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Anarquismo jurídico: una guía crítica sobre cómo el derecho opera en nuestra vida
Anarquismo jurídico: una guía crítica sobre cómo el derecho opera en nuestra vida
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Anarquismo jurídico: una guía crítica sobre cómo el derecho opera en nuestra vida

Introducción al libro de Carla Escoffié, que busca introducir al público en el escabroso mundo de los abogados en tres capítulos, un ensayo y una antología de artículos. Se reproduce con autorización de la editorial Grijalbo.
19 de abril, 2025
Por: Carla Escoffié

Elle Woods pensó que Warner Huntington le pediría matrimonio durante la cena en un lujoso restaurante. Pero no fue así. Sin previo aviso ni tacto, decidió terminar con ella. ¿La razón? Warner iba a iniciar la carrera de derecho en Harvard, por lo que, según él, tenía que estar con una chica más seria y lista. Así arranca la película Legalmente Rubia (2001), en la que Elle emprende una odisea para convertirse en abogada con tal de demostrarle a Warren que es lo suficientemente inteligente como para estar con él.

En esta historia vemos representados muchos de los imaginarios colectivos sobre el derecho y la profesión jurídica: es elitista, tóxicamente competitiva, machista, el lenguaje jurídico es absurdamente inaccesible para la mayor parte de la población; existe una disonancia entre las actitudes de muchos de los abogados y su apasionado discurso sobre la justicia, la equidad o la ética; los juicios pueden ser arbitrarios y en ellos tienen mucho peso las influencias y el poder; entre otros. De alguna manera la cinta concentra de forma muy sutil y en un formato comercial las distintas críticas que se han hecho sin descanso al derecho, sus instituciones y a los abogados a lo largo de siglos. El guion funciona muy bien porque nos demuestra de forma cómica y absurda un universo que en la vida diaria nos genera rechazo, antipatía y mucha indignación. El derecho es comúnmente vinculado al poder y al conservadurismo, cuando no a la corrupción.

Además, los abogados no son precisamente el gremio que despierta más simpatía popular. Como decía un profesor durante la carrera, “hasta en Jurassic Park (1993) al primero que se comen es al abogado”.

Leer: El Estado Mexicano es funcional, cuando opera de la mano del crimen organizado

Nada de esto es nuevo y no se necesita de un libro para darse cuenta. Pero también es evidente que nos encontramos en una coyuntura compleja. Por un lado, tanto la opinión popular como los movimientos sociales han denunciado que el derecho funciona como una herramienta de opresión por parte de los grupos de poder político y económico, que el discurso de los derechos humanos es instrumentalizado para proteger intereses de minorías privilegiadas y que la igualdad ante la ley realmente depende de nuestra clase, género, raza, discapacidad o nacionalidad. Pero, por otro lado, algunos actores políticos se han apropiado de esa crítica al derecho y sus instituciones, no para buscar un cambio sustancial de las condiciones materiales, sino para tomar el poder y ajustarlo a su conveniencia. Esto se da particularmente a luz del auge del mal llamado “anarcocapitalismo” o “libertarismo”, que no es más que un capitalismo ideológico o propietarista. Figuras como Javier Milei en Argentina, Ricardo Salinas Pliego en México, o Daniel Raisbeck en Colombia son algunas de las que lideran esta cruzada en contra del Estado, en nombre de la libertad del mercado y el derecho a acumular más de lo que se necesita. Más aún, este sector ha buscado apropiarse por completo de la crítica al Estado a través de la apropiación del concepto “anarquismo”, postura ideológica que realmente desde sus orígenes ha sido crítica al capitalismo y a la opresión económica.

A mediados del año 2021, Javier Milei comenzó a utilizar en sus actos de campaña la canción Panic show de La Renga, una banda independiente argentina que se ha caracterizado por sostener posturas de izquierda. El 6 de septiembre, la banda argentina publicó un mensaje en su cuenta oficial de Instagram condenando que Milei hiciera uso de su música, aunque también rechazó la posibilidad de tomar acciones al respecto.

Sin embargo, esto no detuvo a Milei, quien la ha seguido usando; por ejemplo, el 23 de mayo de 2024, el presidente argentino la cantó en el Estadio Luna Park al iniciar la presentación de uno de sus libros. El daño ya estaba hecho: con el tiempo la canción ha sido cada vez más vinculada con los seguidores del político libertario.

Tal y como Milei le arrebató simbólicamente la canción a La Renga, los políticos outsiders se han ido apropiando de discursos que originalmente provenían de grupos vecinales, organizaciones de derechos humanos, colectivos de víctimas y sus familiares, feministas, pueblos originarios, y otros movimientos sociales que resisten a las violencias ejercidas desde el poder público o privado. Este es un escenario mucho más complejo del que parece, ya que parece un callejón sin salida. Muchas personas desean mantener una postura crítica hacia el aparato estatal, pero no desean solapar las posturas propietaristas de Milei o Salinas Pliego. Otras comienzan a hacerse preguntas indispensables sobre la legitimidad del sistema en el que vivimos, pero no encuentran más alternativas ni opciones que no sean las que proponen los mal llamados “anarcocapitalistas”. ¿Cómo hacer una nueva crítica al Estado que no nos haga los “tontos útiles” de estas corrientes propietaristas que tanto se han estado difundiendo a lo largo y ancho de América Latina?

Este libro parte de una premisa: el desmantelamiento del Estado nunca vendrá del propio Estado. En muchas ocasiones el Estado no se reduce a sí mismo realmente; solo redistribuye el poder hacia actores públicos o privados. La pregunta es a quién beneficia una aparente reducción que no le da más libertad a la población, sino que concentra la fuerza en otras manos. Pensemos, por ejemplo, cómo los ejércitos pueden beneficiarse del desmantelamiento de mecanismos de transparencia. O cómo los recortes al sistema educativo permiten un aumento en el presupuesto para la vigilancia policial hacia la ciudadanía. Incluso los actores privados pueden beneficiarse cuando las reducciones que el Estado se impone a sí mismo sirven para permitir la libre explotación de recursos o generar jurisdicciones de facto donde la fuerza privada es la que define el control. ¿A dónde se traslada ese poder cedido? Venga de la derecha o de la izquierda partidista, estos procesos deben ser analizados con mucha cautela.

Nuestras sociedades se han concentrado en reformar el derecho bajo la promesa de transformar nuestra vida, tanto que pareciéramos haber caído en una especie de religión inconsciente. Hemos reducido nuestra colectividad a una mera estatalidad. Pero también hemos tergiversado nuestra libertad como un mero individualismo, casi como si fuese una propiedad privada amenazada por las personas que nos rodean. Ambos rasgos son cara de una misma moneda: el vértigo que sentimos en este declive de la historia se fortalece porque va ganando terreno nuestra inducida desconfianza hacia el apoyo mutuo. El individuo ha asesinado al colectivo sin saber que formaba parte de él. Frente a esa pérdida, las opciones son una hiperestatalidad o una hiperindividualidad. Ambas opciones, que se presentan como las únicas, nos han convencido de que somos seres aislados sin más fin que su bienestar propio. Por eso la pregunta va mucho más allá de liberalismo o estatalismo: la cuestión es si apostar a la colectividad o a la alienación.

Leer: Poder judicial: elección entre abogados

Podría pensarse que en estos tiempos hay pocas cosas que parezcan tan inútiles como hablar de derecho. Ya sea por la ansiedad climática que plantea inconmensurables dudas sobre el futuro, ya sea porque el panorama político a nivel internacional es bastante desolador como para creer que la ley —y las constituciones— sirven realmente para hacernos expectativas. Pero la realidad es que sigue operando en nuestra vida, muchas veces de formas más recrudecidas que nunca. En este sentido, este libro no es una defensa al derecho. Quisiera que fuera una lectura para detonar discusiones urgentes; como si fuese un encuentro a la distancia con quien me lee para reflexionar desde una perspectiva crítica acerca de nuestra relación con el derecho en el día a día. ¿Cómo entender la presencia o ausencia del derecho? ¿A quién le beneficia su presencia y determinadas ausencias selectivas?

Bajo esta perspectiva es que se escribe este libro de crítica al derecho.

Sobre este libro

Pero nos encontramos con otro problema adicional: la sola idea de hacer una crítica al derecho pareciera algo inaccesible para la mayoría de la población. En parte por eso en Legalmente Rubia es inevitable no terminar empatizando con Elle Woods. Si bien personifica el cuestionable estereotipo de “la rubia tonta estadounidense”, de alguna manera representa cómo el gremio jurídico ve al resto de la población. Cuando Warren le dice a ella que “no es suficiente”, realmente está calificando a toda persona que no esté en su casta jurídica de Harvard. Además, vemos la inseguridad que rodea constantemente a Elle durante su estancia en la universidad, la forma en la que se siente incómoda consigo misma intentando participar en clase. Es exactamente lo que mucha gente siente al aproximarse a los temas jurídicos: como si fuese un personaje totalmente fuera de lugar tratando de entender cosas que no le corresponden. Uno de los pilares de la fuerza elitista del derecho es el poder de hacer que el resto de la población se sienta como Warren hizo sentir a Elle.

 Anarquismo jurídico
Carla Escoffié. Foto: Especial

Por eso este libro no lo escribí pensando en la gente abogada, sino en aquella que no estudió derecho pero que siente que los conflictos políticos le atraviesan más rápido de lo que logra comprenderlos. No es un libro de introducción al derecho, pero sí una brevísima obra para que la gente no especializada pueda acercarse un poco a los debates jurídicos desde una perspectiva crítica. Y lo escribo convencida de que es absurdo que se sigan priorizando las conversaciones sobre el derecho entre abogados.

No obstante, este libro también puede ser disfrutado por personas del gremio abogadil que comparten inquietudes conmigo y que quizá rara vez dicen en voz alta por miedo a la exclusión. Mantenerse dentro de una cierta escala de opiniones es muchas veces indispensable para acceder a ciertas instituciones y espacios jurídicos. Como en mi caso ya le perdí el miedo a las puertas que se cierran, escribo también pensando en aquellos abogados y abogadas que desean lecturas más críticas de nuestra profesión, que no se limiten a cuestionar formas y vestidos o a reivindicar el derecho a usar chanclas en los juzgados, sino que se atrevan a cuestionar las bases mismas de lo que hacemos. Si bien es cierto que en este libro se encontrarán críticas que no son precisamente inéditas, ya que son comunes en espacios jurídicos de otros países, también es verdad que en México siguen siendo tan escandalosas como decir que no me gusta el pan de muerto.

Sobre el título del libro, quiero aclarar que con Anarquismo jurídico no estoy buscando proponer ninguna corriente, metodología o teoría. Es un título y ya, elegido en parte porque refleja las contradicciones desde las cuales reflexiono sobre los asuntos jurídicos a partir de mis posturas políticas, que algunos podrían calificar como anarquistas o posanarquistas. Y también es verdad que el título —así como la portada— tiene un objetivo de provocación. Probablemente quien me lee ahora se sintió atraído por él. Quizá a algunos en el gremio jurídico les parezca molesto o absurdo plantear estos temas como parte del debate jurídico. Si esto ocurre, se cumplió el objetivo.

Por último, una aclaración que me parece obvia, pero que no lo es tanto en esta opinocracia cada vez más omnipresente: este no es un libro que busca convencer a nadie. No lo escribo pensando que al concluirlo generaré nuevos simpatizantes en mis posturas. Lo que realmente me importa es que estas páginas sean una oportunidad para escuchar perspectivas distintas e invitar a un debate que sea más sincero, más diverso y menos condescendiente. No tengo toda la razón, ni pretendo tenerla. No deseo ser referente de nada. Pongo este libro sobre la mesa para quienes aún crean en el verdadero valor de la lectura: confrontarse, incomodarse y después llegar a las conclusiones políticas que el camino y el contexto personal les señalen.

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Imagen BBC
Por qué Europa no quiere el pollo de EU y qué países de América Latina lo compran
9 minutos de lectura

Las autoridades sanitarias de Europa han bloqueado desde hace casi tres décadas la entrada del pollo producido en EU, ¿por qué el rechazo?

28 de abril, 2025
Por: BBC News Mundo
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En la agresiva política comercial y de aranceles que ha lanzado Donald Trump desde su regreso a la Casa Blanca, una vieja disputa entre Estados Unidos y Europa ha resurgido: la exportación de pollo estadounidense al viejo continente.

Desde 1997, la Unión Europea (UE) -además de Reino Unido- prohibió la comercialización de carne de pollo y otras aves de corral de EE.UU. por las prácticas de producción del país norteamericano que no encajaban con los estándares de seguridad alimentaria europeos.

Desde entonces se ha mantenido la prohibición, a pesar de los cambios en las prácticas en EE.UU. y los reclamos de los productores norteamericanos para acceder al mercado europeo.

El asunto fue reflotado por el gobierno de Trump en las últimas semanas.

El secretario de Comercio de EE.UU., Howard Lutnick, se quejó de que la UE no acepte el pollo estadounidense: “Odian nuestra carne, porque la nuestra es hermosa y la suya débil”, dijo en una entrevista con Fox News.

A su vez, la Casa Blanca dijo en un comunicado a principios de abril que “Reino Unido mantiene normas no basadas en la ciencia que restringen gravemente las exportaciones estadounidenses de productos cárnicos y avícolas seguros y de alta calidad”.

Aunque la UE no ha respondido a las acusaciones, tampoco ha dado muestras de considerar el levantamiento de su prohibición. Y en Reino Unido, hace unos días el secretario de Estado para Negocios, Energía y Estrategia Industria, Jonathan Reynolds, descartó que pudiera darse la entrada de pollo estadounidense a su país.

“Nunca cambiaremos nuestras medidas sanitarias y zoosanitarias en alimentos. Le dejamos eso muy claro a Estados Unidos como parte de nuestro manifiesto que cubre la carne”, dijo en una entrevista con Sky News.

Pero ¿por qué los países europeos se oponen a la entrada del pollo estadounidense, a diferencia de otros países de mundo, incluidos algunos de América Latina?

Cientos de pollos en una granja masiva
Getty Images
Las autoridades sanitarias de EE.UU. y las de Europa difieren en cómo se previene la contaminación bacteriana del pollo.

La lucha contra las bacterias

Como otros seres vivos de sangre caliente, las aves de corral -incluidos los pollos- pueden llegar a portar organismos bacterianos en el tracto digestivo, como Salmonella y Campylobacter.

Los criadores de pollo enfrentan el problema de la contaminación de las aves por esas bacterias y otros microorganismos, que pueden causar contaminación cruzada cuando al pollo se le quitan las vísceras (aunque también las bacterias pueden estar presentes en otros lugares de forma natural, como los folículos de las alas o en huesos y cartílagos).

Para combatir la presencia de estas bacterias, los productores pueden emplear diversos métodos de prevención o desinfección, como vacunas o adyuvantes, que son ingredientes o compuestos diseñados químicamente para ayudar al combate de patógenos.

“En la UE se enfocan en la etapa precosecha, cuando el animal está vivo y realizan intervenciones como la vacunación de los animales o el suministro de aditivos naturales en los alimentos. Y en EE.UU. se enfocan en el aspecto postcosecha”, explica a BBC Mundo el profesor Byron Chaves, un experto en alimentos de la Universidad de Nebraska-Lincoln (EE.UU.).

Los productores de pollo estadounidenses por lo general previenen de la presencia de bacterias en el pollo sacrificado a través de métodos como el rociado de los animales con fórmulas que, en términos coloquiales, “bañan” al producto para desinfectarlo.

Un hombre inyecta un pollo
Getty Images
En Europa se opta por métodos preventivos como la vacunación de aves.

Esta práctica, sin embargo, ha generado el rechazo de los reguladores europeos por incumplir las normas sanitarias del viejo continente. En especial, hay diferencias sobre qué sustancias se pueden usar, explica Chaves.

“En Europa no se permite el uso de químicos porque dicen ‘si no está en la regulación explícitamente, entonces está prohibido’. En EE.UU., la forma en que se ve es ‘si no está en la regulación, entonces lo podemos usar'”, señala el experto.

“Es esta la diferencia de filosofía que existe en cuanto al uso de aditivos, químicos y demás”, añade.

La UE establece de manera estricta los productos que pueden ser usados para prevenir la contaminación y hacer que la carne sea segura para los consumidores, con una normativa que no coincide con la del Departamento de Agricultura o la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU.

La vieja disputa del “pollo clorado”

La industria del pollo en EE.UU. ha mantenido diversas prácticas que han ido cambiando a lo largo de las décadas. La que generó la disputa más antigua con Europa es la del baño del pollo en una sustancia a base de cloro, algo que era usual entre los productores estadounidenses en la década de 1990.

Luego de su sacrificio y de la retirada de las vísceras, los pollos solían ser rociados con la fórmula clorada para asegurar la eliminación de las posibles bacterias que hubiera en su carne.

En 1997 las autoridades sanitarias europeas emitieron lineamientos que prohibían el uso de este método, ya que consideraban que recurrir a un enjuague con cloro de la carne del animal sacrificado podía ser una forma de compensar malos estándares de higiene durante todas las etapas del proceso de producción, como los mataderos sucios o abarrotados.

Un estudio de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria sugiere que los beneficios para la salud pública de controlar los patógenos en toda la cadena de producción del pollo son mayores que los de hacerlo al final, aunque resulte más caro.

En cualquier caso, desde los años 90 el cloro ha sido descartado en EE.UU. en la mayoría de los procesos, asegura a BBC Mundo Tom Super, portavoz del Consejo Nacional del Pollo de EE.UU., que agrupa al 95% de los productores de ese país.

“En la actualidad, se estima que menos del 5% de las plantas de procesado de Estados Unidos utiliza cloro en algunos enjuagues y pulverizaciones”, asegura Super.

Chaves aclara que para esos enjuagues no se usa el cloro “que compramos en el supermercado para limpiar”, sino que se utilizan compuestos especiales basados en cloro.

Una planta de procesamiento de carne de pollo
Getty Images
En EE.UU. casi ya no se usa el cloro en la producción del pollo, según asegura la industria de ese país.

Sin embargo, los intentos de demostrar que se utilizan otros métodos no han sido fructíferos para los productores de EE.UU. ante las autoridades zoosanitarias de Europa, lo cual ha generado frustración entre los criadores norteamericanos.

“A lo largo de los años, el tema se ha vuelto extremadamente político, con gran parte de la retórica de Europa centrada en los peligros del ‘pollo clorado’. Sin embargo, que el pollo sea lavado con cloro significa simplemente que el pollo fue enjuagado con agua clorada. Numerosos estudios e investigaciones científicas han confirmado que el uso de agua clorada para enfriar y limpiar el pollo es seguro y eficaz”, dice Super.

Los argumentos de los productores estadounidenses no han convencido a los europeos, que mantienen su negativa citando la protección a la salud humana: “La exposición prolongada al clorato en los alimentos, sobre todo en el agua potable, es un posible problema de salud para los niños, especialmente para los que tienen una deficiencia leve o moderada de yodo”, dice una regulación activa de la UE.

En las granjas europeas se prefieren los métodos preventivos, cuando el animal está vivo, como estrictas medidas de higiene en los criaderos y mataderos, o las vacunas o los adyuvantes agregados al alimento de las aves de corral.

Y también hay métodos postcosecha, como “el uso de agua caliente y vapor para la descontaminación y desinfección de superficies”.

“No se puede ver como blanco y negro, porque es un continuo y hay intervenciones que se hacen a ambos lados del mundo”, dice Chaves.

Pollo
Getty Images
La contaminación por Salmonella no está exenta en ningún método de crianza o cosecha de pollo, asegura Chaves.

Chaves también afirma que los métodos han cambiado en EE.UU. y que el cloro ha sido sustituido por otras sustancias: “La industria se ha movido a ácidos orgánicos, como el ácido peracético o el ácido láctico, que no solo son más estables, sino también más baratos”, explica.

Estas sustancias sustituyen al cloro en los procesos de lavado y desinfección de la carne y de los contenedores y superficies empleados en el proceso de producción.

Pero en el tratamiento en sí de la carne después del sacrificio de las aves es lo que sigue generando el escepticismo de los reguladores de la UE y Reino Unido.

“En Europa ven esto como un enmascaramiento de prácticas sanitarias deficientes. Creen que estos químicos enmascaran prácticas que para ellos no serían aceptables”, señala Chaves.

No obstante, también advierte de que no hay un método, ni en Europa ni EE.UU., que garantice que el pollo esté libre de bacterias que causan enfermedades. De hecho, la prevalencia de casos de enfermedades por las bacterias del pollo es muy alta a ambos lados del océano Atlántico.

“En la UE la incidencia de campilobacteriosis es mucho más alta que en EE.UU., que tiene una incidencia más alta de Salmonella. Pero ambos microbios tienen una carga epidemiológica y económica muy alta”, señala.

La importación en América Latina

Mientras la disputa entre Estados Unidos y Europa ha mantenido fuera al pollo estadounidense de los mercados del viejo continente, la industria norteamericana sí ha podido acceder a algunos mercados de América Latina.

Según las cifras del Departamento de Agricultura de EE.UU. (2024), México es el principal destino no solo en Latinoamérica, sino a nivel mundial, de carne y productos avícolas (excepto los huevos) estadounidenses con importaciones por un valor de unos US$1.500 millones.

Los lineamientos actuales de México solo restringen el pollo de EE.UU. de regiones o condados que estén bajo alerta por la gripe aviar, indica la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios del país.

México es el mayor importador de carne avícola de EE.UU. en América Latina. Valor de la importación en millones de dólares estadounidenses.. .

Cuba es otro gran consumidor de pollo estadounidense, con importaciones que ascienden a US$262 millones. Las aves, de hecho, representan el 80% de las importaciones de productos agrícolas del país norteamericano, que tienen algunas excepciones al embargo económico impuesto la isla desde la década de 1960.

Otros países de la región que importan pollo estadounidense son Guatemala, República Dominicana, Colombia, Costa Rica, Perú, Chile, Panamá, Honduras y El Salvador.

Brasil, al ser el mayor exportador de pollo del mundo, también tiene una gran penetración en los mercados de América Latina. Con excepción de México, la mayoría de los países de la región importan más pollo brasileño que estadounidense.

Para Chaves, cada gobierno “tiene que hacer lo que sea favorable para sus consumidores”, aunque sostiene que la ciencia alrededor de la industria avícola ha demostrado que la presencia de agentes bacterianos que causan enfermedades no está exenta en ninguna práctica.

“Si Europa no quiere que haya exposición a este pollo y carnes con adyuvantes es aceptable y respetable. Pero eso no significa que se enfermen menos o que no haya incidencia de microbios asociados con el pollo y otros productos cárnicos”.

Línea gris
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