Un espeso humo negro surgió este jueves de la chimenea instalada en el tejado de la Capilla Sixtina, señal de que los 133 cardenales encerrados en su interior fracasaron de nuevo en su misión de escoger a un nuevo papa.
Las miles de personas congregadas hacia el mediodía en la plaza vaticana de San Pedro acogieron entre aplausos y decepción la segunda fumata negra, después de la que se elevó la víspera sobre el cielo de la Ciudad Eterna.
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“Esto es muy emocionante”, aseguró Marcela Tapia, una mexicana de 46 años, quien espera que los cardenales puedan llegar a un acuerdo en las votaciones previstas en la tarde o como “máximo mañana en la mañana”.
Emmanuel Quirós, un sacerdote costarricense de 34 años, piensa que el esperado humo blanco llegará este jueves, aunque ve positivo que los cardenales no vayan “demasiado rápido”: “Lo más importante es que el papa elegido sea un hombre de unidad”.
Hasta la elección del sucesor de Francisco, fallecido el 21 de abril a los 88 años, los “príncipes de la Iglesia” celebrarán dos rondas de votación por la mañana y dos por la tarde.
Este jueves reanudarán la elección a las 16:00 horas del Vaticano (08:00 horas en México).
Los dos últimos cónclaves, que llevaron a la elección de Benedicto XVI en 2005 y al primer papa latinoamericano en 2013, se resolvieron en sólo dos días, con 4 y 5 rondas de votación respectivamente.
Las votaciones de la tarde de este jueves serían la cuarta y la quinta, en virtud de las indicaciones facilitadas por el Vaticano antes del cónclave.
Pero la decisión de los purpurados, guiados según la tradición por el Espíritu Santo e incomunicados, parece más complicada. El pontificado reformista de Jorge Mario Bergoglio generó fuertes divisiones en el seno de la Iglesia.
Aunque el argentino creó alrededor del 80 % de los cardenales electores, los “bergoglistas”, que defienden una visión de la Iglesia más abierta, y los conservadores deben llegar a un acuerdo sobre el 267º pontífice.
La mayoría está en 89 votos, correspondientes a los dos tercios de los sufragios. “La hora de escoger”, tituló el diario italiano La Stampa.
Si se alcanza, las papeletas de votación se queman en una estufa y se añaden productos químicos para blanquear el humo. Si no logran la mayoría, estas se incinerarán junto a sustancias que lo ennegrezcan.
Unas 50 mil personas presenciaron la primera fumata negra el miércoles por la noche desde la plaza de San Pedro y sus alrededores, y unas 15 mil regresaron este jueves, en un soleado día de primavera.
“Es un acontecimiento único en la vida, no creo que tenga la oportunidad de volver a vivirlo”, aseguró a la AFP Paul O’Flynn, un irlandés de 72 años.
Elizabeth Ramos vino expresamente desde Brasil para vivir la elección del líder espiritual de mil 400 millones de católicos en el mundo y espera que sea como el difunto Francisco.
“Él fue el que unió a los jóvenes, tenía esa forma humilde de transmitir su fe, su forma de ser”, agregó la mujer de 45 años.
Agustín, un estudiante de Economía francés, prefiere en cambio “alguien moderadamente conservador”. “La Iglesia necesita unidad y valores fuertes”, agregó este joven de 24 años, que luce un rosario de madera en la muñeca.
El secretismo envuelve este secular rito que se desarrolla a puerta cerrada en la Capilla Sixtina y es objeto de especulaciones sobre las “intrigas cardenalicias”, como titulaba La Stampa en portada.
Esta sala decorada de frescos no es un espacio para discursos, debates y negociaciones. Los intercambios se dan durante las comidas o reuniones en la residencia Santa Marta y otras dependencias vaticanas.
Aunque el gran favorito al inicio del cónclave era el italiano Pietro Parolin, quien fue el número dos de Francisco durante su pontificado, la prensa hablaba este jueves de otros papables en ascenso.
Entre estos figura el filipino Pablo Virgilio David, que de ser elegido sería el primer papa asiático, así como los españoles Cristóbal López Romero y Ángel Fernández Artime.
El decano del colegio cardenalicio, Giovanni Battista Re, llamó el miércoles a los purpurados a “mantener la unidad de la Iglesia”, en un momento “difícil, complejo y convulso”.
Muestra de la solemnidad y complejidad de la elección, los cardenales escriben el nombre de su candidato, doblan su papeleta y la colocan en un plato de plata, ante el fresco del Juicio Final de Miguel Ángel.
La exguerrillera conoció a Mujica en la clandestinidad y vivió a su lado durante décadas, hasta su último día.
José Mujica solía emocionarse últimamente al hablar de su esposa, Lucía Topolansky, quien lo conoció en tiempos de clandestinidad y siguió a su lado hasta su muerte este martes a los 89 años.
“Lucía es mucho más que una compañera”, dijo el expresidente uruguayo en una entrevista con BBC Mundo en noviembre.
Se refería al amor y el cuidado que Topolansky le dio por décadas, sobre todo desde que a él le diagnosticaron un cáncer de esófago hace poco más de un año que se expandió por su cuerpo.
Un amor que continuó dándole hasta sus últimos días: “Yo estoy hace más de 40 años con él y voy a estar hasta el final, eso es lo que prometí”, declaró unos días antes de la muerte de su compañero.
Ella nunca alcanzó la fama internacional de Mujica, pero su propia historia personal y algunos momentos especiales que vivió junto a él tienen ribetes asombrosos.
Hija de un ingeniero civil y empresario de la construcción, Topolansky nació hace 80 años en una familia de buen pasar económico y estudió en un colegio de monjas dominicas.
Su opción por la lucha armada a fines de la década del ’60, tras abandonar estudios de arquitectura y el gremio estudiantil, sorprendió a sus parientes más cercanos.
Pero no fue la única: su hermana melliza María Elia también integró el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T).
En esa guerrilla urbana de izquierda influida por la revolución cubana y el marxismo, que combatió la institucionalidad democrática, Topolansky participó en diferentes operativos con el nombre falso de “Ana”.
Fue durante aquellos tiempos de clandestinidad cuando conoció a Mujica, quien tenía nueve años más que ella y ocupaba cargos de dirección en el MLN-T.
Mujica relató en una entrevista con la BBC que el primer encuentro entre ambos ocurrió en septiembre de 1971, la noche en que él se escapó de la cárcel montevideana de Punta Carretas con otros 105 tupamaros y algunos presos comunes por un túnel, una de las mayores fugas en la historia de las prisiones uruguayas.
“Ella estaba con la gente que apoyaba desde afuera. Habían ocupado una de las casas en las cuales nosotros emergimos de abajo de la tierra para salir de la cárcel luego de haber hecho un túnel”, memoró. “La vi casi accidentalmente y seguimos la vida (…). Era muy bonita y joven”.
Topolansky también había estado presa y se fugó de una prisión ese año, escabulléndose por las cloacas de la ciudad junto a otras 37 presas. Llegó a realizarse una cirugía para cambiar parte de su rostro y evitar ser arrestada.
Mujica fue recapturado y volvió a escaparse de la cárcel en 1972, cuando inició su relación amorosa con Topolansky.
“Nos encontramos una noche en que andábamos muy perseguidos”, dijo Mujica en una entrevista con la BBC en abril de 2023. “Los humanos, aunque no lo sabemos, cuando vivimos una atmósfera de peligro donde está en juego a cada paso la libertad y la vida, nos aferramos al amor porque la naturaleza biológica nos lo impone”.
Aunque en una entrevista varios años atrás, Topolansky reconoció que los detalles de ese primer encuentro eran difíciles de recordar por una razón: “Esto se parece bastante a esos relatos de las guerras y eso donde las relaciones humanas tienen un marco de distorsión porque tú estás corriendo, podés caer preso, te pueden matar. Entonces no tiene los parámetros de una vida normal”.
Ambos volvieron a ser detenidos en 1972, un año antes del golpe de Estado conducido por los militares. Permanecieron presos, sometidos a torturas y períodos de aislamiento hasta 1985, el año en que Uruguay volvió a la democracia.
“Teníamos que vivir en condiciones absolutamente adversas”, señaló Anahit Aharonian, una militante tupamara que estuvo presa junto a ella, en un diálogo con BBC Mundo en 2015.
Recordó que en 1980 las hermanas Topolansky le diseñaron en secreto un tapiz con la palabra “Libertad” bordada en armenio, el idioma de los padres de Aharonian que tenía prohibido practicar en prisión.
Lograron sacarlo del penal en un paquete, sin que los carceleros descubrieran de qué se trataba.
Mujica y Topolansky volvieron a juntarse el día de marzo de 1985 en que recuperaron la libertad por una ley de amnistía, y siguieron unidos desde entonces.
“Al otro día empezamos a buscar un local para juntar a los compañeros y reunirnos. Había que empezar a militar”, recordó Topolansky en una entrevista hace un año atrás. “No perdimos un minuto. Y no paramos, porque en realidad esa es nuestra vocación. Ese es el sentido de nuestra vida”.
La pareja se mudó a una modesta casa en una chacra de Rincón del Cerro, la zona rural de Montevideo donde cultivaron la tierra y donde el expresidente murió este martes.
Se casaron recién en 2005, en una ceremonia íntima, cuando Mujica era una figura cada vez más popular en su país, aunque pocos sospechaban que llegaría a ser presidente. Y esa misma noche fueron a un mitin político.
“Unimos dos utopías: la utopía del amor y la utopía de la militancia”, dijo Topolansky a un documentalista hace varios años.
Al parecer, Topolansky se enteró de su propio matrimonio cuando Mujica compartió la noticia en una entrevista que le hicieron para la televisión: “Ahí le dijo al periodista que nos íbamos a casar. Yo estaba mirando el programa y me enteré”, comentó en una entrevista en 2024.
“En realidad de vieja vine a claudicar”, añadió riendo por el hecho de haber vivido 20 años juntos sin haberse casado.
Nunca tuvieron hijos, algo que explican por el hecho de haberle dado prioridad a la guerrilla en la juventud. En cambio, alojaron en su tierra a algunas familias y tuvieron varios perros incluida Manuela, que fue conocida como la mascota favorita de Mujica.
La militancia política siguió siendo el norte en la vida de ambos, que fundaron el Movimiento de Participación Popular y contribuyeron a hacerlo el mayor grupo de la coalición de izquierda Frente Amplio.
Fue la propia Topolansky quien, como senadora más votada, le tomó juramento a Mujica cuando asumió la presidencia en 2010, en un acto cargado de simbolismo dentro del Palacio Legislativo.
Después lo abrazó con su brazo derecho y besó su mejilla, sonriendo.
Topolansky llegó a sobrevivir a un cáncer de mama y, tras el fin del mandato de Mujica en 2015, fue candidata a intendenta (alcaldesa) de Montevideo, pero no logró ser electa.
En 2017 asumió la vicepresidencia de Uruguay tras la renuncia de quien estaba en el cargo por uso indebido de recursos públicos y ocupó circunstancialmente el sillón presidencial cuando el entonces mandatario Tabaré Vázquez viajó al exterior.
Muchos la consideran menos pragmática desde el punto de vista ideológico que su esposo, quien evitaba esa comparación y decía que simplemente eran políticos diferentes.
“Sí, tal vez no tenga el carisma que tengo yo. Eso es probable”, admitió el expresidente en una oportunidad. “Ahora, es sistemática: como las abejas, como una gota de agua. Una laburanta (trabajadora) de esas infernales. No de esas que hacen un hecho histórico, sino de las que levantan paredes”.
Mujica decía eso con la misma admiración que expresó hasta el final hacia Topolansky, contrastando la pasión que supone una relación amorosa en la juventud con “la dulce costumbre” que significa en la vejez, para eludir la soledad.
“Soy consciente”, sostuvo en su última entrevista con BBC Mundo, “que buena parte de mi vida hoy se la debo a ella”.
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