Keren Selsy Ordoñez Hernández está por cumplir nueve años en prisión por un delito que no cometió. Durante su detención, los policías la sometieron a actos de tortura para que se declarara culpable de un secuestro en Tlaxcala y la amenazaron con lastimar e incluso desaparecer a su bebé de tan solo un mes.
En 2019, con los abogados de oficio que la representaban, recibió una sentenciada de 50 años de cárcel pese a que no hay una sola prueba en su contra, que su detención tuvo múltiples irregularidades, su caso nunca fue juzgado con perspectiva de género y tampoco se tomaron en cuenta los actos de tortura ni las violaciones a sus derechos humanos que enfrentó.
Su nueva defensa impugnó la sentencia y en 2021 se ordenó reponer su proceso, etapa que lleva tres años. A mediados de septiembre de este año se logró una audiencia de derecho en donde se solicitó tomar en consideración la evidencia para acreditar las violaciones en su caso, pero a un mes de ello, sigue sin dictarse una nueva sentencia a Keren, quien tiene la esperanza de reencontrarse con su hija, su familia, rehacer su vida y estudiar psicología.
Uno de los sueños de Keren es ser psicóloga para ayudar a otras personas con sus emociones ya que en prisión conoció lo que es una crisis de ansiedad, una depresión y otras sensaciones que antes no conocía ni pensó enfrentar.
“Tenemos mucha esperanza de que la sentencia sea absolutoria, no hay nada en mi contra, yo no cometí ningún delito, pero también sé que el sistema es muy injusto, estoy en un estado en donde la mayoría de sentencias son condenatorias aunque no haya apruebas, pero tengo esperanza, tengo una hija que me espera”, dice Keren a Animal Político.
El 11 de diciembre de 2015 cuando Keren tenía 19 años y estaba recuperándose de la cesárea de su primera hija, hombres armados vestidos de civil que llegaron en vehículos de la Procuraduría de Tlaxcala y de la extinta Policía Federal la detuvieron con su bebé de un mes de nacida a tan solo unas calles de su casa en Xalapa, Veracruz, sin tener ninguna orden de aprehensión en su contra.
Esa noche, ella salió para encontrarse con su expareja, quien la citó en su casa, según le dijo, para darle la manutención de la bebé; mientras esperaba afuera, sujetos armados llegaron a detener a su expareja y a otra persona. En el domicilio liberaron a una mujer que estaba secuestrada.
Los agentes le quitaron a la bebé de sus brazos y las subieron a la patrulla donde fue sometida a golpes, asfixia y la amenazaron con lastimar a su hija, e incluso desaparecerla si no firmaba una declaración fabricada en la que reconocía haber participado en el secuestro y afirmaba realizar labores de cuidado y limpieza en el lugar donde estaba la víctima, quien nunca ha testificado en contra de Keren.
Más de 10 horas después de su detención, Keren y la bebé fueron llevadas a la Procuraduría General de Justicia de Tlaxcala donde continuaron las amenazas y la obligaron a firmar varias hojas que no le permitieron leer. Después fue trasladada al Centro de Reinserción Social Femenil de Apizaco, Tlaxcala, donde aún permanece, lejos de su familia que radica en Xalapa.
Durante las horas retenida, Keren sufría porque no podía amamantar a la bebé y los policías tardaban mucho tiempo en llevárla con ella para alimentarla, es decir, las mismas autoridades no tomaron en cuenta el interés superior de la niñez, impidiendo que se salvaguardara su integridad y salud.
Además, la bebé fue trasladada al DIF de Tlaxcala sin que nadie avisara a la familia de Keren. Su abuela Ciria Hernández la buscó durante 14 días y cuando dio con su paradero estaba a punto de ser dada en adopción, cuentan.
Ese mismo año que a ella le dictaron una sentencia de 50 años igual que a otro de los imputados, su expareja recuperó su libertad al haber sido juzgado como menor de edad y fue sentenciado a solo 5 años de prisión. Hoy está libre pese a que hay pruebas que lo implicaron en el secuestro de una mujer junto a cinco personas más.
De acuerdo con la abogada Melissa Zamora, del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh) −organización que acompaña el caso y que logró que se repusiera su proceso−, el caso de Keren es representativo del uso discriminatorio del sistema penal contra las mujeres, cuando este no se aplica con perspectiva de género, se ignoran las circunstancias de vulnerabilidad, violencia y desigualdad.
En la audiencia de derecho del pasado 27 de septiembre, la Fiscalía de Tlaxcala insistió en solicitar la pena máxima de 90 años de cárcel por el delito de secuestro y asignarle el “grado máximo de temibilidad” a pesar de no tener ningún antecedente penal y pruebas en su contra.
Melissa Zamora señala que la víctima de secuestro no ha querido participar en los careos y en los casi 9 años que ha durado el proceso nunca ha señalado a Keren y tampoco ha ratificado la declaración inicial en donde supuestamente la menciona.
“La Fiscalía de Tlaxcala es la que insiste en la acusación. Definitivamente es una Fiscalía que continúa con las prácticas corruptas de administraciones pasadas y el hecho de que sostenga esa acusación en esos términos demuestra que es una institución que reproduce las mismas prácticas y que no tiene un compromiso real con las mujeres víctimas (…) Por un lado Keren es una víctima de violaciones graves a derechos humanos y por otro lado a la víctima del secuestro no se le ha hecho justicia, no han dado con los verdaderos responsables del secuestro, pues la denuncia habla de la participación de al menos cinco hombres”, sostiene la abogada en entrevista.
La defensa enfatiza que Keren es víctima de un sistema de justicia que la criminalizó con un claro sesgo de género ya que el juzgado ha pasado por alto las condiciones en las que se encontraba al momento de ser detenida: convalecía por su cesárea, no había pasado la cuarentena, estaba en periodo de lactancia y durante su embarazo sufrió de preeclampsia (presión arterial alta) que la llevó a estar en un estado de salud delicado.
Aunque hay reportes médicos que documentan todo y testimonios, “si no se advierten todas estas condiciones de género va a ser una sentencia injusta”, dice Melissa Zamora.
Su caso también refleja el trato desigual del Poder Judicial porque a pesar de que toda la evidencia en la investigación habla de que el secuestro fue realizado por un grupo de hombres, la máxima culpabilidad recae sobre una mujer.
De acuerdo con datos de la última Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (ENPOL) del Inegi, el 64.4 % de mujeres encarceladas dijo haber sufrido algún acto de violencia al ser detenida y antes de llegar al Ministerio Público. El 47.8 % señaló haber sido incomunicada o aislada después de su detención, el 39.1% fue amenazada con levantarle cargos falsos, y el 29.9% fue amenazada con hacerle daño a su familia.
El 29 % de las mujeres que rindieron o firmaron su declaración señalaron que se declararon culpable porque recibió presiones o amenazas.
Asimismo, la encuesta señala que Tlaxcala es la entidad federativa con mayor porcentaje de la población privada de la libertad que sufrió algún acto de violencia psicológica por la policía después de su detención (81.1 %), seguido del Estado de México (76.7 %), Guerrero (74.2 %), Yucatán (70.4 %), Puebla (70 %) y Zacatecas (67.8 %).
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Dentro de prisión, Keren, quien actualmente tiene 28 años, aprendió a coser y desde hace siete años trabaja en un taller de costura, actividad que le ayuda a solventar sus gastos y a que el tiempo se vaya más rápido y no piense tanto en el encierro.
En entrevista, recuerda que sus primeros años fueron muy dolorosos y complicados, sobre todo por estar alejada de su bebé. Poco a poco, con el apoyo de su familia, atención psicológica, el acompañamiento de otras reclusas y las llamadas con su hija le han dado la fuerza para seguir.
“Me he fortalecido, estoy enfrentado la situación con valentía, me mantiene la esperanza de salir y ver a mis papás, a mi hija, y sé que me voy a ir. Aquí con otras mujeres compartimos historias, de cada una aprendemos y nos fortalecemos”, cuenta.
Aunque brevemente, todos los días habla por teléfono con su hija Ashley y hace dos videollamadas a la semana, eso la motiva, platican de la escuela, de sus amigas y de cómo se siente.
“Me he ganado su confianza a la distancia, es una niña que ha tenido que madurar muy rápido, que ha tenido problemas por no tener cerca a la figura materna ni paterna, pero dentro de lo que cabe sé que es una niña feliz”.
Ashley está a punto de cumplir 9 años, va en tercero de primaria y hace dos años se enteró de lo que le pasó a su mamá, pues cuando era más pequeña le decían que no estaba cerca de ella por motivos de trabajo, pero ahora incluso participa activamente en las manifestaciones para exigir justicia, reparte volantes con la foto de su mamá y su historia.
“Ella va creciendo y se da cuenta de muchas cosas, del actuar de las autoridades, de las injusticias, y me hace muchas preguntas que no sé qué contestar: ´si mi mamá es inocente, ¿por qué no la han liberado? ¿por qué la policía trató así a mi mamá? ¿es por dinero que no sale?”, cuenta Ciria Hernández.
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No estar cerca de Keren ha sido un proceso complicado para todos: Ciria, quien cuida a su madre de avanzada edad, también ha tenido que asumir los cuidados y la educación de su nieta. Ella actualmente tiene 63 años y antes se dedicaba a vender tamales o hacer aseo en casas; su esposo, de ahora 79, trabajaba en la construcción. Ahora, todos viven de los apoyos gubernamentales, se dedican a darle la mejor vida que pueden a su nieta y a luchar porque a su hija se le haga justicia.
Ante la falta de recursos y la lejanía, la visitas a Keren son muy pocas, ha pasado incluso un año sin ver a su familia.
“Nosotros vamos al día, somos humildes pero honestos. Me duele mucho todo lo que nos ha pasado, me duele el alma, pero andamos con nuestra cara en alto, vamos a seguir peleando con uñas y dientes hasta que se esclarezca la verdad, no bajamos la guardia, mi hija es inocente”, asegura Ciria.
Hace unos días, diversas organizaciones de la sociedad civil, defensores de derechos humanos y familiares acudieron al Tribunal Superior de Justicia de Tlaxcala para entregar más de 15 mil firmas recolectadas en la plataforma change.org para exigir la libertad de la joven veracruzana e insistir en el llamado para que su caso se juzgue con perspectiva de género.
Cuando salga, comenta su mamá, la recibirá con los tamales, las empanadas, enfrijoladas y las gorditas que tanto le gustan.
“Siempre contará con mi apoyo, quiero que estemos juntas, que regrese a estudiar, que trabaje, cumpla sus sueños y vea crecer a su niña”, comenta.
La exguerrillera conoció a Mujica en la clandestinidad y vivió a su lado durante décadas, hasta su último día.
José Mujica solía emocionarse últimamente al hablar de su esposa, Lucía Topolansky, quien lo conoció en tiempos de clandestinidad y siguió a su lado hasta su muerte este martes a los 89 años.
“Lucía es mucho más que una compañera”, dijo el expresidente uruguayo en una entrevista con BBC Mundo en noviembre.
Se refería al amor y el cuidado que Topolansky le dio por décadas, sobre todo desde que a él le diagnosticaron un cáncer de esófago hace poco más de un año que se expandió por su cuerpo.
Un amor que continuó dándole hasta sus últimos días: “Yo estoy hace más de 40 años con él y voy a estar hasta el final, eso es lo que prometí”, declaró unos días antes de la muerte de su compañero.
Ella nunca alcanzó la fama internacional de Mujica, pero su propia historia personal y algunos momentos especiales que vivió junto a él tienen ribetes asombrosos.
Hija de un ingeniero civil y empresario de la construcción, Topolansky nació hace 80 años en una familia de buen pasar económico y estudió en un colegio de monjas dominicas.
Su opción por la lucha armada a fines de la década del ’60, tras abandonar estudios de arquitectura y el gremio estudiantil, sorprendió a sus parientes más cercanos.
Pero no fue la única: su hermana melliza María Elia también integró el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T).
En esa guerrilla urbana de izquierda influida por la revolución cubana y el marxismo, que combatió la institucionalidad democrática, Topolansky participó en diferentes operativos con el nombre falso de “Ana”.
Fue durante aquellos tiempos de clandestinidad cuando conoció a Mujica, quien tenía nueve años más que ella y ocupaba cargos de dirección en el MLN-T.
Mujica relató en una entrevista con la BBC que el primer encuentro entre ambos ocurrió en septiembre de 1971, la noche en que él se escapó de la cárcel montevideana de Punta Carretas con otros 105 tupamaros y algunos presos comunes por un túnel, una de las mayores fugas en la historia de las prisiones uruguayas.
“Ella estaba con la gente que apoyaba desde afuera. Habían ocupado una de las casas en las cuales nosotros emergimos de abajo de la tierra para salir de la cárcel luego de haber hecho un túnel”, memoró. “La vi casi accidentalmente y seguimos la vida (…). Era muy bonita y joven”.
Topolansky también había estado presa y se fugó de una prisión ese año, escabulléndose por las cloacas de la ciudad junto a otras 37 presas. Llegó a realizarse una cirugía para cambiar parte de su rostro y evitar ser arrestada.
Mujica fue recapturado y volvió a escaparse de la cárcel en 1972, cuando inició su relación amorosa con Topolansky.
“Nos encontramos una noche en que andábamos muy perseguidos”, dijo Mujica en una entrevista con la BBC en abril de 2023. “Los humanos, aunque no lo sabemos, cuando vivimos una atmósfera de peligro donde está en juego a cada paso la libertad y la vida, nos aferramos al amor porque la naturaleza biológica nos lo impone”.
Aunque en una entrevista varios años atrás, Topolansky reconoció que los detalles de ese primer encuentro eran difíciles de recordar por una razón: “Esto se parece bastante a esos relatos de las guerras y eso donde las relaciones humanas tienen un marco de distorsión porque tú estás corriendo, podés caer preso, te pueden matar. Entonces no tiene los parámetros de una vida normal”.
Ambos volvieron a ser detenidos en 1972, un año antes del golpe de Estado conducido por los militares. Permanecieron presos, sometidos a torturas y períodos de aislamiento hasta 1985, el año en que Uruguay volvió a la democracia.
“Teníamos que vivir en condiciones absolutamente adversas”, señaló Anahit Aharonian, una militante tupamara que estuvo presa junto a ella, en un diálogo con BBC Mundo en 2015.
Recordó que en 1980 las hermanas Topolansky le diseñaron en secreto un tapiz con la palabra “Libertad” bordada en armenio, el idioma de los padres de Aharonian que tenía prohibido practicar en prisión.
Lograron sacarlo del penal en un paquete, sin que los carceleros descubrieran de qué se trataba.
Mujica y Topolansky volvieron a juntarse el día de marzo de 1985 en que recuperaron la libertad por una ley de amnistía, y siguieron unidos desde entonces.
“Al otro día empezamos a buscar un local para juntar a los compañeros y reunirnos. Había que empezar a militar”, recordó Topolansky en una entrevista hace un año atrás. “No perdimos un minuto. Y no paramos, porque en realidad esa es nuestra vocación. Ese es el sentido de nuestra vida”.
La pareja se mudó a una modesta casa en una chacra de Rincón del Cerro, la zona rural de Montevideo donde cultivaron la tierra y donde el expresidente murió este martes.
Se casaron recién en 2005, en una ceremonia íntima, cuando Mujica era una figura cada vez más popular en su país, aunque pocos sospechaban que llegaría a ser presidente. Y esa misma noche fueron a un mitin político.
“Unimos dos utopías: la utopía del amor y la utopía de la militancia”, dijo Topolansky a un documentalista hace varios años.
Al parecer, Topolansky se enteró de su propio matrimonio cuando Mujica compartió la noticia en una entrevista que le hicieron para la televisión: “Ahí le dijo al periodista que nos íbamos a casar. Yo estaba mirando el programa y me enteré”, comentó en una entrevista en 2024.
“En realidad de vieja vine a claudicar”, añadió riendo por el hecho de haber vivido 20 años juntos sin haberse casado.
Nunca tuvieron hijos, algo que explican por el hecho de haberle dado prioridad a la guerrilla en la juventud. En cambio, alojaron en su tierra a algunas familias y tuvieron varios perros incluida Manuela, que fue conocida como la mascota favorita de Mujica.
La militancia política siguió siendo el norte en la vida de ambos, que fundaron el Movimiento de Participación Popular y contribuyeron a hacerlo el mayor grupo de la coalición de izquierda Frente Amplio.
Fue la propia Topolansky quien, como senadora más votada, le tomó juramento a Mujica cuando asumió la presidencia en 2010, en un acto cargado de simbolismo dentro del Palacio Legislativo.
Después lo abrazó con su brazo derecho y besó su mejilla, sonriendo.
Topolansky llegó a sobrevivir a un cáncer de mama y, tras el fin del mandato de Mujica en 2015, fue candidata a intendenta (alcaldesa) de Montevideo, pero no logró ser electa.
En 2017 asumió la vicepresidencia de Uruguay tras la renuncia de quien estaba en el cargo por uso indebido de recursos públicos y ocupó circunstancialmente el sillón presidencial cuando el entonces mandatario Tabaré Vázquez viajó al exterior.
Muchos la consideran menos pragmática desde el punto de vista ideológico que su esposo, quien evitaba esa comparación y decía que simplemente eran políticos diferentes.
“Sí, tal vez no tenga el carisma que tengo yo. Eso es probable”, admitió el expresidente en una oportunidad. “Ahora, es sistemática: como las abejas, como una gota de agua. Una laburanta (trabajadora) de esas infernales. No de esas que hacen un hecho histórico, sino de las que levantan paredes”.
Mujica decía eso con la misma admiración que expresó hasta el final hacia Topolansky, contrastando la pasión que supone una relación amorosa en la juventud con “la dulce costumbre” que significa en la vejez, para eludir la soledad.
“Soy consciente”, sostuvo en su última entrevista con BBC Mundo, “que buena parte de mi vida hoy se la debo a ella”.
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