Un 87.9% de las y los mexicanos ha experimentado por lo menos una experiencia adversa en la infancia, y de manera más marcada aquellas personas que habitan entornos rurales, según los resultados de la primera encuesta nacional de este tipo en México.
Este es el porcentaje más alto que hasta ahora se conoce en los países que han desarrollado mediciones similares, entre los cuales se encuentran Chile (80%), Estados Unidos (60%), Inglaterra (47%) y Hungría (25%).
Las experiencias adversas en la infancia son eventos estresantes o traumáticos que dejan huella y pueden afectar el desarrollo de niñas y niños, tanto durante sus primeros años como en el resto de su vida, según definió el Centro para la Primera Infancia del Tecnológico de Monterrey, responsable del estudio. Esto incluye maltrato emocional, adicciones en el hogar, abandono, abuso sexual, descuido, maltrato físico y violencia doméstica.
De acuerdo con los resultados de la encuesta, el 58% de las personas adultas mexicanas experimentaron en su infancia negligencia física, 35.7% negligencia emocional, el 34.4% padres separados o ausentes, el 26.7% violencia intrafamiliar, el 25.8% abuso de alcohol o drogas en casa y el 14.5% abuso sexual.
Además, en México el 68.5% de los niños, también contemplados por el instrumento, son criados con algún tipo de violencia física o psicológica, lo que coincide e incluso supera la prevalencia para América Latina que, de acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, alcanza el 67%.
Las conclusiones de esta encuesta, presentadas este jueves en el Tecnológico de Monterrey, sostienen que quienes vivieron cuatro o más experiencias adversas en la infancia tienen mayor riesgo de sufrir enfermedades físicas y de salud mental, como obesidad, diabetes, hipertensión, depresión o ansiedad.
El instrumento fue aplicado entre el 31 de agosto y el 14 de octubre de 2023 en una muestra representativa en 26 estados de la República, que abarcaron localidades urbanas y rurales. Las respuestas provienen de mil 148 adultos entre 18 y 65 años, además de información relativa a 200 infancias de entre 3 y 5 años, es decir, en el periodo de primera infancia. En el caso de estas, también se hicieron mediciones antropométricas y del neurodesarrollo, que se darán a conocer posteriormente, además de la documentación del tipo de cuidados que ejerce su cuidador.
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Respecto a las experiencias adversas en lo específico, 1 de cada 3 personas experimentó ausencia parental, 3 de cada 10 abuso o violencia familiar y 2 de cada 10 abuso sexual durante su infancia. Sin embargo, de forma global, el 22.6% señaló haber vivido cuatro experiencias adversas o más juntas, una prevalencia superior a la registrada en Estados Unidos, que alcanza el 12.3%.
El análisis de los resultados del instrumento señala que quienes vivieron cuatro o más experiencias adversas tuvieron de una a tres veces más riesgo de desarrollar problemas de salud física, como diabetes, hipertensión y síndrome metabólico. En relación con la salud mental, esa misma cantidad de experiencias adversas se asoció a un aumento de 3 a 5 veces más en depresión, ansiedad y estrés postraumático, así como 7 a 10 veces más en trastorno por déficit de atención y trastornos de la conducta alimentaria.
Respecto a las infancias pertenecientes a los hogares consultados, 4 de cada 10 niñas y niños de 3 a 5 años de edad —primera infancia— se encontraba viviendo una experiencia adversa, de acuerdo con el reporte de sus personas cuidadoras.
Además, el 68.5% son criados con algún tipo de violencia física o psicológica, mientras que 3 de cada 10 no cuentan con libros infantiles en el hogar y más de un 10% no cuenta con un adulto que le pueda estimular correctamente.
En general, a mayor presencia de experiencias adversas en la infancia, más problemas se expresaron en relación con la conducta, socialización, hiperactividad, sentimientos de tristeza y de abandono.
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En contraste, la primera encuesta de este tipo plantea también una solución: es posible mitigar los efectos de las experiencias adversas en la infancia mediante la promoción y el impulso de experiencias benevolentes o positivas, entre las que se encuentra un ambiente seguro, gusto por la escuela, profesores que brinden cuidados, rutinas estandarizadas y derecho al juego. Sin embargo, en ese caso es necesario experimentar entre 9 y 10 experiencias benevolentes para contrarrestar la adversidad, y de manera preferente deben generarse en la escuela, la familia y la comunidad.
De la misma manera, 9 de cada 10 mexicanos mencionaron al menos una experiencia positiva, pero hasta ahora no se acumulan lo suficiente para hacer la diferencia. Además, los participantes de comunidades rurales reportaron aún menos experiencias positivas que las áreas urbanas, específicamente en relación con la posibilidad de divertirse, tener al menos un buen amigo y al menos un profesor que les otorgue cuidados.
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Aunque la primera encuesta nacional sobre experiencias adversas no la contempla como una de las principales vivencias difíciles, la pobreza es un factor que agrava la adversidad en la infancia, según coincidieron diversos especialistas en el Foro Internacional de la Primera Infancia 2024.
Philip Fisher, director del Centro para la Primera Infancia de la Universidad de Stanford, subrayó que pese a que en 2002 México se convirtió en el primer país en el mundo en mandatar que todas las infancias entre 3 y 5 años asistieran a preescolar, el programa nacional se ha quedado lejos de cumplir sus metas de cobertura, equidad y beneficios económicos.
Además, las condiciones socioeconómicas del país han impedido que llegue a quienes más lo necesitan, sostuvo Fisher: en 2022, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señaló que solo 71% de las niñas y niños mexicanos asistían a preescolar, una prevalencia por debajo del promedio de los países de la OCDE (83%), pese a que en la mayoría de ellos la educación preescolar no es un requisito.
Aunado a ello, la estadística de cobertura general disimula brechas en el rango de edad, pues mientras que la mayoría de las infancias de 5 años asisten a educación preescolar, solo un 46.8% de quienes tienen 3 años de edad la reciben. Por otro lado, en el sistema educativo mexicano no se han registrado los resultados a largo plazo en términos de equidad, éxito académico o crecimiento económico que prometía la obligatoriedad de la educación preescolar.
Lo anterior se evidencia en el hecho de que solo 61% de las y los jóvenes entre 15 y 19 años —todos nacidos en el periodo posterior al establecimiento del programa nacional de primera infancia— están matriculados en la escuela y más de la mitad de ellos asiste a programas vocacionales.
Aunado a ello, los centros públicos para el cuidado infantil reciben a infancias de hogares con mejores condiciones socioeconómicas, con padres que recibieron más años de educación formal y con una mayor variedad de libros infantiles, juegos y actividades de esparcimiento. Además, persiste una cobertura limitada en zonas marginadas y rurales.
Por otro lado, en nuestro país —remarcó el especialista— la pobreza infantil creció del 50 al 53% entre 2018 y 2020, y la pobreza extrema aumentó 1.9% en el mismo periodo. Hoy se estima que 20 millones de niños y adolescentes viven en pobreza, y 5 millones en pobreza extrema. En tanto 14% de las infancias mexicanas menores a 5 años de edad presentan problemas en su desarrollo relacionados con malnutrición, y en áreas rurales alcanzan el 33%, destacó el especialista.
Por otro lado, representantes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) destacaron la pobreza como una de las principales adversidades de la infancia, pues esta alcanza a un 35% de las niñas y niños menores a 5 años de edad, mientras que casi la mitad (48.1%) de quienes tienen menos de 6 años viven en esa situación en México.
Ya está en Netflix la última adaptación al cine de la famosa novela mexicana. Una obra que supo identificar elementos centrales de la vida y la idiosincrasia de los mexicanos. Acá te explicamos por qué Pedro Páramo terminó siendo tan ilustrativa de este país inabordable.
Y está luego porque, si bien es una de las tres o cuatro novelas insignes mexicanas, Pedro Páramo no entra en los moldes y códigos usuales de la literatura: es compleja, ambiciosa, enigmática, intensa. Y por eso, muy mexicana.
Ahora la novela, precursora del llamado “boom latinoamericano” y descrita por Jorge Luis Borges como “una de las mejores de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”, llegó al cine.
Es la cuarta vez que se intenta una adaptación cinematográfica de la novela. Se hizo en 1966, 1978, 1981. Y la nueva es, probablemente, la más ambiciosa.
La produjo Netflix. La dirigió Rodrigo Prieto, un reputado cinematógrafo mexicano. La escribió Mateo Gil, un laureado guionista español. Y ha generado, como era de esperarse, críticas y elogios enérgicos, porque el reto es mayúsculo, casi inabordable.
Este es un libro colosal de solo 132 páginas. Propone un abordaje profundo, amplio y trascendental de México. Lo hace con innovaciones conceptuales, narrativas y visuales.
Y es tan emblemático porque expuso facetas de la mexicanidad que quizá hoy parecen obvias, pero que en los años 50 se estaban empezando a identificar, y hoy siguen vigentes.
Rulfo, en parte por su condición de huérfano, de víctima de guerras civiles, de curioso viajero, supo no solo identificar, sino mágicamente exponer cinco de las facetas de México que acá recogemos de manera breve.
Como le muestran al mundo cada 1 y 2 de noviembre, los mexicanos tienen una íntima relación con la muerte: la acogen, la honran, la tienen en cuenta.
Y Pedro Páramo es, sobre todo, una novela de fantasmas.
La premisa de la novela es más o menos esta: el joven Juan Preciado viaja al pueblo de Comala tras la muerte de su madre en busca de su padre, Pedro Páramo, un cacique y patriarca en tiempos de guerra civil que sufre una pena de amor.
Preciado, alucinado y confundido, se encuentra con personajes que, como el pueblo, parecen estar en tránsito hacia la muerte.
Juan Villoro, un escritor mexicano, explicó en una conferencia de 2016 sobre el tema en el Colegio Nacional mexicano: “Los fantasmas de Rulfo no son para dar miedo, sino fantasmas en pena, ánimas que están tratando de llegar al más allá, y no llegan (…) Los fantasmas de Rulfo, al ser pobres, son fantasmas de verdad”.
Preciado busca a su padre, pero en el camino se da cuenta que está en el mismo tránsito que los personajes que se topa.
“Ha atravesado —elabora Villoro— el río de la inmoralidad y pasa la historia buscando un segundo río que le conceda la muerte, la muerte como bendición (…) Los personajes esperan no solo una muerte física, sino también una muerte que los redima moralmente”.
Una muerte, pues, entendida a la mexicana.
Pedro Páramo es, también, una novela sobre la realidad social de un país.
Julia Santibáñez, escritora y gestora cultural, explica: “Rulfo sufrió las consecuencias de la guerra y fue víctima de la economía que surgió de las guerras (…) La pobreza, la exclusión y la violencia no son solo temas que le importan, sino que vivió y que están en la novela de manera tentacular, en cada página”.
Los padres del escritor murieron cuando él tenía menos de 10 años en plena Guerra Cristera por las reformas liberales de una revolución que recién terminaba. Rulfo se crio en orfanatos, no fue a la universidad y trabajó en la burocracia del Estado y fundaciones, cargos que le permitieron viajar y ver el país de primer mano.
Volvemos con Villoro: “Rulfo plantea una historia de aquellos que han sido expulsados de la historia de los hechos. Son tan pobres, están tan desposeídos, que ni siquiera tienen derecho a que nada les suceda: no tienen propiedad, destino propio ni historia”.
Esta es una novela sobre los excluidos. Una obra sobre un país de pobres. Una realidad social que en 70 años ha cambiado, pero que en muchos sentidos sigue igual: hoy, uno de cada tres mexicanos es pobre y la desigualdad está entre las cinco más agudas del mundo.
La novela, según Villoro, “nos hace preguntarnos cuántos mexicanos están en la condición de expulsados de la historia”.
Hay expresiones de los personajes de Pedro Páramo que, aunque sea inventadas por Rulfo, parecen sacadas de la calle en cualquier rincón de México.
Santibáñez explica que Rulfo “puso el centro de gravedad en el lenguaje y creó un lenguaje que se parece al del campo, pero que no es estrictamente igual y podríamos morir pensando que es el lenguaje del campo”.
Y esa, según Villoro, fue la clave de la gran innovación lingüística de la novela, porque “toma elementos del habla popular, pero lo recrea de tal manera que el habla popular se convierte en algo más auténtico que lo que dicen los campesinos (…) Es algo incluso más auténtico que el mundo de los hechos”.
Qué puede parecer más mexicano, así no lo sean del todo, que adjetivos como “desconchinflado”, o arcaísmos como “si consintiera en mí”, o frases involuntariamente poéticas como “tú que tienes los oídos muchachos”, o enunciados redundantes como “esto prueba lo que te demuestra”.
Los mexicanos tienen expresiones, dialectos, formas que revelan parte de su idiosincrasia: van desde expresiones simples como “a poco” y “qué crees” hasta construcciones complejas como “de tocho morocho” y “nos cayó el chahuistle”.
Y Rulfo, más que hacer el ejercicio periodístico de reportar las expresiones más mexicanas, creó otras tan originales, tan mundanas, tan cercanas, que parecen sacadas de la boca de cualquier habitante de este país.
La vida de Rulfo estuvo, no precisamente por razones felices, en constante movimiento: cuando joven vivió en varias partes del diverso estado de Jalisco, pasó tiempo en Guadalajara y Ciudad de México y, ya adulto, recorrió el país como parte de sus labores como burócrata, investigador y fotógrafo aficionado.
Gracias al movimiento conoció las regiones de México, un país que tiene todo tipo de ecosistemas, pero que en su mayoría se conoce como un espacio seco, árido, caliente e inhóspito.
Dice Villoro que Comala, el pueblo donde trascurre la novela, remite el comal, esa plancha de barro sobre la cual los mexicanos han cocinado sus alimentos durante siglos, porque se trata de un lugar caliente y seco.
Famosa es esta frase de uno de los personajes: “Dicen que en Comala los que se mueren y se van al infierno regresan a Comala por su cobija”.
“Es un paisaje filtrado, indeciso, intermedio, inseguro; lo que ves está tamizado; hay nieblas, polvo, tolvaneras, humo, oscuridad, sombras que tienen eco”, explica Villoro.
Pero además de esta recreación precisa del espacio mexicano, Rulfo también hizo un análisis político sobre la tierra, que tras la revolución habría de ser distribuida equitativamente, pero la promesa se rompió.
“El reparto que hubo a consecuencia de la revolución fue terrible, porque se supone que se repartió para responder a las exigencias revolucionarias, pero luego se supo que eran arenales, tierras no cultivables como son las tierras de Comala”, señala Santibáñez.
Pedro Páramo es, también, un perfil crítico del hombre mexicano.
Un quinto elemento del retrato que hace Rulfo de México tiene que ver con la figura del patriarca en una sociedad machista: Pedro Páramo, el cacique en Comala, es padre de niños que no reconoce, revolucionario que traiciona la revolución y tirano que asesina a sus adversarios impunemente.
“No es que Rulfo tuviera una preocupación por el machismo o una mentalidad feminista, sino que identificó algo central de la personalidad del mexicano”, dice Santibáñez.
Alrededor del 40% de las familias mexicanas, según datos oficiales, carecen de una figura paterna. Eso ocurre hoy, pero viene de décadas atrás.
“Pedro Páramo es la figura del padre tiránico de la familia mexicana”, dice Villoro.
Y lo es por varias razones: porque abandona a sus hijos, porque administra el poder de manera arbitraria y traicionera y porque lleva el desamor de Susana San Juan de manera arrogante y arbitraria.
Una faceta que, en general, sigue vigente en la cultura mexicana, según Santibáñez: “Pedro Páramo bien le podría cantar a Susana una canción de Luis Miguel diciendo ‘tengo todo excepto a ti’”.
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