
Los pueblos Mayo-Yoreme afectados por la construcción de la Planta de Amoniaco en la bahía de Ohuira, en Sinaloa, buscan que el Banco Alemán de Crédito para la Reconstrucción (KfW) retire el financiamiento otorgado al proyecto de la empresa Gas y Petroquímica de Occidente (GPO).
El argumento es que este no respeta las directrices de la institución bancaria de garantizar la protección de la biodiversidad y el bienestar de comunidades locales y pueblos originarios pues, aunque actualmente el proyecto está en etapa de construcción, ya está generando afectaciones al limitar las áreas de recolección de almeja de los pobladores.
A través de una petición de firmas en la plataforma Change.org promovida por el Consejo Ciudadano de Ecología en Sinaloa, los solicitantes alertan que la construcción del proyecto, que busca producir 2 mil 200 toneladas de amoniaco al día, generará “un ecocidio, riesgo para la salud humana y un etnocidio cultural para el pueblo originario Yoreme quienes habitan los territorios de la Bahía de Ohuira”.
A una semana de lanzada y hasta este martes 6 de mayo, la campaña había recolectado casi mil 300 firmas de ciudadanos interesados en la protección del patrimonio biocultural, en su mayoría desde México, pero también desde países como Alemania, Estados Unidos, Colombia, Guatemala, Ecuador, y una veintena más de naciones de Europa, Norteamerica y Sudamerica.
Además del retiro del financiamiento por parte del banco alemán KfW, la petición dirigida al Ombudsperson del KfW, Arndt Brillinger; al director de Sostenibilidad del KfW, Jürgen Kern; al Oficial del Alto Comisionado de la Naciones Unidos México para los Derechos Humanos, Jesús Peña; al Relator Especial de las Naciones Unidas para los Defensores Ambientales en el marco de la Convención Aarhus, Michel Forst; y a la presidenta de México, Semarnat y Profepa, también exige que las autoridades mexicanas suspendan el proyecto y sancionen las actividades ilícitas de daño ambiental que ya fueron denunciadas por los habitantes de las comunidades.
Actualmente, indicó a Espejo Melina Sandoval, pescadora de la comunidad de Lázaro Cárdenas y líder de la comunidad Mayo-Yoreme, los trabajos de construcción de la planta continúan afectando ya su actividad pesquera.

Entre estos, están la construcción dos tanques de almacenamiento y de una plataforma para la cual se destruyeron más de 20 hectáreas de manglar. Esto ha generado el desplazamiento de aves migratorias que anteriormente se encontraban en la llamada Isla de Patos y que, ante la poca disponibilidad de alimentos por la construcción, ahora se encuentran más lejos, en la Isla de Bledos.
“Es lo primero que hemos observado. Ahorita todavía no trabajan, no producen. Están trabajando en la construcción de la planta y, a simple vista, es el primer impacto que nosotros hemos visto, el relleno del humedal de ese bajo, el desplazamiento de las aves y todo eso era recolección de almeja de la más cercana a los pobladores de Topolobampo”, explicó.
Antes, cuenta la mujer, llegaban en sus embarcaciones y se refugiaban en los árboles de manglar. Hoy solo tienen una explanada de piedra.
Al observar que los procesos legales en contra de la construcción de la planta de amoniaco se encuentran detenidos, los pobladores de las comunidades afectadas buscaron llevar el tema al ámbito internacional, en una solicitud de firmas en tres idiomas: español, inglés y alemán.
Melina Sandoval señala que su lanzamiento fue un proceso de alrededor de un mes y medio, en el que buscó el apoyo de organizaciones ambientalistas, como el Consejo Ciudadano de Ecología y colectivos de Alemania, que la pudieran ayudar a lanzar la convocatoria.
“Sacamos esta iniciativa con apoyo del colectivo, mediante charlas… Duramos así como un mes y medio para lograr hacer la petición, hacer la carta, fue un trabajo en conjunto”, contó Melina.
“Nuestra pretensión es que esta petición llegue a Alemania y otros países, y hacer más ruido pues, hacer más ruido hasta allá”, añadió.
La construcción del proyecto se inició en el año 2015 con permisos otorgados sin haber hecho primeramente el proceso de consulta con los pueblos indígenas afectados.
Debido a esto las comunidades de Lázaro Cárdenas, Ohuira, Topolobampo, Paredones, El Maviri y Muellecito iniciaron un movimiento de oposición al proyecto que, en abril del 2022, logró que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) revocara los permisos otorgados.
Pero ante esto, la Corte ordenó a la Secretaría de Gobernación realizar la consulta indígena, incluyendo también a pueblos que se encontraban fuera del área de impacto de la planta.
Realizada a finales del 2022, la consulta obtuvo la aprobación de 8 comunidades y el rechazo de los cuatro más cercanos al área del proyecto: Lázaro Cárdenas, Ohuira, Paredones y Juan José Ríos.
Tras esto, en agosto del 2024, un juez federal dio por superada la consulta, con lo que la empresa pudo continuar con los trabajos de construcción.
Actualmente, los pueblos Mayo-Yoreme mantienen diversos juicios de amparo interpuestos en contra de la planta, pero estos no limitan que la construcción siga avanzando.
“Uno está en la Ciudad de México en un tribunal colegiado, el otro en un tribunal de Mazatlán, y estamos por iniciar uno más contra autoridades municipales por los permisos que dió sin una consulta indígena”, dijo Sandoval.
Además de estos amparos, las comunidades también interpusieron un juicio ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA) por invasión de zona federal y una queja con el relator especial de la ONU para defensores ambientales.

Las comunidades también se encuentran en espera de informes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, luego de que representantes de este organismo visitaran la Bahía de Ohuira a finales del 2024 con el fin de revisar las condiciones en las que se estaba llevando a cabo la construcción de la planta de amoniaco de Gas y Petroquímica de Occidente (GPO).
“Así más o menos va el proceso con GPO. Pero pues sí, ha estado como en stand by”, indicó.

Cuenta la leyenda que el río Santiago se tragaba las canoas de cualquiera que intentara explorarlo. Ahora, una comunidad indígena está descubriendo especies sorprendentes en sus aguas.
Nos subimos a una canoa de madera que se mecía sobre las aguas turbias del río Santiago, listos para visitar uno de los ecosistemas menos conocidos de la región amazónica.
Hasta hace poco, los científicos desconocían incluso qué clase de peces habitan esta parte del río, porque nunca había sido estudiada.
Ahora, tras dos días de viaje en buses y camiones desde Quito, Ecuador, la fotógrafa Karen Toro y yo nos acercábamos a nuestro destino: Kaputna, una comunidad indígena que ha descubierto nuevas especies de peces.
Rodeada de una selva virgen donde los jaguares, pecaríes y pumas todavía reinan con tranquilidad, Kaputna es una localidad en la ribera del río Santiago con 145 habitantes que son miembros de los shuar, una de las 11 naciones indígenas que viven en la Amazonía ecuatoriana.
A pesar de que Ecuador es considerado un punto central para la biodiversidad de peces de agua dulce, un grupo de científicos advirtió en 2021 que la falta de información sobre sus especies era “pasmosa” y que se necesitaba de manera urgente realizar más investigaciones.
Un grupo de residentes de Kaputna ha ayudado a llenar ese vacío, al descubrir una gran cantidad de peces que viven escondidos en el río, camuflados por las sombras marrones y plateadas, con bocas especialmente adaptadas para alimentarse de las rocas bajo el agua.
Gracias a los esfuerzos de monitoreo llevados a cabo entre 2021 y 2022, que combinaron conocimiento científico y tradicional, la comunidad indígena logró identificar cerca de 144 especies de peces en el río Santiago.
Cinco de ellas ya habían sido identificadas en otros países, pero nunca en Ecuador. Una de las especies todavía está siendo estudiada y podría ser totalmente nueva, de acuerdo a los biólogos que participaron en la investigación.
Algunos pescadores de Kaputna, como Germán Narankas, fueron como coautores del artículo científico que fue publicado con los hallazgos.
“Su conocimiento del territorio es esencial para descubrir las nuevas especies”, le dice a la BBC Jonathan Valdiviezo, un biólogo que participó en el análisis de muestras.
Para Fernando Anaguano, el autor principal del estudio y biólogo de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés) que acompañó a Kaputna durante todo el proceso, el estudio marca un cambio trascendental en la forma en que los científicos trabajan con y reconocen a los colaboradores locales.
“No es usual que el trabajo de la gente local sea reconocido en las publicaciones científicas”, anota.
Las leyendas locales dicen que, antes de que aparecieran los botes a motor, la gente que se embarcaba por la parte baja del río desaparecía.
Un hoyo se “tragaba” las canoas y quienes venían de fuera nunca lograban llegar a la comunidad. Esta es la razón por la que esta zona se llama Kaputna, que significa “área donde el río fluye rápidamente”, de acuerdo con quienes viven allí.
Para llegar, tuvimos que conducir durante 10 horas desde Quito hasta Tiwintza, una localidad amazónica en la frontera con Perú.
A la mañana siguiente, Germán Narankas, un pescador de Kaputna, nos esperaba en la terminal de buses con su red de pescador que llevaba en la espalda.
“Hoy el calor va a ser infernal. No ha llovido en tres días”, nos advirtió, mientras se arremangaba para evitar quemarse con el sol. A las 09:00, la temperatura ya era de 35°C (95°F).
Emprendimos en camión un trayecto de 40 minutos hasta el puerto de Peñas, en el río Santiago, donde nos esperaba amarrada la canoa de Narankas, moviéndose por la fuerte corriente del río.
Las canoas equipadas con motores a gasolina, conocidas como peque-peques, son el único medio de transporte para llegar a Kaputna.
Narankas conoce el río Santiago como la palma de su mano. Incluso antes de hacer parte del proyecto de monitoreo científico, estaba familiarizado con los distintos tipos de peces que habitan el río.
En 2021, cuando comenzó el proyecto, aprendió a identificar las diferencias entre las especies y comenzó a llamarlas por sus nombres científicos.
El hombre recuerda que en 2017 vio una señal. Para los shuar, el río es más que un cuerpo de agua o una vía de acceso. En sus riberas se acostumbra a realizar el ritual de la ayahuasca, en el que se consume la planta también conocida como yagé. Los shuar creen que las visiones que esta produce revelan el futuro y guían las acciones de quienes la toman.
“Tuve sueños de que iba a cambiar el sistema. En las visiones, había un hombre que viajaba a otros países, y era yo, viajando con este proyecto. No lo sabía entonces”, dice.
Cuatro años más tarde, en 2021, los investigadores de la oficina de la WCS en Ecuador le pidieron ser parte del estudio enfocado en el descubrimiento de la biodiversidad del río Santiago.
Narankas y otros miembros de la comunidad recolectaron peces, les tomaron fotos y las subieron una aplicación llamada Ictio junto a otros datos importantes como la ubicación donde los habían capturado, el equipo de pesca que habían utilizado y las características de los animales.
“Había por lo menos tres de esos peces que nunca había visto en mi vida”, dice.
Durante el recorrido por el río, el sonido de los grillos ahogaba bajo el ruido del motor. A medida que nos interábamos en la selva, el agua se iba volviendo más cristalina.
“Hemos llegado al río Yaupi”, anunció Narankas. El Yaupi es uno de los afluentes del río Santiago, donde también se tomaron algunas muestras.
Este es el lugar de pesca favorito para los locales, porque las aguas son cristalinas y están libres de los residuos de la minería que han contaminado muchos otros ríos en la región del Amazonas.
En medio del follaje selvático, se divisan las banderas de Ecuador y Perú.
Narankas, su hermana Mireya y su hijo Josué se lanzaron al agua para pescar.
El pescador lanzó su red con todas sus fuerzas al río y luego la fue recogiendo lentamente para ver qué había logrado sacar: un pez al que él llama “carachama”, de unos 10 cm de largo.
Pertenece a la familia de los Loricariidae y esta especie en particular se llama Chaetostoma trimaculineum: un pez marrón, con algunas manchas oscuras y una boca redonda.
“Cerca de aquí encontramos una especie de pez que [los investigadores] dijeron que nunca había sido estudiado. Era muy parecido a esta carachama”, explicó Narankas.
El pez en cuestión era el Peckoltia relictum, una especie nueva en Ecuador. Mide aproximadamente 15 centímetros y usualmente se adhiere a las rocas.
Su boca es como una copa de succión y, en vez de escamas, tiene una especie de placas, una característica que distingue a las carachamas (Loricariidae).
Durante la investigación, Narankas y sus colaboradores también se llevaron algunos especímenes a una habitación en Kaputna, que funcionaba como un pequeño laboratorio donde medían y pesaban a los animales, les removían partes de sus tejidos con un bisturí y los preservaban en formaldehído.
“Fue muy emocionante aprender y recolectar información. Me siento un poco como una científica”, le cuenta a la BBC Liseth Chuim, una pescadora que hizo parte del monitoreo.
“Tomábamos un pedazo de su carne y le cocíamos un sello con su nombre y un número”, explica Johnson Kajekau, otro residente de Kaputna que apoyó al equipo de monitoreo.
Uno de los peces que más recuerdan los tres es una especie de bagre que medía más de un metro. También, uno que tenía la “panza amarilla” y otro de color plateado.
El biólogo de la WCS Fernando Anaguano y sus colegas se encargaron de recolectar las muestras y llevarlas a laboratorios en Quito.
Para los biólogos, la colaboración con los locales les permitió desbloquear un ecosistema que era un misterio para las personas de fuera de la comunidad.
“La cuenca del río Santiago es una de las menos exploradas. Hay muy pocos estudios que detallen la diversidad de peces que hay en ese lugar”, explica Anaguano, quien ha estado investigando peces de agua dulce por más de una década.
Lo atribuye a lo remoto de la región, las dificultades que había en el pasado para llegar hasta allí y también a que los peces de agua dulce con frecuencia han sido dejados de lado por los investigadores. Por lo general los investigadores se enfocan en grupos más “carismáticos” de animales, como los mamíferos o los pájaros y, cuando se estudian peces, por lo general se trata de especies marinas.
Sin embargo, señala Anaguano, los peces de agua dulce juegan un rol fundamental en los ecosistemas acuáticos y son fuente de alimento y recurso económico para las comunidades indígenas.
Hasta ahora, en investigaciones previas, se habían registrado cerca de 143 especies en un área extensa que incluye al río Santiago y sus afluentes por debajo de los 600 metros de altitud. Se le conoce como “zona ictiográfica de Morona Santiago” y tiene un área de 6.691 kilómetros cuadrados.
En comparación, el estudio con la comunidad Kaputna identificó un total de 144 especies en un área de apenas 21 kilómetros cuadrados dentro de esta zona. De esas especies, 77 no habían sido reportadas en las investigaciones anteriores del área de Morona Santiago.
La diversidad hallada en el estudio representa el 17% de todas las especies de peces de agua dulce en Ecuador (836) y el 20% de las registradas en la Amazonía ecuatoriana (725). Esto es un porcentaje muy significativo, considerando que el área de estudio donde estas especies fueron halladas es muy pequeña, según destaca Anaguano.
De hecho, la diversidad piscícola en la región amazónica es enorme.
Sus cuencas, localizadas en Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia, Brasil, Venezuela, Guyana y Surinam, tienen la mayor variedad de peces de agua dulce del mundo. Se han registrado hasta ahora 2.500 especies y se estima que hay miles más por descubrir.
Esos ríos también son el hogar de la migración más larga en el planeta: la del bagre dorado, que viaja por cerca de 11.000 kilómetros entre las estribaciones de los Andes hasta los estuarios del Amazonas, en el océano Atlántico.
Sin embargo, los peces de agua dulce como los de la Amazonía están gravemente amenazados. Según el informe del Índice Planeta Vivo (IPV) sobre peces migratorios de agua dulce, sus poblaciones han disminuido un 81% en los últimos 50 años. Y solo en Latinoamérica, incluso más: un 91%.
Anaguano explica que, más allá de la contribución de los peces para mantener el equilibrio de la vida en el planeta, estos animales forman parte de la cultura y la cosmovisión de los pueblos indígenas.
La seguridad alimentaria es otro problema. “Los peces son fuente de proteína de las comunidades locales”.
Por eso, a través de este tipo de investigación que incluye la perspectiva de los pescadores, buscamos no solo conservar los peces sino también garantizar la sostenibilidad de la pesca a largo plazo”, añade Jonathan Valdiviezo, biólogo del Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio), donde se procesaron y almacenaron las muestras del estudio.
Para Valdiviezo, que tiene más de 17 años de experiencia trabajando con peces, uno de los puntos cruciales del proceso fue la capacitación que recibieron los pescadores de Kaputna para etiquetar correctamente las muestras.
“Eso nos ayudó a evitar problemas al registrar la especie y confusiones”, afirma.
Aun así, el descubrimiento estuvo lleno de giros y sorpresas. Durante el análisis de tejidos, que incluyó análisis de ADN, los investigadores descubrieron que uno de los peces que creían que era nuevo para la ciencia ya había sido descrito en 2011.
“Cuando nos dimos cuenta de que esta especie era muy rara, extrajimos ADN de un pequeño fragmento de músculo”, explica Valdiviezo. Luego, compararon los resultados con el tejido de otras especies relacionadas registradas en su base de datos.
“Es similar al proceso que se utiliza para determinar la paternidad”, explica el biólogo. Ante la duda, enviaron una muestra a Canadá, donde confirmaron que se trataba de un ejemplar de Peckoltia relictum, un pez ya conocido.
Sin embargo, se trataba de una especie nueva para Ecuador, al igual que otras cuatro descubiertas como parte de esta investigación.
Ambos investigadores creen que aún queda una gran cantidad de especies por descubrir en las turbias aguas del Santiago. Por ahora, dice Valdiviezo, siguen analizando uno de los bagres encontrados, ya que creen que se trata de una especie nueva para la ciencia.
Su principal característica es que tiene rayas negras por todo el cuerpo. Anaguano comenta que esperan publicar un segundo artículo, coescrito por los pescadores de Kaputna, este año.
Sentadas en Kaputna al atardecer, bajo un cielo estrellado, le preguntamos a Narankas qué significaba para él ver su nombre en el artículo publicado. Se le llenan los ojos de lágrimas.
“Me siento orgulloso”, explicó sonriendo.
Pero el impacto ha sido aún más profundo. Después de esta experiencia, en agosto de 2025, el joven de 34 años regresó a la escuela secundaria. En un año y medio espera graduarse y luego estudiar biología para seguir desvelando los secretos del río Santiago, cuya historia de descubrimientos científicos apenas comienza.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.