Las inversiones internacionales para atender el cambio climático enfocadas en la igualdad de género van en declive. En especial, las organizaciones que defienden derechos de mujeres indígenas, afrodescendientes y comunidades locales quedan al margen de estas, e incluso enfrentaron una reducción del 2% en los últimos dos años.
A nivel global, esos recursos pasaron de 821 millones de dólares entre 2019 y 2020 a 631 millones entre 2021 y 2022. Aunado a ello, entre 2016 y 2020 se entregaron cerca de 28.5 millones en subvenciones para apoyar a mujeres y niñas, pero solo el 1.8% de ese monto se destinó a organizaciones que trabajan con mujeres pertenecientes a pueblos indígenas, de acuerdo con un análisis elaborado por la Iniciativa para los Derechos de los Recursos (RRI) y la Alianza de Mujeres en el Sur Global (WiGSA) en el contexto de la COP16.
“Además de la gran disparidad en financiamiento, las subvenciones otorgadas fueron relativamente pequeñas: más de la mitad de las organizaciones recibieron entre $25 mil y $75 mil dólares”, añade el documento.
Por otro lado, el Black Feminist Fund registró que entre 2018 y 2019 las mujeres, niñas y personas trans negras recibieron menos del 0.5 por ciento de financiamiento de fundaciones globales, si bien en realidad son pocos los datos que existen sobre recursos dirigidos específicamente a mujeres afrodescendientes.
De acuerdo con el análisis, ese informe encontró que el 53 por ciento de los grupos feministas de personas negras a nivel mundial carecen de fondos para el próximo año fiscal, mientras que el 59 por ciento nunca ha recibido fondos básicos. “De los 511 mil millones de dólares asignados a comunidades negras de todo el mundo, sólo el 32.7 por ciento se destinó a mujeres y niñas de dichas comunidades”, agrega el documento.
Si bien entre 2019 y 2020 el financiamiento de la Ayuda Oficial para el Desarrollo relacionado con el clima para la igualdad de género alcanzó 34 millones de dólares en todo el mundo, solo se asignaron 3 mil 900 millones para abordar de manera conjunta el cambio climático, la biodiversidad y la igualdad de género.
En entrevista, Omaira Bolaños, directora de los Programas de América Latina y Justicia de género de la Iniciativa para los Derechos y los Recursos (RRI), explica que a nivel global existe un esfuerzo cada vez mayor por impulsar la narrativa y los compromisos de los donantes para el para apoyo a comunidades locales, indígenas y afrodescendientes en el contexto de la atención al cambio climático.
Incluso, cuando se hizo el primer compromiso global en la COP16 hacia el cambio climático, con una promesa de 1.7 billones de dólares para los pueblos y comunidades en general a escala global, fue muy bien recibido para hacer llegar esos fondos y darles seguimiento. Sin embargo, no existe un componente claro de género.
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“Los problemas estructurales de discriminación hacia la mujer se viven desde lo local hacia lo global, o sea es una es una línea de barreras estructurales que se juntan con la discriminación por género, y si le cruzas la la variable de ser mujer indígena o ser mujer negra o ser una mujer de comunidad rural, las condiciones de exclusión se hacen mayores”, señala la activista.
Tanto la Iniciativa como la Alianza de Mujeres en el Sur Global piden a los donantes internacionales y los gobiernos hacer un esfuerzo mayor por lograr que los fondos o la ayuda de cooperación que prometen tengan un componente más concreto no solo alrededor de la equidad de género, sino también de los derechos de las mujeres.
Lo que han notado, explica, es que en la arquitectura de la estructura general del financiamiento existen todavía muchas dificultades para definir ese enfoque. A pesar de que hay compromisos en términos de porcentaje de fondos, la problemática es cómo lograr que eso llegue a las mujeres más desfavorecidas.
“Todavía falta mucho para poder lograr que las mujeres reciban financiamiento global, y que se reconozca el rol que han venido cumpliendo en la conservación de la biodiversidad en la acción climática para la mitigación o la adaptación”, añade.
El documento precisa que algunos de los desafíos mencionados por las mujeres que forman parte de las organizaciones que trabajan con las comunidades indígenas, afrodescendientes y locales son la falta de personal para dedicar tiempo a identificar oportunidades de recaudación de fondos, capacidad organizativa y disponibilidad de los fondos equiparados requeridos por algunos donantes.
“La mayoría de las organizaciones de WiGSA son integrantes de comunidades con conocimientos incomparables sobre los problemas clave enfrentados por las mujeres y sus comunidades. Con todo, gran número de dichas organizaciones no cuentan con el tiempo ni la capacidad necesarios para elaborar propuestas para solicitar subvenciones ni para cumplir con los requisitos burocráticos de los criterios de financiamiento”, agrega el estudio.
Bolaños destaca que todo lo relacionado con cambio climático y biodiversidad requiere acciones a nivel territorial, y generalmente está vinculado a comunidades indígenas y afrodescendientes, asentadas donde se ubica la mayor concentración de bosques y biodiversidad en el mundo.
Por lo tanto, la importancia de esas comunidades locales y pueblos las convierte en actoras fundamentales de cualquier estrategia que se acuerde a nivel global, y desde las alianzas de países, para mitigar el cambio climático y proteger la biodiversidad.
Adicionalmente, es necesario entender –precisa la activista– que están integrados por una diversidad de actores: hombres, mujeres, infancias, adultas y adultos mayores que tienen un papel en ellas. Las barreras estructurales de discriminación de género que de por sí existen al interior de las comunidades implican que cuando llega el financiamiento, su aplicación se define desde el pensamiento y la perspectiva masculina en conversación con los donantes, que a veces tampoco conocen las realidades de las poblaciones.
“Las mujeres siguen quedando por fuera, un actor que trabaja, que está al frente, pero que no participa en las decisiones y en las opiniones de cómo deberían transformarse los cambios o proteger la biodiversidad desde la perspectiva de las mujeres, y lo otro es que las mujeres a nivel local ya vienen cumpliendo un papel de tenedoras del conocimiento ancestral que transmiten de generación en generación”, apunta.
Son ellas –aclara– las que han impulsado el trabajo en la recuperación de semillas o alimentos ancestrales que son fundamentales para la supervivencia de las comunidades y esenciales para la economía base local, que hace que las comunidades tengan interacción con el mundo externo a través del comercio de sus propios productos.
“Es necesario apoyar a las mujeres, y no solo es pasar fondos, es también pasar capacidad, apoyar procesos y articulación de los procesos organizativos de las mujeres con los de toda su comunidad, para lograr que las acciones tengan una visión mucho más integral, donde hombres y mujeres se beneficien y puedan aportar, y su apoyo, el que han venido haciendo, siga siendo reconocido”, concluye Bolaños.
Además, remarca a los gobiernos y donantes en general la necesidad de que en el esfuerzo por apoyar iniciativas de acción climática o biodiversidad, generen porcentajes o fondos específicos hacia las mujeres, así como estrategias para llegar a ellas y diálogos para entender cómo pueden abordar y contribuir de manera más efectiva a proteger los bosques y la vida en todo el mundo.
El hallazgo se realizó utilizando una tecnología que utiliza láser y que permite mapear las estructuras que están enterradas bajo la vegetación.
Una enorme ciudad maya ha sido descubierta siglos después de que desapareciera debajo de la selva en México.
Los arqueólogos encontraron pirámides, campos deportivos, caminos que conectan distritos y anfiteatros en el estado de Campeche, en el sureste del país.
El hallazgo del complejo oculto, al que llamaron Valeriana, se produjo utilizando Lidar, un tipo de estudio láser que mapea las estructuras enterradas bajo la vegetación.
Los expertos creen que el descubrimiento es el segundo en densidad después de Calakmul, considerado el sitio maya más grande de la américa precolombina.
El equipo encontró tres sitios en total, que son del tamaño de Edimburgo, la capital de Escocia, “por accidente” cuando un arqueólogo buscaba datos en Internet.
“Estaba en algo así como la página 16 de la búsqueda de Google y me topé con un estudio láser realizado por una organización mexicana para el monitoreo ambiental”, explicó Luke Auld-Thomas, un estudiante de doctorado en la Universidad de Tulane (Estados Unidos).
Fue un estudio Lidar, una técnica de detección remota que dispara miles de pulsos láser desde un avión y mapea los objetos que se encuentran debajo de la tierra utilizando el tiempo que tarda la señal en regresar.
Pero cuando Auld-Thomas procesó los datos con métodos utilizados por los arqueólogos, vio lo que otros habían pasado por alto: una enorme ciudad antigua que pudo haber albergado entre 30.000 y 50.000 personas en su apogeo entre el 750 y el 850 d. C.
Eso es más que la cantidad de personas que viven en la región hoy en día, apuntaron los investigadores.
Auld-Thomas y sus colegas bautizaron a la ciudad como Valeriana, en honor a una laguna cercana.
El hallazgo está sirviendo para cambiar la visión occidental de que los trópicos eran lugares donde “las civilizaciones iban a morir”, agregó el profesor Marcello Canuto, coautor de la investigación.
El experto recordó que esta parte del mundo fue el hogar de culturas ricas y complejas.
No hay certeza de las razones que llevaron a la desaparición y al abandono final de la ciudad, pero los arqueólogos consideran que el cambio climático fue un factor importante.
Valeriana tiene las “características de una ciudad capital” y ocupaba el segundo lugar en densidad de edificios, detrás del espectacular yacimiento de Calakmul, a unos 100 kilómetros de distancia.
Los arqueólogos indicaron que está “oculta a simple vista”, ya que se encuentra a sólo 15 minutos a pie de una carretera principal cerca de Xpujil, donde ahora viven principalmente descendientes de los mayas.
No hay fotografías conocidas de la ciudad perdida porque “nadie ha estado allí nunca”, admitieron los investigadores, aunque la gente local puede haber sospechado que había ruinas bajo los montículos de tierra.
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La ciudad, que tenía unos 16,6 kilómetros cuadrados, albergaba dos centros principales con grandes edificios a unos 2 kilómetros de distancia, unidos por densas casas y caminos.
También tenía dos plazas con templos en forma de pirámides, donde los mayas habrían rezado, escondido tesoros como máscaras de jade y enterrado a sus muertos.
Asimismo, tenía una cancha donde los habitantes de la urbe habrían jugado un antiguo juego de pelota.
Igualmente se encontraron pruebas de un reservorio, lo que indica que la gente utilizaba los recursos del entorno natural para mantener a una gran población.
Auld-Thomas y Canuto inspeccionaron tres sitios diferentes en la jungla y encontraron 6.764 edificios de varios tamaños.
La profesora Elizabeth Graham, del University College de Londres y quien no participó en la investigación, afirmó que el descubrimiento respalda las afirmaciones de que los mayas vivían en ciudades o pueblos complejos y no en aldeas aisladas.
“La cuestión es que el paisaje fue definitivamente colonizado -es decir, colonizado en el pasado- y no, como parece a simple vista, deshabitado o ‘salvaje'”, dijo.
La investigación sugiere que cuando las civilizaciones mayas colapsaron a partir del año 800 d. C., fue en parte porque estaban tan densamente pobladas que no pudieron sobrevivir a los problemas climáticos.
“Esto sugiere que la zona estaba completamente llena de gente al comienzo de la sequía y ello no le daba mucha flexibilidad. Y entonces tal vez todo el sistema básicamente se deshizo a medida que la gente se fue alejando”, agregó Auld-Thomas.
La guerra y la conquista de la región por parte de los colonizadores españoles en el siglo XVI también contribuyeron a la erradicación de las ciudades-estado mayas.
La tecnología Lidar ha revolucionado la forma en que los arqueólogos examinan las áreas cubiertas de vegetación, como los trópicos, abriendo un mundo de civilizaciones perdidas, explicó el profesor Canuto.
En los primeros años de su carrera, las inspecciones se hacían a pie y a mano, utilizando instrumentos sencillos para revisar el terreno centímetro a centímetro.
Pero en la década transcurrida desde que se utilizó Lidar en la región mesoamericana, dijo que se ha cartografiado alrededor de diez veces el área que los arqueólogos lograron en aproximadamente un siglo.
Auld-Thomas, por su parte, aseveró que su trabajo sugiere que todavía hay muchos sitios de los que los arqueólogos no tienen idea.
De hecho, se han encontrado tantos sitios que los investigadores no pueden excavarlos todos.
“Tengo que ir a Valeriana en algún momento. Está tan cerca de la carretera, ¿cómo no? Pero no puedo decir que haremos un proyecto allí”, dijo Auld-Thomas.
“Una de las desventajas de descubrir muchas ciudades mayas nuevas en la era del Lidar es que hay más de las que podemos esperar estudiar”, añadió.
El hallazgo se publicó en la revista académica Antiquity.
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