
Catalina se convirtió en trabajadora del hogar desde que tenía 7 años, cuando sus padres fallecieron en un accidente y una de sus abuelas se hizo cargo de ella, con múltiples dificultades económicas. Este sábado, 44 años después, todos dedicados a esa labor, casada y con tres hijas, recibió una certificación como cuidadora de personas mayores.
A sus 51 años de edad, está convencida de que con ella, podrá ir a tocar alguna puerta para trabajar como cuidadora, o incluso a alguna institución o casa del adulto mayor, pues ahora cuenta con ese respaldo. “Para mí es un logro grandísimo, y me abre muchas oportunidades tanto económicas como para mi vida”, dice entusiasmada.
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Como una vía para abrirles ese panorama laboral y económico, así como procurar la garantía plena de sus derechos laborales reconociendo y validando un trabajo que muchas veces ya hacen, el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir (ILSB) entregó una certificación a trabajadoras del hogar que concluyeron su formación como cuidadoras de personas mayores. Al mismo tiempo, se trata de una forma de reforzar el mensaje de que los cuidados son trabajo.
Carlos Andrés Pérez, coordinador del programa Género y Trabajo del ILSB, explica que a menudo, las personas trabajadoras del hogar terminan haciendo actividades de cuidado bajo las máscaras de un “favor” o del cariño por sus empleadores, sin ser debidamente remuneradas por ello. El proceso de capacitación impulsado por el ILSB nació como una respuesta a esa realidad.
Leydet Lechuga, por ejemplo, cuenta que ella se dedica al trabajo del hogar desde 2011, pero a raíz de la pandemia por covid-19, comenzó a enfocarse en los cuidados en particular, y hace un año dejó de trabajar tras una depresión severa por el desgaste que implicaban los traslados y el trabajo de cuidados al interior de su familia, y al exterior como trabajo remunerado.
Durante la pandemia perdió su trabajo cuando su hijo tenía solo un año de edad, y surgió la oportunidad de laborar como cuidadora de infancias para unas personas que hacían home office. “Empecé de cuidadora con niños pequeños, más o menos de la edad de mi hijo, entonces mi programa es muy sencillo: programar algunas actividades de estimulación y algunas de estimulación sensorial”, relata.

La demanda se volvió inmanejable, porque su propio hijo estaba pequeño y al cuidado de su pareja. Luego entró a un trabajo de limpieza en una escuela pública, pero no había ni contrato ni prestaciones ni ningún beneficio. Al final, el desgaste tan grande entre la maternidad, el trabajo y los traslados le generaron una depresión severa que la incapacitó totalmente. Dejó de laborar en el mercado formal, pero en cambio tuvo que hacerse cargo de su hijo y de sus padres.
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De un panorama similar habla Catalina cuando es cuestionada sobre las dificultades que ha enfrentado a lo largo de su vida como trabajadora del hogar. Hace muchísimos años –remarca– era más complicado porque ella era menor de edad y ni siquiera había alguien que la respaldara. “La necesidad te hace ir y hacerlo, y a lo mejor sí sufres maltrato y un trabajo mal pagado”, cuenta.
Ahora, después de años de lucha —“seguimos en ella, porque hacen falta muchas cosas para que se nos reconozca como trabajadoras del hogar”, aclara—, le da gusto que existan esas iniciativas de certificación porque piensa que ella ya no batallará tanto, pues se ha logrado algo, aunque apunta que muchas de sus compañeras, especialmente las que vienen a la capital de otras entidades, siguen sin saber siquiera que tienen derecho a un sueldo, a un día de descanso, y a una jornada laboral y trato digno.
“En cuestiones de lo laboral te abre más puertas, más oportunidades; en cuestiones económicas, muchísimo más, porque antes y hasta la fecha hay muchas mujeres que lo hacemos (el cuidado) en nuestro hogar, con personas de la tercera edad, personas con discapacidad, o algún pequeño, y no nos lo pagan. Entonces, ahora que ya tengas un documento, donde digas ‘espérame, yo sé lo que te estoy cobrando, porque mi documento habla por mí’. Eso es padrísimo, porque nos abre nuevas oportunidades”, sostiene.

Para Idela Hernández, otro aspecto importante de la certificación es subrayar que los cuidados son lo de hoy, uno de los temas más sonados, dice. Por ello, la importancia de capacitarse, además del sentido curricular, es tener la certeza de que pueden hacer ese trabajo, para el que se formaron con los conocimientos adecuados.
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“Es una forma de ejercer los conocimientos. A mí me gustaría que las compañeras conocieran sus derechos básicamente, sobre todo que se reconozcan trabajadoras, porque hay muchas compañeras que dicen ‘no, es que yo solo ayudo’, y entonces teniendo normalizado eso de la ayuda, es como decir que si ayuda, no tiene derecho, porque solo está ayudando”, señala.
El reconocerse trabajadoras, añade, pasa por saber que existe el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, que ya está adoptado y ratificado, pero falta su implementación porque se requiere un esfuerzo del gobierno. Desde su perspectiva, también el papel de las trabajadoras es fundamental para conocer, capacitarse y pedir la paga que les corresponde.

“Nos abre un panorama más hacia valorizarlo, pero sobre todo a concientizarnos a nosotras mismas de que el cuidado más que ser un derecho, es importante y lo que necesitamos todos en todo momento de nuestra vida, pero sí nos abriría un panorama laboral, siempre y cuando valoremos nosotras mismas, valorar el cuidado que damos y el que ofrecemos, sobre todo, pero ofrecer un cuidado especializado o capacitado, siempre nos va a abrir otro horizonte laboral porque ya podemos a lo mejor no exigir que se nos pague, pero sí cobrar lo justo por nuestro trabajo”, añade.
Carlos Andrés Pérez, del ILSB, explica que desde esa agrupación, mediante el trabajo permanente que han hecho con trabajadoras del hogar, en los procesos formativos se detectó la necesidad de fortalecer las habilidades, conocimientos y competencias de las trabajadoras que realizaban trabajos de cuidado como parte de su empleo en un hogar.
Gracias a un estudio, detectaron que dentro de las problemáticas estaba que ellas realizan actividades de cuidado sin que estén previamente acordadas, como un “favor” o por el cariño a sus empleadores, y en consecuencia, sin ser justamente remuneradas. “Es mucha responsabilidad, mucho trabajo, mucho desgaste, sin capacitación, sin protección laboral, con mucha responsabilidad y a un muy bajo salario”, puntualiza.
Por eso, apostaron por la certificación de competencias para el cuidado básico de las personas adultas mayores, con el fin de otorgar una herramienta de trabajo decente a las trabajadoras del hogar que les permita desarrollar habilidades y certificar las competencias que ya tenían, pero útil al mismo tiempo para mejorar su calidad de vida, condiciones de trabajo y posición de negociación frente a las personas empleadoras.

“Es muy importante mencionar que las certificaciones en estándares de competencia son procedimientos estandarizados que tienen altas calificaciones técnicas, y por lo tanto, para trabajar con trabajadoras del hogar en estos certificados es necesario también poder politizar los contenidos; no solamente hacer una certificación técnica, sino también hacer una politización de lo que significa profundamente el trabajo de cuidados que ellas realizan”, comenta.
Así, hay un antes y un después en las personas certificadas. En el antes, su trabajo se ve como opcional, a menudo para ellas mismas no vale mucho, porque “solo es limpiar, hacer aseo, escombrar una casa”. En el después, ellas reconocen que sostienen la vida de las personas y de las familias donde trabajan, lo que es un cambio muy importante a nivel simbólico y político, y les permite ver la importancia y valor de su empleo, así como la necesidad de que la sociedad también lo reconozca.
“Las trabajadoras del hogar han sido históricamente las trabajadoras de la economía de los cuidados, y es necesario que como trabajadoras podamos garantizar un futuro laboral en donde ellas, dado que va a crecer mucho el mercado de cuidados, puedan desarrollar estas habilidades en condiciones de bajo decente. No podemos permitir un futuro en donde la economía de los cuidados crezca y sigamos reproduciendo la precarización laboral que tienen ahora las trabajadoras del hogar”, agrega.
Leydet precisa que el tema de cuidados remunerados no representa una oferta tan grande, porque es un servicio que solo pueden pagar algunas personas. Es caro, y además, a pesar de todos los esfuerzos, sigue sin vérsele como un trabajo digno. Parece, sostiene, que el trabajador de cuidados y de limpieza tienen que hacer muchos méritos para merecer un salario, “porque es un trabajo que cualquiera haría; sin embargo, nadie lo quiere hacer”.
Para ella, lo primordial es ver el trabajo de cuidados como una responsabilidad familiar que a todas las personas nos corresponde, y no como un trabajo inferior, cruzado por la discriminación, la desigualdad, el clasismo y el racismo. En este momento, además, como sociedad nos está rebasando el tema de los adultos mayores, y su abandono emocional y físico, así como el abuso que muchas veces enfrentan.
“Ya no estamos para certificarnos y ser solamente especialistas en un cuidado, es algo que socialmente tenemos que absorber como familias, como sociedad, y que se tienen que generar nuevos espacios de cuidado y centros de trabajo, porque seamos reales, hay mucha pobreza en el país y pocos son los que van a poder pagar el trabajo de cuidados de esta manera que se hace tan particular. Hay que volverlo social, y precisamente la certificación es el piso mínimo de cómo se debe cuidar a un adulto mayor, a un niño, o a una persona con discapacidad”, apunta.

Pérez enfatiza que mucho del trabajo de cuidados que se realiza hasta hoy, se hace sin una capacitación previa, pero con un alto nivel de responsabilidad. Ese trabajo, que históricamente ha estado a cargo de las mujeres, requiere de altas capacidades técnicas; incluso algunas de las trabajadoras que estuvieron en el proceso formativo hacían ya ciertos procedimientos de carácter médico y delicado.
“Esta es una apuesta justamente para poder, primero, reconocer esos saberes que ya tienen las trabajadoras del hogar, poder alinearlos a un estándar de certificación laboral oficial reconocido por la Secretaría del Trabajo y por la SEP, y en consecuencia que ese instrumento pueda también avalar la profesionalización de las capacidades que tienen las trabajadoras.
“Esto tiene un efecto muy importante porque además de procurar un cuidado digno para las personas que reciben y que contratan este trabajo, también genera mejores condiciones de trabajo decente para las propias trabajadoras”, explica. Se trata, por lo tanto, concluye, de un beneficio doble, para personas cuidadas y para personas cuidadoras.

La estructura construida sobre el sarcófago que cubre el reactor que explotó en 1986 resultó dañada tras un ataque que Ucrania atribuye a Rusia.
El escudo protector que cubre el reactor nuclear de Chernóbil, en Ucrania, ya no puede cumplir su principal función de contención tras un ataque con drones a principios de este año, señaló la agencia de control nuclear de la ONU.
Los inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) descubrieron que la enorme estructura, construida sobre el lugar del desastre nuclear de 1986, había perdido “sus funciones de seguridad primarias, incluida la capacidad de aislamiento”.
En febrero, Ucrania acusó a Rusia de atacar la central nuclear, un señalamiento que el Kremlin negó.
La OIEA afirmó que las reparaciones eran “esenciales” para “prevenir una mayor degradación” del refugio nuclear. Sin embargo, el experto ambiental Jim Smith le dijo a la BBC que “no es algo por lo que debamos entrar en pánico”.
El profesor Smith, de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido), quien ha estudiado las secuelas del desastre de Chernóbil, afirmó que el mayor peligro asociado al lugar era el polvo radiactivo.
Sin embargo, añadió que “el riesgo es bajo” porque el polvo contaminado está contenido dentro de un grueso “sarcófago” de hormigón cubierto por el escudo protector.
La explosión de Chernóbil en 1986 expulsó material radiactivo al aire, provocando una emergencia de salud pública en toda Europa.
En respuesta, la antigua Unión Soviética construyó el sarcófago sobre el reactor nuclear.
El sarcófago solo tenía una vida útil de 30 años, lo que provocó la necesidad de una cubierta protectora para evitar fugas de material radiactivo durante los siguientes 100 años.
La OIEA informó que un equipo completó una evaluación de seguridad del sitio la semana pasada, después de que resultara gravemente dañado por el ataque con drones.
El ataque provocó un incendio en el revestimiento exterior de la estructura de acero.
Los inspectores indicaron que no se produjeron daños permanentes en las estructuras de soporte ni en los sistemas de monitoreo de la cubierta, y que se habían realizado algunas reparaciones en el techo.
Sin embargo, el director general de la OIEA, Rafael Grossi, declaró: “Una restauración oportuna e integral sigue siendo esencial para evitar una mayor degradación y garantizar la seguridad nuclear a largo plazo”.
Desde principios de diciembre, el organismo de control nuclear de la ONU ha estado evaluando la infraestructura energética de Ucrania mientras el país continúa defendiéndose de Rusia.
Rusia lanzó ataques aéreos nocturnos contra la ciudad de Kremenchuk, un importante centro industrial en el centro de Ucrania.
Además de evaluar Chernóbil, la OIEA ha estado inspeccionando las subestaciones eléctricas vinculadas a la seguridad nuclear.
“Son absolutamente indispensables para suministrar la electricidad que todas las centrales nucleares necesitan para la refrigeración de los reactores y otros sistemas de seguridad”, declaró Grossi.
“También son necesarias para distribuir la electricidad que producen a los hogares y la industria”, agregó.
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