La población con y sin seguridad social, particularmente la segunda, sigue recurriendo poco a los servicios públicos de salud, una tendencia que ha prevalecido en las últimas dos décadas, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2023.
“Ha habido una importante utilización de servicios privados que oscilan en el periodo de las últimas dos décadas entre 66 y 55 %, lo cual es un problema en términos de ofrecer protección financiera a las familias más pobres”, reconoció Arantxa Colchero, investigadora en ciencias médicas del Instituto Nacional de Salud Pública durante la presentación de la encuesta.
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Las barreras de acceso a los servicios de salud pública siguen siendo la razón principal en un 70 % de los casos: largos tiempos para esperar una cita, distancia a los centros de salud, falta del servicio que requieren y falta de disponibilidad en el horario. Sin embargo, el INSP aseguró que se debe a las reformas de salud que se han promovido en el país desde 2006, así como a la posregulación de antibióticos después de 2010, lo que condujo a una expansión de los consultorios adyacentes a farmacias (CAF).
Entre 2012 y 2018, con la expansión de los CAF, la búsqueda de atención incluso incrementó de 64 a 88 %. Sin embargo, en el periodo de 2020 a 2023 se ha mantenido la proporción de la población que recibió atención en servicios públicos.
“Durante 2020 hay una pequeña reducción en todos los indicadores y en términos de la proporción que recibió atención en todo el período subió de 34 % a 46 % en 2023, pero sigue siendo muy bajo y un reto para la reforma en salud”, señaló Colchero.
Aunado a ello, admitió que tras la desaparición del Seguro Popular, se dio un aumento de la proporción de población sin seguridad social al 45 % y luego terminó en 49 %. Además, entre 2012 y 2018 se dio un aumento de la atención en servicios privados del 29 al 43 %, y después, entre 2020 y 2023, no se han presentado grandes cambios.
Durante la expansión de los CAF, se pasó de 3 a 8 por cada 100 mil habitantes, lo que hoy representa un tercio de la atención privada en México. “Es muy importante estudiar sus irregularidades y preocupa que la atención en el sector público siga siendo muy baja”, señaló.
Ante ello, el INSP recomendó a los servicios públicos de salud mejorar la disponibilidad efectiva, como los horarios de atención, incrementar el personal médico para garantizar que se pueda absorber la demanda de la población y garantizar insumos esenciales como medicamentos y vacunas. Además, son necesarios sistemas de citas eficientes que puedan reducir el tiempo de espera.
“Es muy importante también mejorar la percepción de calidad de los servicios con capacitación continua, que no es solo capacitar y hacer homogéneo el servicio en términos de los conocimientos clínicos, también en términos de la atención del trato al paciente y por supuesto habrá que invertir mucho en infraestructura en equipamiento para tener unidades modernas, limpias, atractivas para la población”, dijo Colchero.
Otro de los resultados relevantes de la Ensanut es que las enfermedades crónicas más extendidas entre la población, la diabetes e hipertensión, siguen teniendo una alta prevalencia, pero ahora presentan un incremento más marcado entre los más jóvenes.
El doctor Tonatiuh Barrientos Gutiérrez, quien presentó los resultados, señaló que hay un porcentaje importante de personas entre 20 y 40 años que hoy presentan diabetes (3.5 %), de las cuales la gran mayoría no está diagnosticada.
El especialista subrayó que tanto en jóvenes como adultos, e igualmente en el caso de hipertensión, los hombres tienen un menor nivel de diagnóstico, principalmente debido a que son los que menos buscan atención a la salud.
Aunado a ello, destacó que existen grupos poblacionales completos que no están siendo diagnosticados por los lugares donde residen, porque son familias de escasos recursos y viven en condiciones marginales.
En tanto, la hipertensión sigue teniendo una prevalencia del 32 % en los hombres y 27 % en las mujeres. Si bien continúa presentándose en mayor medida en población mayor de 40 años, la que está entre los 20 y los 30 ya alcanza casi un 12 % de prevalencia.
Del mismo modo, se alertó respecto a que, si bien en el último año se está comenzando a registrar una estabilización de la obesidad en mujeres, en infancias existe un aumento en los segmentos que tienen mayor inseguridad alimentaria, asociada a comida procesada.
En nuestro país solo el 34.5 % de las y los niños presenta un consumo adecuado de frutas y verduras, mientras que entre adolescentes es solo uno de cada cinco.
La mente humana intenta asociar distintos eventos que le permitan anticiparse a la realidad, lo que deriva en supersticiones.
Con las prisas se puso los primeros que encontró por casa. La audición le fue genial. En el siguiente casting, volvió a su costumbre habitual de lucir calcetines emparejados, y la prueba le salió fatal. A partir de ese momento, Elsa Pataky siempre lleva calcetines de distinto color en sus audiciones.
Le dan buena suerte.
No dispongo de pruebas de la veracidad de esta anécdota, pero es un excelente modelo de cómo se forja y se consolida una superstición en nuestra mente. Confío en que Elsa Pataky no se moleste por utilizarla como ejemplo. Toquemos madera.
Una de las principales motivaciones de la mente humana es la necesidad de encontrar asociaciones entre distintos eventos que le permitan anticiparse a la realidad.
La selección natural ha favorecido la búsqueda de relaciones causa-efecto para descubrir las reglas del mundo y así promover la supervivencia y la reproducción.
Somos buscadores compulsivos de conexiones, arqueólogos de la regularidad, futurólogos intuitivos. Nuestro sistema cognitivo tiene alergia a la ambigüedad y a la incertidumbre. La asociación de eventos es el antídoto para esta “reacción alérgica mental”.
Las supersticiones son el lado oscuro de esa tendencia predictiva tan útil para la supervivencia: asocian eventos que, en realidad, no están relacionados de ninguna forma. ¿Qué tendrá que ver el color de los calcetines con las dotes actorales de Elsa Pataky?.
La tendencia humana a predecir el mundo inventa estas conexiones. Al fin y al cabo, el aprendizaje de asociaciones es la piedra angular de nuestra adquisición de comportamientos.
Con las supersticiones, esos mecanismos asociativos se pasan de largo, pecan por exceso.
El primer acercamiento científico a la conducta supersticiosa la realizó en 1948 el psicólogo B. F. Skinner mediante un famoso estudio con palomas.
Skinner programó que la dispensación de comida ocurriera de manera automática cada quince segundos. Hicieran lo que hicieran, las palomas recibirían alimento con esa cadencia.
Transcurrido un tiempo, el científico norteamericano comprobó que la mayoría de las aves (seis de ocho, en concreto) habían desarrollado sus propios rituales supersticiosos para conseguir la comida.
Una paloma daba vueltas sobre sí misma, otras movían la cabeza de un lado a otro y otra picoteaba el suelo.
Este fenómeno se denomina “condicionamiento adventicio” para diferenciarlo del aprendizaje por “condicionamiento operante”, cuando el animal aprende en función de las consecuencias positivas o negativas realmente causadas por su comportamiento.
Con humanos se han encontrado resultados muy similares mediante tareas en las que se instauran conexiones ficticias entre eventos.
De hecho, hay todo un campo de estudio en Psicología dedicado a las ilusiones de causalidad, que incluso se han relacionado con la proliferación de pseudomedicinas alternativas, como la homeopatía o el reiki, o las creencias paranormales.
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Cuando ya hemos creado una conexión causal entre eventos, uno de los mecanismos que fomenta su mantenimiento es el llamado “sesgo de confirmación”, que forma parte de nuestra caja de herramientas cognitivas.
Tendemos a prestar más atención a aquellos sucesos que confirman nuestras creencias que a los que las contradicen: “Siempre que lavo el coche, llueve”; “el repartidor de Amazon siempre llega cuando no estoy en casa”.
Olvidamos con facilidad las numerosas veces que no se cumplieron tales predicciones. Y, al mismo tiempo, recordamos vivamente el momento en que ocurrieron esos incómodos eventos debido al impacto emocional que generan.
Otro mecanismo que favorece el mantenimiento de las supersticiones se basa en lo que los psicólogos denominan “profecía autocumplida”. Es decir, la propia creencia en una predicción puede hacer que se convierta en realidad a través de nuestras acciones.
Así, si obligamos a Elsa Pataky a llevar calcetines del mismo color para su siguiente audición, probablemente se pondrá muy nerviosa al no disponer de su amuleto y su rendimiento se verá seriamente afectado.
La actriz llegará a la conclusión de que se confirma su profecía, aunque haya sido ella misma quien se ha ocupado de ratificarla.
Nuestras supersticiones nos esclavizan: si las ignoramos, la ansiedad hará que rindamos peor. Que se lo digan a los deportistas, acumuladores compulsivos de manías, rituales y supersticiones.
Las supersticiones son absurdas, pero generalmente fáciles de cumplir.
Se mantienen gracias al “por si acaso” y al “¿y si fuera cierto?”. Tocar madera, no pasar por debajo de una escalera, no brindar con agua, cruzar los dedos: todos son actos muy fáciles de realizar, muy baratos.
El físico Niels Bohr (1885-1962) tenía colgada una herradura en la pared de su despacho. Cuando le preguntaron cómo era posible que una de las mentes más analíticas de su tiempo creyera en amuletos, Bohr respondió: “No creo en ellos, pero me han dicho que dan suerte incluso a los que no creen en ellos”.
Tampoco cuesta tanto, ¿no? La conducta supersticiosa lo tendría más difícil si tuviéramos que realizar cien flexiones para acumular suerte antes de un examen. Somos tontos, pero no tanto como para ganarle a la pereza.
A menudo, las supersticiones se implantan en el acervo de las tradiciones y costumbres de una sociedad. Nos permiten identificarnos con los valores de nuestra cultura, a través de hábitos y rituales compartidos.
Resulta sencillo imaginar que la superstición de Elsa Pataky se extendiera entre la población y que la gente llevara calcetines desparejados en el examen de conducir o en sus citas de Tinder.
Muchas supersticiones culturales tienen raíces centenarias o incluso milenarias, lo que dificulta mucho rastrear sus orígenes.
Parece que tocar madera proviene de las antiguas creencias celtas sobre las almas que habitaban los árboles.
Por su parte, los gatos negros se asociaban a las brujas durante la Edad Media, aunque en Escocia es símbolo de buena suerte. Una bonita demostración de la arbitrariedad de las supersticiones, por cierto.
El número trece tiene muy mala prensa. Según la compañía Otis, en torno al 85 % de sus ascensores instalados en edificios más de doce plantas omiten el botón con el número trece.
Parece que el origen está relacionado con Judas Iscariote, el comensal número trece en la Última Cena del cristianismo. El miedo al Viernes 13 combina esta superstición numérica con el recuerdo de la celebración del Viernes Santo, día fatídico en el que fue crucificado Jesucristo.
Somos seres racionales… pero de los que toman raciones en los bares, tal y como declama la banda Siniestro Total en una de sus canciones. Nuestra racionalidad natural no es lógica sino bio-lógica o psico-lógica.
La evolución nos ha dotado de un arsenal de atajos cognitivos para procesar grandes cantidades de información y tomar decisiones rápidas (generalmente exitosas) con los datos parciales y ambiguos que recibimos del medio.
En cambio, el ejercicio del pensamiento lógico y razonado requiere de la fatigosa tarea de disciplinar nuestra mente para prevenir las falacias y sesgos del pensamiento humano.
Ambos sistemas de pensamiento habitan en nosotros sin aparente conflicto.
Por un lado, un sistema intuitivo y automático que está guiado por reglas de andar por casa y que puede derivar en sesgos y falacias del pensamiento.
Por el otro lado, un sistema analítico y reflexivo pero más lento y más costoso, que en las condiciones adecuadas puede comportarse de manera racional y lógica.
Por eso, incluso en las mentes más racionales y analíticas pueden residir creencias irracionales y supersticiones absurdas. Que se lo digan a Niels Bohr, con su herradura de la suerte.
Cuando nos quitamos la bata del científico o la toga del juez, nuestra mente es tan crédula como la de nuestros antepasados prehistóricos. Cruzaremos los dedos para que la razón no nos abandone del todo.
*Pedro Raúl Montoro Martínez es profesor titular del Departamento de Psicología Básica I de la UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia, en Madrid.
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