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El IMSS dio mil 600 mdp en contratos de medicamentos a 19 empresas de nueva creación que vendieron a sobreprecio
El IMSS dio mil 600 mdp en contratos de medicamentos a 19 empresas de nueva creación que vendieron a sobreprecio
Imagen: Andrea Paredes @driu.paredes
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El IMSS dio mil 600 mdp en contratos de medicamentos a 19 empresas de nueva creación que vendieron a sobreprecio

Los fracasos en los distintos modelos implementados en la administración de Andrés Manuel López Obrador para la adquisición de medicinas terminaron beneficiando a empresas de reciente creación, con poca experiencia en el sector y que vendieron los medicamentos más caros.
07 de mayo, 2025
Por: Nayeli Roldán e Itzel Escalona

Javier Delgado y su familia tienen un año viviendo en la zozobra. En 2024 tuvo un infarto y fue atendido en el IMSS de Cancún. Durante la revisión, el hombre de 50 años advirtió que tenía una bolita en la lengua, pero los médicos minimizaron la situación y le recetaron sólo un enjuague bucal. 

La familia, preocupada porque la bolita seguía creciendo, decidió no esperar y vendieron lo poco que tenían: un aire acondicionado, la mesa, electrodomésticos. Con eso pudieron pagar un par de consultas con un médico particular y la biopsia, indispensable para el diagnóstico. 

Seis meses después se confirmó que Javier tenía cáncer. No tenían otra alternativa que solicitar atención en el IMSS de Cancún, donde vivían, pero les dijeron que ahí no podían atender el cáncer, al no contar con médicos ni aparatos.

Consulta nuestro especial. No fuimos Dinamarca: La corrupción detrás del desabasto de medicamentos

A Javier se le ocurrió subir videos a redes sociales para denunciar la falta de atención, como única posibilidad para que lo escucharan. Luego, Animal Político y otros medios publicaron su caso. “Me tenían muriéndome, pero gracias a las presiones que ustedes hicieron sí me atendieron”, reconoce Javier. Sólo así, lo canalizaron a Mérida, a la Unidad Médica de Alta Especialidad “Ignacio García Téllez” para las quimioterapias y radioterapias.

Aún cuando superó la primera etapa del cáncer, su corazón sigue fallando y requiere de medicamentos permanentes que cada mes es difícil conseguirlos en su clínica 3 de Cancún. Desde marzo del año pasado le recetaron la inyección Evolocumab, que deben aplicarle cada 15 días para prevenir un derrame cerebral y ataque cardiáco, pero en realidad se la surten cada dos o tres meses.

Su familia no puede comprarla porque cuesta siete mil pesos cada una, casi el mes de salario que gana su yerno como personal de limpieza en un hotel. Y ese sueldo lo ocupan para vivir los cinco integrantes de la familia: Javier, quien era mecánico y perdió la pensión que le daban en su trabajo, su esposa, su hija y su nieta. 

También debe tomar otros cinco medicamentos que no siempre le dan. “Me dicen venga para la siguiente semana y la siguiente. Cuando ya hay, me dicen que la receta está vencida y hay que volver a sacar cita con el cardiólogo para que me vuelva a recetar”. 

Ahora, dice Javier, no tiene ni siquiera la programación de otra cita, luego de que el 28 de abril le negaron la atención pese a llegar 5 minutos antes de la hora programada argumentando que debía llegar 15 minutos antes, y por lo tanto, tampoco tendrá más recetas. 

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A veces pueden comprar algunas medicinas baratas, como el ácido acetilsalicílico, pero otras simplemente es imposible. “A veces hasta sin comer la pasamos en algunas ocasiones”, confiesa. 

Javier ha aprendido a vivir entre desmayos cada tres o dos veces por semana y dolores en el pecho, ante la falta de medicinas. Pero su caso no es el único. En el gobierno de Andrés Manuel López Obrador aumentó en cinco el número de recetas no surtidas en comparación con el sexenio de Enrique Peña Nieto. 

Se trató de otro efecto de la decisión del morenista de cambiar el modelo de compras de medicamentos durante su gobierno. Y el desabasto permitió la aparición de otro esquema: la proliferación de empresas que venden medicinas a sobreprecio

Causas y efectos del desabasto

Animal Político revela en esta investigación que el IMSS entregó mil 600 millones de pesos en adjudicaciones directas a al menos 19 empresas con apenas dos y hasta 15 meses de funcionamiento en 2022.  

Consiguieron los contratos pese a vender más caro en comparación con los precios ofrecidos en las compras consolidadas. Y, en algunos casos, los insumos no llegaron a los hospitales

Tal es el caso de las pruebas de Covid adquiridas por la delegación Guerrero en 2022, cuando la pandemia y la demanda de insumos habían disminuido. La empresa Comercializadora de Materiales SVG, SA de CV, vendió 20 mil piezas en 2 mil 925 pesos cada una. Sin embargo, sólo llegaron 2 mil 339 a los hospitales, es decir, 11 % del total, según muestran registros oficiales obtenidos por transparencia.

Otras, como Promotora Médica Selec SA de CV, Leo-Medik y Grupo Farmacéutico MDK comparten integrantes con otras empresas que también vendieron medicamentos poco después de crearlas en otros años. 

Comercializadora de Medicamentos CMI fue boletinada por la Cofepris por irregularidades sanitarias. Y los dueños de otras más se dedicaban a otros giros y, aún sin experiencia en la distribución de medicinas, aprovecharon el negocio durante el gobierno de López Obrador.

Entre los medicamentos adquiridos con estas empresas estuvieron insulina, inmunoglobulina, antidepresivos, tratamientos contra el cáncer, o para control de diabetes y artritis. Anticoagulantes, antibióticos, vitaminas, entre otros. 

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Con sobreprecios de hasta 678 %, como la Sitagliptina metformina, cuyo costo unitario en compra consolidada fue de 225 pesos, pero la empresa Pharma Trimed la vendió en 1,750 pesos a la delegación Colima del IMSS.

O las tiras reactivas para medir glucosa, vendidas por Grupo Osherx, SA de CV en 2,150 pesos cada paquete, un precio incluso mayor a los 260 pesos que se consigue en farmacias comerciales. Ambos, insumos para el tratamiento de diabetes, la enfermedad con la segunda mayor incidencia en el país. 

Sin embargo, para el IMSS, la reciente creación de una empresa no es impedimento a la hora de contratar. La fecha de constitución “no es relevante ante evaluaciones de las propuestas que se hacen bajo un método binario (el proveedor cumple o no cumple requisitos), donde la antigüedad o experiencia no es un factor”. 

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Diseño: Daniela Díaz @_danichi

 

Aumentan las adjudicaciones y el gasto

Las adjudicaciones directas a sobreprecio son efecto de la política de austeridad del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien, en su búsqueda de ahorros en todo el gobierno, cada año intentó una forma de adquisición de medicamentos; primero, con la compra centralizada desde la Secretaría de Hacienda, luego en la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos de la ONU (UNOPS), después en el INSABI, luego la llamada “megafarmacia” y el IMSS. 

Ante el fracaso de cada uno, las delegaciones del IMSS argumentaron que, por incumplimiento de otros proveedores o la insuficiencia de proveedores en las megacompras, había urgencia de comprar medicamentos e insumos. 

Precisamente, la urgencia, es uno de los motivos que exceptúan las compras por licitación que permite la Ley de Adquisiciones. Y, en el gobierno de López Obrador hubo menos licitaciones públicas, es decir, concursos abiertos para poner a competir a los proveedores, y más elección de empresas de manera directa

Mientras en 2018 el porcentaje de compras de medicinas a través de adjudicaciones directas fue de 80 %, cada año incrementó hasta alcanzar 88 % en 2022 y 95 % en 2023. Esto es: casi la totalidad de las compras de medicamentos se hicieron eligiendo directamente a proveedores y no a través de competencias para lograr las mejores condiciones. 

A diferencia de comprar en gran volumen con menor costo, en el gobierno de López Obrador las compras estuvieron fragmentadas. Con esto efectivamente rompieron el monopolio de las grandes farmacéuticas que acaparaban las ventas al gobierno, como acusaba el expresidente López Obrador, pero eso no significó obtener ahorros, sino lo contrario. 

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Las delegaciones del IMSS gastaron 31 % más en la adquisición de medicamentos e insumos médicos entre 2018 y 2024. Pasaron de un gasto de 71 mil millones de pesos al inicio del sexenio obradorista, a 93 mil millones de pesos al concluir. 

A la par hubo desabasto, como denunció el personal médico y usuarios. Además, los datos lo confirman. Mientras en 2018 no se surtieron 1.4 millones de recetas en el IMSS, en 2021 aumentó a 22 millones de recetas, bajó a 12 millones el año siguiente y 5 millones en 2023, de acuerdo con datos oficiales obtenidos por la organización Cero Desabasto. 

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Diseño: Nadia Núñez @naddnuk

 

Empresas nuevas, contratos millonarios

La empresa que más contratos ganó en esta selección fue Comercializadora de Materiales SVG, SA de CV., con 205 adjudicaciones directas por 525 millones de pesos. Fue constituida en junio de 2021 y se dedicaba a la “compra, venta, importación, exportación, fabricación, producción, maquila, desarrollo, distribución, suministro y comercialización de toda clase de bienes y productos que estén o puedan estar en el comercio”. 

Meses después, el 30 de marzo de 2022, cambió su objeto social y agregó la comercialización de “productos para uso médico en todas sus ramas y de laboratorios clínico médico”.

Apenas 44 días después de ese movimiento, la empresa ganó la primera adjudicación directa con la delegación de Sonora por 10 millones de pesos. Vendió 110 mil piezas de Celecoxib, antiinflamatorio para artritis reumatoide, en 92 pesos cada una. El precio en compra consolidada fue de 17 pesos, mientras que farmacias privadas se consigue hasta en 68 pesos. De acuerdo con los registros de comprobación, cumplió con la totalidad del pedido.

El contrato más oneroso de Comercializadora de Materiales SVG fue por 67 millones 860 mil pesos por la adquisición de 20 mil pruebas rápidas de Covid, a un precio unitario de 2 mil 950 pesos, mientras que el costo promedio en ese entonces ascendía a 2,500 pesos. 

Aunque el contrato lo hizo la delegación de Guerrero, los registros de entrega incluían la distribución a hospitales de otras entidades, como el Centro Médico Siglo XXI en la Ciudad de México. 

En los reportes oficiales se asienta que se recibió la totalidad del pedido en almacén, pero en el registro de distribución se observa que sólo llegó 11 % de las piezas a los hospitales. Por ejemplo, el área de Pediatría y Oncología del Centro Médico Siglo XXI supuestamente recibirían más de una centena de pruebas, pero no les llegó ni una. Lo mismo que en Puebla y el Estado de México Oriente. Mientras que el Hospital General de Subzona 19, solo recibió 2 unidades. Y el que más recibió fue el Hospital General Regional 1, con 500 piezas. 

Comercializadora de Medicamentos CMI ganó contratos a los 8 meses de ser creada, en septiembre de 2022. Sólo tuvo 4 adjudicaciones por 8 millones 621 mil pesos, pero vendió a Guanajuato y la Ciudad de México productos tan relevantes como inmunoglobulina humana, utilizada para tratar enfermedades inmunitarias en las que hay pocos anticuerpos en la sangre.

Sin embargo, la empresa fue boletinada por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) en abril de 2024 por irregularidades sanitarias, según la alerta difundida por la institución en la que avisaba sobre los proveedores irregulares. 

Incluso, el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum recientemente inhabilitó a otra empresa con la mismas características halladas en esta investigación: creada poco antes de recibir contratos y vendiendo a sobreprecio. El 29 de abril, la titular de Anticorrupción, Raquel Buenrostro anunció la inhabilitación de Biomics Lab SA de CV por diversas irregularidades

Biomics Lab fue creada en 2020 y ese mismo año sumó 14 contratos por 20 millones de pesos, y el año siguiente obtuvo 49 adjudicaciones por 31 millones de pesos, de acuerdo con registros de Compranet. Al participar en la compra consolidada de 2025, sus irregularidades fueron identificadas por la Secretaría Anticorrupción. 

Otra de las empresas destacadas fue Materiales Médicos Rey, constituida en enero de 2021 y que comenzó a sumar adjudicaciones un año después. Ganó 79 millones de pesos con ventas a sobreprecio

Por ejemplo, vendió Enoxaparina de 40 mg en 729 pesos, pese a que el costo en compra consolidada fue de 151 pesos. Mientras que la inmunoglobulina G, fue vendida en 12 mil 700 pesos cada unidad, cuando el costo en consolidada fue de 10 mil 191 pesos. Solo de esos dos contratos, el IMSS de Nuevo León habría pagado más de 2 millones de pesos ‘de más’.  

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Diseño: Nadia Núñez @naddnuk

 

Redes de empresas

Promotora Médica Selec SA de CV fue creada en mayo de 2021. Un año después comenzó a ganar contratos que sumaron 149, de los cuales, 144 fueron adjudicaciones directas. En total obtuvo 155 millones de pesos, sobre todo con contrataciones de las delegaciones de Nuevo León y Guanajuato

Entre sus administradores está Francisco Pavel Gutiérrez Mújica, quien en 2017 apareció como representante legal de la empresa Distribuidora Internacional de Medicamentos y Equipo Médico (Dimesa), una filial de Laboratorios Pisa, acusado por el presidente López Obrador de acaparar el mercado.  

Gutiérrez Mújica, además, aparece en otras dos empresas: Lógica Médica Regiomontana, creada en marzo de 2020 y que al año siguiente ganó 103 contratos por 152 millones de pesos. La otra es Inmedical Soluciones en Salud, constituida en julio de 2020 y que en 2021 ganó 11 millones de pesos. 

Una investigación de Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad dio a conocer que esta última empresa y Pável Gutiérrez ayudaron a burlar el veto Laboratorio Solfrán, propiedad de Carlos Lomelí, exdelegado de Guadalajara, impedida para ser proveedor gubernamental. A través de la empresa distribuidora, que ganaba los contratos, se seguían comercializando las medicinas de dicho laboratorio. 

La segunda empresa con más contratos fue Leo-Medik con 198 millones de pesos. Fue creada en septiembre de 2021 y cinco meses después obtuvo la primera de 117 adquisiciones directas.

Ésta, además, comparte integrantes con Grupo Farmacéutico MDK, creada en enero de 2021, y que es la tercera en recibir la mayor cantidad de contratos, con 173 millones de pesos.

Ambas empresas tienen más de 40 actividades en su objeto social y sus accionistas están personas que han tenido otras empresas. Como María del Pilar Monroy, que aparece como representante de Evtek SA de CV en una junta de aclaraciones para vender computadoras en Aguascalientes. También, Omar Eduardo Llanos, accionista en Pick and Go Comercial SA de CV, creada en 2023, y, como contratista del IMSS ha vendido artículos de aseo en Aguascalientes. 

El contrato más oneroso de Leo-Medik fue por 41 millones 500 mil pesos con la delegación Colima para comprar 50 mil piezas de eritropoyetina, para tratar la anemia y efectos secundarios tras una quimioterapia. 

El costo unitario ofrecido fue de 830 pesos, aunque en la compra consolidada era de 651 pesos. Solo por la diferencia de 178 pesos en cada unidad, la delegación pagó 8 millones 922 mil pesos ‘de más’. 

Pagan medicinas más caras

En 2022, las delegaciones del IMSS de al menos 19 entidades contrataron a empresas de reciente creación: Nuevo León, Guerrero, Michoacán, Aguascalientes, Chihuahua, Yucatán, Ciudad de México, Guanajuato, Veracruz, Chiapas, Durango, Sonora, Colima, Tamaulipas, Estado de México, Coahuila, Tlaxcala, Puebla y Jalisco. 

Animal Político analizó los contratos registrados en Compranet para ubicar a aquellas empresas que obtuvieron contratos al poco tiempo de ser creadas. En la lista destacan al menos 35 que tenían menos de un año de operación cuando ganaron el primer contrato.

Sin embargo, se descartaron aquellas que vendían mobiliario, artículos de limpieza o servicios subrogados especializados cuyos precios eran muy variables. Para esta investigación se seleccionaron únicamente 19 empresas que vendieron medicinas o insumos hospitalarios básicos. 

En total, estas compañías recibieron mil 382 contratos por mil 666 millones de pesos, cuya fecha de creación varió entre 2, 3, 5 y hasta 15 meses. 

Luego, se solicitó por transparencia el primer contrato realizado, el de mayor monto y otro con una delegación distinta a las anteriores. De las respuestas obtenidas se analizaron 59 contratos por la compra de 1.9 millones de piezas y un monto de 292 millones de pesos. 

Al contrastar el costo unitario de cada medicamento e insumo vendido en estos contratos se hallaron sobreprecios prácticamente en todos los casos que entregaron información. Aunque según los reportes, las empresas cumplieron con la mayoría de los pedidos, el impacto está en el sobrecosto pagado con recursos públicos

Si las compras se hubieran realizado a través de compras consolidadas el monto pagado habría sido de 141 millones de pesos. Es decir, las delegaciones del IMSS habrían pagado 150 millones de pesos de más. Un sobreprecio total del 106 por ciento. 

Diseño: Nadia Núñez  @naddnuk

Los fracasos en las compras de medicamentos

El primer intento del presidente Andrés Manuel López Obrador para cambiar el proceso de adquisición de medicinas fue centralizar las compras en Hacienda, a través de la Oficialía Mayor, cargo entonces ocupado por Raquel Buenrostro, actual secretaria Anticorrupción;  pese a que ni ella ni la institución tenían experiencia en la adquisición de artículos tan particulares como los medicamentos

En esa primera compra, Hacienda informó que había hecho adquisiciones por 7 mil millones de pesos en medicamentos, lo que había generado ahorros por mil millones de pesos con respecto a 2018, pero en realidad no compraron lo que se requería. Necesitaban 792 partidas de medicinas, pero sólo licitaron 632. De ellas, compraron 404 (64 %) y 228 quedaron desiertas (36 %), según informaron oficialmente.

Luego, el gobierno decidió que el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), creado el 29 de noviembre de 2019, compraría las medicinas a través de la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS) para surtir a todas las instituciones de salud del país e incluso contrataría a proveedores de cualquier parte del mundo que ofrecieran mejores condiciones de venta.

Mientras que Laboratorios de Biológicos y Reactivos de México (Birmex), empresa del Estado productora de vacunas, se convertiría en la nueva distribuidora de medicinas, tras el veto a las empresas distribuidoras del sexenio. 

Justamente, ese fue el campo que aprovecharon las empresas recién creadas, toda vez que el gobierno necesitaba distribuidores y los contratos para este servicio se fraccionaron y multiplicaron. Lo cual, generó un gasto mayor. 

Sin embargo, las fallas ocurrieron desde la adquisición de los medicamentos, pues el INSABI y la UNOPS reconocieron que solo adjudicaron 50.8 % de las claves de medicamentos y 55 % de las de material de curación que se necesitaban para 2021. 

Incluso, en la revisión a las compras del INSABI hechas en 2021, la Auditoría Superior de la Federación comprobó que la UNOPS no entregó la totalidad de medicamentos que habían contratado y pagado, por lo que debía hacer reembolsos por 32 millones 600 mil dólares.

Para 2022, el INSABI terminó la relación con la UNOPS –pese a que el acuerdo establecía que se encargaría de hacer las compras de medicinas hasta 2024– y ese año, el Instituto hizo los procesos de compra en solitario, aunque no logró adquirir el 22 % de la demanda. 

De ahí que las instituciones como el IMSS tuvieron que hacer otras contrataciones para adquirir las medicinas que no les llegaron por medio de la UNOPS o el INSABI y que necesitaban con urgencia. 

Esto derivó en la multiplicación de pequeños contratos, como documentó el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), luego de analizar las adquisiciones de medicinas entre 2018 a 2022.  

En 2022, el 20 % del monto total de compras de medicamentos se asignó en contratos menores a cinco millones de pesos, aunque en 2018 esta proporción había sido de 5 %. Lo cual resultó “contrario al objetivo de las compras consolidadas que busca comprar en volúmenes grandes con precios de mayoreo”. 

“Por eso es que las instituciones públicas de salud fueron obligadas a realizar adquisiciones con poco tiempo, lo que implicó condiciones de desventaja para negociar mejores precios en la compra”, concluyó el informe Compras públicas ineficientes, medicamentos más caros.

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San Javier, el pueblo ruso que se fundó en Uruguay en busca del paraíso terrenal y vivió un infierno absurdo
17 minutos de lectura

La vida de una colonia establecida por inmigrantes de Rusia en el litoral uruguayo cambió por completo cuando los militares la invadieron. Algunos se preguntan hasta hoy por qué.

19 de diciembre, 2025
Por: BBC News Mundo
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A Víctor Macarov lo fueron a buscar a la salida de su instituto de enseñanza. Tenía 18 años.

A Miguel Schevzov, de la misma edad, se lo llevaron cuando estudiaba en casa de un amigo.

Vladimir Roslik Dubikin, también de 18, estaba en el cine y corrió igual suerte.

Una tras otra, una veintena de personas fueron detenidas entre abril y mayo de 1980 en San Javier, un pequeño pueblo de inmigrantes rusos en el oeste de Uruguay.

Los tomaron por sorpresa, mientras hacían las cosas más cotidianas.

Esteban Gilsov volvía de pescar. Jorge Gurin estaba en su casa con su esposa, Susana Zanoniani. Y Néstor Dubikin, de apenas 16 años, había ido en bicicleta hasta el río: ellos también fueron arrestados por la dictadura militar que había en Uruguay.

Los llevaron a un cuartel. Les pusieron capuchas. Los torturaron de forma salvaje. Y 11 de ellos fueron enviados a una cárcel por meses o años.

Ninguno sabía por qué los sometían a semejante martirio, una pesadilla que volvería cuatro años más tarde con más detenciones arbitrarias y un asesinato que marcó el fin del régimen militar.

Algunos se lo preguntan hasta hoy.

“No entiendo cuál es el motivo que llevó a esa gente a hacer todo eso, porque es una maldad”, dijo Dubikin, ahora con 62 años, como testigo de un juicio en desarrollo contra nueve acusados de cometer esos abusos. “Le destrozaron la vida a un montón de gente”.

El fiscal uruguayo para crímenes de lesa humanidad, Ricardo Perciballe, aseguró que el absurdo se debió a la ascendencia de esas personas.

“A ellos se los privó de la libertad sólo por su condición de rusos, pero no por su actividad política, no porque hayan cometido ningún delito”, dijo Perciballe al inicio del juicio el mes pasado.

El propósito, sostuvo, fue “montar una mentira”.

“El olor del miedo”

San Javier descansa sobre el río Uruguay, unos 360 kilómetros al noroeste de Montevideo. Desde sus costas se avistan unos islotes cercanos, ya del lado argentino de la frontera fluvial.

El pueblo tenía cerca de 1.700 habitantes, en su mayoría de ascendencia rusa, cuando los militares irrumpieron en 1980 y comenzaron a arrestar gente, incluidas algunas mujeres.

Un gran cartel de
BBC
El pueblo ruso ubicado en el departamento de Río Negro, litoral oeste de Uruguay, sufrió dos operativos militares en 1980 y 1984 con graves consecuencias.

Casi todos los detenidos fueron trasladados unos 90 kilómetros al sur hasta el batallón de infantería Nº 9 del Ejército, en la ciudad de Fray Bentos, donde todo adquirió tintes kafkianos.

Pasaron largos plantones encapuchados. Los interrogaron con golpizas, choques eléctricos y ahogamientos simulados -siempre bajo supervisión de un médico militar, que indicaba si la tortura podía seguir.

Les preguntaban por una supuesta pertenencia al Partido Comunista de Uruguay, ilegalizado y reprimido por la dictadura que comenzó en 1973 y terminó en 1985, aunque ninguno de los detenidos tenía actividad política según la Fiscalía y sus testigos.

Los interrogadores buscaban establecer vínculos entre los presos y la Unión Soviética.

Ricardo Bozinsky, que a sus 19 años fue una de las víctimas, testificó que los militares les decían cosas como que “ustedes los rusos son culpables de lo que pasó en Vietnam”.

“No sé lo que querían. Yo no entendía nada”, dijo Bozinsky ante el juez del caso, Claudio De León.

Les preguntaban por supuestas prácticas de tiro, por explosivos y contrabandos de armas. Por presuntos aviones que aterrizaban en medio del campo y por hipotéticos contactos con submarinos soviéticos, pese a que el río Uruguay allí tiene pocos metros de profundidad.

La mezcla de torturas y sinsentidos hizo mella en los detenidos.

“Lo más débil no es el músculo sino el agotamiento cerebral. Después, uno pierde el control mental sobre el tiempo y el espacio. Es como un delirio. Y la mente ve lo que quiere ver: ve frutas, agua”, testificó Aníbal Lapunov sobre los abusos que sufrió con 22 años.

“Después le pegan unos picanazos”, agregó, “uno se despabila y empiezan: ‘Sí, porque vos sos agente de la KGB (la agencia soviética de inteligencia) y tenés un submarino y tripulás un Boeing’… Y uno queda mirando”.

Aníbal Lapunov testifica sentado en el juzgado de Fray Bentos.
Youtube / Portal APU Uy
Aníbal Lapunov fue uno de los testigos que relató en el juzgado de Fray Bentos el martirio que padeció tras ser detenido por el régimen militar uruguayo.

Lapunov recordó que llegaron a amenazarlo con empotrar sus pies en una lata con hormigón y lanzarlo al Río de la Plata.

“Esos famosos chinos, no eran nada chinos, eran otros como yo”, dijo que le advirtieron en referencia a unos cadáveres que habían aparecido tiempo antes en las costas uruguayas y que los militares atribuían a navegantes asiáticos.

Un par de adolescentes fueron conducidos por soldados armados a un campo cercano al pueblo, donde poco antes habían intentado avistar ovnis por simple hobby. Y, bajo amenazas de muerte, les preguntaban por armas escondidas.

“Es ridículo, es como la historia de los submarinos y del avión”, testificó Omar Karamán, que entonces tenía 17 años, sobre la idea de que hubiera una célula comunista armada en el pueblo. “Si no hubiese sido tan trágico, sería hasta chistoso”.

Los detenidos estaban incomunicados y sus familiares ignoraban qué les ocurría.

Lena Roslik aún evoca cómo olían las ropas de sus dos hermanos y su padre Miguel, presos en el cuartel, cuando las recibió a cambio prendas limpias que les llevaron.

“Tenían algunas manchas de sangre y un olor muy característico”, recordó como testigo del juicio. “No era olor a suciedad, era otro olor raro: yo le decía a mi madre que es el olor del miedo”.

Lena Roslik junto a un samovar en el Museo de Los Inmigrantes de San Javier.
BBC
Lena Roslik aún recuerda el “olor raro” de la ropa de su padre y dos hermanos presos en el cuartel de Fray Bentos.

Algunos fueron liberados luego de varios días.

Pero a 11 detenidos les hicieron firmar a fuerza de golpes y torturas una declaración que establecía que sí, que eran comunistas, que integraban un grupo armado.

La justicia militar los envió entonces al penal de Libertad, que pese a su nombre es una cárcel en el sur del país. Desconcertados, comunistas presos en su mismo piso les preguntaban quiénes eran, por qué ninguno encajaba en sus nociones sobre los miembros del partido.

Algunos pasarían un año y medio encerrados. Otros, cuatro años.

El 21 de junio de 1980, un comunicado oficial sobre ellos sostuvo que “una importante célula del aparato armado del proscripto Partido Comunista que estaba capacitando a sus elementos para la lucha armada fue desbaratada por las Fuerzas Conjuntas”.

Víctor Macarov, uno de los que estuvo preso hasta 1984, declaró en la causa que sólo se trataba de “jóvenes sin experiencia política, que eran los únicos que les podían haber firmado (…) que había un submarino, que aterrizaban Boeings en el Puerto Viejo entre las chircas”.

“A ver, si había un piloto que aterrizaba un Boeing en el Puerto Viejo tendría que estar enseñando a manejar aviones de combate”, ironizó. “Y si hay un submarino tendríamos que buscarlo, reflotarlo y cobrar una entrada para que la gente lo visite”.

“Sospechosos”

Puerto Viejo es el punto del río Uruguay donde desembarcó en 1913 cerca de medio millar de inmigrantes rusos para fundar su colonia.

Su objetivo era crear el reino de Dios en la tierra, explica Virginia Martínez, profesora de Historia, en su libro “Los rusos de San Javier” .

Pertenecían a una secta denominada Nuevo Israel que escapaba de la persecución de la Rusia zarista y fueron atraídos por un Uruguay que recibía de brazos abiertos a inmigrantes de diversos lugares.

Familias colonizadoras rusas posan para una foto en Río Negro poco después de su llegada para fundar San Javier.
John Fitz-Patrick/Anip/SODRE
Cientos de inmigrantes rusos desembarcaron en las costas del río Uruguay a partir de 1913 en procura de establecer el reino de Dios en la tierra.

El líder de la comunidad era Vasili Lubkov, a la vez profeta y administrador general. Lo llamaban “Papá”.

En sus inicios, la colonia reunió a unas 150 familias de campesinos que tenían un sistema de propiedad colectiva de la tierra y sembaban trigo, maíz y lino. También produjeron el primer aceite de girasol uruguayo.

Con el tiempo, el liderazgo de “Papá” generó disidencias internas. Y la colonia de San Javier, con sus peculiares reglas y costumbres, motivó debates en la prensa y hasta en el Parlamento de un país que ya consagraba la laicidad.

Al final Lubkov fue privado de su poder de administrador y, junto a un grupo de familias, emprendió el viaje de vuelta a sus tierras de origen en 1926. Pero entonces Rusia ya había conformado la Unión Soviética, y el profeta fue enviado a un campo de concentración.

A San Javier llegaron nuevos inmigrantes rusos, ucranianos y de otras nacionalidades, muchos huyendo entonces de la Revolución rusa y el socialismo.

En el pueblo surgieron tensiones con los reclamos de tierras liderados por comunistas. En 1933 una persona murió y otras resultaron heridas cuando la policía reprimió una reunión sindical.

Personas, casas y carretas junto a un camino de tierra en San Javier poco después de la fundación del pueblo por inmigrantes rusos.
John Fitz-Patrick/Anip/SODRE
En los orígenes de San Javier la tierra era considerada propiedad colectiva por los inmigrantes rusos.

Pero San Javier nunca fue un bastión comunista ni de izquierda. Muchos allí simplemente desatendían la política o simpatizaban con el tradicional Partido Colorado, que gobernaba el país cuando llegaron los primeros colonos.

Poco pareció importarle eso al régimen militar que se instaló en Uruguay a partir de 1973 y que, al igual que otros gobiernos de facto durante esos años en Sudamérica, consideró al comunismo y a la izquierda en general como un enemigo a destruir en el marco de la Guerra Fría.

El mero hecho de que en San Javier hablaran ruso, hubiera bailes o comidas eslavas y algunos fueran a estudiar becados en Moscú “los transformó para la ideología profundamente anticomunista de la dictadura en sospechosos”, dijo Martínez en el juicio.

El mismo año en que dieron el golpe de Estado, los militares realizaron allanamientos y arrestos en San Javier. Volvieron en 1976 con más represión.

Pero nada se compara a lo que ocurriría después.

“Un gran quiebre”

“¡Lo mataron! ¡Lo mataron! ¡Asesinos!”.

María Zavalkin repite en el juzgado de Fray Bentos los gritos que soltó cuando le entregaron el cuerpo sin vida de su esposo, el médico Vladimir Roslik Bichcov, el lunes 16 de abril de 1984.

Roslik murió a los 42 años. Su cadáver estaba dentro de un cajón sin tapa en una morgue de la misma ciudad, describe Zavalkin. Tenía la cabeza vendada, parte de la nariz negra y una camisa con sangre en el pecho.

Ella le gritaba entonces al médico Eduardo Saiz, jefe del servicio sanitario del batallón Nº 9 del Ejército, que huía del lugar.

Zavalkin conocía a Saiz desde 1980, cuando su marido fue preso y torturado en ese cuartel y ella intentaba llevarle medicamentos.

María Zavalkin testifica sentada en el juzgado de Fray Bentos.
Youtube / Portal APU Uy
María Zavalkin dio su testimonio sobre la muerte bajo tortura de su marido, Vladimir Roslik, en el juicio por los abusos contra habitantes de San Javier.

Roslik era uno de los 11 detenidos de San Javier enviados a la cárcel de Libertad. Pasó 18 meses allí por supuestos vínculos con el Partido Comunista, que Zavalkin descarta.

Cuando fue liberado y volvió a su casa en San Javier, le pidió por favor a su esposa que jamás le preguntara lo que había pasado.

“Nunca quiso hablar, pero cambió”, dice Zavalkin ante el juez. “Estuvo en el baño no sé cuánto rato, mirándose en el espejo”.

Nacido en San Javier de padres rusos, Roslik había estudiado Medicina en Moscú becado por la universidad Patrice Lumumba.

De vuelta en su pueblo natal en 1969, pasó a ser un médico solicitado por muchos vecinos que valoraban sus conocimientos, disponibilidad y manejo del idioma ruso.

Pero al salir de la cárcel las autoridades le prohibieron ejercer su profesión y, según Zavalkin, “eso fue lo que más sufrió”.

Ambos tuvieron un hijo, Valery, cuatro meses antes de que los militares volvieran por Roslik en la madrugada del domingo 15 de abril de 1984.

En la redada, una reedición súbita de lo vivido cuatro años antes, detuvieron a otros habitantes de San Javier para llevarlos al batallón de Fray Bentos e interrogados bajo tortura sobre presuntos vínculos con el comunismo y traslados de submarinos con armas por el río.

Vladimir Roslik y María Zavalkin observan a su hijo Valery, un bebé de pocas semanas.
Archivo familiar
Vladimir Roslik y María Zavalkin con su hijo Valery antes del asesinato del médico. Ella relató que eran felices con el bebé y que él lo paseaba por el pueblo.

“¡Otra vez no!”, gritaba Roslik cuando los soldados irrumpieron en su casa, le colocaron esposas y capucha, y se lo llevaron en llantos, recuerda Zavalkin emocionada.

A las seis de la mañana del día siguiente, su padre le avisó que su marido había fallecido. Entonces ella asumió que lo habían matado.

La primera autopsia de Roslik, realizada por Saiz, apuntó sin embargo a signos compatibles con una muerte por paro cardiorrespiratorio, sin violencia.

Luego de enfrentar a Saiz a los gritos y de recibir un certificado de defunción con omisiones notorias, Zavalkin llamó a un médico conocido que le recomendó solicitar otra autopsia.

El nuevo examen fue autorizado en la ciudad de Paysandú con otros médicos militares y estableció como causa de la muerte “anemia aguda; síndrome asfictivo”.

El médico de confianza de Zavalkin participó de esa autopsia y registró varios signos de violencia en el cadáver.

Un informe posterior de peritos forenses en base a ambas autopsias concluyó que Roslik tuvo “una muerte violenta multicausal”, con desgarro del hígado, varios traumatismos y obstrucción de la vía aérea con un material fluido similar al del estómago.

La tumba del doctor Vladimir Roslik con su foto y flores en el cementerio de San Javier.
BBC
La muerte del doctor Roslik bajo torturas en 1984 fue un mojón del fin del régimen militar uruguayo.

El régimen se negaba a admitir que Roslik había sido asesinado. En cambio, insistía en que integraba “una agrupación subversiva vinculada al clandestino Partido Comunista” que traficaba armas.

Pero los resultados de la segunda autopsia y del último informe forense fueron revelados por la prensa, y se supo que Roslik murió detenido bajo tortura.

Ese sería el último crimen de una dictadura que se desmoronaba poco a poco, como sus mentiras.

“Lo que pasó con el asesinato de Roslik”, dice la profesora Martínez en el juzgado, “es un gran quiebre en el país” y “en la conciencia de buena parte de la sociedad”.

Infiltrados

Cómo surgió exactamente la idea de los militares uruguayos de invadir San Javier en 1980 y 1984 sigue siendo un misterio.

Daniel Rey Piuma, un desertor de la Armada hoy fallecido, sostuvo en un libro ya en democracia que el operativo de 1980 comenzó con una denuncia anónima enviada a una unidad naval distante, sobre la correspondencia de dos personas del pueblo.

En esos años la colonia recibía correo de la Unión Soviética, sobre todo porque muchos tenían familiares allí, explicaron testigos del juicio. Pero descartaron que se tratara de material político prohibido.

Sin embargo, tras aquella denuncia anónima los servicios de inteligencia del régimen infiltraron el pueblo. Enviaron agentes que se hacían pasar por turistas, cazadores o vendedores de autos, en busca de información sobre presuntas actividades subversivas.

“Hicieron una inteligencia sostenida y se dieron cuenta de que ahí no había tal célula armada”, indicó Martínez ante el juez.

Vista aérea del pueblo de San Javier, en el departamento uruguayo de Río Negro, sobre el río Uruguay.
AFP via Getty Images
El pequeño pueblo de San Javier fue espiado por servicios de inteligencia militar antes del operativo de 1980, según testimonios.

Pero el Ejército invadió San Javier de todos modos. Y, además de detener a adultos y menores de edad, clausuró el Centro Cultural Máximo Gorki donde los locales practicaban idioma, danzas y música de Rusia.

Los soldados destrozaron murales que decoraban el escenario del club y se llevaron piezas de utilería como espadas, palos y una vieja estrella con la hoz y el martillo como pruebas de que había comunistas con armas, testificó José Erramuspe, que integraba la comisión del centro cultural.

Las autoridades informaron que en San Javier incautaron distintas armas largas y cortas. Pero la mayoría eran escopetas y revólveres de bajo calibre, material más típico de un pueblo rural que de un arsenal soviético.

El fiscal Perciballe sostuvo que servicios militares de inteligencia “montaron ficticiamente esta idea de que en San Javier había gente vinculada a la Unión Soviética y al Partido Comunista, que es absolutamente falsa”, para reforzar la posición del régimen antes de un plebiscito constitucional convocado en 1980 buscando seguir en el poder.

Sin embargo, en noviembre de ese año los uruguayos votaron contra la propuesta constitucional de las Fuerzas Armadas.

Y en 1984 los sectores más duros de la dictadura intentaron reflotar la noción de una amenaza comunista en San Javier para obstaculizar el retorno de la democracia al país, porque “querían mantener sus beneficios” y “la impunidad que tenían hasta ese momento”, indicó Perciballe.

Imagen de la fachada del Centro Cultural Máximo Gorki en San Javier.
BBC
El Centro Cultural Máximo Gorki de San Javier, donde se practicaban danzas rusas, fue clausurado por los militares y reabierto en democracia.

Entre los nueve imputados en el juicio figuran oficiales que estaban a cargo del batallón de Fray Bentos durante las detenciones y torturas, como Óscar Mario Roca y Sergio Caubarrere, y otros acusados de conducir los apremios físicos, como Dardo Ivo Morales y Abel Pérez.

En el banquillo de acusados también está el exmédico militar Saiz.

El fiscal reclama condenas de entre 11 y 15 años y medio de prisión.

Los imputados se declaran inocentes y sus abogados niegan que haya pruebas para condenarlos.

“La Fiscalía ha construido un relato que, más allá de lo jurídico, es un relato político e histórico, pretendiendo juzgar una época y no las acciones concretas y personales de los acusados”, sostuvo una de las abogadas defensoras, Graciela Figueredo, al inicio del juicio oral.

Agregó que “los acusados cumplieron funciones militares formales en un contexto institucional determinado, sin haber ordenado, participado ni colaborado en actos ilícitos”.

Otro abogado defensor, Fernando Doti, sostuvo que en el batallón “se seguía una cadena de mando”.

“No se estaba en poder, dicho de otra manera, de cuestionar o detener las acciones ordenadas porque venían desde una jerarquía o una cadena de mando”, indicó.

Imagen de abogados defensores y algunos exmilitares acusados en el juicio por los abusos cometidos contra personas de San Javier durante el gobierno de facto uruguayo.
Youtube / Portal APU Uy
Nueve exmilitares están imputados y se declaran inocentes en el juicio por los abusos cometidos contra personas de San Javier en el gobierno de facto.

El argumento de la “obediencia debida” ha sido esgrimido por exmilitares uruguayos en otros casos por violaciones de derechos humanos, aunque es considerado contrario al derecho internacional.

En el gobierno de facto en Uruguay hubo miles de prisioneros políticos y torturados. Según cifras oficiales, 197 personas desaparecieron (la gran mayoría aún sin ser encontradas) y 202 fueron asesinadas por responsabilidad del Estado entre 1968 y 1985.

Ya en su etapa final, el juicio sobre San Javier es una de las causas por crímenes de lesa humanidad durante el régimen militar que se abrieron en el país después que en 2011 se invalidara una ley que blindaba de persecución a los responsables de esos delitos, la cual había sido ratificada en dos votaciones populares.

El asesinato de Roslik quedó excluido de la causa debido a una sentencia previa que lo consideró cosa juzgada.

Pero Zavalkin siente que está más cerca de alcanzar la justicia que busca desde 1984.

“Recién ahora, menos mal que estoy lúcida todavía, es que se ha podido hacer todo esto”, dice a sus 72 años.

“Una novela de terror”

El infierno que vivió San Javier aún se evoca de distintas formas allí.

El camino principal que conduce al pueblo hoy se llama Vladimir Roslik.

Una fundación sin fines de lucro con el mismo nombre impulsada por la familia de Roslik ha abierto una policlínica, un hogar de ancianos y un centro de atención a la infancia en el pueblo.

Clara Chaparenko y su hija Norma Karamán en su casa de San Javier.
BBC
En San Javier hoy “casi nadie entiende” ruso, dice Norma Karamán junto a su madre Clara Chaparenko en su casa del pueblo.

En la comunidad se mantienen tradiciones rusas en comidas como el borsch o el vareniki, y el grupo local Kalinka de danza tradicional reunió recientemente a unas 200 personas en un espectáculo en el Centro Cultural Máximo Gorki, que reabrió en democracia.

Pero hoy es difícil escuchar la lengua que trajeron los inmigrantes. “Casi nadie entiende nada” de ruso, dice Norma Karamán, quien en el pasado enseñó ese idioma en el pueblo.

Durante el juicio, Zavalkin vinculó el cambio a los operativos militares de los años ’80. “La gente se asustó. Y lo del ruso se borró: nadie quería hablar ruso”, relató.

Otros testigos también hablaron de secuelas de miedo y desconfianza entre vecinos.

“Vivimos aterrorizados mucho tiempo”, dijo Ana Semikin, quien presenció la detención de su padre. “Sufrir todo eso de buenas a primeras fue muy difícil. No sólo para las familias; fue muy difícil para el pueblo. Convivir con la gente también, porque muchos creían lo que decía el diario, lo que pasaban por la televisión una y otra vez”.

Dos personas pasean en bicicleta frente a la plaza Libertad de San Javier.
BBC
En San Javier quedaron largas secuelas por los abusos que cometieron los militares, según testigos del juicio.

Sergio Onetto, quien fue detenido durante días en 1980 cuando tenía 17 años, sostuvo que “tal vez la peor secuela fue la secuela social”.

“San Javier era un pueblo muy amiguero. Yo entraba y salía de un montón de casas sin golpear la puerta. Y un montón de personas me pidieron que no fuera más”, testificó.

Al año siguiente, Onetto se mudó a Montevideo, donde más tarde se recibiría de psiquiatra. Pero cuando volvía a San Javier de visita, recordó, veía cómo “se les trancó el proyecto de vida” a sus amigos jóvenes que pasaron más tiempo presos.

Uno de ellos es Vladimir Roslik Dubikin, sobrino homónimo del médico asesinado, en quien notó un “deterioro psíquico muy importante” tras salir del penal de Libertad. Hoy vive internado en una casa de salud.

“En mayor o menor medida, todos salimos con secuelas psicológicas”, testificó Macarov. “Las torturas hechas por un ser humano a otro ser humano no creo que se puedan olvidar”.

Susana Zanoniani, una exmaestra del pueblo que fue detenida y torturada en 1980 junto a jóvenes que fueron alumnos suyos, habló como testigo por videoconferencia a sus 80 años y reclamó justicia por las víctimas, “por el que está loco, por los que se mataron, por los que se murieron injustamente”.

“Nada hoy crea una novela de terror como la que hicieron los militares en San Javier”, reflexionó. “Porque fue una novela de terror”.

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