Juana vive cerca de la carretera Acapulco-México, en la colonia Vacacional. Ahí está tanto su vivienda como el puesto donde vende cocos. Los daños que le causó Otis fueron censados al día siguiente del huracán del 25 de octubre, pero hasta ahora no ha recibido ningún apoyo económico.
Al igual que otras personas, ella acudió el lunes 15 de enero al Centro de Convenciones de Acapulco, como decía la convocatoria de la Secretaría de Bienestar que describía que los pagos rezagados para apoyo de limpieza y reconstrucción se harían del 15 al 25 de enero en ese lugar. Hizo cola desde las 9 de la mañana bajo el sol, solo para que unas horas después le dijeran que su pago no salió.
Antes, ya le habían asegurado que si el día 15 acudía con dos testigos, tendrían su dinero, pero ahora le piden que espere otra semana. “¿Hasta cuándo? Porque él dice una cosa y aquí es otra cosa con sus trabajadores”, cuestiona ella.
Juana se refiere a la conferencia mañanera que el presidente Andrés Manuel López Obrador dio apenas el 10 de enero, a 77 días del paso del huracán Otis, en la que aseguró que el gobierno federal ha invertido 25 mil 689 millones de pesos en la recuperación de Acapulco, y la secretaria de Bienestar detalló que los apoyos, por un monto total de 259.5 millones de pesos, llegarán a 34 mil 609 personas.
“Ya todas las familias de Acapulco tienen sus recursos para la reconstrucción de sus viviendas, estamos hablando de 250 mil familias que ya tienen en sus manos sus apoyos, que ya están adquiriendo materiales de construcción, que ya están rehabilitando sus casas. Eso nos da mucho gusto”, dijo aquel día el presidente.
Juana es la única dueña de sus propiedades, y tiene documentados los daños que dejó Otis. El servidor público que la censó, dice, también constató que perdió todo. Al principio, en la página de Bienestar decía que su CURP todavía no era apta para cobrar. Una vez resuelto el trámite, sigue sin recibir el apoyo, y ni siquiera hay con quién quejarse, asegura. A su colonia, añade, no han ido a pararse ni para enseres ni para despensas.
“Tenemos todos los cupones completitos, porque va uno a donde están ellos y dicen ‘no, a usted no le toca, váyase a esperar a su colonia, ¿y cuándo van a ir? ¿y a cuánto estamos desde que pasó el huracán? Y ni una despensa ni los enseres. Y va usted a preguntar: ‘no, váyase a su colonia, va a llegar ahí’. ¿Cuándo?”, cuestiona Juana.
“Le hago una pregunta al señor presidente, porque él dice una cosa en la mañanera y aquí cuando nosotros venimos a ver lo de nuestro pago, nos dicen otra cosa. Ya nos cansamos de andar para arriba y para abajo. Nosotros, las incidencias, que no salimos y que no nos han pagado ni un pago. Es que mi incidencia me la hicieron desde el año pasado, y hasta ahorita no me han pagado nada; ya nos enfadamos”, reclama.
Soledad y su sobrina, comerciante de nieves una y docente la otra, residentes de la colonia Progreso, se encuentran en la misma situación. Desde que las censaron por primera vez -en noviembre– no les han dado el apoyo económico para la reconstrucción. También pasaron horas en la fila bajo el sol para recibir por única respuesta: “Espere, sea paciente y espere a que le llamen”.
“Me acaban de decir que van a estar de aquí hasta septiembre; yo me quedé sin trabajo, me quedé sin nada. No nos dieron ni siquiera el apoyo de limpieza ni de reconstrucción, porque todo se echó a perder donde yo vivo. Entonces es eso, que no nos dan el apoyo” reclama.
Con el paso de Otis, ella perdió sus enseres, hubo una destrucción total en el área donde lavan, pues se volaron las láminas y el baño, otros muebles resultaron afectados y sus ventanas se quebraron. El problema, primero, era que no aparecía en el sistema, por lo que era parte de lo que el gobierno federal denominó “incidencias”. Ahora solo le dicen que le van a llamar, sin fecha aproximada entre hoy y septiembre.
“Que espere pacientemente, así me dijeron desde que fui la primera vez al primer pago, de los 8 mil de limpieza, y no han dado nada… Necesitamos el apoyo del gobierno, que sepa que está pasando todo esto… Pero en todos lados nos dicen lo mismo, no sé si nos vayan a llamar realmente o ya perdemos la esperanza. ‘Para reconstruir hay que esperar’, nos dijeron, pero no sabemos hasta cuándo”, asegura para después agregar que existen entre mil 200 y mil 400 incidencias.
Igual que en el caso de Juana y Soledad, la inconformidad era la norma en las carpas instaladas por personal de Bienestar, con una sucursal bancaria al fondo y custodiadas por elementos de la Guardia Nacional, que –si bien no intencionalmente o de manera explícita– terminaban disuadiendo las iniciativas para llevar a cabo otras acciones, como la toma de calles, para ejercer presión.
Personal de la Secretaría de Bienestar que no accedió a dar una declaración oficial explicó que las jornadas en el Centro de Convenciones se citaron para entregar los apoyos directamente en el lugar a las personas que habían quedado rezagadas. Ante los múltiples casos que abandonaban el lugar entre quejas e inconformidad, aseguró que podían existir algunos en los que, por error en algún dato, no hubiera ocurrido la entrega.
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Mientras, entre las personas que estaban sentadas en los bloques de filas que se habían dispuesto en el lugar, una señora comenzó a gritar e interpelar a los demás por la falta de respuesta respecto al apoyo. Dirigiéndose al resto de las personas, les convocaba a tomar la calle para hacer presión. No todos se convencieron, según comentaron después, por la presencia de elementos de la Guardia Nacional.
Ana, de la colonia Providencia, está al final de la fila de más de mil 700 personas que le dan la vuelta –hasta pasado el mediodía– a unas cinco cuadras que forman parte de costera de Acapulco, a partir del punto donde se ubica lo que queda del Cici Acapulco, a la espera de recibir sus enseres luego de la devastación provocada por el huracán Otis.
Hace apenas unos 20 minutos que llegó y le sorprendió la longitud de la fila. Cree que le tomará unos dos días, con sus noches, llegar hasta donde se entregan los enseres. Espera aguantar, dice. A su domicilio, donde se volaron dos techos, el personal de Bienestar pasó a censar unos 15 días después del huracán.
“Ando en eso (la reparación), porque no hay quien trabaje, están escasos los materiales”, comenta. En las casas de construcción hay menos insumos, además de que la mano de obra casi no está disponible, pues ha sido acaparada –en buena parte– por los grandes hoteleros y comerciantes. “No hay para transportarlos, el flete está saturado”, agrega.
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Una vez teniendo a alguien que pueda trabajar en las reparaciones, cree que no tomaría más de un mes reestablecer los daños. El apoyo económico, que ya recibió, lo tiene todavía guardado, en espera de encontrar las condiciones necesarias para reparar las rehabilitaciones.
“Para algo me va a alcanzar; no para todo –lamenta–, porque se me fueron mis barandales, se me fue una ventana de cristal, y todo lo que se me mojó, los muebles, dos tocadores, un librero se desbarataron. Estoy esperando para hacer el techo, que es lo principal; que haya quien me trabaje”, añade con resignación.
Juana Zúñiga está unos mil 500 lugares más cerca que Ana de la entrega de sus enseres, casi en la misma cuadra del Cici. Relata que llegó desde la noche anterior para anotarse en la fila.
“Me vine a ver si sí estaban dando, porque me dijeron que no para la colonia donde estamos nosotros. Entonces vine a anotarme y me regresé, y ya me vine otra vez a las 4 de la mañana con el fin de que nos entregaran temprano, pero estábamos muy lejos, y entregaron a las que estaban más cerca”, lamenta.
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Ahora, casi al mediodía, ya no hay nada, y tendrá que quedarse hasta el día siguiente. A las 2 de la tarde, efectivamente, puntuales, los elementos de la Guardia Nacional levantaron las carpas, el punto de atención y se retiraron. El resto de la tarde serán las propias personas afectadas las que se hagan cargo de la fila, de llevar la lista y de procurar que se respeten los lugares.
Pegados a las paredes de inmuebles que todavía tienen partes desprendidas o ventanas ausentes –a veces de pie, a veces en pequeños bancos de plástico; unos al sol, y los más afortunados al amparo de algún edificio o de su propia sombrilla– queda solo el pavimento caliente, las familias, su esperanza y la autogestión para tratar de conservar el orden; las pizzas y mariscos que se allegaron al mediodía, y las cosas que alcanzaron a traer consigo para pasar la noche y esperar al día siguiente, que promete que, ahora sí, llegue su turno.
No importa el día o la hora. Cada que un transeúnte pasa por ese punto de la costera, la escena se repite: algunos, como Ana, llegan casi al mediodía y no alcanzan la entrega, pero siguen manteniendo la fila crecida, prácticamente hasta el borde de la playa. Se quedan a la espera; otros, ya a las puertas del Cici, reciben enseres, los cargan en camionetas, llevan entre varios el refrigerador, la estufa, el ventilador, la licuadora… todos el mismo paquete.
Prestar ayuda para lograr acomodar el cargamento ya es incluso una fuente de empleo para otros, como Reyna, de la colonia Balcones de Costa Azul, que fue beneficiada antes.
“Yo trabajo aquí, de vez en cuando, cuando yo puedo, pero a mí ya me entregaron mis enseres hace como un mes”, dice luego de relatar cómo se voló su cabaña, algunos techos, y se le echó a perder su estufa, su refri, toda la sala y el barandal. La mayoría de sus cosas se echaron a perder.
Como todas las demás personas, se apuntó, esperó y cuando le tocó, fue a recoger sus enseres. Para ella no fue una espera tan larga, dice, pero para quienes aguardan detrás de más de mil 700 personas debajo del sol, el mensaje es el mismo que el de la carpa de apoyos económicos: para reconstruir, hay que esperar.
En la cima de la guerra comercial, el presidente Trump y el primer ministro Mark Carney acordaron esta semana sentarse a “renegociar exhaustivamente” la relación de sus países.
“La geografía nos hizo vecinos, la historia amigos, la economía socios y la necesidad nos volvió aliados”.
Las palabras las pronunció el 17 de mayo de 1961 el entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, en el Parlamento canadiense.
Apenas llevaba cuatro meses en el cargo y sabía que su liderazgo, y el del país que representaba, necesitaban un impulso, sumidos como estaban en plena Guerra Fría con el bloque comunista soviético.
Así que en Ottawa, Kennedy aprovechó para hacer un guiño a la relación bilateral y establecer una agenda global conjunta.
“Está claro que en una época en la que nuevas fuerzas están afirmando su poder en el mundo y la forma política del hemisferio está cambiando rápidamente, nada es más importante que la unidad de EE.UU. y Canadá”, añadió para rematar su discurso, ante la mirada de aprobación del primer ministro canadiense John Diefenbaker.
Pero mucho ha llovido desde entonces, y lo que se escucha hoy de los líderes de ambos países no puede estar más en las antípodas de aquel ambiente de concordia.
“La antigua relación que teníamos con EE.UU., basada en la integración cada vez mayor de nuestras economías y en una estrecha cooperación en materia de seguridad y militar, ha terminado“, zanjó este jueves el primer ministro canadiense, Mark Carney.
El presidente del país vecino, Donald Trump, acababa de anunciar unos aranceles del 25% a la importación de automóviles, algo que cayó como una bomba en una Canadá en plena campaña electoral hacia los comicios del 28 de abril.
Fue el colofón de una serie de medidas y desplantes que comenzaron con llamar al anterior primer ministro, Justin Trudeau, el “gobernador del 51º estado” estadounidense y siguió con de una guerra comercial abierta.
Ambos jefes de gobierno conversaron este viernes por teléfono en un primer intento por limar asperezas, una llamada que los dos describieron como “productiva” y en la que acordaron sentarse a “renegociar exhaustivamente” tras las elecciones canadienses.
Pero Carney, que además de primer ministro es candidato del Partido Liberal en estas elecciones, no se desdijo y dejó claro que este es el inicio de una nueva era en la relación entre dos países vecinos que han sido amigos y aliados durante generaciones.
A continuación, cuatro datos que reflejan la complejidad del vínculo entre estas dos naciones.
Los territorios que hoy constituyen Estados Unidos y Canadá no siempre fueron aliados.
Durante la Guerra de la Independencia de EE.UU. (1775-1783), cuando 13 colonias británicas del actual territorio estadounidense se rebelaron y lucharon por independizarse de la Corona, las canadienses rechazaron las invitaciones para unirse a la revuelta.
Al estallar de nuevo las hostilidades entre EE.UU. y Reino Unido en la guerra de 1812, las tropas estadounidenses invadieron los territorios canadienses bajo dominio británico esperando ser recibidas como libertadoras, solo para encontrar una respuesta armada. Un episodio que —según coinciden expertos— contribuyó en gran medida al surgimiento del sentido de identidad canadiense.
“Desde el final de la guerra de 1812 no ha habido encuentros oficiales abiertamente hostiles, en parte porque muchos estadounidenses tendían a creer que los canadienses se unirían a la república”, escribe Robert Bothwell, profesor emérito del Departamento de Historia de la Universidad de Toronto, en un informe publicado en 2019.
“Al no ocurrir, EE.UU. aceptó a un Canadá independiente pero amigable como un vecino permanente, útil y deseable”, prosigue el especialista en el texto, centrado en los últimos 200 años de relación entre Canadá y EE.UU.
Sin embargo, aunque los vecinos establecieron relaciones diplomáticas en 1927, fue durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) cuando se estrechó la cooperación canadiense-estadounidense.
Desde entonces, hubo acontecimientos que pusieron a prueba esa amistad, como la guerra de Vietnam, la represión de las protestas del movimiento por los derechos civiles en los estados sureños y la invasión de Irak encabezada por EE.UU. en 2003, a la que Canadá se opuso con firmeza.
Pero en general ha estado marcado por gestos de cooperación y solidaridad, como la respuesta canadiense a los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra EE.UU.
Unos 7.000 pasajeros que iban a bordo de decenas de vuelos desviados tras los atentados fueron recibidos en Gander, una comunidad de apenas 11.000 habitantes de la isla de Terranova.
A ese espíritu de colaboración hizo referencia el 8 de febrero Justin Trudeau, ya como primer ministro saliente, en un emotivo mensaje a la nación después de que Trump firmara una orden ejecutiva que establecía un 25% de aranceles a todo producto importado de Canadá.
“Desde las playas de Normandía hasta las montañas de la península coreana, desde los campos de Flandes hasta las calles de Kandahar, hemos luchado y muerto junto a ti durante tus horas más oscuras”, dijo.
La frontera entre Canadá y EE.UU. constituye el límite territorial internacional más largo del mundo, una línea recta imaginaria trazada a lo largo del paralelo 49.
Sumando porciones de los océanos Atlántico, Pacífico y Ártico, además de los Grandes Lagos, mide un total de 8.891 kilómetros.
Fue el Tratado de París del 3 de septiembre de 1783 el que le dio origen, el mismo que puso fin a la guerra de la Independencia de EE.UU. Pero numerosos acuerdos posteriores han ido conformándola tal como es en la actualidad.
Separa a 13 estados de EE.UU. de siete provincias canadienses y un territorio, y varias comunidades indígenas se extienden a un lado y otro.
Y agencias de ambos países estiman que al día la cruzan alrededor de 400.000 personas y bienes y servicios por un valor de US$2.500 millones.
Es una frontera no militarizada, cuidada únicamente por elementos civiles, y de forma mucho menos activa que el muy patrullado confín entre EE.UU. y México.
Aunque ante la llegada de Trump a la Casa Blanca, en diciembre de 2024 el gobierno de Canadá anunció una inversión de US$1.300 millones en personal, equipamiento y nueva tecnología para reforzar la vigilancia.
“El 20 de enero, como una de mis muchas primeras órdenes ejecutivas, firmaré todos los documentos necesarios para cobrar a México y Canadá un arancel del 25% a todos los productos que ingresen a EE.UU. por sus ridículas fronteras abiertas”, había advertido ya el republicano en su red Truth Social tras ganar las elecciones en noviembre.
“¡Este arancel permanecerá en efecto hasta que las drogas, en particular el fentanilo, y todos los extranjeros Ilegales detengan esta Invasión a nuestro país! Tanto México como Canadá tienen el poder para resolver fácilmente este problema latente desde hace mucho tiempo”, zanjó.
Mientras, el gobierno canadiense sostiene que la guerra arancelaria tiene más bien propósito geopolítico. “La excusa del fentanilo es ficticia”, subrayó Trudeau a principios de marzo, antes de que Carney lo relevara en el cargo.
“Trump quiere que la economía canadiense colapse para anexionarnos”, espetó.
Aunque la administración Trump acuse a las agencias canadienses de no hacer lo suficiente para impedir el tráfico de fentanilo, un opioide sintético que ha contribuido con más de medio millón de muertes por sobredosis en EE.UU. desde 2012, las cifras muestran una realidad mucho más matizada.
Según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU. (CBP, por sus siglas en inglés), el año pasado se interceptaron alrededor de 43 libras de fentanilo provenientes de Canadá, mientras que las autoridades canadienses incautaron alrededor de 11 libras llegadas del sur durante el mismo período.
Según datos del gobierno canadiense, el comercio bilateral alcanza el billón de dólares anual, mientras casi US$2.500 millones en bienes y servicios que cruzan la frontera común a diario.
Estados Unidos vende más productos a Canadá que a cualquier otro país, lo que convierte a Canadá en el principal cliente de 32 estados estadounidenses.
Asimismo, EE.UU. es el principal inversor en Canadá; representa el 46% del total de inversión extranjera directa, según el más reciente Informe sobre el Clima de Inversión del Departamento de Estado.
En 2024, la inversión extranjera directa de Estados Unidos en Canadá se situó en US$452.000 millones, mientras que la inversión extranjera directa canadiense en EE.UU. alcanzó los US$672.000 millones de dólares.
Asimismo, casi una cuarta parte del petróleo que EE.UU. consume cada día proviene de su vecino del norte, y solo la provincia de Alberta exporta 4,3 millones de barriles al día.
Según la Administración de Información Energética estadounidense., EE. UU. consume alrededor de 20 millones de barriles al día, mientras que a nivel nacional produce alrededor de 13,2 millones.
“No necesitamos su energía. No necesitamos su petróleo y gas”, dijo en enero Trump. “No necesitamos nada de lo que tienen”.
Durante la mayor parte de las últimas cuatro décadas, el comercio entre Canadá y Estados Unidos se ha regido por una sucesión de acuerdos de libre comercio.
El más reciente es el T-MEC, que entró en vigor en julio de 2020 y del que forma parte también México.
“Hay cosas que podemos hacer, no solo para trabajar juntos con Estados Unidos, sino para generar más capacidad de acción para Canadá”, dijo el exministro de Finanzas canadiense Bill Morneau (2015-2020), en una conferencia titulada “Las relaciones entre Estados Unidos y Canadá en una época de tumultuosa política norteamericana” ofrecida en la Universidad de Yale el mes pasado.
“El desafío es mantener la cabeza fría frente a un diálogo degradante y francamente ofensivo, y hacerlo de una manera que reconozca la relación positiva y muy beneficiosa a largo plazo entre nuestros dos países”.
Canadá es un exportador neto de electricidad a EE.UU. y las redes energéticas de ambos países mantienen una alta interdependencia.
Sus redes eléctricas se fusionan en un sistema “complejo y altamente interconectado” en el que las principales empresas canadienses del sector cuentan con filiales y divisiones comerciales en Estados Unidos, según la Administración de Información Energética de ese país (EIA, por sus siglas en inglés).
Ambas naciones intercambian energía por valor de US$95.000 millones anuales y en algunos estados este comercio llega a representar entre el 5% y el 15% de su PIB, según una investigación del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
EE.UU. importó 33,2 millones de megavatios-hora (MWh) de electricidad en 2024, de los cuales 27,2 millones provinieron de Canadá y el resto de México.
Aunque esta cifra representa menos del 1% del consumo total de electricidad estadounidense, su impacto es significativo en ciertos estados, especialmente los fronterizos con su vecino del norte.
Es por eso que la electricidad ha sido también foco de tensión en la guerra comercial entre ambos países.
El gobernador de Ontario, Doug Ford, eliminó el 11 de marzo el recargo del 25% que un día antes había impuesto a la electricidad que esta provincia canadiense vende a tres estados de EE.UU.
Horas después, el presidente Trump, retiró su amenaza de elevar del 25% al 50% el arancel sobre el acero y el aluminio canadienses.
En cualquier caso, el comercio energético entre ambos países no es unidireccional: Canadá también importa electricidad estadounidense, especialmente en los últimos dos años en los que la sequía ha reducido la capacidad de generación de las centrales hidroeléctricas canadienses.
Pero la lista de conexiones e interdependencias no acaba ahí.
Ambos países también cooperan en defensa, a través de distintos foros e instrumentos bilaterales y multilaterales, aunque un funcionario de alto rango del gobierno le confirmó recientemente a la agencia AP que su país inició negociaciones con la Unión Europea con el objetivo de reducir su dependencia de EE.UU. en esa materia.
Como buenos vecinos, tienen una historia común de migraciones, con grandes movimientos en ambas direcciones desde 1750 hasta bien entrado el siglo XXI.
Sus habitantes comparten, en gran parte, lengua, y sus identidades se han ido definiendo por momentos en contraposición a la nación vecina.
“De todos los países, Canadá ha sido históricamente el que más se ha parecido a Estados Unidos, en términos de cultura, geografía, economía, sociedad, política, ideología y, especialmente, historia”, escribe Bothwell, el profesor de la Universidad de Toronto en su informe.
“Una cultura compartida —literaria, social, legal y política— es un factor crucial en las relaciones entre canadienses y estadounidenses. Y la geografía es, al menos, igual de importante”, prosigue.
“Ninguna idea estadounidense, buena o mala, desde el liberalismo hasta el populismo, deja de encontrar eco en Canadá. Lo fuerte o lo suave que suene el eco marca la diferencia”, concluye.
O como más célebremente describió la relación entre vecinos el ex primer ministro Pierre Trudeau:
“Vivir a tu lado es en cierto modo como dormir con un elefante. No importa cuán amigable y ecuánime sea la bestia, si es que puedo llamarla así, uno se ve afectado por cada contracción, por cada gruñido”.
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