferencias entre los bancos: algunos tienen moluscos más grandes o limpios, otros están contaminados o casi vacíos, aun estando en la misma bahía. En años recientes, incluso ha colaborado en el análisis de la calidad del agua, detectando que en zonas más limpias el producto crece más rápido y saludable, mientras que en áreas afectadas por descargas de aguas contaminadas, la vida simplemente desaparece.

Las monitoras de recursos pesqueros recopilan datos de interés para la toma de decisiones en el manejo del Sistema Lagunar Alta-Ensenada del Pabellón. Foto: cortesía Almejeras de Santa Cruz
Las monitoras de recursos pesqueros recopilan datos de interés para la toma de decisiones en el manejo del Sistema Lagunar Alta-Ensenada del Pabellón. Foto: cortesía Almejeras de Santa Cruz

Durante un año, monitoras como Griselda Quintana participaron en un muestreo intensivo coordinado por especialistas, en el que aprendieron a tomar parámetros ambientales como temperatura y salinidad, y a recolectar muestras biológicas.

“Hicimos una serie de cuadrillas y Las Lobas fueron una de ellas”, explica Martha Rosales, de EDF. “Una pescadora se sumergía para extraer los animalitos que luego servían para estudios de histología y análisis biológico pesquero”.

Esta información alimentó una evaluación de stock sin precedentes, con la que hoy se cuenta con los datos más actualizados sobre los recursos de bivalvos en la región. “Ahora esa información se trabaja con investigadores y autoridades pesqueras para tomar mejores decisiones de manejo por especie”, concluye Rosales.

La labor de las monitoras incluye sensibilizar a las y los pescadores sobre la importancia de respetar las tallas mínimas de captura, devolviendo al agua aquello que aún no está listo. Toda esta información se utiliza para tomar decisiones de manejo.

Concepción Mondragón Lugo, integrante de Lobas del Manglar, desconchando ostión. Foto: cortesía Yorjana Pérez
Concepción Mondragón Lugo, integrante de Lobas del Manglar, desconchando ostión. Foto: cortesía Yorjana Pérez

“Siempre se ha pretendido eso: no sobreexplotar nuestro recurso”, explica Quintana, “porque aquí hay muchas familias que dependen de la pata de mula, la almeja negra y el ostión”.

Eso es algo que las Lobas del Manglar tienen muy claro: la pesca de bivalvos no solo depende del oficio aprendido, sino de entender los ritmos del mar. “Depende de la marea”, explica Vanesa Inzunza. “Si está baja por la mañana, a veces ando desde las cuatro”, agrega. El horario no lo pone el reloj, sino la naturaleza.

En el Sistema Lagunar Altata-Ensenada del Pabellón se reproducen más de 34 especies de moluscos bivalvos, base de la economía local. Foto: cortesía Carlos Aguilera / EDF México
En el Sistema Lagunar Altata-Ensenada del Pabellón se reproducen más de 34 especies de moluscos bivalvos, base de la economía local. Foto: cortesía Carlos Aguilera / EDF México

Cuando la marea está baja, el trabajo se agiliza. Los ostiones son visibles, se pueden cortar de las raíces de los manglares con mayor precisión y rapidez. Pero si el agua sube, todo cambia. En esas condiciones, su técnica cambia: se guía por el tacto, tanteando el fondo y las raíces con las manos para identificar los moluscos. “Usted viene y se arranca los dedos”, advierte, medio en broma, medio en serio: sin práctica, el riesgo de cortarse es alto.

Su experiencia le permite distinguir incluso los llamados “ostiones ahogados”, que han caído del mangle al fondo lodoso. “Se caen como si fueran mangos”, dice Inzunza. Son los mejores: grandes, gordos y limpios. Para encontrarlos, se zambulle bajo las raíces, palpa el suelo y reconoce el tamaño y la forma con los dedos.

El conocimiento tradicional que Inzunza ha desarrollado no solo le permite recolectar de forma más eficiente, también le da criterio para decidir qué moluscos deben quedarse en el ecosistema. “El chico lo dejo”, dice con convicción. Sabe que conservar los ejemplares pequeños es clave para que los bancos se mantengan vivos y productivos.

Vanesa Inzunza, representante de Lobas del Manglar. Foto: cortesía Yorjana Pérez
Vanesa Inzunza, representante de Lobas del Manglar. Foto: cortesía Yorjana Pérez

Una escuelita en el mar

Las niñas y los niños que hoy crecen en estas comunidades no alcanzaron a conocer el mar generoso que disfrutaron sus madres. Pero ellas no quieren heredarles solo el recuerdo de lo perdido, sino la posibilidad de recuperarlo. Con esa visión nació la Escuelita de Conservación, una iniciativa impulsada por las cooperativas de mujeres que lleva talleres a las escuelas primarias.

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A través de juegos, cuentos y actividades en el aula, buscan que las infancias se reencuentren con el mar, no solo como paisaje, sino como un espacio vivo que puede restaurarse si se cuida en comunidad.

“Tomamos talleres para saber cómo llegar a los niños, les llevamos juegos y premios, pero al mismo tiempo están aprendiendo sobre la Carta Nacional Pesquera, vedas, manglares y la importancia de los humedales”, detalla Yanett Castro, fundadora y representante de Las Almejeras de Santa Cruz, cooperativa hermana de las Lobas, ubicada en el mismo sistema lagunar, pero un poco más al norte, en Altata. Fundada en 2017, fue la primera organización pesquera integrada y liderada por mujeres en la región. Su experiencia ha sido fundamental para abrir camino a otras cooperativas femeninas que hoy también participan activamente en la pesca sustentable.

La Escuelita de Conservación es una iniciativa liderada por las mujeres cooperativistas del Sistema Lagunar Alta-Ensenada del Pabellón. Foto: cortesía Almejeras de Santa Cruz
La Escuelita de Conservación es una iniciativa liderada por las mujeres cooperativistas del Sistema Lagunar Alta-Ensenada del Pabellón. Foto: cortesía Almejeras de Santa Cruz

Lo que las cooperativas de mujeres buscan es lograr que sus familias vean que sí hay un futuro para la pesca. “Pero eso solo va a suceder si se suman a ser pescadores responsables, que cuiden el medio ambiente”, concluye Castro. “Es la única fórmula que creemos que puede salvar el mar, la vida y que las futuras generaciones puedan salir adelante”.

Para Yorjana Pérez, el mar representa su árbol genealógico. “Ahí están todas nuestras vivencias, nuestras añoranzas y el legado familiar que nos han heredado”, explica. Para ella, como para tantas mujeres de la costa, no se trata solo de subsistir, sino de dignificar su oficio y defender el territorio que les da vida. “Queremos que se valore lo que hacemos como mujeres de mar, y que defiendan con nosotras este lugar. Porque sí se puede trabajar con dignidad, con respeto por la naturaleza y por todo lo que nos rodea aquí”.

Almejeras de Santa Cruz durante un recorrido de vigilancia en Altata, Sinaloa. Foto: cortesía Almejeras de Santa Cruz
Almejeras de Santa Cruz durante un recorrido de vigilancia en Altata, Sinaloa. Foto: cortesía Almejeras de Santa Cruz

 

 

 

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Imagen BBC
Los aterradores supercarnívoros que dominaron la Tierra mucho antes que los dinosaurios
16 minutos de lectura

Millones de años antes de la aparición del T. rex, la Tierra estuvo habitada por otros terroríficos depredadores.

02 de julio, 2025
Por: BBC News Mundo
0

Mucho antes del Tyrannosaurus rex, la Tierra estaba dominada por supercarnívoros mucho más extraños y aterradores que cualquier cosa imaginada por Hollywood.

Los dos animales caminaron en círculo, cada uno evaluando el robusto y lampiño cuerpo de su rival. Con dientes de sable que parecen cuchillos de carne, garras penetrantes y una piel tan gruesa como la de un rinoceronte, estos animales abrieron sus mandíbulas en un ángulo de casi 90 grados y se lanzaron a la batalla.

Los dientes de uno de ellos se cerraron sobre el costado derecho del otro y en una fracción de segundo todo llegó a su final. Al hundir, como si fueran agujas calientes penetrando cera, sus caninos de 12,7 cm en el hocico cuadrado de su oponente, el atacante se adjudicó la victoria. Este relato, o algo muy parecido, ocurrió en realidad.

En un día soleado de marzo de 2021, aproximadamente 250 millones de años después de esta gran batalla, Julien Benoit recibió un contenedor de apariencia poco prometedora, además de una invitación a que le echara un vistazo.

Estaba trabajando en una oficina del Museo de Historia Natural Iziko de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, a donde había sido invitado a visitar las colecciones de fósiles de la universidad. El recipiente era una caja de cartón muy vieja y sencilla.

“No se había abierto en por lo menos 30 años”, dice Benoit, profesor asociado de estudios evolutivos en la Universidad de Witwatersrand, Johannesburgo.

Dentro había un montón de huesos, incluyendo innumerables cráneos, muchos de los cuales estaban mal etiquetados.

Mientras los revisaba y reclasificaba, asignándolos a especies extintas hace mucho tiempo, notó una pequeña superficie brillante.

Capas de piedra arcillosa pérmica de rayas multicolores en las orillas del río Sukhona.
Getty Images
Las formaciones rocosas cuentan la historia de nuestro planeta, y de los habitantes que han vivido en él.

“Fue un momento emocionante. Supe de inmediato lo que estaba viendo”, dice Benoit.

Con una amplia sonrisa fue a visitar a su colega y le pidió prestado su microscopio para observar más de cerca. La superficie brillante pertenecía a un diente. Era puntiagudo y redondeado, y estaba incrustado en el cráneo de otro animal, probablemente de la misma especie.

Benoit cree que dos individuos del tamaño de un lobo habían estado luchando por el dominio antes de que uno de sus dientes más pequeños se rompiera.

Pero este no era el diente de un dinosaurio. Era un artefacto de un mundo olvidado hace mucho tiempo, inmortalizado en piedra mucho antes de que aparecieran el T. rex, el Spinosaurus o el Velociraptor.

El cráneo pertenecía a una especie no identificada de gorgonopsio, un grupo de astutos superdepredadores que acechaban la Tierra hace unos 250 a 260 millones de años, persiguiendo presas grandes y arrancándoles trozos de carne para tragárselos enteros.

Este era el Pérmico, una oscura era de la historia geológica donde el planeta estaba gobernado por bestias gigantescas y escalofriantes que corrían con un característico contoneo y a veces se alimentaban de tiburones.

Durante esta era, ocasionalmente había más carnívoros que presas para comer en tierra.

Un mundo extraño

El Pérmico comenzó hace unos 299 a 251 millones de años, cuando toda las tierras del planeta se había fusionado en una única masa con forma de conejo: el supercontinente Pangea, rodeado por un vasto océano global llamado Panthalassa.

Esta fue una era de extremos.

Una imagen virtual de cómo se pudo ver la Tierra con el megacontinente Pangea
Getty Images
Hace 250 millones de años, las plataformas continentales de la Tierra estaban todas unidas, formando el súpercontinente Pangea.

Comenzó con una edad de hielo que convirtió la mitad sur del continente en un bloque continuo de hielo y contuvo tanta agua que el nivel global del mar descendió hasta 120 m.

Una vez finalizada esta etapa, el supercontinente se calentó y se secó gradualmente.

Con tal extensión de tierra continua, el interior no se benefició de los efectos refrescantes ni humectantes del océano, y se crearon franjas de tierra baldía.

Para el Pérmico medio, la parte central de Pangea era principalmente un desierto salpicado con algunas plantas coníferas, y puntuadas con las ocasionales inundaciones.

Algunas zonas eran casi inhabitables, con temperaturas que en ocasiones alcanzaban los 73°C, lo suficientemente altas como para asar un pavo a fuego lento.

“Así que había bastante aridez, pero aun así, más humedad en las zonas periféricas, y ciertamente en los hemisferios norte y sur, había abundante vegetación”, afirma Paul Wignall, profesor de paleoambientes de la Universidad de Leeds, Reino Unido.

Una ilustración en la que se ven dos Moschops, lagartos cuadrúpedos verdes con manchas rojas, cuya altura llega al pecho de una persona.
Emmanuel Lafont/BBC
El Pérmico estuvo lleno de criaturas extrañas como el arrugado herbívoro Moschops, parecido visualmente a las ranas, pero del tamaño de un buey almizclero.

Luego, hacia el final del Pérmico, el planeta entero se calentó abruptamente unos 10°C —aproximadamente el doble de lo que sería el peor escenario en la actualidad, si las emisiones de gases de efecto invernadero siguieran aumentando sin control—.

Esto sentó las bases para la mayor extinción masiva de la historia de la Tierra y las condiciones en las que los dinosaurios prosperarían.

Pero en esta era, la evolución del T. rex aún estaba lejos.

De hecho, la mayoría de los dinosaurios que hoy en día consideramos como icónicos estuvieron tan lejos en el tiempo del Pérmico como nosotros estamos de los dinosaurios.

En el Pérmico, los animales terrestres más grandes eran los sinápsidos, un grupo peculiar con una variedad caleidoscópica de formas y rasgos corporales, desde el Cotylorhynchus, lagartos parecidos a los tritones actuales con una cabeza extrañamente diminuta y la masa de un alce pequeño, hasta el ridículo Estemmenosuchus, que parecía un hipopótamo con un sombrero de fiesta de papel maché abultado.

Los sinápsidos compartían su mundo con una variedad de otros animales salvajes excéntricos.

Los cielos estaban dominados por insectos similares a libélulas del tamaño de patos, los Meganeuropsis.

En agua dulce, había que enfrentarse a anfibios carnívoros de 10 metros de largo, con hocicos largos y reactivos que se asemejaban a los de los cocodrilos.

Mientras tanto, los océanos eran patrullados por misteriosos peces parecidos a tiburones con “sierras” dentadas circulares en la boca.

Se cree que Helicoprion utilizaba su herramienta brutal para abrir las conchas de las amonitas y cortar los cuerpos de presas grandes y de rápido movimiento.

Una ilustración 3D de helicoprion.
Getty Images
Los científicos aún debaten cómo se veían los dientes en sierra del helicoprion, aquí una representación artística de cómo se podría ver.

“Había tantas criaturas raras y extravagantes… Creo que esto simplemente deja en evidencia lo vibrante que fue esta época”, afirma Suresh Singh, investigador visitante de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Bristol, Reino Unido.

De hecho, esta fue la primera vez que los animales de cuatro patas completamente dominaron la vida terrestre. Antes del Pérmico vino la era de los Anfibios, cuando la mayoría de las especies aún estaban ligadas al agua durante al menos parte de sus vidas, explica Singh.

Pero los sinápsidos tenían una gran ventaja sobre los anfibios: podían incubar a sus crías dentro de sus propios cuerpos o poner huevos grandes que conservaban su propia humedad. Básicamente, contaban con su propio “estanque privado” portátil, por lo que ya no necesitaban lagos ni ríos para reproducirse.

El grupo también desarrolló impermeabilización en sus cuerpos, lo que les permitió vivir en una amplia variedad de entornos.

Si bien algunos de los primeros sinápsidos tenían escamas, se cree que otros tenían una piel dura y desnuda. En general, eran animales de sangre fría y de movimientos lentos, pero aún así encontraban la manera de clavar sus garras en su comida favorita: la carne.

Pioneros del terror

En el Pérmico, los sinápsidos eran completamente diferentes a todo lo que se había visto antes en la Tierra.

Y una de las características que realmente los diferenciaba de la competencia era su enorme dentadura. Ya fuera que la dieta de un animal requiriera triturar, masticar, desgarrar o cortar trozos de comida —a menudo carne— estas bestias estaban bien equipadas para la tarea.

Una ilustración de cómo pudo verse Cotylorhynchus, un gran herbívoro del Pérmico.
Getty Images
En el Pérmico empezaron a evolucionar animales terrestres de cada vez más tamaño, antecediendo a los grandes lagartos que vendrían después.

En lugar de simplemente tener muchos dientes con formas similares a las de sus ancestros, tenían una auténtica navaja suiza en la boca, desde incisivos hasta caninos.

“Así pues, los herbívoros comen muchísimas plantas diferentes que aportan más nutrientes”, afirma Singh.

Esto les permitió desarrollar cuerpos más grandes, lo que, a su vez, se tradujo en más calorías para los carnívoros, lo que les permitió convertirse en gigantes. “Los sinápsidos crecieron muy rápido”, añade Singh.

Pronto, Pangea se vio invadida por depredadores.

Es cuando aparece el Dimetrodon, la versión del dragón de Komodo del Pérmico.

Estos animales eran tres veces y media más grandes que sus homólogos modernos, llegando a pesar hasta 250 kg y eran algo más imponentes, con altas “velas” radiales que recorrían todo su lomo.

Estos superdepredadores se pavonearon por las zonas pantanosas de Pangea durante decenas de millones de años, devorando todo lo que encontraban a su paso, desde pequeños reptiles y anfibios hasta gigantescos sinápsidos con cuerpo de barril como el Cotylorhynchus.

En un yacimiento de Texas, los paleontólogos descubrieron que había 8,5 veces más ejemplares de Dimetrodon que grandes presas, una proporción que sugiere una sobreabundancia radical de depredadores, en comparación con lo que cabría esperar según las cadenas tróficas modernas.

Sin embargo, esta misteriosa supuesta “escasez de carne” en tierra se resolvió cuando los científicos descubrieron que los dientes del depredador de lomo avellanado se mezclaban con los esqueletos de tiburones Xenacanthus.

El Dimetrodon había estado cubriendo las carencias de su dieta cazando peces gigantes de agua dulce, y viceversa. Cerca de los restos de Xenacanthus, los investigadores encontraron huesos de Dimetrodon que habían sido masticados por Xenacanthus.

Una ilustración en la que se ve a un Dimetrodon, reptil de cuatro patas con una estructura similar a una vela que le sale de la espalda, con la que se ve más alto que una persona.
Emmanuel Lafont/ BBC
Al igual que otros sinápsidos tempranos, el Dimetrodon habría tenido un andar extendido que recordaba al de los cocodrilos.

Pero una característica del Dimetrodon ha dejado a los científicos preguntándose durante siglos: ¿para qué servían las “velas” espinosas de su lomo?

En 1886, el paleontólogo Edward Drinker Cope sugirió que una característica similar en un pariente cercano del género podría haber funcionado como una serie de velas literales, como las de un barco.

Cope especuló que los animales usaban sus velas para navegar por lagos, aprovechando el viento. Sin embargo, Cope se equivocó.

La siguiente idea fue que la vela del Dimetrodon actuaba como un panel solar, ayudando a los animales a calentarse rápidamente para poder perseguir a sus presas.

Lamentablemente, las leyes de la física también desbarataron esa teoría. Utilizando el tamaño del Dimetrodon para estimar su tasa metabólica típica, los investigadores calcularon que sus velas habrían sido inútiles para la termorregulación en los miembros más pequeños del grupo, que, sin embargo, invertían mucha energía en la construcción de estas elaboradas estructuras.

De hecho, las velas podrían haber puesto a algunas especies de Dimetrodon en riesgo de hipotermia, al irradiar calor lejos del cuerpo. En cambio, se cree que desempeñaban un papel en el cortejo, ayudando a los monstruos a atraer parejas.

A medida que avanzaba el Pérmico, también lo hicieron los gustos gastronómicos del Dimetrodon.

Si bien inicialmente tendían a cazar presas más pequeñas o de su mismo tamaño, con el tiempo se inclinaron hacia festines más ambiciosos, enfrentándose a presas cada vez más grandes.

Y aquí, una vez más, los dientes lo eran todo: el Dimetrodon posterior poseía dientes serrados y curvos, ideales para agarrar y desgarrar la carne de presas que no podían tragarse enteras. También podían reemplazar sus dientes si se perdían o se rompían, una gran ventaja al cortar trozos duros de carne.

Pero a pesar de sus dientes serrados, nunca llegó a perfeccionar todo el equipo necesario para aprovechar eficazmente la nueva abundancia de presas de gran tamaño, afirma Singh.

Lo que los supercarnívoros del Pérmico realmente necesitaban, explica, eran mandíbulas más anchas. Esto crearía más espacio para la inserción de los músculos, lo que permitiría una mordida más potente.

Y esto dejó un hueco en el mercado. Otros carnívoros estaban más que encantados de ocuparlo.

Ágiles depredadores

El mayor depredador del Pérmico fue el Anteosaurus.

Como la cría mutante de un tigre y un hipopótamo, alcanzaba unos 6 metros de largo, y contaba con un apetito similar.

Un gráfico en el que se ilustra el Anteosaurus, un reptil cuadrúpedo con grandes caninos.
Emmanuel Lafont/ BBC
Benoit piensa en el Anteosaurus como el guepardo de su época.

“Es un premio considerable [cuando se excava uno], porque no se encuentran muchos”, dice Benoit. Con mandíbulas musculosas, brazos poderosos y dientes duros que trituraban huesos, estos carnívoros dominantes reinaron en Pangea hace unos 260 a 265 millones de años.

Para realzar su aspecto escalofriante y enmarcar sus enormes dientes, los Anteosaurus tenían crestas óseas en el cráneo, sobre las cuencas de los ojos, que evocaban las orejas de un gran felino.

“Habrían sido aterradores de ver… es lo más parecido a un T. rex en el Pérmico”, dice Benoit. “La cabeza, en general, está muy bien diseñada para matar animales grandes y triturar sus huesos”, añade.

Estos depredadores también eran sorprendentemente rápidos.

En 2021, Benoit y sus colegas examinaron en detalle el oído interno de un Anteosaurus, introduciendo el cráneo de un joven adolescente en un escáner de tomografía computarizada.

Esta región suele estar finamente afinada para el equilibrio en cazadores ágiles, y los investigadores descubrieron que la de este espécimen era radicalmente diferente a la de otros sinápsidos.

Compara las adaptaciones únicas del depredador con las de los guepardos o el Velociraptor. “Es muy, muy especial”, afirma. “Está muy bien desarrollado”.

El equipo también encontró características en el cerebro que indicaban que el Anteosaurus tenía una impresionante capacidad para estabilizar la mirada. “Eso significa que, cuando se fijaba en una presa, no dejaba de seguirla”, afirma Benoit.

Pero la supremacía del Anteosaurus duró poco: desaparecieron en una extinción masiva hace unos 260 millones de años. Pronto llegó la época de los gorgonopsios, el más poderoso de los cuales procede la especie Inostrancevia.

La “tierra de la sed”

Hoy en día, el Karoo es una franja de llanuras secas y abiertas del tamaño de Alemania, conocida como la “tierra de la sed”.

Pero hace 250 millones de años, la región era relativamente exuberante, centrada en un mar interior alimentado por una red fluvial.

Fósiles de dicinodontes en Argentina
Getty Images
Los dicinodontes eran una de las presas favoritas de los grandes carnivoros del Pérmico.

“Habría helechos, colas de caballo y especies primitivas de gimnospermas como pinos y gingkos. En ese momento, no había plantas con flores, por lo que no había flores ni hierba de ningún tipo”, afirma Kammerer.

En este entorno prehistórico, abundaban las presas grandes.

Enormes manadas de dicinodontes (herbívoros parecidos a hipopótamos con picos similares a los de las tortugas) vagaban por el paisaje junto a reptiles colosales y fuertemente acorazados conocidos como Pareiasaurus.

La primera señal de peligro para estos deambulantes herbívoros fue probablemente un Inostrancevia saltando desde un matorral o desde detrás de una colina, afirma Kammerer.

Teniendo en cuenta sus proporciones corporales, cree que probablemente eran depredadores de emboscada.

Tras una breve persecución, Kammerer sugiere que el Inostrancevia pudo haber sometido a su presa con sus extremidades anteriores y haberla matado con sus poderosas mandíbulas y dientes de sable, posiblemente usándolos para destriparla.

Luego arrancaban trozos de carne y se los tragaban enteros. “Eran incapaces de masticar”, dice Kammerer.

Una ilustración de la especie Inostrancevia, un carnívoro del Pérmico
Emmanuel Lafont/ BBC
La especie Inostrancevia tenía un patrón de crecimiento “indeterminado”, como las tortugas: simplemente seguían creciendo a medida que vivían.

Este animal podía permitirse el lujo de ser un poco descuidado.

A diferencia de los felinos dientes de sable que habitaron el mundo mucho más recientemente y posiblemente coincidieron con los humanos modernos, la especie Inostrancevia podía reemplazar fácilmente los dientes rotos o perdidos, como hacen los tiburones y muchos reptiles.

“A menudo se infiere que los felinos dientes de sable [fosilizados] que se encuentran con colmillos rotos murieron de hambre como resultado de ello”, dice Kammerer.

Sin embargo, a pesar de todas sus adaptaciones como cazadores profesionales, Kammerer cree que la mera presencia de Inostrancevia en Sudáfrica fue una señal ominosa, que presagió la mayor extinción masiva en la historia de la Tierra. Porque, de hecho, nunca deberían haber estado allí.

En cambio, se creía que Sudáfrica estaba habitada exclusivamente por otros gorgonopsios más pequeños.

Hace aproximadamente una década, un coleccionista de fósiles se topó con un ejemplar de Inostrancevia en el Karoo. Kammerer quedó intrigado. “De inmediato pensé: ‘¿Cómo es que esto está aquí?'”, dice.

Una gran mortandad

Volcanes en erupción
Getty Images
Se estima que el incremento de la actividad volcánica en la Tierra pudo traer un fin al periodo Pérmico.

Hoy en día, una pista permanece en las trampas siberianas, una región que abarca unos 5 millones de kilómetros cuadrados, compuesta íntegramente de roca basáltica.

Esta zona se formó al final del Pérmico, durante un período de intensa actividad volcánica que expulsó 10 billones de toneladas de lava.

Se cree que esto incrementó los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera terrestre a unas 8.000 partes por millón (ppm), en comparación con las aproximadamente 425 ppm actuales.

En poco tiempo, la temperatura global se disparó drásticamente, provocando la desaparición de miles de especies en la tierra y en los océanos. Durante la Gran Mortandad, o la extinción masiva del Pérmico-Triásico, se extinguió alrededor del 90 % de la vida.

“Por lo tanto, creemos que el mundo se calentó increíblemente, probablemente el más caliente de los últimos mil millones de años”, afirma Wignall. Esto no solo dificultó la supervivencia en la tierra, sino que fue particularmente catastrófico para la vida acuática.

“El efecto de un planeta muy caliente fue que se estancaron los océanos, por lo que básicamente perdieron el oxígeno en gran parte de la columna de agua. Sin oxígeno disuelto en el agua, las cosas se empiezan a morir”, afirma.

Pero a diferencia de las películas, este fin del mundo no ocurrió instantáneamente.

“Creo que cuando pensamos en extinciones masivas, solemos pensar en la que extinguió a los dinosaurios: un asteroide impacta la Tierra, vaporiza todo a su alrededor y luego levanta una nube de polvo, lo que prácticamente genera un invierno nuclear durante mucho tiempo”, afirma Kammerer.

La extinción del Pérmico, en cambio, se desarrolló a lo largo de cientos de miles de años, explica.

Un atardecer en el Gran Karoo, Sudáfrica central.
Getty Images
Los hallazgos en la cuenca del Karoo, en Sudáfrica, están revelando datos fascinantes sobre la vida en el Pérmico.

Ahora parece que los gorgonopsios que habitaban originalmente el Karoo se extinguieron silenciosamente mucho antes de que la Gran Mortandad alcanzara su apogeo.

La especie Inostrancevia simplemente cruzó Pangea para llenar el vacío de tamaño de depredador que habían dejado.

En la cuenca del Karoo, Kammerer señala que los ecosistemas se estaban desestabilizando mucho antes del principal pulso de extinción.

Los depredadores se extinguían y eran rápidamente reemplazados por otros. Y cree que esto nos enseña una lección: estamos más avanzados en la crisis de extinción de lo que nos gustaría admitir.

“Un ejemplo de lo que ya hemos visto es que aquí en Norteamérica, históricamente, teníamos un contingente bastante grande de mamíferos depredadores superiores, como osos, pumas y lobos”, dice Kammerer.

Ahora, en su ausencia, depredadores que antes eran de nivel medio, como los coyotes, se están volviendo dominantes. “Están expandiendo agresivamente sus áreas de distribución, habitando muchas zonas donde antes no vivían y, funcionalmente, asumiendo el rol de depredador superior”, afirma.

Al final, ni siquiera Inostrancevia sobrevivió: desapareció hace 251 millones de años, junto con todos los demás gorgonopsios y la gran mayoría de sus parientes sinápsidos.

Sin embargo, un puñado de especies logró sobrevivir, viviendo para aterrorizar a la fauna del Triásico.

Hoy en día, los depredadores sinápsidos siguen con nosotros.

Con el tiempo, algunos de los supervivientes de la extinción del Pérmico desarrollaron su propia calefacción central, pelaje y la capacidad de alimentar a sus crías con leche: los extraños monstruos del Pérmico son los ancestros de todos los mamíferos vivos hoy en día, incluidos los humanos.

*Esta es una adaptación de una historia publicada inicialmente en BBC Future. Para leerla en su idioma original, haz clic aquí.

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