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“Hasta la última falange, el último diente”: Jacqueline Palmeros regresa al Ajusco para encontrar restos de su hija Monse
“Hasta la última falange, el último diente”: Jacqueline Palmeros regresa al Ajusco para encontrar restos de su hija Monse
Jacqueline Palmeros, fundadora del colectivo Una Luz en el Camino, continúa la búsqueda de los restos de su hija Monse. Foto: Silvana Flores
6 minutos de lectura

“Hasta la última falange, el último diente”: Jacqueline Palmeros regresa al Ajusco para encontrar restos de su hija Monse

Jacqueline Palmeros, madre de Jael Monserrat quien desapareció en julio de 2020 en Iztapalapa, busca regresar “hasta la última falange, el último diente” de su hija a casa, para poder darle digna sepultura tras cuatro años de búsqueda.
28 de enero, 2025
Por: Tamara Mares

“Monse, ¡venimos por ti! ¡Te amamos, nos vamos a casa!”, grita Jacqueline Palmeros desde el sitio del Ajusco, Ciudad de México, donde encontró los primeros restos de su hija, Jael Monserrat, a finales de noviembre.

La fundadora del colectivo Una Luz en el Camino dio a conocer que los cinco restos y fragmentos que hallaron durante la Cuarta Brigada Regional en Llano del Vidrio, Ajusco, coincidieron en un 99.9 % con el perfil genético de su hija, según el análisis que hizo la Fiscalía capitalina.

En cuanto obtuvo el resultado, Palmeros pidió el apoyo de sus compañeras y autoridades para poder regresar para encontrar más fragmentos de Monse y llevarla a su casa.

María Volante, madre de Pamela Gallardo —quien desapareció en 2017—, incluso tenía programada una búsqueda para estos días, pero decidió moverla para que Jacqueline pudiera regresar al Ajusco.

Ninguna mamá tendría que buscar los restos de sus hijos de esta manera”, reclama Palmeros con la voz entrecortada, previo a comenzar con las labores. “Hoy tengo la certeza de que mi hija está en un lugar mejor y está descansando, pero cualquier madre o padre que ame a sus hijos verdaderamente va a querer llevar a casa hasta la última falange, el último diente”.

 Jacqueline Palmeros continúa la búsqueda de los restos de su hija Monse.
Foto: Silvana Flores

 

Una bala en la zona cero

Al corte del primer día, de tres que dedicarán a la búsqueda de Monse, los peritos colocan múltiples huesos sobre una tela azul, pero todos son de animales. Prendas, principalmente de mujer, también fueron parte de los hallazgos del lunes. Ninguno coincide con la ropa que llevaba Monse el 24 de julio de 2020, fecha que fue vista por última vez.

Mientras los especialistas acomodan con guantes las últimas piezas, Jacqueline se sienta al frente y voltea a ver lo que se logró en la jornada. Cierra los ojos, bosteza. Escucha a sus compañeras, pero sólo asiente con la cabeza.

Las autoridades y familias concluyen que en el primer perímetro de búsqueda no hay más indicios de Monse, aunque expandirán la zona para poder hacer las diligencias de manera exhaustiva.

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De las primeras horas de búsqueda, hay sólo un indicio, que deberá de ser analizado por los peritos para determinar si es parte del contexto de desaparición de Monse: un casquillo de bala hallado en la “zona cero” donde fueron encontrados los restos de la joven.

Jacqueline Palmeros continúa la búsqueda de los restos de su hija Monse.
Foto: Silvana Flores

 

“Cuando una persona desaparece, todo cambia”

Los cuatro años y medio desde que Monse fue desaparecida en Iztapalapa han sido para Jacqueline de reiteradas luchas.

Contra la Fiscalía, quien se negó a investigar la desaparición en las primeras horas, y posteriormente se negaron a entregarle su carpeta de investigación.

Contra las comisiones de búsqueda local y nacional, a las que ha acusado de escatimar en recursos y esfuerzos para que ella, como miles de familias, pudiera hallar a su hija.

También han sido años de cambios.

“Cuando una persona desaparece, todo cambia”, comparte en entrevista con Animal Político. “Cambia tu manera de vivir, de ver las cosas, porque nadie está preparado para una situación así”. 

“Me siento lastimada, por las mismas autoridades. No es posible que una mamá, un papá, un hermano tenga que buscar en estas condiciones, es inhumano que las familias tengamos que hacer el trabajo que a ellos les corresponde, porque aún con el dolor a cuestas, tenemos que estar aquí, y tenemos que hacerlo. Es nuestra necesidad y el amor”.

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Examinar una decena de balas

Las labores de búsqueda comienzan el lunes alrededor de las 9:30 de la mañana, cuando familias, integrantes de la Comisión de Búsqueda de Personas capitalina, la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) y elementos de seguridad llegan a Llano de Vidrio.

A unos metros cuesta abajo, delimitan el perímetro de la llamada “zona cero”, donde se localizaron fragmentos del cuerpo de Monse. A los lados, elementos de la agrupación “Zorros” de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC-CdMx) local y de la organización Brigada Marabunta llenan cubetas de 19 litros con tierra y restos de basura, que a su vez suben por una cuerda para que sean inspeccionados. Al final de la jornada se han revisado alrededor de 62 cubetas.

Una vez a nivel de carretera, voluntarios y familias examinan los contenidos, asegurándose de que entre los residuos no se encuentren prendas de vestir o fragmentos óseos.

Una, dos, tres, y hasta casi una decena de casquillos de balas son identificados y apartados para que puedan ser analizados, pero sólo uno corresponde a la zona donde fue encontrada Monse.

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 Jacqueline Palmeros continúa la búsqueda de los restos de su hija Monse.
Foto: Silvana Flores

 

Ajusco, un sitio de muerte y violencia

En los últimos tres años, Jacqueline Palmeros calcula que han identificado los restos de ocho personas en diferentes zonas del Ajusco, incluyendo los de su hija.

“Es una zona difícil, el Ajusco de por sí es una zona de piedra volcánica lo cual dificulta para que haya fosas clandestinas, sin embargo hemos encontrado todo expuesto. Hay mucha gente aquí, es un lugar que se presta para el crimen organizado, y aquí hemos encontrado ya con anterioridad cuerpos”, dice en entrevista.

El Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de la CNB tiene una cifra oficial de 5 mil 572 personas desaparecidas y no localizadas en la Ciudad de México desde 2006, pero el número de reportes tiene un incremento drástico a partir de 2018.

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“La Fiscalía y la Comisión se quedaron cortos”, reclama Palmeros

Jacqueline y sus compañeras gritan entre sus consignas, previo al inicio de la búsqueda, una verdad que ellas han aprendido en el campo: “¿Por qué los buscamos? Porque sólo nosotras los encontramos”.

Después de casi 6 horas de revisar entre escombros, la mamá de Monse le reclama a las autoridades presentes –entre ellas el Comisionado de Búsqueda de Personas capitalino, Enrique Camargo– que se han “quedado cortos”.

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“Para mí, la verdad es que tanto la Fiscalía como la Comisión se quedaron cortos en recursos humanos. Creo que somos más familias y solidarios, y esa parte me duele, me tiene molesta y triste, porque creo que si fueran sus familiares no traerían tan poquito personal”, recalca.

Por su parte, Camargo se compromete a llevar a más personal para apoyar en labores de cribar e inspección en los días siguientes.

Jacqueline Palmeros continúa la búsqueda de los restos de su hija Monse.
Foto: Silvana Flores

 

“No pierdo la fe ni la esperanza”

“No pierdo la fe ni la esperanza, todavía nos quedan dos días”: es el cierre que da Palmeros sobre la primera jornada de trabajo en el Ajusco. “Es una búsqueda que lleva tiempo, y si no la hacemos exhaustiva, digo, tal vez con posterioridad lo podemos hacer, pero la idea es que en estos tres días lo podamos encontrar”, señala.

Está acompañada de sus compañeras de búsqueda y personas solidarias que están comprometidas a cargar cubetas, cribar, jalar escombro, caminar y escalar para encontrar los restos de Monse.

Gritan con Jacqueline: “¿Por qué les buscamos? Porque les amamos. ¿Hasta cuándo? ¡Hasta encontrarles!”.

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Imagen BBC
MAIA, la escuela pionera en Centroamérica que impulsa el talento de niñas indígenas en Guatemala
10 minutos de lectura

BBC Mundo viajó a Guatemala para visitar la escuela que transforma el futuro de cientos de niñas de pueblos mayas en situación de pobreza con una educación de alto rendimiento, liderazgo y acompañamiento familiar.

23 de diciembre, 2025
Por: BBC News Mundo
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Cincuenta niñas de pueblos mayas ingresan cada año a una escuela que cambia no solo su futuro, sino también el de sus familias y el de una de las comunidades más desfavorecidas de Guatemala.

Para conocer su historia. BBC Mundo viajó a Sololá, un departamento bañado por el lago Atitlán con vistas privilegiadas al imponente volcán San Pedro.

Pese al frecuente flujo de visitantes en uno de los principales enclaves turísticos del país, la pobreza predomina en la provincia, donde el 96% de la población pertenece a comunidades mayas y el 75% vive con menos de US$2 al día.

En una de las carreteras que suben hacia las montañas desde el municipio cabecera de Sololá llegamos al Colegio Impacto MAIA, un oasis educativo en este entorno rural marcado por la falta de desarrollo y oportunidades.

En sus instalaciones, que incluyen un edificio de tres plantas con aulas, comedor, biblioteca y espacios deportivos, más de 300 alumnas de 40 comunidades indígenas reciben una educación de alto rendimiento que combina el currículo oficial con programas de liderazgo, acompañamiento familiar y formación socioemocional.

Cada estudiante permanece siete años en MAIA con la meta de alcanzar al menos 15 años de escolaridad y acceder a la universidad o a un empleo formal.

Los resultados son contundentes: en las pruebas nacionales de matemáticas, las alumnas alcanzan un 86% frente al 13% del promedio nacional, y el 60% ya estudia en la universidad.

Todo ello en el país con los peores datos educativos de América Latina: Guatemala invierte US$841 por estudiante cada año, la cifra más baja entre 56 naciones analizadas por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Solo un 35% de los jóvenes guatemaltecos finaliza secundaria y el ratio baja al 14,7% en el caso de las mujeres indígenas, de las que solo un 1,5% logra completar estudios universitarios.

En casa de Yazmín

Yazmín en su casa
BBC
Visitamos la casa de Yazmín, donde asistimos a una sesión de acompañamiento con su familia.

Más de la mitad de niñas indígenas guatemaltecas son madres antes de los 20 años, según datos de Unicef, y en áreas rurales como Sololá es frecuente que se casen y queden embarazadas a los 15 o 16.

MAIA trata de brindar un espacio para cambiar estas estadísticas y que las jóvenes no dejen los estudios a edades tempranas.

Es el caso de Yazmín, de 14 años, que cursa segundo grado en MAIA, donde llegó procedente de la escuela pública de su comunidad en Sololá donde “lo que enseñaban no era mucho”, y además “había estudiantes preferidos, que eran varones”.

“Ya tienes 15, estás lista para casarte” es un consejo habitual que los adultos transmiten a las jóvenes en su comunidad, afirma Yazmín.

Cuando la joven ingresó en MAIA un curso atrás estaba muy rezagada, con bajos niveles en comprensión lectora y ciencias, pero asegura haber avanzado mucho desde entonces.

No es un caso aislado: según explican las educadoras del colegio, la mayoría de alumnas ingresa a los 11, 12 o 13 años con un nivel equivalente al de tercero o cuarto de primaria, pese a que ya deberían estar en secundaria.

Para cerrar esa brecha, MAIA aplica un programa intensivo de nivelación y acompañamiento que, en cuestión de meses, permite a las jóvenes recuperar el terreno perdido y adaptarse a un estándar académico más alto.

Alumnas con un microscopio
MAIA
Las prácticas y experimentos son prioritarios en las clases.

La escuela también aplica dinámicas grupales y juegos didácticos para potenciar las habilidades sociales de las alumnas.

“Antes era una chica muy apagada, sin relacionarme con los demás. Ahora soy muy sociable, tanto con mis compañeras como con los profesores”, nos explica Yazmín.

Esa misma tarde acudimos con ella a una actividad extraescolar un tanto peculiar: Ana Yaxón, mentora de MAIA, visita su domicilio para una sesión de acompañamiento.

Para llegar hasta donde vive la joven con sus padres y sus dos hermanos caminamos ladera arriba durante 10 minutos por estrechas e intrincadas veredas de tierra entre plantaciones de maíz.

En su casa nos reciben Carlos, ayudante de albañil, y María, ama de casa, a quienes acompañamos en la sesión con su hija Yazmín y la mentora, Ana.

Familia de Yazmín y la mentora de MAIA
BBC
A través de juegos, la mentora de MAIA enseña la importancia de que las niñas estudien y se empoderen.

En una mezcla de español con su idioma ancestral, el kaqchikel, los cuatro participan en un juego de mesa que representa la vida de una joven guatemalteca: la casilla de completar estudios de secundaria permite lanzar de nuevo el dado; la de quedarse embarazada a los 15 devuelve la ficha casi al inicio.

Al finalizar, reflexionan sobre el resultado y debaten las enseñanzas que les ha brindado el tablero.

Los padres de Yazmín se casaron jóvenes -“yo estaba por cumplir 16”, dice María; “yo tenía 18”, añade Carlos- pero, a diferencia de otros vecinos en la comunidad, ellos visualizan un destino diferente para su hija.

“Queremos que nuestra hija se gradúe y que sea una profesional, que ella construya su propio futuro, que cumpla lo que yo no cumplí. No le voy a decir ‘no te cases’, pero lo primero es el estudio”, nos comenta su madre.

La familia reconoce que la economía siempre ha sido un obstáculo a la hora de recibir educación, e incluso a veces les ha faltado comida o dinero para el autobús que cada mañana lleva a Yazmín a la escuela.

Por eso, con el asesoramiento de MAIA, instalaron pequeños hábitos financieros: “Tenemos alcancías en la casa para guardar cada quetzal que nos sobra, y mi mamá abrió una cuenta para un ahorro familiar”.

Familia de Yazmín en la cocina
BBC
La escuela potencia la disciplina y la organización en la vida familiar, lo que multiplica el rendimiento académico de las alumnas.

Yazmín tiene claros sus dos objetivos: a medio plazo quiere ganar una beca para estudiar en el extranjero -aún no ha decidido qué carrera- y, como meta final, anhela “construir una nueva casa para que estemos cómodos y bien protegidos”.

Le preguntamos si ve posible prosperar sin salir de Guatemala.

“Es casi imposible, porque aquí hay pocas oportunidades y mucha corrupción”, responde.

Guatemala padece elevados niveles de corrupción -ocupa el puesto 146 de 180 países en el ranking de Transparencia Internacional-, un problema que según expertos distorsiona no solo la economía del país, sino también sus perspectivas de desarrollo y justicia social.

Una fábrica de líderes

MAIA nació en 2017 como el primer colegio en Centroamérica dedicado a ofrecer una educación de élite a jóvenes mujeres indígenas de áreas rurales deprimidas.

La organización, sin embargo, comenzó a gestarse mucho antes, tras la experiencia de un programa de microcréditos para mujeres.

“Las mujeres, cuando tenían acceso a microcrédito, invertían sus ganancias en la familia, en la educación de los niños, en la vivienda, en la salud… Y se preguntaron: ¿hasta dónde llegaría una mujer indígena con este talento si hubiera ido a la escuela? Entonces, nace MAIA”, resume Andrea Coché, su directora ejecutiva.

El Colegio Impacto MAIA abrió sus puertas en 2017 y este año superó las 400 alumnas procedentes de 40 comunidades indígenas.

Cada año ingresan unas 50 nuevas estudiantes, que permanecen siete años para alcanzar al menos 15 de escolarización.

El colegio selecciona cada año a niñas indígenas de entre 11 y 13 años que vivan cerca de Sololá, con buen rendimiento escolar, motivación personal y apoyo familiar.

Tras un proceso de casi un año que incluye solicitudes, evaluaciones académicas, entrevistas y estudios socioeconómicos, las admitidas reciben una beca completa y sus familias se comprometen a participar activamente en sesiones y asumir parte de los costos de transporte.

Sostener este modelo tiene un costo elevado: “en cada niña invertimos US$4.000 anuales. Incluye todo: el programa académico, el acompañamiento familiar, el programa de liderazgo, más la nutrición y la salud preventiva”, detalla Coché.

Esta cantidad, que contrasta con el dato ya mencionado de US$841 anuales que el Estado guatemalteco invierte por alumno, no incorpora fondos públicos.

“Vivimos de donaciones individuales y de grandes fundaciones cuando salen proyectos. Siempre estamos en búsqueda constante de recursos”, afirma la directora.

En su breve historia, MAIA ha ganado prestigio internacional: en 2023 fue incluido en el Top 10 de los mejores colegios del mundo (World’s Best School Prizes) y ha recibido otros reconocimientos, como el premio Zayed de Sostenibilidad de Emiratos Árabes.

Sus estudiantes han representado a Guatemala en foros internacionales, desde Japón hasta Nueva York, y el propio Ministerio de Educación ha comenzado a interesarse en replicar algunas de sus estrategias.

“De hecho, este año estamos en un programa donde compartimos con ellos las mejores prácticas que son viables en un sistema público”, añade Coché.

Alumnas de MAIA
BBC
Cada año MAIA abre oportunidades para 50 nuevas estudiantes.

Unas 150 alumnas ya se han graduado del colegio, mientras el equipo de la organización -formado en su mayoría por mujeres de pueblos indígenas- ha crecido y se ha profesionalizado hasta contar con 15 mentoras y un cuerpo docente local que recibe más de 50 horas de capacitación profesional cada año.

“Empoderamos a mujeres jóvenes indígenas a través de la educación para transformar su historia, su comunidad y su país. De ahí nuestro lema: ‘Una mujer empoderada es un impacto infinito'”, sentencia la directora.

La historia de Dulce

A diferencia de Yazmín, que lleva menos de dos años en MAIA, Dulce es toda una veterana a punto de completar su sexto curso en la institución.

Conversamos con esta joven de 17 años, cuya elocuencia denota un alto nivel de preparación académica.

Explica con nostalgia que en unos meses se graduará y dejará atrás MAIA: “Ha sido más que un colegio. Es más como mi segunda casa. Por mí, me quedaría a vivir aquí”, afirma.

Dulce con un laptop
BBC
Dulce está a punto de graduarse tras 6 años en la escuela.

Siendo la hija mayor de tres hermanos, su infancia estuvo marcada por la ausencia de su padre -que se fue a Ciudad de Guatemala- y los precarios trabajos de su madre en casas ajenas.

“Fue un poco duro, porque mi mamá tenía que trabajar de casa en casa y a mí me tocaba también. Cuando ingresé a la escuela lo consideré mi salvación, porque no me gusta trabajar fuera”, recuerda.

A Dulce siempre le apasionó estudiar: en primaria fue abanderada, distinción otorgada a los mejores promedios académicos, y princesa maya, un reconocimiento escolar ligado a la representación cultural de su comunidad, además de figurar en el cuadro de honor de su escuela pública.

Sin embargo, sus recuerdos de aquella etapa están marcados por una enseñanza casi robótica: “Siempre era como un ‘copia y pega’, copia lo que tú tienes en el libro, te dictamos lo que tú tienes en el libro y pega, y frustraba un poco”.

Dulce y su familia
BBC
Los parientes de Dulce la apoyan en su plan de ser la primera universitaria de la familia.

La diferencia con lo que encontró al ingresar en MAIA fue abismal.

“Creo que se expandió mi cerebro. Mi forma de pensar se volvió mucho más crítica. Antes no era así; sinceramente, no me importaba mucho. Ahora pienso más, analizo mejor”, resume.

Para Sofía Cuc, educadora del área numérica del colegio, esa evolución responde a una metodología distinta.

“Aquí no decimos ‘Vamos a ver esto, háganlo’. Usamos la exploración, juegos, experimentos, problemas… Las jóvenes van descubriendo el nuevo conocimiento, van asentando todos los procesos y al final les confirmamos: ‘Sí, se hace de esta manera'”, nos explica.

El nivel académico con el que llegan muchas estudiantes es bajo: “muchas ingresan sin poder sumar, dividir o restar. Nosotros esperamos que lleguen a dominar trigonometría y combinatoria, y puedan aplicar todo ese aprendizaje en su vida cotidiana, en la toma de decisiones”, señala.

Dulce confirma que la exigencia en MAIA va más allá de repetir lo escrito en un libro: “Cuando me enfrento a un examen aquí es totalmente diferente que en mi escuela anterior. Es más de análisis. En matemáticas no es solo practicar, es pensar”, relata.

Experimentó el mismo contraste en la sexualidad, un gran tabú en Guatemala, donde predominan las doctrinas conservadoras de las iglesias evangélicas, implantadas con especial fuerza en las zonas rurales e indígenas con bajo nivel educativo y socioeconómico.

“En mi escuela de primaria sacaban de la clase a los niños para enseñar el aparato reproductor femenino y viceversa. Aquí nos enseñan todo sin tabús y nos dicen que vayamos a nuestras casas, a nuestras comunidades, y les mostremos que todos tenemos los mismos derechos”, indica.

Alumnas con laptop
MAIA
A diferencia de las escuelas rurales, las clases de MAIA cuentan con equipos informáticos.

Tras graduarse, su propósito es comenzar la carrera de contabilidad “para ser auditora y hacer todo justo y legal, ya que no me gusta la corrupción ni la idea de que el dinero puede comprar todo”, afirma.

Al igual que Yazmín, Dulce quiere expandir sus horizontes fuera de Guatemala.

“Escuché hace un año de la beca She Can (un programa para mujeres guatemaltecas que desean cursar estudios de licenciatura en una universidad de Estados Unidos) y me enamoré”, expresa.

“Dan una oportunidad a las mujeres indígenas como yo. Tengo un potencial y necesito expandirlo; no lo voy a dejar aquí”, concluye.

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