Viviana se dio cuenta de que le gustaban las personas de su mismo sexo solo unos meses después de pisar por primera vez el Centro Femenil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla.
Ahora, 11 años después, valora que ahí encontró la libertad para ser ella misma, y pudo desprenderse del temor que se lo impedía afuera. Con un arcoiris pintado en la mitad de la cara, desde la nariz hasta casi la oreja, su relato pasa pronto de la festividad a la tristeza, porque nunca pudo expresar esa identidad fuera de las rejas, pero piensa que el día para hacerlo podría estar cerca.
Para mediados de 2025, el reclusorio femenil de Santa Martha Acatitla, al oriente de la Ciudad de México, tiene una población total de mil 526 internas, de las que se calcula que unas 250 pertenecen a poblaciones LGBTIQ+.
Viviana tiene 31 años. Desde el reclusorio, del que espera salir el próximo año como resultado de un amparo, cuenta que afuera no podía expresar su verdadera orientación sexual porque le daba miedo el estigma, y la respuesta de la familia y la sociedad. A veces, dice, se impone mucho el estereotipo de que no está bien, “o no es de Dios, porque en la Biblia dice que no es correcto”.
“Creo que tal vez por eso yo no me atrevía a descubrirme al 100 %”, dice en entrevista desde el reclusorio a finales de junio, que se celebra alrededor del mundo como Mes del Orgullo LGBTIQ+ en conmemoración a los disturbios de Stonewall de junio de 1969 en Nueva York, considerados un punto de inflexión para la lucha por los derechos de las personas LGBTIQ+.
Para Viviana, llegar a la prisión cambió todo porque fue como si de pronto no tuviera que esconderse de nadie. Ahí no había quien se espantara por ver a una mujer de la mano de otra. “Aquí eres muy libre, o sea, y es como triste y raro a la vez porque pues aquí es la cárcel, pero por lo menos interiormente en ese tema eres libre”, sostiene con un tono agridulce.
La joven hace un esfuerzo adicional para que su voz se escuche entre la música a todo volumen y el bullicio de los festejos LGBTIQ+ en la prisión. Aunque mucho más limitados que en el exterior, la diversidad también se nota. De entrada, porque los colores azul marino, beige y gris dejan de ser los predominantes, como ocurre casi todo el tiempo en el reclusorio.
Frente a ella, una mariposa formada con plumas de colores también contribuye a darle vida al fondo gris de una pared donde al otro lado, las internas ocupan las cabinas telefónicas, mientras que en el muro que hace esquina un collage de frases diversas, escritas y pegadas en hojas de colores, hablan de lo que para muchas de sus compañeras significa pertenecer a las poblaciones LGBTIQ+.
Las banderas de colores colgadas arriba de un escenario, o formadas con tiras de papel de china al centro de los kioscos del patio central, e incluso algunos arcos de globos de colores, le dan un tinte muy diferente a la opacidad característica de la prisión, tanto en el gris de sus muros, como en el azul marino que distingue a las internas sentenciadas de aquellas vestidas de beige, que aún transitan un proceso pero perdieron su libertad –e incluso pueden pasar años así– sin tener una sentencia.
La fiesta, igual que ocurrió el sábado 28 de junio en las calles de la Ciudad de México, en esta comunidad cautiva también inició temprano, aunque un par de días después. Unas horas antes de que el verdadero espectáculo comenzara, los preparativos ya eran evidentes. No sólo por el escenario montado, sino porque en el fondo del patio, sobre una estructura pentagonal, seis internas ensayaban la coreografía que presentarían más tarde a ritmo de reggaeton.
A unos cuantos pasos, en varias mesas de ese espacio abierto, donde las internas de vez en cuando pueden tener un atisbo del cielo y el sol en medio del encierro, pequeños grupos de ellas se ayudaban unas a otras a maquillarse para la ocasión. En esas condiciones, la intemperie es la única medida del tiempo, porque las horas dentro, incluso para los visitantes, se vuelven mucho más largas que la vida que transcurre afuera.
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“Yo soy su maquillista”, decía orgullosa una de ellas. A esa hora de la mañana, cerca de las 10, el ambiente aún era apacible, y resultaba difícil imaginar que tan sólo un par de horas más tarde, Shakira, Britney Spears o Rosalía —personificadas por mujeres privadas de su libertad— se adueñarían del escenario y llenarían el aire de tonadas de consuelo para aquellas que no pudieron salir a festejar a las calles.
Viviana continúa con su historia: llegó a Santa Marta Acatitla a los 20 años, y ya a los 21 se dio cuenta de su identificación con las poblaciones LGBTIQ+. En general, dice, su experiencia en ese sentido ha sido positiva, porque existen eventos de celebración en junio y porque la mayoría no la ha juzgado. Reconoce, sin embargo, que también hay algunas personas cristianas o religiosas que llegan a hacer señalamientos, pero la comunidad, asegura, la ha acogido.
“Como que te abrazan, como que te apoyan”, puntualiza. Quizá no es lo mismo, reconoce, para las chicas trans, que algunas veces tienen que lidiar con custodias que no se refieren a ellas de la manera adecuada o las malmiran, pero entre las poblaciones han aprendido a defenderse e incluso a señalarles que no deben hablarles así. No ocurre con todas, aclara, pero sí llega a suceder.
Para ella, es importante visibilizar el tema incluso en la prisión, porque hay personas que aún no entienden que no es una enfermedad, sino una orientación con la que se nace. Reprocha que actualmente existan incluso suicidios porque las personas LGBTIQ+ no encuentran el apoyo que necesitan en casa y con su familia, y como a ella le sucedió alguna vez, les da miedo salir al mundo.
“Muchas veces nos rescata el mundo, pero cuando no lo tienes desde pequeña, creo que interiormente y espiritualmente es algo que te quiebra, que te rompe cuando no tienes ese apoyo”, confiesa. Por eso, para ella, tener un festejo en la prisión “está muy chido”.
“Nos permiten expresarnos, nos permiten vestirnos como queremos, pintarnos desde la esencia, desde lo que tú eres. Aquí en la cárcel de pronto no nos dejan usar playeras muy chiquitas o ropa ajustada y así; hoy es para nosotros como el día en que tú te peinas como quieres, te pintas como quieres y puedes andar con ropa chiquita, o sea como que eres muy tú”, sostiene.
Ahora que ella reconoce públicamente su orientación sexual, anhela el día en que pueda hacerlo en las calles, como lo ha visto en la tele. Gracias a ese medio que se ha dado cuenta, al paso de los años, de que los tiempos ya no son como cuando ella llegó al reclusorio, sino que hay mucha más visibilidad y aceptación, incluso de algunos líderes religiosos. A Viviana le da gusto que mucha más gente esté “fuera del clóset”.
En las celebraciones de este 2025 de la visibilidad LGBTIQ+ en el reclusorio, decidió bailar porque desde que estaba afuera siempre le había gustado, pero no sabía que tenía la habilidad para hacerlo. Esa es otra cosa que descubrió en la cárcel. Ahora, incluso monta coreografías, pone algunos pasos y se ha dado cuenta de que tiene ese don, y que además puede aprender y desarrollarlo.
“Hay quienes ya nacen con eso, y yo aquí en la cárcel lo descubrí. Entonces apoyé con las coreografías, hubo un coreógrafo que también vino de la calle y apoyó, se llama Nico, y él estuvo como reforzando conmigo, porque obviamente yo con él me nutro como esponjita, porque es un profesional. En algún momento, ya me falta poquito para irme, espero poder hacerlo”, asegura mientras la voz se le quiebra porque han pasado 11 años, pero hace un mes le resolvieron su amparo y está un año más cerca de su libertad.
Apenas unos años atrás, la prisión de Santa Martha Acatitla comenzó a tener su propia versión de las celebraciones LGBTIQ+, que afuera de la cárcel inundan las calles, particularmente del centro de la Ciudad de México, con diversas banderas, protestas y expresiones. Azul, a diferencia de Viviana, recuerda muy bien cómo era vivir todo eso.
Cuando estaba afuera, relata, se juntaba con un grupo de chicos gays y chicas lesbianas. Se reunían en la estación del metro Bosque de Aragón, en la rampa hacia el bosque, y de ahí iban a Zona Rosa “a tomar el cafecito o a un antro”.
“De pronto a bailar; la verdad mi convivencia dentro del ambiente LGBT siempre ha sido como sana, de pronto una copita o así, pero la verdad es que a mí me fascina, me siento orgullosa de la persona que hoy soy, y realmente allá fuera ir a las marchas gay era algo súper fascinante, porque ves a muchísima gente de todos los estados, de la Ciudad de México, o incluso de otros países, y somos una diversidad sexual súper grandísima”, cuenta.
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Aunque en la cárcel la celebración no tiene las mismas dimensiones, se siente contenta con el hecho de poder festejar su día, de hacerse visibles y hacer notar que tienen derechos, que son iguales que cualquier otra persona, y que solo hay diferencias, quizá, en la forma de vivir o en las decisiones que cada quien toma. Y que muchas, como ella, se reconocen y se aceptan tal como son.
A diferencia de Viviana, ella lo ha sabido desde que era una niña. “Yo me identifico siendo una chica lesbiana desde muy chiquita. Tenía la edad como de cuatro, cinco años, y ahí fue cuando me fui dando cuenta de que realmente lo que me gustaba era mi mismo sexo. Sí fue algo de pronto un poco complicado, porque, ya sabes, los estigmas de la gente, la discriminación, y todas esas cosas”, cuenta.
En ese tiempo, para Azul fue difícil hablar con su familia, específicamente con su mamá. Además, tiene un hermano gay que, igual que ella, desde muy chiquito se dio cuenta de que le gustaban los niños. Esa fue una parte positiva, porque abrió la confianza entre ambos, se fueron desenvolviendo juntos y compartieron el proceso de decírselo a su mamá.
Con el tiempo, se volvió un poco más fácil, cuando ella lo aceptó y todo empezó a fluir. Incluso cree que su mamá lo había empezado a notar desde que a cierta edad, a ella le hablaban puras niñas, y finalmente, decidió platicar con ella acerca de su orientación y de la de su hermano.
“Fue algo bien chistoso, porque yo primero como que ayude a mi hermano, a Jesús, a hablar con mi mamá sobre ese tema; mi mamá era como en el tiempo de antes, como muy cerrada, eran esos años donde todo estaba así como mal visto, como que eso no podía ser”, relata.
Desde que Azul vive en reclusión, confiesa, ha sido complicado el aspecto de descubrir realmente quién es, de aceptarse y reconocerse como tal. Ahora sabe, con más especificidad, que es una chica lesbiana con una expresión masculina, que se considera una “tomboy”, porque así se enuncia al interior de la comunidad, donde la variedad de orientaciones y expresiones es cada vez más amplia, opina.
Otro aspecto complicado han sido las relaciones, que califica como mucho más intensas por las condiciones de encierro. “Somos mujeres como muy aprehensivas, como muy intenso todo de pronto, y esa parte ha sido un poco complicada, pero bueno, me he dado la oportunidad de tener varias experiencias”, platica.
Dentro de la intensidad y la aprehensión, hay también historias que sorprenden. Durante la celebración LGBTIQ+ una de las internas cuenta que en Santa Martha Acatitla hay una pareja de mujeres conocida porque una de ellas dejó a su esposo después de conocer adentro a quien ahora es su compañera. La otra ha obtenido su libertad y regresado más de cinco veces intencionalmente porque no quiere dejarla sola.
Al igual que Viviana, Azul piensa que es importante visibilizar el tema de la diversidad sexual incluso dentro de la prisión, para ser escuchadas, levantar la voz por un alto a la discriminación y al bullying, y a todo el rechazo que se ha visto durante muchos años. “La verdad es que creo que todas merecemos la oportunidad de ser felices como seamos, como queramos vestir”, remarca.
Aclara que, para ella, la forma de vestir no tiene nada que ver con lo que las personas son o deciden ser, ya sea hombres, mujeres o personas trans, pues se trata de expresiones libres. Lo importante es que todas –continúa– puedan expresarse y tomar decisiones asertivas con la conciencia de que existen límites, y que, de la misma forma, se respeten todas las diversidades y los diferentes tipos de personas que existen.
En la celebración LGBTIQ+ de este año, Azul decidió cantar a partir del estímulo que tiene en el reclusorio. Hace años que ella no recibe una visita, como ocurre con muchas mujeres que, en contraste con los reclusorios varoniles, son abandonadas en la prisión con mucho más frecuencia que los hombres. Sin embargo, su buena conducta y actividad en otras áreas, le ha dado “chance” de vivir en el encierro, que es un mundo muy diferente al de afuera.
“Aun lejos de estar en este lugar, seguimos siendo seres humanos y personas que tal vez cometimos un error o nos equivocamos, pero nunca es tarde para volver a empezar, y yo aquí me dedico a cantar, me gusta mucho la música y uno de mis grandes sueños es poder el día de mañana poner un pie afuera de este lugar, alcanzar mis sueños y tal vez llegar a ser una grande artista, por así decirlo”, desea.
Junto con chicas y chicos trans de la comunidad, a quienes les gusta bailar, propuso también cantar. En el escenario del festejo, el suyo fue uno de los primeros números. A Azul le gustan todos los géneros, pero “Cruz de navajas” y “Mujer contra mujer”, de Mecano, fueron las canciones que se escucharon a través de su voz, mientras las internas sentadas en varias mesas frente al escenario coreaban los fragmentos más simbólicos entre rocíos de espuma blanca, gritos, la algarabía de un día y los antojitos que varias prepararon para comer y vender.
Varios momentos dieron cuenta del entusiasmo, pero uno de los más estridentes se dio cuando una cantante externa –que agradeció las veces que ha podido acompañarlas en el reclusorio–, después de interpretar varias del repertorio de Gloria Trevi, llegó finalmente al coro de “Todos me miran”, una de sus canciones más populares entre las poblaciones LGBTIQ+:
“Y me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones, me pinté y era bella, y caminé hacia la puerta, y te escuché gritarme, pero tus cadenas ya no pueden pararme, y miré a la noche, y ya no era oscura, era de… lentejuelas”, cantaron a una sola voz las mujeres privadas de la libertad reunidas bajo del escenario.
“Si todo mundo puede ser lo que quiere ser, ¿ustedes por qué no, chicas? Amor es amor”, se había escuchado durante la apertura de la celebración LGBTIQ+. Los coros, las frases y las consignas recordaban por momentos a las que se expresaron el sábado 28 de junio lejos de las rejas de Santa Martha Acatitla, y que quizá pronto Viviana y Azul replicarán en libertad.
En las próximas horas, se espera que la justicia mexicana dé a conocer la condena que deberán cumplir los condenados.
Culpables. Este fue el veredicto que la justicia mexicana emitió contra diez sujetos detenidos por su participación en los crímenes ocurridos en el Rancho Izaguirre.
La decisión la adoptó el Tribunal de Enjuiciamiento Colegiado del Distrito I de Puente Grande (Jalisco), el cual este lunes, tras una semana de juicio -en la que se presentaron 20 testimonios y diversas pruebas materiales- concluyó que los acusados eran responsables de los delitos de desaparición y homicidio en contra de tres personas.
Se espera que en las próximas horas se anuncie la pena que deberán cumplir los acusados, cuya identidad solo ha sido informada parcialmente por las autoridades.
El Rancho Izaguirre -que se ubica en la región agrícola de Teuchitlán, a una hora de la ciudad de Guadalajara, en el oeste del país- ocupó titulares de la prensa mundial en marzo pasado, cuando la organización Guerreros Buscadores de Jalisco ingresó en su interior y aseguró haber encontrado restos humanos, así como cientos de prendas y calzado.
Con estos hallazgos, la agrupación aseguró que el recinto era un centro empleado por presuntos miembros del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) no solo para reclutar y entrenar a jóvenes que se sumarían a sus comandos, sino también para asesinar a aquellos que se interpusieran en su camino.
Esta hipótesis ha sido rechazada por el fiscal general del país, Alejandro Gertz Manero, que lo considera solo un centro de reclutamiento.
Los ahora condenados fueron aprehendidos el 18 de septiembre de 2024, luego de un enfrentamiento con agentes de la Guardia Nacional en las inmediaciones del Rancho Izaguirre, recordó el diario mexicano Milenio.
Las autoridades acudieron luego de recibir denuncias sobre disparos en la comunidad de La Estanzuela, cercana a la finca.
Tras controlar la situación, los uniformados ingresaron al predio, donde detuvieron a los diez sujetos y allí localizaron a una persona sin vida y rescataron a otras dos que estaban retenidas, informó en su momento la Fiscalía de Jalisco.
Durante la operación fueron encontradas grandes cantidades de ropa y objetos personales.
Sin embargo, no fue sino hasta meses después que se comenzó a sospechar que la finca era un centro de entrenamiento y exterminio del crimen organizado. ¿La razón? Los miembros de Guerreros Buscadores de Jalisco volvieron a entrar a la propiedad y realizaron varios hallazgos.
La difusión de imágenes de cientos de zapatos, huesos calcinados, casquillos de bala y cartas de despedida de algunas de las personas que permanecieron en el sitio, que los activistas encontraron en la propiedad, conmocionó a parte de la sociedad mexicana.
Desde hace varios años, Guerreros Buscadores de Jalisco y otras organizaciones similares han denunciado que los jóvenes son atraídos por grupos criminales con ofertas de empleo engañosas y promesas de sueldos atractivos, y que las víctimas terminan en sitios como el que funcionaba en Teuchitlán para ser entrenados en el crimen o morir.
Un informe publicado en 2023 por la organización mexicana Tejiendo Redes Infancia indica que entre 30.000 y 35.000 menores de edad son víctimas de reclutamiento forzado cada año en México.
Por su parte, más de 125.000 personas han desaparecido en los últimos años en el país, reconoció hace unas semanas la Secretaría de Gobernación (Ministerio del Interior), la cual reportó que el 90% de estos casos ocurrieron a partir de 2006 y de más de 60.000 personas se les perdió el rastro desde 2019.
La mayoría de las víctimas son hombres jóvenes: hay unos 40.000 desaparecidos cuyas edades oscilan entre los 20 y 34 años, de acuerdo con las cifras oficiales.
Las afirmaciones de que el Rancho Izaguirre era otro sitio de exterminio del crimen organizado, similar a los otros cinco que han sido encontrados en las últimas dos décadas en distintas parte del país, fueron rechazadas por las autoridades mexicanas.
“¿Había ahí un sitio de cremación? No hay una sola prueba que acredite ese dicho”, aseguró el fiscal general de México, Alejandro Gertz Manero, el pasado 29 de abril.
“¿Qué es lo que sí se ha encontrado? Se han encontrado zanjas y algunos agujeros donde (los criminales) hacían fogatas”, agregó el funcionario.
Respecto a los restos óseos encontrados, el fiscal admitió que fueron hallados algunos, pero negó que los mismos puedan considerarse como una prueba de que el rancho era un centro de exterminio.
“Se encontró una pequeña vasija con fragmentos muy pequeños de huesos con una antigüedad muy importante”, dijo.
Gertz aseveró que todas las evidencias apuntan a que el recinto era una base de los narcotraficantes que operan en la zona.
“Tenemos ya totalmente probado que ese era un centro de reclutamiento, adiestramiento y operación del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Eso está probado por confesiones, testimonios, documentos”, declaró.
Por este caso también fue detenido en mayo pasado el alcalde de Teuchitlán, José Murguía Santiago, a quien la Fiscalía señala de aliarse con el CJNG para facilitar sus operaciones en la zona, a cambio de dinero. Unas versiones que el exfuncionario ha negado.
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