El olor a combustible inunda los pulmones al caminar por las calles de las colonias CTM Aragón y Cuchilla del Tesoro, al norte de la Ciudad de México, el cual los vecinos de la alcaldía Gustavo A. Madero empezaron a denunciar desde enero de este año. En algunas casas el agua presenta un color amarillento.
Fue hasta hace unos días, a raíz de un cierre de la Avenida Texcoco por parte de los habitantes a manera de protesta, que las autoridades capitalinas y federales atendieron con más intensidad la denuncia de que los drenajes de sus casas, particularmente en los baños y cocinas, y las calles olían a combustible.
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Es un aroma que en calles como Avenida 604 y las Oriente 1 a 13 se percibe más fuerte y puede provocar mareos, dolores de cabeza, irritación de garganta y náuseas.
Las primeras denuncias que hicieron los vecinos ante la Secretaría de Gestión de Riesgos y Protección Civil (SGRPC) datan desde enero y febrero, pero no fue hasta finales de febrero que empezaron a llegar trabajadores de Petróleos Mexicanos (Pemex) para revisar los ductos que corren por debajo de las avenidas de la alcaldía Gustavo A. Madero.
Mary, una vecina de la CTM Aragón, indicó que el 22 de febrero obtuvieron seguimiento por parte de las autoridades, pero fue poco el movimiento a comparación de las actuaciones de ahora, cuando tanto a nivel federal como local hacen la limpieza diaria de los registros y las tuberías en la zona.
“Algunos vecinos estuvieron exigiendo que vinieran a revisar esto, porque el olor realmente, hoy día, ya es muy fuerte, en la parte de las [avenidas] 604, 699 y 661”, señaló.
Fabiola Garzón, vecina de Cuchilla del Tesoro, resaltó que hace al menos tres semanas comenzaron a reportar a Protección Civil que la situación se había expandido a su colonia, pero “no nos hacían caso”, motivo por el cual decidieron cerrar Avenida Texcoco.
Ella está segura que la falta de atención oportuna a la problemática que comenzó en la colonia vecina de CTM Aragón es la razón por la cual se expandió la zona afectada.
“Al principio incluso nos dijeron que [el olor] no era nada, que no era dañino para nosotros”, recordó Garzón.
Llegaron pocos camiones de Pemex a inspeccionar en febrero y revisar coladeras, acompañados de elementos de la Guardia Nacional y del Ejército, detalló la vecina de CTM Aragón, pero no en la medida que lo hacen ahora.
Por su parte, la Secretaría de Gestión de Riesgos indicó que en ese mes la paraestatal comenzó a operar en la zona y detectó “variaciones en el flujo del hidrocarburo”, a partir de lo cual identificó tres tomas clandestinas que inhabilitó “de forma inmediata”.
Pero las labores de limpieza de ductos y el desazolve, argumentó la vecina de la CTM Aragón, empezaron hasta hace unas tres semanas.
En ese momento, personal del Sistema de Aguas capitalino (SACMEX) y de la SGIRPC realizaron mediciones de niveles de explosividad y la revisión mediante excavaciones y perforaciones de ductos.
La falta de información sobre los avances por parte de las autoridades, y la ausencia de servidores de la alcaldía, entre febrero y junio provocó que los vecinos redactaran una carta, fechada el 13 de junio, para reclamar que “en ningún momento se avisó a los vecinos acerca de que existiera algún peligro de la integridad de los pobladores”.
Para ese momento, se habían sumado vecinos de cinco colonias en la zona norte de la capital del país.
Cuatro días después, los vecinos redactaron una nueva carta dirigida a la titular de la SGIRPC, la arquitecta Myriam Urzúa, y a la alcaldía Gustavo A. Madero, para nuevamente exigir que se les informara de la situación y el posible riesgo para los habitantes.
Por su parte, Fabiola Garzón detalló que empezó a percibir el olor a combustible en su hogar hace un mes, cuando notó que se desprendía un olor fuerte desde el baño.
“Del baño ya pasó a lavaderos y a cocina, a las alcantarillas de la calle, también, ya despiden el aroma”, expuso.
Los registros tenían agua amarilla, compartió, mientras señalaba en fotografías, el color del agua que había extraído de su hogar, que supuestamente era potable.
A partir de la protesta que realizaron vecinos, las autoridades comenzaron a hacer visitas de tres a cuatro veces diarias para hacer lavados en los registros, compartió, con lo cual ha empezado a disminuir la contaminación del combustible en el agua.
En las semanas previas a la limpieza, expuso Garzón, su familia experimentó irritación en la garganta y ojos, así como dolor de cabeza.
Aunque la problemática empezó a inicios de año, hasta hace una semana se colocó una carpa de atención médica para quienes fueron afectados por la inhalación de combustible, lo cual provoca desde dolores de cabeza hasta náuseas e irritación en la garganta.
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Los funcionarios que atienden en dicho centro aseguraron que han tenido pocos pacientes con relación a la presencia de hidrocarburos, pero los vecinos de la Cuchilla del Tesoro aseguraron que los habitantes de todas las calles del Mercado local hacia el norte —que abarcan de Oriente 1 a 15– fueron afectados en mayor o menor medida.
Por ello, Mary de la CTM Aragón hizo un llamado a que las labores de limpieza y atención a la problemática continúen hasta que mejoren las condiciones ambientales y de los ductos en las colonias afectadas.
“Necesitan seguir, que no nos dejen, que sigan trabajando, y si realmente existe lo del famoso huachicoleo, que ojalá encuentren dónde está y que logren quitar el problema, porque realmente está grave”, pidió la señora a las autoridades.
Durante más de seis meses Gurpreet viajó en su intento de cumplir el sueño americano. Pero no tuvo éxito y fue deportado.
Gurpreet estaba esposado, sus piernas atadas con una cadena que subía hasta su cintura. Él estaba siendo dirigido por la patrulla fronteriza de Estados Unidos hacia un C-17, un poderoso avión militar.
Era 3 de febrero de este año y después de meses de un largo viaje, él se dio cuenta de que el sueño de vivir en EE.UU. se había acabado. Estaba siendo deportado a su país, India.
“Sentí que el suelo se resbalaba debajo de mis piernas”.
Gurpreet, de 39 años, fue uno de los miles de indios que en los últimos años han gastado sus ahorros para cruzar varios continentes con la idea de entrar de forma ilegal a EE.UU. a través de su frontera sur y de ese modo escapar al desempleo que acosa a la India.
Se estima que hay unos 725.000 indios indocumentados viviendo en EE.UU., la tercera nacionalidad más numerosa después de los mexicanos y los salvadoreños, de acuerdo a las cifras del Pew Research Center de 2022.
Ahora Gurpreet se ha convertido en uno de los primeros indios indocumentados que han sido deportados desde que Donald Trump asumió la presidencia de EE.UU., con la promesa de hacer una deportación masiva como prioridad.
La intención de Gurpreet era solicitar asilo basado en las amenazas que él dice que recibió en India, pero -en el marco de la orden ejecutiva de Trump de devolver a los migrantes sin darles ni siquiera la posibilidad de una audiencia para solicitar asilo- fue enviado de vuelta sin que su caso fuese siquiera considerado.
Cerca de 3.700 indios fueron deportados durante la era de Joe Biden, pero las nuevas imágenes de estos migrantes siendo deportados con esposas y cadenas en los pies ha generado una fuerte reacción en India.
La oficina de la Patrulla Fronteriza de EE.UU. publicó un video en internet con esas imágenes, acompañadas de una música estrambótica y la advertencia: “Si cruzas de manera ilegal, serás expulsado”.
“Estuvimos sentados, esposados y encadenados por más de 40 horas. Incluso las mujeres fueron tratadas de la misma manera. Solo a los niños no los encadenaron”, le dice Gurpreet a la BBC en India.
“No nos permitían pararnos. Si queríamos usar el baño, teníamos que estar escoltados por un soldado y solo nos quitaban una de las esposas”, añade.
Los partidos de oposición en el parlamento indio protestaron frente a lo que señalaban era un “trato inhumano y degradante” para los deportados.
“Hay muchos comentarios de que el primer ministro de India, Narendra Modi, y Donald Trump son buenos amigos, entonces, ¿por qué permitió esto?”, le dijo a la BBC Priyanka Gandhi Vadra, un líder de la oposición.
Por su parte, Gurpreet dice: “El gobierno indio debió decir algo sobre esto. Ellos debieron decirle a EE.UU. que hiciera las deportaciones como las hacía antes, sin las cadenas ni las esposas”.
El vocero de la oficina de Relaciones Exteriores de India señaló que el gobierno ha comunicado a EE.UU. estas preocupaciones y, como consecuencia, en los siguientes vuelos no se encadenaron a las mujeres.
Pero las imágenes intimidantes y la retórica de Trump parecen haber conseguido el objetivo, al menos como efecto inmediato.
“Nadie va a tratar de ir a EE.UU., sobre todo por una ruta ilegal y complicada, mientras Trump esté en el poder”, dice Gurpreet.
A largo plazo, esto podría depender de si continúan las deportaciones, pero por ahora muchos de los traficantes indios, llamados localmente “agentes”, se han escondido por temor a redadas en su contra por parte de la policía india.
Gurpreet relata que las autoridades indias le pidieron el teléfono del “agente” que él había utilizado para ir hasta EE.UU., pero el traficante ya no podía ser localizado.
“No los culpo. Nosotros queríamos ir, era nuestra decisión. Ellos no vinieron a buscarnos”, señala Gurpreet.
Aunque las cifras del gobierno ponen la tasa de desempleo de apenas 3,2%, lo cierto es que la realidad es más precaria para muchos indios.
Solo el 22% de los trabajadores tienen salarios regulares. La mayoría de ellos son independientes y cerca de una quinta parte de ellos son “ayudantes sin paga”, que incluyen a decenas de mujeres que trabajan en negocios familiares.
“Dejamos India porque nos vimos obligados a hacerlo. Si tuviera un empleo que me pagara al menos 30.000 rupias (US$340) al mes, podría ayudar a mi familia y nunca pensaría en irme”, anota Gurpreet, quien tiene a su esposa, un bebé y su madre que dependen de él.
“Se puede decir lo que sea sobre la economía en el papel, pero necesitas ver la realidad en la calle. No hay oportunidades para nosotros, para trabajar o crear un negocio”, añade.
La compañía de camiones de Gurpreet estuvo entre las empresas, fuertemente dependientes del dinero en efectivo, que fueron duramente golpeadas cuando el gobierno indio, con apenas cuatro horas de aviso, retiró cerca del 86% de los billetes que estaban en circulación en el país.
Eso hizo, explica Gurpreet, que sus clientes no le pagaron más y él no pudo mantener a flote su negocio.
Y otro pequeño negocio que había montado, dedicado al manejo de logística para otras compañías, también colapsó debido a la pandemia del Covid-19.
También relata que pidió visas para viajar a Canadá y a Reino Unido, pero sus aplicaciones fueron rechazadas.
Entonces, con todos sus ahorros y con la ayuda de familiares, logró juntar cerca de US$45.000 para pagarle a un traficante para que lo ayudara en su viaje.
El 28 de agosto de 2024, él voló desde la Indiana hasta Guayana para iniciar su viaje a EE.UU.
Gurpreet marcó todas las paradas que hizo en un mapa que tiene en su teléfono.
Desde Guyana él viajó a través de Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, la mayoría de las veces en bus, otras en carros y en bote y una parte pequeña en avión, pasando de traficante a traficante y detenido y liberado por algunas de las autoridades de los países.
En Colombia, los traficantes trataron de ponerlo en un avión hacia México, para de esa forma evitara atravesar el Tapón del Darién.
Pero la inmigración colombiana no le permitió abordar el avión, por lo que tuvo que hacer el peligroso viaje por la selva.
Un territorio denso e inhóspito entre Colombia y Panamá, el Tapón del Darién solo puede ser cruzado a pie, con riesgo de sufrir accidentes, enfermedades y ataques de bandas criminales.
El año anterior, 50 personas murieron intentando cruzar el Darién.
“No estaba asustado. He sido deportista toda mi vida, así que pensé que iba a estar bien. Pero fue la parte más dura. Caminamos durante cinco días por ríos y selvas. En muchas partes, mientras atravesaba un río, el agua me llegaba al pecho”, recuerda Gurpreet.
Cada grupo estaba acompañado por un contrabandista, o un “donker”, como Gurpreet y otros inmigrantes los llaman, una palabra aparentemente derivada del término “ruta del burro”, utilizado para referirse a los viajes de migración ilegal.
A la noche, levantaban carpas en la selva, comían un poco y trataban de descansar.
“Llovió todos los días que estuvimos ahí. Estábamos mojados hasta los huesos”, señala.
Primero los llevaron por unas montañas y después por un camino marcado con bolsas azules, que habían puesto los traficantes.
“Mi pie comenzó a hincharse, las uñas estaban destrozadas y las palmas de las manos estaban secas. Pero tuvimos la fortuna de no encontrarnos con ladrones”, explicó.
Cuando llegaron a Panamá, Gurpreet explica que él y cerca de 150 otros migrantes fueron detenidos y llevados a un lugar que lucía como una cárcel.
Tras 20 días detenidos fueron liberados y después, tras un mes de travesía, finalmente llegaron a México después de pasar por Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala.
Gurpreet anota que ellos esperaron por cerca de un mes en México hasta que hubo una oportunidad de cruzar la frontera cerca de San Diego.
“No escalamos un muro. Hay una montaña cerca que escalamos. Y hay un alambre de púas que el ´donker´ cortó”, dijo.
Gurpreet entró en los EE.UU. el 15 de enero, cinco días antes de que el presidente Trump asumiera el cargo, creyendo que había llegado justo a tiempo, antes de que las fronteras se volvieran impenetrables y las reglas se tornaran más estrictas.
Una vez en San Diego, se entregó a la Patrulla Fronteriza de los EE. UU. y luego fue detenido por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por siglas en inglés).
Durante la administración Biden, los inmigrantes ilegales o indocumentados comparecían ante un oficial de inmigración que realizaba una entrevista preliminar para determinar si cada persona tenía un caso de asilo.
Si bien la mayoría de los indios emigraron por necesidad económica, algunos también se fueron por temor a la persecución debido a sus antecedentes religiosos o sociales, o su orientación sexual.
Si pasaban la entrevista, los liberaban, a la espera de una decisión sobre la concesión de asilo por parte de un juez de inmigración.
El proceso a menudo demoraba años, pero se les permitía permanecer en los EE.UU. mientras tanto.
Esto es lo que Gurpreet pensó que le sucedería. Había planeado buscar trabajo en una tienda de comestibles y luego dedicarse al transporte de camiones, un negocio con el que está familiarizado.
En cambio, menos de tres semanas después de entrar en los EE. UU., se encontró siendo conducido hacia ese avión C-17 y regresando al lugar de partida.
En su pequeña casa en Sultanpur Lodhi, una ciudad en el estado norteño de Punjab, Gurpreet ahora está tratando de encontrar trabajo para pagar el dinero que debe y mantener a su familia.
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