Para entender mejor
Un informe preliminar de la Secretaría de Educación de Tamaulipas (SET) revela que 70 escuelas fueron objeto de actos vandálicos y robos durante la primera semana de las vacaciones de verano, lo que enciende las alarmas sobre la vulnerabilidad de la infraestructura educativa en períodos de receso.
Durante la pasada Semana Santa, la SET identificó entre 600 y 700 planteles en zonas de riesgo por vandalismo, y señaló que alrededor de 370 habían sido robados en años anteriores.
En un caso extremo, la telesecundaria “Luis Puebla y Cuadra” en Ciudad Victoria registró 87 robos, cifra que la convierte en la escuela más saqueada a nivel nacional.
Ante esta situación, la SET promovió patrullajes nocturnos con apoyo de la Guardia Estatal y policías municipales, en coordinación con los ayuntamientos.
La jefa del Centro Regional de Desarrollo Educativo en Matamoros (Crede), Mara Castillo Marín, explicó que dispositivos regionales mapean los planteles vulnerables para reforzar la seguridad en colaboración con la Guardia Estatal y cuerpos municipales.
La diputada local de Morena, Yuriria Iturbe Vázquez, hizo un llamado a la sociedad civil —familias y vecinos— para actuar como vigías y denunciar cualquier actividad sospechosa.
El secretario de Educación estatal, Miguel Ángel Valdés García, reconoció que “tenemos localizadas algunas escuelas que ya han sido vandalizadas en otros años… pondremos especial atención” mediante coordinación “con seguridad municipal” para realizar rondines.
Por su parte, Valdés García hizo un llamado a los padres de familia a colaborar: “si observan a personas sospechosas… que nos den parte y nos avisen, para que podamos actuar en consecuencia todos juntos”.
Aunque no se ha detallado el tipo ni el monto de los objetos hurtados o dañados, se ha reportado la sustracción de material didáctico, equipo de cómputo, cableado, tuberías y mobiliario, con un impacto devastador en el patrimonio educativo.
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El vandalismo en escuelas es una problemática habitual en México, en los últimos 10 meses se contabiliza al menos una nota periodística a la semana, en promedio, relacionada con el robo en planteles, de acuerdo con registros del Observatorio Educativo en los Medios de la organización Mexicanos Primero.
Aunque la Ley General de Educación establece que “los planteles educativos constituyen un espacio fundamental para el proceso de enseñanza aprendizaje, donde se presta el servicio público de educación por parte del Estado”, no hay una política nacional para prevenir daños a las escuelas mientras están cerradas.
Solo 10 estados cuentan con programas para cuidar las escuelas en vacaciones: Baja California, Campeche, Durango, México, Jalisco, San Luis Potosí, Nuevo León, Sinaloa, Sonora y Tlaxcala.
“La SEP, como cabeza del Sistema Educativo Nacional, ha sido omisa en delimitar su propia responsabilidad en la materia, lo que genera un vacío tanto legal como de política pública”, señala Sonia del Valle de Mexicanos Primero.
Ante esta situación, la vigilancia ciudadana de padres de familia y personal educativo se ha convertido en una herramienta clave ante la falta de recursos y de una política nacional para cuidar la infraestructura educativa cuando ésta no se encuentra en uso.
Con información de Elefante Blanco.
El reportaje sobre Hiroshima, escrito por John Hersey para la revista The New Yorker, hizo que las personas comprendieran que se podía sobrevivir la explosión de una bomba atómica y todavía morir por sus efectos posteriores.
El 6 de agosto de 1945, hace ahora 80 años, Estados Unidos arrojó una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, donde decenas de miles de personas murieron o quedaron con secuelas de por vida.
No sería hasta un año después que, gracias a la publicación de un reportaje que fue elogiado como uno de los más grandes escritos de la historia del periodismo, el mundo conocería los horrores causados por esa bomba.
Titulado simplemente Hiroshima, el artículo de 30.000 palabras, escrito por John Hersey para la revista The New Yorker, tuvo un impacto masivo al revelar el absoluto horror de las armas nucleares a la generación de la posguerra. Así lo describía la documentalista británica Caroline Raphael.
“Tengo una copia original de la edición de la revista The New Yorker del 31 de agosto de 1946. Tiene una portada muy inocua; un encantador, fresco y despreocupado dibujo de un verano en el parque”.
En la contraportada hay una imagen de los directores técnicos de los equipos de béisbol Gigantes y Yankees de Nueva York exhortando a los lectores a siempre comprar cigarrillos Chesterfield.
Después de las páginas de la agenda de la ciudad y de la cartelera, y de elegantes anuncios publicitarios de diamantes y abrigos de piel, te encuentras con una simple declaración editorial que explica que esta edición está dedicada a un sólo artículo “sobre la casi completa erradicación de una ciudad por la bomba atómica”.
Tomaron la decisión de publicar el artículo, dijeron, por estar “convencidos de que algunos de nosotros todavía no entendemos el increíble y absoluto poder destructivo de esta arma y de que todos debiéramos tomarnos el tiempo para considerar las terribles implicaciones de su uso”.
Hace casi 80 años nadie hablaba de reportajes volviéndose “virales”, pero la publicación del artículo Hiroshima de John Hersey en The New Yorker logró precisamente eso.
Fue discutido, comentado, leído y escuchado por millones de personas en todo el mundo, a medida que empezaban a comprender lo que había sucedido en realidad, no solamente a la ciudad de Hiroshima sino también a sus habitantes, ese 6 de agosto de 1945 y en los días posteriores.
Fue en la primavera de 1946 cuando John Hersey, un condecorado corresponsal de guerra y galardonado novelista, recibió el encargo de The New Yorker para ir a Hiroshima. Esperaba escribir un artículo, como otros habían hecho antes, sobre el estado de la devastada ciudad y su reconstrucción, nueve meses después del lanzamiento de la bomba.
Durante el viaje cayó enfermo y recibió una copia del libro “El Puente de San Luis Rey”, de Thorton Wilder. Inspirado en la narrativa de Wilder sobre las cinco personas que cruzaron el puente cuando se desplomó, Hersey decidió que su reportaje sería sobre personas en lugar de edificios.
Fue esa simple decisión la que separa a Hiroshima del resto de los artículos de la época.
Una vez en Hiroshima, encontró sobrevivientes de la explosión cuyas historias relataría, empezando por los minutos antes de que la bomba fuera lanzada. Muchos años después describió el horror que sintió y cómo sólo pudo quedarse unas semanas nada más en la ciudad japonsesa.
Hersey regresó con todos estos relatos a Nueva York. Pensó que si los enviaba desde Japón, las posibilidades de que fueran publicados era remota; los intentos previos de sacar del país fotos, películas o reportajes habían sido interceptados por las fuerzas de ocupación de Estados Unidos. El material era censurado o incautado. Algunas veces simplemente desaparecía.
Los editores de Hersey, Harold Ross y William Shawn, sabían que tenían algo extraordinario y único, y la edición se preparó en completo secreto. Nunca antes se le había dado todo el espacio editorial de la revista a un solo reportaje y no ha vuelto a ocurrir desde entonces.
Los periodistas que esperaban la publicación de sus artículos en la edición de esa semana se preguntaban dónde estaban sus pruebas de imprenta. Doce horas antes de la publicación, se enviaron copias a todos los principales diarios de EE.UU., una medida inteligente que resultó en editoriales exhortando a todos a leer la revista.
Todo el tiraje de 300.000 ejemplares se agotó y el artículo fue reimpreso en muchos otros periódicos y revistas por todo el mundo, excepto en los lugares donde había racionamiento de material impreso.
Cuando Albert Einstein trató de comprar 1.000 ejemplares de la revista para enviárselos a sus colegas científicos, tuvo que recurrir a copias facsímiles.
El Club del Libro del Mes de EE.UU. envió una edición especial gratis a todos sus subscriptores porque, en las palabras de su presidente, “encontramos difícil de concebir cualquier otro escrito que pudiera ser más importante en este momento para la raza humana”.
Dos semanas después, una copia de The New Yorker de segunda mano se vendió por 120 veces su precio original.
Si Hiroshima demuestra algo como texto de periodismo es el poder eterno de la narración. John Hersey combinó toda su experiencia como corresponsal de guerra con sus habilidades de novelista.
Fue una muestra de periodismo radical que les dio una voz vital a aquellos que apenas un año antes habían sido enemigos mortales.
En ese panorama catastrófico de pesadillas vivientes, de personas medio muertas, de cuerpos quemados y chamuscados, de intentos desesperados por cuidar de sobrevivientes destrozados, de vientos calientes y de una ciudad consumida por incendios, conocemos a la señora Sasaki, al reverendo Tanimoto, a la madre Nakamura y sus hijos, al sacerdote jesuita Kleinsorge y a los doctores Fujii y Sasaki.
Toshiko Sasaki – secretaria en una fábrica de unos 20 años que se encontraba a 1.500 metros del centro de la explosión, con una lesión horrible en la pierna.
Reverendo Kiyoshi Tanimoto – un pastor de la Iglesia Metodista Hiroshima que padece de síndrome de irradiación aguda.
Hatsuyo Nakamura – la viuda de un sastre que murió prestando servicio en Singapur y tiene hijos menores de 10 años.
Padre Wilhelm Kleinsorge – un sacerdote jesuita alemán que siente la presión de ser un extranjero en Japón y sufre de exposición a la radiación.
Los doctores Masakazu Fujii y Terufumi Sasaki – dos médicos temperamentalmente opuestos.
Los pueblos de Asia habían sido demonizados desde antes del ataque japonés a Pearl Harbor.
La “amenaza amarilla” de las tiras cómicas había calado profundamente en la psiquis estadounidense.
En 1941, la revista Time-Life publicó un artículo extraordinario para explicarles a los lectores cómo diferenciar a un japonés de un chino: “Cómo distinguir a tus amigos de los japos”.
Se informó de que el piloto del Enola Gay -el avión que cargaba la bomba- dijo haberse sentido como un héroe de ciencia ficción el día que la lanzó.
Así que, apenas un año después de la guerra, estos seis retratos íntimos de cinco hombres y mujeres japonesas y un hombre occidental, cada uno de los cuales “vio más muerte de la que jamás pensó que vería”, tuvieron un impacto inesperado y devastador.
Los lectores que enviaron cartas a The New Yorker, casi todas elogiando el trabajo, escribieron sobre su vergüenza y horror de que personas comunes y corrientes como ellos -secretarias y madres, médicos y sacerdotes-, hubieran soportado semejante terror.
John Hersey no fue el primero en informar desde Hiroshima pero los reportajes y noticieros cinematográficos habían sido una avalancha de números demasiado grandes como para comprenderlos. Habían reportado sobre la destrucción de la ciudad, el hongo nuclear, las sombras de los muertos en los muros y las calles, pero nunca se acercaron a aquellos que sobrevivieron esos días del fin del mundo, como lo hizo Hersey.
Algunos también empezaron a tener mayor claridad sobre esta nueva arma que continuaba matando mucho después del “mudo destello”, tan brillante como el sol, a pesar de los intensos esfuerzos del gobierno y el ejército de encubrirlo o negarlo.
Hiroshima fue la primera publicación que hizo que personas comunes y corrientes, en ciudades distantes, en sus quehaceres cotidianos, enfrentaran la miseria del síndrome de irradiación aguda, comprendieran que se podía sobrevivir la explosión y todavía morir por sus efectos posteriores.
Con su prosa calmada e impávida, John Hersey reportó lo que habían presenciado los sobrevivientes. A medida que se iniciaba la carrera armamentista, apenas tres meses después de otra prueba nuclear en el atolón de Bikini, el verdadero poder de las nuevas armas empezó a comprenderse.
Tales fueron las repercusiones del artículo de Hersey, y el gran apoyo público de Albert Einstein, que el entonces secretario de Guerra de EE.UU., Henry Stimson, publicó en una revista una réplica titulada “La decisión de usar la bomba atómica”, en la que justificaba el uso de la bomba.
Cuando el extraordinario artículo llegó a Reino Unido, resultó demasiado largo para su publicación en una época de racionamiento de papel impreso y John Hersey no permitía que fuera editado.
Así que la BBC siguió el ejemplo de la radio en EE.UU. y, unas seis semanas después, fue leído en su totalidad a lo largo de cuatro noches consecutivas en un nuevo espacio, a pesar de las reservas de algunos jefes preocupados por el impacto emocional sobre los oyentes.
La revista de la BBC Radio Times comisionó al celebrado autor y locutor Alistair Cooke una larga pieza de fondo. Haciendo alusión a que el artículo fue publicado en The New Yorker, reconocida como una revista de ingeniosos dibujos humorísticos, Cooke llamó su pieza “El chiste más mortal de nuestra época”.
Los índices de audiencia fueron tan altos que la BBC decidió retransmitir la lectura del reportaje de Hersey en su estación de programación popular en una sola leída, unas semanas después, para asegurarse de que más personas la escucharan.
Esa estación tenía como misión, de acuerdo al manual de la BBC de ese año, “entretener a los oyentes e interesarlos en actualidad mundial general sin olvidar el entretenimiento”. Hubo poco entretenimiento en este programa de dos horas. El crítico del diario The Daily Express, Nicholas Hallam, dijo que fue la trasmisión más horripilante que jamás había escuchado.
La BBC también invitó a John Hersey para que fuera entrevistado y su respuesta mediante un telegrama se encuentra en los archivos de la corporación: “Hersey muy agradecido invitación BBC interés y cobertura Hiroshima pero siempre mantenido política dejar la historia hablar por sí sola sin palabras adicionales mías u otros”.
En efecto, Hersey concedió únicamente tres o cuatro entrevistas durante toda su vida. Tristemente, ninguna a la BBC.
Una grabación de la lectura de Hiroshima de 1948 se encuentra todavía en los archivos de la BBC.
El efecto de las claras voces inglesas contando esta desgarradora historia es impactante. Revela una prosa rítmica y frecuentemente poética e irónica. Una de las lectoras es la joven actriz Sheila Sim, recién casada con el actor Richard Attenborough, posteriormente un galardonado director de cine.
Ese noviembre, Hiroshima fue publicado en formato de libro. Fue rápidamente traducido a muchos idiomas, incluyendo una edición en braille.
Sin embargo, en Japón, el general Douglas MacArthur, el comandante supremo de las fuerzas de ocupación que gobernó Japón hasta 1948, prohibió rotundamente la difusión de cualquier reportaje sobre las consecuencias de la bomba.
Las copias de los libros y la edición de The New Yorker fueron vetados hasta 1949, cuando el texto finalmente fue traducido al japonés por el reverendo Tanimoto, uno de los seis sobrevivientes que aparecía en el artículo de Hersey.
Hersey nunca se olvidó de esos sobrevivientes. En 1985, en el 40 aniversario de la bomba, regresó a Japón y escribió “Las Secuelas”, la historia de lo que había sucedido con ellos en el transcurso de cuatro décadas. Dos de ellos ya habían muerto, uno sin duda de una enfermedad relacionada a la radiación.
*Este artículo se publicó originalmente en 2016 y fue actualizado con motivo del 80 aniversario del lanzamiento de la bomba sobre Hiroshima.
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