Nota del editor: Desde el 23 de julio, Animal Político presenta materiales periodísticos para conocer los hechos, nombres y momentos clave del movimiento estudiantil del 68 que se vivió en México.
La cronología se publica en tiempo real, a fin de transmitir la intensidad con que se vivieron esos días y se tenga, así, una mejor comprensión de cómo surgió y fue frenado a un precio muy alto el movimiento político social más importante del siglo XX.
Queda mucho por saber y entender: 50 años después aún no sabemos por qué una riña estudiantil –como muchas que hubo previamente– detonó la brutal represión del gobierno.
Lo que es cierto es que el 68 fue, es mucho más que la masacre del 2 de octubre.
Hubo un contexto que lo explica. Y eso es lo que les presentamos aquí.
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Ciudad de México, 30 de julio de 1968.- El reloj marca cinco minutos después de la una de la mañana del 30 de julio. Entre el piquete de soldados que viste uniforme de campaña en pleno centro del Distrito Federal, muy cerca del Zócalo, destaca uno en particular. No es ni alto, ni bajo, ni tiene algo en especial que llame la atención, salvo que lleva armamento que en México sólo se veía en el cine: una bazuca.
En los periódicos de este martes quedará su imagen inmortalizada malamente: en ella se aprecia cómo, con ambas manos, el soldado, un fusilero paracaidista, carga con delicadeza su instrumento bélico. Pronto apretará el gatillo y destruirá el portón de madera labrada de la preparatoria 1, una joya del barroco colonial del siglo XVIII que había sobrevivido a las guerras de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
El momento en que el proyectil impacta la puerta de la preparatoria 1 marca otra etapa en el conflicto: la presencia militar en la desmesurada violencia oficial contra lo que ha empezado a llamarse “el movimiento estudiantil”.
La escalada represiva ha dejado el azul de los granaderos de la policía local para teñirse del verde de los cuarteles militares.
Y de rojo. Para teñirse del rojo de la sangre de los estudiantes.
Un joven que presencia los hechos del otro lado del portón destrozado, explica que la noche anterior, ante el temor de que los granaderos o militares intentaran abrir por la fuerza, los jóvenes colocaron algunos muebles contra el portón de San Ildefonso pero, con ellos, también se agolparon como si fueran barricada, pensando que los soldados sólo empujarían. Nadie imaginaba que dispararían desde una bazuca.[1]
“La enfermería del plantel estaba tinta en sangre. Paredes, pisos, techos, mobiliario, puertas y ventanas fueron mudos testigos de los sangrientos hechos”, detalla El Universal.
Los fotógrafos de prensa también ven cómo los soldados la emprenden a culatazos y patadas con los estudiantes capturados en la preparatoria de San Ildefonso, haciéndolos rodar por las largas escaleras que desembocan en el patio principal. No pueden tomar fotos adentro de la escuela, les han quitado las cámaras. Así que nada más pueden contar cómo a los jóvenes detenidos se les hace pasar lentamente entre dos filas de agentes secretos y granaderos que los golpean con palos, varillas y macanas.[2]
Con el bazucazo de esta madrugada se ha creado un ambiente de estupor y alarma en la ciudad y las escuelas.[3] La impresión es que dos días de choques desiguales entre estudiantes –principalmente preparatorianos y de las vocacionales– contra policías preventivos no justificaban tal demostración de fuerza militar.
El secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, decide actuar ante la ausencia del presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien se encuentra en Jalisco, y toma decisiones por su cuenta, sin consultarle.
A las 00:30, Echeverría solicita la intervención del Ejército, argumentando, sumamente alarmado, que la policía del Departamento del Distrito Federal era “impotente para someter a los estudiantes”, quienes podían “asaltar las armerías del primer cuadro”.[4]
El secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán, da la orden. Un convoy de tanques ligeros, jeeps equipados con bazucas y cañones de 101 milímetros, y camiones de transporte de tropas de la Primera Zona Militar sale del Campo Militar Número 1 hacia el centro de la ciudad.
Avanza en la oscuridad por el Periférico hasta la glorieta de Petróleos, sigue por Reforma. Desde ahí, los soldados marchan hasta las cercanías del Zócalo. En Seminario y Argentina, 650 soldados del Batallón de Fusileros y Paracaidistas, con el refuerzo de la Policía Militar, se parapetan frente a San Ildefonso y apuntan la bazuca hacia la puerta principal del edificio.
A las 0:45 llegan las fuerzas aerotransportadas al mando del general José Hernandez Toledo y, también, siete vehículos powers y cinco camiones Dina. Los elementos de aerotransportación se distribuyen en las calles de Moneda y Seminario, y de Argentina y Guatemala.[5]
Los jefes militares dan un ultimátum a los estudiantes atrincherados adentro para que abandonen el edificio. Como no hay respuesta, disparan la bazuca, tiran la histórica puerta de San Ildefonso y ocupan el edificio que aloja a la preparatoria 1.
En tanto, en la preparatoria 2 los soldados disparan un balazo al candado que aseguraba la puerta y proceden a ocupar las instalaciones.[6]
Soldados bajo las órdenes del general Crisóforo Mazón Pineda entran a los planteles a bayoneta calada. Los estudiantes intentan huir, pero su fuga es cortada por los granaderos, que los esperan afuera. En conjunto informan que hay un centenar de detenidos.
Los reporteros observan que muchos de los estudiantes que son sacados de las escuelas se encuentran muy golpeados.
En poco más de dos horas ha quedado en manos del Ejército la Plaza de la Constitución, donde se estacionan algunos tanques. Los militares bloquean las calles 16 de Septiembre, 5 de Febrero, 20 de Noviembre, Tacuba, Pino Suárez, Moneda, Corregidora, Guatemala y 5 de Mayo. No se detienen. Toman, además de las preparatorias 1 y 3 de San Ildefonso, las preparatorias 2 y 5 de la UNAM, y las vocacionales 2 y 5, en la zona de la Ciudadela, en donde los estudiantes, antes de que entre la tropa, cantan el Himno Nacional.[7]
A las 2:30 el Ejército tiene el control absoluto y las escuelas han sido desalojadas por completo. No sólo ha sido una operación cruenta[8] sino difícil de creer.
Mientras el ejército ocupa las escuelas, en la Facultad de Filosofía de la UNAM se realiza una reunión de representantes universitarios que mantiene contacto telefónico con los estudiantes en el centro de la ciudad. En un momento se corta la comunicación y en su lugar se empiezan a recibir las primeras noticias. La preocupación crece, pero nadie cree realmente la versión de que se había usado una bazuca para derribar el portón de San Ildefonso.[9]
A las tres de la madrugada irrumpe en la reunión un estudiante herido que había logrado escapar. Después de que relata lo ocurrido se comienza a tomar conciencia plena del nivel de violencia utilizado.
A las cuatro, la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) de la Secretaría de Gobernación difunde que hay “34 lesionados en el Hospital de Traumatología de Balbuena y 21 en la Cruz Roja, entre estudiantes, policías y personas ajenas al conflicto, pero que se vieron involucradas en el mismo”.[10]
Las policías Preventiva y Judicial emiten un boletín en el que señalan que “no se ha registrado ningún caso de muerte en relación con los disturbios estudiantiles. Respecto al estudiante de primer año de Comercio Federico de la O. García, la autopsia reveló como causa de su muerte una hemorragia craneal no traumática”.
Sin embargo, medios como Ovaciones y Últimas Noticias publican otros dictámenes “oficiales”, con causas de muerte distintas y hasta absurdas, como haber ingerido una torta descompuesta un hora antes de los enfrentamientos o el susto que le causó casi ser atropellado, cuando no había autos criculandoen el primer cuadro.
El Universal da cuenta de más de mil detenidos y 400 heridos hospitalizados.
También esta misma madrugada, la Secretaría de Educación Pública, a cargo del escritor Agustín Yáñez, da a conocer la suspensión de actividades en todos los planteles del IPN.
La UNAM, por su parte, también comunica que las clases en todas sus escuelas y facultades quedan suspendidas.
A pesar de ello, ya con la luz del día, cientos de estudiantes y profesores preocupados por las noticias espontáneamente se dirigen a la explanada de la Rectoría para conseguir información fidedigna e intercambiar opiniones.
Al filo del mediodía, el rector Javier Barros Sierra iza la bandera nacional a media asta en la explanada de CU y pronuncia unas breves palabras.
Poco antes, a las 2:30 de la madrugada, sucede algo absolutamente insólito: la Secretaría de Gobernación llama por teléfono a las redacciones de los diarios para convocar a una rueda de prensa en ese momento en las instalaciones del Departamento del Distrito Federal (DDF), con el titular de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez; el regente del DF, Alfonso Corona del Rosal; el procurador general de la República, Julio Sánchez Vargas, y el procurador capitalino, Gilberto Suárez Torres.
Ahí, Corona del Rosal informa que, en coordinación con la Secretaría de Gobernación, y “al ver las proporciones que los disturbios tomaron la noche de ayer”, lunes 29, se optó por solicitar a la Secretaría de la Defensa Nacional su intervención.
Ante los reporteros dice que “la acción desarrollada por el Ejército esta madrugada para terminar la agitación estudiantil” estuvo “basada en la razón, de acuerdo con los intereses de la colectividad y con apego a la ley”.
Luego se sigue con la línea discursiva del gobierno: “La conducta de las autoridades fue en respuesta a un plan de agitación y subversión perfectamente planeado (sic)”. E identifica a quienes, según él, se encuentran detrás de todo el conflicto: “la verdadera responsabilidad la establecerán las autoridades judiciales, pero se trata de elementos del Partido Comunista”.[11]
Echeverría no habla mucho. Justifica la intervención del ejército: “La autonomía de la Universidad estuvo en peligro, debido a ello y en vista de la situación y para evitar derramamiento de sangre, los cuales (sic) se han evitado, fue que se pidió la intervención del Ejército”.[12]
Continúa: “Las medidas extremas adoptadas se orientan a preservar la autonomía universitaria de los intereses mezquinos e ingenuos, muy ingenuos, que pretenden desviar el camino de la Revolución Mexicana”.[13]
Cuando acaba de hablar Echeverría, el periodista Edmundo Jardón rompe el monólogo oficial y pregunta por qué no se respetó el artículo 89 de la Constitución, según el cual el presidente de la República es el único autorizado para hacer la solicitud de intervención militar en asuntos internos.
La pregunta los toma desprevenidos, Echeverría responde sin responder e insiste en el argumento de la “conjura contra México”. Sin más, increpa personalmente al reportero –hablándole con rudeza, de tú y llamándole por su apellido– para decirle que él, “Jardón”, sabe muy bien que los acuerdos para desestabilizar al país se tomaron en Cuba.[14]
Edmundo Jardón, reportero del semanario comunista La Voz de México, no se queda callado y rompe de nuevo el vergonzante silencio de sus colegas. Le habla igual de tú al secretario de Gobernación y lo llama por su nombre de pila para expresarle la pena que le causa que trate de justificar “el ataque brutal a su escuela preparatoria –a la que había asistido los dos–, la que los había formado en su adolescencia y juventud en las ideas generosas –que habían llegado a compartir– en favor de la justicia y la libertad”.[15]
El diálogo no es recogido por ningún medio, ni mucho menos las palabras finales con las que Jardón cierra el diálogo con Echeverría, registradas oportunamente por otro periodista, José Carreño Carlón, que atestiguó la escena:
“De aquí en adelante, Luis, todo lo que suceda o pueda suceder en México va a ser responsabilidad tuya y culpa de ustedes, pues no sé por qué motivos, pero artificialmente, están provocando un problema que va a llegar a adquirir proporciones nacionales e internacionales”.
Referencias:
[1] Castillo García, Gustavo, “El bazukazo a la Preparatoria 3”, La Jornada, 30 de julio de 2008. Consultado en www.jornada.unam.mx/2008/07/30/index.php?section=politica&article=014n1pol
[2] Jardón, Raúl, 1968: el fuego de la esperanza, Siglo XXI Editores, México, 1998, p. 32.
[3] La estela, p. 41.
[4] Aguayo, Sergio, De Tlatelolco a Ayotzinapa. Las violencias del Estado, Ediciones Proceso, México, 2015.
[5] “Informe documenta 18 años de Guerra Sucia en México”, consultado en https://nsarchive2.gwu.edu//NSAEBB/NSAEBB180/index2.htm. Borrador del informe final preparado por los investigadores contratados por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp). En la versión oficial dada a conocer meses después se excluyeron muchos hechos y conclusiones que apuntaban a responsabilizar al Ejército por su participación directa en la represión del movimiento del 68 y en la Guerra Sucia ocurrida en los años setenta.
[6] Jardón, op. cit. p. 32.
[7] Monsiváis, Carlos, Democracia, primera llamada: el movimiento estudiantil de 1968, Conaculta y Gobierno del Estado de Colima, México, 2010, p. 97, disponible en www.mty.itesm.mx/dhcs/deptos/ri/ri-802/lecturas/nvas.lecs/1968-monsi/mc0292.htm
[8] Más de 30 años después, los especialistas de la fiscalía encargada de aclarar los crímenes cometidos en contra de integrantes de movimientos sociales y políticos del pasado concluyen: “Resalta la desmedida fuerza militar empleada en contra de los estudiantes que solo esgrimían reclamos civiles, enmarcados en los postulados constitucionales”.
[9] Álvarez Garín, Raúl, La estela de Tlatelolco, Ed. Ítaca, 2002, México, pp. 41 y 42.
[10] Castillo García, op. cit.
[11] Ídem.
[12] Borrador del informe final de la Femospp, op. cit.
[13] Castillo García, op. cit.
[14] Carreño Carlón, José, “La política y los medios en la noche del bazukazo”, disponible en www.cultura.gob.mx/micrositios/1968/lapolitica.html
[15] Ídem.