“Cuida de mis hijos si me pasa algo”.
Abigail Andrade Rodríguez, de 30 años, le mandó ese mensaje de texto a su hermana Yesmín a las 10:30 de la noche del 24 de octubre del año pasado.
La mujer se encontraba a bordo del yate turístico ‘Litos’, donde trabajaba como la anfitriona del barco. Aún había señal de internet y teléfono en la bahía de Acapulco, aunque no duraría mucho tiempo. Apenas una hora después de que Abigail embarcara, se desató el caos: Otis, que en cuestión de horas escaló de huracán categoría 1 a categoría 5, la máxima, tocó tierra y arrasó, literal, con todo el puerto de Acapulco.
–Antes de las 12 de la noche perdimos la comunicación con ella y sus compañeros. Ya no tenían el control del barco. Habían mandado varios SOS, pero… ¡pues quién iba a contestar! –exclama Yesmín.
A esa hora, cuando olas de hasta ocho metros provocadas por rachas de viento de más de 200 kilómetros por hora se tragaban todo a su paso en mitad de la oscuridad de la noche, las llamadas de auxilio de las embarcaciones fondeadas cerca de la costa se cruzaron al mismo tiempo, sin que del otro lado hubiera personal suficiente para atenderlas.
–Ya todo era un desastre. No había luz, señal, nada. El huracán llegó entre las 11.30 y las 12, y un año después no hemos sabido nada de ella, ni de sus compañeros.
Yesmín Andrade, la hermana de Abigail, recuerda lo sucedido aquella noche del 24 de octubre de 2023 desde su casa en la colonia Burócratas, en la parte alta de Acapulco, donde menos de un año después, otro potente y destructivo huracán, esta vez de nombre John, dejó al menos 15 muertos en Guerrero y 50 mil millones de pesos en daños materiales, según cálculos de la alcaldía de la ciudad.
Aún con el lodo fresco por las continuas lluvias que trajo John y los restos de enormes piedras que se deslavaron de los cerros de su colonia, la Burócratas, y por muchas otras como la Colosio o la 20 de Noviembre, donde los aludes sepultaron viviendas, coches, y todo lo que encontró a su paso, Yesmín habla con rabia y conteniendo las lágrimas porque asegura que la desaparición de su hermana y de sus tres compañeros de embarcación, el capitán Ulises Díaz Salgado, el ingeniero Fernando Parra Morales, y el marinero Alejandro Sandoval Ugarte, fue una negligencia y no un accidente.
–Ella era la hostess (anfitriona) del yate. No sé por qué el dueño le pidió que se quedara a trabajar en la embarcación esa noche si no había turistas, ni estaba rentado para eventos, nada. Los obligaron a quedarse en la embarcación, fue a la fuerza.
El caso de Abigail y sus compañeros no fue el único. De la lista de 45 personas muertas y al menos 28 personas que continúan desaparecidas, muchos eran marineros o trabajadores de embarcaciones. A algunos, como el caso de Abigail, sus patrones los obligaron a que se quedaran en los barcos para cobrar el seguro en caso de siniestro, y a otros, como Pedro Espinoza, capitán de ‘El Tiger’, sus marineros sobrevivientes cuentan que el huracán Otis, que en un inicio se pensaba que solo sería una ‘tormenta tropical’, los tomó por sorpresa.
“Estábamos anclados en la bahía naval porque es el lugar más seguro cuando entra un temporal, los vientos siempre entran desde el sureste y el cerro nos protege. Pero este huracán nos entró de frente, de lleno. Todo fue muy rápido. No se veía nada. Todo era aire, arena y un viento muy fuerte. En un lapso de entre 5 y 10 minutos, Otis nos hundió, y mi capitán y yo caímos al mar cuando nos impactó una ola de 8 metros”, dijo Joel, uno de los sobrevivientes de ‘El Tiger’, cuyo capitán fue hallado tiempo después sin vida.
El día después del huracán, el 25 de octubre, la Marina comenzó las labores de búsqueda con una “embarcación tipo Defender” en la bahía de Acapulco. Según respondió la dependencia a una solicitud de transparencia a Animal Político, ese primer día rescató a tres sobrevivientes de la draga ‘San Ignacio’, a otras dos personas que estaban flotando en el mar a la deriva, a otras cinco a bordo del buque Sheng Xing Da, que se quedó varado en las costas de la bahía, y a otras nueve personas de un remolcador de Pemex.
En total, ese día encontraron 19 personas con vida, y aún lograrían rescatar otras seis personas en los días posteriores. Aunque durante las tres primeras semanas cruciales, lo que más rescataron fueron embarcaciones y los cuerpos de 13 personas sin vida.
Por ejemplo, el jueves 26, viernes y sábado, la Marina recuperó “cuerpos sin vida”, aunque no especificó cuántos para ese día, y desde el domingo 29 hasta el martes 31 recuperaron 48 embarcaciones que se tragó el huracán y el mar. Mientras que los días posteriores, ya de noviembre, continuaron sacando de la Bahía, de lugares como Puerto Marqués o Playa Manzanillo, más embarcaciones o restos de embarcaciones hundidas. En total, en casi un mes, entre el 24 de octubre y el 15 de noviembre, la Marina informó que rescató 83 embarcaciones.
Una de esas embarcaciones localizadas, pero completamente arrasada, fue el famoso yate turístico ‘Aca-Rey’, que habitualmente estaba fondeado frente al zócalo del puerto de Acapulco, donde ofrecía travesías por la bahía a los turistas. La noche del huracán, el barco estaba fondeado en la Bahía de Santa Lucía. Veinte personas, todas tripulantes del popular yate de recreo, murieron dentro de la embarcación.
Otro de los barcos recuperados, por pedazos, fue el yate ‘Litos’, cuyo motor fue hallado en la isla de la Roqueta. Sin embargo, de Abigail y del resto de la tripulación continúa sin saberse qué sucedió, ni cuál es su paradero, pese a que las labores de búsqueda aún continúan un año después.
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–Se supone que siguen buscando –expone Yesmín–. Pero ya lo hacen sin que estén los familiares presentes. No estamos yendo con ellos. Solo fuimos al inicio, aunque eso tampoco fue rápido. De hecho, se tardaron mucho y por eso nosotros, los familiares de los desaparecidos, fuimos por nuestros medios a Zihuatanejo a seguir buscando, a hospitales de Oaxaca, de la Ciudad de México… Pero no logramos nada.
Sobre esto que dice Yesmín, Animal Político acompañó en los cuatro primeros días del paso de Otis a varias de esas familias de desaparecidos, que se cooperaban entre ellas para comprar el poco combustible que había disponible en Acapulco en esos momentos, para que pescadores les prestaran algunas ‘pangas’ o pequeños botes que se salvaron del temporal y hacer ellas mismas las búsquedas en el mar, ante la saturación de las autoridades que no se daban abasto.
–Ha sido un año terrible. No sabemos dónde está mi hermana, ni tenemos pistas de que hayan encontrado ropa, o algo así. Nada. No hay nada de consuelo para nosotros desde que ella desapareció –lamenta amarga Yesmín, que, tal y como le prometió a su hermana en ese último mensaje, tiene a su cargo a los tres hijos de Abigail, una niña de 13 años, y dos niños de 11 y 9, respectivamente.
–Los niños quieren saber de su mamá, pero ya no sé qué decirles –murmura la mujer, que no aguanta el llanto–. He tenido que tomar terapia psicológica porque es muy difícil explicarles esto que nos pasó.
Tras componerse del llanto, Yesmín respira hondo para, acto seguido, decir con un tono firme que a pesar de que ya pasó un año sin noticias de su hermana, ella no pierde la esperanza de volver a verla.
–Pues yo digo que los milagros existen –asegura–. Quizá alguien tenga a mi hermana, quizá esté malherida y alguien la está cuidando. Quizá ella se golpeó la cabeza y no recuerde nada. Yo siento que los milagros existen y que solo Dios sabe. Lo único que le pido es encontrarla y traerla aquí, a la casa con sus hijos.
Pero, para eso, la mujer endurece el tono y exige que las autoridades continúen con las labores de búsqueda de los desaparecidos del huracán Otis, y que sus vidas no queden hundidas en el olvido.
—Que no se olviden de los desaparecidos de Otis. Porque no solo soy yo, ni solo es Abigail, hay muchas familias con este duelo permanente desde la noche de aquel 24 de octubre.
Yesmín hace una pausa. La lluvia, que en cuatro días del huracán John trajo la misma cantidad de agua que la que cae en todo un año, según Protección Civil del estado, ha comenzado a arreciar de nuevo sobre el puerto de Acapulco, cuyos habitantes ya miran con temor hacia el cielo luego de haber sufrido los estragos de dos potentes huracanes en menos de 12 meses.
–Sabemos que ahora llegó otro huracán y que hay más damnificados en el puerto, pero yo lo que pido es que no nos olviden. Que las autoridades le den la importancia que tienen nuestros seres queridos, y que no se olviden de nuestros desaparecidos –concluye la mujer.
Al corte del 18 de octubre de 2024, esta es la lista de personas que continúan desaparecidas tras el paso del huracán Otis hace un año.
La lista fue proporcionada por Yesmín Andrade.
Abigail Andrade Rodríguez
Gustavo Hurtado Carranza
Ulises Castillo Hernández
José Federico Gómez Ortiz
José Andrés Soberano Mellado
Joel Cruz del Carmen
José Ramiro Castro García
Felipe Castro de la Paz
Erick Ortega Clavel
Sergio Martínez Durán
Marcos Antonio Franco Cipriano
Moisés Andrés Martínez Hernández
César Iván Díaz Márquez
Demetrio Felipe Morales
Álex David Pérez Rivera
Rubén Torres Campos
María Hilaria Delgado Valdovinos
Luis Sebastián Herrera Delgado
Luis Alberto López Sarabia
Andrés Cortez Salazar
Marco Antonio Chávez Domínguez
José Desiderio García
Fernando Parra Morales
José Ángel Gil Murga
Ulises Díaz Salgado
Leonardo Leiro Cabañas
Alejandro Sandoval Ugarte
Rodrigo García Casas
José Rosales Viscaya
Mauro Morales López
Para muchos habitantes de Hiroshima y Nagasaki sobrevivir a las bombas fue solo el comienzo de una vida en la que combatieron dolores físicos pero también profundas heridas emocionales.
Las bombas de Hiroshima y Nagasaki terminaron con la vida de miles de personas en un instante. Para los sobrevivientes fue solo el comienzo de años de dolorosas heridas, enfermedades, miedo, sentimiento de culpa y discriminación.
La organización Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha o sobrevivientes de las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre las ciudades japonesas en 1945, ganó el Premio Nobel de la Paz este año.
El movimiento representa a los 174.080 sobrevivientes de los bombardeos atómicos que residen en Japón, Corea y otras partes del mundo.
No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos del 6 y el 9 de agosto de 1945,.
Los cálculos más conservadores estiman que cinco meses después de los ataques unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades.
Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000.
El mundo ha conocido el relato del horror gracias a los sobrevivientes, a quienes se les conoce como hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”.
Sus testimonios no solo dan cuenta de lo que vieron, sino de los traumas que aún llevan dentro.
“Hay muchos hibakusha que son narradores sociales, pero no son capaces de contarle su propia historia a sus hijos”, le dice a BBC Mundo Yuka Kamite, profesora de Psicología en la Universidad de Hiroshima, quien ha estudiado la salud mental de los hibakusha.
Se calcula que hoy aún viven unos 140.000 hibakusha, que rondan los 80 años de edad.
¿Cómo ha sido la vida de los hibakusha y por qué sobrevivir a la bomba fue solo una parte de la dura batalla que han dado para llevar una vida digna?
Miedo
Los hibakusha que recibieron el impacto de la bomba sufrieron quemaduras y heridas que marcaron sus cuerpos y sus rostros.
Aquellos que estuvieron expuestos a mayores dosis de radiación, aunque a primera vista parecían ilesos, luego mostraron síntomas como pérdida del pelo, sangrado y diarrea.
Luego se reportó un aumento en enfermedades como el cáncer y la leucemia.
“Todavía siento miedo de que se me puedan manifestar las consecuencias de la radioactividad y morir en cualquier momento”, le dice a BBC Mundo Yasuaki Yamashita, un sobreviviente de Nagasaki que tenía 6 años el día de la explosión y que hoy, a sus 81 años, vive en México.
Ese miedo los llevó a una vida de estrés, confusión, incertidumbre y ansiedad. Incluso vivían con temor de pasarle los efectos de la radiación a sus hijos.
“Los efectos de la radiación son invisibles, eso los hizo sentirse inestables e intranquilos, sin saber qué iba a pasar con su futuro”, le dice a BBC Mundo Hibiki Yamaguchi, investigador en el Centro para la Abolición de Armas Nucleares de la Universidad de Nagasaki.
El miedo marcó para siempre la salud mental y emocional de muchos hibakusha.
Luli van der Does, profesora en el Centro para la paz de la Universidad de Hiroshima que ha estudiado los efectos de la bomba en los sobrevivientes, menciona algunos ejemplos de cómo el miedo se quedó grabado en sus mentes.
“Algunos no pueden comer pescado seco porque les recuerda el olor de los cuerpos quemados”, le dice van der Does a BBC Mundo.
“Otros se tuvieron que ir de Hiroshima y nunca volvieron a visitar su ciudad, otros dicen que no pueden comer pepinos, porque ante la falta de medicinas tras la bomba era lo único que podían usar para curar sus heridas”.
“En casos más severos, dicen que no pueden cruzar puentes ni ver ríos, porque comienzan a recordar los cadáveres que veían flotando tras la explosión”.
El miedo les afectó su salud emocional pero, además, los lanzó a una realidad que hizo aún más difícil su lucha por llevar una vida soportable después de la bomba.
Las heridas físicas, el temor a que los efectos de la radiación pudieran ser contagiosos y los traumas psicológicos de los hibakusha llevaron a que muchos comenzaran a ser discriminados por su condición.
“La gente temía que los sobrevivientes tuvieran una enfermedad contagiosa”, recuerda Yamashita.
“Decían: ‘Hay que separarlos, no hay que casarse con ellos, no hay que tener amistad con ellos’”.
El temor a la discriminación llevó a que muchos ocultaran su condición de hibakusha o se negaran a hablar de ello.
“Aquellos que tenían queloides [crecimiento excesivo del tejido de una cicatriz] en el cuerpo usaban mangas largas para cubrir sus cicatrices, incluso en pleno verano”, dice la profesora Kamite.
También se les hacía difícil conseguir y conservar sus trabajos. Así lo recuerda Yasuaki Yamashita:
“Cuando salí de la preparatoria comencé a trabajar y casi al mismo tiempo comencé a sufrir los efectos de la radiación.
Empecé a perder la sangre, evacuaba sangre, vomitaba sangre, entonces no podía trabajar.
Si conseguía un trabajo, venía esa enfermedad y tenía que renunciar, así duré como dos años.
Mucha gente me decía que yo era un flojo, que no quería trabajar, pero no era eso, era que simplemente no podía trabajar. Yo necesitaba trabajar, pero no podía”.
Para las mujeres la situación muchas veces era aún más difícil.
En esa época casarse era muy importante para las mujeres japonesas.
“Era casi la única cosa que una mujer esperaba”, recuerda Setsuko Thurlow, sobreviviente de Hiroshima, quien en julio compartió sus recuerdos durante un evento en línea para conmemorar el 75 aniversario de las bombas.
“Con esas cicatrices queloides, esas mujeres perdían la fe y la esperanza en la vida”, dijo Thurlow, quien en 2017 recibió en nombre de los sobrevivientes el Premio Nobel de Paz que se le otorgó a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por su sigla en inglés).
Keiko Ogura, otra sobreviviente de Hiroshima, recuerda que vivió esa discriminación en carne propia. Así lo contó en conversación con BBC Mundo:
“Tenía 8 años, era solo una niña pequeña en la escuela elemental, pero sabíamos que no debíamos decir que habíamos estado en la ciudad ese día. Si decíamos algo relacionado con la radiación, no nos podríamos casar.
No decíamos que éramos sobrevivientes. Teníamos un certificado de sobrevivientes y al mostrarlo en el hospital podíamos recibir tratamiento médico que ayudaba a pagar el gobierno. Sin embargo, la gente nos decía ‘no muestres eso’.
Al principio yo no le prestaba atención, sentíamos que todos compartíamos el mismo destino, pero cuando ya era una mujer en edad de casarme, a los 18 o 20 años, los hombres jóvenes de fuera de la ciudad me preguntaban “Keiko, ¿dónde estabas al momento de la bomba?Por mi parte no hay problema, pero a mis padres les preocupa”.
Sé que muchas otras personas también tuvieron esa experiencia”.
La profesora Van der Does cuenta que cuando llegaba el momento de casarse, algunas personas contrataban detectives para investigar si la pareja había estado en Hiroshima al momento de la bomba.
Otros, por su parte, sintieron esa discriminación de una manera más sutil o indirecta, y los puso en una posición vulnerable ante la sociedad. Una “discriminación silenciosa”, como la llama la profesora Van der Does.
“No sabes exactamente qué tipo de discriminación estás sufriendo, pero simplemente la sientes en tus interacciones sociales, o al darte cuenta de que a lo largo de tu vida has recibido un trato injusto”, explica.
Yoshiro Yamawaki, sobreviviente de Nagasaki, es uno de esos casos de discriminación silenciosa.
“La bomba mató a mi padre, mi madre tenía siete hijos y no podía hacerse cargo de ellos. Por eso, tuve que dedicarme a trabajar, sin poder ir a la universidad, creo que eso fue una forma de discriminación”, dice Yamawaki en conversación con BBC Mundo.
Según explica Van der Does, es difícil conocer el daño psicológico y emocional que sufrieron los hibakusha porque muchos murieron sin ser capaces de hablar de ello.
“Hay muchos que no han admitido ser hibakusha por el miedo a la discriminación”, dice la investigadora.
En una reciente encuesta que Van der Does realizó entre 1.652 hibakusha de Hiroshima y Nagasaki, encontró que el 31% de ellos ha sufrido varios tipos de trato discriminatorio a lo largo de su vida.
Esa discriminación en ocasiones se dio entre los mismos hibakusha.
“Los hibakusha conocían mejor que nadie lo que les ocurría, por eso muchas veces se discriminaban entre ellos”, dice Hibiki Yamaguchi, de la Universidad de Nagasaki.
Según Van der Does, esa discriminación era fruto del miedo y de la desesperación por vivir. “Estaban luchando por sobrevivir, tenían que competir entre ellos por lograr algún tipo de ayuda”, dice la profesora.
Culpa
Al miedo y a la discriminación con que cargaban los hibakusha muchas veces se les sumó un sentimiento de culpa por haber escapado con vida o haber sido incapaces de ayudar a quienes pedían auxilio.
Ese sentimiento de culpa de los sobrevivientes les causó sufrimiento a largo plazo, explica la psicóloga Kamite.
Así lo recuerda la sobreviviente Keiko Ogura:
“Yo, al igual que el 90% de los sobrevivientes, tuve un sentimiento de culpa porque vi morir a familiares y amigos. Después de la explosión vimos gente bajo los edificios derrumbados pidiendo ayuda, pero no podíamos ayudarlos, estaban atrapados. Las madres trataban de sacarlos pero era muy difícil.
Luego, el fuego se esparció tan rápido que no tuvieron más opción que irse del lugar.
Eso los hizo preguntarse: ¿por qué no pude cumplir con el deber de ayudar a mis hijos hasta el último momento?
Tras la explosión, dos personas muy heridas se me acercaron y solo decían ‘agua, agua’. Yo les di de beber y luego murieron frente a mí. En ese momento no lo entendía, era solo una niña de 8 años, pero comencé a culparme porque sentía que los había matado. Sentía que si no les hubiera dado agua, ellos no estarían muertos. Me sentí así durante más de 10 años”.
Según los expertos, la dificultad que muchos sobrevivientes tienen para hablar de su experiencia les ha afectado sus vidas.
“El velo de silencio sobre estos temas funcionó para ocultar las transgresiones ocasionadas por las secuelas atómicas”, dice Kamite.
Algunos hibakusha, sin embargo, han combatido ese silencio y comparten sus historias con los medios o como parte de campañas en contra de la proliferación de armas nucleares.
“Algunos están motivados por la ira, otros por un sentido de misión social, y otros pueden estar motivados por la respuesta al trauma”, dice Kamite.
La profesora, sin embargo, advierte que son solo unos pocos quienes participan en estas actividades sociales y que es probable que muchos hibakusha hayan sido una “mayoría silenciosa”.
Van der Does, por su parte, explica que con el tiempo los hibakusha lograron construir un sentido de comunidad que los ayudó a ganar aceptación en la sociedad.
“Se convirtieron en líderes en la lucha por el desarme nuclear”, dice la profesora. “Pasaron de ser víctimas a creadores de un mundo nuevo”.