El chavismo y la oposición de Venezuela convocaron para este sábado marchas en Caracas y otras ciudades, en medio de un gran despliegue de seguridad a casi tres semanas de las elecciones en las que el presidente Nicolás Maduro fue proclamado reelecto entre denuncias de fraude.
Maduro fue proclamado reelecto por el Consejo Nacional Electoral (CNE) para un tercer mandato de seis años, hasta 2031, con el 52 % de los votos. La líder opositora María Corina Machado reivindica la victoria de su candidato, Edmundo González Urrutia, y publicó en una web copias de más del 80% de las actas de votación, que asegura prueban sus afirmaciones.
Machado proyectó un “día histórico” con manifestaciones en Caracas y otras 300 ciudades en una “gran protesta mundial por la verdad”.
“Tenemos que mantenernos firmes y unidos”, dijo Machado en un mensaje transmitido por la red X antes de la concentración. “Tratan de asustarnos, de dividirnos, de paralizarnos, de desmoralizar, pero no pueden porque están absolutamente atrincherados en su mentira, en su violencia, en su deslegitimidad”.
El acceso a la gigantesca barriada de Petare, a unos 6 km del punto de concentración opositor, estaba custodiado por dos blindados de la Guardia Nacional junto a unos 40 efectivos en motos.
La prensa local reporta despliegues similares en otras zonas populares, donde el día después de la elección se registraron protestas que terminaron con al menos 25 muertos y más de 2 mil 400 detenidos, tachados por Maduro de “terroristas”.
Lee más: Protestas en Venezuela dejan 25 muertos; Nicolas Maduro culpa a la oposición de la violencia.
No está claro si Machado o González Urrutia participarán en la protesta de este sábado en Caracas. Están en la clandestinidad desde que las autoridades abrieron una investigación penal en su contra por “instigación a la rebelión”, entre otros cargos, poco después de que el presidente pidiese cárcel para ambos al responsabilizarlos de actos de violencia.
Machado participó en la última gran manifestación poselectoral, el 3 de agosto. González no aparece en público desde el 30 de julio.
La convocatoria opositora se esparció por el mundo, un reflejo de la diáspora venezolana de casi 8 millones de personas, desde Colombia hasta Australia, pasando por Estados Unidos, Europa y Asia.
“Siento que el país es uno ahora. Volvemos a ser uno”, declaró en Sidney Kevin Lugo, de 28 años, organizador de la protesta local, quien huyó de Venezuela hace nueve años.
La oposición divulgó fotos de las marchas en Países Bajos y Bélgica.
El chavismo pondrá a prueba igualmente fuerzas en el corazón de Caracas en respaldo a Maduro, que pidió “certificar” la elección al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), acusado de favorecer al gobierno con sus decisiones.
“El sábado nosotros vamos a la calle a marchar en toda Venezuela, vamos para la calle a seguir celebrando la victoria de la revolución bolivariana”, dijo esta semana el poderoso dirigente chavista Diosdado Cabello.
Distintos sectores del chavismo se manifestaron casi a diario hasta el palacio presidencial de Miraflores en apoyo a Maduro, que sostiene que Machado y González Urrutia están detrás de un intento de golpe de Estado.
El CNE aún no publicó el escrutinio detallado mesa por mesa, al argumentar que el sistema de votación automatizado fue blanco de un “ataque ciberterrorista”.
Sobre las copias de las actas electorales publicadas en internet por la oposición, el chavismo y el CNE aseguran que esos documentos son forjados.
El proceso solicitado por Maduro ante la corte suprema es considerado improcedente por académicos y opositores.
Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y países de América Latina desconocieron el resultado oficial de la votación. Brasil y Colombia lideran los esfuerzos por llegar a una solución política a la crisis y propusieron repetir los comicios, una idea descartada por ahora tanto por el chavismo como por la oposición.
Mientras que el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, viejo aliado de Maduro, subió el tono el viernes respecto al mandatario venezolano al decir que lidera un “gobierno con sesgo autoritario”.
La corresponsal de BBC Mundo en Los Ángeles narra cómo se están viviendo los históricos incendios que afectan a la ciudad californiana.
“Sube a la terraza. Dicen que el fuego es ya visible desde Santa Mónica”.
Al mediodía del martes, recibí la llamada de mi marido con incredulidad.
A pesar de que las condiciones climatológicas auguraban ya desde el domingo una receta para el desastre —los “vientos endemoniados” de Santa Ana con rachas de hasta 160km/h y una sequedad extrema por meses sin lluvias—, parecía una alerta más en una ciudad acostumbrada a ellas.
Poco podía imaginar que estaba a punto de presenciar la primera de una serie de escenas apocalípticas; una de las muchas que desde entonces siguen dejando los que ya son los peores incendios de la historia de Los Ángeles.
Subida al techo de mi bloque de apartamentos, avisté en las montañas de Santa Mónica una tímida llama.
A los cinco minutos, era ya una mancha naranja que se expandía a toda velocidad desde las colinas boscosas hacia Pacific Palisades, un área residencial de clase alta densamente poblada y salpicada de mansiones de famosos.
Una espesa y negra columna de humo se inclinaba hacia el Pacífico, borrando de la vista viviendas, palmeras, arena, el icónico muelle de Santa Mónica y su parque de atracciones que, con 10 millones de visitantes anuales, es uno de los grandes focos del turismo de Los Ángeles.
En menos de 24 horas los incendios serían ya cuatro, unos monstruos llamados Palisades, Woodley, Eaton y Hurst que acorralaban la ciudad por distintos frentes, avanzando sin precedentes en zonas urbanas y dejando a su paso escenas dignas del peor infierno imaginado por Hollywood.
Y para la tarde del miércoles otro, bautizado Sunset, empezaría a arder en las colinas de Hollywood, cerca de donde se ubica el famoso cartel.
“Es un momento trágico en nuestra historia, algo nunca antes visto”, le dijo a los periodistas el jefe del Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD), Jim McDonnell, el martes por la noche.
Mientras, los medios locales repetían las imágenes caóticas de las primeras horas de evacuación en Pacific Palisades: un cuello de botella de cinco kilómetros en la principal vía de entrada y salida a la zona, por vecinos que huían despavoridos y bomberos que trataban de acceder.
Maquinaria pesada empujando, amontonando y dejando para el desguace los vehículos que otros residentes habían dejado atrás, obstaculizando el paso a los camiones cisterna.
Gente huyendo a pie, cargando niños y mascotas, y arrastrando maletas, con álbumes de fotos bajo el brazo.
También estaba la resistencia, aquellos que, a pesar de la orden de las autoridades, se negaban a abandonar sus hogares y los defendían —ilusos e imprudentes— de Goliat con sus mangueras desde el jardín.
“Por favor, prioricen su seguridad y el bienestar de quienes les rodean”, tuvo que repetir en una rueda de prensa el jefe de bomberos del condado de Los Ángeles, Anthony Marrone, un mensaje en el que ya habían insistido otros funcionarios, incluido el gobernador Gavin Newsom.
Empezaron a reportar muertos, heridos por quemaduras, más de 1.000 edificaciones destruidas. Los evacuados se contaban ya por decenas de miles.
Algunos, como los residentes de un centro para la tercera edad de Altadena, fueron sacados en sus sillas de ruedas, muchos de ellos confundidos y asustados, para ser reubicados en un lugar seguro.
Mis redes sociales y mi WhatsApp se llenaron de videos con el fuego avanzando por la Autopista de la Costa Pacífica (PCH), la carretera estatal que bordea California a lo largo de cientos de kilómetros.
Por ella regresé el sábado de surfear la icónica ola de Malibú, una de las mejores del mundo cuando las condiciones acompañan.
Observando desde el auto las mansiones suspendidas sobre el océano, volvimos a uno de nuestros comentarios más recurrentes: “Con el cambio climático, en 50 años esas casas no estarán ahí”.
Muchas ya no están. Pero no fue el mar el que se las llevó por delante. Vivienda tras vivienda quedaron reducidas a cenizas, el esqueleto a la vista.
La misma suerte corrió el Reel Inn, restaurante especializado en pescado a pie de carretera y que ocupa un lugar en el corazón de muchos angelinos.
“Tuve varias citas preciosas en el Reel Inn tras un día de playa. Terrible que ya no exista”, escribió en Instagram una antigua compañera.
Y las llamas llegaron a amenazar la Villa Getty, situada también sobre la PCH, réplica de una casa de campo sepultada en el año 79 d.C. por una erupción del Vesubio que el multimillonario petrolero y mecenas J. Paul Getty mandó a construir en los setenta.
Museo y centro de arte, es también conocido por acoger veladas de Hollywood y reuniones políticas de alto nivel.
En contraste a ese glamour, pensé en las autocaravanas aparcadas a la orilla de la carretera que sirven de vivienda a aquellos que no tienen techo y que he visto multiplicarse desde que llegué a Los Ángeles en marzo de 2022.
“Hablé con Jose (el tipo que vive en una RV con su familia) y están bien, lejos de la zona (de Palisades)”, escribió en un story de Instagram un fotógrafo e instructor de surf que recorre cada mañana las playas desde Malibú a Sunset.
“Randy decidió quedarse, pero uno de los centros de comando (de los bomberos) está en el cruce de PCH con Sunset (Boulevard) y espero que lo hagan evacuar”, añadió.
Sin embargo, con varios frentes abiertos, los servicios de emergencia no dan abasto. “Lo estamos haciendo lo mejor posible pero no tenemos suficiente personal”, le reconoció a Los Angeles Times el jefe de bomberos del condado, Anthony Marrone.
El condado de Los Ángeles cuenta con 9.000 efectivos, entre el departamento de bomberos y otras agencias.
Pero apenas pudieron descansar desde mediados de diciembre, cuando un incendio llamado Franklin devoró durante nueve días las colinas de Malibú. Noviembre fue otro mes de apagar fuegos.
Y es que Los Ángeles es particularmente vulnerable a los incendios,ya que los barrios ricos y suburbios se encuentran con la naturaleza y se extienden cual laberinto entre cañones y cadenas montañosas.
Para asistirlos esta vez, departamentos de bomberos de condados vecinos mandaron refuerzos, y Marrone pidió ayuda más allá del estado, llamado al que ya respondieron Nevada, Oregón y Washington.
Mientras, decenas de voluntarios se lanzaron a colaborar.
Iniciaron colectas para aquellos que tuvieron que correr a albergues, para los que se quedaron sin nada, los que sacaron de residencias de ancianos o centros para menores.
Yo seguí revisando cada 10 minutos la página del gobierno estatal que refleja el avance de los incendios a tiempo real en California, especificando daños y marcando zonas de evacuación: en amarillo cuando es sugerida, en rojo cuando es ya obligatoria.
Y viendo la línea de desalojo acercarse a la calle en la que vivo con mi familia, empacamos los enseres básicos en el coche.
Precavidos y para evitar atascos, el miércoles al mediodía dejamos atrás Santa Mónica.
De camino al hotel leí que ya habían empezado el desalojo obligatorio de mi barrio.
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