Juan Luis Barroso, de 74 años, llega cada domingo desde temprano a los campos de béisbol del deportivo de la alcaldía Xochimilco y se instala bajo la sombra de un árbol con una silla plegable. Aficionado de toda la vida, cuenta que aunque se retiró del deporte, continúa acudiendo todas las semanas para apoyar a sus hijos y nietos que juegan en la liga local.
“Mis hijos aquí crecieron, aquí jugaron y se hicieron beisbolistas, desde hace más de 20 años ha sido nuestro segundo hogar porque pasamos la semana trabajando y los fines de semana aquí”, señala entre la algarabía de porras y chiflidos que ambientan los partidos que se realizan en los tres campos del deportivo, de los cuales al menos uno podría desaparecer para la construcción de una Utopía, proyecto impulsado por la actual jefa de Gobierno, Clara Brugada.
Itzel Arellano, nieta de Juan Luis, remarca que para ella y su familia “ha sido toda una vida de jugar aquí, siempre estamos reunidos conviviendo y platicando, es la única oportunidad que tenemos en la semana para encontrarnos con nuestra familia”, por lo que no está de acuerdo con que quieran desaparecer campos en los que desde niña ha practicado béisbol con su abuelo, tíos y primos, y tampoco con la forma en la que se decidió por parte de las autoridades.
“Ya va a empezar el proyecto y ni siquiera sabemos bien qué planean hacer. Se ha manejado que quieren hacer una chinampa artificial en uno de los campos, ¡imagínate!, cuando tenemos aquí en Xochimilco las originales que podrían restaurar… y a mí no se me hace justo, porque a lo mejor muchos no conocen el béisbol, pero para los que estamos aquí es nuestra vida”, lamenta la mujer de 30 años.
Aunque vecinos y beisbolistas se han manifestado en contra del proyecto, de acuerdo con la convocatoria de la licitación para la obra, esta tiene como fecha de inicio el próximo 23 de mayo, lo que preocupa a los inconformes, quienes reclaman que las autoridades no los consultaron e intentan minimizar sus demandas calificándolos como grupos con intereses políticos que buscan afectar a la actual administración de la alcaldía.
“Lo que quieren hacer es una injusticia, porque vea todas las personas que están jugando, todas somos personas de bajos recursos que aquí nos divertimos cada ocho días, entonces no es muy bueno lo que quieren hacer de eliminar uno o dos campos de béisbol, porque entonces ¿a dónde vamos a llevar a los niños y los jóvenes? En lugar de hacer eso, deberían arreglar lo que no funciona”, sostiene Juan Luis.
Hasta ahora, es incierto lo que ocurrirá con el deportivo de Xochimilco, que apenas en octubre pasado cumplió 60 años. La alcaldesa Circe Camacho asegura que el Gobierno en la Ciudad de México es responsable de decidir e informar sobre el proyecto, sin embargo, ni la Jefatura de Gobierno, ni Secretaría de Obras, ni la Secretaría de Atención y Participación Ciudadana de la Ciudad de México han indicado si habrá consulta o cambios en las fechas de la obra.
En entrevista, Camacho reconoce que no se consultó a los vecinos, aunque asegura que quienes se han pronunciado contra el proyecto son personajes políticos que tienen interés “de generar crisis” en su administración, y que en caso de que no se apruebe la Utopía la alcaldía no cuenta con presupuesto suficiente para rehabilitar el deportivo de Xochimilco que, según sus palabras, se encuentra en “condiciones infrahumanas”.
Ante esta incertidumbre, los vecinos y deportistas inconformes se preparan para emprender acciones legales y de protesta para impedir que comiencen los trabajos de construcción, ya que expusieron su descontento en las cuatro reuniones informativas convocadas por las autoridades en la alcaldía, pero más allá de escucharlos, no recibieron respuesta a su exigencia de modificar el proyecto.
“Nosotros, como comunidad beisbolera, nos enteramos del proyecto por un video en el que el actual presidente de la liga de Xochimilco cuenta que el Gobierno de la Ciudad de México se quiere apropiar de los campos para el proyecto Utopía , aunque no se especificaba cuáles ni por qué”, detalla E., madre de un niño que juega en uno de los equipos, quien solicitó mantenerse en el anonimato por temor a represalias.
De acuerdo con E., desde que tuvieron conocimiento del plan de intervenir el espacio deportivo, beisbolistas y vecinos de la alcaldía comenzaron a organizarse para exigir información y que se realizara una consulta como lo marca la Constitución de la Ciudad de México, así como la Ley de Derechos de los Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes de la capital; sin embargo, esto no ha ocurrido.
Pese a que no se consultó a los pobladores de la alcaldía, desde el pasado 11 de abril la Secretaría de Obras (SOBSE) publicaron en la Gaceta Oficial de la Ciudad de México ocho licitaciones para la construcción de una alberca semiolímpica, un auditorio y diversos inmuebles de la Utopía, en las que se establece como fecha de inicio de los trabajos el próximo 23 de mayo.
Estas licitaciones generaron preocupación entre usuarios del deportivo y vecinos, por lo que sostuvieron reuniones con la alcaldesa, en las que les presentaron algunos detalles de lo que será la Utopía, y se enteraron que los representantes de las ligas de béisbol y de fútbol ya habían dado su aprobación a la desaparición de los campos, sin haber pedido la opinión de los más de 900 jugadores activos, muchos de los cuales desconocen el proyecto y su impacto.
En las cuatro reuniones informativas convocadas por las autoridades en días pasados, algunos asistentes expresaron su molestia por la desinformación que hay sobre lo que va a construirse, las licitaciones, el área del deportivo que se verá afectada y el número de árboles que se van a talar. En algunos casos, manifestaron su rechazo total al proyecto, y en otros, sólo pidieron que se reconsidere su ubicación.
Ignacio Ocaña, autoridad tradicional de Xochimilco, fue uno de los asistentes a las reuniones, en las que se pronunció en contra del proyecto, debido a que no está de acuerdo con que se quiten campos del deportivo, y porque reclama que no se buscó un diálogo con los habitantes de los pueblos.
“Nosotros, como pueblo originario reconocido en la Constitución de la Ciudad de México, tenemos que ser consultados para cualquier situación que se tenga que realizar o modificar, por eso nos oponemos, ya que en ningún momento hubo esa consulta y en los encuentros que convocó la alcaldía con el gobierno central únicamente nos han compartido algunos datos, no conocemos el proyecto completo”, agrega Ocaña, de 66 años.
Omar Salazar, otro de los vecinos que se presentó a las reuniones informativas, coincide en que la principal inconformidad con el proyecto es que no se les haya consultado, y que aún en las reuniones convocadas se hayan “cerrado a escuchar las voces que no están a favor de la imposición”.
“Esto ya lo hemos vivido en ocasiones pasadas, que se presentan proyectos que parecieran ser la salvación y la panacea en la materia, pero no es verdad, porque si hubiera buena voluntad del gobierno de entregar espacios óptimos para el deporte, podrían empezar por recuperar los que ya tenemos”, reflexiona Salazar, de 34 años.
Las cuatro reuniones informativas convocadas por autoridades transcurrieron entre gritos en contra y a favor de la Utopía, acusaciones de intereses políticos, e incluso, con el comentario de un funcionario que intentó conminar a la gente a dar su visto bueno al proyecto por ser beneficiarios de programas sociales.
En ningún momento se dijo si en los próximos días habrá consulta o si la obra comenzará en la fecha prevista, por lo que los inconformes anunciaron que se mantendrán alertas en caso de que intenten ingresar con maquinaria, para impedirlo. También recaban firmas contra el proyecto y presentarán amparos que frenen la construcción que promete actividades para adultos mayores, atención médica, juegos infantiles, centro de cuidados, cultura, una alberca –adicional a la que ya tiene el deportivo– un gimnasio, un auditorio al aire libre y cine.
Consultada por el medio, la alcaldesa indica que acordó con las ligas deportivas que se pondrán canchas “en condiciones insuperables” para que pudieran continuar practicando, “y sólo en un campo de béisbol y una cancha de futbol se iban a aumentar las posibilidades que podían tener las niñas y niños que tienen acceso, en este caso, a la Utopía”.
Asimismo, señala que no se contempló el área en la que actualmente hay un mercado de plantas dentro del deportivo para la Utopía, porque ahí se ha proyectado la construcción de un hospital, lo que de acuerdo con Camacho ya fue acordado con los comerciantes.
Sin embargo, ante la poca información confirmada y la falta de consenso a través de la consulta, deportistas y usuarios mantienen desconfianza en el proyecto. Aldo Barrera, beisbolista de Xochimilco, lamenta que “los campos nos brindan esparcimiento, y las autoridades no han querido apoyar ni darles la importancia que tienen”, y subraya que personalmente no está en contra de que se construya la Utopía, pero espera que pueda reubicarse fuera del deportivo.
“Nunca tuvimos información clara del presidente de la liga, él nos dijo que se nos garantizaba que la liga iba a continuar con tres campos, pero en las asambleas que hemos tenido todo lo que nos ha dicho no ha sido válido, e incluso ya hay acuerdos que tienen un campo cedido, mientras que los restantes dejarán de ser administrados por el deportivo para ser parte de la Utopía”, señala el hombre de 40 años, de los cuales al menos 32 ha sido jugador.
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Veteranos del béisbol, como Guillermo Barrera y Wilfrido Velázquez, coinciden en que deben defenderse los espacios que desde hace años se han estado reduciendo para este deporte en diferentes espacios de la ciudad, “y hay mucha juventud que quiere jugar, pero luego no alcanzan los campos para todos”.
“En Xochimilco ha habido partidos muy interesantes y hace tiempo estuvieron viniendo hasta jugadores profesionales aquí”, recuerda Guillermo, quien cada semana desde hace décadas acude al deportivo, antes a jugar, y actualmente a apoyar al equipo de béisbol que dirige su hermano.
Por ello, expresa su rechazo a que se quiten los campos, como ya ocurrió anteriormente para poner el mercado de plantas, “porque se están metiendo con el deporte, y pues no estamos en contra de que hagan lo que hagan, pero no en esta área, que busquen otra”.
En el caso de Wilfrido, de 74 años, cuenta que le tocó vivir la eliminación de campos de béisbol hace décadas en Tlalpan, y por eso mudó la escuela infantil que tenía para Xochimilco, donde ahora se pretende reducir los espacios, por lo que llama a los beisbolistas jóvenes “a que aprendan a defender sus espacios, porque a las autoridades se les hace fácil decir ‘ocupo ese espacio’, y a los deportistas los dejan volando”.
“La mayoría de la gente piensa como yo cuando tenía 21 años” –y atestiguó la eliminación de campos en Tlalpan–. “Entonces yo dije ‘que los quiten, me voy a otro lado’, y los quitaron… pero pasa el tiempo y pienso, ¿por qué no supe defender mi espacio? Por eso, como deportistas tenemos que unirnos”, subraya el veterano.
Esta película sobre la adicción a las drogas fue muy aclamada y criticada cuando se estrenó en 2000. Hoy, no es menos polémica.
Cuando el filme Réquiem por un sueño se estrenó hace 25 años, generó excelentes críticas y una acalorada polémica.
La proyección de medianoche en el Festival de Cine de Cannes culminó con una efusiva ovación de pie por parte de los 3 mil espectadores del auditorio.
Cuando se encendieron las luces y se vio a Hubert Selby Jr., autor de la novela de 1978 en la que se basó la película, las lágrimas corrían por sus mejillas.
La admiración de la crítica llegó pronto, y Peter Bradshaw, del diario británico The Guardian, dijo con entusiasmo que el director Darren Aronofsky había alcanzado las legendarias alturas de Orson Welles en cuanto a “energía, consistencia y dominio absoluto de la técnica”.
Sin embargo, la recepción fue muy distinta en el Festival de Cine de Toronto, donde algunos espectadores vomitaron de asco.
Con una clasificación para mayores de 17 años, la película recaudó apenas 7.5 millones de dólares con un presupuesto de 4.5 millones, y fue criticada duramente por algunos detractores por, como expresó Jay Carr en el Boston Globe, “refugiarse en una visión del infierno nacida de la comodidad burguesa”.
Lo que dividió la opinión de la crítica fue la forma en que Réquiem por un sueño retrataba a los drogadictos, con detalles desgarradores y en primer plano.
La película presenta a una viuda, Sara Goldfarb (interpretada por Ellen Burstyn), que se vuelve adicta a las pastillas para adelgazar con el objetivo de participar en un concurso televisivo.
Mientras tanto, su hijo Harry (Jared Leto) y su mejor amigo Tyrone (Marlon Wayans) traman un plan para enriquecerse vendiendo heroína. Cuando las cosas se complican, presionan a Marion (Jennifer Connelly), la novia de Harry, para que intercambie sexo por drogas.
La trama se arremolina como un torbellino que los arrastra hacia sus espantosos destinos: torturas con electrochoques, amputación de un brazo gangrenoso, reclutamiento en una cuadrilla de trabajo penitenciario supervisada por un guardia racista y explotación sexual.
Darren Aronofsky quiso ofrecer al público un bombardeo sensorial que imitara la experiencia de la adicción.
Pero terminó haciendo mucho más, provocando serios debates sobre el libre albedrío del adicto, la línea entre la observación compasiva y el voyerismo explotador, y el tóxico canto de sirena del propio sueño americano.
Veinticinco años después, estos debates siguen latentes.
La idea de la película surgió cuando el productor Eric Watson vio una copia de la novela de Selby en la estantería de Aronofsky en 1998.
“Darren me dijo que había tenido que dejarla a la mitad; era demasiado oscura e implacable, y eso me intrigó”, le dice Watson a la BBC.
“Le pregunté si podía prestármela para leer en un viaje de esquí con mis padres. Me arruinó las vacaciones por completo. Al volver, le dije a Darren: ‘Esta es la indicada; tenemos que hacer esta película’. Así que adquirimos los derechos de la novela por 1.000 dólares, y Darren escribió el guion”.
Aronofsky y Watson enviaron el guion a todos los grandes estudios. ¿La respuesta?
“¡Silencio!”, recuerda Watson. “Nadie se molestó en llamarnos para rechazarlo”.
Sin desanimarse, consiguieron la mitad de la financiación que necesitaban de Artisan Entertainment y contrataron a un productor independiente, Palmer West, para que les ayudara a reunir el resto de un presupuesto ajustado.
El proceso de casting también resultó complicado.
“Tobey Maguire, Adrien Brody, Joaquin Phoenix, Giovanni Ribisi… todos exploraron el proyecto o se presentaron a la audición para interpretar a Harry, pero rechazaron el papel”, recuerda Watson. “Era un riesgo demasiado grande para sus carreras”.
Una vez elegidos, Leto, Connelly, Wayans y Burstyn se esforzaron por lograr autenticidad en sus interpretaciones.
Leto perdió 11 kg y convivió con heroinómanos sin hogar en el East Village de Nueva York.
Wayans recorrió sin camisa las gélidas calles de Brighton Beach, en Brooklyn, en febrero.
Al comenzar el rodaje, Burstyn simuló la pérdida de peso poco saludable de su personaje poniéndose un traje de 18 kg para sus primeras escenas, luego cambiándolo por uno de 9 kg y, finalmente, tomándose dos semanas de descanso y perdiendo 4.5 kg con una estricta dieta de sopa de repollo.
Aronofsky, inspirado por los planos de Spike Lee en “Haz lo que debas”, utilizó tomas SnorriCam (cámaras acopladas al cuerpo del actor) para transmitir una sensación de disolución de la realidad externa.
A esto añadió pantallas divididas, aceleraciones y desaceleraciones, fundidos a blanco, tarjetas de título, espirales de cámara, lentes ojo de pez, planos generales extremos, pixelaciones y puestas en escena surrealistas.
Todas eran herramientas para imitar las distorsiones sensoriales inducidas por los opioides.
Pero aunque estos efectos visuales generaron entusiasmo, la visión de la película sobre la adicción a las drogas generó controversia.
Mientras que Trainspotting (1996) había sido criticada por glorificar la estética de la “heroína chic”, Réquiem por un sueño se percibía como un retrato incesantemente sombrío del consumo de sustancias.
La imagen de una “espiral” se convirtió en la metáfora preferida de la crítica para describir la idea de la película de que los adictos, una vez enganchados, son arrastrados casi inexorablemente hacia finales horribles.
“Lamento decir que la forma en la que describe la trayectoria de la adicción a la heroína es notablemente precisa”, afirma David J. Nutt, profesor de neuropsicofarmacología en el Imperial College de Londres.
“La mayoría empieza a consumir por desesperación o desesperanza, pero muchos, como Harry y Tyrone, ven el narcotráfico como una aventura empresarial, como una forma de ganar dinero rápido y luego seguir adelante con sus vidas. Pero rara vez termina bien”.
Por otro lado, el profesor Nutt considera a Sara Goldfarb un símbolo de toda una generación de amas de casa de las décadas de 1950 y 1960 a las que se les recetaron anfetaminas sin supervisión médica adecuada.
En cuanto al destino de Marion, afirma que hoy en día “los proxenetas siguen controlando y abusando de las mujeres explotando sus adicciones”.
Pero lo fundamental de la película, añade Nutt, es que dramatiza la adicción como un trastorno químico cerebral que induce conductas compulsivas.
“No recurres a la reutilización de puntos de inyección extremadamente dolorosos a menos que seas presa de impulsos irresistibles”, afirma.
No todos los expertos en adicciones están de acuerdo.
Gene Heyman, profesor titular del departamento de Psicología y Neurociencia del Boston College, le dice a la BBC que Réquiem por un sueño describe admirablemente la euforia de la iniciación en las drogas, seguida de episodios de abstinencia cada vez más intensos y dolorosos.
Pero ahí termina su precisión.
“Esta película cuenta una historia conocida: una vez adicto, siempre adicto, y es necesariamente una trayectoria descendente de la que nadie se recupera”, dice Heyman.
“Y eso es completamente falso. Todos los datos epidemiológicos muestran que, a los 30 años, la mayoría de los consumidores habituales de drogas maduran y dejan de consumir, no vuelven a consumir, y lo hacen sin tratamiento ni intervención profesional. “Eso son solo los datos, no mi opinión. Están ahí para que todos lo vean”.
Por su parte, Watson se exaspera al responder preguntas sobre la veracidad de la adicción en Réquiem por un Sueño.
“Hubert Selby fue muy activo en AA y NA [Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos], pero nuestra película nunca tuvo la intención de ser un documental ni un panfleto sobre el camino a la recuperación”, dice.
“No, no es realista. Es surrealista. Relájense”.
El propio Selby siempre insistió en que consideraba la drogadicción solo una manifestación del poder seductor del sueño americano y de lo que consideraba sus efectos tóxicos.
Antes del estreno de la película, escribió un nuevo prólogo para su novela, que decía: “Obviamente, creo que perseguir el sueño americano no solo es inútil, sino autodestructivo, porque en última instancia lo destruye todo y a todos los que lo componen”.
Muchos críticos han llegado a considerar que Réquiem por un sueño está en la misma línea que El gran Gatsby (1925) y Revolutionary Road (1961), obras que exponen el lado oscuro del mito estadounidense.
Con su televisión y su comida basuras, la película se circunscribe en un ambiente de adicciones específicamente estadounidense, afirma Kevin Hagopian, profesor de Estudios de Medios en la Universidad Estatal de Pensilvania.
“El concurso televisivo que cautiva a Sara se centra en crear una alegría ansiosa, exagerada y falsa”, dice.
“Aquí hay una búsqueda desmedida de panaceas irrealistas, un atajo hacia una solución rápida para no tener que pensar nunca en el propósito de la vida. Aquí, el sueño americano no es lo que hay que perseguir, sino el villano definitivo. Y esa crítica es tan devastadora para los mitos que nos sostienen que no es de extrañar que mucha gente no la acepte”.
Danny Leigh, ahora crítico de cine del diario Financial Times, elogió efusivamente Réquiem por un sueño en la revista Sight and Sound cuando se estrenó.
“Me cautivó lo que era: sin duda, una obra cinematográfica con estilo, con un crudo brío cinematográfico”, le dice Leigh a la BBC.
“Trainspotting había sido un acontecimiento cultural trascendental, que desencadenó un momento de vértigo en la cultura británica del momento, y vi ‘Réquiem por un sueño’ como una poderosa corrección, una advertencia casi paródica que golpeó con fuerza”.
Sin embargo, con el paso de los años, Leigh ha desarrollado recelos sobre la obra de Aronofsky.
“He llegado a sentir que hay cierta lascivia en su cine, como si se entrometiera en situaciones emocionalmente desesperadas y aplicara una condescendencia desagradable, incluso voyerista, a circunstancias trágicas”.
Leigh señala que este impulso alcanzó su extremo más grotesco en La Ballena (2022) de Aronofsky, en la que un profesor de inglés solitario y con obesidad mórbida, interpretado por Brendan Fraser, come hasta morir.
Hagopian, en cambio, considera que Aronofsky ha demostrado una genuina curiosidad por comprender a las personas marginadas de la sociedad.
“Muchas películas experimentales crean lo que yo llamaría ‘pesadillas de distanciamiento psíquico'”, opina.
“Piensen en Terciopelo azul (1986) de David Lynch, La pianista (2001) de Michael Haneke o Tenemos que hablar de Kevin (2011) de Lynn Ramsay; en todas ellas, nunca sabemos qué piensan o sienten realmente los personajes”.
Réquiem por un sueño, añade, adopta el enfoque opuesto al lograr lo que él llama una “pesadilla de intimidad psíquica”.
“Nos vemos tan cerca de los personajes que, en algún momento, su dolor y trauma parecen filtrarse en nuestra conciencia.
“Puede resultar claustrofóbico, incluso invasivo. Pero para mí, ese es el tipo de cine más valiente, y explica por qué esta obra de arte, ya sea que la admires o la detestes, queda grabada para siempre en la mente de las personas”.
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