Estados Unidos sancionó a 13 presuntos integrantes del Cártel de Sinaloa y cuatro empresas que operaban en Sonora y están presuntamente relacionadas con el tráfico de fentanilo.
La Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC, por sus siglas en inglés) del Departamento del Tesoro de EU informó que entre las personas sancionadas está a Juan Carlos Morgan Huerta, “El Cacayo”, actualmente fugitivo.
Sin embargo lo consideran como supuesto jefe de plaza con una red en Nogales, Sonora, y supervisaba el tráfico de toneladas de cocaína, heroína, metanfetamina y fentanilo a través de camiones con remolque.
En la lista también están algunos de sus familiares como cuatro de sus hermanos José Arnoldo “Chachio”, José Luis “Gordo”, Miguel Ángel y Martín Morgan Huerta. Así como a su tío, Oscar Murillo Morgan, también conocido como “Chino”.
“Cada uno desempeña un papel fundamental en la organización en acciones como sobornos, obtención de fuentes de suministro de drogas ilícitas, la gestión del transporte y logística, negociación de acuerdos comerciales y el lavado de ingresos de drogas ilícitas”, detalló el Departamento del Tesoro.
Otros sancionados son David Alonso Chavarin Preciado, Jesús Francisco Camacho Porchas, Oscar Enrique Moreno Orozco, Ramiro Martín Romero Wirichaga, Sergio Isaías Hernández Mazón y Álvaro Ramos Acosta, así como el colombiano Cristian Julián Meneses Ospina.
La OFAC incluyó también a cuatro empresas: un restaurante con sede en Nogales, Sonora, Conceptos Gastronómicos de Sonora, S. de RL de CV también conocido como “Habanero’s” y una empresa minera, Morgan Golden Mining, SA de CV , que tiene su sede en Hermosillo, Sonora.
Además de una empresa comercial de piedra, Comercializadora Villba Stone, SA de CV , y una empresa de importación/exportación, Exportadora del Campos Ramos Acosta, S. de RL de CV.
De acuerdo con el comunicado, las acciones fueron coordinadas “estrechamente” con el Gobierno de México, incluida la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP).
Con esto, todas las propiedades e intereses en la propiedad de las personas que se encuentran en Estados Unidos o en posesión o control de las personas de Estados Unidos deben ser bloqueadas e informadas a la Oficina de Control de Bienes Extranjeros.
Estados Unidos sancionó en julio de 2023 a una red de fentanilo dirigida por el cártel de Sinaloa, concretamente por familiares de los narcotraficantes mexicanos Joaquín el “Chapo” Guzmán y los hermanos Zamudio Lerma, informó el Departamento del Tesoro.
El gobierno del presidente estadounidense Joe Biden le ha declarado la guerra al fentanilo, un opioide hasta 50 veces más potente que la heroína que ha causado buena parte de las casi 110,000 muertes por sobredosis en el país en 2022.
Washington afirma que la mayor parte del fentanilo que entra a Estados Unidos proviene de los cárteles mexicanos que lo fabrican con sustancias (llamadas precursores) que importan sobre todo de China.
la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) sancionó a 10 individuos y una empresa radicada en México por estar “relacionados con proveedores de precursores químicos” y por actuar al servicio del cártel de Sinaloa y Los Chapitos, señala el Departamento del Tesoro en un comunicado.
La OFAC asegura que los mexicanos Noel López Pérez y Ricardo Páez López están “implicados en el tráfico y transporte de drogas, venta de precursores químicos, supervisión de laboratorios de drogas ilícitas, túneles transfronterizos y operaciones de represión para Los Chapitos”.
El primero de ellos es cuñado del “Chapo” Guzmán, encarcelado en Estados Unidos, y el segundo es primo materno de dos Chapitos.
También castiga a los mexicanos Dora Vanessa Valdez Fernández, Néstor Isidro Pérez Salas (alias “Nini”), Óscar Noé Medina González (alias “Panu”) y Jeuri Limón Elenes, quien trafica con metanfetaminas.
Durante siglos, las pastoras wakhi de Pakistán viajaron a remotos campos de montaña para dar de pastar a sus rebaños. Los ingresos generados fueron fundamentales para transformar su comunidad.
Ayudaron a pagar la atención médica, la educación y el primer camino construido para salir de su valle y conectar con el resto del mundo.
Pero esta forma de vida está desapareciendo.
La serie 100 Mujeres de la BBC se unió a ellas en uno de sus últimos viajes a las regiones de pastoreo.
Nuestro trayecto hasta los pastizales del Pamir es traicionero. Los empinados senderos de montaña serpentean y se retuercen: un paso en falso y se acabó.
Las mujeres silban y gritan a las ovejas, a las cabras y a los yaks para evitar que se desvíen de los estrechos senderos y caigan por la ladera de la montaña.
“Antes había mucho más ganado que ahora”, dice Bano, de unos 70 años. “Los animales saltaban de aquí para allá y desaparecían. Algunos regresaban y otros no”.
En años pasados, cada verano decenas de pastoras wakhi hacían este viaje a través de las escarpadas montañas del Karakoram, en el noreste de Pakistán, con sus hijos pequeños a la espalda.
Entonces dejaban a los hombres en casa para trabajar en el valle de Shimshal.
Hoy en día sólo quedan siete pastoras.
Caminamos ocho horas al día bajo la lluvia, la nieve y un calor abrasador. El viaje que antes les tomaba a las mujeres tres días, a nosotros nos lleva cinco.
Las pastoras, aunque ancianas, siempre van muy por delante del resto mientras nos aclimatamos a la altura.
La amenaza de deslizamientos de tierras está siempre presente y el ruido sordo de los cascos de las ovejas vibra en el suelo, haciendo caer rocas y polvo.
En el pasado era aún más difícil. Antes las pastoras no contaban con chaquetas térmicas ni calzado apropiado para caminar por este terreno.
“Solíamos usar túnicas sencillas. Íbamos descalzas y caminábamos así sobre el hielo”, dice Annar, de 88 años.
Afroze, que ahora tiene 67 años, recuerda haber sido la primera mujer del valle en conseguir un par de zapatos.
“Mi hermano me regaló dos pares cuando me casé”, cuenta. “La gente solía venir sólo para verlos. A menudo los tomaban prestados, junto con mi vestido, para las bodas”.
Cuando finalmente llegamos a Pamir, a casi 5.000 metros sobre el nivel del mar, los exuberantes pastos verdes aparecen ante nosotros y los arroyos de reluciente agua glacial se abren paso a través del paisaje, rodeados de escarpados picos cubiertos de nieve.
“Hemos caminado por estas tierras junto a nuestras madres y abuelas. Y como nosotras, ellas eran pastoras, batían mantequilla y hacían yogur“, evoca Annar, mientras las mujeres cantan y bailan.
Un grupo de 60 casas de piedra, abandonadas y cerradas, dan pistas de un estilo de vida en desaparición.
Al ser la pastora de más edad, Annar besa la puerta de uno de los ranchos, dice una oración y entra llevando una hornilla con hojas ardiendo.
“Nuestros mayores nos enseñaron a utilizar la planta spandur. Nos dijeron que la tuviéramos siempre cerca, ya que aleja los problemas”, dice mientras se asegura de que el humo toque a todos los animales.
En el pasado, para ahuyentar a los lobos y leopardos dormían en los tejados, incluso en las condiciones climáticas más adversas. También fabricaban trampas y quemaban hogueras.
“Por la noche estaba completamente oscuro”, expone Annar, “no teníamos luz ni antorchas y ni siquiera veíamos lo que habíamos perdido hasta la mañana siguiente”.
También recuerda momento muy duros. Como cuando un verano enterraron a 12 niños en los pastizales. Entre ellos estaban su hijo y su hija.
Y es que en las montañas no había médicos ni centros de salud.
“Me quedé con las manos vacías, así como ahora”, suspira Annar, abriendo y cerrando los puños, sintiendo todavía el dolor de hace casi 60 años.
Con el paso de los años, las pastoras se convirtieron en exitosas empresarias.
“Recolectábamos leche de los animales para hacer yogur y productos lácteos. Esquilamos las ovejas e hicimos cosas para llevar al pueblo”, dice Bano.
La comunidad wakhi dependía del trueque y, a cambio de sus productos, la gente construía chozas y casas para las mujeres.
Afroze ganó lo suficiente para construir dos casas, una en Shimshal y otra más lejos, en Gilgit, la ciudad más cercana.
“He ganado mucho con este lugar”, dice con orgullo. “Pagó las bodas de mis hijos. Pagó su educación”.
La combinación del pastoreo de las mujeres y la agricultura de los hombres supuso un punto de inflexión para toda la comunidad, que estuvo desconectada del resto del mundo hasta principios de la década de 2000.
Las dos actividades ayudaron a financiar la única carretera que sale del valle de Shimshal y que une el pueblo con la autopista Karakoram que se extiende entre Pakistán y China.
Los viajes que antes duraban días se redujeron a horas y la vida se transformó. Hubo un mejor acceso a la atención médica y la educación y surgieron nuevas ideas.
El hijo de Bano, Wazir, lleva ahora una vida muy diferente. Dirige una empresa turística que organiza excursiones de senderismo, montañismo y visitas culturales.
“Nuestras prioridades cambiaron cuando se abrió la nueva carretera”, afirma. “Fue entonces cuando comencé mi negocio”.
Fazila, de 24 años, es propietaria de la primera casa de huéspedes en el valle de Shimshal, que su padre construyó antes de fallecer.
Su madre es pastora, aunque su mala salud le impidió ir a los pastizales este año.
“Nuestras madres nos animaron a centrarnos en los estudios en lugar de pastorear. Nos dijeron que lo hiciéramos para no pasar las mismas dificultades que ellas“, explica.
“Tenemos la libertad de hacer lo que queramos. Si no hubiera seguido mis estudios, estaría viviendo la misma vida dura que ellas. El ciclo habría continuado“.
Mientras conduce su jeep por las escarpadas montañas, Wazir está de acuerdo: “Gracias a nuestras madres tenemos médicos, ingenieros y muchos otros profesionales”.
Sentadas juntas compartiendo recuerdos, las pastoras ancianas están felices de ver que sus hijos están bien, pero hay un matiz de tristeza porque los viajes a los pastos del Pamir ya no son viables.
“El pastoreo es más que un trabajo. Sentimos un fuerte vínculo con Pamir. Es hermosa como una flor. Es nuestro tesoro“, dice Afroze.
Y mientras Annar camina lentamente hacia el cementerio donde enterró a sus hijos, sus ojos se llenan de lágrimas.
“Quiero morir en Pamir para poder ser enterrada junto a mis hijos”, dice. “Cuando vuelvo a los pastizales, vuelvo a ellos”.
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