En medio de la disputa por la candidatura a la Jefatura de Gobierno, la estructura de Morena en la Ciudad de México fracasó en su intento de llenar el Estadio Azul para su virtual candidata a la Presidencia, Claudia Sheinbaum, quien de último momento canceló su participación.
La primera gran pifia en la campaña de Sheinbaum ocurrió en la ciudad que gobernó desde 2018; más concretamente en la alcaldía Benito Juárez, el enclave que gobierna el PAN desde hace más de 20 años y que hoy tiene en el alcalde Santiago Taboada a su principal aspirante al gobierno de la Ciudad en 2024.
La ausencia de Sheinbaum en el templete -colocado en la cancha del estadio que durante años fue la casa del Cruz Azul– fue suplida por Mario Delgado, dirigente nacional de Morena, a quien le tocó encarar el enojo de los militantes que sí llegaron al evento.
“Nos citaron desde las 10 de la mañana para que no haya venido, para que no nos haya dado la cara, no se nos hace justo”, dijo Cecilia, vecina Tláhuac que, acompañada de su hija, buscaba la manera de volver a su casa después de la cancelación.
“Me siento muy cansada, muy desilusionada (…) estamos sin comer”, agregó la mujer mientras caminaba a las afueras del estadio de la Ciudad Deportiva, en donde esperó durante cinco horas la llegada de Sheinbaum.
Como Cecilia, miles de personas de todas las edades y de todas las alcaldías de la CDMX salieron enojadas por haber sido plantadas por la coordinadora de la defensa de la transformación. Y es que no llegaron las 36 mil personas que hubieran llenado el estadio, pero sí cientos de personas que fueron transportadas desde la periferia de la Ciudad.
“¿Nosotros no importamos?”, cuestionó Felipe, vecino de Tlalpan, “no vino porque no se llenó, pero ¿y nosotros?”, insistió.
La Benito Juárez era la siguiente parada de la gira “La Esperanza nos Une”, que comenzó Sheinbaum luego de ganar la encuesta que aplicó Morena para definir a quien recibiría el bastón de mando de manos del presidente Andrés Manuel López Obrador.
En su paso por los más de 20 estados que ya ha visitado, Sheinbaum se ha presentado en escenarios llenos con miles de personas movilizadas por las estructuras de Morena y sus partidos aliados, PT y Partido Verde.
Ha firmado acuerdos de unidad y ha sumado apoyos de toda índole, aunque también ha atestiguado las rechiflas a exmilitantes del PRI o del PAN que se han sumado al movimiento.
Pero ayer los silbidos y las malas caras eran en su contra, y en contra de Mario Delgado, cuyo discurso no aplacó a los inconformes.
Para ingresar al estadio, se habían impreso y repartido boletos con la leyenda “Encuentro con militancia CDMX”, los cuales se entregaron en las inmediaciones del lugar y fueron repartidos por los enlaces de Morena en las 16 alcaldías.
El evento estaba citado a las 17:00 horas, pero en ese momento el estadio no estaba ni siquiera a un cuarto de su capacidad y cientos de sillas que se colocaron en el centro del campo estaban vacías.
No hubo porras, tampoco se hizo la ola. Los presentes se sentaron y esperaron pacientes a Sheinbaum. Cuando los animadores del evento preguntaban “¿dónde está la gente de la Cuauhtémoc, de Iztapalapa, de Tláhuac?”, algunos agitaban sus manos y gritaban para hacerse notar, aunque después de varias ocasiones, dejaron de contestar.
Cuando preguntaban por los que venían de la alcaldía Benito Juárez, el silencio era notorio.
Alcaldes y miembros del gabinete del Gobierno capitalino como el secretario de Movilidad, Andrés Lajous o el titular de la Secretaría de Desarrollo Económico, Fadlala Akabani -ex delegado de Benito Juárez-, ocuparon una de las sillas en las primeras filas.
En tanto, el aspirante al Gobierno de la Ciudad, Hugo López Gatell, se placeaba entre los militantes tomándose selfies. Mientras Clara Brugada y Omar García Harfuch -por quienes surgió el encono entre las estructuras locales de Morena- ingresaron por una zona especial y pasaron inadvertidos hasta que se levantaron de sus lugares luego de que se informara que Sheinbaum no llegaría.
En el templete, entre otras personas, ya estaban la escritora Elena Poniatowska, la feminista María Teresa Priego, la cantante Eugenia León, los luchadores Tinieblas y El Fantasma, la diputada del Verde Federica Quijano, y al centro, con sillas vacías a sus lados, el ex aspirante presidencial Manuel Velasco.
Abajo del templete, se encontraba Gabriela Jiménez, promotora de la campaña de Sheinbaum; el presidente de la comisión de Elecciones Alejandro Peña; el consejero nacional Tomás Pliego y la diputada Andrea Chávez, entre otros.
Unas filas atrás, se encontraba René Bejarano —ahora impulsor de García Harfuch—, que de vez en cuando posaba para las fotografías que le pedían algunos asistentes.
Veinte minutos antes de las seis de la tarde, el presidente de Morena en CDMX, Sebastián Ramírez, acudió a la puerta uno —por donde estaban algunos de los invitados especiales—, y dio la orden a los morenistas que resguardaban los accesos para que se metieran al estadio.
Diez minutos después, el estadio aún lucía vacío y algunos de los asistentes pedían dejar un asiento libre entre cada persona para “extender” su presencia.
Durante los minutos de espera, las dos personas que fungían como maestros de ceremonia anunciaron en repetidas ocasiones que Claudia Sheinbaum no tardaría en llegar. “Está a minutos, ya casi llega”, prometía la maestra de ceremonia.
Sobre la cancha de futbol, desde el túnel donde suelen salir los jugadores, fue colocado un camino entre vallas para recibir a la virtual candidata, que nunca apareció.
Después de las 6 de la tarde, las personas invitadas que firmaron el “acuerdo por la unidad” fueron presentadas por los oradores.
A las 18:30 horas, después de que personal de Morena había pedido a quienes estaban en las gradas que bajaran al campo para llenar las sillas, el sonido local anunció la entrada de Mario Delgado y Sebastián Ramírez, presidentes de Morena nacional y local respectivamente.
No hubo porras, ni aplausos. Los asistentes estaban desconcertados porque no se había anunciado a la exjefa de Gobierno.
Desencajados, ambos dirigentes saludaron al presídium y ocuparon sus lugares. Minutos después, Mario Delgado tomó la palabra.
No hubo una disculpa y tampoco dijo claramente que Sheinbaum no llegaría, pero los asistentes lo supieron de inmediato.
Ni siquiera había terminado de hablar, cuando cientos de personas se levantaron de sus lugares, le dieron la espalda y se dispusieron a desalojar el Estadio Azul, en una escena parecida a la que se vivió en el mismo reciento en marzo de 2012, cuando la candidata presidencial del PAN, Josefina Vázquez Mota, inició su campaña en un estadio semivacío cuando pronunciaba su discurso.
“El día de hoy convocamos a hacer el evento aquí, pero ya saben que lo nuestro son las plazas públicas, son los espacios abiertos donde siempre hacemos una fiesta de Morena”, se excusó Delgado, endosando el fracaso a las medidas cautelares impuestas por el INE, que ordena que, antes del arranque formal de las precampañas, este tipo de eventos se realicen en lugares cerrados.
Después, recordó a los presentes que la CDMX -“cuna del obradorismo”- tiene un compromiso mayor con la Cuarta Transformación.
“Hoy nos convoca una batalla histórica y hay que estar a la altura (…) El día de hoy hay que reconocer que nos faltó organización, hay mucha gente que quisiera estar aquí y no se enteró, por eso es un llamado de atención para todas y todos que simpatizamos, que militamos y que somos dirigentes de este movimiento para organizarnos mejor. No tenemos derecho a fallar”, reclamó Delgado a los presentes.
A pregunta expresa de Animal Político, Sebastián Ramírez, presidente de Morena de la CDMX, reconoció que el evento se suspendió porque no llenaron el estadio e incluso, aceptó, tuvieron que disculparse con Sheinbaum.
“Le ofrecimos una disculpa a la doctora y le dijimos ‘doctora, no nos gusta que vengas a un evento donde todavía no está lleno, queremos que esté lleno’. Sabemos que en la ciudad hay gente que la quiere ver. Y bueno nos dijo: ‘entonces propónganme otra fecha”, añadió Ramírez Mendoza.
Será el próximo 12 de noviembre cuando Sheinbaum intente de nueva cuenta encabezar un evento en la CDMX. Será domingo, subrayó Delgado, por lo que no habrá pretexto para llenar el espacio en donde se lleve a cabo.
Tras el descalabro, la transmisión de evento fue bajada de las redes de Mario Delgado y en la cuenta oficial de X de Morena se subieron cuatro fotos de Sheinbaum encabezando eventos llenos acompañadas del mensaje “Morena está más fuerte que nunca y no hay duda de que somos millones de militantes quienes apoyamos a @Claudiashein. No coman ansias quienes buscan afectar a nuestro movimiento, en unas semanas comprobarán, una vez más, la fuerza que tenemos en el corazón del país. #MéxicoConClaudia”.
Con información de Andro Aguilar
Durante siglos, las pastoras wakhi de Pakistán viajaron a remotos campos de montaña para dar de pastar a sus rebaños. Los ingresos generados fueron fundamentales para transformar su comunidad.
Ayudaron a pagar la atención médica, la educación y el primer camino construido para salir de su valle y conectar con el resto del mundo.
Pero esta forma de vida está desapareciendo.
La serie 100 Mujeres de la BBC se unió a ellas en uno de sus últimos viajes a las regiones de pastoreo.
Nuestro trayecto hasta los pastizales del Pamir es traicionero. Los empinados senderos de montaña serpentean y se retuercen: un paso en falso y se acabó.
Las mujeres silban y gritan a las ovejas, a las cabras y a los yaks para evitar que se desvíen de los estrechos senderos y caigan por la ladera de la montaña.
“Antes había mucho más ganado que ahora”, dice Bano, de unos 70 años. “Los animales saltaban de aquí para allá y desaparecían. Algunos regresaban y otros no”.
En años pasados, cada verano decenas de pastoras wakhi hacían este viaje a través de las escarpadas montañas del Karakoram, en el noreste de Pakistán, con sus hijos pequeños a la espalda.
Entonces dejaban a los hombres en casa para trabajar en el valle de Shimshal.
Hoy en día sólo quedan siete pastoras.
Caminamos ocho horas al día bajo la lluvia, la nieve y un calor abrasador. El viaje que antes les tomaba a las mujeres tres días, a nosotros nos lleva cinco.
Las pastoras, aunque ancianas, siempre van muy por delante del resto mientras nos aclimatamos a la altura.
La amenaza de deslizamientos de tierras está siempre presente y el ruido sordo de los cascos de las ovejas vibra en el suelo, haciendo caer rocas y polvo.
En el pasado era aún más difícil. Antes las pastoras no contaban con chaquetas térmicas ni calzado apropiado para caminar por este terreno.
“Solíamos usar túnicas sencillas. Íbamos descalzas y caminábamos así sobre el hielo”, dice Annar, de 88 años.
Afroze, que ahora tiene 67 años, recuerda haber sido la primera mujer del valle en conseguir un par de zapatos.
“Mi hermano me regaló dos pares cuando me casé”, cuenta. “La gente solía venir sólo para verlos. A menudo los tomaban prestados, junto con mi vestido, para las bodas”.
Cuando finalmente llegamos a Pamir, a casi 5.000 metros sobre el nivel del mar, los exuberantes pastos verdes aparecen ante nosotros y los arroyos de reluciente agua glacial se abren paso a través del paisaje, rodeados de escarpados picos cubiertos de nieve.
“Hemos caminado por estas tierras junto a nuestras madres y abuelas. Y como nosotras, ellas eran pastoras, batían mantequilla y hacían yogur“, evoca Annar, mientras las mujeres cantan y bailan.
Un grupo de 60 casas de piedra, abandonadas y cerradas, dan pistas de un estilo de vida en desaparición.
Al ser la pastora de más edad, Annar besa la puerta de uno de los ranchos, dice una oración y entra llevando una hornilla con hojas ardiendo.
“Nuestros mayores nos enseñaron a utilizar la planta spandur. Nos dijeron que la tuviéramos siempre cerca, ya que aleja los problemas”, dice mientras se asegura de que el humo toque a todos los animales.
En el pasado, para ahuyentar a los lobos y leopardos dormían en los tejados, incluso en las condiciones climáticas más adversas. También fabricaban trampas y quemaban hogueras.
“Por la noche estaba completamente oscuro”, expone Annar, “no teníamos luz ni antorchas y ni siquiera veíamos lo que habíamos perdido hasta la mañana siguiente”.
También recuerda momento muy duros. Como cuando un verano enterraron a 12 niños en los pastizales. Entre ellos estaban su hijo y su hija.
Y es que en las montañas no había médicos ni centros de salud.
“Me quedé con las manos vacías, así como ahora”, suspira Annar, abriendo y cerrando los puños, sintiendo todavía el dolor de hace casi 60 años.
Con el paso de los años, las pastoras se convirtieron en exitosas empresarias.
“Recolectábamos leche de los animales para hacer yogur y productos lácteos. Esquilamos las ovejas e hicimos cosas para llevar al pueblo”, dice Bano.
La comunidad wakhi dependía del trueque y, a cambio de sus productos, la gente construía chozas y casas para las mujeres.
Afroze ganó lo suficiente para construir dos casas, una en Shimshal y otra más lejos, en Gilgit, la ciudad más cercana.
“He ganado mucho con este lugar”, dice con orgullo. “Pagó las bodas de mis hijos. Pagó su educación”.
La combinación del pastoreo de las mujeres y la agricultura de los hombres supuso un punto de inflexión para toda la comunidad, que estuvo desconectada del resto del mundo hasta principios de la década de 2000.
Las dos actividades ayudaron a financiar la única carretera que sale del valle de Shimshal y que une el pueblo con la autopista Karakoram que se extiende entre Pakistán y China.
Los viajes que antes duraban días se redujeron a horas y la vida se transformó. Hubo un mejor acceso a la atención médica y la educación y surgieron nuevas ideas.
El hijo de Bano, Wazir, lleva ahora una vida muy diferente. Dirige una empresa turística que organiza excursiones de senderismo, montañismo y visitas culturales.
“Nuestras prioridades cambiaron cuando se abrió la nueva carretera”, afirma. “Fue entonces cuando comencé mi negocio”.
Fazila, de 24 años, es propietaria de la primera casa de huéspedes en el valle de Shimshal, que su padre construyó antes de fallecer.
Su madre es pastora, aunque su mala salud le impidió ir a los pastizales este año.
“Nuestras madres nos animaron a centrarnos en los estudios en lugar de pastorear. Nos dijeron que lo hiciéramos para no pasar las mismas dificultades que ellas“, explica.
“Tenemos la libertad de hacer lo que queramos. Si no hubiera seguido mis estudios, estaría viviendo la misma vida dura que ellas. El ciclo habría continuado“.
Mientras conduce su jeep por las escarpadas montañas, Wazir está de acuerdo: “Gracias a nuestras madres tenemos médicos, ingenieros y muchos otros profesionales”.
Sentadas juntas compartiendo recuerdos, las pastoras ancianas están felices de ver que sus hijos están bien, pero hay un matiz de tristeza porque los viajes a los pastos del Pamir ya no son viables.
“El pastoreo es más que un trabajo. Sentimos un fuerte vínculo con Pamir. Es hermosa como una flor. Es nuestro tesoro“, dice Afroze.
Y mientras Annar camina lentamente hacia el cementerio donde enterró a sus hijos, sus ojos se llenan de lágrimas.
“Quiero morir en Pamir para poder ser enterrada junto a mis hijos”, dice. “Cuando vuelvo a los pastizales, vuelvo a ellos”.
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