Un hombre encantador, con la capacidad de enamorar a un salón entero. Hábil para transmitir una sensación de seguridad y cuidado hacia las mujeres. Atraído por el reflector, la docencia y las apariciones públicas. Adulador y admirador del físico de sus pacientes. Así lo describen excolegas, excolaboradoras y las 14 mujeres que hoy acusan las irregularidades de su práctica médica.
A Jesús E. Luján Irastorza le achacan desde el suministro de medicamento sin consentimiento o en dosis incorrectas —que pudo ser causa de la muerte de un bebé, según consta en dos sentencias emitidas por una jueza y tres magistrados— a la práctica de intervenciones quirúrgicas innecesarias, complicaciones severas en procesos de fertilidad sencillos, retención de expedientes médicos y de óvulos congelados y consecuencias fatales para la madre o los bebés al momento del parto. Entre diciembre y enero, Animal Político buscó a Luján Irastorza, tanto en su oficina como a través de su coordinadora de comunicación, para una entrevista sobre los señalamientos en su contra. El 16 de enero, su equipo dejó de responder mensajes.
Dos de las acusaciones derivaron en demandas civiles —una ganada y una perdida en tercera instancia— que en el primer caso, a lo más, significó una compensación económica para una de las víctimas, sin ningún efecto de sanción. El resto de ellas no llegó a instancias formales porque las víctimas enfrentaban un fuerte duelo, desconocían sus opciones o no estaban dispuestas a destinar una década de su vida en un proceso legal con resultados inciertos.
Un excolega confirmó el suministro de medicamentos sin consentimiento en la práctica de Luján para inducir el parto. Describió que una pastilla de prostaglandina era molida en un pequeño mortero, llenada de gel y aplicada a las pacientes, sin que supieran, durante algún tacto. A las pocas horas, comenzaban a tener contracciones potenciadas hasta seis veces más que como habrían ocurrido de manera natural.
Desde su perspectiva, el número de pacientes y la prioridad a su agenda pública fue lo que derivó en el uso del medicamento para que todos los partos ocurrieran el mismo día de la semana. Luján, recuerda, tenía tres o cuatro diarios, una carga de trabajo inusual. Después llegaría a ver, en un solo día, a alrededor de 40 mujeres. “Ahí es donde empieza la historia de las prácticas inadecuadas… y se crea un grupo de gente (doulas) que le refiere más pacientes”, relata.
Las doulas que en algún momento trabajaron con él —que no están de acuerdo con sus prácticas e incluso se distanciaron de él por esa razón — también atestiguaron el uso de medicamentos sin consentimiento, la manipulación en el arranque de los partos, la prisa y la falta de tiempo suficiente para dedicarle a cada una de sus pacientes. Quienes alguna vez trabajaron con él afirman que, entre ellas, los miércoles se conocían como “el día de Luján”.
En esa jornada debían acompañar todos sus partos, inducidos para ocurrir ese día. Las pacientes no necesariamente lo sabían, pero en aproximadamente un 90% de los casos sucedía “algún tipo de manipulación psicológica, química u hormonal”. Coinciden con su excolega: la vía era la aplicación de prostaglandina o misoprostol en tactos innecesarios o en tés.
Para las doulas, era una historia común que les hubiera dado clases en diferentes universidades, donde aparecía como la estrella, o que ellas mismas hubieran recurrido a su consulta. En cuanto a las pacientes, la mayoría llegaba atraída por el enfoque en el parto humanizado, aun después de tener un doctor de toda la vida o estar en la recta final de su embarazo.
Como en otros lugares, el parto humanizado y el trabajo con doulas se volvió una estrategia de marketing, opinan sus excolaboradoras. Este, sin embargo, tendría que ser naturalmente fisiológico y no inducido, pues ese es el centro del concepto. Luján incluso llegó a apoyarse en dos médicas que no cuentan con licencia de ginecobstetricia. Colegas y expacientes recuerdan la sensación de que estaban ahí para “cubrirle las espaldas”.
Era un secreto a voces que en esos círculos se le conocía como “el rey del parto inducido”. Uno de los médicos que alguna vez colaboró con él explica que la inducción del parto con medicamentos puede no tener consecuencias nueve de cada 10 veces. Sin embargo, una décima paciente, con señales de alarma previas no detectadas o sin monitoreo, se enfrentará a consecuencias fatales. Cada vez más mujeres pueden narrar esa décima historia.
Mariana ha pasado más de 10 años de su vida tratando de obtener justicia ante la mala práctica del médico Luján. Esa batalla, primero en la Conamed y después por la vía legal, la llevó a una primera instancia en la que ganó, una segunda en la que también le dieron la razón, y una tercera —la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)— que decidió que el doctor no tenía responsabilidad y le permitió continuar con su práctica.
Exactamente 10 años después de presentar la primera demanda, apenas en 2021, Mariana decidió presentar una petición ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para denunciar la falta de protección de los tribunales nacionales ante la violencia obstétrica que vivió.
Recuerda que cuando su caso fue evaluado por la SCJN, la ahora ministra presidenta Norma Piña fue la única en votar a su favor, es decir, en negarle el amparo al médico y a los hospitales demandados. “Para mí la sentencia de la Corte fue otro duelo, me costó mucho ver el texto de la Corte; claramente una redacción deshonesta y poco profesional de la Primera Sala; de hecho, lo supe en junio de 2020 en plena pandemia”, relata.
La historia de ese duelo interminable comenzó en 2009. Como en el caso de otras mujeres, durante ese segundo embarazo, Mariana se atendía con otro doctor y fue en un curso psicoprofiláctico donde las doulas del médico la convencieron de acercarse a Luján. “Es la manera que él tiene, la fábrica de pacientes. La mujer que te da las clases te persuade a pesar de que sabe muy bien las cosas que él ha hecho”, cuenta.
Inés fue una bebé planeada y deseada. Después de una insistencia muy fuerte en torno a la calidez, la humanidad y el interés de Luján en el parto natural, Mariana decidió cambiarse con él alrededor de la semana 31. Hasta ese momento, todo había transcurrido con normalidad en su embarazo. Durante un ultrasonido, una grabación de voz dejó constancia de que él mismo lo aseguró y la felicitó por lo bien que iba.
La salud y el bienestar de la bebé y de Mariana continuaron hasta el término del embarazo en la semana 37, cuando tuvo su última consulta con él antes del parto. En ningún momento, él mencionó una futura ausencia. “No me tomó en cuenta ni como paciente ni cómo persona; me parece muy delicado que no lo notifique y te deje en las manos de Arlet, una doctora (su asistente) que no es ginecóloga”, reclama.
Era diciembre. Cerca de los últimos días del año, Mariana tuvo síntomas de hemorroides, un padecimiento común en el embarazo. Le enviaron un medicamento que no le ayudó mucho, y el 30 de diciembre, su esposo buscó ayuda a distancia a raíz de que empeoraban los malestares. La asistente contestó el celular de Luján y le recetó otra medicina. Ante la petición concreta de que la revisara Luján, la citaron cerca del mediodía. Cuando llegó, el médico no estaba.
Arlet no le dio demasiada importancia al tema. Aseguró que era una manifestación muy común y le reiteró que tomara su medicamento. El 2 de enero, después de comer, Mariana sintió que la bebé no tenía el mismo movimiento. De nuevo, esta vez en voz del médico, solo le indicaron reposo. Después de un rato, la situación no mejoraba. Él insistía en que siguiera descansando, hasta que acordaron verse en el hospital cerca de las 7:00 de la noche.
Desde el primer monitoreo fetal, Mariana percibió que algo no estaba bien —antes, el propio doctor le había explicado cómo debía oscilar la frecuencia cardiaca—. Ella recuerda la ansiedad que crecía ante la sensación de que la situación empeoraba. Ante tal emergencia, los médicos de guardia solo le administraron suero glucosado, por indicaciones de Luján a distancia. “Él llegó luego, sin explicar mucho; volvió a recetar suero glucosado y me abandonó, se fue del hospital. Se perdió muchísimo tiempo”, relata.
El médico de guardia tampoco actuó y también fue señalado en la demanda. Después de casi dos horas, reconoció que había una emergencia y se dispuso a operar a Mariana él mismo. Su esposo tuvo que llamar a Luján para exigir su presencia y que finalmente regresara. La bebé nació muy grave desde el primer momento: solo se escuchó un jadeo pero no pudo llorar bien. En medio de la impotencia, en ese momento su mundo se vino abajo.
“Llegaban más médicos, todos ahí en la cunita, yo gritando, porque sentía que se me moría enfrente. Es la parte que yo no proceso bien todavía después de tantos años. La llevaron a terapia intensiva y a mí me sedaron bastante, pero no me dormí. Después me llevaron a la sala de recuperación; ella falleció mientras yo estaba ahí. Me subieron a mi cuarto, poco después entraron mi mamá, mi esposo y el doctor; él me dijo ‘Inés falleció’, y ya, me rompí en mil pedazos”, relata Mariana.
En ese momento, ella no sabía que no podía confiar en Luján. Él decía que Inés había tenido un problema cerebral. Conforme más reflexionaba, menos sentido tenían las afirmaciones del médico. Inés había fallecido cerca de las 10:00 de la noche. Al otro día, él presionó para que no se realizara una autopsia. Incluso les recomendó dónde cremarla.
El pediatra de Mariana calificó como “pésimo” que Luján no hubiera recomendado la autopsia: si el embarazo había evolucionado bien, debía tener interés en investigar las causas. Los análisis de la placenta y el cordón confirmaron que ahí tampoco había radicado el problema. Teresa Lartigue, antes terapeuta de Mariana, coincidió de nuevo con ella por la búsqueda de apoyo emocional tras la muerte de Inés. Así se dieron cuenta de que habían vivido una historia similar: el nieto de Teresa murió a su nacimiento con el mismo médico.
Más adelante, el médico elaboró una segunda hipótesis: ahora se trataba de un problema congénito, teoría que descartó su primer ginecólogo. Mariana no cesó en la búsqueda de segundas y terceras opiniones. Así fue como supo que el medicamento que le recetaron en la semana 38 estaba contraindicado, pues afecta la circulación fetal en el útero.
A Inés le había dado una hipertensión pulmonar a causa del medicamento —según opinaron los otros médicos— y no existió la diligencia y el protocolo debido para salvarla. Después de intentar quejarse en la Conamed, donde terminaron cuestionándola a ella, a finales de 2011 promovió una demanda civil. “Él respondió con mentiras, muy inconsistente toda su respuesta a la demanda, es muy difícil inventar una historia alterna que tenga consistencia”, señala.
Tras ganar en la segunda instancia, y ante una nueva inconformidad del médico, la Corte atrajo el caso, donde superó el tiempo para ser analizado. La sentencia de atracción la había elaborado Piña, pero la resolución estuvo a cargo del ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena. “Lo dejaron ahí congelarse, no le daban atención, empezaron a pasar los años y en exceso… es sabido que, cuando la Corte congela tu caso, es mala señal”, comenta Mariana.
Pese a que en la primera y segunda instancia los peritajes habían probado que la receta del medicamento coincidía en un 100% con el recetario de Luján y los jueces habían concluido que su asistente la firmó con su autorización, mientras él estaba fuera de la ciudad, la Corte argumentó que la firma no era de él, sin explicar entonces cómo la había obtenido. Incluso prefirió justificar que podría haberla adquirido o producido por su cuenta. Las evidencias de otras causales de negligencia fueron prácticamente ignoradas.
La petición de Mariana ante la Comisión Interamericana aún está pendiente.
La primera vez que Alejandra escuchó del doctor Luján fue cuando empezó a pensar, junto con su esposo, en embarazarse por primera vez, hace cerca de siete años. Una amiga se lo recomendó por ser impulsor del parto natural y humanizado. Para entonces, Luján ya atendía en Bité Médica, una clínica de la que se hizo socio tras dejar el hospital Santa Teresa.
Alejandra recuerda que siempre se hacían horas de espera, aunque él trataba de compensar con una actitud de amabilidad excesiva. Luján le dio un tratamiento hormonal para facilitar el embarazo. Como no “pegaba”, un día diagnosticó que probablemente se trataba de endometriosis, por lo que se requería una operación para erradicarla. Ahora, Alejandra se arrepiente de no haber buscado más información, pues la mayoría de los casos de endometriosis no requiere cirugía.
“Crees en el rockstar, en el erudito, en el superdoctor, en el que todo mundo te dice”, lamenta. Recuerda que ahí empezó el horror. Llegó al hospital a operarse y nunca tuvo noticia de Luján; solo apareció su asistente y la metieron al quirófano. La anestesiaron sin haber sabido de él. En cuanto se despertó, sintió algo extraño. Su esposo tampoco vio al doctor. Al día siguiente, le mandó mensajes y él contestó que todo había salido muy bien.
Hoy está convencida de que no fue él quien realizó la cirugía. Ya era la cuarta cita de seguimiento cuando pidió el video y una explicación —Luján no había estado en las anteriores—. Inmediatamente, le pretextaron que se había ido a un congreso, pero unos minutos después entró al consultorio sin poder darle una explicación clara. Alejandra tomó los discos y se fue.
Durante ese periodo, ya había tenido molestias postoperatorias que habían conducido a unos estudios de sangre. En ellos, salió muy baja la antimulleriana, una hormona mediante la que se detecta la cantidad de óvulos que pueden ser fertilizados. El nivel era tan bajo que ella en realidad requería de ovodonación para tener hijos.
Cuando consultó con otros especialistas, le dijeron que el raspado de la cirugía había sido excesivo, lo que afectó el conteo de óvulos. Como la prueba de antimulleriana no se realizó antes de la operación, como debía ser, no era posible determinar en qué grado no podía tener hijos desde antes o si había sido producto de la cirugía. En cualquiera de los dos casos, era innecesaria y no estaba indicada con un conteo bajo.
Tiempo después, otro doctor le realizó un tratamiento de fertilidad mediante el que ahora tiene tres hijas. “Es muy bueno haciéndote sentir que él es dios; seguramente, si lo comparas con otro doctor, tampoco es excelente”, señala. El gran problema, para ella, fue haber delegado todo.
“¿Sabes qué es para mí? Falta de interés. Finge tener interés en tu caso, cuando en realidad está pensando en la plática o el congreso que va a dar, en el spotlight… Tiene su club de fans, a esas mujeres que se embarazaron fácil o tuvieron un gran parto —que hubiera sido con él o con cualquier otro doctor— se las gana; esta parte de la mirada, de los cariñitos, de cómo te trata de envolver, siento que es muy importante”, dice Alejandra.
En aquellos momentos, no pensó en ingresar una queja formal. Al salir enojadísima de su consulta la última vez, su principal preocupación era la supuesta imposibilidad de ser mamá y la depresión que eso le provocó. Ese era su interés principal, por lo que el largo camino que podría conducir o no a sancionarlo se volvió secundario.
En el 2019, Liora atendía su embarazo con el doctor Mario Martínez Ruiz, a su juicio un médico cuidadoso, empático, que siempre la hizo sentir acompañada pero no partidario del parto humanizado. Mediante un curso psicoprofiláctico —donde participan las mismas doulas que convencieron a otras mujeres— y la recomendación de una de sus primas, llegó a la consulta de Luján.
Era la semana 31 de su embarazo. Los recibió a ella y a su esposo, les habló maravillas del parto humanizado y les contó otras experiencias. Después de una semana de muchas dudas, se decidió a cambiar de doctor solo para el parto. Recuerda que una de las cosas más atractivas era que Pronatal —parte de Bité Médica, recién adquirido por la empresa Bupa— era como un spa.
“Como él es un rockstar, se vende como que te van a revisar primero los asistentes y te va a hacer el ultrasonido otra persona, y él va a llegar al final 15 minutos a platicar contigo. Es lo que pagas por estar con un rockstar”, relata Liora. Hacia la semana 38, la citaron un miércoles a revisión. Uno de los asistentes le dijo en un principio que su bebé estaba muy “dormidito” y había que despertarlo. Le ofreció un té de manzanilla a ella y a su esposo, pero aclaró que el de Liora tendría azúcar orgánica.
La mandaron a dar una vuelta hasta que sintiera las contracciones. En unas horas, comenzó a sentirlas cada dos minutos. Después de darle un masaje relajante —que se cobra aparte—, la ingresaron a la sala de labor, a la que entró Luján a decirle que tenía dos centímetros de dilatación y su parto todavía iba para largo. Las contracciones se presentaban cada vez con mayor intensidad y más seguido. Horas después, un asistente le comentó que aún faltaba mucho.
Más tarde, otro le hizo un tacto —un proceso ajeno al parto humanizado— al que tuvo una reacción de mucho dolor. Desde ahí, todo empeoró. Al poco tiempo, le dijeron que seguía en seis centímetros después de 13 horas de trabajo de parto. Con un ultrasonido, los asistentes de Luján determinaron que el bebé no terminaba de bajar y posiblemente ya estaba sufriendo.
Empezó a percibir una sensación de emergencia. Preguntó por el médico, finalmente llegó, la pusieron de cabeza para tratar de enderezar al bebé y no funcionó. Entonces, Luján aseguró que la única forma era aplicar la epidural y hacer una maniobra. Entonces, el ritmo cardiaco bajó, y hasta ese momento el doctor determinó que el bebé estaba sufriendo demasiado y había que hacer una cesárea.
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Liora fue trasladada al quirófano. Recuerda que, mientras le aplicaban la anestesia, los ojos se le cerraban y pensaba que se iba a morir. Al final, su bebé nació y se lo pusieron en el pecho. Ya no era el parto humanizado que supuestamente Luján haría posible. Como a los 20 minutos, el pediatra se lo llevó para hacer mediciones y estudios.
Una vez que el bebé estuvo afuera, Luján se fue antes de que terminaran el proceso de cerrarle la herida a Liora. “Cuando abrí los ojos, volteé hacia arriba y me veía a mí misma, entonces fue horrible porque me vi completamente abierta”, relata. “Ahí la cosen, por favor”, dijo el médico. Su esposo y ella se quedaron, por fin, unos minutos solos y se soltaron a llorar: no comprendían qué había pasado.
Después, vino una depresión muy profunda acompañada por una distensión en el abdomen que no se quitaba. Ante su queja en Pronatal, Luján atinó a decir que “le podía muchísimo” que Liora y su esposo se hubieran sentido abandonados. Admitió que había tenido que priorizar otro parto de emergencia al mismo tiempo, y aseguró que, de cualquier manera, el parto de Liora no habría podido ser natural porque tenía trombofilia, lo que había descubierto después de analizar su placenta (dos médicos la descartaron más tarde).
Para compensar —dijo—, le iba a regalar un estudio genético con costo de 18 mil pesos. A la siguiente consulta, ante la petición de que la revisara directamente Luján, solo encontró pretextos sobre su ausencia, aunque después descubrió que estaba ahí. Uno de los asistentes la revisó y determinó que tenía esplenomegalia transitoria del posparto —cuando el bazo se inflama—, mientras que el útero también estaba agrandado.
Finalmente, llegó con una médica que antes había trabajado con él. Así supo que sus síntomas parecían haber correspondido a la ingesta de algún medicamento con prostaglandina, como misoprostol diluido en té. Al hacerlo público en sus redes sociales, pudo establecer contacto con doulas que habían trabajado con él y confirmaron esa versión.
“He escuchado otros testimonios y lo que me di cuenta es que él empezó queriéndolo hacer muy bien en cuanto a parto humanizado, y sí fue un pionero en México, pero creo que se le salió de las manos porque lo que más le importa es su imagen de rockstar. Creo que empezó a trabajar a destajo, y con tal de tener su imagen, empezó a hacer ese tipo de prácticas. No está realmente presente”, lamenta Liora.
Cristina tenía 38 años en 2013, cuando supo que sus óvulos estaban envejeciendo y era mejor congelarlos. Una amiga que ya lo había hecho le recomendó a Luján, además con la referencia de que era un procedimiento muy rápido y sencillo. Su organismo estaba perfecto; tras su valoración, el médico le confirmó que tenía una cantidad suficiente de óvulos.
Desde el principio, por su exceso de alabanzas, a Cristina no le cayó bien. No le dio importancia porque pensaba que ni siquiera era su ginecólogo, solo iba a congelar los óvulos y de inmediato se desentendería. El día de la cita, lo vio un par de minutos, la anestesiaron y cuando salió, él ya no estaba. En la recuperación, empezó a sentirse muy mal.
La dejaron irse a su casa atribuyendo la sensación a un estreñimiento, pero el malestar solo empeoró. Cuando Cristina logró comunicarse con Luján, él se limitó a recetarle ketorolaco para el dolor. A las 7:00 de la noche, ante la insistencia de ella, le ofreció recibirla para ponerle una intravenosa. “Sí, caray, traes mucha agua —admitió el médico—; ahorita vemos cómo drenarla”. Apenas se volteó, a Cristina le dio un shock respiratorio.
Hasta ese punto, él solo seguía mencionando el agua. En realidad, Cristina ya tenía una hemorragia interna muy severa. Tuvo tres shocks respiratorios e, inusualmente, nunca perdió la conciencia. Por fin, Luján le dijo que tenía que operarla de urgencia. Dos o tres horas después, llegó el anestesiólogo.
El ovario de Cristina —según le explicaron después— estaba pinchado y de milagro pudo salvarse. “La verdad es que fue una experiencia espantosa; estuve en terapia intensiva. El hospital en su momento también mal: las personas ni siquiera se fijaban cuando entraban a mi cuarto, me decían ‘Felicidades, qué tuviste, ¿niño o niña?’. Fui a congelar óvulos y casi me matan”, reclama.
Cristina no quiso saber más. Solo volvió a verlo para que le quitara los puntos. “Mi mamá quería demandarlo, queríamos hacer algo, pero mi papá, que es abogado, me dijo: ‘No procede, al final del día no ganas nada y lo bueno es que estás viva’”. Luján nunca asumió la responsabilidad ni le informó exactamente qué había sucedido.
Cuando tenía 39 años, ‘Nabija’ —cuyo nombre fue cambiado para conservar su anonimato— llegó por recomendación a la consulta de Luján para hacerse una fecundación in vitro. Él le ofreció un tratamiento para lograr que se embarazara; de los 39 a los 42 años estuvo en él. Pagó por cada mes y en varias ocasiones tenía que ir cada tercer día, aunque no fuera necesario.
Finalmente, Luján detectó la presencia de un óvulo, que extrajo para ser congelado. A mediados del segundo año, volvió a agendar la aspiración de otros dos. Nunca supo si era él quien practicaba la cirugía, porque cada vez que ella despertaba, él ya no estaba ni pasaba a supervisar. Una vez realizada la operación, le informaron que sus óvulos no tenían el tamaño adecuado, lo cual debía verificarse antes con un ultrasonido.
El médico le programó una tercera aspiración; esa vez, ya en la plancha, terminó diciéndole que el óvulo no servía y la mandó de regreso a casa. “Mi familia me decía que me cambiara de doctor, pero este tiene cierto encanto que tienen todos los abusadores, y yo ahí seguía”, lamenta ‘Nabija’. Más tarde, en una cuarta aspiración le extrajo otros dos óvulos. Gastó más de 2 millones de pesos en dos años de tratamiento.
A los 41, ya con una pareja, acudió a una cita con Luján a las 5:00 de la tarde para ser recibida a las 12:00 de la noche. El médico comenzó a hacerle comentarios burlones a su novio, que ya tenía tres hijos, cuestionándole para qué quería más. Fue entonces cuando decidió acudir con otro doctor, quien calificó como una “locura” todos los tratamientos a los que la habían sometido.
Para hacer la fecundación in vitro con su nuevo médico, debía recuperar los óvulos congelados. El recibo decía que solo tenía dos, cuando le habían extraído tres. Luján insistía en que solo eran dos. Aunque al descongelarlos, estaban los tres, ya no servían por un mal proceso de congelación.
“Aparte de salir sumamente dañada, no pude tener hijos y la poca probabilidad que tenía de tenerlos me la robó con un mal procedimiento. Me sometió a cirugías que no eran necesarias, congeló mal los óvulos, psicológicamente me dejó hecha pedazos; fue una experiencia terrible que me tardé muchos años en recuperar”, lamenta.
‘Nabija’ sí estaba decidida a hacer algo frente al caso. Hace cinco años, lo llevó con una ONG que se dedicaba a acompañar denuncias por negligencia médica. No le contestaban muy seguido, pero siempre le daban esperanzas de que iba a ganar. Cuando finalmente no pasó y decidió cambiar de abogado, se dio cuenta de que habían pasado años sin avances. “Yo ya había tirado la toalla”, confiesa ahora mientras planea una nueva acción.
Otras siete mujeres pueden dar cuenta de esa décima historia que no sale bien. En este texto, la especialista Teresa Lartigue recuerda la muerte de su nieto a los seis días de nacido tras forzar una expulsión, en lugar de optar por una cesárea, ante la evidencia de que el bebé venía con el cordón enredado en el cuello.
Claudia se enfrentó a un mal diagnóstico por una supuesta complicación en el embarazo, incluso con la amenaza de que su bebé o ella murieran, mientras este en realidad transcurría con total normalidad. A Meigan, el doctor Luján Irastorza le practicó un legrado innecesario después de un aborto espontáneo durante la semana ocho, cuando era posible terminar el proceso con medicamentos, y le diagnosticó —como en por lo menos tres de los casos citados— una supuesta trombofilia; derivado de ello, tuvo complicaciones en un embarazo posterior.
También Jessica, Michelle, Paulina, Andrea y Magdalena dieron cuenta de las malas prácticas, la falta de ética, el maltrato, las omisiones y las ausencias derivadas de la agenda imposible del “rey del parto humanizado”.
El juicio de Gisèle Pelicot ya ha comenzado a cambiar las conversaciones sobre el consentimiento en Francia y más allá de sus fronteras.
Advertencia: Esta historia contiene descripciones de abusos sexuales.
Cada mañana, las colas empezaban a formarse antes del amanecer. Grupos de mujeres –siempre mujeres– esperaban en el frío otoñal en una acera junto a una transitada carretera de circunvalación, frente al tribunal de hormigón y vidrio de Aviñón.
Acudían día tras día. Algunas llevaban flores. Todas querían estar en su sitio para aplaudir a Gisèle Pelicot mientras subía con determinación los escalones y atravesaba las puertas de cristal. Algunas se atrevieron a acercarse a ella.
Algunas gritaban: “Estamos contigo, Gisèle” y “sé valiente”.
La mayoría se quedó, con la esperanza de conseguir asientos en la sala de espera para el público desde donde podían ver el proceso en una pantalla de televisión.
Estaban allí para dar testimonio del coraje de una abuela, sentada tranquilamente en el tribunal, rodeada de docenas de sus violadores.
“Me veo reflejada en ella”, dijo Isabelle Munier, de 54 años. “Uno de los hombres que están siendo juzgados fue amigo mío. Es repugnante”.
“Se ha convertido en una figura representativa del feminismo“, dijo Sadjia Djimli, de 20 años.
Pero también vinieron por otros motivos.
Por encima de todo, parecía que buscaban respuestas. Mientras Francia digiere las implicaciones de su mayor juicio por violación, que finalizará esta semana, está claro que muchas francesas -y no sólo las que están en el tribunal de Avignon- están reflexionando sobre dos cuestiones fundamentales.
La primera pregunta es visceral. ¿Qué puede decir sobre los hombres franceses –algunos dirían que sobre todos los hombres– el hecho de que 50 de ellos, en un pequeño barrio rural, aparentemente estuvieran dispuestos a aceptar una invitación informal para tener relaciones sexuales con una mujer desconocida mientras ella yacía inconsciente en un dormitorio?
La segunda pregunta surge de la primera: ¿hasta qué punto este juicio contribuirá a combatir una epidemia de violencia sexual y de violaciones por sumisión química, y a desafiar los prejuicios y la ignorancia profundamente arraigados sobre la vergüenza y el consentimiento?
En pocas palabras, ¿cambiará algo la valiente postura de Gisèle Pelicot y su determinación –como ella misma lo ha expresado- de hacer que “la vergüenza cambie de bando” de la víctima al violador?
Un proceso largo como este crea su propio microclima y, durante las últimas semanas, se ha ido creando una extraña normalidad en el Palacio de Justicia de Aviñón.
Entre las cámaras de televisión y los grupos de abogados, la visión de decenas de presuntos violadores, cuyos rostros no siempre se ocultaban tras máscaras, ya no provocaba el impacto inicial.
Los acusados paseaban, charlaban, bromeaban, tomaban café de la máquina o regresaban de un café al otro lado de la calle y, en el proceso, de alguna manera enfatizaban el argumento central de sus diversas estrategias de defensa: que se trataba de tipos normales, una muestra representativa de la sociedad francesa, que buscaban una aventura “sexual” en Internet y se vieron envueltos en algo inesperado.
“[Ese argumento es] lo más impactante de este caso. Es desgarrador pensar en ello”, dice Elsa Labouret, que trabaja para un grupo activista francés, “Atrévete a ser Feminista”.
“Creo que la mayoría de las personas que tienen relaciones a largo plazo con hombres piensan que su pareja es alguien confiable. Pero ahora existe una sensación de identificación [con Gisèle Pelicot] entre muchas mujeres. Es como decir, ‘bueno, eso me puede pasar a mí'”.
“No son mentes criminales”, continúa. “Simplemente se han metido en Internet… Por lo tanto, es posible que ocurran cosas así en todas partes”, dice Labouret.
Esta es una opinión muy extendida en Francia, pero también muy controvertida.
El Instituto de Políticas Públicas de Francia publicó en 2024 cifras que muestran que, en promedio, el 86% de las denuncias de abusos sexuales y el 94% de las violaciones no fueron procesadas o nunca llegaron a juicio, en el período comprendido entre 2012 y 2021.
Labouret sostiene que la violencia sexual ocurre cuando ciertos hombres saben que “pueden salirse con la suya. Y creo que esa es una de las principales razones por las que está tan extendida en Francia”.
Durante los cuatro meses que duró el juicio, al final de cada receso en la sala, los acusados se reunían junto al detector de metales antes de abrirse paso entre la prensa, en su mayoría femenino, que también esperaba para entrar en la sala.
Una vez dentro, uno a uno, los hombres fueron compartiendo sus testimonios.
Un psiquiatra designado por el tribunal, Laurent Layet, testificó que los acusados no eran ni “monstruos” ni “hombres corrientes”. Algunos lloraron. Unos pocos confesaron.
Pero la mayoría ofreció una serie de excusas, y muchos dijeron que eran simplemente “libertinos” -como dicen los franceses- que se entregaban a las fantasías de una pareja y que no tenían forma de saber que Gisèle no había dado su consentimiento.
Otros afirmaron que Dominique Pelicot los había intimidado.
Hay muy pocos patrones claros o características compartidas entre los 51 hombres juzgados. Representan un amplio espectro de la sociedad: tres cuartas partes tienen hijos.
La mitad están casados o tienen una relación. Un poco más de la cuarta parte de ellos dijeron que habían sido abusados o violados cuando eran niños.
No hay una agrupación discernible por edad, trabajo o clase social. Los dos rasgos que todos ellos comparten son que son hombres y que establecieron contacto en un foro de chat ilegal en línea llamado Coco, conocido por atender a swingers, así como por atraer a pedófilos y traficantes de drogas.
Según los fiscales franceses, el sitio, que fue cerrado a principios de este año, ha sido citado en más de 23.000 informes de actividad criminal.
La BBC ha descubierto que 23 de los procesados -o el 45%- tenían condenas penales previas. Aunque las autoridades no recopilan datos precisos, según algunas estimaciones eso es aproximadamente cuatro veces el promedio nacional en Francia.
“No hay un perfil típico de los hombres que cometen violencia sexual”, concluyó Labouret. Una de las personas que ha seguido el caso más de cerca que la mayoría es Juliette Campion, una periodista francesa que ha estado presente en el tribunal durante todo el proceso para informar para la cadena pública France Info.
“Creo que este caso podría haber ocurrido en otros países, por supuesto. Pero creo que dice mucho sobre cómo los hombres ven a las mujeres en Francia… sobre la noción de consentimiento”, afirma.
“Muchos hombres no saben qué es realmente el consentimiento, así que [el caso] dice mucho sobre nuestro país, lamentablemente”.
El caso Pelicot está contribuyendo sin duda a definir los contornos de las actitudes frente a la violación en toda Francia.
El 21 de septiembre, un grupo de hombres franceses destacados, entre los que había actores, cantantes, músicos y periodistas, escribió una carta pública que se publicó en el periódico Liberation, en la que sostenían que el caso Pelicot demostraba que la violencia masculina “no es una cuestión de monstruos”.
“Es una cuestión de hombres, de todos los hombres”, decía la carta. “Todos los hombres, sin excepción, se benefician de un sistema que domina a las mujeres”.
También esbozaba una “hoja de ruta” para los hombres que intentan desafiar al patriarcado, con consejos como “dejemos de pensar que hay una naturaleza masculina que justifica nuestro comportamiento”.
Algunos expertos creen que el enorme interés público en el caso Pelicot podría estar produciendo ya beneficios.
“Todo este caso es muy útil para todos, para todas las generaciones, para los jóvenes, para las jóvenes, para los adultos”, dice Karen Noblinski, abogada con sede en París especializada en casos de agresión sexual.
“Ha despertado la conciencia entre los jóvenes. Las violaciones no siempre ocurren en un bar o en una discoteca. Pueden ocurrir en nuestra casa”.
Pero es evidente que queda mucho por hacer. Al principio del juicio me reuní con Louis Bonnet, alcalde de Mazan, el pueblo natal de los Pelicot.
Aunque condenó rotundamente las presuntas violaciones, afirmó claramente y en dos ocasiones que le parecía que se había exagerado la experiencia de Gisèle Pelicot y argumentó que, como había estado inconsciente, había sufrido menos que otras víctimas de violación.
“Sí, lo estoy minimizando, porque creo que podría haber sido mucho peor“, dijo en aquel momento.
“Cuando hay niños de por medio o mujeres asesinadas, es algo muy grave porque no se puede volver atrás. En este caso, la familia tendrá que reconstruirse. Será duro, pero no murió nadie. Así que todavía pueden hacerlo”.
Los comentarios de Bonnet provocaron indignación en toda Francia. El alcalde emitió más tarde un comunicado en el que expresaba sus “sinceras disculpas”.
En Internet, muchos de los debates en torno al caso se han centrado en la controvertida sugerencia de que “todos los hombres” son capaces de violar.
No hay pruebas que respalden tal afirmación. Algunos hombres han rechazado el argumento utilizando el hashtag #NotAllMen (No todos los hombres).
“No pedimos a otras mujeres que carguen con la ‘vergüenza’ de las mujeres que se comportan mal, ¿por qué el mero hecho de ser hombres debería calificarnos para soportar la vergüenza?”, preguntó un hombre en las redes sociales.
Pero la reacción fue rápida. Las mujeres reaccionaron al hashtag #NotAllMen con ira y, a veces, con detalles de su propio abuso.
“El hashtag ha sido creado por hombres y utilizado por hombres. Es una forma de silenciar el sufrimiento de las mujeres“, escribió la periodista Manon Mariani.
Más tarde, un músico e influencer, Waxx, agregó su propia crítica, diciendo a los usuarios del hashtag que “se callen de una vez por todas. No se trata de ustedes, se trata de nosotros. Los hombres matan. Los hombres atacan. Punto”.
Elsa Labouret cree que las actitudes francesas aún necesitan ser cuestionadas. “Creo que mucha gente todavía piensa que la violencia sexual es sexy o romántica o algo que forma parte de la forma en que hacemos las cosas aquí [en Francia]”, argumenta.
“Y es muy importante que lo cuestionemos y que no aceptemos este tipo de argumento en absoluto”.
En su pequeña oficina, justo detrás del edificio del parlamento francés en el río Sena, la diputada Sandrine Josso tiene un cartel con una palabrota de cuatro letras junto a su escritorio.
Capta el espíritu de desafío y determinación que impulsa su campaña contra lo que en Francia se conoce como “sumisión química”, o drogar para violar.
Hace un año, en noviembre de 2023, estaba en una fiesta en el apartamento de París de un senador llamado Joël Guerriau. Ella afirma que él puso una droga en su champán con la intención de violarla.
Guerriau ha negado haber intentado drogarla, culpando a un “error de manipulación” y diciendo a los investigadores que el vaso había sido contaminado un día antes.
En un comunicado, su abogado dijo: “Estamos muy lejos de la interpretación obscena que se podría inferir de la lectura de los primeros informes en la prensa”. Se prevé que el juicio se celebre el año que viene.
Josso está haciendo ahora campaña, como ella misma dice, para “facilitar el camino de las víctimas” en lo que respecta al sistema judicial francés.
“Hoy en día, es un desastre. Porque muy pocas víctimas que presentan denuncias pueden tener un juicio, debido a la falta de pruebas. [No hay] suficiente apoyo médico, psicológico o jurídico. Encontramos deficiencias en todas partes cuando se trata de violencia sexual”.
Josso ha unido fuerzas con la hija de Gisèle Pelicot, Caroline, para crear un kit de análisis de drogas que podría estar disponible en farmacias de toda Francia. Ahora cuenta con el respaldo del gobierno para su lanzamiento en fase de prueba, ayudado por la publicidad generada por el caso Pelicot.
“Soy optimista. El mundo médico y los franceses quieren que la vergüenza pase de la víctima al acusado“, afirma Josso, citando la frase que hizo famosa Gisèle Pelicot.
Pero la doctora Leila Chaouachi, química y experta del Observatorio de las Adicciones de París, afirma que el juicio de Aviñón es sólo un paso en una larga lucha para concienciar a la gente sobre las drogas y la violación.
“Tiene que convertirse en un verdadero problema de salud pública que todo el mundo se tome en serio y que obligue a las autoridades a abordar urgentemente estas cuestiones para mejorar la atención a las víctimas”, añade.
“Es importante que todos pensemos en el tema, que lo consideremos un problema de salud, no sólo un problema de justicia. Nos concierne a todos“.
En la actualidad, la palabra “consentimiento” no está incluida en la definición de violación en las leyes francesas, por lo que algunos han argumentado que debería modificarse para hacerla más explícita.
Pero Noblinski cree que el foco debería estar en otra parte. “Debería estar en la policía, en las investigaciones, en financiarlas adecuadamente, no en retocar la ley”, dice.
“No tienen suficientes recursos. Tienen demasiados casos, y ese es el verdadero problema. Cuando tienes demasiadas cosas que manejar, es muy difícil encontrar pruebas”.
En su trayecto diario al juzgado, durante las primeras semanas del juicio, Gisèle Pelicot caminaba con los hombros encorvados y una postura defensiva.
Parecía desconcertada por el gran interés que despertaba el caso. Sin embargo, en los alegatos finales, su actitud era completamente diferente y se sentaba perfectamente serena.
Eso ha coincidido con un cambio mayor: a medida que avanzaba el juicio, la fiscalía, los espectadores –y la propia señora Pelicot– llegaron a comprender el extraordinario impacto de su decisión de optar no solo por un juicio abierto, sino por que se mostraran todos los detalles en el tribunal.
“Nos está demostrando que… si eres una víctima… haz lo posible por no avergonzarte. Mantén la cabeza en alto”, dice Elsa Labouret.
“Como mujer, empiezas siendo puesta en duda. Empiezas siendo una mentirosa y tienes que demostrar que es verdad. No dudo de que todas las mujeres han pasado por algo. Algo, ya sabes. En ese sentido, ella representa a todas las mujeres del mundo.
“[Gisèle Pelicot] decidió hacer que esto fuera más grande que ella misma. Hacer que esto se refiera a la forma en que nosotros, como sociedad, tratamos la violencia sexual”.
Al salir de otro día más en la sala del tribunal, la periodista francesa Juliette Campion se detuvo a reflexionar sobre el impacto que podría tener el caso. “Fue difícil ver todos esos videos… Como mujer, es complicado y me siento cansada”, dice.
“Pero al menos hicimos nuestro trabajo y hablamos de ello. Es un paso muy pequeño. No será algo importante. Lo único que puedo esperar ahora es que sea un cambio radical para algunos hombres. Y para algunas mujeres también, tal vez”.
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