“Si no respiras al momento de caer, te vas a quedar sin aire”, le comenta el profe Pirata Morgan a una jovencita delgada, bajita y de rostro fino. No es la primera vez que Miku pierde el aire tras una caída: cuando tenía 13 años, la luchadora sufrió un grave golpe cervical que la envió a urgencias.
“Es que está chiquita”, interviene Carroñero, su rival de entrenamiento, un hombre musculoso que le saca medio cuerpo.
“No le hace. Ella está en proceso de imitar, ver, oír. Es la misma exigencia”, agrega Pirata Morgan. “Dale el pinche aventón, no la trates con dulzura”.
En las entrañas de La Merced, el gimnasio Konkreto está oculto detrás de puestos de comida, tuppers y jarciería, rodeado del bullicio de decenas de marchantes que cruzan por la esquina de Fray Servando y Circunvalación.
Por décadas, este ha sido un “santuario de las estrellas y donde nacen las estrellas”, mayormente dominado por gladiadores que forman parte del alma de La Merced, un barrio que hace metáfora del día a día de su gente en el emblemático luchador Fuerza Guerrera.
En la parte superior del Konkreto, a un costado de las desvencijadas máquinas para ejercitarse, el cuadrilátero retumba con las caídas de Miku y sus compañeros, mientras ejecutan los comandos que el profe Pirata Morgan les ordena.
“Aquí no es el estereotipo de hombre o mujer, aquí todos somos iguales y afortunadamente tengo compañeros muy buenos que me han apoyado, me han enseñado”, asegura Miku mientras se recupera del entrenamiento. “Solamente una minoría me ha tocado que discrimine por ser mujer, por mi estatura, por mi personaje o la edad que tengo”.
Desde 1935, cuando Natalia Vázquez abrió la brecha en el cuadrilátero, las mujeres se han enfrentado a la moral de una época encarnada por el regente Ernesto Uruchurtu, que vetó del entonces Distrito Federal a las mujeres gladiadoras: 50 años después, en la Navidad de 1986, las reinas del pancracio volvieron a llenar la Arena Coliseo.
“Hoy en día, varias empresas y arenas nos han dado la oportunidad de estar en un cartel totalmente femenil desde la primera lucha hasta la estelar. Arenas con gran reconocimiento como mi casa la López Mateos, la Naucalpan y la propia Arena México”, asegura Miku.
Israel Aguilar y Claudia Martínez son originarios de Tlalnepantla, Estado de México; el padre fue futbolista, mientras que la madre se dedica al acondicionamiento fitness con baile. Ambos querían que Miku escogiera un deporte, lo que la llevó a practicar karate, gimnasia, basquetbol, futbol y lucha grecorromana desde los tres años.
“Yo diseñé mi máscara desde los ocho años y cada cosa que trae tiene un significado: el corazón al revés significa el amor que le tengo a la lucha libre pero está al revés porque es un amor apache”.
“Tengo una C en japonés y una I, que son las iniciales de mis papás. Atrás tiene una M de Miku”, recuerda la gladiadora, que ahora tiene 17 años.
Aunque las luchadoras Lady Apache, Faby Apache y Marcela le han enseñado la disciplina y jerarquía del ring, desde pequeña Miku quedó fascinada con los combates de la WWE.
“Había un compañerito que me decía que si quería ser su novia y yo siempre le decía que cuando estuviera como John Cena o así veríamos”, recuerda Miku. “No empecé viendo luchas de México, empecé viendo luchas extranjeras. The Undertaker, Kelly Kelly y John Cena fueron mi inspiración”.
Un viejo Tsuru circula por las calles de Chiconautla, Estado de México, mientras la bocina que lleva en el techo anuncia: “La rudeza de La Purga enfrenta a Los Brazos, impresionante lucha aérea, los originales Hijo de Octagón, Ciclón Ramírez Jr. y Huracán Ramírez Jr., lucha femenil cara a cara, Sagitarius y Kali contra Golden Girl y Miku”.
Acompañada por sus padres, Miku camina frente al quiosco de la plazuela. Es una tarde azulada de febrero. Dentro del Centro Cívico de Chiconautla ha sido montado un cuadrilátero alrededor del cual fueron colocadas sillas plegables.
Al fondo, una cortina improvisada con una tela completa una pared de concreto que separa los vestidores de los hombres; a veces, a las luchadoras no les queda de otra más que compartir con sus compañeros. Al menos por hoy, ellas han decidido ocupar un espacio dentro del baño de las mujeres para cambiarse.
“En una ocasión que la contrataron, le tuvo que llamar a mi esposo y le dijo: ‘Sácame de aquí’”, recuerda la madre de Miku. “Como empezó muy chica, ella es muy inteligente y se ha sabido dar cuenta de cómo funciona el medio; entonces, dice: ‘¿Sabes qué? Esto es trabajo y yo no vengo a otra cosa’”.
La lucha libre está en la técnica para aplicar una hurracarrana, resistir un pierrotazo, lastimar la espalda con una cavernaria o aplicar un lance desde la tercera cuerda sin distinción de género.
“No he participado en una marcha del 8M pero me gustaría mucho salir a apoyar. Tengo muy pocas compañeras con las que hablo, con las que son como amigas, y creo que siempre tratamos de hablar ese tema de que somos mujeres y debemos apoyarnos”, dice Miku, aunque reconoce que también se ha sentido vulnerada por otras compañeras.
Miku sale a combate portando dos lanzahumo de colores pastel que atraen la atención de los inquietos niños que ven pasar a ‘la Niña Fina’ de la lucha libre para enfrentarse a sus rivales rudísimas: Kali y Sagitarius.
Entre la máscara, la butarga, las botas y otros aditamentos puede llegar a gastar entre 2 mil y 7 mil pesos que usualmente salen de su bolsa. La garantía, que es el sueldo que pagan los empresarios o promotores al luchador, es un tema volátil que pueden ser 100 pesos o únicamente la oportunidad de estar en el primer encuentro.
“Hay luchadores que empiezan ganando 2 mil pesos y los hay con renombre que vienen ganando hasta 40 o 50 mil pesos por función”, comenta Fernando Pérez, empresario fundador de Universal Lucha Company. “Tiene que ver la trayectoria del luchador, desde dónde lo traes y si tienes que pagar vuelos”.
En otros casos, como el del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL), entre el 30% y 40% de lo recolectado en taquilla se va como garantía al luchador. La diferencia es que el CMLL cuenta con un sindicato y establece una sociedad en la que el empresario gana entre 60% y 70% de lo que entre a taquilla.
“Siempre un hombre va a ganar más que una mujer y en cualquier aspecto siempre hay diferencia: entre ganancias y oportunidades, siempre se llevan la mejor parte los hombres que las mujeres. Entonces, sí, sí ha sido difícil para ella”, comenta Claudia Martínez, madre de Miku.
Para esta guerrera del cuadrilátero, es complicado vivir por completo de la lucha libre; por esa razón, sigue cursando sus estudios de preparatoria con carrera técnica en Enfermería. Aún no decide si será criminóloga o cirujana plástica.
“La cirugía plástica siempre me ha gustado y me gusta mucho la parte estética. De la criminología, me gusta mucho el tema de la Policía de Investigación y quisiera trabajar ahí”, asegura Miku.
El griterío de la multitud se estrella contra el techo de la Arena López Mateos en Tlalnepantla: es el 30 de agosto de 2020, lo más álgido de la pandemia por COVID-19. Miku siente la emoción de pisar de nuevo este recinto de la lucha libre mexicana, pero esta vez no como espectadora sino como debutante.
“De niña, nada le gustó hasta que la llevamos a la Arena López Mateos a una función y ahí conocimos al profe Sádico, ya le pregunté y la llevamos con el profe Rocky que nos dijo: ‘Si aguanta el entrenamiento toda la semana, ya se fregaron porque va a ser luchadora’”, recuerda Israel Aguilar, padre de Miku.
Tal vez fue el calor sofocante, tal vez los nervios, quizá una distracción. Meses atrás se había desvanecido tras una fuerte caída, pero esta vez su tibia se había roto y sus padres pensaron: “Es todo, se va a espantar y no va a volver”.
“Debutar en mi casa, la Arena López Mateos, era mi más grande sueño, y fueron instantes en los que pensaba que eso me iba a retirar y es difícil pensar en dejar la lucha, a tus compañeros. No fue nada fácil, pero me dije: ‘Yo voy a llegar más loca que nada’”.
En sus más recientes funciones, parece que el miedo de volver a hacer una maroma o ejecutar vuelos nunca habitó su espíritu. Baja extenuada del ring y con el mismo cariño que tiene por la lucha se toma fotos con niñas que son espejo de los sueños que alguna vez tuvo.
Las ilusiones no se acaban en un añejo gimnasio escondido en La Merced, en los shows en lejanos pueblos, ni siquiera en la Arena López Mateos; Miku tiene muy claro llegar a la Stardom de Japón y, por qué no, a la WWE.
“Si un día tuviera una hija, vería bien que se dedicara a la lucha. Tengo unos papás súper tranquilos que siempre me han apoyado en todo lo bueno que he hecho y yo sería igual que ellos. La lucha para mí es el amor, es… pues es una magia muy padre que muchas veces no la puedes explicar”.
Su éxito es un giro inesperado para quien de niña era blanco de burlas por su condición social y nunca se sentía lo suficientemente bien en la piscina.
“Me acuerdo que me sacaron del agua los buzos de rescate, y luego, cuando me suben en la en la camilla al buque, veo la bandera de Chile gigante, toda la dotación esperándome y escucho de ‘The Eye of the Tiger’, la canción de (la película) Rocky.
“Me acuerdo de haber estado muriéndome, literal, y también con mucha risa, una emoción muy difícil de describir”.
La mujer a quien le dio ese ataque de risa cuando estaba al borde de la muerte es Bárbara Hernández.
Acababa de ser sacada de aguas antárticas. Su temperatura corporal había descendido a unos peligrosos 25°C. Estaba en las garras de una hipotermia severa.
“Sentir que tiritaba, el estómago frío, la espalda, las piernas, los brazos, es súper incómodo.
“Soy una persona muy controladora. Controlo mucho mis pensamientos, mi cuerpo, mi equipo, lo que hay que hacer, el propósito, qué sé yo.
“Pero esa etapa es la más vulnerable porque no tengo nada que hacer. Tengo que entregarme a esa sensación incómoda y, con fe, creer que va a pasar”.
No solo pasó la sensación sino que ese día, el 5 de febrero de 2023, batió un récord mundial por nadar la distancia más larga de la historia en esas aguas heladas: 2,5 kilómetros.
El año anterior había establecido otro récord Guiness en Cabo de Hornos, en el temido Paso Drake, el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida. La primera milla náutica la nadó en 15 minutos, 03 segundos, con lo cual obtuvo un Récord Guinness por velocidad, y siguió nadando, hasta completar 3 millas (5,5 km), la máxima distancia jamás nadada en ese lugar.
Súmale a eso muchas medallas y copas en campeonatos mundiales en aguas gélidas, además de logros por ser “la primera” en varios retos; por si fuera poco, tiene un magíster en Psicología.
La suya es una experiencia única… ¿qué se siente?
En su país natal, Chile, Bárbara Hernández es conocida cariñosamente como la Sirena de Hielo.
Se especializa en aguas extremadamente frías. Nada, a menudo, rodeada de glaciares, y siempre sin un traje de neopreno o grasa para aislar su cuerpo.
La temperatura del agua puede ser tan baja como 2°C, e, increíblemente, ella puede permanecer ahí durante 45 minutos.
La gente suele suponer que Bárbara creció junto al mar, pero no. Su comienzo fue muy urbano.
Cuando era niña su familia no podía darse el lujo de ir a menudo a la playa.
“Íbamos una o dos veces al año con mucho esfuerzo, tal vez dos días.
“Me acuerdo estar todo el día metida en el agua, y sentir que de verdad era la sirenita de Disney, pero en una versión mucho más latina y morena”.
Sus padres notaron su pasión por el agua, así que la sirenita latina comenzó a tomar clases de natación a los 6 años, de las que no siempre salía feliz.
“Chile sigue siendo un país súper clasista. Y 30 años atrás, se notaban mucho las diferencias socioeconómicas”.
Llegar a los clubes privados en el taxi que su padre conducía y usar trajes de baño de segunda mano “hacía que te miraran feo”.
“Es súper triste saludar y que nadie te conteste.
“Y fue un momento difícil también porque nunca fui lo suficientemente rápida en las competiciones para ser seleccionada para el equipo nacional”.
Puede que no haya sido material para la selección nacional, pero Bárbara tiene una determinación férrea: no iba a dejar la natación.
Desde los 9 años empezó a entrenar con Gabriel Torres.
Entre los dos pensaron que tal vez se estaba enfrentando a retos desatinados, y consideraron otros tipos de competencias.
“Empecé a hacer aguas abiertas los 17 años.
“Fue la primera vez que tuve la oportunidad de ir al sur de Chile, a Valdivia, y la primera vez que vi ríos limpios, pues la única imagen que tenía era la del río Mapocho (que cruza por Santiago de Chile), que en ese tiempo traía mucha basura y era muy café.
“Pensar que podía nadar en un río en el que había cisnes, lobos de mar, y árboles y pasto en las orillas era una locura”.
De hecho, toda la idea era un poco loca.
“No teníamos referentes femeninos de la natación de aguas abiertas”.
“Hubo un nadador que en los 80s nadó el English Channel que era el Tiburón Contreras, pero no había niñas nadando en el mar o mujeres haciendo grandes cruces.
“De hecho, no sabíamos siquiera si era posible, o si me iba a morir ahí en medio del río”.
El intento fue toda una revelación.
“Me di cuenta de que no necesitaba necesariamente ser la más rápida, sino la más perseverante, la que mejor se adaptara a las condiciones a la lluvia, el viento, el oleaje.
“Ahí empezó una semilla. Me pregunté si efectivamente yo podría llegar a ser esa primera chilena, si podría llegar a inspirar a más niñas o mujeres a entrar al mar, a conectar, a aprender”.
La natación en aguas abiertas era una posibilidad atractiva, pero desafiante, pues puede ser peligrosa y necesita una preparación rigurosa.
La hipotermia es una amenaza muy real, y puede ser fatal.
Tanto Bárbara como su entrenador buscaron información en países donde tenían más experiencia con la cultura de agua fría, para prepararse.
Y en 2014 fue invitada a nadar en Argentina, en un lago cerca del glaciar Perito Moreno.
“Fue la primera vez que vi nevar, y estaba al lado de ese tremendo glaciar.
“Era como un festival de natación de invierno. Conocí nadadores de todas partes del mundo, y yo era la más anónima de todo el grupo.
“Pensar nadar ahí y con ellos, me daban mucho miedo. No sabía si era posible, si mi cuerpo se iba a adaptar”.
Pero cuando entró al agua…
“Me di cuenta de que era muy fuerte y que me adaptaba, y pude terminar primera ese circuito”.
Primera de todos, hombres y mujeres, en su primer nado en un glaciar.
“Cuando terminé, miré el glaciar… asombroso, la nieve, las piedras, el no sentir los pies, las manos…”.
Bárbara tenía poco más de 20 años y, a diferencia de muchos en ese deporte, no tenía respaldo financiero. Y es una actividad muy costosa.
Pero a esas alturas no había vuelta atrás: la había invadido la pasión.
Empezó a tocar todas las puertas y, aunque le costó, al final encontró un patrocinador.
“Al principio nadie me conocía, entonces le escribí a muchas de las marcas que ahora me auspician. Les contaba que había un mundial en Siberia en 2016, que tal vez podía traerme un podio.
“Y tuve la fortuna de conocer un gran y querido empresario en Chile, en la Patagonia, y él financió mi primer viaje”.
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Entre el montón de sueños que siempre ha tenido Bárbara Hernández, uno era completar el reto de los Siete Mares.
Es natación de maratón, sin ayuda durante horas y horas, a lo largo de siete de los tramos de agua más difíciles del mundo, en los que enfrentas fuertes corrientes, mares agitados, medusas y tiburones.
Hay muchas reglas, entre ellas que los nadadores sólo pueden usar traje de baño estándar, gorro, gafas protectoras y tapones para los oídos, y está prohibido el contacto físico con el bote de apoyo, aunque su tripulación puede arrojar al agua comida y bebidas.
Solo 34 personas en todo el mundo lo han logrado hasta ahora, pero ninguno de esos detalles la iban a desanimar.
En 2018 superó el primer desafío cuando cruzó a nado el Estrecho de Gibraltar; un año después, cruzó el Canal de Catalina y el Canal de la Mancha, donde cumplió su sueño de convertirse en la primera chilena en hacerlo.
En 2021, tras la pandemia, el reto fue el canal de Molokai, un tramo de agua que separa las islas hawaianas Molokai y O’Ahu.
Son 42 kilómetros a través de un canal en medio del Océano Pacífico, de aguas profundas (701 metros), con corrientes extraordinariamente fuertes y abundante vida marina.
La travesía es larga, usualmente de más de 15 horas, por lo que a menudo se nada en la oscuridad.
“Amo nadar de noche. Me voy muy hacia dentro, a mis pensamientos, a reconocer qué es lo que me da miedo. Aprendí a ponerle nombre al miedo.
“Cuando estoy en el mar creo que lo que me da miedo es fallarle a la gente que ha creído en mí. Eso me angustiaba mucho y tuve que trabajarlo”.
También hay profunda belleza al nadar de noche.
“Hemos nadado con bioluminiscencias con las noctilucas (Noctiluca scintillans, chispa de mar).
“Es muy especial porque te da la sensación de estar soñando. Al mover los brazos, se ven luces alrededor tuyo…
“Y nadar con delfines, escucharlos, verlos, saber que están ahí, es algo realmente muy, muy especial.
“Se acercan mucho -pueden estar a menos de un metro tuyo-, y lo más difícil es seguir nadando pues te dan ganas de quedarte con ellos jugando”.
Suena idílico… nadar de noche, en agua luminosa, con delfines… y de pronto…
“Toqué algo que asumí que era una medusa porque me ardía, pero demasiado: un dolor que llega al hueso. Me acuerdo de haberme dicho: ‘Bárbara, ¿qué te pasa? No es tu primera medusa”.
Pero sí era su primera carabela portuguesa, una criatura particularmente venenosa.
“Me dolió tanto que me puse como a llorar.
“En la siguiente hidratación, pedí un antialérgico y ibuprofeno, pero me seguía ardiendo. Después me asusté porque no podía mover la pierna.
“Seguí, nadando más lento; para mí no era una opción salirme del agua. Y pudimos terminar el cruce.
“Fue muy impresionante poder terminar, muy bonito. Tengo los mejores recuerdos de Hawái. Nadar en un agua tibia turquesa maravillosa -en general estoy acostumbrada a salir con hipotermia-. Era como un sueño”.
No obstante, la carabela portuguesa había hecho estragos.
Tardó seis meses eliminar la toxina de su cuerpo, su pierna siguió entumecida y sufría espasmos por la noche.
Pero Bárbara Hernández insistió en continuar con el desafío, así que en julio de 2022 completó el Canal del Norte, el quinto del reto.
Y luego, se les ocurrió un nuevo plan: ir a Antártida a intentar batir un récord mundial.
Bárbara Hernández no sólo ama la Antártida sino que además quiere crear conciencia sobre el impacto del cambio climático, por ello el intento de récord.
El anterior, establecido en 2015, era de 2,25 kilómetros.
Para batirlo, tenía que nadar 2,5 kilómetros en temperaturas del agua de alrededor de 2°C.
Se dice fácil pero el riesgo de hipotermia es grave.
Tu cuerpo pierde calor más rápido de lo que puede ganarlo. A medida que las extremidades se enfrían, el cuerpo comienza a apagarse lentamente.
Pierdes la capacidad de pensar con claridad. La siguiente etapa puede ser respiratoria. Y, por último, la insuficiencia cardíaca.
Puede haber signos reveladores, por eso, cuando Bárbara está nadando, hay alguien en el bote encargado de tomar la decisión de sacarla: su ahora esposo Jorge Villalobos.
La Armada de Chile se involucró en el proceso de planificación porque tiene mucha experiencia de trabajar en la Antártida.
Tras años de investigación y ensoñación, en febrero de 2023 partieron.
Navegaron 20 días hasta llegar a su destino y, una vez ahí, tuvieron que esperar a que hubiera las condiciones adecuadas para realizar la proeza.
“Eso era crucial. No queríamos mucho viento, ni ballenas, ni focas leopardo, y tampoco pingüinos, porque eso significaba que las focas podían estar cazando”.
Esas focas, de hecho, habían sido sujeto de la planeación previa.
“Hubo hasta reuniones con biólogos marinos para definir el color de mi traje de baño, pues por ejemplo el naranja podía llamarles mucho la atención.
“Las focas leopardo son peligrosas, por eso es tan importante monitorearlas.
“No es que se alimenten de humanos pero identifican sus presas a través del gusto, entonces como que te prueban un poquito y cuando se dan cuenta de que es sangre humana, no les gusta y te dejan ahí.
“Pero, claro, para entonces, uno ya perdió una mano, un brazo o un pie”.
Bárbara cuenta que cuando la tripulación y su equipo discutían lo que podría pasarle, ella se iba a otra parte.
“Hablaban de muchas cosas que te ponen nerviosa”.
“Mi mamá tiene una frase muy linda: no hay que tenerle miedo al miedo, y durante toda mi vida ha significado cosas distintas; a veces significa saber que tu miedo existe, pero que no puede condicionar tu vida”.
Finalmente, se abrió una ventana de oportunidad.
Bárbara se montó a un bote con Jorge, una de sus mejores amigas y el equipo médico, y de ahí saltó al agua.
En algún momento, cuenta, se preocupó pues sentía “el corazón y el estómago frío”, pero se concentró en “nadar, y también tuve momentos muy conectada con el lugar donde estaba, el color del agua, tan transparente y tan salada”.
“Me acuerdo que pensé en el pan calentito con mantequilla que nos daban en el buque, en mis papás, mucho en mis perros… en que era una oportunidad de mostrar Antártica, entonces tenía que hacerlo bien y pelear hasta el final”.
De repente, “escuché los gritos y me asusté”, pero eran gritos de júbilo pues había batido el récord.
Fue entonces que la llevaron al buque donde escuchó la canción del film “Rocky” y le dio ataque de risa.
Pero “la temperatura de mi cuerpo bajó a menos de 25°. La mayoría de las personas se desmayan cuando su temperatura baja a 30°”.
Estaba en riesgo de sufrir un paro cardíaco.
El proceso de recuperación es largo: los médicos tienen que subir la temperatura lentamente, 1° por hora.
“Creo que esa parte fue la más dolorosa para mí”, pero luego estaba feliz: “¡súper emocionante!”… hasta que se dio cuenta de cuán afectada estaba su pareja.
“Jorge terminó muy mal. Estaba muy asustado porque nunca me había visto con tanta hipotermia. Y, ahí me di cuenta de que en verdad me podría haber muerto”.
A estas alturas, quizás te estarás preguntando, ¿por qué lo hace?
“Es una forma distinta de abrazar la vida.
“No es que ande buscando la muerte, ni desafiarla, ni nada de esas cosas raras.
“Creo que es un propósito muy bonito, y que siendo mujer, chilena y latina es un orgullo mostrar con ejemplos que realmente estamos preparadas para grandes cosas”.
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Uno pensaría que tras batir ese récord mundial y ganar numerosas medallas, Bárbara Hernández se tomaría un descanso, pero estaría equivocado.
¿Recuerdas el reto de los Siete Mares?
Le faltaban dos, y tenía fuertes motivos para querer terminarlo: le había prometido a Jorge que se casarían cuando lo completara.
Así que en marzo de 2023, cruzó el Estrecho de Cook, en Nueva Zelanda, y en junio de 2024, el Estrecho de Tsugaru, en Japón, y se convirtió en la primera sudamericana de la historia en lograr tal hazaña.
En septiembre de ese año, se casó en la Laguna del Inca, “en plena cordillera de Los Andes, en las aguas más turquesas y más frías que se puedan imaginar… es un lugar hermoso”.
“Mi vestido fue hecho por Ximena Olavarría, una diseñadora chilena. Tenía más de 3.000 cristales, bordado a mano, y yo parecía una sirena: la sirena de hielo”.
Como habían hecho en otras aguas gélidas, se metieron a la laguna: “Fue súper emocionante”.
Bárbara continúa soñando.
“Quiero volver a la Antártica. Echo de menos los pingüinos. No sé si quiero ir a ver a las focas leopardo tan de cerca, pero sí a las ballenas.
“Cuando pasa mucho tiempo sin ir a los glaciares, sueño con ellos. Es como un llamado, como que una parte mía se queda allá, entonces tengo que volver”.
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