
Con información de José Eduardo Torres
Casi todos dormían en el autobús de la línea Futura que viajaba de noche entre las ciudades de Monterrey, Nuevo León y Matamoros, Tamaulipas, cuando una serie de disparos quebraron el silencio a la altura de Reynosa apenas a unos cientos de metros de la frontera con Estados Unidos, el 26 de diciembre del 2023. Los gritos que ordenaron al chofer detenerse, alertaron a Yosef y Paola, —quienes no se llaman así, pero piden el resguardo de su identidad—, de todas maneras no lograban conciliar el sueño rumbo a la última parada de un viaje emprendido tres semanas atrás desde Venezuela para cambiar de vida.
“¿Para dónde van?, ¿Ya tienen la cita aprobada?, ¿Cuántos días van a pasar en Reynosa?”, les preguntaron dos hombres, uno con un ojo lesionado y otro con un chaleco rotulado con el logo de la Marina, mientras afuera esperaban otros tipos armados con ametralladoras y una pistola de corto calibre. Más dormidos que despiertos, Yosef y Paola acataron las instrucciones y vaciaron en minutos el autobús en el que solo quedó el conductor.
Tomaron las pocas pertenencias que sobrevivieron al viaje y se metieron cabizbajos en uno de los tres vehículos dispuestos para llevarlos a su nuevo destino. Al menos dos eran taxis de la ciudad de Reynosa, reconocibles por su color blanco con rayas amarillas, recuerda Yosef. A las once de la noche las calles estaban vacías. Aunque nadie pronunció la palabra, todos eran conscientes de que estaban siendo secuestrados.
“El bus estaba casi full, éramos mínimo de 25 a 30 personas”, relata Yosef, ahora que se encuentra fuera de peligro, con un hablar entrecortado y rápido, difícil de descifrar a veces, como si se tragara las palabras. “Algunos de ellos, antes de bajar del bus hicieron disparos al aire para bajarnos”, “nos dijeron que colaboráramos”. “Nos llevaron a una casa a la que ellos le dicen bodega. En el camino nos llevó un taxista que nos pidió nuestro teléfonos. Eso fue lo único que nos habló esa persona”.

Al llegar a un barrio residencial, el grupo fue recibido por otros tres hombres y una mujer que los esculcaron y les preguntaron sus nacionalidades. Entre los migrantes venezolanos que tratan de cruzar México se repiten cada vez con más frecuencia las mismas historias de hombres armados que se suben a los autobuses y gritan: “que bajen todos los venezolanos”, la nueva presa predilecta del crimen organizado, capaces de pagar rescates en dólares más onerosos que los haitianos y cubanos.
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Les quitaron el dinero que les quedaba, los celulares y los separaron en un cuarto para hombres y otro para mujeres. El espacio era pequeño para la cantidad de personas agrupadas. Tenían que turnarse para estirar las piernas y dejar descansar a los otros, recuerda Yosef, quien guardó como pruebas una foto de él y su pareja que los secuestradores enviaron a sus familiares, las transferencias de dinero hechas a los criminales y los intercambios de mensajes por WhatsApp. Aunque no quiso ser grabado en video por razones de seguridad, después de meses de conversaciones accedió a reunirse con estos periodistas en un restaurante de la Ciudad de México y dejar su testimonio en audio.
“Fue un poco fuerte porque obviamente como éramos los nuevos, hicieron y deshicieron con nosotros. Después en la madrugada, (nos daban) golpes a las seis de la mañana, por gusto. Fue así como un par de días: llegaban despertando a la gente, gritando, nos daban golpes con un zapato (…), no les importaba darnos en la cabeza, no les importaba nada. No podías dormir, no podías hablar, no podías hacer nada, porque obviamente era peor”.
Así duró 22 días en cautiverio y Paola, su pareja, cinco más, hasta que los secuestradores los liberaron a unos pocos metros del refugio Senda de Vida de Reynosa, cuando sus familiares accedieron a pagar 6 mil dólares de rescate, asegura. En los recibos que conserva, consta el pago de 3 mil 220 dólares: una fortuna en Venezuela donde el salario mínimo ronda los 32 dólares mensuales: 15 mil bolívares.
Entre las personas migrantes que fueron víctimas de secuestro, entrevistadas para este reportaje, así como la treintena de expertos, activistas de derechos humanos, directivos de refugios para migrantes, miembros de oenegés internacionales con presencia en el terreno, directivos de instituciones internacionales, exfuncionarios de gobierno, migrantes, familiares de migrantes, investigadores y académicos en Chiapas, Ciudad de México y Tamaulipas, circulan historias terribles sobre el destino de quiénes no tienen cómo pagar el rescate exigido por los secuestradores.
El caso de Yosef no es raro. Los secuestros de migrantes venezolanos se han vuelto cotidianos en todo México en los últimos dos años. Forman parte de una gigantesca industria subterránea de tráfico de personas, cuyo tamaño es difícil de evaluar, ya que no existen cifras oficiales al respecto.
De acuerdo con información de la Fiscalía General de la República (FGR) obtenida vía transparencia, en 2022, último año completo disponible, fueron secuestradas 404 personas migrantes en México, la mayoría en los estados de Puebla, Hidalgo, Estado de México, Morelos y Veracruz, a diferencia de los 18 registrados en 2019 (16 en 2018), un año antes de la pandemia. En apenas tres años los secuestros de migrantes aumentaron 2,144.44%.
Una parte importante de las personas secuestradas son venezolanas, pero es imposible definir cuál es el porcentaje, ya que el registro de la fiscalía mezcla distintas nacionalidades en un mismo evento.
Aunque el aumento es notable, corresponde a un subregistro, propio de un negocio ilegal y oculto por naturaleza, que impacta a una población particularmente vulnerable. Ninguno de los tres migrantes secuestrados contactados por los autores del reportaje en la región de Tamaulipas denunció oficialmente el delito que sufrió, por miedo a posibles represalias y amenazas explícitas de sus captores. Cada uno dijo haber estado encerrado con unas 30 personas más, algunas llevaban meses en el lugar.
“Es muy difícil saber con exactitud cuántos migrantes son víctimas de secuestro en México porque no hay estadísticas confiables”, señala Tyler Mattiace, investigador para Human Rights Watch en México. “La mayoría de las personas nunca denuncian, normalmente por miedo. Muchas de las personas que hemos entrevistado nos dicen que policías o agentes de migración fueron cómplices en su secuestro. Otros nos dicen que intentaron denunciar y las autoridades se negaron a ayudar”.
Si la industria ha crecido exponencialmente en los últimos años, es porque se beneficia de las nuevas reglas migratorias impuestas por Estados Unidos en 2021 y México en 2022 contra los venezolanos.
El endurecimiento de las medidas inició en 2019, bajo el mandato del entonces presidente estadounidense, Donald Trump (2017-2021), con el objetivo de limitar la llegada de migrantes a las fronteras, explica el profesor adscrito al centro de relaciones internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Tomas Miltón. Trump “incluso amenazó con poner aranceles” a productos mexicanos “que iban a crecer de manera paulatina, empezando con el 5%”. Eso llevó a “un cambio radical en la política migratoria del gobierno de Andrés Manuel López Obrador”, que pasó de abrir las puertas del país y promover inversiones en sus países de origen, a “implementar políticas de contención elaboradas desde EU y puestas en la práctica en nuestro país”, advierte.
En concreto: México comenzó a exigir visa a los ciudadanos venezolanos que antes transitaban por caminos legales en el país, para apaciguar la presión económica de EU. “Ante esta situación, básicamente (los migrantes) ahora están recurriendo a rutas más peligrosas, al usar obviamente coyotes, particularmente vinculados con el crimen organizado, que muchas veces los secuestran”, agrega Miltón.

A cuatro años del inicio de la estrategia de máxima presión económica, política y diplomática impuesta por EU para asfixiar al gobierno venezolano, Nicolás Maduro sigue siendo presidente del país sudamericano y su país se sigue separando a través de oleadas de migrantes que, luego de haberse regado por el continente Sudamericano, comienzan a llegar a suelo estadounidense, empujadas por el empobrecimiento de sus países de acogida, la xenofobia y la represión.
La cifra de migrantes venezolanos expulsados de su país por la crisis económica en la que se encuentra hundido desde hace una década es tan gigantesca –más de 7.2 millones de personas-, que la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR por sus siglas en inglés) no ha dudado en calificarlo como “el éxodo (…) más grande que ha visto América Latina en la época moderna”, el segundo mayor en el mundo después del sirio. Es superior a la población de países como Panamá, El Salvador, Costa Rica o Nicaragua, que eran hasta hace poco los principales proveedores de migrantes que atraviesan México hacia el norte.
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Y toda esa gigantesca estampida humana se encuentra con “el principal corredor migratorio del mundo”, como define en un informe la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) a México, “por su cercanía con EU”. Generando así un negocio colosal para los coyotes y miembros de grupos criminales organizados para facilitar el tráfico de migrantes venezolanos en México.
“La imposición de nuevas visas (para venezolanos y ecuatorianos) y otros requisitos (como el pre-registro para colombianos) para ingresar a México en los últimos años ha obligado a cada vez más personas a transitar México por tierra, exponiéndolos a mayores peligros, como secuestros y extorsiones”, sentencia Mattiace.
“Pero otro factor, quizás más importante, ha sido la serie de políticas migratorias en los últimos cinco años (como el Quédate en México, el Título 42, y ahora la aplicación móvil CBP One) que han obligado a las personas no sólo a cruzar México por tierra, sino también a esperar durante meses en zonas peligrosas del país con la esperanza de eventualmente tener la oportunidad de presentar una solicitud de asilo en Estados Unidos”, agrega el investigador.
Hasta hace unos años, el peor tramo para quienes querían atravesar el continente era la selva del Darién, que divide a Colombia de Panamá y separa el sur de Centroamérica. Un paso lleno de grupos armados que extorsionan y maltratan a los migrantes, serpientes venenosas y ríos crecientes. Pero ya quedó atrás, porque ahora “es peor atravesar México que el Darién”, dice el sacerdote Luis Eduardo Zavala de Alba, director del refugio para migrantes Casa Monarca en Monterrey, Nuevo León. Y lo mismo repiten casi todos los entrevistados.
La puerta de entrada a México es otra jungla: el estado sureño de Chiapas, en el que también acechan secuestradores y extorsionistas, cobros excesivos, violencia y xenofobia, articulados por autoridades corruptas y el crimen organizado.
Una vez que atraviesan Guatemala, los migrantes se topan de frente con el río Suchiate, la frontera natural que separa a México con territorio centroamericano y que no puede cruzarse sin la ayuda de los balseros que han hecho de la necesidad un negocio. Es la primera actividad lucrativa que se desprende de la migración irregular y deja jugosas ganancias.
Lo vivió Alianys, migrante venezolana, quien también pide resguardar su identidad, que sufrió un secuestro exprés en Chiapas antes de llegar al centro del municipio fronterizo de Tapachula. Luego de entregarle unos dólares a unos supuestos policías chiapanecos en uniforme, el grupo de 10 personas con las que viajaba fue llevado en transporte a un monte cercado con alambres de púas que debió rodear. Pero todo fue una trampa.
Al subir el monte, fueron interceptados por dos sujetos armados con vestimenta militar que les apuntaron con armas y les ordenaron adentrarse entre los matorrales. Vestían “ropas tipos camufladas color verde oscuro y un poco claro, botas color negras, los dos tenían cada uno de ellos armas largas, uno de ellos era de estatura alta, delgado y de tez moreno claro, el otro era también alto, complexión mediana”.
Enseguida apareció un tercer sujeto, vestido con el uniforme que portan los agentes del Instituto Nacional de Migración de México: pantalón de tela negra, camisa blanca de manga corta sin logotipo ni nombre y zapatos de vestir negros. Era de estatura baja, tez morena obscura, cara redonda, nariz mediana, cabello negro, corto y ondulado. El presunto agente migratorio se abotonó la camisa mientras les pedía a cada uno mil pesos mexicanos para dejarlos avanzar.
En los últimos años, Chiapas se ha convertido en uno de los centros de retención de migrantes más grandes del mundo que funciona como filtro de seguridad para evitar que más personas lleguen hasta la frontera norte con Estados Unidos para solicitar asilo por medio de la aplicación CBP-ONE. Según cifras oficiales, la mayoría de los 444,439 “eventos de personas en situación irregular” registrados en México entre 2021 y 2022, canalizadas por el Instituto Nacional de Migración (INM) ocurrieron en ese estado (34.3%).
Allí, como en otras regiones, las pésimas condiciones de las estaciones migratorias, donde abundan historias de hacinamiento, falta de alimentos, abusos y negligencias, buscan desalentar la migración irregular. Al precio de una “criminalización del fenómeno migratorio” similar a “las condiciones de una detención de carácter penal” y numerosas denuncias de tratos “contrarios al respeto de los derechos humanos”, retomadas por la CNDH en un informe del 13 de abril de 2023.
El caso más famoso ocurrió sin duda el 27 de marzo de 2023 en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde 40 migrantes (13 de ellos venezolanos) murieron y 27 resultaron heridos en un centro de detención del INM, luego de que las llamas se desataron al interior de una celda cerrada con llave, donde no había extintores ni ventilación.
En los últimos cinco años (2019 – 2024) los trabajadores del Instituto Nacional de Migración han sido sancionados por cometer violaciones a los derechos humanos, abuso de autoridad y ejercicio indebido de sus funciones, según datos de la Secretaría de la Función Pública obtenidos vía transparencia. De los 162 que recibieron una sanción, sólo ocho fueron destituidos.
Sin embargo, la represión no parece estar logrando su objetivo en el continente. Cada año se rompe récord en cuanto a la cantidad de migrantes que cruzan el tapón del Darién, el barómetro del flujo de personas que cruzan de sur a Centroamérica. En lo que va 2024, según cifras del gobierno panameño, ya han atravesado el paso selvático más de 110 mil migrantes, lo mismo que de enero a abril de 2023. La mayoría son venezolanos (70 mil 092), seguidos de ecuatorianos (8 mil 953), haitianos (7 mil 329 y colombianos (7 mil 136). Un flujo que en algún momento llega a las puertas de México, en ocasiones en gigantescas caravanas.

Alianys recuerda que migró motivada por “la inseguridad y por salud, ya que tengo una cardiopatía hipertrófica y él tratamiento o una emergencia en Venezuela es complicada de resolver”, dice, y enlista que debió cruzar Colombia, Panamá (incluida la selva del Darién), Costa Rica, Nicaragua y Honduras, donde “nos tocó quedarnos un mes por falta de dinero. Gracias a Dios una familia nos dejó quedarnos en las carpas al lado de su casa en un terreno”.
Para cubrir los gastos que el viaje demandaba, su pareja le enviaba dinero, mientras que sus padres y amigos le prestaban lo que podían. “El dinero nos lo iban mandando, por razones de seguridad no se puede cargar todo encima ya ve que en todos lados nos quitaban dinero la policía”.
Hace menos de dos décadas, Venezuela era aún una economía petrolera boyante, más acostumbrada a recibir migrantes que a ver sus ciudadanos escapar en masa hacia otros países. Luego llegó al poder Hugo Chávez en 1999 y durante unos años instaló el “socialismo del siglo XXI”, repartiendo a manos llenas los réditos de las rentas petroleras entre las clases menos favorecidas, hartas de la desigualdad.
Sin embargo, el control estatal de la economía, la corrupción y la ineficiencia fueron acabando el Producto Interno Bruto del país, que se desplomó 80% en 20 años. Así que en 2012, poco antes de la muerte del líder bolivariano (2013) comenzaron a salir las primeras oleadas de venezolanos hacia el sur del continente. A México y Estados Unidos se demoraron mucho más en llegar.
“Antes de la pandemia, cuando nosotros empezamos a trabajar con migrantes, estamos hablando de 2016, 2017, llegaban los venezolanos por avión, por vía aérea y pedían refugio o asilo en los aeropuertos, o entraban como turistas y pedían refugio. Nosotros los ayudábamos en esos procesos”, relata Franciso D’Angelo, director de Venemex, asociación de venezolanos en México.
“Más que todo porque eran personas que eran bachilleres, estudiantes, técnicos, profesionales, que venían a quedarse en México, (…) muchas veces porque tenían amigos o familiares, por reunificación familiar. Tenían un punto de conexión con el país. ¿Y qué pasó? Bueno, vino la pandemia, con la pandemia también vino el tema de que nos pusieron visa para entrar y empezó a crecer post pandemia el fenómeno de ver llegar personas caminando que siempre era un fenómeno que era de pocos pues. Normalmente los venezolanos no venían caminando, pero fue creciendo, creciendo, creciendo. Creemos que hubo una política de Estado, quizá en el gobierno de Maduro, para hacer presión sobre Estados Unidos” a través de esas migraciones masivas, agrega el activista venezolano.
Una presión que parece estar funcionando, en la medida en que la migración se ha vuelto un tema central de la campaña electoral en curso en la que los estadounidenses elegirán a un presidente entre el demócrata Joe Biden y el republicano Donald Trump.
Mientras eran extorsionados por el supuesto agente de migración, Alianys y su grupo comenzaron por negar que llevaban dinero. Pidieron perdón y le dijeron que tenían familia, pero les contestó “que no le importaba”. En medio de la conversación, el hombre regordete recibió una llamada de una mujer, al parecer su superior. El silencio del monte y la bocina del teléfono les permitieron escuchar el regaño en el que le pidieron que acelerara la búsqueda de un grupo de migrantes que habían perdido de vista. Él fingió demencia.
Aferrados a su versión, Alianys y sus acompañantes permanecieron retenidos durante unas tres horas, durante las cuales los sujetos armados les apuntaron con armas largas, al tiempo que los amenazaban con entregarlos a migración y meterlos presos. “Nos empezaron a gritar que éramos unos brutos, que por eso nos pasaba lo que nos pasaba, que teníamos que pagar porque no nos iban a dejar seguir por el camino”, relata. Hasta que los amenazaron con desnudarlos.
“Nos asustamos y pensé que nos harían otra cosa. Sin embargo al escuchar eso, temiendo que me fueran a hacer algo le entregué al señor de la camisa blanca la cantidad de tres mil pesos mexicanos en sus manos, dinero que juntamos entre todos. Le dimos la mitad del dinero que pedía, ya que él quería la cantidad de seis mil pesos”, cuenta Alianys. “Mi pareja pidió un préstamo de tres mil dólares (…) pero le tocó pagar el doble con los intereses, aún lo está pagando”. A diferencia de la mayoría de los otros migrantes entrevistados, Alianys si interpuso una queja ante la fiscalía de la que estos reporteros dispone de una copia, con ayuda de una ONG que respalda su versión.
Una vez entregado el dinero, los agresores les ordenaron cerrar los ojos, darles la espalda y arrodillarse. Carcomidos por el miedo a morir, algunos se pusieron a llorar. Luego de un momento dejaron de escuchar los susurros, voltearon y al ver que ya no estaban sus agresores, “nos fuimos corriendo hacia la carretera, y allí esperamos un rato para que se nos pasara el susto”.
Como pudieron cogieron diferentes transportes hasta llegar a Tapachula, Chiapas, un pueblo que se ha convertido en un albergue a cielo abierto para migrantes de diversas nacionalidades: venezolanos en su mayoría, colombianos, ecuatorianos, hondureños y haitianos.
La violencia contra los migrantes que atraviesan México no es nueva. Durante años han sido extorsionados por pandillas y autoridades corruptas. Es el caso de los centroamericanos que se suben a “la bestia” para cruzar el país: el gigantesco tren que parte de Ciudad Hidalgo, Chiapas o Tenosique, Tabasco, sube por los estados de Veracruz y Puebla, atraviesa la Ciudad de México y los encamina hacia las principales ciudades fronterizas como Piedras Negras, Coahuila; Reynosa, Tamaulipas; Ciudad Juárez, Chihuahua y Mexicali, Baja California.
Pero las agresiones contra el gigantesco flujo de personas que huyen de la violencia y la miseria de Sudamérica y el Caribe, encabezados por los venezolanos, inquieta particularmente a las agencias internacionales que monitorean la situación en México.
“Es urgente abordar de manera oportuna y adecuada los factores de riesgo que enfrenta la población migrante frente a la trata de personas, ya que situaciones como el estatus migratorio, la falta de redes de apoyo y el idioma pueden colocarles en mayor vulnerabilidad ante este delito”, señala Dana Graber Ladek, representante de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en México.
El problema es que la regulación del tema migratorio no sólo depende de México, aclara Giovanni Lepri, representante de ACNUR en México, ya que tanto “la administración anterior en Estados Unidos, como la administración actual y muy probablemente la próxima (…) han puesto en marcha toda una serie de mecanismos que restringen la posibilidad a muchas personas de ser reconocidas” como solicitantes de asilo, “con la posibilidad de ser reconocidas como refugiados o de poder tener una estadía regular en Estados Unidos.”
“Si antes teníamos solo personas que desde el sur entraban a México, ahora tenemos personas que desde el norte son devueltas hacia México”, por lo que “es importante que los canales regularizados oficiales y con documentación migratoria regular se amplíen para que evitemos lo más posible que las personas vayan por la invisibilidad”, añade.
Tan solo desde mayo de 2023, las autoridades estadounidenses han “devuelto más de 520,000 personas” -muchas de ellas venezolanas- halladas en la gigantesca frontera de 3,129 kilómetros que comparte con México, compuesta principalmente por ríos y desiertos. Y al no existir relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Venezuela, la mayoría se queda en una tierra en la que es presa fácil para los criminales de todo tipo.
Consultados para este reportaje, ni la Presidencia de la República de México, ni la Secretaría de Gobernación, ni la Secretaría de Relaciones Exteriores, ni la Comisión Nacional de Derechos Humanos, ni el Instituto Nacional de Migración han querido entregar declaraciones.

Varios factores se conjugaron para que José Antonio Kast fuera elegido por una abrumadora mayoría. Se impuso en todas las regiones del país a la comunista Jeannette Jara. En BBC Mundo te detallamos algunas claves que explican este profundo giro a la derecha en Chile.
No hubo sorpresas. Chile eligió este domingo al ultraderechista José Antonio Kast como su próximo presidente.
El líder conservador logró imponerse con un 58,16% de los votos y una amplia ventaja sobre la candidata de la izquierda, la comunista Jeannette Jara, quien obtuvo el 41,84%.
En su tercer intento, el candidato respaldado por todo el arco derechista logró hacerse con la presidencia del país sudamericano, proponiendo un “gobierno de emergencia” y con un duro discurso en materia de seguridad y migración, preocupaciones que se han vuelto prioritarias para los chilenos.
El triunfo del otrora parlamentario supone el mayor giro hacia la derecha en la presidencia de Chile tras el retorno a la democracia y se da luego de cuatro años del gobierno de izquierdas de Gabriel Boric.
Kast ganó en todas las regiones y se convirtió en el presidente electo con más votos en la historia del país, llegando a un total de poco más de 7,2 millones de apoyos.
Este último hecho se explica -en parte- por la ampliación del padrón electoral y por ser esta la primera elección presidencial con sufragio obligatorio.
Su contundente resultado, sin embargo, tiene múltiples explicaciones y supone también importantes desafíos.
“El miedo”.
Eso responde el doctor en sociología Eugenio Tironi cuando se le pregunta por los principales factores que explican el triunfo de José Antonio Kast en Chile.
El también consultor alude justamente al temor que se registró durante esta campaña presidencial entre los chilenos en materia de seguridad pública.
“Los factores son múltiples, pero yo creo que básicamente, es el miedo. El miedo a la delincuencia, el miedo a la migración descontrolada -y que en general se visualiza como asociada al crimen-, y por último el miedo a la inseguridad que produce el estancamiento económico. Hay un deseo de cambio, de cambio de personal político, de estilo, de forma de gobernar. Y esto lo capitalizó muy bien Kast”, afirma el analista en conversación con BBC Mundo.
La sensación de inseguridad aumentó en el país sudamericano en los últimos años, entre otras cosas, luego de que se registrara un incremento en los niveles de violencia en delitos comunes como el robo y, asimismo, se detectara la presencia de grupos criminales internacionales.
Ese fue un tema que, de hecho, marcó fuertemente al gobierno del presidente Gabriel Boric, quien se vio forzado a reorganizar sus prioridades y potenciar su agenda en la materia.
Esa preocupación ciudadana la supo capitalizar bien el nuevo presidente electo de Chile. Con un discurso de “mano dura” en contra del crimen organizado y la delincuencia, logró encarnar una respuesta que hizo eco entre los electores.
En Chile, además, se ha vinculado el crimen organizado a la migración irregular por el ingreso de grupos como el Tren de Aragua.
En el país hay cerca de 300 mil migrantes que han ingresado de manera irregular y Kast ha hecho de ellos una de sus prioridades. Los ha llamado a abandonar el territorio chileno y se ha comprometido en su expulsión.
La analista y experta en comunicación Paula Walker coincide en que Kast capitalizó el miedo de los chilenos en estas materias, pero pone un matiz. “Es una campaña que se toma del miedo, pero cuando tiene que desarrollar sus piezas no apela al miedo. No la desarrolla anclada en imágenes oscuras, al contrario, su campaña era en ese sentido hasta esperanzadora”, sostiene.
El periodista y escritor chileno Ascanio Cavallo sugiere, además, que Kast también logró encarnar una promesa de cambio en materias más amplias que afectan diariamente la vida de las familias chilenas como el desempleo, la salud y la educación.
Uno de sus principales desafíos de Kast en este sentido, será manejar las expectativas que se ha fijado en estos ámbitos.
En su primer discurso a la nación, de hecho, apuntó justamente a moderarlas.
“Los resultados no se verán al día siguiente, esto requiere perseverancia, fortaleza y sabiduría”, dijo a la vez que recalcó “no nos pidan milagros, pídanos energía”.
Un factor que marcó el tercer intento de José Antonio Kast para llegar a la presidencia fue su aparente moderación.
En 2021, cuando perdió la segunda vuelta ante Gabriel Boric, su narrativa era totalmente distinta: se mostró contrario a los derechos de la población LGBTIQ+, al aborto en tres causales e, incluso, propuso perseguir a agitadores radicales de izquierda. En esa época, además, no se abstuvo de publicitar admiración por el dictador Augusto Pinochet.
Pero nada de eso defendió esta vez. Su estrategia fue pragmática y monotemática: un gobierno de emergencia dedicado a poner orden, con “mano dura” contra delincuentes y criminales y, asimismo, contra el migrante irregular.
Cuando se le intentaba llevar al plano de los valores, la respuesta era siempre la misma: esos temas no son la prioridad de los chilenos. En otros asuntos complejos respondía solo “depende”, para evitar marcar posturas que pudieran costarle su posicionamiento.
Su aparente moderación, además, se vio reforzada por la aparición de una figura que se le plantó a la derecha: el diputado libertario Johannes Kaiser, quien obtuvo un amplio respaldo en la primera vuelta y apoyó su candidatura para el balotaje.
Esta vez fue Kaiser quien jugó a ser el más extremo. Propuso, por ejemplo, indultar a condenados por violaciones de derechos humanos cometidas durante el régimen militar.
En su campaña de segunda vuelta, Kast profundizó sus mensajes hacia la derecha más liberal e incluso el centro político.
También hizo gestos al mundo que votó por el populista Franco Parisi, quien quedó tercero en la primera vuelta presidencial del 16 de noviembre, obteniendo el 20% de los votos. En ese periodo, de hecho, Kast recibió el respaldo del expresidente, Eduardo Frei, integrante histórico de la Democracia Cristiana, partido de centro.
Según todos los analistas consultados por BBC Mundo, la aparente moderación de Kast fue un factor que incidió significativamente en la histórica votación que obtuvo este domingo.
“Fue muy importante. Le permitió arrastrar al voto de centro, le permitió arrastrar al voto de la derecha del viejo arco de la Concertación (coalición de centroizquierda que lideró la transición democrática), le permitió arrastrar al voto de Parisi. Todo eso le habría resultado mucho más difícil si hubiese insistido en su agenda valórica”, afirma Tironi.
La gran pregunta que se abre en Chile es si Kast seguirá profundizando aquello o ahora, ya electo, comenzará a sincerar las definiciones que esquivó en el periodo electoral.
Con un discurso antimigrante que resuena a Donald Trump, una promesa de recortar el gasto fiscal y reducir el Estado, al estilo de Javier Milei, y su cercanía con otras figuras de corte autoritario como Nayib Bukele y Víctor Orbán, en la oposición algunos se preguntan si Kast seguirá o no esas sendas.
Sus primeras señales, al menos, apuntaron en el sentido contrario. En su primer discurso a la nación, Kast afirmó que su gobierno de emergencia “no significa para nada autoritarismo”.
Además, confirmó que renunciaría al Partido Republicano, repitió varias veces que busca ser el presidente de todos los chilenos, e hizo gestos a la propia Jeannette Jara y a su futura oposición:
“Un gobierno no se construye solo con sus partidarios, se construye también con la oposición”, dijo.
En Chile la última vez que un presidente le pasó la banda presidencial a alguien de su mismo signo político fue en 2006, cuando la entonces candidata Michelle Bachelet se convirtió en la sucesora de Ricardo Lagos.
Desde ese entonces, con un estallido social y dos procesos constitucionales fallidos de por medio, el país ha elegido la alternancia.
La tendencia no es propia de Chile, sino que es cada vez más común a nivel mundial y así se ha visto también en la región en elecciones recientes como la de Uruguay o Bolivia.
El denominado voto impugnador, que rechaza a quien está en el poder en el momento de la elección, fue un factor que jugó en contra de Jeannette Jara.
La candidata de la izquierda representaba la continuidad del gobierno del presidente Gabriel Boric. Fue su ministra del Trabajo y, por más que lo intentó alzando duras críticas a su administración, no logró distanciarse de su figura.
Pero no todo se explica por un voto impugnador. Para varios expertos el triunfo de Kast reponde también a un castigo al propio Boric y su gestión.
“Hubo acciones del gobierno que fueron muy bien utilizadas por la candidatura de Kast; problemas de gestión, decisiones políticas mal tomadas, lo que él capitalizó muy bien”, dice Walker.
Para Cavallo la derrota de Jara se explica en gran parte por haber sido la cara de la continuidad “de un muy mal gobierno, un gobierno muy aficionado, muy poco responsable en algunas cosas. No en todas pero sí en algunas y con poca profundidad histórica”.
Tironi afirma que es difícil saber dónde está el límite del voto impugnador versus la responsabilidad que le puede caber a la administración de Boric en entregar la banda presidencial a su oposición:
“El gobierno hizo un esfuerzo por responder a algunas demandas, que no estaban presentes cuando el presidente Boric fue electo. Él fue electo con demandas de cambio social, con demandas progresistas, y ahora sale con demandas conservadoras. El gobierno de Boric trató de adaptarse, pero lo hizo un poco tardíamente, con dificultad, con problemas de gestión y no está en su ADN obviamente esta agenda. Esta es una agenda que le es mucho más natural a una opción de derecha”.
“Entonces, si el gobierno pudo haber cambiado este destino, yo creo que francamente no”, agrega.
Pero Jara también cargaba con otra mochila: su militancia comunista.
La administradora pública de origen popular, no pudo sacarse de encima esa chapa, aun cuando había prometido renunciar a su colectividad si era electa presidenta.
Algunos analistas consideran ese factor supuso una desventaja importante para ella.
“Ser militante comunista es una dificultad, yo no tengo ninguna duda de eso. Hay mucha gente que realmente no siente que puede votar por una candidata comunista. O sea, hay dos millones de votos de diferencia”, dice Walker, aunque destaca que la exministra logró desmarcarse en gran medida de ese activismo.
Cavallo agrega: “No estoy hablando de los dotes personales de Jara ni nada por el estilo, pero haber elegido a una militante comunista es un contrasentido mundial, ya no local. Eso le bajaba un poco el techo y explica por qué es tan severa la derrota”.
Tironi, por su parte, estima que si se miran los resultados ese factor no fue tan determinante.
“A lo mejor en el mundo rural, pero en el mundo urbano, sobre todo, en Santiago, en Valparaíso, fue poco. Porque Jara rompió un poco el cielo de cristal del comunismo. Logró ganar en muchas comunas populares importantes, un electorado que no se dejó llevar por el estigma comunista”, dice.
“Lo que sí es cierto es que en las comunas más pudientes y en el mundo rural, sí que debe haber pesado, porque Kast llegó a sacar cerca del 85% en las comunas de lo que llamamos el barrio alto de Santiago”, añade.
Pese a lo histórico de su triunfo, José Antonio Kast no fue un fenómeno en sí mismo.
En la primera vuelta obtuvo solo un 23% de los votos, menos del 27% que logró en la misma elección en 2021.
Para su triunfo este domingo fue importante el apoyo de otras figuras de la derecha que participaron en la primera vuelta, como el libertario Johannes Kaiser -representante de una línea más dura- y la abanderada de la derecha tradicional, Evelyn Matthei, quien encarna la visión política del fallecido expresidente Sebastián Piñera.
Tanto Kaiser como Matthei le dieron un respaldo inequívoco a Kast. Lo mismo hizo la familia de Piñera.
Y si bien siempre se dice que los votos no se traspasan automáticamente, lo cierto es que si se miran las cifras, tanto los votos de Kaiser como la mayoría de los de Matthei estuvieron con el republicano.
Asimismo, se puede leer preliminarmente que al menos una parte de los votos de Parisi también se fueron hacia Kast.
A todos ellos y sus “votos prestados”, les hizo gestos la noche de este domingo.
“Muchas gracias a los que se sumaron en segunda vuelta, gracias a quienes votaron por otras candidaturas y hoy libremente eligieron apoyar este camino de cambio”, dijo a la vez que destacó que “entre todos logramos una mayoría histórica”.
En el mundo de la derecha han advertido al presidente electo del riesgo de embriagarse con la contundencia del triunfo.
Y es que el cuadro supone varios desafíos para su futuro gobierno. Para sostener su base de apoyo tendrá que lograr conciliar las visiones opuestas de país que tienen las derechas con las que tendrá que gobernar.
Kast no tendrá mayorías en el Congreso, por lo que sabe que requerirá asegurar la gobernabilidad de los propios y los votos del Partido de la Gente de Parisi y la oposición para aprobar sus políticas.
A su vez, será crucial que entregue resultados oportunos en las que ha definido como sus prioridades para evitar una pérdida de respaldo temprana.
Sobre este tema, Walker subraya que “todos los presidentes ganan con votos prestados” y que lo relevante es que “tenemos hoy día el país completo teñido de azul y eso es impresionante”.
“Si es solo de una adhesión a la figura de él o no, no sé si eso es muy relevante. Lo relevante es que hay una coalición de derecha, liderada por él, que fue capaz de hacer hoy día perder a la izquierda de manera importante y sobrepasarla en dos millones de votos”, agrega.
Si Kast es capaz de hacer de eso un activo duradero, es lo que veremos desde el próximo 11 de marzo, cuando asuma la presidencia.
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