Durante ocho años Flor Ayala fue víctima de violencia física y psicológica por parte de su esposo, frente a sus hijos. Su agresor amenazaba con matarla.
Flor y Juan Manuel se conocieron cuando ella tenía 17 años. Él era uno de sus vecinos en San Juan Tilpa, en Toluca, en donde ella vivía con su familia.
Su noviazgo duró dos años y “todo era miel sobre hojuelas”, recuerda la joven.
Sin embargo, apenas se fueron a vivir juntos, todo cambió. A diario la agredía física y psicológicamente, por lo que vivía aterrada de que su esposo cumpliera su palabra y la matara a golpes.
Guardó silencio, pero el 9 de agosto de 2020 dijo “basta” e intentó huir, pero su esposo se colgó del cofre de la camioneta en la que se resguardó con su hija de cuatro años.
El hombre y su familia rodearon la camioneta y la golpearon y patearon buscando que Flor bajara, sin embargo, la joven -en ese entonces de 27 años- sabía que si se bajaba la matarían, así que arrancó la camioneta confiando que Juan Manuel la dejaría ir.
Pero su esposo se aferró y continuó pegando al parabrisas mientras la camioneta avanzaba. Flor asegura que no conducía rápido, pero cuando le dijo que lo entregaría a la policía por todo el daño que le había hecho, él se soltó y cayó.
Seis días después el hombre murió en el hospital y hoy Flor cumple una condena de 51 años de prisión en el penal de Santiaguito en Almoloya de Juárez, pues la familia de su exesposo la acusó de haber planeado todo para matarlo, cuando lo único que buscaba era salir de ese círculo de violencia que era avalado y replicado por la madre y hermanos de su esposo.
Han pasado cuatro años desde que la detuvieron y lo único que pide a las autoridades es que revisen su caso para que adviertan todas las injusticias e irregularidades que se cometieron y cómo su abogado ignoró todo lo que ella le contó sobre la violencia de la que era víctima, por lo que no se le juzgó con perspectiva de género.
“Estoy pagando por haber sido violentada”, reclamó Flor.
Aunque prácticamente está abandonada en el penal de Santiaguito, pues su hermana solo la puede visitar una vez al mes, Flor entabló contacto con la abogada Leticia Fernández de la Fundación Mujeres Construyendo -con sede en Toluca, Estado de México- quienes tomaron su caso y la asesoran con el objetivo de que se revise su proceso, pues acusan que desde su detención y hasta su sentencia las autoridades violaron reiteradamente sus derechos humanos.
“Es una locura, violentaron todos sus derechos humanos, todo se manipuló (…) y fue una defensa deficiente”, explicó Fernández.
Tras sostener un noviazgo de dos años en los que no sufrió ningún tipo de violencia, Flor se casó con Juan Manuel con quien procreó dos hijos: Joan y Valentina.
“Durante el tiempo que viví con él era muy violento conmigo. Me golpeaba y me maltrataba mucho (…) era muy celoso conmigo”, compartió Flor.
Y aunque la mujer, hoy de 31 años, acepta que “no era vida estar ahí” porque sus hijos eran testigos de la violencia que sufría, nunca le dijo a su familia lo que sucedía.
“Era un infierno, siempre me amenazaba que me iba a matar, que me iba a quitar a mis hijos y yo tenía mucho miedo”, agrega Flor.
Cuando su mamá o alguien de su familia la visitaba y veía los moretones en su rostro o cuerpo ella les decía que se había caído o se había golpeado haciendo las labores del hogar.
La familia de su esposo -que podría haberla ayudado- también la violentaba. Le gritaban y la humillaban en cada ocasión que podían.
“Me decían muchas groserías, yo ya no podía estar con ellos, hasta pensaba ya en matarme para que se acabara todo, pero la verdad no tenía el valor de hacerlo por mis hijos”, dijo la joven.
En una ocasión fue a denunciarlo. Incluso, recuerda, le enviaron a su esposo un citatorio para que se presentara, pero después Flor ya no le dio seguimiento porque -como siempre pasaba- él le decía que iban a echarle ganas.
“Y yo siempre de tonta le creía que iba a cambiar y que íbamos a estar bien”, acepta.
El 9 de agosto de 2020 la familia de su esposo organizó una fiesta por lo que Flor, su esposo y sus dos hijos llegaron desde muy temprano a la casa de sus suegros.
Ahí desayunaron y mientras ella ayudaba en la preparación de la comida, su esposo y sus hermanos comenzaron a ingerir alcohol.
Ya en la fiesta, contó Flor, su hija se mojó su ropa, por lo que pensó en volver a su casa para cambiarla y así evitar que se fuera a enfermar.
“Yo me levanté (de la mesa) y mi esposo me empezó a jalonear de la mano diciéndome que a dónde iba. Me empezó a ofender (…) con muchas palabras hirientes’”, narró Flor.
“Empezó a pellizcarme mis brazos y le dije que me dejara”, detalló.
En ese momento, recuerda, él volteó a verla con una “cara llena de rabia y de coraje”, por lo que tomó en brazos a su hija y salió corriendo de la casa para resguardarse en la camioneta que tenían.
La prendió y puso los seguros. De inmediato salió él queriéndola bajar del auto.
“Intentó abrirme mi vidrio donde yo iba manejando y metía su brazo hasta abajo queriendo quitar el seguro y yo se lo empujaba y no dejé que me abriera la puerta”, agregó la mujer.
“Empezó a decirme que me bajara, que me iba a matar, que no me la iba a acabar”.
Al escuchar el alboroto también su suegra y sus cuñados salieron de la casa y comenzaron a patear la camioneta para que Flor se bajara.
“Ellos nunca me defendían o calmaban a su hijo… muchas veces me golpeó delante de ellos, entonces yo me arranqué con él. Él se subió al cofre y avancé cuatro cuadras”, explicó.
Mientras ella avanzaba, él permanecía arriba del cofre de la camioneta gritándole que se bajara porque iba a matarla.
Flor recordó que muy cerca de ahí, en un crucero, se estacionaban unas patrullas, por lo que pensó en llegar hasta ahí y pedir ayuda.
Mientras conducía le gritó que lo llevaría hasta con los policías.
“Cuando ya faltaba poco para llegar al crucero donde estaban las patrullas él se soltó del parabrisas y se cayó. Me detuve de inmediato y enfrente de ese lugar había muchos chicos jugando frontón y salieron las vecinas. Yo estaba asustada, empecé a gritar, a pedir ayuda. A un chico le di las llaves de la camioneta y le fue avisar a su familia, su familia llegó muy violenta, diciéndome muchas groserías llegó la ambulancia, las patrullas y toda la atención se centró en ayudarlo”, narró Flor.
Sus cuñados no permitieron que ella se subiera a la ambulancia para acompañarlo y tampoco dejaron que se subiera a la patrulla para explicar lo sucedido.
Seis días después, por trauma craneoencefálico, el esposo de Flor murió en el hospital.
“Yo no quería que eso pasara (…) él sabía que lo iba a entregar (a los policías) por eso se soltó”, sostiene Flor.
Desde el día en el que su esposo cayó de la camioneta, Flor no tuvo noticias de su hijo Joan -en ese entonces de ocho años- quien se quedó en la casa de sus abuelos paternos, y aunque ella les pidió que se lo devolvieran, ellos se negaron.
Así, mientras su esposo estaba hospitalizado, ella acudió al Centro de Justicia para Mujeres con sede en Toluca para levantar una denuncia por la sustracción de su hijo.
Dos meses más tarde, el 25 de octubre, la Fiscalía del Estado de México se comunicó con ella para notificarle que tenían noticias sobre su hijo, por lo que debía acudir personalmente.
Sin saber que se trataba de una trampa, la mujer se trasladó al lugar que le indicaron.
Ahí la esperaban dos hombres y dos mujeres quienes la detuvieron por el delito de homicidio calificado en contra de su esposo.
“Me suben al carro y me llevan a la Fiscalía de Toluca donde me toman mis huellas, me toman fotografías e inmediatamente me ingresan al penal de Almoloya de Juárez, Santiaguito”, contó Flor.
Como pudo se puso en contacto con su mamá que vive en el norte del país para que pudiera, antes que cualquier cosa, buscar a su hija y resguardarla.
Contrataron un abogado para apoyarlas en su juicio, sin embargo, desechó todo lo que Flor le contó respecto a la violencia que vivió al lado de su esposo.
También ignoró que aquel día -cuando él tuvo el accidente que le costó la vida- ella lo que buscaba era ponerse a salvo porque estaba segura de que si se bajaba de la camioneta él la mataría.
Nada de eso fue tomado en cuenta. Solo se escuchó la versión de la familia de su exesposo quienes la denunciaron ante las autoridades.
De hecho, durante el juicio, dijo, la familia de su exesposo continuó amenazándola.
“Me dijeron que ellos conocían mucha gente y que me iban a refundir (en la cárcel)”, compartió.
Once meses después de haber sido detenida, Flor recibió una condena de 51 años de prisión por el delito de homicidio calificado.
“Hay muchas injusticias (…) les diría a las autoridades que revisen los caso por caso y prueba por prueba, que no lo dejen así y quieran dar una sentencia sin acreditar que sí se haya cometido el hecho o no”, exigió Flor desde el penal de Santiaguito en Almoloya de Juárez.
Una vez al mes recibe visita y dentro de prisión vende gelatinas para poder ganar algún dinero y costear las necesidades que tiene dentro del penal.
Estudia artes plásticas y lucha por recuperar sus papeles de identificación, como su acta de nacimiento y credencial de elector -mismas que le quitaron al ingresar al penal- a fin de que se pueda inscribir y estudiar el bachillerato.
“Estoy pagando por haber sido violentada (…) pero voy a seguir trabajando con todo para poder estar con mis hijos, por estar libre y por otra oportunidad”, concluyó Flor.
Un grupo de científicos logró estimar por primera vez la antigüedad de Pando.
Para el visitante desprevenido, Pando no es más que un hermoso bosque de una especie de álamos llamados temblones.
Pero durante miles de años sus raíces han guardado un secreto genético que lo hace aún más interesante.
Ubicado en un área de 43 hectáreas cerca de Fish Lake, en Utah, Estados Unidos, algunos científicos lo consideran “el organismo vivo más grande y más pesado del mundo”.
¿Por qué?
Resulta que los 47 mil árboles que lo conforman están conectados por un sistema de raíces y son idénticos genéticamente.
“Todos estos árboles son en realidad un solo árbol”, le dijo a BBC Mundo el geógrafo Paul Rogers en 2018.
El fenómeno ha atraído durante décadas a los científicos. Y una de las grandes dudas que había respecto de Pando tenía que ver con su antigüedad.
Aunque desde hace tiempo ha sido considerado como uno de los seres vivos más antiguos de la Tierra, los expertos no sabían con certeza su edad.
Ahora, esa duda se disipó luego de que un equipo de biólogos lograra datarlo por primera vez.
¿Su conclusión?
Pando, el árbol más grande del mundo, tiene al menos 16 mil años.
Para estudiar la historia evolutiva de Pando, la bióloga Rozenn Pineau, del Instituto de Tecnología de Georgia, en Atlanta, y sus colegas, recolectaron y secuenciaron más de 500 muestras del árbol, así como de varios tipos de tejidos, incluyendo hojas, raíces y corteza.
El objetivo era extraer datos genéticos, buscando en particular las mutaciones somáticas, que son alteraciones en el ADN que ocurren en las células de un organismo después de la concepción.
Según declaraciones de Pineau recogidas por la revista especializada New Scientist, “al principio, cuando Pando germinó a partir de una semilla, todas sus células contenían ADN esencialmente idéntico”.
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“Pero cada vez que se crea una nueva célula y se replica la información genética, pueden producirse errores que introduzcan mutaciones en el ADN”, explicó.
De acuerdo con el estudio, al observar la señal genética de esas mutaciones presentes en diferentes partes del árbol, los investigadores pudieron reconstruir la historia evolutiva de Pando y estimar su edad.
Cabe recordar que los bosques de álamos se pueden reproducir de dos maneras: una es cuando los árboles maduros dejan caer semillas que luego germinan y, la otra se da cuando liberan brotes de sus raíces, a partir de las cuales nacen nuevos árboles a los que se les llama clones.
Pando no es el único bosque clon, pero sí el más extenso. Como los expertos lo consideran un mismo organismo, suman el peso de todos sus árboles, lo que da como resultado un ser viviente que pesa un estimado de 13 millones de toneladas.
Los investigadores hicieron tres estimaciones diferentes de la edad de este árbol, pues no estaban seguros de si habían pasado por alto algunas mutaciones o si algunas de las mutaciones que identificaron eran falsos positivos.
Suponiendo que los científicos identificaran correctamente cada mutación en la parte del genoma que secuenciaron, la primera estimación dice que Pando tiene unos 34 mil años de antigüedad.
Si los expertos incluyen posibles mutaciones somáticas no detectadas, la segunda estimación —y la menos conservadora— sugiere que el árbol Pando tendría unos 81 mil años.
Y si se considera que sólo el 6% de las mutaciones que observaron los biólogos son “positivas verdaderas”, Pando entonces tendría 16 mil años.
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Considerando todas estas incertidumbres, Rozenn Pineau y su equipo calcularon que la edad del árbol probablemente se encuentre entre 16 mil y 81 mil años.
“Aunque estos escenarios nos dan cifras bastante diferentes, todos apuntan a una conclusión notable: Pando es antiguo”, dijo Pineau a New Scientist.
“Incluso en su edad estimada más joven (16 mil), este clon de álamo ha estado creciendo desde la última edad de hielo”, agregó.
A través de su cuenta de X (Twitter), Will Ratcliff, otro de los biólogos que participó de la investigación, indicó que “para poner la edad de Pando en perspectiva, incluso según nuestra estimación más conservadora, estaba vivo cuando los humanos cazaban mamuts”.
“Según nuestra estimación más antigua, germinó antes de que nuestra especie abandonara África”, agregó.
En el estudio, en tanto, se indica que “independientemente del escenario, estas estimaciones destacan la notable longevidad de Pando (…), lo que lo convierte en uno de los organismos vivos más antiguos de la Tierra”.
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