Hugo Adolfo Karam Beltrán, extitular de la Policía Judicial de la entonces Procuraduría General de Justicia del estado de Puebla, durante el sexenio de Mario Marín, fue detenido en Boca del Río, Veracruz , está acusado por un caso de tortura contra la periodista Lydia Cacho.
La Fiscalía General de la República (FGR) informó que la orden de aprehensión se cumplimentó a través de la Fiscalía Especializada en materia de Derechos Humanos (FEMDH), y de elementos de la Agencia de Investigación Criminal (AIC).
“La presente orden de aprehensión fue obtenida por la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE), de la FEMDH, al presentar pruebas suficientes para acreditar la presunta responsabilidad del detenido en el delito de tortura, quien, al momento de los hechos en 2005, se desempeñaba como titular de la Policía Judicial de la entonces Procuraduría General de Justicia del estado de Puebla”, dice el comunicado.
De acuerdo con la FGR, el exfuncionario está relacionado con una presunta estructura organizada de poder dentro del Ejecutivo del estado de Puebla, con la finalidad de afectar la dignidad personal de una periodista, derivado de la publicación de “Los Demonios del Edén”, un libro de investigación periodística.
Hugo Adolfo Karam fue puesto a disposición del Juez Federal competente en Quintana Roo, para que determine su situación jurídica.
Lydia María Cacho Ribeiro fue denunciada ante las autoridades de Puebla por el empresario méxico-libanés Kamel Nacif Borge, por los delitos de difamación y calumnias. La periodista publicó un libro en el que develaba una red de pornografía infantil en la que presuntamente estaban relacionados políticos y empresarios en Quintana Roo.
Cacho Ribeiro fue detenida el 16 de diciembre de 2005 por elementos de la policía de Puebla y trasladada vía terrestre de Cancún a la ciudad de Puebla.
De acuerdo con la FGR, en su carácter de director general de la Policía Judicial y tras presuntas órdenes del exgobernador del estado de Puebla, Mario Marín Torres, Karam Beltrán coordinó el cumplimiento de dicha orden de aprehensión.
“Comisionó a policías de dicha entidad a la ciudad de Cancún, Quintana Roo, para realizar y ejecutar la orden de aprehensión, realizando el traslado vía terrestre cuando existía la posibilidad de aéreo; sin embargo, fue en dicho traslado donde la torturaron”.
Lydia Cacho permaneció arrestada por casi 30 horas y fue liberada tras pagar una fianza. El 17 de enero de 2006, la escritora fue absuelta del delito de calumnia.
Tras los hechos, el Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) resolvió que hubo una serie de violaciones a los derechos humanos de la periodista, quien fue sometida a actos de tortura psicológica y física, tocamientos e insinuaciones sexuales, amenazas de muerte, violencia verbal y física, así como actos de discriminación por razón de género.
El 10 de febrero de 2021 el exgobernador de Puebla, Mario Marín, recibió auto de formal prisión por el delito de tortura contra la periodista Lydia Cacho, tras haber sido detenido el 3 de febrero en Acapulco, Guerrero.
Desde diciembre de 2020, autoridades judiciales liberaron órdenes de aprehensión en contra de Mario Marín, así como del empresario, José Kamel Nacif y del exsubsecretario de Seguridad Pública de Puebla, Hugo Adolfo Karam Beltrán, quien fue detenido este 13 de julio de 2023.
En enero de este año, el exgobernador de Puebla Mario Marín y el empresario Jean Succar Kuri, vinculados a una red de pederastia, fueron trasladados de penales de Quintana Roo a cárceles federales. El exgobernador fue llevado al penal federal 1, del Altiplano, en tanto que Succar Kuri fue al penal federal 15, en Chiapas.
En octubre de 2021, Succar Kuri fue sentenciado a 93 años de prisión, por los delitos de pornografía infantil y corrupción de menores
Despuntó como destino turístico internacional de primer nivel por más de una década hasta que el conflicto entre Grecia y Turquía la cambió para siempre.
De un lujoso destino turístico a una ciudad con un futuro incierto tras cinco décadas de abandono.
Varosha, suburbio de la localidad de Famagusta en el noreste de Chipre, tuvo su auge en la década de 1960 y la primera mitad de los años 1970.
Con sus hoteles de cinco estrellas, discotecas de primer nivel y más de dos kilómetros de playa bañada por el Mediterráneo, atraía a turistas y celebridades de todo el mundo, desde Elizabeth Taylor hasta Brigitte Bardot o Richard Burton.
Pero su destino cambió drásticamente en 1974, cuando la invasión turca de Chipre forzó a sus habitantes griegos-chipriotas a huir, dejando este territorio desierto y enjaulado en vallas militares.
Varosha quedó bajo el control del ejército turco como parte de un conflicto más amplio que dividió la isla en dos: al sur, la República de Chipre, reconocida internacionalmente y habitada en su mayoría por griegos-chipriotas; al norte, la República Turca del Norte de Chipre, un estado autoproclamado que solo reconoce Turquía.
Desde entonces, este enclave ha sido utilizado por ambas partes como una moneda de cambio en las complejas negociaciones que han intentado, sin éxito, reunificar el país.
La invasión de Chipre por las tropas turcas en julio de 1974 obligó a sus 39.000 residentes, la amplia mayoría mayoría griegos-chipriotas, a huir en cuestión de horas.
Cuando esto ocurrió, Avghi Frangopoulou tenía 15 años y sus padres acababan de comprar dos apartamentos en la playa de Varosha, pero la guerra lo cambió todo de la noche a la mañana.
“Recuerdo que corría porque veía los aviones justo encima de mí”, comenta sobre los bombardeos turcos en una entrevista para el programa de radio Assignment, de la BBC.
Su familia, como otras miles, tuvo que dejar atrás todas sus pertenencias y huir para salvar sus vidas.
Tras tomar el control, el ejército turco cercó Varosha con una valla y la convirtió en una zona militar restringida, vacía e inaccesible para civiles, es decir, una “ciudad fantasma”.
Durante décadas, el destino de Varosha fue un asunto de negociación clave en los fallidos intentos de reunificar Chipre.
En 1984, la ONU adoptó la resolución 550, que declaraba que debía ser devuelta a sus legítimos propietarios, pero el gobierno turco-chipriota de facto no aceptó y la ciudad permaneció intacta, con sus casas, hoteles y tiendas vacías.
“No somos fantasmas, y nuestra ciudad no es una ciudad fantasma”, protesta Frangopoulou, quien, como muchos otros exresidentes, ha visitado Varosha en los últimos años tras su reapertura parcial en 2020.
El estado de abandono del lugar hace aún más dolorosos sus recuerdos. “No me gusta ver esto”, afirma sobre el deterioro de su barrio natal y el “turismo oscuro” que ha surgido en torno de él.
En 2020 Turquía decidió reabrir parcialmente al público este espacio.
El anuncio de su presidente, Recep Tayyip Erdogan, atrajo de inmediato a visitantes curiosos, convirtiendo al otrora destino de lujo en uno del llamado “turismo oscuro” que invita a lugares marcados por la tragedia, el abandono o el conflicto.
Los turistas que llegan a Varosha se enfrentan a una extraña combinación de belleza y decadencia.
La playa está de nuevo abierta al público y en ella se observan bañistas disfrutando del mar y el sol rodeados de apartamentos en ruinas y hoteles destruidos, con ventanas rotas y fachadas corroídas por el paso del tiempo.
Muchos de los antiguos residentes no ven con buenos ojos esta transformación de su barrio en una especie de atracción turística.
“Conozco a la gente que vivió aquí. No pueden vender esto como un producto, como un pueblo fantasma”, comenta Avghi Frangopoulou, quien considera la reapertura como una forma de trivializar la tragedia de la invasión.
Parte de la comunidad internacional también ha condenado la decisión de Turquía de abrir Varosha sin un acuerdo previo con los grecochipriotas, lo que supone un paso más en la violación de la resolución 550 de la ONU.
Pero el barrio sigue recibiendo turistas y las autoridades turcochipriotas no parecen dispuestas a cambiar su postura.
Para los antiguos residentes de Varosha, regresar a la ciudad tras casi 50 años de exilio es un intenso golpe emocional, ya que sus edificios ahora en ruinas les evocan recuerdos de una vida interrumpida de forma abrupta en 1974.
Avghi Frangopoulou ha vuelto varias veces desde que se abrió parcialmente en 2020.
“Mi casa está aquí”, dice, señalando la calle donde vivía, ahora cubierta de escombros.
Pese a la autorización de visitas turísticas, el barrio sigue bajo estricto control militar y muchas zonas permanecen inaccesibles para los antiguos residentes.
“Solo quieres pasar por esa puerta y subir las escaleras, pero hay policías que te detienen, así que no te arriesgas”, asegura Frangopoulou.
El caso de Andreas Lordos es similar. Su familia construyó uno de los primeros hoteles en Varosha, el Golden Marianna, aún en pie aunque abandonado y cubierto de enredaderas.
“Mi padre construyó este hotel en 1967 cuando tenía 27 años. Era un hotel con piscina, algo nuevo en esa época. Estaba frente a mi colegio, así que durante el recreo íbamos a curiosear qué hacían los turistas”, relata, mientras observa lo que queda del edificio.
Confiesa que su sueño es restaurarlo y abrirlo de nuevo algún día.
Sin embargo, es difícil que los antiguos propietarios huidos hace 50 años puedan recuperar sus inmuebles.
Las autoridades turcochipriotas han instado a los antiguos dueños a que reclamen sus tierras, pero estos aseguran que en la práctica es casi imposible debido a que el proceso legal está plagado de obstáculos.
El gobierno chipriota, además, ve con desconfianza esta oferta al temer que ayude a legitimar la ocupación turca.
El futuro de Varosha está en el aire.
Muchos locales tienen la esperanza de que el barrio pueda ser restaurado y convertirse en un símbolo de la futura reunificación de Chipre, donde griegos y turcos chipriotas coexistan en paz.
“Nos volvimos como familias con algunos de los grecochipriotas, porque pensamos y actuamos de la misma manera: que todos somos los perdedores en este conflicto”, afirma Serdar Atai, un activista turcochipriota comprometido con la preservación del patrimonio cultural de la zona.
Sin embargo, las tensiones políticas siguen siendo un gran obstáculo.
Atai lamenta que tanto las autoridades turcochipriotas como las grecochipriotas han torpedeado continuamente los intentos de un acuerdo de paz.
“Siempre acuerdan estar en desacuerdo desde el principio”, ironiza, en referencia a las últimas cinco décadas plagadas de intentos fallidos.
Por otro lado, figuras políticas como Oguzhan Hasipoglu, miembro del parlamento turcochipriota, ven en Varosha un modo de reclamar la soberanía del norte de Chipre que la comunidad internacional rechaza.
“Perdimos la confianza en los grecochipriotas (…) Sus palabras son amables pero, a la hora de la verdad, no están dispuestos a compartir el gobierno ni la riqueza de esta isla con nosotros. Nos ven como una minoría”, sentencia.
Hasipoglu, quien cree inevitable la división de la isla en dos Estados, ansía ver renacer Varosha como un destino turístico de lujo bajo control turco.
Así, la incertidumbre sobre el futuro de Varosha persiste: ¿seguirá siendo un destino de “turismo oscuro” en ruinas, se convertirá en un nuevo y lujoso balneario del no reconocido Estado de Chipre del Norte, o será un puente hacia la reconciliación de una isla dividida?
Lo que es seguro es que el tiempo se agota poco a poco para los antiguos residentes que sueñan con regresar al barrio donde crecieron.
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