La primera imagen al llegar a Zotoltitlán, en el municipio del Mártir de Cuilapan, en Guerrero, son las cuadrillas de albañiles que construyen casas, como si el pueblo estuviera en una renovación colectiva. Son nuevas edificaciones que le dan un aire a Apango, la cabecera municipal. En el acceso principal toda una hilera es de nuevas construcciones en diferentes porcentajes de avance y así en varios puntos de este pueblo.
Casi todo el que tiene casa buena, como suelen referirse aquí a las altas viviendas de concreto, es porque fue a los Estados Unidos como migrante, trabajó y ahorró, dice el comisario municipal, Gregorio Tlanipateco Godínez.
Zotoltitlán es el segundo pueblo más grande en este municipio de la zona Centro de Guerrero, con una importante población nahua, conocido porque sus habitantes emigran a Estados Unidos, en particular los hombres, con dos propósitos, hacerse de un patrimonio y ahorrar para una eventualidad, como una enfermedad.
Parte de las casas que en estos momentos construyen en el pueblo son de ellos.
En Zotoltitlán hay dos generaciones claras de migrantes, los viejos, que se fueron de manera irregular hace varios años para trabajar en los campos agrícolas–muchos ya volvieron– y los jóvenes, con la posibilidad de salir con la H-2A, un visado que tramitan empleadores estadounidenses para llevarse la mano de obra de otros países a sus campos. En los dos casos el trabajo es duro, con jornadas de 12 horas o más.
La mañana de este viernes 31 de enero, en la Comisaría Municipal del pueblo hay representantes de ambas generaciones de migrantes, para hablar de un tema que, al final de cuentas, los pone en el mismo sitio, los riesgos de las deportaciones masivas de migrantes o la incertidumbre laboral por las órdenes ejecutivas del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
La mayoría de las familias tienen al menos a un pariente que está o estuvo en los Estados Unidos en alguna de estas circunstancias. Esto hace que la economía del pueblo dependa casi por completo de las remesas, es decir, del dinero que envían los migrantes. “Es lo principal”, reconoce el comisario.
Las posibilidades de trabajo en el pueblo se reducen al campo, donde siembran maíz, frijol y calabaza, de manera esencial para su propio consumo y a la albañilería, de acuerdo con el testimonio de los habitantes. Hace unos años unos emprendedores locales invirtieron en el cultivo de tomate y crearon otra fuente de empleo, que no deja de ser trabajo en el campo. En cualquiera de los casos, aquí la percepción económica es menor debido al valor de la moneda mexicana en comparación con el dólar.
En el pueblo, los habitantes perciben por día entre 400 y 450 pesos por labores en el campo, y arriba de 500 pesos si se alquilan como peones en la construcción y albañilería. En la temporada pasada, los migrantes que salieron con contrato y visado recibieron 18 dólares por hora de trabajo en los campos agrícolas. Al cierre de la edición, el precio del dólar es de 21 pesos mexicanos.
Leopoldo Hernández Godínez llegó a la Comisaría Municipal en bermuda, camiseta de los Lakers, un gorro de frío que tenía estampado Bulls en letras grandes, y tenis con calcetas altas. Es uno de los hombres que salen del pueblo a los Estados Unidos con Visa y contrato para trabajar en los campos agrícolas por una temporada cada año.
Está en Michigan de junio a octubre para trabajar de sol a sol en el corte de hortalizas, calabaza, jitomate, chiles serrano y poblano, y pepino. Lleva seis años consecutivos en esa dinámica de casi nueve años desde que contratan a hombres jóvenes de este pueblo.
Los empleadores, a través de enlaces, les hacen la convocatoria unos meses antes para que reúnan los documentos para entrar a una etapa de selección, que incluye solicitar el visado temporal a la embajada estadounidense. La mayoría de los que quedan están entre los 20 y 40 años.
El motivo principal por el que emigran es para generar una reserva económica. “Aquí en el pueblo a veces no hay mucha oportunidad”, dice Leopoldo, quien tiene 36 años y es el sustento económico de tres hijos, de 16, 10 y dos años, y de su esposa.
En este tiempo de migrante agrícola ha podido construir por etapas su casa y guardar “un dinerito”.
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Después llega Herminio Pascal Chautengo, de 37 años, quien también lleva seis años inscribiéndose a la convocatoria de trabajo temporal. Sus labores son en las empacadoras. Los productos agrícolas pasan por diferentes etapas antes de su venta al público.
Le mueven los mismos propósitos que a Leopoldo de trabajar en los Estados Unidos, porque en el pueblo no hay más que ser campesinos u obreros. Tampoco es que en los Estados Unidos su estatus cambie, la diferencia es que su esfuerzo rinde más acá en pesos. “Lo que trato es guardar el pequeño ahorro que podemos hacer en esos cuatro meses, guardarlo para una enfermedad, para un apuro (…), porque uno no sabe cuándo lo va a necesitar. Es lo primordial para mí”, comenta.
En el mismo perímetro de la Comisaría Municipal está el segundo comisario, Policarpo Santos Hernández, con 60 años, quien es de la anterior generación de migrantes del pueblo. Estuvo casi ocho años en los Estados Unidos sin documentos, se movió entre Florida, Virginia, Nueva Jersey y Michigan, según la temporada de cultivos.
Regresó al pueblo en 2009 para ver a su padre, pero ya no lo alcanzó. Lo mantuvo con las remesas que envió en esos años, al igual que a su familia directa.
Esa anterior generación de migrantes son los que se fueron de manera irregular a los Estados Unidos, estuvieron varios años allá y volvieron.
David Álvarez, con 51 años, es otro de ellos, también estuvo cerca de ocho años en diferentes lugares de Estados Unidos; hizo una ruta similar a la de Policarpo. Era común, cuenta sentado en la banqueta de una tienda frente a la iglesia del pueblo, que los mismos paisanos se comunicaran para avisarse dónde requerían jornaleros.
En ese tiempo construyó su casa y compró algunos bienes que ahora le permiten sobrevivir de su cosecha de maíz en el campo de Zotoltitlán, de la crianza de puercos, y hacer pan. Todo a su ritmo, disminuido por la diabetes que padece.
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Pero no todos los de su generación regresaron ni todos los jóvenes que emigran en la actualidad lo hacen con una visa temporal y contrato.
Germaín, de 29 años, es hijo del comisario Gregorio, e ingresó a los Estados Unidos de manera irregular. El próximo marzo cumplirá tres años de estar allá y con eso concluye el plazo que se puso para pagar lo que gastó al cruzar la frontera sin documentos, comprar un terreno, construir su casa y volver. Lo logró. Solo espera, cuenta su padre, que no lo boten antes los agentes migratorios, porque andan “cazándolos”.
En estos momentos, David tiene a dos hermanos en Estados Unidos sin papeles, llevan tres años. Hace poco regresaron otros dos después de seis años. Leopoldo tiene un hermano y unos primos en la misma situación. Con Herminio son tres hermanos en la familia que viajan cada temporada a los campos agrícolas estadounidenses con contrato. Policarpo tiene un hijo que está en ese país de manera indocumentada, como el hijo de Gregorio que espera ganarle a las acciones de Trump.
Esta es una muestra de que en Zoltotitlán la migración hacia los Estados Unidos es una forma de vida que sostiene a las familias que se quedan en el pueblo y les provee de un patrimonio. “La mayoría tenemos un sobrino, un hijo, bueno, así…”, dice David al tratar de explicar cómo los migrantes, con sus remesas, cumplen uno de los roles más importantes, porque en el pueblo les resulta difícil que el dinero les rinda igual.
Guerrero en general depende en gran medida de las remesas. El Anuario Migración y Remesas México 2023, el más reciente o actualizado, expone que en 2022 fue el segundo estado a nivel nacional–solo después de Michoacán– que mostró mayor dependencia de remesas.
Con las órdenes ejecutivas de Donald Trump, que impactan de manera directa en los migrantes, resulta casi imposible que en este pueblo no crezca la incertidumbre sobre lo qué pasará con ellos. “Va a afectar mucho, porque muchos se van a venir y, pues, ora sí que aquí tienen que volver a empezar, como se van muchos años allá y llegan aquí, yo creo que no va a ser igual”, expone Leopoldo al plantear uno de los escenarios más probables.
Hasta ahora, aun cuando el gobierno estatal informó sobre los primeros quinientos guerrerenses deportados, ningún migrante expulsado es de Zoltotitlán. Al menos no ha regresado ninguno.
En realidad, el número de migrantes guerrerenses en los Estados Unidos es mayor y solo existen aproximados. El último reporte vigente de matrículas consulares de la población guerrerense en ese país es de 65,165 personas, de manera principal de Acapulco, Teloloapan, Coyuca, Taxco y Chilpancingo, según los datos del Anuario 2023. El número podría ser mucho mayor, porque esta cifra de migrantes solo es de aquellos que acuden a matricularse.
Algunos de los migrantes guardan esperanzas de que las circunstancias no les cambien, en particular los que salen con visas y contratos, porque hasta ahora no saben de restricciones para sus casos. “Solo nos queda esperar (…). El presidente no creo que dure más tiempo sin los trabajadores, porque los que trabajan van de aquí, de México”, dice Herminio.
Pero a la mayoría de las personas consultadas, como el comisario, les resulta improbable que por las órdenes ejecutivas de Trump expulsen a todos los migrantes de Estados Unidos porque, entonces, ¿qué harían sin ellos?
“Ahorita que entró el presidente no les gusta que anden allá, pero gracias a los mexicanos o de otros países (se hace) el trabajo, ellos no pueden hacer lo que hace uno”, agrega convencido David. Después, un tanto resignado, menciona que, al menos, les permitan a sus paisanos terminar sus casas.
Uno de los consuelos es que muchos de los migrantes, aclara el comisario municipal, tendrán al menos dónde llegar. Además de las que están en proceso, en el pueblo destaca el color gris del concreto de las casas nuevas sin habitar.
En búsqueda de momentos de más felicidad, los amigos, los viajes y hasta una lista pueden ayudar a encontrar el camino.
¿Qué es la felicidad?
Es una pregunta que nos hacemos muchas veces… y para la que muchas veces no tenemos una respuesta clara.
¿Es vivir sin preocupaciones? ¿O es vivir tranquilo a pesar de los problemas que a diario nos aquejan?
Lo cierto es que algunas personas parecen predeterminadas a ser más felices que otras.
Pero seas el tipo de persona que canta en la ducha y baila bajo la lluvia, o bien tengas una personalidad más dura y un poco pesimista, esa idea de la felicidad no es algo que simplemente vaya a ocurrirnos.
Todos podemos cambiar nuestros hábitos para atraer más de ese bienestar a nuestras vidas.
Por esa razón, aquí puedes encontrar algunos consejos que quizá te sean útiles para ser más feliz en 2025
La amistad beneficia a las personas en todas las edades, pero en la edad adulta se puede convertir en una importante fuente de felicidad.
Mientras que las personas mayores tienden a limitar sus conexiones sociales para pasar tiempo con las personas que conocen mejor, los investigadores en el tema señalan que es una buena idea estar abierto a forjar nuevas amistades, porque eso nos da un beneficio distinto a las relaciones con la familia, que pueden estar basadas en la obligación.
Como la amistad es voluntaria, las relaciones no obligatorias pueden comenzar y terminar en cualquier momento, por lo que pueden ser más divertidas y menos tensas.
Aunque los adultos enfrentan obstáculos que puede hacer difícil el conocer a nuevas personas, en cierto modo debería ser más fácil hacer amigos: nuestra personalidad es más madura, hemos ganado en la capacidad de relacionarnos socialmente, nuestra perspectiva de vida se orienta más hacia la búsqueda de la alegría y tendemos a volvernos más agradables.
Y el esfuerzo de mantener amistades de calidad mientras envejecemos vale la pena, ya que los beneficios van más allá del bienestar psicológico.
Esto también mejora nuestro funcionamiento cognitivo y la salud física.
De hecho, las investigaciones señalan reiteradamente que la amistad es un factor tan importante como la familia a la hora de predecir la buena salud mental cuando envejecemos.
Y si eres el tipo de persona a la que se le dificulta hacer amigos, un consejo que puede ayudar: puede ser bueno compartir momentos que te marquen como, por ejemplo, ver un eclipse solar como el que se pudo ver el año pasado a lo largo de EE.UU., como una manera de sentirte cerca de quienes te rodean a la vez que se comparten emociones positivas.
La compasión es un pilar bien establecido de la amistad verdadera.
La palabra, que viene del vocablo latino “dolor compartido”, nos muestra que la empatía nos ayuda a formar fuertes conexiones cuando nuestros amigos necesitan ayuda.
Pero hay un estado emocional opuesto que es menos conocido e igualmente importante: la “confelicidad”.
Esa palabra significa “felicidad compartida” y es una faceta subvalorada de las buenas relaciones que puede ser tan importante como la compasión para mantener la amistad, de acuerdo a varios estudios.
Apoyar de forma entusiasta las buenas noticias de nuestros amigos -y preguntar sobre ello- es la base de ser un buen amigo. Responder de forma pasiva o no valorar de forma activa el éxito de tu amigo puede poner en riesgo esas relaciones.
Es casi un cliché decir que hacer algo por otra persona te puede hacer sentir mejor que darte un gusto personal. Pero entre más sabemos del altruismo, más parece que ese cliché es muy cierto.
De hecho, estudios científicos han encontrado que hacer un voluntariado puede incluso ayudar con una serie de condiciones como el dolor crónico y la depresión.
En 2002, un estudio encontró que personas voluntarias que sufrían de un dolor crónico y que fueron asignadas a ayudar a otras personas experimentaron dolor de menor intensidad mientras servían como voluntarios.
Otros estudios han mostrado que el cuidado de animales puede mejorar nuestra salud y cuidar plantas nos puede aportar bienestar, especialmente en adultos mayores.
Algunos médicos ahora recetan el voluntariado como una forma efectiva de “prescripción social”: prescripciones médicas que conectan a las personas con recursos y actividades en la comunidad en la que viven.
Enviar a personas a hacer de todo, desde clases de arte a grupos de ciclismo, o incentivarlas a participar en actividades para ayudar a otras personas necesitadas han probado ser válidas intervenciones de salud que pueden, además, ayudar a reducir la presión sobre los servicios de salud.
Hay otra manera de que el pasado te ayude en el presente.
Varios estudios sugieren que relacionarse con nuestros ancestros puede tener profundos beneficios psicológicos.
Conocer historias de la familia sobre cómo se superó una adversidad, por ejemplo, puede ser empoderador cuando los relatos pasan de una generación a otra.
Susan M. Moore -profesora emérita de psicología en la Universidad de Swinburne, en Australia- ha encontrado que las personas que saben sobre su historia familiar tienen mayores niveles de satisfacción y bienestar mental.
Meterse en la tarea de investigar el árbol genealógico puede ayudar a tener la sensación de estar en control de la propia vida, además de favorecer un mayor entendimiento de tu lugar en el mundo.
También te puede dar un sentido de perspectiva y gratitud: saber que tu vida actual ha sido posible por las batallas y logros de tus predecesores.
Hacer un recuento de las bendiciones y favores recibidos es un viejo consejo y se sustenta en una simple pero bien probada intervención.
Sucede que cuando escribimos una lista de tres cosas que nos han pasado nos puede ayudar a mejorar nuestro humor.
Ya sea un evento que nos ha cambiado la vida, como pasar un examen importante o tener un bebé, o algo más ligero como encontrarse de casualidad con un viejo amigo o disfrutar de un momento hermoso como la luz del atardecer.
Cada vez hay más investigaciones que señalan que hacer una lista de ese tipo de cosas puede mejorar nuestro bienestar.
Dicen que no hay nada mejor que manejar por un escenario idílico: el viento en tu pelo, la música ideal en el radio, la libertad de la carretera delante tuyo.
Bueno, ahora sabemos que incluso las ratas pueden disfrutar en parte de este paraíso vehicular, después de que unos investigadores de la Universidad de Richmond, en Virginia, le enseñaron a un grupo de roedores a manejar pequeños automóviles de plástico en el laboratorio.
Las ratas aprendieron esta nueva habilidad y pronto comenzaron a montarse en los carros con mucho entusiasmo, como preparadas para el siguiente viaje.
Eventualmente los investigadores notaron que algunas ratas daban pequeños saltitos como muestra de excitación, por manifestar de forma anticipada el placer de ese viaje.
Esto llevó a un nuevo campo de investigación. ¿Puede que la expectativa de la diversión sea tan satisfactoria como la propia actividad?
En otro experimento, los científicos entrenaron a algunas ratas para que aguardaran por las recompensas, mientras que a otras se les daba una retribución de forma inmediata.
Más tarde, evaluaron el optimismo de las ratas y descubrieron que aquellas que habían sido entrenadas para esperar recompensas eran más optimistas.
Los investigadores especularon que esto también podría funcionar así entre los humanos: al anticipar rutinariamente actividades o eventos placenteros, podríamos reprogramar nuestros cerebros para ser más optimistas.
Si has llegado hasta aquí en la lista, el consejo que sigue puede resultarte algo inesperado.
Pero las investigaciones sugieren que preocuparse demasiado por ser feliz puede, en realidad, ser un obstáculo para serlo.
Los experimentos que prepararon a las personas para desear una mayor felicidad antes de ver una película de tono edificante u optimista terminaron sintiéndose más decepcionados que eufóricos después del film.
La teoría es que, al aumentar sus expectativas y dedicarse a leer e informarse sobre la importancia de la felicidad, en realidad las personas pueden experimentar el efecto contrario y sentirse desanimadas.
Es posible que tú mismo hayas experimentado esto durante un gran evento o fiesta que estabas esperando con ansias y que no estuvo a la altura de esas expectativas.
Iris Mauss, psicóloga de la Universidad de California en Berkeley, ya ha demostrado que el deseo y la búsqueda de la felicidad también pueden aumentar los sentimientos de soledad y desconexión.
Ella recomienda adoptar una actitud más estoica y aceptar que la vida al fin de cuentas está hecha de altibajos.
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